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martes, 30 de noviembre de 2021

Edad media: Castillo de Harlech

Castillo de Harlech

W&W



Reconstrucción del castillo a principios del siglo XIV, visto desde el mar.

Puertas de entrada

La puerta del Rey en Caernarfon es una de las puertas de entrada más poderosas, iniciada en 1283. Frente a la entrada hay un puente giratorio; la parte delantera se elevó en un hueco mientras que la parte trasera cayó en un hoyo detrás. El pasaje estaba fuertemente defendido: si la puerta de entrada se hubiera completado, habría tenido no menos de cinco puertas de madera y seis rastrillos a lo largo de su longitud. La evidencia en los muros existentes sugiere que la sección trasera nunca terminada hizo que el pasaje girara en ángulo recto, desde allí sobre un segundo puente levadizo antes de llegar a la sala inferior.

Para entrar en la gran puerta de entrada de Harlech, se requería que el visitante pasara por la puerta de entrada exterior con sus torres gemelas y su puente giratorio, el pozo en el que cayó formando un obstáculo adicional. Luego siguió el pasaje de la puerta principal, arqueada en toda su longitud y flanqueada por enormes torres. El primer obstáculo fue una puerta de dos hojas cerrada por una barra de tiro que entraba en una ranura en el espesor de la pared. Le siguieron dos rastrillos, detrás de los cuales había otra puerta con barra de tiro. Más adelante en el pasillo había un tercer rastrillo, con posiblemente otro par de puertas en el frente. La habitación directamente sobre el pasaje de la puerta era una capilla flanqueada a ambos lados por una sacristía, pero también recibía los dos portones delanteros cuando se levantaba; el tercero subió a la más grande de las dos habitaciones traseras. El hecho de que este piso albergara los cabrestantes para operar el portón sugiere que fue utilizado por el alguacil. Arriba había otro piso, una suite residencial distribuida de la misma manera y presumiblemente diseñada para el rey o algunas personas de rango. La parte trasera de cada torre estaba provista de una torreta de escaleras y, además, una puerta en el primer piso en la parte trasera conducía a una plataforma y de allí a una escalera externa a nivel del suelo, permitiendo el acceso cuando todas las puertas estaban cerradas.

El maestro James de St. George probablemente diseñó la espléndida puerta de entrada de tres torres en Denbigh; una vez pasadas las torres gemelas en el frente, se ingresó a una sala abovedada (con una cámara en el piso de arriba). La torre trasera bloqueó la salida, lo que obligó a girar a la derecha hacia la sala.



En el estuario del río Dwyryd, en el sitio de un antiguo fuerte galés, construido por el maestro James de San Jorge para Eduardo I, 1283–90, con un costo de £ 9.500. El mar estaba más cerca entonces del castillo. Tenía un plan concéntrico con un amplio foso en dos lados. Una enorme puerta de entrada de dos torres mira hacia el este. La cortina interior tiene torres de esquina redondeadas. El telón del estrecho patio exterior es bajo, dominado por el interior. El Maestro James se convirtió en alguacil de Harlech 1290-3. Fue asediado por rebeldes galeses en 1294 pero aliviado. Las reparaciones se realizaron en el siglo XIV. Harlech fue sitiado y tomado en 1404 por Owen Glendower con aliados franceses, para convertirse en su base, y recuperado por Lord Talbot en 1408. En las Guerras de las Rosas, Harlech fue tomado en 1468 por Dafydd ap Ieuan, cuyos hombres eran los originales ' Hombres de Harlech '. El castillo fue sitiado y tomado por Yorkistas bajo el conde de Pembroke. Se llevó a cabo para los realistas en la Guerra Civil Inglesa.

A finales del siglo XIII, el rey Eduardo I de Inglaterra construyó una serie de castillos desde Caernarfon hasta Conwy y Harlech para asegurar sus conquistas en el norte del principado de Gales. En la medida en que los habitantes del país eran descendientes directos de la población británica de la provincia romana de Britannia y la última región no conquistada del imperio al norte de los Alpes, se ha dicho que las victorias de Eduardo allí representaron la caída final de los romanos. Imperio en Occidente.

El desembolso económico en estos castillos "eduardianos" fue enorme (en la década de 1970 se calculó que cada fortaleza costaba en términos modernos el equivalente a un avión supersónico Concorde) sobre todo porque se utilizaron los principios y técnicas de fortificación más actualizados. . La fuerza de estos lugares se demostraría años más tarde, cuando en 1404 el rebelde galés Owain Glyndwr sitió Harlech. Durante semanas, el lugar estuvo ocupado por sólo cinco ingleses y dieciséis galeses; cuando el castellano hizo propuestas para rendirse, la guarnición lo encerró. De hecho, el gran castillo no cayó por el asalto de sus atacantes galeses sino porque, al final, la fuerza esquelética que lo defendía decidió aceptar los términos y fue comprada. Unos sesenta años después, estaba una vez más en manos rebeldes, manteniéndose para la Casa de Lancaster cuando, en 1461, Eduardo de York se convirtió en rey como Eduardo IV. Estos "Hombres de Harlech" resistieron durante siete años, hostigando el campo vecino hasta que en agosto de 1468, después de un prolongado asedio, William Herbert, conde de Pembroke, finalmente recuperó el lugar para Edward. Una indicación del esfuerzo involucrado y la fuerza obvia de la fortaleza se encuentra en la Oficina de Registro Público, donde las cuentas muestran que se pagaron unas 5.000 libras esterlinas al conde por sus gastos.

domingo, 28 de noviembre de 2021

Perú: La rebelión y terrible final de los coroneles Gutiérrez

Rebelión de los coroneles Gutiérrez

 



Tomás Gutiérrez y Silvestre Gutiérrez (el primero, autodenominado presidente de la República y el segundo su hermano y compañero) colgados en la Catedral de Lima.


Fecha 22-26 de julio de 1872
Lugar Palacio de Gobierno, Lima, Perú
Casus belli
Victoria de Manuel Pardo y Lavalle, candidato del Partido Civil, como Presidente de la República durante las elecciones de 1872
Conflicto Los golpistas intentaban que Manuel Pardo no asuma el mando de Presidente.
Resultado Golpe de Estado derrotado
Beligerantes

  República Peruana
Manifestantes  Hermanos Gutiérrez

Unidades militares

  • Marina de Guerra del Perú
  • Ejército del Perú
  • Manifestantes antigubernamentales (Armados)
  • Batallón Pichincha
  • Batallón Zepita
  • Batallón Ayacucho





El coronel Tomás Gutiérrez.

La rebelión de los coroneles Gutiérrez fue una rebelión militar y un intento de golpe de Estado ocurrida en Lima, Perú, el 22 de julio de 1872, contra el gobierno de José Balta. Fue protagonizada por cuatro hermanos, coroneles todos, encabezados por el mayor de ellos, Tomás Gutiérrez, entonces ministro de Guerra y Marina. El suceso que originó esta rebelión fue el triunfo, en las recientes elecciones generales, del candidato civil Manuel Pardo y Lavalle. Temerosos de que bajo un gobierno civil perdiesen los militares sus privilegios, y según parece instigados por prominentes políticos, los Gutiérrez dieron un golpe de estado: Silvestre Gutiérrez apresó al presidente Balta, mientras que Tomás se autoproclamó Jefe Supremo de la República en la Plaza de Armas. El motín derivó en el asesinato del presidente Balta y en la rebelión popular en contra del gobierno de facto, que acabó de la manera más ignominiosa, con la muerte de tres de los hermanos Gutiérrez en las calles, entre ellos Tomás, el día 26 de julio de 1872.

Los hermanos Gutiérrez

Los cuatro hermanos Gutiérrez: Tomás, Silvestre, Marceliano y Marcelino, eran naturales del valle de Majes, en el departamento de Arequipa. Al momento de protagonizar el golpe de estado contra Balta, eran todos coroneles y tenían cada uno mando de tropas en Lima, a excepción de Tomás, que era ministro de Guerra y Marina. Silvestre comandaba el Batallón de Infantería Pichincha N.º 2; Marceliano el Batallón de Infantería Zepita N.º 3; y Marcelino el Batallón de Infantería Ayacucho N.º 4.

El historiador Jorge Basadre describe así a cada uno de los hermanos Gutiérrez:

Tomás era corpulento y tenía fama de brusco, impetuoso, altivo, ignorante y resuelto; Marceliano distinguíase por ser todavía más atleta, más brusco y más ignorante, con un defecto en el ojo derecho, por el cual se le llamaba el tuerto, y con una voz poderosísima y una presentación imponente, que atraían al público en los días de maniobras de tropas. Silvestre, más delgado y blanco, de cabello crespo, poseía más inteligencia e ilustración, pero creíasele duro y siniestro. Marcelino, en cambio, se distinguía por un carácter apacible.​


El complot contra Balta

Corrían los últimos días del gobierno constitucional del coronel José Balta y Montero (julio de 1872). Las elecciones realizadas recientemente habían dado como ganador a Manuel Pardo y Lavalle, que estaba a pocos días de convertirse en el primer presidente civil de la historia del Perú. La ascensión de un gobierno civil inquietó a muchos militares, que creyeron perder los privilegios que hasta entonces habían disfrutado en la República. Entre ellos se encontraban los hermanos Gutiérrez.

Poco antes del traspaso de mando, el ministro de Guerra Tomás Gutiérrez y sus tres hermanos propusieron a Balta perpetuarse en el poder por medio de un golpe de Estado, desconociendo las elecciones. Al parecer, en un principio el presidente aceptó el plan, pero luego, por consejo de algunos amigos, como Enrique Meiggs, se negó rotundamente a cometer tal ilegalidad. Ante tal situación, Silvestre convenció a Tomás para llevar a cabo el plan golpista, en vista que faltaban pocos días para que se efectuara el cambio de mando. Los Gutiérrez contaban a su favor con un ejército de 7.000 hombres bien armados y con el apoyo de algunos políticos, como Fernando Casós.​


El golpe de estado

A las dos de la tarde del 22 de julio de 1872, Silvestre entró en el Palacio de Gobierno al frente de dos compañías de su batallón “Pichincha”, con el fin de relevar las guardias. Afuera, en la Plaza de Armas, se hallaban estacionados el resto del batallón “Pichincha”, el batallón “Zepita” al mando de Marceliano, y algunos soldados de artillería al mando de Marcelino. De pronto, Silvestre se dirigió a las habitaciones interiores de Palacio en busca del presidente Balta. Este, que se hallaba junto a su esposa y su hija Daría (cuyo matrimonio debía realizarse aquella misma noche), al principio opuso resistencia, pero viendo que todo era inútil, salió de Palacio por la puerta principal custodiado por Silvestre, que lo llevó preso al cuartel de San Francisco, donde quedó bajo la custodia de Marceliano. La guarnición del Callao, que se hallaba al mando de Pedro Balta, hermano del presidente, fue fácilmente reducida. Los hermanos Gutiérrez declararon destituido al presidente Balta y proclamaron a Tomás Gutiérrez como General del Ejército y Jefe Supremo de la República.

Esa misma tarde, el Congreso, que se hallaba en Juntas preparatorias, convocó una reunión de emergencia en donde se condenó el golpe militar con duras palabras, pero cuando los representantes terminaban por firmar la declaración, la tropa ingresó al recinto y los sacó a culatazos.

Tomás Gutiérrez solicitó la subordinación de las Fuerzas Armadas y, especialmente, de la Marina de Guerra del Perú, pero esta se mantuvo fiel a la Constitución, suscribiendo un manifiesto a la Nación en el que hizo explícita su decisión de no apoyar al gobierno de facto:


(…) El inaudito abuso de fuerza con que el día de ayer ha sido escandalizada la capital de la república, debía encontrar como en efecto ha sucedido el rechazo más completo de parte de los jefes y oficiales de la Armada que escriben (…)

Firmaron dicho manifiesto marinos notables como Miguel Grau, Aurelio García y García, entre otros. La escuadra se hizo a la mar, con dirección al sur, para alentar la resistencia. El presidente electo, Manuel Pardo y Lavalle, fue trasladado por Melitón Carvajal a la fragata Independencia, que lo transportó a Pisco, salvaguardando así su persona.

Mientras que el pueblo limeño también mostró su desacuerdo con el motín militar. Aunque en un inicio los pobladores no intervinieron, con el correr de las horas empezaron a salir a las calles grupos de manifestantes. En el Callao estalló también la revuelta contra los Gutiérrez y hacia allí se dirigió Silvestre para imponer el orden, lo que logró, no sin esfuerzo.

Muerte de Silvestre Gutiérrez



El coronel Silvestre Gutiérrez.

En la mañana del 26 de julio Silvestre volvió a Lima en el tren de pasajeros y se dirigió a Palacio para entrevistarse con su hermano y darle cuenta de lo ocurrido en el Callao; después del mediodía se dirigió por el jirón de la Unión a la estación de San Juan de Dios (hoy Plaza San Martín), a fin de tomar el tren de vuelta. Pasó en medio de grupos hostiles haciendo alarde de valor y, llegado a la estación, ocupó su asiento en el vagón. Algunos habían pensado en levantar los rieles, pero resolvieron finalmente atacarle de manera directa. Un grupo de ciudadanos empezó a dar vivas a Pardo y al oírlos Silvestre bajó del coche y se asomó a la puerta que daba a la calle de Quilca y disparó su revólver sobre el grupo, hiriendo a un joven llamado Jaime Pacheco; éste disparó a su vez y logró herir al coronel en el brazo izquierdo. El tiroteo duró por unos minutos hasta que una bala disparada por el capitán Francisco Verdejo hirió de muerte en la cabeza a Silvestre.3​ La muchedumbre se lanzó sobre él y lo despojó de sus vestiduras, dejando abandonado el cadáver, que fue conducido después por un extranjero anónimo a la Iglesia de los Huérfanos.

Asesinato de Balta



Asesinato de José Balta.

Al enterarse de la muerte de Silvestre, Tomás avisó a su hermano Marceliano, que custodiaba a Balta en el cuartel de San Francisco, por medio de un papel donde escribió: «Marceliano an (sic) muerto a Silvestre. Asegúrate». De inmediato Marceliano formó su batallón y se dirigió a Palacio de Gobierno para reunirse con Tomás.

Mientras tanto, irrumpieron en la habitación donde se hallaba Balta el mayor Narciso Nájar, el capitán Laureano Espinoza y el teniente Juan Patiño, quienes a viva voz llamaron al prisionero por su nombre. Balta, que se hallaba tranquilamente descansando en su lecho después de haber almorzado, no debió escuchar nada, pues sufría de sordera de un oído, por lo que continuó durmiendo; fue entonces cuando salvajemente le dispararon a bocajarro. La muerte de Balta debió ser instantánea, pues una bala le entró por debajo de la barba y le destrozó el cerebro. En el juicio que posteriormente se siguió a los magnicidas, estos alegaron haber seguido órdenes de Marceliano, quien habría vengado así la muerte de su hermano Silvestre. La noticia de la muerte de Balta corrió rápidamente por toda Lima, causando enorme estupor.

¿Ordenó Marceliano el asesinato de Balta?



El coronel Marceliano Gutiérrez.

Muchos han asumido como cierta la declaración de los asesinos de Balta, en el sentido de que cumplían órdenes de Marceliano, pero cabe también la posibilidad de que estos mintieran para escudarse en el obedecimiento al superior a fin de que no recayera sobre ellos todo el peso de la justicia. Algunos indicios parecen hacer verosímil esta teoría. Por ejemplo, se dice que Marceliano intercedió ante Tomás para embarcar a Balta en un buque que debió salir del Callao el 24 de julio, con una bolsa de dinero con gasto de viaje, lo que demostraría que la intención de los hermanos era preservar la vida del presidente; por desgracia el barco se retrasó. Aunque cabe también la posibilidad que ante la muerte de Silvestre y fruto de la sobrexcitación del momento, Marceliano cambiara de parecer y ordenara la muerte de Balta. Lo haría como venganza personal pues había corrido el rumor de que entre los asesinos de Silvestre estaba un hijo de Balta.

En el caso de que los asesinos hubieran actuado por su cuenta, la primera interrogante que salta es el motivo de tan espeluznante crimen. Tal vez el antecedente de uno de los asesinos daría una pista: Nájar era enemigo personal del coronel Balta, pues siendo subordinado suyo en un cuerpo del ejército había sufrido la pena de flagelación.

Muerte de Tomás Gutiérrez



Barricadas en las inmediaciones del cuartel de Santa Catalina. Lima, julio de 1872.

Ante la ebullición popular, Tomás decidió abandonar Palacio de Gobierno y se trasladó al cuartel de Santa Catalina, donde se hallaba su hermano, el coronel Marcelino Gutiérrez. La población sublevada levantó barricadas frente a dicho cuartel, que empezó a sufrir los rigores del sitio, por lo que Tomás se vio obligado a salir con sus tropas, haciendo retroceder con gran esfuerzo a los sitiadores. La hostilidad de la población contra los Gutiérrez aumentó aún más al saberse la muerte de Balta. Las mismas tropas, hasta entonces obedientes a los golpistas, fueron sumándose paulatinamente a la causa popular.

Mientras que Tomás huía por las calles de Lima y Marceliano se dirigía al Callao con su batallón para reprimir al pueblo alzado, Marcelino, el más apacible de los hermanos, se refugió en una casa amiga y logró así salvarse de la furia del pueblo.

Tomás Gutiérrez, con el rostro cubierto y con sombrero de paisano, iba gritando "Viva Pardo" con el objetivo de pasar desapercibido en las calles de Lima; sin embargo tropezó con un grupo de oficiales y civiles capitaneados por el coronel Domingo Ayarza quien lo reconoció inmediatamente. Fue apresado y a sus captores les comentó que fue azuzado por sus jefes para sublevarse, los cuales luego lo abandonaron; se mostró también sorprendido por la noticia del asesinato del presidente Balta. Avanzaron unas cuadras, mientras eran seguidos por una turba que crecía a los gritos, profiriendo amenazas, y al llegar a la plazuela de La Merced, los militares que lo apresaron no pudieron protegerlo más e ingresaron a Tomás en una botica, cerrando enseguida las puertas.

Los cadáveres de Tomás y Silvestre Gutiérrez aparecen colgados en los andamios de las torres de Catedral, que en esos días se hallaba en refacciones. Foto Courret.

La muchedumbre rompió las puertas y buscaron a Tomás, al que encontraron escondido en una tina; allí mismo lo mataron de un disparo, para luego sacarlo a la calle. Allí, el cadáver fue desvestido y abaleado, y alguien le cortó el pecho desnudo con un sable mientras decía, aludiendo a la banda presidencial:
¿Quieres banda? Toma banda.
El cadáver de Tomás fue arrastrado hacia la plaza de Armas, mientras la multitud furibunda se enseñaba dándole de cuchilladas y balazos. El cuerpo fue colgado de un farol frente al Portal de Escribanos. Simultáneamente, la muchedumbre sacó de la iglesia de los Huérfanos el cadáver de Silvestre y lo arrastró por las calles de Lima hasta llevarlo a la plaza de Armas, donde igualmente fue colgado de un farol. Las casas de ambos hermanos fueron reducidas a escombros.

Al amanecer del día 27 de julio, ambos cuerpos aparecieron colgados de las torres de la Catedral, a una altura de más de 20 metros, desnudos y cubiertos de horrorosas heridas, un espectáculo nunca antes visto en la capital. Horas después fueron rotas las sogas que los sostenían, cayendo los cuerpos al piso, que se estrellaron contra las baldosas. Luego se armó una hoguera en el centro de la plaza con pedazos de madera de las casas de las víctimas y fueron arrojados al fuego los dos cadáveres.

Muerte de Marceliano Gutiérrez


El cadáver de Marceliano Gutiérrez es arrastrado por las calles de Lima hacia la Plaza de Armas.

Mientras tanto, en el Callao, Marceliano adoptó disposiciones para repeler al pueblo, pero cuando se disponía a disparar un cañón de grueso calibre sufrió un disparo en el estómago, que le quitó la vida. Se dice que sus últimas palabras fueron: «Muere otro valiente». Se afirma además que el tiro provino de uno de sus propios soldados. Fue enterrado en el Cementerio Baquíjano, pero al día siguiente un grupo de exaltados provenientes de Lima se llevaron el cadáver arrastrándolo hasta la Plaza de Armas de Lima, donde fue arrojado a la hoguera que ya consumía los cuerpos de Tomás y Silvestre.​

Marcelino, el único sobreviviente



El coronel Marcelino Gutiérrez.

Marcelino, el único hermano sobreviviente, huyó al Callao, pero al cabo de unos días fue detenido, conducido a Lima y sometido a juicio. Mediante una ley de amnistía fue dejado libre ocho meses después. No se le halló responsabilidad en el asesinato del presidente Balta.

Marcelino retornó al valle de Majes a trabajar la tierra. En 1880 el dictador Nicolás de Piérola le ordenó organizar en Arequipa el batallón «Legión Peruana», cuya jefatura asumió hasta el mes de julio de ese año. Eran los días duros de la Guerra del Pacífico. Acabada la contienda, Marcelino se estableció en Arequipa. De marzo a abril de 1884 comandó el batallón de gendarmes de la ciudad. Entre 1894 y 1895 trabajó en la prefectura. Murió de un ataque al corazón en 1904.

Vuelta a la legalidad

Tras los penosos sucesos ocurridos en Lima, el candidato electo Manuel Pardo retornó, siendo recibido en triunfo en el Callao. Se trasladó a Lima, donde ante una muchedumbre impresionante, pronunció un discurso que comenzaba exactamente con estas palabras:


Habéis realizado una obra terrible; pero una obra de justicia.

Interinamente, se encargó del poder el primer vicepresidente Mariano Herencia Zevallos, con la misión de culminar el periodo de Balta. Días después, Manuel Pardo juró como presidente de la República, el 2 de agosto de 1872.




sábado, 27 de noviembre de 2021

Hititas: La batalla de Nihriya

Nihriya (1230 a. C.)

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El rey hitita Tudhaliya IV, hijo y sucesor de Hattusili, no solicitó el apoyo de Babilonia cuando se enfrentó con los asirios en la batalla de Nihriya (c. 1230) en el norte de Mesopotamia, y fue derrotado rotundamente por ellos.

Asiria y Hatti en conflicto Hemos notado la participación de Ini-Teshub en este asunto. Como virrey de Carquemis, Ini-Teshub demostró ser un administrador altamente competente y un apoyo invaluable para el Gran Rey por su gobierno eficiente de su propio reino, y más ampliamente por el papel vital que jugó en el mantenimiento de la estabilidad dentro de los territorios sirios de Hatti, particularmente en este momento. época en que aumentaban los temores de una renovada agresión asiria. El padre de Tudhaliya, Hattusili, había tratado de cultivar buenas relaciones con el rey asirio Salmanasar I (c. 1263-1234), 19 y durante un tiempo hubo paz entre los Grandes Reinos. Pero las tensiones volvieron y se intensificaron drásticamente durante el reinado de Tudhaliya, especialmente cuando Salmanasar invadió y destruyó el reino de Hanigalbat, respaldado por los hititas, el último remanente del antiguo imperio de Mitannia. El territorio de Hanigalbat se había extendido hasta la orilla este del Éufrates. Al conquistarlo, Salmanasar expandió su poder a la amplitud de un río del territorio hitita. Una invasión asiria de los estados sirios de Tudhaliya parecía inminente. Luego llegó la noticia de la muerte de Salmanasar y su reemplazo en el trono asirio por su joven hijo Tukulti-Ninurta. Tudhaliya escribió al nuevo rey en términos cordiales, felicitándolo por su ascenso y alabando las hazañas de su padre, una pieza necesaria de hipocresía diplomática. Hizo una oferta explícita de amistad al nuevo rey, quien escribió una cálida carta en respuesta, expresando su propio deseo de amistad. Quizás esto marcaría el comienzo de una nueva era de paz entre Hatti y Asiria.

Era demasiado bueno para ser verdad. Tukulti-Ninurta apenas había subido a su trono antes de comenzar los preparativos para una gran ofensiva contra varios estados hurritas en el norte de Mesopotamia. Esta fue una noticia alarmante para Tudhaliya. Porque una conquista asiria de la región le daría a Tukulti-Ninurta el control de las principales rutas que atraviesan el Éufrates hacia el territorio hitita en Anatolia. El hecho de que su súbdito aterrizara a lo largo de la orilla este del río le proporcionaba acceso inmediato a Siria. El tiempo de las posturas diplomáticas terminó, y Tudhaliya declaró al rey asirio su enemigo. Esto lo aprendemos de un tratado que redactó con el rey amurrita Shaushgamuwa. Hatti y Asiria estaban ahora en guerra, informó a su vasallo. Se iban a imponer prohibiciones a todos los tratos comerciales entre Amurru y Asiria: `Así como el rey de Asiria es enemigo de Mi Sol, también debe ser tu enemigo. Ningún comerciante suyo debe ir a la tierra de Asiria, y no debe permitir que ningún comerciante de Asiria entre o pase por su tierra. Sin embargo, si un comerciante asirio llega a su tierra, apresarlo y enviarlo a Mi Sol. ¡Que esta sea tu obligación bajo juramento divino! Y como Yo, Mi Sol, estoy en guerra con el rey de Asiria, cuando llame tropas y carros, tú debes hacer lo mismo ".

Ahora era inevitable un enfrentamiento entre los dos Grandes Reyes. Tuvo lugar en la región de Nihriya en el noreste de Mesopotamia, probablemente al norte o noreste de la moderna Diyabakir. En una carta al rey de Ugarit, Tukulti-Ninurta describió el conflicto, renunciando a toda responsabilidad por iniciarlo. No deseaba la guerra con Hatti, declaró. Su campaña se había dirigido principalmente a una región llamada tierras Nairi, que no tenía nada que ver con los hititas. Tudhaliya vio las cosas de manera diferente. La campaña asiria en la región fue sólo una etapa más en la continua expansión del imperio asirio que finalmente amenazó a Hatti, y él tomó la decisión de enfrentarse a las fuerzas asirias allí mismo, fuera del territorio hitita y en apoyo de los reyes locales que estaban el objeto de la ofensiva asiria. Tukulti-Ninurta envió un ultimátum a Tudhaliya para que retrocediera y se retirara de Nihriya. Cuando Tudhaliya lo ignoró y continuó su avance, Tukulti-Ninurta ordenó a sus fuerzas que atacaran. Si hemos de creer lo que cuenta en su carta al rey ugarítico, las fuerzas hititas fueron derrotadas. Fue una de las pocas ocasiones en la historia de la Edad del Bronce Final en que dos de los Grandes Reinos se encontraron en una batalla campal. Y aunque solo tenemos la versión asiria del compromiso, es casi seguro que los hititas fueron derrotados en gran medida. Con sus fuerzas de defensa ahora sustancialmente debilitadas, todo parecía listo para una invasión asiria a través del Éufrates. De hecho, dos inscripciones posteriores del reinado de Tukulti-Ninurta pueden indicar que los asirios atacaron el territorio hitita en ese momento. Las inscripciones se refieren a la captura de 28.800 soldados "de Hatti" del otro lado del Éufrates. Pero la mayoría de los estudiosos piensan que la cifra es muy exagerada y que todo el episodio indica nada más que un pequeño choque fronterizo. Ninguno cuanto menos, hay pocas dudas de que después de la victoria asiria en Nihriya, Tudhaliya temía una invasión asiria generalizada de su reino, y poco podía haber hecho para evitarlo.

Luego llegaron noticias que lo llevaron a dar un gran suspiro de alivio. Inexplicablemente, al menos para nosotros, Tukulti-Ninurta cambió repentinamente de dirección. En lugar de lanzar una invasión al oeste del Éufrates, se volvió contra su vecina del sur, Babilonia, y pasó gran parte del resto de su carrera enfrascado en un conflicto con los babilonios. Hatti se salvó de los estragos de una invasión asiria.

Pero el final estaba a la vista de todos modos, para el mundo tal como lo conocían los hititas y sus súbditos. Esta fase de la historia de Siria casi ha terminado.

Singer, I. 1985. "La batalla de Nihriya y el fin del imperio hitita",

viernes, 26 de noviembre de 2021

España: Fotos a color desde Cuba hasta la GCE

Fotos a color de la España del siglo 19 y 20

Fotos desde la Guerra de Cuba hasta la Guerra Civil Española.



Infantes en la defensa de San Juan (Cuba)


jueves, 25 de noviembre de 2021

Conquista de América: Si los anglosajones llegaban primero, los indios hubiesen sido exterminados

Borja Cardelús: «Si a América hubiera llegado antes Inglaterra, los indios hubieran sido exterminados»

En su nuevo libro, ‘América hispánica’ (Almuzara), este abogado, economista y divulgador cultural aglutina los grandes temas que cimentaron la civilización hispánica

César Cervera  ||  ABC

Una Roma en América. En cuanto comprendieron la magnitud de la empresa que tenían entre manos, los Reyes Católicos buscaron la manera de romanizar América, esto es, «de trasladar la cultura grecorromana al otro lado del charco y de mestizar a sus habitantes», como apunta Borja Cardelús, que acaba de publicar el libro ‘América hispánica’ (Almuzara). La magna obra (casi 900 páginas) de Cardelús aglutina los grandes temas que han centrado el interés en los últimos años de este abogado, economista y divulgador cultural. De las leyes de Indias a las huellas españolas en Norteamérica, pasando por la historia del Galeón de Manila o la aventura de Hernán Cortés, la ‘América hispánica’ desgrana el mestizaje físico y cultural que dio a luz a una civilización de 600 millones de personas. «El legado hispánico está vivo hoy, no solo es Historia, sino presente», recuerda.

Imperios como el español han servido a lo largo de la historia para abrir caminos, puestos comerciales, universidades, hospitales y toda suerte de estructuras para unir bajo una figura supranacional a muchos pueblos que, viviendo a pocos kilómetros, no habían interactuado nunca entre ellos. Solo los imperios que han traído prosperidad con ellos han sobrevivido en el tiempo. Y solo ellos pueden llamarse imperios. Que el español sobreviviera casi quinientos años habla de lo rocoso de sus cimientos.


–¿Está amenazado ese legado hispánico más que nunca?

–La civilización hispánica está amenazada desde el siglo XVIII, cuando irrumpieron todas las ideas nuevas de la Ilustración y España pasó a un segundo plano intelectual. Considero, igualmente, que hay muchos grupos que han comprendido al fin que la verdad está en la civilización hispánica y que la Ilustración lo que dejó es muchos males actuales como el progreso material y un individualismo excesivo. La civilización hispánica está montada sobre cosas muy antiguas, como la artesanía o la relación con la tierra, mientras que la Ilustración cabalga sobre la industria, el comercio libre…

–Cuando se tiran estatuas españolas en América, ¿quiénes son los damnificados?

–Están tirando piedras contra su propio tejado. Por un lado, los indígenas son descendientes de personas que fueron protegidas por gente como Fray Junípero Serra, que los capacitó en agricultura, ganadería y lenguaje para poder adaptarse a la cultura occidental. Gracias a eso sobrevivieron cuando los anglosajones llegaron a sus tierras. Por otra parte, la contaminación política ha hecho que los propios hispanos se hayan creído falsedades tales como el genocidio o el robo de oro. La incultura y la falta de criterio han hecho que los propios criollos ataquen sus principios, sus esencias culturales, a sus personajes históricos.

–Un argumento recurrente en países hispanoamericanos es que España es culpable de sus males recientes.

–Si en vez de España hubiera llegado Inglaterra antes a toda América, los indios hubieran sido exterminados. Si hubieran sido los portugueses, hubieran sido esclavizados todos. Y si hubieran sido los franceses, hubieran quedado alcoholizados, como hicieron en los territorios que controlaron en Norteamérica. El único país que aplicó realmente una política proteccionista, basada en el humanismo cristiano, fue España. Es un tópico culpar a España de los males presentes. Cuando se resquebrajó la Monarquía católica y se rompió la Pax Hispánica, el continente se fragmentó en una veintena de repúblicas y comenzó un caos tremendo. Sin la tutela de la Corona españa, se entró en una vorágine de guerras civiles, de extinción de tribus y en el puro caos. La culpa de todo lo que ha pasado no es por la responsabilidad española, sino por lo que han hecho en los últimos doscientos años ellos.

«Cuando se resquebrajó la Monarquía católica y se rompe la Pax Hispánica, el continente se fragmentó en una veintena de repúblicas»

–En su libro dedica un importante espacio a las Leyes de Indias como piedra angular para el mestizaje.

–Las Leyes de Indias es un cuerpo jurídico de más de siete mil leyes que están basadas en la Escuela de Francisco de Vitoria y buscan proteger al indio, su dignidad, sus tierras, su integridad jurídica. Se establece que sean retribuidos de forma justa y en dinero, no especies. Las leyes marcaron la pauta de la presencia de España en América durante siglos. Hernán Cortés tuvo un papel fundamental para su éxito cuando las aplicó en México y logró que el resto de conquistadores con grandes territorios bajo su control le siguieran. Tomó la determinación de aplicar una estrategia muy distinta de la antillana, que había estado muy basada en la explotación de los indios, y ordenó traer colonos, frailes, oficios... Ahí es cuando quedó claro que no serían colonias, sino una Nueva España. Marcó el modelo para todo el continente y por eso es tan importante conmemorar su hazaña estos días.

–Usted que también es abogado, ¿no le llama la atención lo obsesionados que estaban los españoles con el cumplimiento de las leyes incluso en esos años?

–España fue muy reglamentista y fue documentándolo todo al milímetro. En el Archivo de Indias se encuentra cada acto documentado porque de cada suceso podían derivar consecuencias muy graves. Cualquier motín o alzamiento de un capitán era muy severamente castigado. Cortés, cuando se alejó de las instrucciones de Velázquez, gobernador de Cuba, procuró hacerlo con toda delicadeza y buscando legalizar su situación de cara al Emperador. El aspecto legal fue muy importante desde el principio.

–En estos años también se conmemora la Primera Circunnavegación a la Tierra, ¿cómo fue el paso de España por el Pacífico?

–España tiene tanta historia que ha relegado a un segundo plano lo que hizo en el Pacífico. España no solo dio la vuelta al mundo, es que descubrió Australia, aunque no se reconozca, todo tipo de archipiélagos como Hawai, y navegó por los confines de este océano. En otro país esto daría para muchas películas y libros, y por eso lo incluyo en mi obra. El Pacífico fue llamado el mar español porque nadie que no fuera español podía entrar allí más allá de algunos piratas. España tuvo controlado todo un océano durante doscientos cincuenta años.



La conquista del Colorado, óleo de Augusto Ferrer-Dalmau que retrata la expedición de Francisco Vázquez de Coronado.

–¿Se corre el riesgo de caer en una leyenda blanca por combatir la leyenda negra?

–No, la leyenda negra ha sido tan exagerada, tan extrema, que basta con contrarrestarla usando la verdad. No hubo genocidio en América, como sí lo hubo en los territorios bajo control de Inglaterra. Es cierto que los primeros años de España en América fueron dolorosos por la mortandad causada por los virus europeos, que afectaron de manera contundente a los indios. Sin embargo, cuando España llegó a América había unos 13 millones de indios, y cuando España se marchó, había 16 millones. Las Leyes de Indias fueron tan paternalistas con los nativos que los protegió. Mientras que Inglaterra se apropió de sus tierras, les quitó sus recursos y, cuando protestaron, les aniquilaron. Cuando los ingleses llegaron a sus territorios en Norteamérica, había un millón de indios, pero cuando salieron quedaban medio millón, todos ellos en los territorios colonizados por España. 


miércoles, 24 de noviembre de 2021

Colonización de Sudáfrica: Los británicos en Natal, 1843-1870

La colonia británica de Natal, 1843-1870

W&W




Después de la conquista británica, Natal se convirtió en un segundo foco de autoridad política británica en el sur de África. Mientras que la mayoría de los afrikaners regresaban a través de las montañas Drakensberg hasta el highveld, llegaban colonos de Gran Bretaña. Cinco mil hombres, mujeres y niños llegaron en los años 1849-1851 bajo un plan iniciado por un aventurero llamado Joseph Byrne. En su mayoría eran personas de clase media que habían podido depositar una pequeña suma de capital a cambio del transporte a Natal y la posesión de veinte acres de tierra por habitante. Sus primeras experiencias en Natal fueron similares a las de los colonos de 1820 en Cape Colony. La mayoría fracasó en hacer buenas obras como agricultores y regresó a Inglaterra, probó suerte en el highveld o se estableció en la ciudad portuaria de Durban, que lleva el nombre del ex gobernador del Cabo, o en la capital del interior, Pietermaritzburg, que había sido nombrada por el los líderes de la caminata Piet Retief y Gerrit Maritz. En 1870, la población blanca había alcanzado los dieciocho mil: quince mil colonos británicos y tres mil afrikaners.

La población blanca de Natal estaba envuelta y rodeada por un vasto y creciente número de africanos. La afluencia alcanzó proporciones de inundación durante una serie de disturbios en el reino zulú, donde Mpande continuó inscribiendo a jóvenes zulúes en regimientos por edad. Inicialmente logró restablecer la unidad del estado, pero en la década de 1850 se formaron facciones alrededor de dos de sus hijos, Cetshwayo y Mbuyazi, que eran rivales por la sucesión a la monarquía. En 1856, Cetshwayo derrotó a su rival en una batalla masiva en Ndondakusuka en el río Tugela, y miles de personas que habían pertenecido a la facción Mbuyazi huyeron a través del río hacia Natal. Para 1870, se estimó que la población africana de la colonia era quince veces más numerosa que la población blanca.

Frente al problema que había sido el enemigo de la república afrikaner, el gobierno colonial de Natal intentó colocar a los africanos en reservas (a las que llamó ubicaciones), dejando el resto de la colonia disponible para el asentamiento blanco. Para 1864, había cuarenta y dos ubicaciones, con un área de 2 millones de acres, y veintiuna reservas de misión, con 175,000 acres, de un área colonial total de 12.5 millones de acres. En términos de la ley colonial, el resto de la colonia era propiedad de los blancos o estaba en manos del gobierno como tierras de la Corona sin firmar. Sin embargo, al menos la mitad de la población africana no vivía en las reservas, sino en tierras de la Corona o en tierras propiedad de los blancos, a quienes pagaban una renta. Hasta la década de 1870, los terratenientes blancos ganaban más dinero con la “agricultura de kaffir” que con sus esfuerzos por producir productos agrícolas o pastorales para el mercado. El estado colonial también cobró ingresos sustanciales de los africanos en forma de impuestos directos y derechos de aduana sobre los productos importados que consumían.

El funcionario responsable del control de la población africana fue The-ophilus Shepstone. Criado en la región fronteriza oriental de Cape Colony como hijo de un misionero wesleyano, hablaba bien los idiomas nguni. Un paternalista convencido y hábil, improvisó un método de control africano similar al que los británicos aplicarían más tarde en el África tropical colonial y llamarían gobierno indirecto. La clave fue el uso de jefes africanos como funcionarios subordinados, responsabilizados, en última instancia, no ante su propio pueblo sino ante el gobierno colonial. Shepstone reconoció a los jefes existentes en las comunidades que habían sobrevivido a la agitación del Mfecane; en otros casos, nombró a hombres como jefes. También impuso un sistema legal dual: el derecho africano consuetudinario, tal como él lo codificó, prevaleció entre los africanos; pero la ley colonial holandesa romana, tomada de la colonia del Cabo, se aplicó entre los blancos y en las relaciones entre africanos y blancos.

Shepstone tenía la idea de "civilizar" a los africanos con un programa de educación occidental y desarrollo económico, pero las limitaciones financieras le impidieron llevarlo a cabo. Desde el principio, los altos funcionarios designados por el gobierno británico para administrar la colonia contaron con el apoyo de la población blanca, y la población blanca, en busca de seguridad y prosperidad en un entorno aislado y ajeno, se volvió inequívocamente racista. Los obstáculos a la empatía eran poderosos, porque los colonos ignoraban la historia, el idioma, las instituciones sociales y las normas morales de los africanos que los rodeaban; sin embargo, tomaron africanos a su servicio, solo para decepcionarse con su desempeño como trabajadores. Las impresiones dominantes que los colonos tenían de los africanos eran la conciencia de la diferencia, el miedo a los números y el disgusto por las deficiencias instrumentales. Consideraron que la cláusula no racial del acuerdo de anexión de 1843 era "completamente inaplicable", porque Natal era "un asentamiento blanco" y sus africanos eran "extranjeros".



En 1856, siguiendo el precedente de 1853 en la Colonia del Cabo, el gobierno británico proporcionó Natal con una constitución en virtud de la cual los funcionarios designados controlaban el ejecutivo, pero eran una minoría en la legislatura, donde la mayoría era elegida por la pequeña población blanca. No es sorprendente que los miembros electos usaran sus poderes para fomentar los intereses sectoriales de sus electores. Aprobaron leyes para garantizar que los africanos no adquirieran la franquicia y, alentados por una prensa enérgica, presionaron continuamente a los altos funcionarios tanto para garantizar que el número necesario de africanos resultara trabajar para los blancos como para bloquear la asignación de fondos. fondos públicos para los intereses africanos. En efecto, no se puso a disposición para ese propósito más dinero público que las cinco mil libras al año expresamente reservadas en la constitución, y a veces ni siquiera se gastó tanto en africanos, a pesar de que los africanos pagaban diez mil libras al año y más al tesoro colonial, en forma de un impuesto de siete chelines sobre cada uno de sus edificios domésticos o chozas.

En ausencia de apoyo estatal, los misioneros fueron los únicos blancos que intentaron ayudar a los africanos de Natal a adaptarse a la situación colonial. Como se ha mencionado, los misioneros se hicieron con el control de 175.000 acres de tierra en Natal. Los más efectivos fueron los miembros de la Junta Estadounidense de Comisionados para Misiones Extranjeras, que comenzaron a llegar en 1835. En 1851, la ABCFM tenía once estaciones y seis estaciones externas en Natal. Los africanos los recibieron con entusiasmo al principio, porque las guerras de Shakan habían trastornado su sociedad y desacreditado sus métodos para hacer frente a los desastres. Los misioneros abrieron escuelas primarias y dispensarios médicos; en algunos casos, mediaron en nombre de sus protegidos con las autoridades civiles. Incluso hicieron varios conversos, especialmente entre los miembros marginales de las comunidades africanas. Ese fue el comienzo de un proceso que estaba produciendo una nueva clase de africanos que adoptaron con entusiasmo las prácticas occidentales, tomando nombres en inglés, aprendiendo el idioma inglés, vistiendo ropa importada, comprando tierras a los colonos blancos y absorbiendo las ideas cristianas de justicia social y política. En la década de 1860, muchos africanos se habían convertido en campesinos bastante prósperos, produciendo maíz para exportar a Ciudad del Cabo o lana para el mercado local.

Mientras tanto, los colonos blancos no habían prosperado como agricultores y se quejaban de que el sistema de gestión africana de Shepstone les dificultaba obtener una oferta adecuada de mano de obra barata. Las necesidades laborales de un grupo de colonos blancos estaban especialmente mal atendidas: los terratenientes que estaban descubriendo que la zona costera subtropical era apta para la producción de azúcar pero que no podían atraer suficientes trabajadores africanos para hacer el arduo trabajo exigido, trabajo para el cual, a diferencia de la ganadería o la producción de cereales, los africanos no tenían experiencia previa. Primero, los plantadores trataron de persuadir al gobierno colonial de dividir las ubicaciones y "liberar" la mano de obra africana requerida. Cuando eso falló, recurrieron a la India británica, que ya estaba exportando mano de obra a Mauricio y las Indias Occidentales Británicas para remediar la escasez de mano de obra que siguió a la emancipación británica de los esclavos en 1833. Bajo las leyes y regulaciones de los gobiernos de India y Natal, los indios comenzaron para llegar a Natal en 1860. Fueron contratados para servir a los empleadores en las condiciones estipuladas durante cinco años. Al final de ese tiempo, eran libres de diversificarse por su cuenta y, después de otros cinco años, tenían derecho a un pasaje de regreso gratuito a la India oa una pequeña concesión de tierra en Natal. Dado que las leyes establecían que al menos veinticinco mujeres debían acompañar a cada cien hombres transportados a Natal, era inevitable que surgiera una población indígena permanente en la colonia.

Entre 1860 y 1866, seis mil indios llegaron a Natal desde Madrás y Calcuta. En términos de casta, idioma y religión, eran heterogéneos; aunque la mayoría eran hindúes de castas inferiores, algunos eran hindúes de castas superiores, el 12 por ciento eran musulmanes y el 5 por ciento eran cristianos. Cuando completaron sus cinco años de servicio por contrato, algunos permanecieron en las propiedades costeras como jornaleros; otros se convirtieron en trabajadores semicualificados: artesanos, cocineros, sirvientes, sastres o lavanderos; otros adquirieron pequeñas propiedades y cultivaron frutas y hortalizas para la venta en Durban o Pietermaritzburg; algunos se convirtieron en tenderos; y algunos se trasladaron a otras partes del sur de África. En 1870, cuando los primeros indios obtuvieron el derecho a un pasaje de regreso a la India, casi todos eligieron quedarse, un ejemplo que seguirían la mayoría de sus sucesores. Se había establecido una tercera comunidad importante en la colonia. El sistema continuó hasta 1911 y dio como resultado la creación de una población india considerable, que eventualmente superaría en número a los blancos en Natal.

Para 1870, había tres comunidades distintas en Natal, que se distinguían por su historia, cultura y riqueza y poder en la situación colonial. Los africanos, que suman más de un cuarto de millón, habían experimentado dos cambios drásticos en cincuenta años: el surgimiento del reino zulú, que había expulsado a la mayoría de ellos de Natal, y la creación de la colonia blanca, que les había dado cierta seguridad en una superficie limitada. Muchos africanos todavía tenían una autonomía parcial en los lugares, muchos otros eran arrendatarios laborales o pagadores de alquiler de propiedades blancas, algunos eran propietarios de tierras y otros eran trabajadores asalariados ocasionales. Todos estaban experimentando los efectos del poder y la influencia blancos, que limitaban la autoridad de los jefes, imponían impuestos, creaban nuevas necesidades materiales, erosionaban los valores consuetudinarios e insinuaban otras nuevas. Los blancos, recién llegados a Natal, eran unos dieciocho mil, poseían la mayor parte de la tierra, controlaban la rama legislativa del gobierno, ejercían una gran influencia sobre la rama ejecutiva e ignoraban firmemente el principio no racial establecido en la proclama de anexión. Los seis mil indios, aún más recién llegados, estaban empezando a aprovechar oportunidades que, aunque limitadas, eran mayores que las disponibles para la mayoría de la gente en la India.

martes, 23 de noviembre de 2021

Guerra anglo-boer: Generales británicos del conflicto

Increíbles imágenes de guerra de soldados de 1899, cuando la Segunda Guerra de los Bóers estaba en pleno apogeo


HISTORIA



Andrew Knighton || War History Online

“Los bóers no son como los sudaneses, que se enfrentaron a una pelea justa. Siempre están huyendo en sus pequeños ponis ".

- General Kitchener, 1900

La Segunda Guerra de los Bóers (1899-1902) fue una campaña agotadora que los británicos ganaron a pesar de sus comandantes más que por ellos. Los comandantes británicos fueron, en general, de mala calidad en la guerra. Frente a los guerrilleros bóers que libraban una cuidadosa y tenaz campaña por la libertad de Gran Bretaña, las fuerzas del imperio habrían luchado al principio incluso con oficiales capaces y con visión de futuro. hombres sus vidas y probablemente prolongó la guerra.

1. General Sir Redvers "Reverse" Buller

Una vez que fue un excelente mayor, el general Buller había sido ascendido más allá de sus capacidades. También había estado alejado de la acción, no habiendo comandado tropas entre 1887 y 1899. Fue puesto a cargo de la fuerza expedicionaria británica para sofocar a los bóers.

Con poca comprensión de su misión, Buller no pudo dirigir a los oficiales debajo de él, ni siquiera promovió al terrible General Warren. La ruina de Buller se produjo en diciembre de 1899 en la batalla de Colenso. Allí no pudo identificar dónde estaban las tropas bóer, a pesar de arrojar proyectiles de artillería contra las laderas para tratar de expulsarlos. Sus columnas que avanzaban fueron devastadas por los fusileros bóer dispersos. En esta acción se abandonaron algunos cañones de campaña.


General Sir Redvers "Reverse" Buller

Obsesionado con recuperar un conjunto de armas de campaña, Buller perdió la noción del panorama general. Para cuando cedió y se retiró a las once de la mañana, había perdido 1.139 hombres, en comparación con alrededor de 40 bajas en el lado bóer.

Sus reveses le valieron al general el apodo de "Buller inverso" entre sus hombres.

2. General William "Backacher" Gatacre


General William "Backacher" Gatacre

Portador de otro apodo desafortunado, era el general Gatacre. Sus infelices tropas lo llamaban "Backacher".

El desastre más notable de Gatacre fue cuando intentó lanzar una redada sorpresa para apoderarse del cruce ferroviario de Stormberg. Tomando a 2.700 hombres en una dura marcha nocturna, no pudo traer al único hombre que conocía el terreno, lo que llevó a sus tropas a perderse irremediablemente.

Al amanecer, los soldados bóer se encontraron mirando desde un escarpado acantilado a los británicos perdidos que se encontraban debajo. Abrieron fuego, y los soldados británicos lo suficientemente valientes como para intentar escalar la pared rocosa pronto lo encontraron imposible. Mientras sus hombres huían, Gatacre ordenó una retirada que descendió al caos. 600 hombres se quedaron atrás, sin haber recibido la orden de retroceso. Rodeados por los bóers, estos hombres se rindieron, mientras Gatacre corría a lamerse las heridas.

3. General Lord Methuen

Al acercarse a una colina cerca de Magersfontein, Lord Methuen concluyó que estaba defendida por los bóers y tomó la sensata decisión de bombardearla antes de avanzar. Desafortunadamente, no pudo averiguar dónde estaban los bóers antes de poner su artillería en acción. Una lluvia de proyectiles cayó sobre la cima de la colina mientras los bóers estaban sentados a salvo, excavados en trincheras en la parte inferior.

Creyendo que había sacudido a los defensores, Methuen ordenó un avance de la Guardia Negra a través de una noche sin luna de lluvia torrencial. Cuando amaneció, los empapados escoceses se encontraron marchando en formación cerrada hacia la base de la colina. A 400 metros de distancia, los bóers abrieron fuego.

La mayoría de los montañeses saltaron en busca de la cobertura inadecuada de arbustos y hormigueros. El calor del sol africano y las picaduras de insectos aumentaron su miseria mientras yacían atrapados. Cuando la Infantería Ligera entró en pánico y corrió, muchos de ellos fueron derribados por la espalda.

De los 3.500 hombres que avanzaron, 902 resultaron muertos o heridos.

4. General Sir Charles Warren


General Sir Charles Warren.

Después de Colenso, Buller fue reforzado por tropas al mando del general Warren, que había pasado el año anterior jubilado. Mientras cruzaba el Tugela, Warren pasó tanto tiempo supervisando el cruce de su propio equipaje que los 600 defensores bóers crecieron hasta diez veces ese número.

Buller nombró a Warren comandante en la Batalla de Spion Kop. Ni Buller ni Warren ordenaron un reconocimiento adecuado de la colina que planeaban atacar. Con poco propósito, plan o información, Warren ordenó al general Woodgate, un hombre que incluso Buller consideraba estúpido, que liderara un avance. No le dio a Woodgate ni ametralladoras ni un equipo de telégrafos para mantenerse en contacto.

Mal equipados y mal informados, Woodgate y sus hombres se abrieron paso hasta lo que pensaban que era la cima de la colina, pero en realidad era una meseta a mitad de camino. Los bóers tomaron las crestas y lanzaron una lluvia de muerte desde tres lados sobre los británicos, que ni siquiera pudieron excavar en el suelo rocoso.

Pasaron nueve horas antes de que Warren pensara en enviar refuerzos, momento en el que Woodgate estaba muerto y sus hombres en retirada. Cuando un corresponsal de guerra llamado Winston Churchill instó a Warren a actuar más temprano ese día, Warren ordenó que lo arrestaran en un ataque de rabia.

5. Coronel Charles Long


Las fallas de Buller en Colenso se vieron agravadas por sus subordinados debajo de él, incluido el coronel Long.

Long era un oficial de la vieja escuela que creía que “la única forma de aplastar a esos mendigos es apresurarse hacia ellos”. Con la orden de mantener la artillería de su caballo al menos a dos millas y media de distancia, Long les ordenó que galoparan hacia adelante, dejando atrás a la infantería destinada a protegerlos. A mil metros del río Tugela, Long colocó sus armas en lo que consideró una línea recta agradable y comenzó a disparar contra los bóers al otro lado del río.

Tan cerca, los hombres de Long estaban indefensos frente a mil rifles Boer. Después de una hora de disparos, sin municiones y sin un lugar donde esconderse, se vieron obligados a retirarse, dejando atrás las armas, que luego fueron utilizadas por los bóers contra los británicos.

6. General de División Hart

Para no quedarse atrás, otro de los oficiales de Colenso, el general de división Hart, ordenó a sus hombres que avanzaran hacia el enemigo en orden cerrado a plena luz del día. Incapaz de cruzar el Tugela hinchado, siguió avanzando a pesar de las advertencias de otros oficiales de los bóers a lo largo de la orilla opuesta. Rodeados por tres lados por los bóers, los británicos fueron objeto de un fuego mortal. Mientras sus oficiales intentaban mover a sus hombres a formaciones abiertas, y así reducir sus pérdidas, Hart ordenó que volvieran a estar en orden y, como resultado, los bóers pudieron eliminar a muchos soldados británicos con sus rifles.

De las 1.139 bajas británicas en Colenso, 532, casi la mitad, eran de la brigada de Hart.

La Guerra de los Bóers se convirtió en un sangriento conflicto. Si el ejército británico hubiera estado debidamente liderado, habría sido más corto y mucho menos sangriento.

lunes, 22 de noviembre de 2021

Cruzadas: La caída de Acre en 1291

El reino cae

Weapons and Warfare




Asedio de Acre 1291 - Guillaume de Clermont Defiende a Ptolemais de la invasión sarracena. La caída de Acre marcó el final de las cruzadas de Jerusalén. Posteriormente, no se planteó una cruzada eficaz para reconquistar Tierra Santa, aunque era bastante común hablar de más cruzadas. Hacia 1291, otros ideales habían capturado el interés y el entusiasmo de los monarcas y la nobleza de Europa e incluso los arduos esfuerzos papales para levantar expediciones para retomar Tierra Santa encontraron poca respuesta.

Cuando el rey Luis IX abandonó Acre en 1254, el reino de Jerusalén estaba, a todos los efectos prácticos, sin líderes. En ese año, el rey ausente Conrado II (Conrado IV de Alemania, 1250-54), hijo del emperador Federico II e Isabel de Brienne, había sido sucedido por su hijo Conrado III de dos años (1254-68).

Los mongoles eran ahora la fuerza dominante en la región y la amenaza de los mongoles creó un breve período en el que los estados cruzados disfrutaron de una paz relativa con sus vecinos. Lamentablemente, la situación política interna les impidió aprovechar esto para fortalecer su posición. La ausencia de autoridad real y la relativa libertad de amenazas externas permitió a las diversas facciones dentro del reino dar rienda suelta a sus agravios.

Estos incluían a los venecianos y genoveses, que competían por el dominio en el Mediterráneo oriental. Más paralizante, sin embargo, fue la contienda por el control de la regencia de Conrad II entre dos facciones de la familia Ibelin. Sus maquinaciones finalmente llevaron a un estado de cosas en el que un niño, el rey Hugo II de Chipre, se convirtió en regente de otro, Conrado III. La madre de Hugh, Plaisance, actuó como regente del regente. Claramente, en estos años, la sede del poder real en el reino cruzado ya no estaba en el continente, sino en Chipre.

Los cinco años transcurridos entre 1265 y 1270 fueron testigos de graves pérdidas por parte de los estados cruzados a manos del sultán mameluco Baibars. En Occidente, sin embargo, la atención se centró en asuntos internos, especialmente la lucha entre los Hohenstaufens y Carlos de Anjou. En el período crítico de la expansión mameluca, por lo tanto, los estados cruzados carecían de las nuevas inyecciones de mano de obra y dinero occidentales de las que dependían. El conflicto interno en los estados cruzados se debió en parte, o tal vez incluso en su mayor parte, a la incapacidad de las distintas facciones para encontrar seguridad en una situación de deterioro.

A mediados de la década de 1260 surgió otra disputa sobre la regencia de Hugo II de Chipre entre Hugo de Brienne y Hugo de Antioch-Lusignan. Los barones francos favorecieron a Antioch-Lusignan, uno de los hombres más poderosos de Chipre. Ya miraban a Chipre como la fuente más probable de su seguridad futura.


Mapa de Acre en 1291

Esta fue la situación cuando, en 1265, Baibars lanzó una ofensiva contra los territorios cruzados del interior. Uno a uno cayeron los castillos y las ciudades, incluidos Cesarea, Haifa, Toron, Arsuf y, en julio de 1266, la gran fortaleza templaria de Safad, la clave para controlar las tierras alrededor de Acre. Ese mismo año, un segundo ejército egipcio devastó la Armenia de Cilicia. En 1268, Baibars se trasladó nuevamente al norte desde Egipto, tomando Jaffa y el castillo de Beaufort. Pasó por alto Tiro, que estaba bien fortificado, y el 14 de mayo sitió Antioquía. La ciudad cayó el 18 de mayo y fue saqueada.

Antioquía, que había estado en manos cristianas desde 1098, era uno de los principales centros de la cristiandad y su pérdida fue un desastre para el cristianismo, eliminando una base clave de apoyo para los armenios y un aliado de los enemigos musulmanes de Baibars en el norte. La pérdida alertó a Occidente del peligro que enfrentaban los estados cruzados. En Francia, el rey Luis IX ya había vuelto a tomar la cruz. Lord Edward de Inglaterra, el futuro rey Eduardo I, se preparó para unirse a él.

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Mientras los costos de las Cruzadas fueron asumidos por los cruzados y sus familias, fueron pocos los que se opusieron a los repetidos esfuerzos para liberar y preservar Tierra Santa. Pero cuando los reyes comenzaron a liderar, el gasto de la cruzada pronto se impuso a todos, incluidos el clero y las órdenes religiosas, en forma de impuestos de cruzados. Las quejas comenzaron de inmediato. Las quejas se hicieron cada vez más fuertes cuando comenzaron las "cruzadas" sangrientas contra los "herejes" en Europa: miles de cátaros, valdenses, beghards y beguinas fueron condenados por la Iglesia y asesinados en batalla o perseguidos y masacrados. En medio de todo esto, finalmente prevaleció una versión medieval de un movimiento contra la guerra; después de dos siglos de apoyo, los reinos de Tierra Santa fueron abandonados.

En febrero de 1289, Saif al-Din Qalawun (o Kalavun), el sultán mameluco de Egipto, marchó con un enorme ejército hacia el norte y sitió Trípoli, uno de los cinco puertos cruzados que quedaban en Tierra Santa. Cuando los templarios advirtieron que iban a llegar los egipcios, al principio nadie en Trípoli lo creyó. Y, confiando en la inmensa fuerza de sus fortificaciones, no hicieron ningún preparativo especial hasta que el enemigo estaba literalmente a las puertas. Para su sorpresa, el ejército musulmán no solo era mucho más numeroso de lo que nadie en Trípoli había creído posible; esta fuerza musulmana trajo inmensas máquinas de asedio capaces de romper los muros de la ciudad. A medida que se produjo el bombardeo, los miembros de la comunidad de comerciantes venecianos dentro de Trípoli decidieron que la ciudad no podía ser retenida y zarparon con sus posesiones más preciadas. Esto alarmó a los comerciantes genoveses, por lo que ellos también subieron a bordo de sus barcos y se fueron. Esto puso a la ciudad en desorden justo cuando los musulmanes lanzaron un asalto general a las brechas en las murallas. Cuando hordas de soldados egipcios irrumpieron en la ciudad, algunos cristianos pudieron huir a los últimos barcos en el puerto. En cuanto al resto, los hombres fueron masacrados y las mujeres y los niños fueron llevados a los mercados de esclavos. Luego, "Qalawun hizo arrasar la ciudad hasta los cimientos, no fuera que los francos, con su dominio del mar, intentaran recuperarla". También fundó la nueva Trípoli unas pocas millas tierra adentro, donde no se podía llegar por mar.

Eso dejó Acre, Tiro, Beirut y Haifa.

En su lecho de muerte, Qalawun hizo que su hijo y heredero, al-Ashraf, jurara que conquistaría Acre. Así que en abril de 1291, al-Ashraf llegó a Acre con un ejército aún mayor que el que su padre había marchado a Trípoli y con máquinas de asedio aún más poderosas. Los defensores lucharon con valentía y gran habilidad; varias veces salieron por las puertas y atacaron el campamento musulmán. Pero mientras tanto sus fortificaciones fueron reducidas a escombros por las enormes piedras arrojadas por las máquinas de asedio, aunque continuaron llegando suministros por mar desde Chipre y algunos civiles fueron evacuados en los viajes de regreso. En mayo, un mes después de que comenzara el asedio, llegaron desde Chipre refuerzos compuestos por cien caballeros montados y dos mil infantes. Pero eran muy pocos.

Pronto la batalla se libraba en las calles, y muchos civiles se apiñaban a bordo de los botes de remos para llegar a las galeras en el puerto. Pero la mayoría de la gente no pudo irse, y “entonces los soldados musulmanes penetraron a través de la ciudad, matando a todos, ancianos, mujeres y niños por igual”. Para el 8 de mayo, todo Acre estaba en manos musulmanas, excepto el castillo de los Templarios, que se adentraba en el mar. Los barcos de Chipre continuaron subiendo a los refugiados del castillo mientras los Templarios, junto con otros guerreros supervivientes, sostenían las murallas. En este punto, al-Ashraf ofreció condiciones favorables de rendición, los templarios aceptaron y se admitió a un contingente de mamelucos para supervisar la entrega. Desafortunadamente, se salieron de control. Como admitió el cronista musulmán Abu’l-Mahasin, el contingente mameluco "comenzó a saquear y a poner manos a la obra sobre mujeres y niños". Furiosos, los Templarios los mataron a todos y se prepararon para seguir luchando. Al día siguiente, plenamente consciente de lo que había salido mal, al-Ashraf volvió a ofrecer las mismas condiciones favorables. El comandante de los Templarios y algunos compañeros aceptaron un salvoconducto para concertar la rendición, pero cuando llegaron a la tienda del sultán fueron apresados ​​y decapitados. Al ver eso desde las paredes, los templarios restantes decidieron luchar hasta la muerte. Y lo hicieron.

Menos de un mes después, este enorme ejército musulmán llegó a Tiro. La guarnición era demasiado pequeña para intentar una defensa y navegó a Chipre sin luchar. A continuación, los musulmanes marcharon a Beirut. También aquí la resistencia estaba más allá de los medios de la guarnición, y ellos también navegaron hacia Chipre. Haifa también cayó sin oposición; los monjes del Monte Carmelo fueron masacrados y sus monasterios quemados. El último enclave cristiano era ahora la isla fortaleza de los templarios de Ruad, a dos millas de la costa. Los Templarios resistieron allí hasta 1303, y se fueron solo debido a la supresión de su orden por parte del rey de Francia y el Papa. Después de la caída de Acre, los hospitalarios se reunieron en Chipre y luego, en 1310, tomaron la isla de Rodas a los bizantinos. Allí construyeron una armada superior y desempeñaron un papel importante en la defensa de la navegación occidental en el Este.

Y así terminó. Debe tenerse en cuenta que los reinos habían sobrevivido, al menos a lo largo de la costa, durante casi tanto tiempo como Estados Unidos ha sido una nación.

domingo, 21 de noviembre de 2021

SGM: Identifican a marinero del HMAS Sydney hundido por el Kormoran

Australia identifica al legendario «soldado desconocido» de la II Guerra Mundial


Imagen coloreada del joven marinero australiano Thomas Welsby Clark.

Los restos pertenecen al marinero Thomas Welsby Clark, un joven de la ciudad australiana de Brisbane que se cree que fue el único tripulante que logró escapar del hundimiento del barco HMAS Sydney en un combate con los alemanes en 1941


Australia ha identificado a un legendario «soldado desconocido», el único cuerpo que se recuperó tras el hundimiento del barco HMAS Sydney en un combate con los alemanes en 1941 frente a las costas occidentales del país durante la Segunda Guerra Mundial, informaron este viernes fuentes oficiales. Los análisis de ADN confirmaron que los restos pertenecen al marinero Thomas Welsby Clark, un joven de la ciudad australiana de Brisbane que se cree fue el único tripulante que logró escapar en una balsa salvavidas del naufragio hace 80 años, según un comunicado de la Armada de Australia.

Los restos del marinero, quién tras lograr montar en la balsa pereció en alta mar, fueron hallados hace casi tres meses en la isla Christmas, cerca de Indonesia y a miles de kilómetros del lugar de la tragedia. La identificación de los restos de Clark, muerto a los 21 años de edad, se realizó a partir del análisis de las muestras genéticas tomadas en el 2006, las cuales permitieron relacionarlos tras 15 años de investigaciones con dos familiares directos que sobrevivieron al heroico marinero.

La académica retirada Leigh Lehane expresó su tristeza al saber que su tío Tom -quien llegó a conocerla cuando era una recién nacida durante su última visita a Brisbane- era el famoso soldado desconocido del HMAS Sydney, aunque también agradeció que se «establezca la verdad sobre su identidad».

Por su lado, el ministro australiano de Asuntos de los Veteranos y del Personal de Defensa, Andrew Gee, destacó que se trata de un momento histórico para su país, informa Efe. «El que finalmente podamos conocer el nombre de Tom, su rango, su número de servicio y su ciudad natal, ochenta años después de que desapareciera, es realmente notable», comentó el ministro en el comunicado en el que le rindió tributo a él y los marineros que «murieron defendiendo a Australia, sus valores y su forma de vida».

El buque australiano HMAS Sydney se hundió el 19 de noviembre de 1941 tras un intenso combate con el mercante alemán encubierto HSK Kormoran, a unos 222 kilómetros al oeste de la localidad de Steep Point, en el estado de Australia Occidental. «De la dotación total de Sydney, de 645 hombres, no sobrevivió ninguno», explicó en el comunicado el vicealmirante Mike Noonan, Jefe de la Armada australiana.