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sábado, 11 de enero de 2014

Argentina: Parish y Rosas

Rosas y uno 
Por Rolando Hanglin | Para LA NACION 

Esta columna no debería pertenecer a la serie de los "pensamientos" sino, más bien, a la de las "confesiones". Cuando uno llega a cierta edad, tiende a decir su verdad profunda, por lo menos hasta donde la conoce, ya sin ánimo de impresionar a nadie. Es hora de mostrarse. 

Fui educado en la línea "San Martín-Rosas-Perón". Mi madre, la profesora de Historia Salomé Unia, contaba los acontecimientos argentinos desde 1810 como una atrayente novela, y en esa trama había tres héroes, todos generales del Ejército: San Martín, Rosas y Perón. Mi padre Roddy (más completo: Rowland Ruddock Hanglin) era anglo-argentino. Para algunos sonará raro, pero mi padre fue fervoroso peronista y, con el correr de los años, se hizo partidario de Arturo Frondizi. 

Estas son las ideas que uno ha mamado y que forman el pavimento de su propia mentalidad. Por aquel entonces, Rosas era sinónimo de anti-británico, y conviene recordar que, hasta los años 30-40, toda la política argentina estaba marcada por dicho tema. Desde 1770 en adelante, los ingleses tuvieron una intervención muy intensa en Argentina, Chile, Uruguay y Brasil. No hablemos ya de la India, Pakistan, Africa. El "anticolonialismo" fue una bandera de las naciones postergadas, en la primera mitad del Siglo XX. Después de la caída de Perón, en 1955, empezó a hablarse del imperialismo yanqui. Ya Perón había construido su gran movimiento social demonizando al influyente embajador americano en Buenos Aires, Mr. Spruille Braden. El slogan victorioso fue "Braden o Perón", y con esa consigna el coronel venció a todos los partidos políticos sumados, desde el conservador hasta el comunista. A partir de los años 60, en Argentina se entendió que el Reino Unido había pasado a la historia, y que el presente estaba dividido en dos mitades: el área USA y el dominio URSS. 

Por eso, los militares argentinos creyeron que "el viejo león apolillado" no reaccionaría si le quitábamos las Malvinas de un manotazo, y lo intentaron. Lo que siguió fue una cruel lección sobre las realidades de la vida. 

De todos modos: cuando yo tenía diez años (hace 55) todavía se juzgaba a Rosas como antibritánico, a primera vista, y la vuelta de Obligado se veía como una batalla heroica contra la prepotencia de Londres. 

Con los anglo-argentinos ocurre algo raro. Somos muchísimos, y muy variados: los chacareros de origen irlandés, los galeses de la Patagonia desde Arnold hasta Johnston, los escoceses de la Provincia de Buenos Aires, los ingleses que se adueñaron del comercio de la Capital a partir de 1806. Los de Temperley, los de Hurlingham, los de Belgrano, los de Luján, los de Lomas, los de Río Gallegos, los de Rawson, etc. Pero los intelectuales o dirigentes que se han hecho notar pertenecen a la izquierda, al nacionalismo, al peronismo o a la poesía independiente. Digamos: no tienen nada de probritánicos. Podemos contar a John William Cooke, William Patrick Kelly, Mario "Pacho" O´Donnell, Rodolfo J. Walsh, Rodolfo Fogwill, María Elena Walsh, y hasta Peter Campbell ("Peidro Canbél") que llegó con las invasiones inglesas y se quedó a vivir en las pampas, convirtiéndose en un gaucho colorado de bota de potro, coleta y dos aritos. Porque, señores, los gauchos usaban arito. No uno, sino dos. Casi estamos tentados de mencionar a Guillermo Brown y a Raúl Alfonsín Foulkes. La historia de nuestro país está llena de ingleses y anglos. Sin embargo, casi ninguno de ellos fue "pro-británico", en sus ideas y proclamas. Más bien, lo contrario. 

Cuando cursé mi secundario en el Colegio Nacional de Buenos Aires, los grandes referentes eran Domingo Faustino Sarmiento, Amadeo Jacques, Florencio Varela, Salvador María del Carril, Bernardino Rivadavia, Mariano Moreno, Manuel Belgrano. Todos liberales europeístas. Me sentía un poco incómodo frente a mi condiscípulo de primer año, "Charly" Ortiz de Rosas, rubio y de ojos celestes como el Restaurador. Rosas estaba descripto, en la historia oficial de aquellos días, como un Monstruo en su Orgía de Sangre. 

Cabe acotar que, en estas circunstancias, uno comprende que la línea San Martín-Rosas-Perón no existe como continuidad de personas afines, ni tampoco la línea Mayo-Caseros (1810-1852) sino que todo está mezclado, de manera que no es posible formar una guerra entre Buenos y Malos. 

El lector de temas históricos siente el impulso de investigar. Conocer, descubrir, entender. Naturalmente, es imposible investigar si uno tiene resuelta la sentencia desde el comienzo. Si ya conocés el resultado: ¿Para qué averiguar más? 

Yo también tuve 20 años. En aquella época, creía que lo mejor que podía pasarle a nuestro país era elegir presidente a don Arturo Jauretche. Fundador de FORJA, crítico de los alvearistas y rebelde ante los chupamedias de Perón, fue eyectado del peronismo en 1950. Permaneció como referente de los revisionistas y los nacional-populares con arraigo en la provincia de Buenos Aires, el territorio propio de Rosas. Más adelante, lo substituyó en la moda intelectual don Jorge Abelardo Ramos, un gran escritor de temas históricos y políticos. Y hoy parece estar de actualidad (otra vez) el Sr. Jauretche, mi favorito de los 20 años, cuando no había elecciones en nuestro país. Jauretche nunca tuvo la menor chance de subir al poder. No anduvo ni cerca. 

Cuando uno se encuentra con las cosas raras de la vida y la historia, entiende que debe empezar a estudiar. Porque todo, absolutamente todo, está en los libros. Y nada, absolutamente nada, hay en los foros de internet, más que insultos, exclamaciones, orgasmos de 4 letras y frases sueltas. 

Buscando, buscando, buscando, me encontré con el libro del señor Raed. 

¿ROSAS, CONDECORANDO AL EMBAJADOR INGLES? 

En mi adolescencia, lo normal era atribuirle al brigadier general Juan Manuel de Rosas la condición de caudillo bonaerense, jefe de los estancieros y dictador absoluto de la Nación, con el rótulo formal de gobernador de Buenos Aires, entre los años 1830 y 1852. Nos enseñaron que fue derrocado por Justo José de Urquiza en la batalla de Caseros, que luego se exilió en Inglaterra, y punto. Fue un nacionalista cabal, católico, patriota, duro con los indios y -sobre todo- enemigo de los ingleses. Hoy día lo reivindican todos los nacionalistas, de izquierda y de derecha. 

Al cabo de los años, uno se encuentra con el libro de José Raed: "Rosas y el cónsul general Inglés, las condecoraciones". ¿Qué condecoraciones? ¿Para los piratas que nos robaron las Malvinas? 

Mr. Parish

Y bien: hubo condecoraciones, no una sino tres. 

El condecorado fue Mr. Woodbine Parish, nacido en Londres el 14 de septiembre de 1786, hijo de Mr. Woodbine Parish y de Mrs. Elizabeth Headley. Este hombre perteneció al servicio exterior británico, revistando en Paris, Sicilia y Nápoles. Colaboró también con Mr. Thomas Maitland, quien -para los lectores que hemos seguido las publicaciones de Rodolfo Terragno y Juan Baustista Sejean- ostenta un nombre familiar, ya que presentó a la Corona Británica un plan estratégico destinado a conquistar Buenos Aires, luego Santiago de Chile, invadiendo después Lima por el Pacífico, y así arrebatar a los españoles el corazón monárquico de Hispanoamérica. ¡Exactamente lo que hizo San Martín! Ya estaba escrito y planeado por los ingleses antes del año 1800. 

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Toda nuestra historia huele a tweed, a puerto, a cuero, a foot-ball, a scotch-whisky. 

Seguramente, Mr. Parish prestó servicios discretos pero importantes a la Confederación Argentina que conducía Rosas. Estoy seguro de que el Restaurador no les regaló nada a los ingleses, y también estoy seguro de que lo recibieron con toda cordialidad en Southampton, porque el amor con amor se paga. Más que eso, no sé. 

Existen otros vasos comunicantes entre San Martín y Rosas. El Libertador mantuvo una cálida correspondencia con el Restaurador de las Leyes (es decir, el hombre del Orden) y le legó su famoso sable corvo, hoy custodiado por los Granaderos. En todos estos vasos intervienen los ingleses. 

El Sr. Woodbine Parish, cónsul general del Reino Británico en el Río de la Plata, recibió de Rosas, a través de su canciller don Felipe Arana: la condición de ciudadano honorario de la Confederación Argentina, el título de coronel de Caballería de la misma y el derecho a utilizar la bandera argentina, sus colores y escarapelas, en el escudo de armas de su familia. 

Todo esto: ¿A cambio de qué favores? 

Repito, no sabemos. Pero, Inglaterra nos había arrebatado las Islas Malvinas en una operación pirata, que aún pervive y, tal como van las cosas, puede durar un par de siglos más. Por otra parte, si los porteños no nos hicimos problemas al perder el Uruguay, el Paraguay, el Alto Perú, y hoy discutimos al general Roca porque cometió el atropello de salvar la Patagonia para nosotros... ¿Estamos tan dolidos por la pérdida de las Malvinas, cuando sólo hemos retenido el 40 por ciento del Virreinato del Río de la Plata? ¿O fingimos un patriotismo ensangrentado cuando las grandes derrotas nos resbalaron sobre la piel? ¿Somos patriotas o bufones? Y no se trata de que esos territorios fueran "propiedad" de Buenos Aires, sino de la integridad de una gran nación hispana-sudamericana equivalente al Brasil, cuya capital podía estar en Montevideo, La Paz o Río Cuarto. 

Rosas, después de la gesta de Obligado y los enfrentamientos con Francia e Inglaterra, fue derrocado por los unitarios y sus amigos (liberales europeístas) en 1852. Como él mismo lo testimonia, tenía todo organizado para subir -si Caseros resultaba adverso- a una chalupa inglesa y abandonar Buenos Aires, con destino a Londres. Con la ayuda del cónsul británico, Mr. William Gore, así lo hizo con sus 17 cajones de archivo y sus enormes baúles. En Inglaterra fue recibido con honores (una salva de 21 cañonazos en el puerto de Southampton, para escándalo de "The Times", que censuró a las numerosas personalidades de la nobleza y el funcionariado que acudieron a estrechar la mano del general Rosas, una mano "manchada de sangre") y luego administró su propia chacra inglesa durante 25 años. Había gobernado la provincia con mano de hierro, por 20 años. Manejó su "farm", cerca de Southampton, hasta su muerte, antes de cumplir 84. 

Su último amigo, en aquellos tristes años de exilio, fue el Sr. Justo José de Urquiza. El mismo que lo había depuesto, y que lamentó en sus cartas el "maldito día" en que se le ocurrió voltear a don Juan Manuel. 

PROGRAMA DE ESTUDIOS 

Estas noticias concernientes al Sr. Parish nos dejan estupefactos. Porque, además, los sobrinos del cónsul, señores John y William Parish Robertson, vivieron en estas tierras desde 1806 hasta 1830, y presenciaron toda la época de Rosas. Más aún: el señor Parish Robertson fue testigo privilegiado de la batalla de San Lorenzo (única librada por San Martín en nuestro territorio) y terminó comprando un campo en esa localidad, que finalmente... vendió a ¡los socios de Rosas, la familia Terrero! 

Dice, en su libro sobre Rosas-Parish, el Sr. Raed: "El obsequio efectuado por Rosas es de una gravedad sin precedentes que ningún otro gobernante, por obsecuente que fuera con alguna potencia extranjera, llegó a hacer como expresión de servilismo... 

Rosas estuvo íntimamente ligado a los intereses ingleses, mercantiles y comerciales, representando los objetivos de su clase, ganadera y terrateniente de la provincia de Buenos Aires, a veces coincidiendo con el Litoral...Las fuerzas de la revolución necesitaban imperiosamente el apoyo internacional de Inglaterra. Pero eso no significaba ponerse de rodillas". 

Agregamos algunos detalles: Rosas no participó de la revolución de mayo. Su ídolo y protector personal fue el virrey Santiago de Liniers, un monárquico francés, partidario del Ancien Régime, fusilado por orden de Moreno y/o Monteagudo. Juan Manuel se arrimó a Buenos Aires hacia 1820, para restaurar el orden, la ley, el respeto por la propiedad, la religión y la familia. 

En otras palabras: fue un caudillo español, precursor de Francisco Franco y del General Perón, que también fueron admiradores de Mussolini. 

¿Hay que enojarse? No, hay que estudiar un poco más. 

Si el lector encuentra que nuestra historia, según estas breves líneas que escribe un simple periodista, historiador aficionado si se quiere, está llena de paradojas, hasta el punto de que todo parece una cadena de mentiras e imposturas...le recuerdo que la Revolución Libertadora de 1955, como primera medida, prohibió que se pronunciara el nombre de Juan Perón. No sus ideas, no su historia, no su movimiento. No: su nombre. Surgieron así mil maneras de nombrarlo: "el tirano prófugo, el dictador depuesto, el canalla, el líder, el que te dije, el macho, el jefe, Pocho". 

En fin. Si esto es una revolución "libertadora", yo soy el Papa de Roma.

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