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jueves, 24 de abril de 2014

La noche de los jóvenes terroristas, otra vez

La otra parte de la verdad de la noche de los lápices
Por Nicolás Márquez

Durante los años 80´, al igual que en la actualidad, la abominable gestión alfonsinista estuvo intoxicada de una deletérea promoción o subvención estatal de “arte” setentista, así como también de una publicidad vengativa del mismo corte ideológico. La propaganda del régimen y su filosofía armonizaban a la perfección (hasta el más inocente spot televisivo portaba ideologismos recalcitrantes), y el plano cinematográfico aprovechó el “boom cultural” de la época, en donde los filmes se sucedían con las acentuadas tendencias indicadas. Pero si de películas emblemáticas se trata, va de suyo que la película por excelencia ha sido “La Noche de los Lápices”.

El promocionado filme contaba la historia (se supone que verídica) de un grupo de simpáticos jovenzuelos que bregaban por una inocente y enternecedora rebaja en el boleto estudiantil y sus picardías más atrevidas eran cantar canciones de Sui Géneris y soñar con un mundo más justo, igualitario, solidario, etc. Luego, unos militares feos y malos se enojaron porque sí, los maltrataron por “pensar distinto”, los ultrajaron por “tener un corazón altruista”, encarcelaron por “tener sensibilidad social” y los mataron por placer; punto.

La película tiene como basamento el libro “La Noche de los Lápices” escrito por M. Seoane y H. R. Núñez que a su vez se basa en el relato de Pablo Díaz, quien presumía ser el único sobreviviente de un grupo de 6 estudiantes.

El libro citado fue terminado el 07 de junio de 1986, 9 años y 10 meses después de los presuntos hechos. Lo allí narrado fue la base que se tomó para producir la difundidísima película homónima.

El staff del film estaba conformado por varios actores que luego integraron el elenco del culebrón vespertino “Clave de Sol”. Como no somos críticos de cine (no por eso dejamos de tener buen gusto a la hora de elegir una película), no analizaremos la calidad del mismo ni nos interesa, simplemente cometeremos la riesgosísima osadía de dudar o relativizar la veracidad de la versión dada, atendiendo (entre otras cosas) al lastimoso perfil del personaje central del filme en la vida real, Pablo Díaz.

En efecto, al parecer ni Pablo Díaz era un ingenuo muchacho de barrio, ni fue el único sobreviviente, ni tampoco luchaban por el boleto estudiantil (esto era una pantalla), sino para llevar adelante la revolución bolchevique.

Finalizando los años ochenta, siendo ya no tan joven e irreflexivo, Pablo Alejandro Díaz hizo conocer su filiación al grupo terrorista MTP (Movimiento Todos por la Patria), prolongación del ERP comandado por Enrique Gorriarán Merlo, que en 1989 asesinara a diez soldados e hiriera y mutilara a otros sesenta durante el ataque terrorista al Regimiento 3 de Infantería Mecanizado, “General Belgrano”, en La Tablada.

Pero esta militancia en grupos extremistas no es una actitud novedosa en Díaz, ya que en sus años mozos (cuando protagonizó los hechos que le dieron cárcel primero y celebridad después), “él ya militaba en el “Frente Estudiantil” de la subversión de la JG (Juventud Guevarista), rama que englobaba activistas del PRT-ERP inscriptos en institutos educacionales, de donde se extrajeron primordialmente renovadas camadas terroristas. Fue en esa militancia castro-guevarista (es decir marxista-leninista) nunca desmentida y ahora reafirmada por el propio interesado, que el casi veinteañero Díaz (un poco grande para estudiante secundario) resultó detenido entre 1976 y 1980”.

A pesar de que la película de marras presenta a Díaz y sus camaradas como idealistas inofensivos, el prontuario real del protagonista parece desmentir la estereotipada versión que se quiso vender (y con mucho éxito) de los episodios pasados. La película no podría haber sido más ideologizada, ya que un militante confeso de grupos extremistas es presentado como un inofensivo “pícaro y bonachón” peticionante de rebajas de boletos estudiantiles. Esta versión fílmica no deja de ser coherente y concordante con las calificaciones que hace la propaganda oficial en el libro “Nunca Más” acerca de la muchachada de la época; el best seller califica a esta camada como “jóvenes idealistas” o “adolescentes sensibles”.

En aquella época, la ciudad de La Plata (lugar en que se desarrollaron los hechos) era un verdadero caos. Hordas estudiantiles enroladas en la criminalidad subversiva cometían desórdenes incontrolables. Los terroristas, en los días previos y posteriores a lo que después se bautizó con el nombre conocido, asesinaron a 33 personas y otras 150 resultaron heridas. Al respecto, en el diario Página 12, el 15 de septiembre de 1998, se efectuó una nota reporteando a Emilce Moler, de 39 años, secuestrada en La Plata el 17 de septiembre por militar en la organización Montoneros a través de la UES. Allí se informa que ella y Gustavo Calloti (que también vive y que está radicado en Francia), conjuntamente con otra joven radicada en La Plata (y van cuatro los aparecidos) son hasta ese momento los sobrevivientes de la llamada “noche de los lápices”. En el reportaje decía Emilce Moler:

EM: “Teníamos un proyecto político, en relación con los desaparecidos de los secundarios de La Plata. No fue exclusivamente la lucha por el boleto, eso era un objetivo superfluo que fue utilizado buscando reivindicar la militancia”.

P12: ¿Por qué su nombre no se asocia con la noche de los lápices?

EM: “Pasé algo más de un año y medio en Devoto hasta que me dieron la libertad vigilada y me dijeron que me fuera de La Plata, debía ser muy peligrosa. Con mi familia decidimos irnos a Mar del Plata.”

P12: “La Noche de los Lápices” se asocia con el boleto estudiantil, pero Ud. habla de una lucha política más amplia.

EM: “No creo que a mí me detuvieran por el boleto. La lucha fue en el año 75, además no secuestraron a miles de estudiantes que participaban en ella. Detuvieron a un grupo que participaba en una agrupación política. Todos los chicos que están desaparecidos pertenecían a la UES, es decir que había a un proyecto político al fin”.

Otro dato de extraordinaria relevancia y que termina contradiciendo contundentemente a la versión fílmica en cuestión, es el caso de María Claudia Falcone (mostrada como mártir en la película), ya que en nota efectuada a su hermano, transcripta en el libro “Montoneros, Soldados de Menem?, Soldados de Duhalde?” de Viviana Gorbatto, éste expresa:

“–Mi hermana no era una chica ingenua que peleaba por el boleto estudiantil. Ella era toda una militante convencida. Ni mi hermana ni yo militábamos por moda. Nuestra casa fue una escuela de lucha”.

–¿Tu hermana y vos eran montoneros convencidos?

–Sí. Nadie nos usó ni nadie nos pagó. No fuimos perejiles como dice la película de Héctor Olivera”. En el departamento donde cayó mi hermana se guardaba el arsenal de la UES de La Plata. Mi hermana no cayó por el boleto secundario, sino por una patria justa, libre y soberana. La gente que tenía la conducción de un colegio secundario no se chupaba el dedo. Tenía práctica política y militar.”

Visto y considerando que los propios protagonistas desacreditan categóricamente la veracidad del filme, vale recordar las posteriores declaraciones del ex Montonero Martín Caparrós, en declaraciones recientes en torno al asunto aquí tratado sostuvo que: “Creo que hubo una construcción inicial que fue esta idea de las víctimas impolutas. El desaparecido como víctima angelical que es la idea que sintetiza La noche de los lápices. La noche de los lápices es la mayor falacia que se ha producido en la historia argentina contemporánea. Falacia que se va a reproducir cuándo, ¿mañana, pasado?, ¿cuándo es el día de la noche de los lápices?…Pero La noche de los lápices es un mamarracho, quiero decir es como la quintaesencia de esta idea de ¡ay!, esos pobres chicos estudiantes secundarios que querían el boleto estudiantil, los agarraron los militares que eran tan malos y los mataron a todos. Esos chicos que querían el boleto estudiantil, además de querer el boleto estudiantil, eran militantes de unas organizaciones, unas agrupaciones que apoyaban a unas organizaciones que estaban a favor de la lucha armada y de todo eso”.

¿Hace falta seguir agregando datos para demostrar y confirmar como en este como en tantos episodios de la historia reciente la mentira oficial se impone por la fuerza de la repetición aforística y no de los hechos historiográficos y objetivamente comprobados?

(La nota es un fragmento del libro “La Otra Parte de la Verdad”, de Nicolás Márquez).

La Prensa Popular

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