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martes, 8 de noviembre de 2016

Grecia: La revolución griega contra los otomanos (1/2)

LA REVOLUCIÓN GRIEGA CONTRA EL DOMINIO OTOMANO
Apuntes de la Historia
Parte 1

En 1821, después de casi cinco siglos de dominio otomano, el pueblo griego, tras experimentar el resurgimiento de los sentimientos nacionalistas espoleado por los intereses rusos, se levantó contra el poder turco iniciando la guerra de independencia de Grecia.

Tras un comienzo de luchas fraticidas entre las distintas facciones griegas y casi una década de brutal represión otomana, Europa no pudo seguir mirando hacia otro lado y, cuando el alzamiento estaba a punto de ser aplastado de forma brutal y definitiva, le tendió la mano que necesitaba.


La Grecia otomana

La historia de hoy comienza siglos antes de su desenlace, con un desastre natural. Un terremoto que tuvo lugar en 1354 en la ciudad (hoy turca) de Galípoli, en la península homónima que forma el lado europeo de los Dardanelos, tristemente famosa por la batalla que en ella se produjo durante la Primera Guerra Mundial.

El Imperio bizantino se hallaba entonces inmerso en una serie de guerras civiles y el Imperio otomano, deseoso de ampliar sus fronteras hacia Europa tras haber ocupado Anatolia, aprovechaba esa debilidad para avanzar con la mirada puesta en Constantinopla.

En esas estábamos, como decía, cuando el 2 de marzo de 1354 se produjo en fuerte terremoto que asoló la costa de Tracia. Localidades enteras quedaron devastadas, y muchas de ellas fueron abandonadas por sus habitantes. Una de las ciudades que más sufrieron el seísmo fue Galípoli.


La caída de Galípoli

El temblor provocó el derrumbe no sólo de la mayor parte de sus edificios sino también de sus murallas. La ciudad, vital para la resistencia frente a la presión otomana por su situación geográfica, fue abandonada por sus habitantes.

Un sismo destruyó en 1354 las murallas de Galípoli, permitiendo a los otomanos entrar en Europa

Pero no permaneció abandonada por mucho tiempo. Menos de un mes después el hijo del sultán otomano cruzó el estrecho con tres mil hombres y todas las familias turcas que pudo reunir en la costa asiática de los Dardanelos y se instaló en la ciudad.

Era lo que los otomanos llevaban tres décadas esperando: una base permanente en Europa, una cabeza de playa que utilizar para comenzar una expansión por el continente, a costa de un Imperio bizantino dividido y en guerra contra sí mismo.


Otomanos en Europa



Las conquistas comenzaron a sucederse. En Adrianópolis, casi un milenio después de que los visigodos derrotaran al Imperio romano de Oriente, batalla que costó la vida al propio emperador Valente, los turcos tomaron la ciudad y la renombraron como Edirne.

Los otomanos establecieron en ella la capital de lo que ya podía considerarse un imperio por derecho propio. Edirne continuó siendo la ciudad principal de su imperio hasta que, menos de un siglo después, pudieron trasladar la capital a la recién conquistada Constantinopla, provocando la extinción del Imperio bizantino e inaugurando una nueva era en Europa.

Cinco siglos de dominio otomano

La llegada de los otomanos supuso en Grecia un movimiento de población sin precedentes. Huyendo del invasor, los griegos abandonaron pueblos y ciudades, refugiándose en zonas que nunca habían tenido ocupación humana debido a la pobreza de los recursos.

La población se refugió en montañas e islas y abandonó los valles, sufriendo unas difíciles condiciones de vida que se vieron agravadas por los caprichos de la administración otomana, a menudo corrupta y siempre represora, que castigaba con brutalidad el más mínimo amago de alzamiento de un pueblo refugiado para poder conservar sus costumbres y tradiciones.

Y así los griegos perdieron la identidad nacional, mantenida sólo por el clero ortodoxo, perdiéndose el nacionalismo ahogado en la lucha por pervivir en zonas paupérrimas bajo un invasor represivo, haciendo que durante más de cuatro siglos el desarrollo económico de Grecia fuera prácticamente nulo.

Aunque no para todos fue igual.

La élite fanariota

La realidad era bien distinta para las élites griegas. La Iglesia ortodoxa había establecido su base en la catedral patriarcal de San Jorge, en el barrio de Fanar, en Constantinopla.


Allí, a su alrededor, se establecieron las familias griegas más prominentes, ocupando puestos en la administración del Patriarcado y convirtiendo Fanar en el principal barrio griego de Constantinopla. Así pasaron a ser conocidos como fanariotas.

Los fanariotas fueron adquiriendo poder y fortuna durante la ocupación otomana, y durante el siglo XVIII alcanzaron altos puestos en la administración del imperio, llegando algunos incluso a ser nombrados voivodas (príncipes) de los principados de Moldavia y Valaquia en la Rumanía otomana.

El resurgimiento del nacionalismo griego

Fue a finales del siglo XVIII cuando el sentimiento nacional griego comenzó a resurgir. Con los fanariotas acumulando poder en Constantinopla, la Iglesia ortodoxa cada vez más rica y encerrada en sus propios ritos y el pueblo griego cada vez más pobre y reprimido, Rusia vio la ocasión de ampliar sus conquistas a costa de un imperio que ya respiraba decadencia.

Y ¿adivinas a quién utilizó Rusia para ello? Sí, ya sé que la respuesta es bastante obvia: a los campesinos griegos. Porque una cosa era que el Imperio otomano estuviera en decadencia, y otra muy distinta hacerse con Constantinopla por las bravas. Y es que ése era, en realidad, el objetivo de Catalina II de Rusia.

En realidad la guerra ruso-turca (la primera, porque hubo otra después) comenzó por el dominio de Ucrania, pero las victorias iniciales de Catalina le hicieron desear la capital otomana. Y su plan para conseguirla fue incitar una rebelión griega.

Primera guerra ruso-turca


Alegoría de la victoria de Catalina sobre los turcos (Stefano Torelli, 1772)

El alzamiento griego finalmente no se produjo y Catalina II se quedó sin Constantinopla, pero algo cambió en la Grecia otomana. Las injerencias cada vez más continuas de Rusia entre los griegos y el Imperio otomano, el descontento con la élite fanariota y la iglesia ortodoxa, alejados de la realidad del pueblo griego, y los aires revolucionarios que comenzaban a llegar de Francia, hicieron que el nacionalismo heleno comenzase a despertar.

Y fue así como, tras cuatro siglos y medio de agachar la cabeza y dedicarse a arar el terruño, el pueblo griego comenzó a desear la libertad.




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