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viernes, 17 de agosto de 2018

Guerra antisubversiva: El monseñor que entregó a su sobrino terrorista

La terrible historia de Juan Domingo, el sobrino que monseñor Antonio Plaza entregó a la policía de Ramón Camps 


Jesús María Plaza, hermano del desaparecido, relata su viaje clandestino a la Argentina en 1979 para preguntarle a su tío arzobispo por qué lo había entregado y a exigirle que le dijera dónde estaba el cadáver para poder darle “cristiana sepultura”. Esta es la trágica historia

Por Eduardo Anguita (terrorista de PRT y ERP y condenado por la justicia, indemnizado por el régimen kirchnerista)
Por Daniel Cecchini
Infobae



Monseñor Antonio Plaza y su sobrino desaparecido, Juan Domingo Plaza, Bocha para su familia


-¿Qué hacés vos acá?


Monseñor Antonio Plaza, arzobispo de La Plata y capellán de la Policía Bonaerense que comandaba el general Ramón Camps, se quedó como de piedra en la puerta de su despacho privado de la Curia platense.


Eran las seis menos cuarto de la mañana y ese 2 de julio de 1979 no esperaba encontrar a nadie ahí. Nunca entraba nadie ahí sin su permiso, pero ahora estaba viendo a un fantasma. Al principio –y eso le dio terror – confundió al joven que lo esperaba con su sobrino Bocha, pero sabía que era imposible.

Sabía muy bien que Bocha ya no estaba en ninguna parte, por lo menos del lado de los vivos. Tardó unos segundos en darse cuenta de que no era Bocha sino Tito, el tercero de sus sobrinos, quien lo había esperado entre las sombras de la habitación. Pero si Tito estaba exiliado en México desde hacía tres años, pensó y se repuso, y entonces disparó:


-¿Qué hacés vos acá?

Jesús María Plaza, Tito –hijo de otro Jesús María, hermano de monseñor –, hacía casi una hora que lo esperaba en la oscuridad del despacho. Había llegado el día anterior a la Argentina sin avisarle a nadie y con un objetivo preciso: preguntarle a su tío, el arzobispo, que había hecho con su hermano mayor Juan Domingo, Bocha.

Había entrado al edificio de la Curia platense por donde muy pocos sabían que se podía entrar sin que nadie se diera cuenta: el portón del garaje de la calle 53, frente a la Catedral, que nunca estaba cerrado con llave.

Eran las cinco de la mañana cuando lo abrió, atravesó el garaje, se metió en un pasillo que él y sus hermanos conocían desde que eran chicos y subió por la puerta que daba al despacho, en el área privada del edificio curial.

Había esperado sentado en una de las esquinas del inmenso escritorio precedido por una imagen de Santa Teresa de Jesús –de la cual era devoto su tío- que antecedía como una barrera infranqueable al sillón episcopal de terciopelo violeta. Desde la pared de enfrente, un Cristo de bronce que sufría en una cruz de madera, parecía vigilarlo.
  Uniformado como un zurdo, Jesús María Plaza durante la entrevista con Infobae, recuerda cuando le pidió a su tío Monseñor Plaza, que les entregara el cadáver de su hermano para darle “cristiana sepultura”

Tito estaba nervioso y tuvo más de una vez el impulso de irse por dónde había venido, como un fantasma, sin hacerle al cura la pregunta que le roía el alma desde hacía casi tres años. Monseñor Plaza lo miraba pálido, con el cuerpo rígido, cuando su sobrino tragó saliva y se la disparó:

-¿Qué hiciste con el Bocha?

Monseñor tardó una eternidad en responder:

-Tu hermano está muerto.

-¿Cómo que está muerto? ¿Quién lo mató?

-A tu hermano lo mataron los Montoneros.

-No seas ridículo, ¿quién te dijo eso?

-Me lo dijo mi amigo, el general Camps.

Tito sintió ganas de pegarle. Desde que Bocha había sido secuestrado pocas horas después de ver a su tío en la Curia, Plaza se había negado sistemáticamente a recibir a la madre, su cuñada.

Cuando la mujer, desesperada, iba a preguntarle por Bocha, el arzobispo mandaba a alguno de sus colaboradores a atajarla con un mensaje: que estaba vivo, que rezara por él.

-La hiciste rezar a mamá todos estos años diciéndole que mi hermano estaba vivo, que iba a volver. Y vos sabías que estaba muerto… – explotó Tito.

El arzobispo lo miró en silencio. Su sobrino supo que no iba a contestarle.

–Queremos el cadáver. Mamá quiere darle cristiana sepultura….– insistió.

Otra vez silencio.

-¡Sos un hijo de puta! La hiciste rezar a mamá todos estos años…

El arzobispo le dio la espalda y, entonces, sin mirarlo, finalmente habló:

-Ándate, salí de acá ya. A ver si te pasa lo mismo que le pasó a tu hermano.

En un primer momento, a Tito se le ocurrió que, con esa frase, su tío quería protegerlo. Vivió apenas un instante de ingenuidad infantil hasta que se dio cuenta de que el arzobispo, su tío, el hermano de su padre, lo estaba amenazando.

El secuestro del Bocha Plaza

Casi 40 años después de esa conversación, Jesús María Plaza la repite para Infobae en un bar del centro platense. Abogado, docente de Historia de las ideas en la Universidad Nacional de La Plata, ex director de Derechos Humanos de la Municipalidad local, Tito es un hombre elegante, de pelo y barba blancos, cuyo hablar firme y pausado se quiebra por momentos cuando revive la historia de la desaparición de su hermano Bocha, el segundo de los cuatro hijos de esa rama de los Plaza y tres años mayor que él.

Juan Domingo Plaza tenía 30 años cuando fue a ver a su tío, el arzobispo, al edificio de la curia, el 16 de septiembre de 1976, a las 10 de la mañana. Había militado en Montoneros pero, por diferencias con el creciente militarismo de la organización, se había alejado para integrar la Alianza de la Juventud Peronista.
  Monseñor Antonio Plaza

Seis meses después del golpe se sentía amenazado y acorralado. La Plata era un coto de caza para la represión ilegal y su única alternativa era salir del país, como lo había hecho su hermano Tito con rumbo a México un mes antes. Santiago, el mayor de todos, y María del Carmen, la única hermana mujer, también estaban en el exterior. Solo Luis, el menor de los varones, se quedaría en la Argentina para cuidar a su madre, que había enviudado menos de un año antes.

Bocha necesitaba un pasaporte para irse y quien podía conseguírselo era su poderoso tío. Nunca se había llevado bien con el cura, pero era de la familia, y la familia está para ayudarse. La visita de Juan Domingo Plaza a la Curia fue confirmada por su novia, Perlita, a Tito.
 
El justiciero Ramón Camps


Monseñor Plaza jamás reveló lo que conversó con su sobrino la media hora que estuvo en la Curia y Bocha no está para contarlo. Salió del edificio a las diez y media. Fue secuestrado poco después en el bar y pizzería "Don Vicente", en la esquina de 7 y 34 de La Plata, por un grupo armado de hombres sin uniforme que lo subieron a la fuerza a un Fiat 125 color celeste junto a otra persona, Mardoño Rafael Díaz Martínez, de 57 años, que fue liberado 15 días después.


Hubo un solo testigo del secuestro, Eduardo Landaburu, que años después declararía: "Entré a hablar por teléfono al bar ubicado en 7 y 33, en el bar estaba la policía, lo vi al chico –por Bocha- y también a un señor mayor que después supe era Mardoño Díaz Martínez, de Catamarca. Los tenían a ambos contra la pared con las manos detrás del cuerpo. Traté de buscar la mirada de Bocha para ofrecerle ayuda. Pero él bajó la vista como si no me conociera. Salí del bar atontado, caminé unos pasos y recién ahí me di cuenta de que ese muchacho me había salvado la vida", relató.


Diversos testimonios ubican a Juan Domingo Plaza en el Centro Clandestino de Detención transitorio de las calles 1 y 60, en dependencias de la Policía Bonaerense de Ramón Camps, de la que el arzobispo Antonio Plaza era capellán.


El tío y los sobrinos


Jesús María Plaza (padre) era el más cercano a Antonio en la familia con siete hijos que habían conformado Santiago Plaza, inmigrante español que llegó a la Argentina huyendo se la tercera guerra carlista, y Flora, otra española que había cruzado el Atlántico en busca de un futuro mejor.


Se radicaron en Mar del Plata, donde todos los hijos estudiaron en el Colegio Peralta Ramos, de los Maristas. Cuando terminaron los estudios secundarios, tres de los hermanos entraron al seminario para hacerse curas. Uno de ellos era Antonio, que terminó arzobispo en La Plata; el mayor, Santiago, un auténtico cura de pueblo en Bragado; y el tercero fue Jesús María, que dejó los hábitos cuando conoció a la que sería su mujer, con quien tuvo cuatro hijos: Santiago (Coco), Juan Domingo (Bocha), Jesús María (Tito) y Luis.
  Bocha y Tito en su primera comunión.

En La Plata, Jesús María (padre) se transformó en un estrecho colaborador de su hermano. Entre otras cosas, en el aspecto financiero, donde monseñor había pisado fuerte para hacer caja, primero en el Banco Río, con Pérez Companc como socio; luego en el Banco Popular de La Plata, liderado por su testaferro, el abogado Ernesto Rodríguez Rossi, y asociado con Juan Graiver; y finalmente en el Banco Comercial de La Plata, con un hijo de Juan Graiver que pocos años después se haría famoso: David, a quien todos llamaban Dudi.

La estrecha colaboración laboral no se reproducía, sin embargo, en la relación familiar. Monseñor visitaba poco la casa de su hermano, no más de una vez por mes. A principios de los '60 la familia solía encontrarse los fines de semana en una quinta sobre el camino General Belgrano, de la localidad de City Bell, en las afueras de La Plata.

-Para nosotros, los chicos, era la quinta de la familia, pero con los años supe que no era nuestra sino de la Curia, aunque el cura la usara como propia. Ahí lo veíamos un poco más seguido, pero su relación con nosotros era distante – le dice Tito a Infobae.

  Jesús Plaza padre y Monseñor en casamiento de Tito

Monseñor tenía la costumbre de saludar a sus sobrinos con un cachetazo seco, de los que dolían, y pretendía también que le mostraran respeto besándole el anillo episcopal. Cuando los chicos llegaron a la adolescencia dejó de tener suerte con eso. Bocha lo enfrentaba o lo ignoraba, según el día, mientras que Tito trataba de no cruzárselo para no tener que negarse directamente a besar el anillo.

-Yo me negaba a decirle monseñor y Bocha trataba de ignorarlo al principio y después empezó a enfrentarlo abiertamente. Con los años, a la frialdad de la relación se sumaron las posiciones políticas. Nosotros estábamos en las antípodas – dice Tito.


Jesús María (padre) les reprochaba a sus hijos esa actitud. Dependía económicamente de su hermano y no quería que los pibes trajeran problemas.


-Papá, que era un tipo cariñoso con nosotros, en eso era la contratara del cura, llegó a discutir muy fuerte con Bocha; yo era un poco más conciliador. El problema más grave de esa época fue cuando Bocha y yo le rompimos a piedrazas desde la calle los vitraux del edificio de la Curia y supo que habíamos sido nosotros – recuerda para Infobae.

El arzobispo llamó a la policía para que descubriera a los culpables. Al comisario no le costó mucho identificarlos pero no quería decirle a Plaza quiénes eran. "Si le lo digo, usted se va a enojar mucho, monseñor", le dijo pocas horas después del "atentado". Plaza insistió y finalmente el policía dio el brazo a torcer: "Fueron sus sobrinos", reveló. Monseñor fulminó con la mirada a su hermano, que estaba con él en el despacho, y Jesús María (padre) salió disparado de la Curia a buscar a los culpables.

Una íntima convicción


Cuando Tito Plaza salió de la Curia por donde había entrado esa mañana del 2 de julio de 1979 ya sentía en sus espaldas el peso de la amenaza de su tío:


-Andate, salí de acá ya. A ver si te pasa lo mismo que le pasó a tu hermano.

Caminó abrumado y agitado, mirando a cada rato hacia atrás, hasta la terminal de ómnibus y se subió al primero que salió para Buenos Aires. Al día siguiente se embarcó en Ezeiza para volver a México. No volvería hasta que la dictadura dejara paso a la democracia.

Estaba todavía en México cuando el gobernador radical de la Provincia de Buenos Aires, Alejandro Armendariz, desplazó –por orden directa del presidente Raúl Alfonsín– al arzobispo Plaza de la capellanía de la Bonaerense. Apenas lo supo, le escribió una carta a Armendariz.

-Lo felicitaba por haberlo echado –dice-, y también le prometía que apenas volviera al país le iniciaría juicio al cura por la desaparición de mi hermano.

Jesús María Plaza: “Yo tengo la íntima convicción de que el cura es culpable”

Tito Plaza regresó a la Argentina y cumplió esa promesa.

Ahora, sentado frente a una taza de café en un bar platense, vuelve a revivir toda la historia para los cronistas de Infobae.

-Pasado todo este tiempo, ¿sigue convencido de que monseñor Plaza fue responsable de la desaparición de su hermano? –pregunta uno de los cronistas.

-Soy abogado y, de la misma manera que los jueces a veces definen un fallo por su íntima convicción, yo tengo la íntima convicción de que el cura es culpable – responde.

A lo largo de toda la conversación, se ha referido a su tío como "Plaza" o "el cura", si alguna vez ha dicho "monseñor", la palabra estuvo cargada de ironía y desprecio.

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