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martes, 7 de agosto de 2018

Revolución de Mayo: Batalla de Sansana

Batalla de Sansana





Coronel Manuel Dorrego (1787-1828)

Luego del pronunciamiento de mayo de 1810 se producen algunas acciones derivadas de él. El ejército patriota, que ha contribuido a afirmar al gobierno con el triunfo de Suipacha, se apresta a realizar nuevos avances en su campaña libertadora, peri su deficiente equipamiento, unido a la falta de verdadera experiencia guerrera, producen el desastre de Huaqui, el 20 de junio de 1811, golpe que causa en Buenos Aires tremenda consternación.

Decidido el gobierno a enfrentar la situación, el propio presidente de la Junta, Cornelio Saavedra, se dirige al Norte con un grupo de oficiales. Su propósito consiste en reorganizar las fuerzas dispersas, pero no llega a realizarlo, pues la Junta lo destituye, reemplazándolo con el coronel Juan Martín de Pueyrredón, que ha fugado de Potosí con los tesoros que se guardaban en la casa de Moneda. Manuel Dorrego integra el grupo de oficiales que marcha al Norte con Saavedra, y que, por las circunstancias apuntadas se encuentra luego a las órdenes de Pueyrredón.

Dorrego hacía poco que había regresado de Chile con el grado de capitán de la milicia chilena, el cual no había sido reconocido aquí, por lo tanto era uno de los muchos voluntarios sin asignación precisa. Su actitud, no puede ser más desinteresada, ya que parte a la guerra sin sueldo, costeándose los gastos de su propio bolsillo. Es lo que entonces se denomina un “oficial aventurero”.

Pero esto no lo desanima. Al contrario, su dinamismo y su fervor patriótico se destacan en todo momento, llamando muy pronto la atención de sus jefes.

Las provincias del norte, mientras tanto, no permanecen inactivas. Salta y Jujuy organizan fuerzas para hacer frente a los realistas, que amenazan invadir desde el Alto Perú. Güemes capitaneando sus gauchos, forma una barrera en la quebrada de Humahuaca, hostilizando al enemigo para dar tiempo a la reorganización del ejército.

Dorrego se encuentra así en medio de una fuerza militar heterogénea, en la que se debaten diversas tendencias antagónicas. Y él no es precisamente un elemento de concordia, dada su naturaleza turbulenta, sino que esta llamado a chocar con quienes quieren imponerle principios que no le agradan. En primer término, su espíritu rebelde encuentra inaceptable la rígida disciplina que el segundo jefe del ejército, coronel José Moldes, quiere imponer a toda costa. Debido a que goza de la confianza y la amistad de Pueyrredón, Moldes procede con toda autoridad a someter a oficiales y soldados a la disciplina aprendida en las academias europeas.

Pero el material humano con que cuenta es reacio a dejarse manejar de tal manera, porque hasta ese momento ha actuado libremente, casi a su arbitrio. En particular los oficiales porteños no sólo se muestran desobedientes a sus indicaciones, sino que se permiten actitudes arrogantes u hostiles.

No es necesario decir que Dorrego a la cabeza de ese grupo levantisco, que se opone a las reformas que Moldes quiere introducir en el ejército. Este, por su lado, dirige sus ataques en especial contra los porteños, presentando severas quejas a Pueyrredón. Su propio carácter, autoritario y presuntuoso, así como sus modales y su lujoso tren de vida, no son los más apropiados para conquistarle las simpatías de sus subordinados.

El historiador salteño Bernardo Frías ha presentado un cuadro de esta situación en el que, comprensiblemente, carga las tintas, pero que merece citarse para comprender la gravitación que Dorrego tiene entre sus compañeros. Dice Frías que la “pretendida reforma en el ejército atrajo a Moldes la enemistad y el odio bullicioso de aquella oficialidad, cuya alma y calor era Dorrego, y le llamaron el tirano Moldes”. (1)

Según el mismo historiador, a pesar de las resistencias encabezadas por Dorrego, Moldes logra imponer el peso de su mano de hierro en el ejército, remontándolo e instruyéndolo con eficacia.

A fines de 1811, Pueyrredón dispone que una fuerza, al mando del coronel Eustoquio Díaz Vélez, se adelante hacia el Alto Perú, con el objeto de tomar contacto con el enemigo, y también para ayudar de este modo a los cochabambinos, que luchan con heroico estoicismo, indiferentes al terror desatado contra ellos por los realistas.

Tan peligrosa se supone la empresa, que el batallón de infantería destinado a ella se subleva el día de su partida del cuartel general en Jujuy, dando origen a una severísima represión, que incluye el fusilamiento de los cabecillas. Dorrego solicita entonces un puesto en la columna, y Díaz Vélez lo designa ayudante suyo. Se asegura que el joven capitán, sin grado reconocido, se gana de inmediato la confianza y la estima de su jefe, quien le confía misiones delicadas.

Una vez que la fuerza patriota alcanza el puesto avanzado de Yavi, se adelanta hacia la provincia de Chichas, donde se halla la vanguardia realista. El general Goyeneche dispone entonces el envío de un cuerpo de 400 hombres, y ambas columnas quedan a la vista una de otra. Más los realistas consideran imprudente medirse con una fuerza superior en número, pese al refuerzo de 600 hombres que viene al mando del general peruano Francisco Picoaga. Contramarchan entonces, perseguidos por Díaz Vélez, pero es éste quien ahora comprende la inutilidad de un encuentro con esa fuerza que ya cuenta con 1.000 soldados. Díaz Vélez se ha reforzado con 200 hombres de caballería al mando de Güemes, y así comienza a replegarse, no sin librar algunas escaramuzas.

La columna patriota llega en su retroceso hasta Cangrejos, y acampa después en un lugar llamado Los Colorados, a la espera de las órdenes de Pueyrredón. Al siguiente día, 16 de diciembre, Díaz Vélez recibe un parte de la avanzada que está en Pumahuasi, por el que se le comunica que, en un pueblito situado a cuatro leguas de allí, Sansana, hacia al poniente de Yavi, hay una partida realista encargada de la custodia de una provisión de harina.

De inmediato dispone que un grupo salga en procura de ese alimento, del que tiene gran necesidad. Como se trata de una misión arriesgada, confía su mando a Dorrego, convencido de que la decisión y la inteligencia de su ayudante son una garantía de éxito para la empresa.

Es la primera vez que Dorrego se va a encontrar en el compromiso de una auténtica acción militar, pues hasta el momento su experiencia se reduce a los incidentes de Chile (motín de Figueroa) y a la dudosa preparación que recibe en el cuartel general del ejército del norte. Ahora tendrá oportunidad de ser empleada su capacidad de iniciativa y de mando, que parecen ser cualidades innatas en él.

El mismo día que recibe la información, Díaz Vélez destaca una partida de 40 hombres, en cuyo mando secundan a Dorrego los tenientes Luis García y Antonio Bazán. Las órdenes especifican que se debe caer sobre el enemigo por sorpresa y arrebatar la harina, todo ello operando con la mayor rapidez.

En la mañana del mismo día, Dorrego, con su pequeña fuerza, se aproxima a Sansana, encontrándose con que en unos ranchos de las afueras acampa la partida realista. Esta es atacada de inmediato, y procura entonces parapetarse en unos tapiales, a la espera del socorro que no dejarán sin duda de prestar otras partidas, atraídas por los disparos. Se combate valerosamente por ambos lados por espacio de una hora. Finalmente tras una carga decisiva de los patriotas, causante de la muerte del oficial español, aquéllos se encuentran en posesión del depósito buscado. Pero no es harina lo que allí se guarda, con lo que se desvanece la ilusión de saborear alguna sabrosa comida, sino los equipajes de los soldados y aún de varios oficiales realistas, además de 27 mulas y 19 fusiles. De estos últimos -dice Díaz Vélez- “seis se hicieron pedazos en el acto de acción”.

De todas maneras, no es un botín despreciable, y Dorrego dispone que se lo cargue. En ese mismo momento aparece por una altura próxima otra fuerza enemiga, esta vez más numerosa, pues consta de unos 150 hombres.

Obligado por esta situación francamente adversa, Dorrego resuelve replegarse dejando abandonado el botín, no sin antes prenderle fuego a los ranchos en que se hallaba el resto del equipaje que no había podido tomar la tropa, el que según el incremento que habrá tomado el fuego, cuando se retiraron se redujo todo a cenizas

El de Sansana puede ser considerado un triunfo de Dorrego, por las bajas que causa al enemigo, y por su maniobra al encontrarse con una fuerza superior, a la que se debía eludir todo trance.

Referencias


(1) Bernardo Frías – Historia de Güemes y de Salta – Tomo II, Buenos Aires (1907).

Fuente


Díaz Vélez, Eustoquio – Parte del combate redactado el 19 de diciembre, en Colorados (Depto. de Yavi).

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Portal www.revisionistas.com.ar

Sosa de Newton, Lily – Dorrego – Ed. Plus Ultra, Buenos Aires (1967).

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