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martes, 5 de mayo de 2020

Fenicia: Oscuro origen de un pueblo magnífico

El oscuro origen de los fenicios

En la franja costera sirio-libanesa se desarrollaron una serie de ciudades independientes entre sí, pero de cultura común. Con el tiempo el conjunto sería conocido como Fenicia


Templo de los obeliscos, en Biblos. (Heretiq / CC BY-SA-2.5)

Sergi Vich Sáez || La Vanguardia

Coincide casi exactamente con el perfil de la actual costa libanesa, aunque penetrando por el norte en territorio sirio. Consiste en una franja territorial de unos 200 km de longitud por entre 20 y 60 de profundidad, separada del interior por los escarpados montes del Líbano y del Antilíbano. Es este un territorio que presenta similares condiciones morfológicas, caracterizadas por una abrupta topografía que forma numerosos valles de difícil intercomunicación terrestre... La región fue habitada desde la prehistoria.

Su fertilidad, debida a los numerosos wadi (cauces de los ríos, secos en verano) que la cruzan y que permiten el mantenimiento de acuíferos subterráneos, favoreció la aparición de una serie de comunidades. Si bien tuvieron una base agrícola en origen, muy pronto se vieron abocadas a mantener una relación cada vez más estrecha con el mar que bañaba sus bahías. Tal vínculo se vio facilitado por los espesos bosques de cedros y cipreses que crecían al amparo de sus altos montes, que les proporcionaban la imprescindible madera con que construir sus embarcaciones.

La génesis

Con el paso del tiempo, algunas de aquellas poblaciones fueron creciendo hasta constituir importantes ciudades, como Biblos (cuyos restos más antiguos datan de 2700 a. C.), Sidón, Tiro o Ugarit. Con todo, su desarrollo se veía constreñido por el hecho de que Canaán, la región en que dicha franja se ubicaba, se había convertido, durante el período del Bronce Final, en una zona muy apetecible. Tanto la gran potencia del sur, el Egipto del Imperio Nuevo, como su homóloga del norte, Hatti, pugnaban por su control. Pero, además, las naves micénicas, como en otros tiempos las minoicas, imponían su ley sobre unas rutas marítimas vitales para su desarrollo comercial.

Algunas ciudades, como Ugarit, fueron totalmente aniquiladas y nunca más se reconstruyeron

Una gran crisis tuvo lugar hacia 1200 a. C., y su episodio más significativo fue el de las violentas migraciones de los llamados Pueblos del Mar. Se abrió un amplio período de caos e inestabilidad para las ciudades y naciones ribereñas del Mediterráneo, que produjo no solo el retraimiento de un Egipto inmerso en la lucha por su propia supervivencia, sino el hundimiento y la desaparición de Hatti y la destrucción de las ciudades micénicas. Fue el final de toda una era y el nacimiento de un nuevo contexto internacional. Tampoco las poblaciones de la costa cananea pudieron librarse de tal embestida.

Algunas, como Ugarit, fueron totalmente aniquiladas y nunca más se reconstruyeron. Otras, en cambio, lograron rehacerse, como Tiro, que fue repoblada con habitantes procedentes de Sidón. Las supervivientes volvieron con prontitud a mostrar signos de su antiguo esplendor. Paradójicamente, señaló el comienzo de la fortuna para ciudades como Arwad, Biblos, Berytus, Sidón, Tiro, Ardat o Sarepta. Ciudades que muy pronto se diferenciaron de sus antiguas homólogas cananeas, pero de cuya cultura y raza nunca renegaron, hasta formar una realidad propia a la que los griegos llamarían Fenicia.

Desde que Ernest Renan publicara su Misión en Fenicia a mediados del siglo XIX se ha avanzado mucho en el conocimiento de los fenicios. Sin embargo, la información de que disponemos se halla indefectiblemente lastrada por la pérdida de la mayor parte de sus fuentes. El soporte principal sobre el que escribieron su lengua semita occidental, el papiro, se ha malogrado en gran parte a causa de la humedad del clima. Quedan solamente aquellos textos escritos sobre materiales más resistentes, como la piedra, el mármol o la cerámica.

El rey Luli de Sidón huye de su ciudad, atacada por Sargón II, en un barco de guerra fenicio. (Terceros)

A ello se debe que la mayor parte de la información no arqueológica que poseemos sobre estas gentes provenga de fuentes asirias, griegas o romanas, con frecuencia voluntariamente manipuladas, dado que, durante la mayor parte de su historia, aquellos fueron no solo sus rivales, sino también sus enemigos. Con todo, se ha logrado reconstruir una imagen bastante completa y fiable de tan interesante civilización.

La sociedad fenicia

Las ciudades fenicias eran independientes y muy poco dadas a colaborar entre sí, incluso en momentos de peligro. Constituyeron monarquías hereditarias en las que el rey solía desempeñar también funciones sacerdotales. Si bien se trataba de un soberano absoluto con base teocrática, como sus homólogos cananeos, se apoyaba en un consejo de ancianos y contaba con un cuerpo de funcionarios. Entre ellos destacaba el sufete, un magistrado temporal cuyas funciones exactas resulta difícil precisar, pero que tendría una gran importancia en las futuras colonias occidentales.

Uno de los cometidos principales de estos reyes, además del sacerdotal, era mantener el equilibrio entre dos sectores sociales cuyos intereses podían llegar a oponerse: el representado por la oligarquía comercial, que cada vez adquirió un mayor poder, y el de la nobleza tradicional de base agrícola. Y es que la gran expansión y la riqueza de la sociedad fenicia se debieron en gran medida a su activo comercio, pero no hay que olvidar que sentaba sus bases en la tierra.

En la agricultura intensiva de sus valles y de las terrazas de sus montes, que producían cebada, trigo, vino, aceite, dátiles e higos; en el cuidado de las cabras y ovejas que pastaban por sus laderas; y, sobre todo, en la tala de los cedros y cipreses de sus bosques, reputados en todo Oriente Próximo, y cuya madera resultaba imprescindible para construir los buques con que transportaban sus mercancías, entre las que destacaban sus tejidos de color púrpura.

Los fenicios solían llevar barba y largos cabellos. Iban tocados con un bonete y con multicolores vestidos

Era una dinámica sociedad de hombres libres que constituían familias patriarcales y monógamas, en las que las mujeres desempeñaban un destacado papel. Sirve para ejemplificarlo el caso de Elisa, la mítica fundadora de Cartago. Era una sociedad que, en lugar de equipar grandes ejércitos, confiaba más en la estratégica ubicación de sus ciudades, de difícil acceso y protegidas por sólidas murallas, y en el creciente poderío naval que ostentaba. Estas gentes solían organizarse en grupos profesionales que habitaban en un mismo barrio. Por él discurrían estrechas callejuelas que conducían a bulliciosas plazas, delimitadas por casas de varios pisos con un patio central.

Los fenicios solían llevar barba y largos y ensortijados cabellos. Iban tocados con un bonete y ataviados con multicolores vestidos. A sus mujeres les gustaba adornarse con diademas, anillos, brazaletes y pendientes de todo tipo y calidad.

Pero junto a ellos las ciudades contaban con un importante número de esclavos. Su condición parece haber sido algo mejor que en otros lugares. Tenían la capacidad legal de contraer matrimonio y de poseer determinados bienes muebles, que incluso podían llegar a permitirles la liberación, pero no disfrutaban de poder político alguno, aunque muchos de ellos debían adorar a las mismas divinidades que sus dueños.

Religiosos y supersticiosos

Cada ciudad fenicia solía tener un panteón, no estable y con una fuerte tendencia sincrética, formado por una tríada de dioses: una divinidad masculina protectora de la ciudad; su esposa, garante de la fertilidad en un sentido amplio, tanto familiar como económico; y el hijo de ambos, símbolo de la naturaleza que moría y resucitaba cada año. Se les adoraba en templos no monumentales que se dividían en tres partes: un pórtico, un vestíbulo que solía contener alguna fuente y un santuario de limitado acceso en el que se hallaba ubicada la imagen de la divinidad.

Solían ofrecerse a esta diversas estatuillas votivas elaboradas con distintos materiales, que podían ir de la terracota al metal. También se les rendía culto al aire libre, en lugares altos, cerca de ríos o en bosques, presididos por altares simbólicos y betilos (piedras sagradas de forma cónica). En ellos podían realizarse toda clase de ofrendas, desde frutos hasta animales, siempre en relación directa con la pena a expiar o el bien a conseguir. Y en ocasiones se llevaban a cabo sacrificios humanos.

Sarcófago fenicio de Palermo (siglo V a. C.). (Giovanni Dall'Orto.)

Sus necrópolis se hallaban también en las afueras. Consistían en tumbas rupestres o en pozos verticales, en donde enterraban a sus parientes en sarcófagos con formas humanas, a imitación de los egipcios. Los más ricos eran de mármol o piedra, como los magníficos ejemplares de Biblos o Gadir; otros se facturaban en madera y terracota. No obstante, algunas veces, sin que se haya podido establecer la razón, practicaron también la incineración.

En uno y otro caso se acompañaba al difunto con vistosos ajuares, consistentes en objetos de cerámica y joyas (nunca se han hallado armas, lo que no resulta sorprendente, puesto que no eran un pueblo de guerreros). Antes de acordar algún negocio o emprender cualquier singladura, los fenicios en ocasiones practicaban la hierogamia, la “unión” con el dios, que consistía en prostituirse en un templo con fines religiosos ligados a la fertilidad.

También dedicaban diversas ofrendas a sus dioses, implorando su ayuda y escrutando en las estrellas o en las vísceras de los animales sacrificados el destino de su empresa. No es, pues, de extrañar que, además de instalar formas de caballos como amuleto protector en sus proas, las naves fenicias portaran una enseña consistente en un asta con un globo y una media luna, símbolo de la diosa Astarté, así como otros ornamentos religiosos. La razón residía en procurarse la protección divina antes de enfrentarse a los peligrosos mares.

Magníficos navegantes

Porque, por encima de cualquier otra cosa, los fenicios fueron unos magníficos navegantes. La determinación del norte por la Osa Menor, y no por la Osa Mayor como hacían los griegos, así como el conocimiento de la posición fija de la Estrella Polar, comúnmente llamada “estrella fenicia”, les permitió navegar de noche. Evitaban de ese modo tener que recalar al atardecer, como ocurría con las naves de cabotaje de la época, y ello les permitió extender una importantísima red comercial que se convertiría en un puente económico y cultural entre los dos extremos del Mediterráneo.
Los fenicios fueron durante siglos los grandes intermediarios mercantiles de la Antigüedad

Su habilidad llevó a monarcas de otras naciones a solicitarles para llevar a cabo importantes viajes. Es el caso del faraón Necao II, a caballo entre los siglos VII y VI a. C., bajo cuyo patrocinio los fenicios circunnavegaron el continente africano durante un periplo de tres años. Así lo afirma, al menos, el historiador griego Heródoto.

Cuenta con escepticismo cómo los marineros se sorprendieron al ver que, si durante una gran parte de su ruta el Sol salía por su izquierda, a partir de un momento determinado –seguramente cuando doblaron el cabo de Buena Esperanza– empezó a salirles por su derecha hasta que alcanzaron las Columnas de Hércules (estrecho de Gibraltar).

También, han llegado hasta nosotros noticias de otros importantes periplos, como el impulsado por Salomón, el mítico rey de Israel, y su socio y amigo Hiram I de Tiro, que en el siglo IX a. C. llevó a los navegantes fenicios desde el puerto israelita de Ezion-Geber, en el mar Rojo, hasta el país de Ofir. Este lugar no se ha identificado, pero podría ubicarse en Somalia, Yemen o incluso en India, según relata la Biblia. Por no mencionar “las naves de Tarshish”, que para muchos estudiosos nos hablan de un comercio regular con el mítico e hispano reino de Tartessos; o los periplos que los navegantes cartagineses, sus herederos naturales, llevaron respectivamente a Himilcón y Hannón hasta Cornualles y Senegal en el siglo V a. C.

No es de extrañar que la riqueza que hizo grandes a las ciudades fenicias –la misma que era intensa y amenazadoramente apetecida por sus poderosos vecinos, ya fueran éstos asirios, egipcios, babilonios o persas– proviniera de un activo comercio naval.

Unos extraordinarios mercaderes

Los fenicios fueron durante siglos los grandes intermediarios mercantiles de la Antigüedad. Importaban, preferentemente por mar, pero también por tierra, lana mesopotámica; lino y trigo de Egipto; cereales, bálsamos y miel de Israel; caballos, mulos y cobre de Anatolia; cereales, vid y olivos de Grecia; cobre de Chipre; piedras semipreciosas de Irán; plata, plomo y sobre todo el imprescindible estaño para la fabricación de bronce de España; marfil, esclavos, oro, plata y animales exóticos de distintos rincones de África; e incluso ámbar del Báltico.

Trono de Astarté en el templo de Eshmun, dedicado a la deidad fenicia de la curación. (Dominio público)


La población crecía permanentemente y los recursos propios apenas podían cubrir tal aumento por la progresiva sobreexplotación de su limitado territorio. Hacían acopio de alimentos, y las materias primas eran convenientemente transformadas por sus habilidosos artesanos en productos de gran calidad, en general de pequeño tamaño, pero con un gran valor añadido. Luego eran reexportadas por todo el Mediterráneo en expediciones comerciales financiadas tanto por el Estado y los templos como por particulares.

Así, los navíos que partían de Tiro, Sidón, Biblos, Arwad o Sarepta solían llevar en sus bodegas, además de la apreciadísima madera de cedro (lo que acabaría provocando una peligrosa deforestación de su propio país), tejidos de gran valor, marfiles tallados, muebles con marquetería de maderas nobles y marfil, ungüentarios y colgantes de pasta vítrea, cuencos y jarras de oro y plata repujados con múltiples motivos o joyas con granuladuras. Todos ellos estaban decorados con motivos de tipo egipcio, libremente reinterpretados por unos artistas cuyo norte era la belleza. Hasta tal punto era así que incluían jeroglíficos egipcios sin significado alguno, pero de gran valor ornamental.

Esto ha hecho hablar a algunos autores de la inexistencia de un arte fenicio propio, pero tal afirmación debe matizarse. Dada la encrucijada de pueblos y culturas que representó durante siglos Fenicia, la verdadera genialidad artística de este pueblo consistió en constituir un todo coherente a partir de múltiples y distantes influencias. Uno de los productos de mayor éxito, y que ha permitido situar algunas de las rutas comerciales fenicias, fueron los escarabeos, un amuleto multicolor con la forma del escarabajo sagrado egipcio que se fabricaba en grandes cantidades.

Pero tampoco se descuidaba el comercio de cualquier otra mercancía que pudiera proporcionar beneficios. Y eso incluye el tráfico de esclavos, común en todo el Mediterráneo, porque la línea que separaba a comerciantes de piratas no fue nítida en ningún momento de la Antigüedad. El comercio de intermediación resultó ampliamente beneficioso. Consistía en desembarcar mercancías propias en un puerto determinado, por ejemplo griego o etrusco, y embarcar allí otros productos, como podrían ser la cerámica ática o el hierro itálico.
Muchos de sus “clientes” pertenecían a regiones poco civilizadas no incorporadas a un sistema monetarizado

Después se transportaban a un tercer lugar en donde se repetía la operación, y así sucesivamente hasta volver al puerto de partida. El periplo total podía durar largos meses e incluso años. La difusión llevada a cabo de su simplificado alfabeto de 22 letras, origen del nuestro, no hizo sino facilitar el proceso administrativo inherente a cualquier transacción mercantil.

Curiosamente, su lucrativo comercio se adhirió tarde al sistema monetario, que se extendía por el Mediterráneo desde el siglo VIII a. C. Ello prueba la solidez de sus circuitos comerciales, pero también deja ver que muchos de sus “clientes” pertenecían a regiones poco civilizadas que no se habían incorporado aún a un sistema monetarizado.

No obstante, en distintos períodos de su historia, las ciudades fenicias, fuertes y ricas, pero desunidas, sufrieron el envite y el saqueo de las potencias hegemónicas de Oriente Próximo. Un gran número de habitantes quisieron verse libres del pago de altos tributos y de destrucciones y buscaron horizontes más benignos, lo que provocó el asentamiento de poblaciones fenicias en distintos puntos del Mediterráneo.

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