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martes, 1 de febrero de 2022

Argentina: Pioneros urbanos

De Patricio Peralta Ramos a Isidro Jurado

Por Roberto L. Elissalde  ||  La Prensa
28.10.2021





Hace pocos días mi amigo Carlos Charlie Peralta Ramos recordaba que don Patricio su antepasado partió en un coche de caballos a comprar las tierras donde se encuentra Mar del Plata y sus alrededores desde Buenos Aires en 1860, para catorce años después fundar la ciudad.

Seguro que si a alguien le interesó ese viaje y la aventura fue a sus dos hijos varones, Jacinto y Eduardo de 11 y 10 años respectivamente, que concurrían al Colegio San José de los Padres Bayoneses. El viaje en una galera de la empresa Mensajerías Generales del Sud, propiedad de don Luis Moreno duró seis días con sus noches, cruzaron Chascomús y Dolores lugares que seguramente fueron los que mayor confort les pudieron brindar, ya que los otros eran sencillas postas cada unas cuatro o más leguas para reponer los caballos y continuar, con el indudable peligro también de encontrar algunos indios alzados algo muy probable después de cruzar el Salado.

En tiempos acelerados, en que en poco más de cuatro horas (si no hay malones o mejor dicho cortes de ruta o de calles) podemos llegar a Mar del Plata, cobrar conciencia de estas experiencias de aquellos pioneros es un detalle para rescatar. Muchos de los cientos de miles de turistas que visitan la ciudad, admiran sus playas, ignoran que en ese momento era un desierto, casi sin árboles y que lo únio construido era el saladero de José Coelho de Meyrelles, un pionero en la zona.

O que fue ese muchachito Jacinto quien junto a su hermana Cecilia, según lo recuerda Charlie Peralta Ramos, las primeras personas registradas en darse un baño de mar, años más tarde. Corría 1868 y ella fue la primer mujer en internarse en esas aguas, oculta bajo un improvisado biombo preparado por su padre con la vela de un barco, a fin de alejarla de las posibles miradas indiscretas.

Alicia Jurado recuerda en Descubrimiento del mundo -el primer tomo de sus memorias- que en aquellos tiempos "el río Salado constituía el límite entre la civilización precaria y la desatada barbarie". Recuerda que su abuelo José María siendo soltero fue a administrar una "estancia-fortín" propiedad de un tío suyo don Isidro Jurado, "siendo muy chica, mi padre me señalaba las huellas del foso perdidas en un montecito cerca del camino a las Flores, único resto de aquella población".

Don Isidro a quien pudimos encontrar nacido en Mendoza en 1799 al decir de su sobrina bisnieta "hombre de empresa, no fue solamente estanciero, sino que era dueño de una tropa de carretas que llevaba mercaderías hasta Tandil y de un establecimiento comercial en el pueblo de Tapalqué o Tapalquén, pues aún no se han puesto de acuerdo los pobladores en si se debió conservar el nombre indígena con ene final o el que concluye con la vocal acentuada, como figura hoy en los mapas oficiales".

LOS TROPEROS

Rescata Alicia Jurado los nombres de los troperos, aquellos que acompañaban las largas travesías la carretas, que paraban en la Plaza de Miserere y después en Constitución. "Sus capataces Florencio Pérez y Nicasio Campos y los de los peones de Las Tres Flores y de otra estancia suya, La Pacífica, más parecen lista de invitados a un sarao en casa de alcurnia que nómina de paisanos analfabetos. Se llamaban Ambrosio Acevedo, Antonio Villegas, Alejo Quiroga, Santiago Madero, Juan Zorrilla, Patricio Herrera, Alejandro Frías, Mateo Gallardo, Florencio Posadas y Gregorio Toledo, Una de las cocineras respondía al nombre de Ceferina Torres de Ortiz". Magnífico recuerdo porque estos nombres sobrevivieron por tres generaciones, dando una muestra acabada del afecto y el cariño a la gente que había trabajado y además con un tío bisabuelo, cosa casi novedosa el de sobrevivir después de casi un siglo y medio.

Agrega Alicia Jurado tan recordada colaboradora de La Prensa y premiada con la distinción Alberdi-Sarmiento: "La tropa de don Isidro era considerable, constaba de doce carretas tiradas por seis bueyes cada una, un carretón de cuatro bueyes y siete animales de arreo. Las cargas están consignadas en prolijos inventarios y consistían en los más variados artículos: bolsas de harina, tercios de yerba, barricas de sal y de azúcar, bordalesas de vino carlón, pipas de caña y de ginebra, cajones de jabón y de sardinas, piezas de paño, canastos de loza; morteros de algarrobo, damajuanas de vinagre, libras de chocolate y queso de Goya, peines imitación búfalo, camisas Montecristo, ponchos de vicuña, gruesas de botones de chaleco, medias de muger, botas punteadas y lisas. En renglón botica, había aceite de almendras, lino en polvo y en grano, cebada inglesa; en el de herramientas, serruchos, azuelas, martillos, cortafierros".

No era cosa fácil trasladar esta mercadería, no solo por los caminos sino también por los malones. José María Jurado de 22 años daba cuenta que un malón en mes de enero de 1853 fue rechazado en la estancia Tres Flores por 37 hombres, todos "participaron a la par de las fatigas y zozobras que nos trazó esa mala época. Constó la fuerza de invasores el día 16 de 420 o más indios y la del día 17 fue más o menos de 250 salvajes". Años más tarde su hijo José Antonio casó con Francisca Obligado la hija de Pastor el gobernador de la provincia, y éste sabiendo que vivía la familia en el campo, exhortaba a la familia por el peligro de los malones que se instalaran en Buenos Aires con sus hijos, sin embargo ella no se separó de su marido y lo acompañó en esos peligros.

Esas carretas que paraban frente a la estación del ferrocarril del Sur hacia 1865 con una modesta estación, o ya con el edificio imponente de 1880, soportaron muchas veces los ataques, igual que las galeras de corrían leguas y leguas. Fueron esos pioneros como Patricio Peralta Ramos o Isidro Jurado, los que conquistaron con su visión y su trabajo el desierto, vaya para ellos como para esos nombres olvidados que mencionamos un testimonio de gratitud.

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