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martes, 13 de mayo de 2014

Padre Mugica ¿muerto por quién?

La realidad arruina otro buen relato
El monumento al sacerdote renueva el debate sobre si fue asesinado por la Triple A o por Montoneros.



El padre Carlos Mugica, asesinado hace cuarenta años, figura como una de las víctimas en el monumento emplazado en la Costanera porteña en honor de las Víctimas del Terrorismo de Estado, pero, no existe, por el momento, ninguna prueba que indique que haya sido muerto por la ultraderecha peronista, como tantos han sostenido.

Una hipótesis políticamente correcta y tranquilizadora es que Mugica fue asesinado por la Triple A, la tenebrosa organización paraestatal encabezada, según se cree, por José López Rega, el entonces ministro de Bienestar Social y secretario privado del presidente, que era el general Juan Domingo Perón.

Lo dicen tantos historiadores y periodistas que se ha convertido casi en un lugar común. Su principal argumento a favor es la declaración judicial, el 13 de marzo de 1984, de Juan Carlos Juncos, un riojano que estaba preso en Neuquén por hurtos reiterados. Juncos le dijo al juez José Dibur que había sido el chofer de uno de los vehículos que participaron en los asesinatos no sólo de Mugica, sino también de José Ignacio Rucci y Rogelio Coria, entre otros, por orden de López Rega, de quien era custodia.

Como afirmo en mi libro Operación Traviata, las declaraciones de Juncos fueron rápidamente desmentidas por todas las personas que había nombrado, incluido uno de sus presuntos cómplices, que para la fecha del crimen de Rucci estaba preso en Montevideo. El 13 de junio de 1984, Juncos declaró nuevamente y se retractó: había inventado todo en base a recortes periodísticos para que lo trasladaran a Villa Devoto dado que su mamá estaba enferma.

El juez Fernando Archimbal concluyó el 6 de diciembre de 1984 que Juncos había sido “mendaz” y no había tenido vínculos con la Triple A. Y en febrero de 1988 Amelia Berraz de Vidal dictaminó que “la única intención de Juncos de vincularse al sumario consistió en lograr el traslado a un instituto de detención con sede en Capital Federal a causa de los problemas personales del nombrado. Es así como las primigenias versiones de Juncos carecen de credibilidad para mantenerlo vinculado al caso”.

Los dichos de Juncos fueron tomados como ciertos por todos los gobiernos desde 1998, cuando el presidente era Carlos Menem y la Subsecretaría de Derechos Humanos dictaminó, sobre la base de ese testimonio, que el padre Mugica había sido acribillado por la Triple A. Y por eso figura en el monumento porteño, ahora bajo la responsabilidad del jefe de Gobierno, Mauricio Macri.

Las declaraciones de Juncos también fueron asumidas como ciertas por algunos historiadores y periodistas, como Felipe Pigna en Lo pasado pensado y Eduardo Anguita y Martín Caparrós en La voluntad, volumen 3, pese a que para las fechas en que fueron escritos y publicados la Justicia ya había determinado que Juncos había sido “mendaz”. Como decía un periodista cínico, “que la realidad no te arruine un buen relato”.

La Triple A nunca admitió este asesinato; Ricardo Capelli, que acompañaba a Mugica cuando ocurrió el atentado y resultó herido, identificó luego como autor de los disparos al comisario Eduardo Almirón, uno de los principales secuaces de López Rega. Esos dichos de Capelli han sido desmentidos incluso por familiares de Mugica con el argumento de que si López Rega no quería que se supiera que él había ordenado el crimen, no iba a enviar a uno de sus hombres más conocidos y fáciles de identificar.

Lo cierto es que Mugica pudo haber sido muerto por la Triple A, pero también por Montoneros, dado que había roto ruidosamente con Mario Firmenich y su voluntad de enfrentar a Perón, que, recordemos, el 11 de mayo de 1974, era presidente. Como señala Juan Manuel Duarte, en su libro Entregado por nosotros, Mugica había confesado sus temores de ser asesinado por Montoneros a Antonio Cafiero y Jacobo Timerman, entre otros. Lo cierto es que aún no se sabe quién mató a Mugica.

*Editor ejecutivo de la revista Fortuna.
Su último libro es ¡Viva la sangre!

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