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sábado, 29 de noviembre de 2014

JMR: El testamento de la madre del Restaurador de las Leyes

EL TESTAMENTO DE DOÑA AGUSTINA.
23 de noviembre de 2014 a la(s) 12:51



Doña Agustina Lòpez Osornio  fue la esposa de Don Leòn Ortiz de Rozas y la madre del Ilustre Restaurador de la Leyes y de otros 19 hijos. Fue una mujer de caràcter y de acciòn. Durante su vida, ademàs de criar a sus hijos dirigiò sus estancias, administrò sus bienes y procurò ayudar a su projimo toda vez que tuvo oportunidad.
Estas son algunas anècdotas que pintan su caràcter, extraìdas del libro de su nieto el general Lucio Victorio Mansilla titulado "Rosas,ensayo històrico psicològico".



" Gervasio (el menor de los varones) fue, en efecto, hecho tendero, y lo traemos a colación incidentalmente para volver una vez más sobre el carácter de doña Agustina, que llevaba la batuta en todo, en aquel hogar ya descrito.

La cosa no era tan llana como a primera vista parecerá. El mostrador era una doble escuela: preparaba para el buen trato y curaba de falso orgullo. Se conversaba con el bello sexo, entre el chis chas de la tela rasgándose, después de haber sido medida concienzudamente; pero había que vivir en la tienda, que comer platos de viandas preparadas en la fonda, que barrer adentro y afuera, en una palabra, que no hacerle asco a nada, siendo, ítem más, el doncel tan respetuoso con los patrones como con los propios padres. El tiempo y la paciencia, la humildad y un poco de neuronas completarían la obra.

Sucedió que Gervasio, habiéndosele mandado que lavara los platos en que habían comido sus colegas de más edad, contestó: "Yo no he venido aquí para eso".

El dependiente principal dio cuenta al patrón y éste, llamando a Gervasio, le dijo secamente: "Amiguito, desde este momento yo no lo necesito a usted más, tome su sombrero, váyase y mande por su cama. Yo hablaré con misia Agustina después; mientras tanto prontito, a su casa..."

Gervasio llegó a ella todo lleno de turbación, porque en el camino había calculado lo que le esperaba.

Habló; la madre nada dijo. Salió, y un rato después regresaba con el patrón.

Que llamen a Gervasio, ordenó a un sirviente.

Gervasio se presentó: tomóle de una oreja, y diciéndole "hínquese usted y pídale perdón al señor ", a ello le obligó. Y prosiguió: "¿Lo perdona usted, señor?" -Y cómo no, mi señora doña Agustina. - Bueno, pues caballerito, con que tengamos la fiesta en paz... y váyase a su tienda con el señor que hará de usted un hombre. Pero, ahora, mi amigo, yo le pido a usted come un favor que a este niño le haga usted hacer otras cosas (y al oído le dijo: que limpie las bacinillas).

Gervasio no volvió a tener humos. Poco tiempo después, habiéndose bajado el talle, su posición era otra en todo sentido, no faltándole sindéresis. ¡Cuán cierto es que así como hay analépticos para fortificar el cuerpo, así también los hay para curar los resabios del amor propio mal entendido!

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Cuando don León pasó a mejor vida, doña Agustina hacía ya años que no se levantaba de la cama; estaba tullida. Pero asimismo de todo se ocupaba: de su casa, de su familia, de sus parientes, de sus relaciones, de sus intereses, comprando y vendiendo casas, reedificando, descontando dinero, y siempre constantemente haciendo obras de caridad y amparando a cuantos podía, a los perseguidos con o sin razón por sus opiniones políticas. Y hubo vez en que riñó por mucho tiempo con su hijo por negarse éste a poner en libertad a un perseguido, del que ella decía: "Ese señor (Almeida) no es unitario ni es federal, no es nada, es un buen sujeto; y así es como Juan Manuel se hace de enemigos porque no oye sino a los adulones". El entredicho duró hasta que el dictador fue a pedirle perdón de rodillas, anunciándole que el hombre estaba en libertad.

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Uno de los actos de doña Agustina que más acentúan sus caracteres complejos de mujer caritativa y prepotente es su testamento. Estos documentos no mienten, siendo una secuela legal que puede compulsarse.

Necesitamos para mejor inteligencia de las cosas decir que de la unión entre doña Manuela y el doctor Bond, ya citados, le quedaron huérfanos a doña Agustina varios nietos, de los que fue tutora y curadora: Enriqueta, Franklin, Carolina y Enrique, que murió. Doña Agustina los cuidaba y los amaba con la más tierna y exagerada solicitud, a título de que eran muy desgraciados no teniendo padre ni madre.

Resolvió, pues, hacer su testamento. Tenía un escribano condiscípulo y amigo, hombre seguro, de toda su confianza, con el que se tuteaba. Lo mandó llamar.

-Montaña, quiero hacer mi testamento.

-Bueno, hija.

-Siéntate y escribe.

Montaña se acomodó en una mesita redonda estilo imperio que conserva la familia, y doña Agustina, que tenía una excelente memoria, mucho orden y todas sus facultades mentales intactas a pesar de sus años y de sus achaques dolorosos, comenzó a dictar.

-Agustinita, eso que dispones no está bien.

-¿Por qué?

-Porque lo prohíbe la ley.

-¡Que lo prohíbe la ley! ¡já, ja, já! ¿Qué, yo no puedo hacer con lo mío, con lo que hemos ganado honradamente con mi marido, lo que se me antoje? escribí no más, Montaña.

-Pero, hija, si no se puede, si no será válido; no seas porfiada.

-¿Qué no se puede? escribí no más, que vos no sos el del testamento, sino yo, y ya verás si se puede...

-Pues escribiré y ya verás.

-Ya veremos.

Montaña siguió escribiendo, y la señora disponiendo sus bienes.

Montaña arguyó nuevamente: "Eso tampoco se puede", y la señora redarguyó: "Ya verás si se puede; escribí, nomás, escribí".

Montaña agachó la cabeza, siguió, y las mismas contradicciones se repitieron unas cuantas veces más...

-Bueno; lee ahora, Montaña.
Montaña leyó.

-Perfectamente, agregá ahora: Sé que lo que dispongo en los artículos tales y cuales es contrario a lo que mandan las leyes tales y cuales (cita todas tus leyes). Pero también sé que he criado hijos obedientes y subordinados que sabrán cumplir mi voluntad después de mis días: lo ordeno.

Y el testamento, que era una monstruosidad legal, se cumplió. La señora favorecía a sus tres nietos a tal punto, que todos ellos heredaban más que sus hijos.

El testamento se abrió; la primogénita, doña Gregoria, dijo: "Vayan a ver qué dice Juan Manuel". Así se hizo. Don Juan Manuel no lo leyó, diciendo: "Que se cumpla la voluntad de madre". Los otros de ambos sexos, sabiendo lo que había dicho el hermano mayor, contestaron lo mismo sin leer. Sólo Gervasio, el hermano menor, se lo hizo leer. Meditó, y después de reflexionar, dijo: "Que se cumpla la voluntad de madre. Pero vayan a decirle a Juan Manuel y a Prudencio que nosotros somos ricos, que de lo nuestro se tome para integrar la hijuela que a las hermanas mujeres corresponde..."

Y así se hizo, y la voluntad de doña Agustina López de Osornio prevaleció contra la ley, cumpliéndose lo que al testar le decía al escribano refractario, plenamente convencida de su infabilidad : "Ya verás como se puede ".

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