Bóveda donde se hallan los restos del coronel Martiniano Chilavert, Cementerio de la Recoleta
Versiones de distintas fuentes, pues, concurren a establecer tácitamente una sugestiva relación entre el capitán de milicias don Francisco Chilavert, padre de Martiniano, y el futuro vencedor en San Lorenzo, por el solo y no desdeñable hecho de integrar juntos ese reducido puñado de hombres de confianza, dispuestos a desempeñar una trascendente misión en el Nuevo Mundo. Todos lo mencionan a ese español americanista: “…los amigos… Chilavert y otros cuantos….”, dice Manuel Moreno a su íntimo corresponsal de tantas informaciones importantes. Camarada de San Martín, le llaman objetivamente los historiadores. Peo no es sólo a través de la influencia paterna, como el pequeño viajero recibirá del Libertador su misterioso influjo: su hermano mayor, José Vicente, traba con San Martín durante el largo viaje transoceánico, una amistad que será duradera; a los treinta y cuatro años que a la sazón contaba el hijo elegido de Yapeyú, parco y sencillo, pero sicólogo natural para juzgar a los hombres, habrá ofrecido el mayor de los hermanos Chilavert sus aproximados veinte años bien aprovechados, de joven serio y estudioso. Puede colegirse, de dos importantes cartas de San Martín a José Vicente, algunos años después, todo lo que ambos, pese a la diferencia de edades, barajaron juntos en relación con los intereses de la tierra natal (1). Muchas veces, sobre la imponente grandeza del mar, bajo el cielo infinito del trópico, el pequeño Martiniano fue el oyente respetuoso y absorto de cosas que todavía no alcanzaba a comprender cabalmente… Muchas palabras le oyó decir, con acentos que preludiaban el bronce, a ese austero teniente coronel de caballería que entablaba largos coloquios con su hermano mayor. Esas frases quedaron grabadas con caracteres indelebles en su mente, como esclarecidas primicias de historia.
En efecto, a su regreso del Perú, en 1823, cargado de gloria, pero también de amarguras, desde su chacra de Mendoza le escribe el Libertador -¡once densos años después de haber llegado a Buenos Aires!- a José Vicente Chilavert esta carta de amigo. Hay en ella una alusión a cierta diferencia de edades, y campea en sus párrafos el amargo escepticismo que ha dejado en el alma del Capitán de los Andes la ingratitud de que ya era víctima por parte de algunos conspicuos políticos de su patria. Dice así la carta:
“Sr. Dn. Vicente Chilavert
Mendoza
Amigo: No he contestado con más antelación a la de Ud. de 29 de julio por haberme hallado en el campo, del que no he regresado hasta hará diez días.
Se funda Ud. en decir que mi situación me permitirá el tiempo suficiente para leer las cartas de mis rancios amigos; sin embargo, no lo tengo muy sobrante, pues él es dedicado a prepararme a bien morir, no como Ud., sino como un cristiano que por su edad (contaba entonces sólo 45 años) y achaques ya no puede pecar, y a tributar al que dispone de la suerte de los guerreros y profundos políticos las más humildes gracias por haberme separado de unos y otros.
Me dice Ud. que por los papeles públicos formaré una idea exacta de la política de ese país; hace cinco meses que no leo ningún papel público y me va muy bien con este sistema; que no exista la anarquía en nuestro territorio y que los españoles ya no vuelvan a dominar; es cuanto necesito saber, de lo demás poco me importa.
Veo lo que me dice de haberle asegurado Alvear me había escrito a mi entrada en Lima y en otras diferentes ocasiones sin haber tenido nunca contestación mía; protesto a Ud. que no he recibido carta de él desde su salida de Buenos Aires.
Viva, goce Ud., más que Salomón, son los deseos de su amigo. José de San Martín”.
Es bueno tener en cuenta, para evaluar correctamente la importancia de esta correspondencia y, consecuentemente, la jerarquía del destinatario, que San Martín, libertador de Chile y de Perú, era ya ante el mundo uno de los preclaros hombres de América. Su actuación político-militar, por lo tanto, conocida en todos los países civilizados, Constituía una de las grandes figuras del siglo XIX, aunque el huracán de las ingratitudes agitara su espíritu en esa hora.
Y aquí tenemos, desde el primer exilio del Libertador en Bélgica, la otra carta, fechada en Bruselas el 1º de enero de 1825. La dirige así: “Al señor D. Vicente Chilavert primer profesor de Economía Política de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Buenos Aires”, y dice:
“Apreciable amigo:
Al contestar a la de Ud. del 10 de setiembre, permítame le tribute infinitas gracias por las noticias que me da de los favorables sucesos del Perú; ellos son para mí un consuelo que me hace más llevadera la separación de mi patria, separación que todas las distracciones que presenta la civilización europea no pueden hacerme soportable.
Todo cálculo en revolución es erróneo; los principios admitidos como acciones son por lo menos reducidos a problemas; las acciones virtuosas son tergiversadas y los desprendimiento más palpables son actos de miras secundarias; es que no puede formarse un plan seguro, y al hombre justo no le queda otro recurso, en medio de las convulsiones de los Estados, que proponerse como norte de su conducta obrar bien; la experiencia me ha demostrado que ésta es el ancla de esperanza en las tempestades políticas; nada de este exordio comprenderá Ud.; pero me explicaré.
A mi regreso del Perú (y no a mi retirada, como dice el Argos) yo no trepidé en adoptar un plan que al mismo tiempo que lisonjeaba mi inclinación, ponía a cubierto de toda duda mis deseos de gozar una vida tranquila, que diez años de revolución y guerra me hacían desear con anhelo; consiguiente a él establecí mi cuartel general en mi chacra de Mendoza, y para hacer más inexpugnable mi posición corté toda comunicación (excepto con mi familia); yo me proponía, en mi retrincheramiento, dedicarme a los encantos de una vida agricultora y a la educación de mi hija, pero ¡vanas esperanzas! en medio de estos planes lisonjeros, he aquí que el espantoso Centinela principia a hostilizarme; sus carnívoras falanges se destacan y bloquen mi pacífico retiro; entonces fue cuando se me manifestó una verdad que no había previsto a saber: que yo había figurado demasiado en la revolución para que me dejasen vivir en tranquilidad. Conocí que mi posición era falsa y que a la guerra de pluma que se me hacía, yo no podía oponer otra que esta misma arma, para mi desconocida; en lucha tan desigual me decidí a abandonar mi fortificación y adoptar otro sistema de operaciones. He aquí mi primer plan destruido.
He tenido el honor de atravesar en compañía de Ud. el borrascoso Atlántico; sin trepidar me entrego nuevamente a sus caprichos, creyendo que en sus insondables aguas se ahogarían las innobles pasiones de los enemigos de un viejo patriota; pero contra toda esperanza, el Argos de Buenos Aires se presenta sosteniendo los ataques de su conciliador hermano el Centinela y protegido de Eolo y de Neptuno atraviesa el océano, y en el mes de las tempestades arriba a este hemisferio con la declaración de una nueva guerra.
Aquí me tiene Ud., paisano, sin saber qué partido tomar. En mi retiro de Mendoza yo proponía una federación militar de provincias; vengo a Europa, y al mes de mi llegada un agente del gobierno de Buenos Aires en París (que sin duda alguna acude a los consejos privados del ministro francés) escribe que uno u otro americano residente en Londres, tratan de llevar (metido en el bolsillo) a un reyesito para con él formar un gobierno militar en América. He aquí, indicado al general San Martín…”.
Después de todo esto, tan significativo que merecería por si solo un denso capítulo (2), se despide en estos términos:
“Que el acierto acompañe sus calendarios estadísticos financieros; que la salud sea completa, y la alegría y las fuerzas no lo abandonen, son los deseos de su compatriota”.
Esta interesante pieza, encontrada por una feliz casualidad en el Archivo de los Tribunales de Buenos Aires a fines de siglo -¡setenta y cinco años ignorada por la historia!- prueba sin réplica la amistad a que nos referíamos. Pero también prueba definitivamente la sorda e implacable maquinación contra el Padre de la Patria, sostenida con singular virulencia por el Argos y el Centinela, conspicuos representantes de la prensa rivadaviana. ¡Lo fueron a buscar al ostracismo para atacarlo, océano por medio! Pero el héroe de la causa grande, lo fue también por el desprecio olímpico que demostró hacia sus detractores. Incapaz de rumiar sentimientos pequeños, como el rencor, sólo se confesaba ante sus íntimos, para que comprendieran la razón de un alejamiento que distaba de ser indiferencia. Ya lo probaría con creces en el futuro.
En esa carta recuerda el Libertador al amigo, el viaje que realizaron juntos a través del Atlántico en 1812, y en el medio tono de la confidencia fraternal desahoga la queja viril contra las diatribas que pretendían alcanzarlo. Todo eso, con respetuoso aprecio hacia quien llama “primer profesor de Economía Política de las Provincias Unidas del Río de la Plata”.
Existió entre ambos, pues, una buena amistad, más allá del tiempo y de la distancia. Hemos visto, asimismo, según todos los testimonios –verbigracia, la aludida carta de Moreno a Guido y la información de la Gaceta del 12 de marzo de 1812- , que don Francisco Chilavert, el padre, se contaba en el grupo de militares que se alejó de Cádiz y, pasando por Inglaterra, embarcó luego –mancomunados todos en un mismo propósito- rumbo a Buenos Aires. Es decir, camarada de hecho de San Martín, Alvear, Zapiola y los demás.
Así fue como Martiniano, el niño de trece años, hijo de un español americanista, regresa a la Patria casi de la mano de quien habría de ser el héroe máximo de la Gran Epopeya. ¡Quién sabe si este ilustre vínculo no fuera entonces, para él, algo así como el germen misterioso del encendido fervor patriótico que caracterizó siempre, entre aciertos y errores, al artillero científico y valiente de Ituzaingó y de Caseros!.
Por lo tanto, bajo esos auspicios y apenas desembarcado, sintiendo aún en su espíritu virginal el poderoso influjo de la personalidad del gran hombre, continuaría en Buenos Aires –como en efecto lo hace-, con una aplicación superior a lo exigible a sus años, los estudios matemáticos que había iniciado con éxito en España. Luego se incorpora en calidad de cadete al Regimiento de Granaderos de Infantería, adquiriendo allí conocimientos que contribuirían a darle más adelante una seria preparación militar. Desde su iniciación se destacó por su temperamento estudioso y analítico, y por la profundidad de sus preocupaciones y juicios. Es bueno tener presente que en un país que está librando una guerra por su independencia, resulta fundamentalmente importante formar oficiales capaces, única posibilidad de tener ejércitos y soldados idóneos y eficientes. De ahí que resultara altamente promisoria la incorporación de un jovencito con las bellas cualidades de Martiniano, quien el 23 de enero de 1817 alcanza el grado de subteniente de artillería.
Pero no por eso deja las matemáticas. Antes al contrario, parece aumentar su vocación por ellas, y dos años después (26 de enero de 1819) se presenta a rendir prueba de suficiencia. Lo hace con todo éxito, en solemne acto público –según prácticas de la época-, ante altas autoridades civiles y militares.
El estudio metódico comenzó a nutrir su inteligencia, de suyo lucida, y templó su carácter en la disciplina y el orden. En la frente despejada de este joven nostálgico e introvertido, algo indefinible se revelaba ya, como si el destino le reservara para transitar nada comunes rumbos.
Al dar término el curso, el 19 de febrero de ese mismo año, se incorpora al servicio activo. Ya está iniciado, pues, en la profesión de las armas, cuyos galones ostentaría siempre con honor. Por su muy estimada preparación técnica, todos los juicios y todos los acontecimientos lo califican a Chilavert como el artillero científico, destacándose como sobresaliente entre las promociones de su época. Cumple consignar ahora, al mismo tiempo, que la rigidez de cuáquero de su carácter le ganó numerosos enemigos, aunque sus juicios no fueron alimentados siempre por sentimientos confesables. Todo individuo puntilloso y exigente molesta, y muchas veces surgen en su torno reacciones que le crean situaciones desfavorables y delicadas. No hay que descartar, sin embargo, que ya hacia su madurez fuera acentuándose una naturaleza temperamentalmente díscola, según se desprende también de algunos indicios y testimonios concurrentes. Pero en cuanto a su conducta, que es lo que realmente importa, tirios y troyanos, amigos y adversarios, y sobre todo la posterioridad, lo consideran con unánime respeto. A veces, la reticencia egoísta o sectaria procura disfumar en la penumbra una no mentida admiración. Esto es ya significativo y definitorio.
Referencias
(1) Las aludidas cartas, que a continuación se transcriben fueron publicadas en el diario La Prensa, en marzo de 1900, bajo el título de “Documentos históricos – Dos cartas del general San Martín, encontradas últimamente en los Archivos de los Tribunales de la Capital”.
“El alma lacerada del Libertador –comenta el periodista- se ve a través de las líneas rápidamente trazadas de estas cartas. Sus impresiones, trasmitidas rápidamente a un amigo, dan con toda nitidez los perfiles del carácter del héroe de nuestra gran batalla nacional. La rectitud del soldado patriota se revela en la primera carta, y en la segunda pinta en un solo párrafo, con un solo rasgo, su aversión a los conquistadores españoles y su anhelo por la paz en la Patria que él nos había legado.
“La primera carta tiene una importancia fundamental en nuestra historia, y se presta a observaciones y aclaraciones que será necesario hacer, como acto de justicia histórica, en hora propicia”.
(2) Véase el trabajo “San Martín y Rivadavia, una cordial enemistad”, publicado por la revista Todo es Historia, noviembre de 1967.
Fuente
Diario La Prensa, Buenos Aires, 7 de marzo de 1900.Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Uzal, Francisco Hipólito – El fusilado de Caseros, Editorial La Bastilla, Buenos Aires (1974)
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