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viernes, 11 de diciembre de 2015

SGM: El horror de ser judío en Alemania Nazi

El crudo relato de una mujer que sobrevivió a la Alemania nazi y se refugió en Argentina

Cuando Clara Mann tenía 9 años, su familia escapó del gobierno de Hitler. "Nos pusieron una J roja en el pasaporte para que todos supieran que éramos judíos", dice. Hoy, a los 88, recuerda el asedio que tuvo en su colegio, la triste despedida de sus amigas y el volver a empezar en un país lejano.

Clarín


 El horror nazi, en primera persona.
Clara con su viejo pasaporte con una J roja: los nazis ponían esa marca para que todos supieran que eran judíos.

Camila Guisado
Tiene nueve años. La alumbra una lámpara a querosén y, sentada sobre una cama de paja, intenta leer el diccionario alemán-español que le dio su papá. Pasaron casi ocho décadas de aquella noche que Clara Mann recuerda con tanta nitidez como si la volviera a vivir. Hoy, a los 88, en vez de un diccionario sostiene en sus manos el pasaporte alemán que una noche le sellaron en la Aduana Argentina, cuando llegó junto a su familia escapando del nazismo.

"Antes de subirnos al tren en Alemania, nos pusieron una 'J' roja en el pasaporte, para que todos supieran que éramos judíos. A los que viajaban nos separaban entre hombres y mujeres, y nos desnudaban para revisar que no nos lleváramos nada. Así nos tenían dos horas", cuenta desde una silla de plástico en los jardines del Hogar Hirsch, de San Miguel, donde hoy vive, pinta, borda, hace natación y narra la historia de su vida.

"Con mi familia vivíamos en un pueblo alemán que quedaba cerca de la frontera con Francia, donde el nazismo se sufría aún más que en las ciudades grandes. Para terminar de comprender lo que pasaba nos juntábamos de noche en la casa de unos amigos judíos a escuchar una radio francesa, la única que contaba la verdad", relata.



Una foto de su infancia.

El horror que se vivía en Alemania sería, poco después, conocido en todo el mundo. "En 1936, ya con tres años de Hitler en el poder, ingresó a mi colegio un profesor nazi. En mi escuela quedábamos sólo tres alumnos judíos. Este profesor formó una juventud hitleriana y les enseñó a odiarnos simplemente por ser judíos. La mayoría de mis compañeros se unió, sólo unos pocos nos fueron fieles, aunque tampoco podíamos hablar o jugar con ellos porque si nos veían juntos los castigaban. No pude aguantar este hostigamiento y dejé de ir al colegio", cuenta la abuela, reviviendo con palabras a esa niña atemorizada que aún lleva bajo su piel.

"Mis papás decidieron volver a mandarme al colegio de mi pueblo, pero las agresiones contra nosotros eran cada vez peores. Una tarde llegué a mi casa con las manos marcadas porque un profesor me había dado diez golpes en cada una con un señalador", detalla y se acaricia las muñecas, como si todavía llevara esas marcas.

"Mi mamá no quiso que dejara de estudiar, yo tampoco, porque me encanta aprender. Pero cuando los insultos y la persecución empezaron a provenir también de los maestros, decidió hablar con el director. La respuesta que recibió fue más que suficiente para sacarnos de ese colegio. El director le dijo que si volvía a quejarse, iba a tirarla por las escaleras", repasa Clara.

Y agrega mientras despliega un caminito de tela que lleva bordadas sus iniciales y 1938, el año en que llegó a la Argentina: "Mi mamá empezó a enseñarme por su cuenta. Me explicaba cómo escribir, leer, bordar y hacer las tareas de la casa para ayudarla. Bordábamos juntas, hay un lienzo que empezamos en Alemania y terminamos aquí".



En el Hogar de San Miguel donde vive.

"Al problema del colegio se sumó que mi papá ya no vendía nada en su negocio porque la gente no quería comprarles a los judíos. Y empezamos a recibir maltratos de nuestros propios vecinos, que una noche vinieron a mi casa a gritarnos canciones nazis. No nos quedó otra opción que huir, primero hacia París, donde nos esperaban familiares de mi mamá y unos amigos", prosigue con una mirada que revive el dolor de dejar su hogar y las pocas amistades que le quedaban.

Confusión y tristeza. Eso sentía Clara mientras se despedía de sus amigas la noche anterior a subirse al tren que los llevaría desde su pueblo, Steinbach am Glan, a París, donde los ayudarían a embarcarse rumbo a la Argentina. "Teníamos que vernos de noche, nadie podía saber que éramos amigas, porque ellas eran cristianas y yo, judía", afirma.

"Después, tuve que despedirme de nuestros amigos y familiares en Francia, todavía tengo la imagen de ellos saludándonos en la costa", expresa con la voz quebrada y el corazón en aquellas despedidas.

Durante el viaje a Buenos Aires, se enteraron de la Noche de los Cristales Rotos. "Cuando los nazis destrozaron negocios de judíos y sinagogas, agradecíamos haber salido a tiempo y salvarnos, al mismo tiempo que sufríamos por nuestros familiares que fallecieron en campos de concentración", dice y aprieta los labios.

Ya en suelo argentino, la familia Mann fue recibida por otros parientes que habían escapado antes que ellos.

"Cuando llegamos era todo tan nuevo para nosotros. Hablaban un idioma que no entendíamos y con mi hermano intentábamos leer un diccionario de diez tomos que había comprado mi papá para poder hablar algo de español", rememora.

"Vivimos en unos terrenos que nos dio la Asociación Judía de Colonización en Entre Ríos, hasta que vine a Buenos Aires a estudiar Enfermería. Luego fui a la Asociación Filantrópica Israelita, que hoy tiene el Hogar Hirsch, para aprender a cuidar chicos y trabajar de niñera, hasta que conocí a mi marido Enrique en una sinagoga. Con él estuve casada 60 años, hasta que falleció", sostiene y sus ojos, que supieron estar empañados al recordar el pasado, ahora brillan al hablar del amor que siente todavía por su esposo.

Decorada con retratos de sus dos hijos, nietos y bisnietos, en su habitación Clara atesora su historia. Sobre la mesa, tiene una agenda donde anota sus actividades. "En el hogar hago talleres de literatura, pintura y aquagym", destaca mientras busca fotos de su infancia alemana. Conoce exactamente el orden en el que guarda aquellas fotografías que permanecen intactas, como sus recuerdos.

Clarín Zonales

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