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viernes, 26 de octubre de 2018

San Martín y sus pasatiempos

Los pasatiempos desconocidos de José de San Martín

Jorge Fernández Díaz dio inicio a Pensándolo bien leyendo un artículo de Diego Sarcona que revela diversos matices desconocidos de la personalidad de José de San Martín.

Jorge Fernández Díaz




¿Pudo un puñado de pinceles, algunas partituras y una guitarra formar parte de las pertenencias que acompañaron al general San Martín en sus campañas y luego en su retiro de la vida pública?

¿O acaso su inclinación artística, como otros aspectos de los menos explorados de su vida, se eclipsó ante la estereotipada faceta de guerrero que casi con exclusividad tienen de su figura la inmensa mayoría de los argentinos?

Un amigo me dijo una vez con exagerada ironía que lo peor que había hecho José Hernández había sido escribir el Martín Fierro porque esa magnífica obra eclipsaba el resto de su gran labor literaria y parlamentaria.

En el caso de San Martín, es incuestionable que existen sobradas razones para recordarlo como uno de los mayores estrategas de la historia militar reciente, a la altura del chino Sun Tzu o del general norteamericano Robert Lee, por sus logros y proezas militares que testimonian esta afirmación.

La distancia y el tiempo que le llevó unir Buenos Aires y el convento San Lorenzo, previo al enfrentamiento con los realistas, es considerada por historiadores especializados como la marcha forzada de caballería más rápida en la historia militar mundial; estratégicamente, este combate aplicado en Maipú, emulando el canae de Anibal Barca o el avance obliquo del tebano Epaminondas, son estudiados en academias militares como la de West Point, en los Estados Unidos, en la que además existe un gran retrato suyo en una de los salones principales, o la francesa de Saint-Cyr, sin olvidar, por supuesto, que su máxima obra táctica y estratégica, la Campaña de los Andes -que incluye el desembarco en las costas peruanas- no tiene comparación con ninguna otra en el globo, superando ampliamente a las campañas de Napoleón Bonaparte y Aníbal en los Alpes.

El reconocimiento de estas aptitudes en Europa fue tal, que los revolucionarios belgas le ofrecieron infructuosamente el mando para dirigir el movimiento que los escindió de los Países Bajos, y su opinión fue determinante en el parlamento francés y en el Foreign Office británico para ordenar detener y replegar las fuerzas invasoras de esas potencias en ocasión del bloqueo y violación de nuestra soberanía durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas.

Son éstas algunas de las razones por las cuales es considerado el militar más destacado de las revoluciones hispanoamericanas, por encima de George Washington o Simón Bolívar. En definitiva no cualquiera ha lucido su busto hasta en la oficina oval de la Casa blanca.

Pero subyaciendo al guerrero encontramos en una personalidad tan interesante como en muchos aspectos inescrutable; su inclinación hacia estas “expresiones del alma” como decía Marc Chagall, quizá hasta un vehículo para la exteriorización de las emociones de una humanidad por naturaleza reservada.

¿Cómo comenzó a construirse y materializarse este lazo que unió a nuestro Libertador con la sensibilidad que encierra la tarea artística y nos descubre esta faceta desconocida de su vida?

Sus primeras nociones en el dibujo y la pintura las adquirió seguramente en la península, en momentos de su educación temprana y es por esto que lo encontramos diseñando los escudos para la tropa en Arjonilla.

En íntima confesión a su amigo Tomás Guido, sin complejo alguno, le escribía que, si le faltara empleo en el Ejército, bien podía ganarse lando acuarelas y paisajes de abanico; y esto es por demás significativo ya que en vida pintala España de finales del siglo XVIII no eran bien vistas las artes manuales.

A su llegada a América en 1812, San Martín diseñó y bocetó personalmente el uniforme completo del recién creado Escuadrón de Granaderos a Caballo, y en la función pública, siendo gobernador de Cuyo, la bandera de los Andes. Más tarde, como Protector del Perú, la bandera y el escudo de la nueva Nación.

Pero esa inquietud artística no se limitaba a la pintura o el dibujo; sorprenderá seguramente imaginar a un joven San Martín punteando una guitarra siendo poco conocido que en el marco de su formación en la Península, y según el autor español Agustín de Herrán Matorras, tomó lecciones de guitarra del compositor Fernando Sors y otras de canto.

Este pasatiempo fue retomado en su retiro europeo. Es indudable que le gustaba la música y esto se explica no sólo por la asiduidad con que asistía a conciertos una vez instalado en Francia, después de 1830 -así lo testimonia William Miller en sus “Memorias”- sino también por el hecho de que, de entre los libros que llevó consigo por América y posteriormente donó a la Biblioteca de Lima -que lamentablemente un incendio destruyó años des, encontramos varios volúmenes de un “Diccionario de la Música”.

Como gobernador de Cuyo exigió que en escuelas y actos públicos se entonaran las estrofas del Himno Nacional Argentino y, como jefe militar, hizo lo mismo con las tropas de su mando.

Mitre, avalado en el relato por un testigo, nos cuenta que en vísperas de la batalla de Chacabuco y luego de desmontar y prepararse para descansar, encendió un cigarrillo y mandó a las charangas de los batallones que tocasen nuestra canción patria cuyos ecos habrían de resonar muy pronto en todos los ámbitos de las naciones liberadas.

También nos cuenta Vicente Pérez Rosales que en todas las tertulias sociales se cantaba el himno, pero menciona en particular la que tuvo lugar en casa de la familia Solar y Rosales, que se clausuró con esas notas pero con un intérprete de lujo.

Nos dice: “… todos se pusieron de pie. Hízose introducir en el comedor dos negros con sus trompas, y al son viril y majestuoso de estos instrumentos, hízose oír la voz de bajo, áspera, pero afinada y entera, del héroe…”.

En lo que se refiere a la función militar, San Martín puso especial atención en la formación de bandas de música en los regimientos.

En Chile, bajo su auspicio e iniciativa se fundó la Academia de Música, escuela que generaría dos bandas musicales que eran superiores a la única que tenía el ejército realista en el batallón Chiloé.

El musicólogo chileno José Zapiola considera que en Chacabuco, además del campo de batalla, el triunfo patriota se extendió en el terreno musical, ya que “si bien un combate no se gana con corcheas y semifusas, sépase lo que ellas colaboran en levantar el ánimo de los que generan la victoria”.

Su gusto por la música -y el baile- trajo otras consecuencias inimaginadas y poco valoradas ya que no solamente llevó liberación en sus campañas.

Al cruzar los Andes introdujo en Chile el “Cielito”, el “Pericón”, la “Sajuriana” y el “Cuando” (especie de minué con un “allegro” al final), de manera que además de victorias y esperanzas de libertad, nuestras tropas llevaron nuestras costumbres y cultura en su camino por la independencia. En particular el “Cielito” fue proyección musical de nuestras raíces en Chile, Perú y Bolivia donde se lo oyó y bailó, convirtiéndose en una bandera musical que animaba fogones de campaña.

También sabemos que era muy bueno en la danza de salón, donde armonizaba con elegancia su paso al ritmo de la música. Esta habilidad debió haberla adquirido en la Península ya que llegado a Buenos Aires en 1812 pronto fue motivo de comentarios en las tertulias que ofrecían las familias más importantes de la capital.

Fue en una de éstas, la de los Escalada, donde conoció a Remedios. En relación a esto nos dice en sus memorias Mary Graham, amiga del almirante Thomas Cochrane, que “en un salón de baile hay pocos que lo aventajen…”.

En el Perú y con el título de Protector, convocó a concurso a compositores de música para una marcha nacional peruana y ocupando el sitial de la presidencia dio orden a la orquesta de que iniciara la ejecución de las obras presentadas y cuando le tocó el turno a la del maestro José Bernardo Alcedo, el Libertador se incorporó y, según nos cuenta el escritor peruano Ricardo Palma, exclamó: “He aquí el Himno Nacional del Perú”, sosteniendo “que el entusiasmo patriótico se alimenta, entre otras cosas, con la adopción de una marcha nacional por el influjo que la música y la poesía ejercen sobre las almas sensibles”.

A partir de 1830, en el exilio europeo, la música y el arte estarán continuamente presentes en su vida. Ya radicado en Francia, conoció al compositor italiano Gioacchino Rossini, que era muy cercano a Alejandro Aguado, benefactor de San Martín.

Ambos fueron los primeros privilegiados en presenciar el estreno de la conocida obra “Guillermo Tell” que el músico les obsequió en agradecimiento a su amistad.

Mientras su vista se lo permitió, se dedicó profusamente al dibujo y a la producción de acuarelas, preferentemente marinas, en un taller que compartía con su amigo Aguado.

De ese inimaginado atelier, y para sorpresa de muchos, salieron dos obras que ilustran paisajes del Paraná y tienen el máximo prócer de la argentinidad como autor.

Hoy, entre obras de Leonardo, Rembrandt o Delacroix, aunque no a la vista de las más de ocho millones de personas que lo visitan anualmente, descansan en el archivo del prestigioso Museo del Louvre.

El autor es abogado e investigador histórico y publicó el artículo en Infobae.

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