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miércoles, 12 de febrero de 2020

Nazismo: Las últimas horas de Eichmann

Las últimas horas de Adolf Eichmann, el "arquitecto" del Holocausto: una botella de vino, temibles palabras finales y la horca

Con una identidad falsa llegó a Sudamérica en 1950. Durante 10 años esquivó a la Justicia hasta que un comando israelí lo detectó y lo atrapó en la Argentina. Murió condenado por la Justicia el 31 de mayo de 1962. El estremecedor relato del hombre que ejecutó al criminal nazi

Infobae

Adolf Eichmann fue uno de los criminales nazis que se ocultó en Argentina

Era uno de los criminales del nazismo más buscados del mundo y fue encontrado en la Argentina, donde vivió como un supuesto "buen vecino alemán" en la localidad bonaerense de San Fernando. El 11 de mayo de 1960, después de pasar una década en la Argentina bajo el nombre de Ricardo Klement, Adolf Eichmann era detenido y sacado del país de incógnito luego de uno de los golpes más espectaculares que dio el Mossad, el servicio de inteligencia israelí en el exterior en toda su historia.

Aquel día comenzaría el principio del fin para el temible "arquitecto" del Holocausto, uno de los hombres más temibles del llamado Tercer Reich y responsable de miles de crímenes contra la humanidad.

Poco después de aquella osada operación secreta llegó un estruendoso anuncio mundial realizado por el primer ministro israelí Ben Gurión. De inmediato, el mundo conocería una noticia inédita hasta entonces: por primera vez, un líder del nazismo sería juzgado en Israel.
  Un grupo de prisioneros, durante la liberación de Auschwitz en enero 1945

El juicio

Con la atención de todo el planeta puesta en el proceso judicial que la televisión de Israel mostraba para el resto del mundo, comenzó el juicio contra Eichmann en Jerusalén. El acusado se encontraba en la sala detrás de un vidrio especial blindado.

Jerusalén. 11 de abril de 1961. El acusado atraviesa un oscuro pasillo. Dos policías lo escoltan. Al traspasar la puerta, le quitan las esposas de sus muñecas. Ingresan a la sala de audiencias. Frente a ellos, una mesa y cientos de papeles.
  Adolf Eichmann durante su juicio en Jerusalén en 1961

Antes de tomar asiento, el acusado quita, con un pañuelo, el polvo de una de las pilas de carpetas y las alinea con prolijidad. Recién en ese instante puede sentarse con tranquilidad. Un poco más atrás se ubican los dos guardias israelíes de rostro pétreo.

Sin embargo, la sala es grande: un amplio estrado espera a los tres jueces, el fiscal Hausner y sus asistentes despliegan sus pruebas en largas mesas, el abogado defensor piensa en alguna otra cosa que dejó en Alemania, las decenas de intérpretes controlan que sus auriculares y micrófonos funcionen, el público aguarda con ansiedad el inicio de las sesiones.

Cientos de ojos siguen el ingreso del monstruo, el acusado de organizar desde su escritorio la muerte de más de seis millones de judíos.

A lo largo de las jornadas del juicio, Eichmann pretendió durante los interrogatorios evitar su responsabilidad escudándose en una suerte de obediencia debida. Sostuvo que sólo fue un pequeño engranaje de una gran máquina.

Sus ejes defensivos básicos se repetían: sostuvo siempre que pudo que él solamente obedecía órdenes. Nada más. Por otro lado, alegaba que sus actos no podían ser juzgados por otro país, por ningún país: sus actos habían sido actos de Estado. Sólo se encargó, según su testimonio, de llevar a cabo, y con una extremada eficacia, aquello que era ley en su país, en la Alemania de la que Eichmann había sido funcionario.

Mientras pasaban los días, por el estrado se escuchaban centenares de testimonios que revelaban las atrocidades del nazismo.

Adolf Eichmann, durante sus días como teniente coronel de las SS

Según se pudo comprobar, desde su lugar en la estructura burocrática nazi, Eichmann organizó, sucesivamente, la expulsión de los judíos de Alemania, su deportación de los territorios ocupados por los nazis y el traslado de millones de personas a los campos de exterminio.

Fue por este motivo que el jerarca nazi fue conocido con los años como "el arquitecto" de la Shoah.

Pero eso no fue lo único. Eichmann también ofició de anfitrión de quince altos funcionarios nazis en la llamada Conferencia de Wansee. Allí, desde su rol de secretario, labrando las actas de la reunión y dejando constancia para la posteridad, se decidió establecer la llamada "Solución Final". Por aquella decisión se llevaron adelante asesinatos de masas. Fue el propio Eichmann quien enviaba a miles a la muerte.

Después de las deliberaciones, el tribunal halló culpable a Eichmann de por lo menos 15 crímenes contra la humanidad. Se probó que el jerarca nazi había sido el organizador de un operativo criminal de exterminio minuciosamente preparado, según el modelo que Adolf Hitler ya había detallado en su libro Mi lucha.

En la sentencia los jueces estimaron que "estaba probado fuera de toda duda que el reo había actuado sobre la base de una identificación total con las órdenes y una voluntad encarnizada de realizar los objetivos criminales".

Sin más, el 11 de diciembre de 1961 fue condenado a morir en la horca.

Adolf Eichmann se hacía llamar Ricardo Klement

Las últimas horas

Madrugada del 31 de mayo de 1962. El gobierno israelí anuncia que rechaza todos los pedidos de clemencia recibidos de parte de Eichmann.

El reo, en la celda, queda frente a una botella de vino. Había sido un pedido especial, su última voluntad.

Poco después llega hasta allí un ministro protestante que le propone leer la Biblia juntos. Eichmann se niega y decide beber sorbos cortos de vino, con la mirada fija sobre una de las paredes hasta que lo van a buscar.

El destino es la horca, donde un verdugo le ofrece, como a todos los condenados a muerte, una capucha. El reo se niega.

Adolf Eichmann durante su juicio en Jerusalén en 1961

"No la necesito", responde. Le atan las piernas a la altura de los tobillos y las rodillas. En medio del silencio, Eichmann lanza su última provocación: "Larga vida a Alemania. Larga vida a Austria. Larga vida a Argentina. Estos son los países con los que más me identifico y nunca los olvidaré. Tuve que obedecer las reglas de la guerra y las de mi bandera. Estoy listo".

En el recuerdo de Shalom Nagar, su verdugo, Eichmann parecía estar tranquilo.

"Yo lo vi colgado. Su rostro era blanco. Sus ojos estaban salidos. Su lengua colgaba, y había un poco de sangre en ella", recordó tiempo después la primera persona en ver el cadáver del arquitecto del Holocausto.

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