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lunes, 17 de enero de 2022

Peronismo, propaganda y persecución: Discépolo y la comunicación fascista

La tragedia de Discépolo

El genial autor de 'Cambalache' se transformó durante el primer peronismo en un artista militante que falseaba datos y basureaba opositores.
Por Fernando Iglesias  ||  Seúl




 

En estos tiempos de descrédito y confusión, una de las polémicas políticas decisivas se refiere a si el kirchnerismo constituye una anomalía o una expresión genuina de la tradición peronista. De la respuesta que se dé a este interrogante dependen muchas cosas; entre ellas, la decisiva cuestión de hacia dónde debería ampliarse el espacio de Juntos por el Cambio y las alianzas necesarias para un posible futuro gobierno de coalición. La polémica es larga, tiene muchos matices y no es posible saldarla tomando un solo aspecto, el cultural, ni mucho menos argumentando alrededor de una historia de vida. Pero lo sucedido con uno de los grandes poetas populares del siglo XX argentino, Enrique Santos Discépolo, no deja de tener significación. Glosando la remanida frase que Marx toma de Hegel: los actuales Coco Silys y Alejandro Dolinas no son más que una repetición farsesca de Discépolo y su tragedia, su tristísimo modelo original.

Nacido en un hogar humilde pero con alto nivel cultural, Discépolo anticipó todos y cada uno de los gestos, ideas, modismos y trayectorias que hoy identificamos con la cultura kirchnerista. Con excepción del talento, que a él le sobraba y a sus imitadores no. Como muchos “artistas populares”, según la denominación K, Discépolo llegó a la fama encarnando una posición hipercrítica, contracultural y antisistema, para terminar formando parte de un aparato propagandístico organizado y financiado desde el Estado por un gobierno de tendencias totalitarias, que se creía el representante único de la Patria y el Pueblo. Como dicta la tradición peronista desde el famoso “Braden o Perón”, Discépolo no creía que las demás corrientes políticas argentinas fueran otra cosa que representantes de poderes foráneos, cuya llegada al gobierno debía ser impedida de cualquier manera ya que su victoria electoral no se trataba de alternancia democrática sino de una repudiable conspiración organizada desde el exterior.

Por lo tanto, consideraba su deber basurear a los críticos del gobierno peronista. Para hacerlo no escatimó esfuerzos ni le molestó someterse a censura previa. Su contratante era el creador de la leyenda peronista, Raúl Apold (subsecretario de Prensa y Difusión, imaginativamente descripto por Silvia Mercado como “el inventor del peronismo”), que controlaba y modificaba sus escritos antes de que Discépolo pudiera leerlos al aire en su programa de Radio Nacional. Como pasó con muchos artistas kirchneristas, también, las mejores obras de Discépolo –”Chorra” y “Malevaje” (1928), “Yira, yira” (1929), “Cambalache” (1934), “Uno” (1943), “Canción desesperada” (1944)– son anteriores a su vuelco político, como si la cercanía del poder y la fanatización militante hubiesen agotado sus fuentes de inspiración.

Como pasó con muchos artistas kirchneristas, las mejores obras de Discépolo son anteriores a su vuelco político.

Como los artistas K, tampoco Discépolo se dedicó a reivindicar aquello en lo que creía sino que se aplicó concienzudamente a denigrar a sus opositores y contradictores. Muy especialmente a los pertenecientes a la repudiable clase media. Para ello construyó un personaje que hoy catalogarían como “odiador serial” y “aspiracional” al que llamó Mordisquito. El Mordisquito de Discépolo concentró y resumió los motes despectivos de contrera, cipayo, garca y gorila que el peronismo usaría sistemáticamente para hablar del Otro, que es la Patria. Por su inepcia y su mezquindad, inventada por su propio creador, Mordisquito nos recuerda hoy vagamente a los chetos, runners, surfers, entrepreneurs y demás sujetos sobre los cuales la dirigencia K y las bases militantes kirchneristas atizan el resentimiento social.

Amparado y protegido por un peronismo entre cuyos logros culturales se anotaban películas como Argentina de fiesta y Eva Perón inmortal, horribles subproductos del INCAA de aquellos tiempos; y mimado por un gobierno que le puso Ciudad Eva Perón a La Plata, Provincia Presidente Perón al Chaco y Provincia Eva Perón a La Pampa y construyó Ciudad Evita usando el perfil de la Líder espiritual de la Nación a pocos kilómetros de Ezeiza, para que su rostro pudiera ser admirado desde las alturas; Discépolo formó parte de una invención decisiva de Apold en el medio de propaganda por excelencia de aquellos años: la radio. La idea, la conocemos bien: un programa radial que servía para compactar el frente interno y unificar consignas en las filas del movimiento nacional y popular. Se llamaba Pienso y digo lo que pienso y era un 678 de la primera hora, que propagaba las ideas de la Patria y el Pueblo –es decir: del peronismo– en la voz de artistas populares como Luis Sandrini, Lola Membrives y Tita Merello. 

La contracara de este sistema de tintes goebbelianos era la excomulgación de los artistas que no eran peronistas ni aceptaban someterse a los carnets partidarios y los crespones de luto obligatorios. Muchos de ellos tuvieron que abandonar el país porque no conseguían trabajo. No se trataba de comparsas sino de figuras estelares como Libertad Lamarque, Berta Singerman, Arturo García Buhr, Delia Garcés, María Rosa Gallo, Fernando Lamas, Luisa Vehil, Pedro Quartucci y Niní Marshall, quien tuvo el honor de ser insultada en persona y cancelada de la programación radial por la propia Evita, en la Casa Rosada y delante de testigos. Para los músicos, en cambio, el peronismo prefería la cárcel. No hablo de repudiables y oligárquicos directores de orquestas sinfónicas sino de compañeros de ruta del campo popular como el comunista Osvaldo Pugliese, asiduo visitante de cárceles y comisarías peronistas; y Atahualpa Yupanqui, el payador perseguido, a quien poco antes de que se exiliara en París la Sección Especial (policía secreta) le rompió la mano para que no pudiera seguir tocando la guitarra, circunstancia que el astuto Yupanqui evitó por ser coherentemente comunista… y zurdo. 


‘678’ en 1951

Pocas demostraciones más concluyentes de que el relato kirchnerista es el último capítulo de la leyenda peronista que el programa Pienso y digo lo que pienso y la participación de Discépolo. Un día antes de las elecciones presidenciales de 1951, Discépolo se refirió a Ricardo Balbín y Arturo Frondizi, candidatos de la fórmula opositora, con frases de desprecio y acusaciones que recuerdan perfectamente a las que se usan hoy contra dirigentes de la oposición. Aquel día, en Pienso y digo lo que pienso, por Radio Nacional, Discépolo le dijo a Balbín:

Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón, la milagrosa. Ellos nacieron como una reacción a tus malos gobiernos. Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón ni a su doctrina. Los trajo, en su defensa, un pueblo a quien vos y los tuyos habían enterrado en un largo camino de miseria (…) Esa es la verdad. A Perón lo trajo el fraude, la injusticia y el dolor de un pueblo que se ahogaba en harina blanca y una vez tuvo que inventar un pan radical de harina negra para no morirse de hambre. Lo trajo esta lucha salvaje de gobernar creando miseria, los trajo la ausencia total de leyes sociales que estuvieran en consonancia con la época. Los trajo tu tremendo desprecio por las clases pobres a las que masacraste, desde Santa Cruz hasta lo de Vasena (…) Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón. ¡Vos los creaste! Con tu intolerancia. Con tu crueldad. Con la misma crueldad del candidato a presidente que mataba peones en su ingenio porque le pisaban un poco fuerte las piedritas del camino a la hora de la siesta (…) Mirá, si vos hubieras estado en la Semana Trágica como yo y como tantos, en Cochabamba y Barcalá, y hubieras visto morir primero a aquellos cinco, luego a cientos, y hubieras visto masacrar judíos por una ‘gloriosa’ institución que nos llenó de vergüenza, no hubieras formado nunca más parte de ese partido que integrás por amor propio y quizá por ignorancia de tantos hechos delictuosos que son los que empezaron a preparar la llegada de Perón y Eva Perón (…) Gracias te doy por él y por ella, por la Patria que los esperaba para iniciar su verdadera marcha hacia el porvenir que se merece. 

Si esto no es la base de un discurso kirchnerista, es difícil decir qué es. Desde la pretensión de haber llegado al poder en un “país incendiado” o “tierra arrasada” hasta el delirio fundacional (“la Patria que los esperaba para iniciar su verdadera marcha hacia el porvenir”), pasando por la descalificación de la oposición (“vos y los tuyos los habían enterrado en un largo camino de miseria”) y el endiosamiento mesiánico (“Eva Perón, la milagrosa”), todo en Discépolo es kirchnerismo antes del kirchnerismo. Además, Discépolo anticipa aquí un argumento muy usado todavía en la propia oposición al populismo: la idea de que el populismo no es responsabilidad de los populistas sino de sus antecesores, quienes con su insensibilidad permitieron su surgimiento. Para imponer semejante autoflagelación son necesarias acusaciones y distorsiones de hechos históricos que al final retratan mejor a los populistas que a sus adversarios. En el panfleto de Discépolo hay varias. Mirémoslas de cerca una por una.

Para empezar, la leyenda invocada por Discépolo, fuertemente impresa en el imaginario argentino, de que al peronismo le tocó asumir en un país devastado (argumento retomado en 2003 y 2019 por el kirchnerismo), es falsa. Tras superar la crisis del ‘29, de 1933 a 1945 la economía argentina creció a un promedio anual del 4%, apenas inferior al 4,1% que registraría entre 1946 y 1955. Y la industria lo hizo aún mejor, creciendo a un promedio anual de 5,7%, superior al 4,9% del primer período peronista. Nada nuevo. Lejos de ser un país agrario preindustrial, la participación de la industria en el PBI argentino había crecido desde el 15% en 1933 al 19% en 1945; una proporción que a pesar de la exacción impositiva al campo (otra política kirchnerista anticipada por el primer Perón) sólo creció hasta el 20,3% entre 1946 y 1955 del primer peronismo, supuesto responsable de la industrialización. En otra similitud notable con el kirchnerismo, la economía del peronismo original también se sustentó en los commodities: los términos de intercambio comercial tuvieron a fines de la Segunda Guerra Mundial la mayor suba del siglo, alcanzando 150,7 puntos en 1948, con lo que superaron el máximo de 1908 (146,3) y registraron un récord que duraría 64 años, hasta 2012 (167,6). De ahí surgieron los famosos “días más felices” de 1946-1949, repetidos por los K en 2003-2009.

En 1945, la situación de los trabajadores argentinos era mejor que en la mayor parte de Europa, de la que seguían llegándonos millones de inmigrantes.

¿Beneficios para unos pocos, como sugiere Discépolo? ¿Datos macroeconómicos sin correlato social? En 1945, la situación de los trabajadores argentinos era mejor que en la mayor parte de Europa, de la que seguían llegándonos millones de inmigrantes. El pueblo “enterrado en un largo camino de miseria”, según Discépolo, era el más rico de América Latina y disponía, por lejos, de la mejor legislación social. De ninguna manera era cierta la idea que impusieron: el “antes no había nada”, la “ausencia total de leyes sociales”, etc. En realidad, el 17 de octubre y el apoyo obrero a Perón no fueron el fruto de un retroceso sino del crecimiento cuantitativo y cualitativo de la clase trabajadora gracias a un proceso industrializador que antecedió al peronismo, cuyos protagonistas reclamaban, con toda justicia, más participación y derechos. Perón encarnó esas aspiraciones populares. Que las haya cumplido o no es la verdadera discusión. 

Lo que está fuera de discusión son los resultados de creer que en Argentina, un país naturalmente rico y condenado al éxito, el problema de la pobreza era sólo un tema de redistribución. Según el Maddison Project, el principal equipo de historia económica, en 1946 Argentina era el octavo país más rico del mundo, su PBI per cápita (de 7.436 dólares) era el más alto de América Latina, casi cuadruplicaba el de Brasil y más que duplicaba el de México. Nuestro PBI por habitante era el doble que el de los países latinos pobres de Europa, como Italia y España, y superior al del país latino más rico, Francia, cuya producción por habitante era 6.142 dólares. Setenta años después, en 2015, Argentina ocupaba el 56º lugar en el ranking mundial de riqueza, su PBI por habitante (US$19.502) ya no era el mayor de América Latina (en Chile era de US$21.589), y tanto México como Brasil casi la habían casi alcanzado.

¿Ausencia total de leyes sociales? Sin que ningún peronista me haya refutado con datos, he demostrado en varios libros que ninguna de las principales leyes sociales de la Argentina fueron sancionadas originalmente durante un gobierno democrático peronista, que sus mejoras fueron ampliaciones de derechos existentes, casi todas aplicadas por la dictadura en 1945. Y que, además, fueron menores a las alcanzadas en esa misma época por países latinoamericanos y europeos.

También esto es kirchnerismo: un día, cuando conviene, Yrigoyen es un monstruoso represor. Al otro, parte de la línea histórica San Martín, Yrigoyen, Perón.

Decir, como dicen Discépolo y el peronismo entero, que el propósito de los anteriores gobiernos radicales era “gobernar creando miseria” fue kirchnerismo antes del kirchnerismo. En ese discurso, además, Discépolo les contestaba a Balbín y Frondizi. De manera que su referencia a La Patagonia Rebelde y la Semana Trágica (“las clases pobres a las que masacraste, desde Santa Cruz hasta lo de Vasena”) implicaba directamente a Hipólito Yrigoyen. También esto es kirchnerismo: un día, cuando conviene, Yrigoyen es un monstruoso represor. Al otro, parte de la línea histórica San Martín, Yrigoyen, Perón. Este procedimiento peronista-discepoliano recuerda claramente el aplicado por el kirchnerismo con Alfonsín, a quien un día no se le reconocía ni el Juicio a las Juntas (“Vengo a pedir perdón de parte del Estado nacional por la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia tantas atrocidades”, sostuvo Néstor Kirchner en 2003 frente a la ESMA) y al otro se lo homenajeaba como “padre de la democracia”, según el capricho y la necesidad electoral K. 

En cuanto a los crímenes de la Semana Trágica, la cosa adquiere ribetes delirantes. Fue Perón, y no Balbín ni Frondizi, quien formaba parte de aquel ejército represor, como encargado del Arsenal de Guerra Esteban de Luca, que proveía de armamento y municiones a los que disparaban contra los obreros de Talleres Vasena. Acaso haya sido también parte de los pelotones fusiladores, al menos, según el testimonio de algunos críticos, como el mayor Vicente Aloé. La “gloriosa institución que nos llenó de vergüenza” señalada por Discépolo es, además, la Liga Patriótica, un grupo fascista dedicado a perseguir judíos y dirigentes obreros de relevante actuación en la Semana Trágica. Según refiere Tomás Eloy Martínez, Perón habló de la Liga Patriótica en estos términos: “Mi antiguo profesor Manuel Carlés, apoyado por el vicealmirante Domecq García, fundó la Liga Patriótica Argentina, en la que se inscribieron muchos jóvenes católicos y nacionalistas. Disponían de una tropa de choque cuya misión principal era poner en vereda a los agitadores extranjeros. A veces usaban métodos violentos, pero eran bienintencionados” . Violentos pero bienintencionados, dice Perón. Luisito D’Elía está feliz.

En cuanto al “candidato a presidente que mataba peones en su ingenio porque le pisaban un poco fuerte las piedritas del camino a la hora de la siesta”, la referencia es, indudablemente, a Robustiano Patrón Costas, un empresario conservador que había llegado a la gobernación de Salta, la presidencia del Senado y la precandidatura a presidente de la Nación en las elecciones de 1943. Es sabido que Perón frustró su acceso a la presidencia con el golpe de Estado del que sería vicepresidente, ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión. Cristina Kirchner reivindicaría aquel golpe (que no fue golpe, como todos los golpes de los que participó el peronismo), mencionando ante la Asamblea Legislativa de 2011 “el ADN militar peronista” gestado en aquella epopeya en la cual el Ejército Argentino “terminó con el fraude patriótico” por el método peronista de empeorar las cosas: es decir, a través de un golpe militar. 

Discépolo debería, además, haberse informado mejor. Para la época de su acusación, a Patrón Costas hacía tiempo que la Historia lo había reconciliado con Perón.

Discépolo debería, además, haberse informado mejor. Para la época de su acusación, a Patrón Costas hacía tiempo que la Historia lo había reconciliado con Perón. En 1947, cientos de familias pilagá, que regresaban de su trabajo en el ingenio El Tabacal, de Patrón Costas, se reunieron en el paraje Rincón La Bomba (Formosa), a pasos del Escuadrón 18 de Gendarmería Nacional. Los pilagá decían que habían sido estafados por Patrón Costas, quien les habría pagado la mitad de lo prometido. El gobierno de Perón les envió víveres, pero los pilagá sufrieron intoxicaciones y decenas de ellos murieron. Después, dada su “actitud de franco alzamiento (…) irreductible e intransigente”, según el informe de Gendarmería Nacional, se intentó desalojarlos. Finalmente, Gendarmería Nacional abrió fuego con ametralladoras de pie y terminó exterminando a los sobrevivientes para eliminar testigos. Así murieron al menos 500 miembros de los famosos “pueblos originarios”. Durante el primer gobierno de Perón. Pero gracias al sesgo peronista no hubo películas que denunciaran la masacre ni los compañeros mencionan hoy a Perón como continuador de Roca. Es más: casi nadie recuerda el hecho. El sesgo peronista de la información argentina en todo su esplendor. 

Finalmente, la frase sobre “el dolor de un pueblo que una vez tuvo que inventar un pan radical de harina negra para no morirse de hambre” se volvería rápidamente en contra de Discépolo. Recuperada la producción agropecuaria mundial después de la Guerra, vueltos los precios a la normalidad y vaciadas en tres años reservas del Banco Central, se terminaron los días más felices, que existieron pero duraron solamente tres años, entre 1946 y 1949. El peronismo se enfrentó entonces a los problemas de toda economía populista: inflación, recesión y “restricción externa”; es decir: falta de dólares en la economía de un país que –por primera vez– exportaba menos de lo que importaba. Así que hubo que ahorrar toda la harina blanca que fuese posible para conseguir los dólares necesarios. En 1952, por idea del Cafiero primigenio, se hizo pan de harina de mijo negra para proveer la mesa de los argentinos. Muy pronto se aplicaría la misma receta en otro mercado y el país de las vacas tendría su primera veda cárnica. El cepo avant la lettre, aplicado a la alimentación. 


Cambalache meritocrático

Discépolo moriría poco después de esta filípica, a los 50 años, de un infarto que la leyenda peronista adjudicó al maltrato sufrido por parte de cipayos y contreras, argumento recientemente repetido por el kirchnerismo con Héctor Timerman y Hugo Chávez. Cierto es que el repudio en sus años finales había sido fuerte. La clase media, a la que pertenecía y a la que había ridiculizado con su Mordisquito por estar preocupada por “la falta de té de Ceylan”, dejó de concurrir a sus obras de teatro. Su talento de compositor parecía haber quedado atrás. Sus antiguos amigos, perseguidos por el régimen, se cruzaban de vereda para no saludarlo. La grieta: otra contribución original del peronismo continuada hoy por el kirchnerismo a la división del país.

Sin embargo, en una carambola llamativa, quedaría como su obra maestra un tango, “Cambalache”, que leído en los términos de hoy no puede sino comprenderse en términos de reivindicación de esa meritocracia y esa cultura del esfuerzo de las que el peronismo abomina hoy. En él, un Discépolo indignado se lamenta: “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador. ¡Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor! No hay aplazaos ni escalafón, los inmorales nos han igualado. Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón”. 

¿Qué diría de la política educativa kirchnerista el Discépolo de “no hay aplazaos ni escalafón… Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor”? ¿Qué opinaría de Hotesur y los cuadernos de Centeno el Discépolo de “los inmorales nos han igualado”, el de “¡cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón!”? ¿Qué le parecerían los piquetes al que se lamentaba de que “el que no llora, no mama”? ¿Qué opinaría del zaffaronismo el que se flagelaba porque en Argentina “el que no afana es un gil”? ¿Qué pensaría de la CTEP de Grabois, el Movimiento Evita y el Vatayon Militante aquel Discépolo de “es lo mismo el que labura noche y día como un buey que el que vive de los otros, que el que mata o el que cura, o está fuera de la ley”?

Una vara ética altísima para la sociedad a la que se pertenece y otra bajísima para el Líder, Evita la milagrosa y su corte de santos y apóstoles.

Discépolo: el dedo levantado, la admonición condenatoria y la pretendida superioridad moral. Una vara ética altísima para la sociedad a la que se pertenece y otra bajísima para el Líder, Evita la milagrosa y su corte de santos y apóstoles. Todo en la personalidad y la obra de Discépolo nos recuerda el tipo del fanático religioso que desprecia por sus imperfecciones al ser humano y que, en su búsqueda de absolutos, no encuentra una vía hacia la mejora de la sociedad abierta sino más bien propone su reemplazo por un sistema totalitario en el que el Estado desempeñe la función moral. La tentación del bien, como la describió una de sus víctimas y de sus mejores críticos, Tzvetan Todorov, cuya sabiduría provenía de las persecuciones del estalinismo. En Discépolo, el momento de su obra mejor coincide además con el periodo de la desesperación cultural de entreguerras, caracterizado por un pesimismo cósmico acerca del ser humano y un escepticismo radical sobre el progreso, y en particular, sobre los dos grandes sistemas modernos: el político-democrático y el económico-capitalista. Con toda su genialidad, en “Cambalache” se adivinan ya varias de las claves del pensamiento antimodernista que unificarían por décadas a la Iglesia católica y el peronismo: los personajes positivos son miembros de la curia o militares mientras que los negativos son siempre civiles. Al cura se le contrapone un colchonero; al santo (Don Bosco), un estafador (Stavisky) y una prostituta (la Mignon); a los héroes militares (Napoleón y San Martín), un mafioso (Don Chicho) y un boxeador (Carnera). Finalmente, las convicciones morales son destruidas por el progreso tecnológico, de manera que se ve llorar la Biblia junto a un calefón. 

Del pesimismo cultural al nihilismo moral y la condena de la partidocracia y el parlamentarismo, la descalificación del dinero como estiércol del Diablo y la reivindicación acrítica de sistemas totalitarios como el fascismo y el comunismo había sólo un paso, que los intelectuales europeos de entreguerras dieron en masa. Discépolo, su versión argentinísima, también lo dio, apenas el régimen peronista le ofreció reconocimiento y un lugar bajo el sol. Sólo que aquí, la inexistencia de conflictos sociales, raciales y bélicos de las colosales dimensiones europeas, la resistencia de la oposición y la sociedad civil, y el carácter farsesco del peronismo respecto del fascismo y del kirchnerismo respecto del estalinismo, generaron un sistema mucho menos destructivo pero más estable y perdurable: el cambalache K, un cambalache peronista cuyos estertores kirchneristas se prolongan hasta hoy.

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