El terror de las enfermedades en la Guerra del Paraguay
La
mayoría de los soldados que participaron en el mayor conflicto armado
de América del Sur murieron a causa del cólera y otras dolencias
infecciosas, no por las heridas de la batalla
Batalha do Avaí, librada en diciembre de 1868 y retratada en esta pintura al óleo realizada por Pedro Américo entre 1872 y 1877
Wikimedia Commons
Carlos Fioravanti
Revista Pesquisa
En
1982, el historiador Jorge Prata de Sousa encontró en el Archivo
Histórico del Ejército de Brasil, en el centro de la ciudad de Río de
Janeiro, una colección con 27 libros, cada uno con entre 100 y 370
páginas, que registraban los movimientos en los 10 hospitales y
enfermerías de campaña que atendieron a los enfermos o heridos durante
la Guerra del Paraguay, el mayor conflicto bélico entre países
sudamericanos, que tuvo lugar entre diciembre de 1864 y abril de 1870.
Prata de Sousa no pudo evaluarlos de inmediato porque estaba yéndose a
hacer una maestría en México, pero volvió a ellos en 2008, durante su
investigación posdoctoral en la Escuela Nacional de Salud Pública de la
Fundación Oswaldo Cruz (Ensp/Fiocruz), y desde 2018 los está estudiando
nuevamente, ahora intercambiando información con la historiadora Janyne
Barbosa, de la Universidad Federal Fluminense.
Los análisis de los
registros que contienen nombres, edades, grados militares, motivos de
la hospitalización, tratamientos, fechas de ingreso y egreso de los
hospitales y cantidades de curados o fallecidos, de lo cual se ocupó
Barbosa, dimensionaron por primera vez el impacto de las enfermedades en
esa guerra: alrededor del 70 % de los integrantes de las tropas aliadas
(Brasil, Argentina y Uruguay) habrían muerto a causa de enfermedades
infecciosas, principalmente cólera, paludismo, viruela, neumonía y
disentería.
El trabajo de ambos aporta un enfoque amplio sobre las
causas de la mortandad en la guerra que unió a la llamada Triple
Alianza –conformada por Brasil, Uruguay y Argentina– contra Paraguay y,
sumado a otros, da cuenta de la precariedad de las condiciones
sanitarias en que vivían y luchaban los soldados. Antes, los
historiadores tan solo disponían de una conclusión genérica de que las
enfermedades habían causado más muertos que las heridas de batalla. La
guerra concluyó con unos 60.000 decesos para el bando brasileño,
mientras que Paraguay, derrotado en el conflicto que inició al invadir
lo que entonces era la provincia de Mato Grosso, perdió alrededor de
280.000 combatientes, más de la mitad de su población.
Una iglesia adaptada para funcionar como hospital de campaña en Paso de Patria (Paraguay), sin fecha
Excursão ao Paraguay / Biblioteca Nacional
“Las
altas tasas de mortalidad por enfermedades infecciosas también
caracterizaron a otras guerras de la misma época, tales como la de
Crimea, en Rusia (1853-1856), y la Guerra de Secesión, en Estados Unidos
(1861-1865)”, dice Prata de Sousa, autor del libro intitulado Escravidão ou morte: Os escravos brasileiros na Guerra do Paraguai [Esclavitud
o muerte. Los esclavos brasileños en la Guerra del Paraguay] (editorial
Mauad, 1996). Fueron lo que se conoció como guerras de trincheras,
zanjas excavadas que servían de cobijo a las tropas, pero facilitaban la
propagación de enfermedades infecciosas, a causa de la falta de
higiene, la abundancia de roedores e insectos y las inundaciones.
“La
Guerra del Paraguay fue una guerra epidémica”, concluye Barbosa. “Las
enfermedades infecciosas eran parte del conflicto, de principio a fin,
sin contar los brotes, como fue el caso del cólera”. El historiador
Leonardo Bahiense, quien realiza una pasantía posdoctoral en la
Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), reitera: “Tan solo el
cólera fue responsable, como mínimo, de 4.535 muertos entre los soldados
brasileños durante el tiempo que duró la guerra”. Según él, con base en
documentación que se conserva en el Instituto Histórico y Geográfico
Brasileño, durante el primer semestre de 1868, el 52,5 % de los decesos
entre las tropas aliadas obedeció a la grave deshidratación causada por
la bacteria Vibrio cholerae y un 3,6 % al paludismo y otras
enfermedades caracterizadas genéricamente como fiebres. “A menudo”,
añade la investigadora de la UFF, “los soldados y prisioneros paraguayos
con cólera eran abandonados en los caminos por orden de los
comandantes, cuando las tropas se desplazaban de un campamento a otro”.
Los relatos de quienes vivieron la guerra respaldan sus conclusiones. En el libro A retirada da Laguna,
publicado en francés en 1871 y en portugués tres años más tarde, el
ingeniero militar Alfredo Taunay (1843-1899) describió a los brotes de
cólera como “el adversario oculto”, “que no perdonaba a nadie”. “La
peste es la mayor enemiga que tenemos”, informó el mariscal de campo
Manuel Luís Osório (1808-1879) al ministro de Guerra, Ângelo Muniz da
Silva Ferraz (1812-1867), al asumir el mando de las tropas, en julio de
1867.
Registro del Archivo Histórico del Ejército de Brasil de soldados atendidos en hospitales
Carlos Cesar / Biblioteca Nacional
En
los libros del Archivo del Ejército, Barbosa halló registros de una
categoría de enfermedades infecciosas raramente recordada en los relatos
de la época, las enfermedades de transmisión sexual: “La sífilis era
habitual. Los oficiales acusaban a sus esposas o amantes que convivían
con los soldados. En los campamentos había prostitución, principalmente
con las paraguayas, a causa del hambre”. Una peculiaridad de esta guerra
residió en que las mujeres que acompañaban a la tropa eran las madres,
hijas, hermanas o las parejas de los soldados, para quienes lavaban los
uniformes y cocinaban.
Incluso los desplazamientos eran riesgosos.
“Un grupo de médicos y enfermeros que partió en abril de 1865 desde la
ciudad de Río de Janeiro se unió a un batallón de 500 soldados en la
ciudad de São Paulo, pero tuvieron que detenerse dos semanas después en
Campinas, donde había un brote de viruela que causó la muerte de seis
integrantes de la tropa”, relata el médico intensivista José Maria
Orlando, autor de Vencendo a morte – Como as guerras fizeram a medicina evoluir (editorial
Matrix, 2016). Tras ello, el grupo debió enfrentarse al paludismo que
transmitían los insectos que proliferaban en las ciénagas del Pantanal,
que debían atravesar para llegar a los campos de batalla, casi nueve
meses después.
“Muchos de los soldados no estaban vacunados contra
la viruela y eran portadores de enfermedades propias de sus regiones”,
comenta la historiadora Maria Teresa Garritano Dourado, del Instituto
Histórico y Geográfico de Mato Grosso do Sul, basándose principalmente
en los documentos del Archivo de la Marina, también de Río de Janeiro.
Autora de A história esquecida da Guerra do Paraguai: Fome, doenças e penalidades [La
historia olvidada de la Guerra del Paraguay: Hambre, enfermedades y
penurias] (editorial UFMS, 2014), ella identificó otro enemigo: el
clima. “Ante la falta de ropa adecuada y al no estar acostumbrados al
clima del sur, los soldados del norte se morían de frío”, relata. “La
lucha no era solamente contra el enemigo, sino también por la
supervivencia en los campamentos”.
El general Dionísio Evangelista de Castro Cerqueira (1847-1910), quien estuvo en el frente y escribió Reminiscências da campanha do Paraguai, 1865-1870 (Biblioteca
do Exército, 1929), relató que en los campamentos se bebía “agua espesa
y amarillenta, contaminada por la proximidad de los cadáveres”. Los
muertos se amontonaban o se los arrojaba a los ríos, contaminando el
agua. Otro problema era la faena y la preparación de los animales con
los que se alimentaban: las vísceras y otras partes que no se
aprovechaban se dejaban expuestas al sol, generando mal olor. “Los
buitres y los caranchos [aves de rapiña] se encargaban de la limpieza,
devorando los restos”, describió el oficial.
Registro del Archivo Histórico del Ejército de Brasil de soldados atendidos en hospitales
Archivo Histórico del Ejército / Reproducción Janyne Barbosa / UFF
Los heridos en combates
Los cirujanos civiles que fueron al frente de batalla, concluyó
Bahiense, inicialmente aprendieron con los informes de los equipos
médicos que habían servido en guerras anteriores. En las Guerras
Napoleónicas (1803-1815), Dominique Jean Larrey (1766-1842) cirujano en
jefe del ejército francés, insistió en ubicar a los equipos quirúrgicos
cerca del frente de batalla, para asegurar una atención de prisa y el
rápido retiro de los hombres heridos en ambulancias, en ese entonces
tiradas por caballos. En la Guerra de Crimea, la enfermera inglesa
Florence Nightingale (1820-1910) implementó lo que Orlando denominaba
“filosofía de la UTI [unidad de terapia intensiva]”: ubicar a los
pacientes más graves cerca del puesto de enfermería, para su atención
permanente, y a los menos graves más lejos.
“Durante la Guerra del
Paraguay, se suscitó un fructífero debate al respecto de las técnicas
quirúrgicas”, recalca Bahiense. Se discutió, por ejemplo, si el mejor
momento para amputar un brazo o una pierna [afectados por balas,
machetes o bayonetas] era inmediatamente después de ser heridos o si se
debía esperar a que el combatiente asimile que había sido herido. Aunque
las intervenciones quirúrgicas fueran bien hechas, los soldados podían
morir poco después debido a una infección generalizada, a causa de la
escasa preocupación –y conocimientos– acerca de la asepsia. Él comprobó
que los medicamentos –principalmente el cloroformo, que se usaba como
anestésico, y el opio, para el dolor–, los vendajes y la ropa para los
pacientes hospitalizados tenían gran demanda, porque siempre se agotaban
las existencias.
El general argentino Bartolomé Mitre junto a sus oficiales en la región
de Tuyutí, escenario de la batalla más encarnizada de la guerra, en
mayo de 1866, que dejó un saldo de 7.000 muertos y 10.000 heridos
Excursión al Paraguay / Biblioteca Nacional
“Las
guerras, al igual que las epidemias, han hecho del mundo un campo de
experimentación y, aún a costa de un inmenso sufrimiento, han acelerado
el descubrimiento de nuevas técnicas quirúrgicas, el tratamiento de las
quemaduras o de las enfermedades infecciosas”, comenta Orlando. Según
él, solo a partir de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) fue que el
número de muertes por heridas en combate comenzó a ser mayor –en este
caso, el doble– que las causadas por enfermedades infecciosas.
Las
razones de este cambio han sido la mejora de las condiciones de higiene
y la adopción de técnicas de tratamiento: se les inyectaba a los
heridos una solución salina directamente en sus venas para compensar las
consecuencias de la gran pérdida de sangre. A partir de la Segunda
Guerra Mundial (1939-1945), el uso de antibióticos como la penicilina
redujo aún más la mortandad de los soldados a causa de las infecciones
generadas por las heridas. Durante la Guerra de Corea (1950-1953), las
amputaciones se hicieron menos necesarias con el desarrollo de las
técnicas de cirugía vascular.
Bahiense
apunta otra razón para la elevada mortalidad debido a las enfermedades
infecciosas durante la Guerra del Paraguay: “En Brasil todavía no
existía la enfermería profesional, como en Estados Unidos y en Europa”.
El equipo de asistencia de los cirujanos estaba integrado por soldados,
cabos o prisioneros paraguayos adiestrados a toda prisa con un curso
rápido de enfermería y luego reemplazados por las religiosas o las
mujeres que acompañaban a los militares.
Entre ellas se destacó
Anna Nery (1814-1880) quien se convirtió en una referente del área en
Brasil. A disgusto por tener que separarse de dos de sus hijos, ambos
reclutados para marchar al frente, se alistó como voluntaria para cuidar
a los heridos. Tras conseguir la autorización del gobierno de Bahía,
Nery los acompañó, aprendió nociones de enfermería con unas monjas en
Rio Grande do Sul y trabajó como enfermera en los hospitales del frente
de batalla. En reconocimiento a su labor, el emperador Pedro II le
concedió una pensión vitalicia, con la cual pudo educar a sus otros
hijos.
En marzo y abril de 2022, la Universidad Federal de Mato
Grosso do Sul, campus de Aquidauana, celebrará un congreso internacional
para debatir sobre el 150º aniversario del final de la guerra, que se
cumplió el año pasado.