martes, 30 de junio de 2020

Bizancio: ¿Por qué sobrevivió 1000 años?

¿Cómo sobrevivió mil años el Imperio bizantino?

Bizancio caminó de la gloria al abismo, pero sus mil años de historia evidencian su capacidad de resistencia



El fuego griego fue utilizado por primera vez por la armada bizantina. (Dominio público)

Francisco Martínez Hoyos || La Vanguardia


Cuando Teodosio partió en dos el Imperio romano en los años finales del siglo IV, el de Oriente y el de Occidente pasarían a tener historias separadas. Este último ya estaba sufriendo los efectos de una crisis económica que iría en aumento y no lograría poner coto a las invasiones de los pueblos bárbaros. El siglo V vería su final.

En cuanto a Bizancio, o el Imperio romano de Oriente, contaba con más posibilidades de subsistir. Su mayor músculo económico le permitió mantener a los atacantes a raya aunque fuese a base de comprar voluntades. El peligro, sin embargo, no venía tanto del exterior como del interior. A la larga, las divisiones internas lo acabarían debilitando.

¿Cómo transcurrió ese milenio de historia hasta su caída en 1453?
Imperio Bizantino

1 La fundación

Según la tradición, el mítico Bizante fundó una ciudad situada en el Bósforo, el estrecho que separa Europa de la península de Anatolia. Corría el año 667 a. C. Fue esta urbe, la Byzantion griega, la que el emperador Constantino I refundó un milenio más tarde. Llevaría su nombre, Constantinopla, y, a partir del siglo V, sería conocida como la “Segunda Roma”. La primera, capital del Imperio de Occidente, sucumbió ante las invasiones germánicas. Oriente, sin embargo, sobrevivió y conservó el legado del mundo latino.

Justiniano en los mosaicos de la iglesia de San Vital en Rávena. (Dominio público)

2 Justiniano y la reconquista

El emperador Justiniano (527-565) se apoderó de la Italia de los ostrogodos y arrebató el norte de África a los vándalos. Un esfuerzo bélico tan considerable le obligó a elevar la presión fiscal a niveles desmesurados, a la vez que desatendía peligrosamente la frontera oriental con los persas. A su muerte dejó un imperio exhausto, pero en su descargo hay que decir que su reinado no se limitó a las continuas campañas militares. Realizó una importante recopilación legislativa, y Constantinopla vio alzarse su edificio más simbólico: la basílica de Santa Sofía.

3 El imperio se heleniza

A partir del siglo VII nos encontramos en un mundo ya más heleno que latino. Los emperadores sustituyen el título tradicional de augusto por el de basileus. Poco a poco, el latín, lengua de la administración, se abandona a favor del griego. Para algunos especialistas, este es el momento en que termina en Bizancio la Antigüedad y da comienzo la Edad Media.


En el año 674, los musulmanes pondrían sitio por primera vez a Constantinopla

4 La irrupción musulmana

Arabia, a la muerte de Mahoma en 632, se había transformado en una unidad política lista para lanzarse a una fulgurante expansión internacional. Bizancio sería una de sus grandes víctimas. Algunos de sus territorios más ricos, como Siria y Egipto, cayeron sin apenas resistencia en manos del islam.

Estas derrotas se vieron agravadas por las discordias civiles. Heraclio II fue derrocado y mutilado salvajemente. Se inauguraba así la costumbre bizantina de someter a humillación y tortura a los soberanos que perdían el trono. Pocas décadas más tarde, en 674, los musulmanes pondrían sitio por primera vez a Constantinopla.

5 El arma secreta

Cuando la flota islámica amenazó la capital del Imperio, quedó claro que eran necesarios nuevos sistemas de defensa. Surgió entonces un arma que haría famosos a los bizantinos: el “fuego griego”. Se trataba de una sustancia inflamable capaz de destruir las embarcaciones enemigas. Su composición, hoy desconocida, fue un secreto celosamente guardado.


Mientras los iconódulos eran partidarios de las imágenes religiosas, los iconoclastas eran contrarios

6 La iconoclastia

La querella religiosa más importante que dividió a los bizantinos tuvo lugar en el siglo VIII. Mientras los iconódulos eran partidarios de las imágenes religiosas, los iconoclastas eran contrarios, al entender que se trataba de una forma de idolatría. El emperador León III tomó partido por los iconoclastas, en un intento de fortalecer su poder frente a la jerarquía religiosa.

Sin embargo, fueron los iconódulos los que finalmente lograron imponerse. El enfrentamiento había estado a punto de provocar una guerra civil. Obras artísticas de incalculable valor se habían perdido.

7 Los monasterios

La victoria de los partidarios de las imágenes no habría sido posible sin el apoyo de los monasterios. Estas comunidades, en el universo teocrático bizantino, ejercieron una considerable influencia espiritual y política. Particular importancia tu vieron los religiosos del monte Athos, donde se desarrolló una importante labor de preservación de la cultura.

Constantinopla en 1422. Mapa del cartógrafo florentino Cristoforo Buondelmonti. (Dominio público)

8 El cisma

A lo largo de la historia bizantina, las pugnas entre el patriarca de Constantinopla y el papa de Roma fueron constantes. El primero se negaba a reconocer la primacía del segundo sobre toda la cristiandad. Existían, además, divergencias teológicas. En el siglo IX, el patriarca Focio protagonizó la controversia del “filioque”.

En Occidente, el credo afirma que el Espíritu Santo procedía de Dios Padre “y del Hijo” (filioque en latín). Para los orientales, este añadido resultaba herético. Se sentaron así las bases del cisma de 1054, que separó definitivamente a católicos y ortodoxos.

9 Los cruzados

Ante la amenaza musulmana, Bizancio solicitó la ayuda occidental. Fue un grave error de cálculo. Los guerreros que debían entregarle las tierras arrebatadas a la Media Luna acabaron actuando por su cuenta, sin que nadie pudiera controlarlos. Con la cuarta cruzada, las tropas que debían conquistar Egipto se desviaron de su ruta y tomaron Constantinopla en 1204.

Se entregaron a un terrible saqueo. Los vencedores desmembraron los dominios recién adquiridos en diversos principados feudales, pero la nobleza autóctona logró mantener el legado imperial en tres estados. Uno de ellos, Nicea, consiguió en 1261 reconquistar la capital y restablecer el Imperio.

El asedio a Constantinopla en 1453, según una miniatura francesa. (Dominio público)

10 La toma de Constantinopla

Desde el siglo XIII, la dinastía paleóloga presidió una interminable decadencia que redujo a Bizancio a poco más que su capital. Desesperados, los emperadores solicitaron de nuevo ayuda a Occidente. A cambio, ofrecían la unión con la Iglesia de Roma.

Pero estos deseos nunca fueron respaldados por la población ortodoxa, dominada por un fuerte sentimiento antilatino. Los turcos aprovecharon la situación y, en 1453, tomaron por fin Constantinopla. El último emperador, Constantino XI, murió en combate.

lunes, 29 de junio de 2020

SGM: Geoestrategia británica en Oriente Medio (especialmente Irán)

Estrategia británica de Oriente Medio durante la Segunda Guerra Mundial

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El buque de guerra iraní Babr (Tigre) después de ser bombardeado y hundido por el balandro australiano HMAS Yarra durante el ataque sorpresa contra Irán en agosto de 1941.

Con el impulso alemán hacia el este durante la Operación Barbarroja, Gran Bretaña creía que el objetivo de Hitler, además de destruir el régimen de Stalin, era tomar el control de las tierras agrícolas de Ucrania, los campos petroleros ubicados en Rumania y el Caspio (Bakú, Azerbaiyán) y una vez instalado en el Cáucaso, muévase hacia el sur para controlar las reservas de petróleo iraquí e iraní. En el verano de 1941, mientras la amenaza del Eje a Irak y Siria se había reducido significativamente, las fuerzas de Rommel en África del Norte continuaron amenazando a Alejandría, El Cairo y el Canal de Suez. Cuando el Tercer Reich atacó con fuerza masiva en Barbarroja y condujo hacia el Cáucaso, Londres creía que las fuerzas alemanas habían planeado utilizar la red ferroviaria turca para avanzar tanto desde los Balcanes como desde el Cáucaso.

Pronto se hizo evidente que las fuerzas alemanas bajo el mando de Friedrich Paulus en el frente ruso, que se dirigían hacia el Cáucaso, deseaban unirse con las fuerzas alemanas bajo el mando de Rommel, si lograba invadir a los británicos en Egipto y marchar hacia el Medio Oriente en general. La esperanza estratégica general era avanzar hacia la India y conectarse con un imperio japonés que estaba presionando hacia el oeste a través de Asia. En el verano de 1941, después de la caída de Francia y después de que Gran Bretaña sufriera una violenta paliza aérea por parte de la Luftwaffe, el ataque contra los soviéticos trajo recuerdos de que los rusos fueron noqueados de la Primera Guerra Mundial y de todo el poderío del Kaiser. hacia el oeste en Gran Bretaña y Francia.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Londres comenzó a referirse al "Frente Norte", que se refería a una línea de defensa que las fuerzas aliadas tomarían dada una derrota soviética a manos de Alemania. Tal derrota llevaría a un aumento esperado de tropas alemanas que descienden al Cáucaso y amenazan a Turquía e Irán neutral. Los líderes alemanes volvieron a ver el uso de los ferrocarriles como una oportunidad para eludir la supremacía marítima británica y aliada y permitir a Berlín proyectar rápidamente el poder militar tierra adentro.

Por lo tanto, se volvió crítico que la Unión Soviética se abasteciera lo suficiente como para evitar una repetición del colapso del Imperio ruso, similar a lo que sucedió durante la Primera Guerra Mundial, lo que permitió al Kaiser dirigir sus recursos y atención hacia el frente occidental. , en general, y hacia Gran Bretaña y Francia, en particular. En esa campaña y después del colapso ruso, Alemania avanzaba lentamente contra las fuerzas aliadas. El colapso de Rusia inmediatamente movilizó a los Estados Unidos. La presencia de 1,5 millones de soldados estadounidenses junto con la afluencia masiva de suministros contrarrestó la capacidad de Alemania de colocar todo su enfoque y recursos en Occidente. Si la Unión Soviética fue eliminada en la campaña actual, Gran Bretaña temía que la capacidad de Alemania de proyectar fuerza en todo el continente euroasiático por ferrocarril neutralizaría su tradicional ventaja marítima. La adquisición de petróleo en Oriente Medio y cortar la línea de vida de Gran Bretaña a la India sería posible si los soviéticos no pudieran oponerse a la Wehrmacht. En consecuencia, el imperativo estratégico aliado se convirtió en: proporcionar al ejército soviético los recursos suficientes para que se oponga a la Alemania nazi y abrir un segundo frente en Occidente lo antes posible.

Tras la invasión alemana de la Unión Soviética, Gran Bretaña y la URSS se convirtieron en aliados formales. Estos desarrollos llevaron a una estrategia conjunta británico-soviética hacia el Cáucaso y hacia el desarrollo de líneas de suministros desde el Medio Oriente hasta el territorio controlado por los soviéticos en la ciudad de Stalingrado y sus alrededores. Como resultado, Irán se convirtió en un foco para estos dos imperativos políticos. Reza Shah, gobernante de Persia, cambió el nombre al Estado Imperial de Irán en 1935, en parte para enfatizar la herencia aria del país. Lo hizo con el deseo no disimulado de alinear a Irán más cerca de la Alemania de Hitler y su propia predilección por la supremacía aria. Irán, significativamente subdesarrollado cuando el país ingresó a la era moderna, hizo grandes avances bajo Reza Shah, que buscó mejorar y modernizar la infraestructura y las redes de transporte, así como establecer escuelas y colegios modernos. En estos esfuerzos, necesitaba asistencia occidental para acceder a la tecnología y al modelo de aprendizaje que hizo posible tal tecnología.

Sin embargo, las tensiones habían sido tensas con Gran Bretaña desde 1931, cuando el Sha canceló una concesión petrolera clave (D’Arcy), que le otorgó a la compañía petrolera anglo-iraní derechos exclusivos para vender petróleo iraní. Es comprensible que, dado que fue el capital británico, la tecnología y la experiencia petrolera los que extrajeron y comercializaron el petróleo, Gran Bretaña creía que merecía la mayor parte de las ganancias. Sin embargo, el 90 por ciento de las ganancias que Londres mantuvo después de las ventas de petróleo y después de que las transacciones se trasladaron a través del sistema bancario británico sirvió como irritante entre Teherán y Londres. A mediados de 1935, el Shah se inclinaba cada vez más hacia Alemania por la tecnología y la modernización.
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, el Sha declaró neutralidad pero practicó la intriga con los poderes del Eje. El 19 de julio de 1941, y nuevamente el 17 de agosto, Londres envió notas diplomáticas ordenando al gobierno iraní que expulsara a los ciudadanos alemanes que estaban en Irán, por un total de 700. Incapaz de convencer al Shah a través de la diplomacia para distanciarse del Tercer Reich, el Reino Unido y la Unión Soviética. Las fuerzas invadieron el Estado Imperial de Irán a partir del 25 de agosto de 1941. Las notas diplomáticas finales que declararon el comienzo de las operaciones militares fueron entregadas al gobierno del Sha en la noche de la invasión de embajadores británicos y soviéticos. Esas operaciones militares (Operación Face) continuarían hasta la caída del Sha en septiembre de 1941.

En la noche de la invasión, el Sha convocó a los dos embajadores de Gran Bretaña y la Unión Soviética y le pidió que si enviaba a los alemanes a casa, se suspendería la invasión. Ninguno de los embajadores le dio al Shah la respuesta clara que buscaba. Frustrado y preocupado, escribió una carta al presidente estadounidense Franklin Roosevelt:

... Sobre la base de las declaraciones que Su Excelencia hizo varias veces sobre la necesidad de defender los principios de la justicia internacional y el derecho de los pueblos a la libertad, le ruego a Su Excelencia que tome medidas humanitarias eficaces y urgentes para poner fin a estos actos de agresión. Este incidente trae a la guerra a un país neutral y pacífico que no ha tenido otro cuidado que la salvaguarda de la tranquilidad y la reforma del país.

Roosevelt respondió en una nota que aludía diplomáticamente a los peligros que plantea la ambición de Hitler a todas las regiones del mundo, incluida América del Norte, y que Estados Unidos participe activamente en el apoyo a esas personas y naciones que luego se resisten a las conquistas militares de Hitler.


Esfera de influencia soviética, Irán, 1946

Cuando Alemania invadió la Unión Soviética a fines de junio de 1941, el aparente impulso hacia los campos petroleros del Cáucaso (Bakú, Azerbaiyán, en particular) y el Mar Caspio se convirtió en una preocupación importante. Además, el Estado Imperial de Irán del Shah completó un ferrocarril de 800 millas desde el puerto del Golfo Pérsico de Bandar-e Shapur (ahora Bandar Khomeini) hasta el puerto del Mar Caspio de Bandar-e Shah en 1938, hacia el cual los alemanes habían brindado una asistencia significativa. en términos de ingeniería y material rodante. Para los Aliados, estos recuerdos recuerdan el impulso de crear un ferrocarril de Berlín a Bagdad destinado a compensar la supremacía tradicional del poder marítimo británico y la creación de líneas interiores para la proyección del poder terrestre en el Medio Oriente.

Durante la acción conjunta de los Aliados contra el Sha que comenzó el 25 de agosto de 1941, 40,000 tropas soviéticas descendieron a Irán desde el norte y marcharon hacia Teherán. El mismo día, 19,000 tropas de la Commonwealth británica, en su mayoría brigadas indias, y como parte de la Operación Semblante, ingresaron a Irán desde varias direcciones, con la mitad moviéndose directamente hacia los campos petroleros en las cercanías de Ahwaz y las unidades aerotransportadas moviéndose a Abadan para proteger a los anglos. -Refinería de Iranian Oil Company, entonces la más grande del mundo. Un objetivo subsidiario de la acción combinada era abrir una línea de suministro utilizando el Ferrocarril Trans-iraní para reabastecer al ejército soviético, ya que se defendió contra la Operación Barbarroja.

En cuatro días, y cuando las tropas soviéticas y británicas respaldadas por el poder aéreo desplegaron las defensas iraníes, el Sha emitió una orden a sus fuerzas armadas de retirarse y cesar las operaciones militares contra los invasores. El 17 de septiembre de 1941, el Shah abdicó y finalmente fue transportado a Sudáfrica, donde falleció en Johannesburgo en 1944. El hijo del Shah, el Príncipe Heredero Mohammad Reza Pahlavi, hizo el juramento después de la abdicación y se convirtió en el nuevo Shah de Irán. Según un acuerdo separado, la Unión Soviética controlaba el norte de Irán, los puertos del Caspio y la frontera entre Irán y Turquía, mientras que el control de Gran Bretaña incluía el sur de Irán, los puertos del Golfo Pérsico y los campos petroleros.

Estados Unidos comenzó a trasladar suministros al ejército de Stalin en virtud de la Ley de Préstamo y Arrendamiento de 1941. En 1942, Roosevelt propuso a Churchill que el Ejército de EE. UU. Se involucrara en la supervisión del Ferrocarril Transiranio de 800 millas. El 22 de agosto de 1942, Churchill respondió por cable a Roosevelt:

Yo recomendaría que el ferrocarril sea tomado, desarrollado y operado por el Ejército de los Estados Unidos; con el ferrocarril deberían incluirse los puertos de Khorramshahr y Bandar Shahpur. De esta forma, su gente emprenderá la gran tarea de abrir el Corredor del Golfo Pérsico, que llevará principalmente sus suministros a Rusia ... No podríamos encontrar los recursos sin su ayuda y nuestra carga en el Medio Oriente se vería facilitada por la liberación de utilizar en otras partes de las unidades británicas que ahora operan el ferrocarril El ferrocarril y los puertos serían administrados en su totalidad por su gente.

En el otoño de 1941, el ferrocarril transiranio solo era capaz de transportar alrededor de 6,000 toneladas por mes. Para el otoño de 1943, los ingenieros y contratistas del Ejército de EE. UU. Habían ampliado la capacidad del ferrocarril a más de 175,000 toneladas de carga por mes. Bajo la dirección del ejército de EE. UU., Los caminos de camellos iraníes se expandieron en carreteras para camiones, y el ferrocarril, que tenía más de 200 túneles, se reforzó y expandió para transportar tanques y otros equipos pesados ​​sobre las montañas.

Entre 1942 y 1945, más de 5 millones de toneladas de suministros que se necesitaban desesperadamente, incluidos 192,000 camiones, y miles de aviones, vehículos de combate, tanques, armas, municiones y productos derivados del petróleo fueron entregados al ejército soviético a través del Corredor Persa.



Petróleo


El Medio Oriente solo estaba desarrollando su capacidad petrolera antes de la Segunda Guerra Mundial. El primer pozo en el Medio Oriente fue perforado en Irán en 1908, elevando de la noche a la mañana la importancia estratégica de esa región. El petróleo se extrajo por primera vez de Irak en 1927, Arabia Saudita en 1935 y Kuwait en 1938. Pero la producción era baja según los estándares mundiales y el transporte era difícil e interceptable fácilmente. Aún así, la presencia de campos petroleros y cierta producción en esas áreas influyeron en el pensamiento estratégico de Gran Bretaña. Contribuyó a que Londres estacionara al ejército indio y otras fuerzas de la guarnición en el país, enviando equipos del Ejecutivo de Operaciones Especiales (SOE) y enviando una expedición armada para derrocar un régimen pro-alemán en Irak. Gran Bretaña también extrajo petróleo de Venezuela, que se enriqueció con sus exportaciones en tiempos de guerra. El petróleo no fue descubierto en volumen en el oeste de Canadá hasta 1947. La producción menor alrededor de los Grandes Lagos ni siquiera satisfizo las pequeñas necesidades de Canadá en tiempos de guerra. Eso significaba que las fuerzas británicas y de la Commonwealth dependían del petróleo estadounidense. Al igual que la Unión Soviética, Estados Unidos tenía vastas reservas internas de petróleo. Los estadounidenses podrían recurrir a más de 400,000 pozos de petróleo, que produjeron casi 700 veces más que los insignificantes 4,000 pozos de Japón. Tal abundancia permitió a los Estados Unidos proporcionar a sus aliados deficientes en petróleo combustibles crudos y refinados. Sin embargo, Estados Unidos tardó en responder a la amenaza de los submarinos a su tráfico de buques cisterna en el Atlántico. La Marina de los EE. UU. tardó meses en aceptar, lema y desplegar un sistema de convoy costero y encontrar las escoltas para que funcionara. A largo plazo, los Estados Unidos resolvieron el problema de los petroleros construyendo oleoductos desde sus campos petroleros y refinerías de Oklahoma y Texas hasta las grandes ciudades y puertos del noreste. Otros oleoductos llevaban fuel oil y productos refinados a los grandes puertos de la costa oeste, para su transbordo al Pacífico.

domingo, 28 de junio de 2020

La conquista vikinga de Inglaterra

La conquista danesa de Inglaterra (980–1016)

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Inglaterra, 878

El capítulo final de la saga vikinga se desarrolló como una competencia de décadas entre reyes por el control de Inglaterra en medio de una rivalidad real por el norte. Aunque la mayoría de los jugadores clave eran de ascendencia escandinava, el poder marítimo solo jugó un papel secundario. Quizás porque los hombres del norte todavía dominaban los mares del norte, las únicas batallas navales de alguna importancia se libraron entre adversarios escandinavos en aguas escandinavas.

La batalla por Inglaterra comenzó con el misterioso asesinato del rey Eduardo en el castillo de Corfe en marzo de 978, porque este evento trajo al trono Æthelred the Unready (o más correctamente "los mal aconsejados"). La fuerte línea de sucesores de Alfred se había disipado y Æthelred, de apenas doce años en el momento de su adhesión, estaba mal equipado para lidiar con el renovado asalto vikingo desde el mar. Las incursiones en las costas sur y oeste de Inglaterra, aprovechando la debilidad percibida, comenzaron a llegar ya en 980. Inicialmente, los merodeadores podrían haber venido de Irlanda, pero pronto comenzaron a llegar desde Escandinavia, debido en parte a la reducción de la afluencia. de plata árabe, que había comenzado a disminuir a principios de siglo. Las incursiones eran pequeñas al principio y dirigidas por jefes menores, tal como lo fueron al comienzo de la era vikinga. Siete barcos saquearon Southampton en 981 y solo tres saquearon Portland en 982. Sin embargo, en la década de 990, grandes señores y reyes a la cabeza de grandes flotas estaban devastando las costas de Inglaterra.

Olaf Tryggvason, futuro rey de Noruega, devastó Folkestone en 991 con una flota de noventa y tres barcos antes de pasar a Sandwich, Ipswich y finalmente Maldon, donde asesinó a Ealdorman Byrhtnoth y su ejército. Tres años más tarde se unió con Svein Forkbeard de Dinamarca para atacar Londres con noventa y cuatro barcos. Solo después de exigir un tributo de 16,000 libras en plata, los dos acordaron partir. Sería el primero de varios pagos por la paz, más tarde llamado Danegeld ("homenaje a Dane"). Finalmente, la corona de Inglaterra literalmente pagaría lo suficiente en tributo para financiar su propia conquista. Además, los pagos no trajeron paz. Las flotas de asaltantes remunerados con plata inglesa a menudo fueron reemplazadas por otras igualmente rapaces. Otra flota danesa devastó el extremo sur de la isla desde Watchet en la desembocadura del Severn en 997 hasta Rochester en el estuario del Támesis en 999.178. La Crónica anglosajona se lamentó de que Æthelred respondió a todo con ineptitud característica: "Entonces el rey con sus consejeros decidieron que ellos [los asaltantes daneses] debían enfrentarse a un ejército de barcos y también a un ejército de tierra, pero cuando los barcos estaban listos, había demoras día a día, lo que angustiaba a los desgraciados que yacían en el barcos. »La flota danesa finalmente partió hacia Normandía por su propia cuenta el verano siguiente.

El único respiro que recibió Inglaterra después de este último estragos fue cuando los antiguos aliados Olaf Tryggvason y Svein Forkbeard tuvieron una disputa por el control de Noruega en el cambio de milenio. Olaf explotó el asesinato de Earl Hakon Sigurdsson, el gobernante de facto de Noruega, a manos de un esclavo en 995 al usar su parte del tributo inglés de 994 para financiar su asunción de la corona noruega. Svein, sin embargo, consideró esto como una provocación, ya que se consideraba a sí mismo señor supremo de Noruega, al igual que su padre y predecesor, Harald Bluetooth. Entonces, en septiembre de 1000, arregló con sus aliados, Earl Erik Hakonsson (hijo de Hakon) y Olaf Skötkonung, rey de Svear, emboscar a Olaf Tryggvason mientras navegaba a casa desde Wendland en la costa sur del Báltico. Contra la flota aliada de setenta y un buques de guerra, Tryggvason solo tenía once, pero uno de ellos era el gran drakkar (ship barco de dragones ’) Ormrinn Langi (‘ Serpiente Larga ’). Se suponía que tenía treinta y cuatro asientos de remo, lo que significa que probablemente tenía unos 45 m de largo. Además, se dijo que cada uno de estos bancos de remo había acomodado a ocho remeros para un total de 272 tripulantes más treinta cazas adicionales en la proa, lo que le dio al buque un complemento de tripulación de más de 300. Y cada miembro de la tripulación fue especialmente elegido, la mayoría viniendo del séquito real. El Heimskringla afirmó que era "el barco mejor equipado y más costoso que se haya construido en Noruega". Cuando Olaf Tryggvason vio al anfitrión enemigo acercarse a un lugar en el Báltico occidental llamado Svöld (la ubicación exacta es incierta), ordenó que todas sus embarcaciones se unieran y se aseguró de que las otras dos naves dragón, Short Serpent y Crane, fueran atadas. la suya a cada lado. "Esta pelea fue muy aguda y sangrienta", dijo Snorre Sturlason, el autor de Heimskringla. Sin embargo, el resultado del encuentro nunca estuvo realmente en duda. Los números superiores de Svein le permitieron atacar los extremos de la línea de Olaf y despejar cada barco de uno en uno hasta llegar a la Serpiente Larga. Con el tiempo, incluso este gran drakkar cayó y Olaf, con su escudo sobre su cabeza, se arrojó al mar para convertirse en material de sagas.

Sin embargo, nada de esto hizo que los ingleses fueran menos vulnerables al ataque vikingo. El "ejército de barcos de asalto" danés que había invernado en Normandía en 1000 regresó por más en 1001. Trabajando desde la Isla de Wight, devastó la costa sur desde Devon hasta Sussex. Redthelred volvió a recurrir al soborno en 1002 para deshacerse de los asaltantes: 24,000 libras en plata esta vez, junto con los suministros. Luego, perversamente, procedió a eliminar cualquier beneficio posible de la transacción al ordenar la masacre de todos los daneses en su reino el día de San Brice, el 13 de noviembre de ese mismo año. Según los informes, entre los asesinados estaba Lady Gunnhild, hermana de Svein Forkbeard. Esto, por supuesto, provocó una retribución de este último el año próximo. Exeter, Wilton, Salisbury, Norwich y Thetford pagaron el precio. Según la Crónica anglosajona, lo único que indujo al rey danés a abandonar finalmente el reino en 1005 fue una "gran hambruna, durante toda la raza inglesa, de modo que nadie recordara nunca uno tan sombrío". Pero Svein regresó con su flota al año siguiente para retomar, casi sin oposición, donde lo había dejado. Para entonces, en el año 1007, el rescate del reino había aumentado a 36,000 libras de plata más provisiones.



Tales pagos de tributos cada vez mayores solo parecían invitar a más extorsiones violentas. Elthelred intentó romper el ciclo de apaciguamiento pecuniario en 1008 al ordenar que cada 310 pieles fueran responsables de producir un buque de guerra, pero una vez más el liderazgo débil condenó a la empresa. Al menos un centenar de barcos se recolectaron en Sandwich, pero las luchas internas y la traición provocaron la apropiación indebida de veinte y el resto se quemó. El jefe danés Thorkel el Alto llegó a Sandwich en agosto de 1009. Su campaña culminó con la captura de Canterbury en 1011. También le costó la vida al arzobispo Ælfheah en 1012 y Æthelred 48,000 libras adicionales de tributo. Para ser justos, Elthelred pensó que estaba comprando la lealtad de Thorkel y obteniendo una flota de cuarenta y cinco barcos en el acuerdo. Sin embargo, le sirvió poco. Svein Forkbeard apareció en Sandwich en julio de 1013 con una 'flota numerosa' de 'naves en torre' tan magníficas que un monje del monasterio de San Omer en Flandes se enfureció poéticamente durante un paso completo de Encomium Emmae Reginae (un panegírico del siglo XI). a la reina Emma de Inglaterra). Dejando de lado el embellecimiento literario, Else Roesdahl probablemente tenga razón cuando dice que los barcos deben haber sido similares a los barcos Skuldelev 2 y 5. A finales de año, Inglaterra era suya y Ethelred se había refugiado en la corte del duque Ricardo II de Normandía, el hermano de su esposa Emma.

El exilio de Elthelred fue breve. Svein Forkbeard murió el 3 de febrero de 1014, pocas semanas después de ganar el reino. Sus fuerzas prometieron su lealtad a su hijo Cnut, de apenas dieciocho años, pero la nobleza inglesa retiró a Æthelred de Normandía. Para variar, este último actuó con cierto despacho, desembolsando 21,000 libras en plata para garantizar la lealtad de la flota de Thorkel. Frente a una aristocracia inglesa unida, Cnut se vio obligado a retirarse a Dinamarca. Pero no cedería tan fácilmente lo que consideraba su patrimonio. Con la ayuda de su hermano Harald, ahora rey de Dinamarca, Cnut equipó una nueva y poderosa flota, numerando hasta 200 barcos según el Encomium Emmae Reginae. Regresó a Sandwich en el verano de 1015 y pronto sometió a Wessex, lo que provocó que el ealdorman Eadric lo abandonara con cuarenta de las naves del rey. En la primavera de 1016, Cnut penetró en el estuario del Támesis con una flota de 160. Pero incluso antes de que pudiera llegar a Londres, Æthelred abandonó su infeliz vida el 23 de abril. "Luego, en los días de rogación [7–9 de mayo] los barcos [daneses] llegaron a Greenwich e inmediatamente se volvieron a Londres", relató la Crónica anglosajona ", cavaron una zanja en el lado sur y arrastraron sus barcos al lado oeste del puente [London Bridge], y luego hizo una cama con la ciudad para que nadie pudiera entrar o salir. »El hijo de Æthelred, Edmund, luchó con ganas, incluso aliviando a Londres en un punto, pero en Ashingdon en Essex el 18 de octubre Cnut ganó su corona. Edmund falleció apenas un mes después.

El fin de la era vikinga (1017-1066)

Cnut se movió rápidamente para consolidar su conquista. Se coronó formalmente en Londres el 6 de enero de 1017 y en julio se casó con la viuda de Æthelred, Emma, ​​para ganarse el favor de sus nuevos súbditos. En 1018 disolvió su gran anfitrión danés, salvó cuarenta barcos, con un pago de tributo de 10,500 libras de plata solo de Londres y 72,000 libras del resto del reino. Su hermano Harald murió ese mismo año, dejando a Cnut en control de Dinamarca. En 1027, Escocia se sometió a él y en 1028 se apoderó de Noruega de Olaf Haraldsson haciendo desfilar una magnífica flota por su costa sin oposición. En palabras del erudito vikingo Gwyn Jones, "una vez más, un rey que había perdido el mando del mar había perdido su reino como consecuencia, y Knut, que tenía ese mando, heredó". En una peregrinación a Roma para asistir a la coronación de Conrad II como Emperador del Sacro Imperio Romano, Cnut escribió una carta al pueblo inglés proclamándose a sí mismo "el rey de toda Inglaterra y Dinamarca y los noruegos y algunos de los suecos". Los vikingos y los herederos escandinavos de su legado habían alcanzado su cénit: ocuparon tierras tan lejanas como Groenlandia; Yaroslav el Sabio había llevado a los Varangian Rus a la cúspide de su poder como Gran Príncipe de Kiev; el Reino de Dublín floreció bajo Sigtrygg Silkbeard; los descendientes del jefe vikingo Rollo gobernaron sobre uno de los ducados más poderosos de la cristiandad; y ahora el vástago de la realeza vikinga dominaba Inglaterra y la mayor parte de Escandinavia.

La misma audacia que había ayudado a crear la victoria vikinga ahora contribuiría a su derrota. Cnut murió en Dorset el 12 de noviembre de 1035, poniendo en marcha una oleada de sucesiones en un corto lapso. Harald Harefoot, su hijo de su amante Ælfgifu, heredó la corona de Inglaterra, mientras que Harthacnut, el hijo de Cnut de Emma, ​​tomó el trono de Dinamarca. Magnus, el hijo del antiguo enemigo de Cnut, Olaf Haraldsson, irónicamente se convirtió en rey de Noruega. Cuando Harald Harefoot murió en 1040, Harthacnut lo reemplazó como rey de Inglaterra, pero él mismo falleció en 1042 y fue sucedido por Edward, el hijo de Æthelred de Emma. Al mismo tiempo, Magnus asumió la soberanía sobre Dinamarca. Esto fue impugnado por Earl Svein Estridsson, el sobrino de Cnut, quien conoció a Magnus en una de las confrontaciones marítimas clásicas de la época: la Batalla de Aarhus en 1043. Los dos contendientes reales azotaron sus barcos largos en líneas opuestas y las dos líneas chocaron con el arco. inclinarse frente a la costa este de Jutlandia en Navidad. Como lo dijo Snorre Sturlason, la situación cambió cuando Magnus saltó de su propio muro de escudos para dirigir el abordaje y la posterior limpieza del buque insignia de Svein. Sin embargo, el propio Estridsson escapó, y en 1045 se unió a Harald Hardrada, tío de Magnus y rival por el control de Noruega, que acababa de regresar del servicio como capitán de la Guardia Varangiana del emperador bizantino. Esto hizo que Magnus aplacara a Harald al compartir el trono de Noruega con él. La muerte de Magnus en 1047 dejó a Harald sosteniendo solo la corona de Noruega, mientras que Svein Estridsson dominó Dinamarca. No dispuesto a aceptar esto, Harald Hardrada inició una lucha prolongada para absorber Dinamarca a expensas de Svein. El conflicto finalmente llegó a su punto culminante en la batalla de Nissa en la costa de Halland en la primavera de 1062.
Según el Heimskringla, Hardrada esencialmente desafió a Svein a un duelo ganador en el mar: 'En el invierno, el Rey Harald envió un mensaje al sur a Dinamarca al Rey Svein de que la primavera siguiente debería venir del sur al Elv [el Göta río en el suroeste de Suecia, justo al norte de Copenhague] para encontrarse con él, y luego ambos deberían luchar de tal manera que compartan sus tierras, y que uno de ellos debería tener ambos reinos ". Harald reunió una flota de 150 barcos con el propósito , incluyendo un gran drakkar como su buque insignia. "Construido después del tamaño de la Serpiente Larga", dijo Snorre Sturlason, se jactaba de setenta remos entre la "cabeza de dragón" dorada en la proa y la "cola del dragón" en la popa. Sin embargo, Svein no se presentó en el lugar y la hora señalados, por lo que Harald se apresuró en la costa de Halland (una provincia del sudoeste de Suecia) para sacarlo. Funcionó. Svein lo buscó con 300 barcos y lo encontró en la desembocadura del río Nissan (actual Halmstad) a última hora de la tarde del 9 de agosto. Ambas partes azotaron todas sus naves con la excepción de un pequeño escuadrón bajo Earl Hakon Ivarsson que Harald permitió maniobrar libremente. Esto fue decisivo. La batalla fue larga y dura, y duró toda la noche, pero finalmente el escuadrón de Hakon cambió el rumbo atacando los flancos de la línea danesa y eliminando los buques vulnerables para que pudieran ser abrumados uno a la vez. Por la mañana, Svein había huido, junto con la mayoría de sus seguidores, dejando atrás setenta naves vacías. A pesar del resultado, ambos reyes fueron debilitados por la larga guerra y finalmente concluyeron una paz imparcial en 1064 en el río Göta.

Harald, sin embargo, se mantuvo decidido a aumentar sus propiedades. Creyó ver su oportunidad dos años después cuando Edward el Confesor murió y el hermano de su esposa, Harold Godwinson, presionó su reclamación impugnada a la corona de Inglaterra. El propio reclamo de Harald Hardrada al trono fue tenue basado en una supuesta promesa que Harthacnut le hizo al sobrino de Harald, Magnus, de que Magnus heredaría Inglaterra sin la muerte de Harthacnut. No obstante, Harald probablemente sintió que su reclamo era al menos tan legítimo como el de Harold Godwinson o William de Normandía. No habría dejado que el mundano asunto de la legitimidad lo disuadiera en cualquier caso, ya que estaba claramente seguro de que tenía el poder militar para respaldar su argumento.

Y, de hecho, al unir fuerzas con Tostig Godwinson (el hermano rebelde de Harold) en el Tyne en Escocia, Hardrada pudo reunir una temible flota de 300 barcos para su invasión planeada. Con él, devastó la costa de Yorkshire en el verano de 1066 antes de ingresar al estuario de Humber para finalmente varar su flota a orillas del Ouse, cerca de Riccall, a 16 km (10 millas) al sur de York. Derrotó a las fuerzas combinadas de Edwin de Mercia y Morcar de Northumbria en Gate Fulford el 20 de septiembre. York se sometió en silencio, prometiendo su apoyo en la campaña para conquistar Inglaterra. Harald debe haberse sentido sumamente seguro de sí mismo en ese momento, pero la arrogancia sería su ruina. Fue en Stamford Bridge, a 19 km (12 millas) de los alardeados barcos de los vikingos, que el 25 de septiembre Harold Godwinson, después de una marcha forzada desde la costa sur donde había estado esperando a William, sorprendió y derrotó al último gran ejército de vikingos. invasores, luchando debajo de un estandarte de batalla apropiadamente llamado 'Land-waster'.

Snorre Sturlason sostuvo que antes de la batalla que lo mató, se escuchó que Harald Hardrada, este consumado jefe vikingo, recitó el siguiente verso Skaldic:

No nos arrastramos a la batalla
bajo el refugio de escudos,
antes del choque de las armas;
esto es lo que la diosa leal
de la tierra del halcón nos lo ordenó.
El portador del collar me dijo hace mucho tiempo
para mantener el casco alto
en el estruendo de las armas,
cuando el hielo de la valquiria
conoció los cráneos de los hombres.

Y así terminó la embestida vikinga, no con un encuentro en el mar, sino en un enfrentamiento en tierra, a millas de los barcos más cercanos.

sábado, 27 de junio de 2020

Guerra colonial: El caso de la contaminación de mantas en el sitio de Fort Pitt

Cuando los rostros pálidos propagaron una epidemia para acabar con los indios lenape


Javier Sanz — Historias de la Historia



Ya conocíamos la historia de una (falsa) epidemia de tifus creada por los médicos de dos pueblos de Polonia para evitar las deportaciones a los campos nazis, pero también existió otra epidemia, en esta caso real, propagada intencionadamente por los rostros pálidos para acabar con los indios lenape (lenapes lenni, «gente de verdad»), también llamados indios de Delaware.

Fue a mediados del siglo XVIII, tras el fin de la Guerra de los Siete Años, un conflicto que enfrentó a las grandes potencias europeas de la época, encabezadas por Francia e Inglaterra, y que, en el frente americano, tuvo especial protagonismo el mariscal británico Jeffrey Amherst o Barón de Amherst, título nobiliario que creó para él Jorge III, el rey de Inglaterra. A este conflicto, por sus implicaciones, por los frentes abiertos y por los países beligerantes, se le podría considerar como el primer conato de guerra mundial.


Jeffrey Amherst

Por su labor en el campo de batalla, nuestro barón fue nombrado comandante en jefe del Ejército británico en América en 1758, convirtiéndose en uno de los artífices de la derrota francesa en suelo americano. Pero la historia de este reconocido y vitoreado militar británico tiene, como la Luna, una cara oculta relacionada con la viruela. Tras derrotar a los franceses, en 1763 tuvo que hacer frente a la rebelión de Pontiac, el jefe de los ottawa, que lideró a los nativos amerindios descontentos con las políticas británicas, muy distintas a los acuerdos que tenían con los franceses. A estos nuevos rostros pálidos les gustaba que les llamasen de usted y mantener las distancias, y se levantaron en armas contra ellos. Al mariscal le pilló por sorpresa, porque en ningún momento se planteó que un “atajo de salvajes” pudiese rebelarse contra un imperio.



Pero sí, lo hicieron. Ante la imposibilidad de tomar por la fuerza el fuerte Pitt (hoy, Pittsburgh), en junio de 1763 la tribu de los lenape cercó la posición y montó un asedio. Y aquí empieza la controversia. En el interior del fuerte hubo un pequeño brote de viruela que mató a unos pocos colonos y en el exterior hubo una epidemia posterior que acabó con miles de indios. Se dice, se cuenta, se comenta, que el contagio de los indígenas se produjo cuando los británicos les dieron una mantas infectadas durante una tregua para parlamentar. Así que, aquella epidemia habría sido organizada. Los británicos argumentaron, y lo siguen haciendo, que nada tuvieron que ver con aquella epidemia de viruela, que se debieron contagiar con el asalto de otras posiciones europeas, y que sería imposible que con apenas unas mantas se pudiese generar tal mortandad. No se sabe exactamente qué ocurrió, pero creo que en un juicio el defensor británico lo tendría muy difícil cuando el fiscal indígena presentase su prueba acusatoria: la correspondencia entre Jeffrey Amherst y Henry Bouquet, el coronel que estaba preparando una expedición para liberar Fort Pitt. Entre las cartas que se cruzaron los militares, el barón escribió…
¿No se podría enviar la viruela a las tribus de indios rebeldes? Debemos, en esta ocasión, usar cualquier estrategia en nuestro poder para reducirlos […] Harás bien en tratar de inocular a los indios por medio de mantas, así como probar cualquier otro método que pueda servir para extirpar esa execrable raza.



Ante esto, no te salvan ni todos los abogados juntos de Suits, Damages, The Good Wife y Ally McBeal. Jeffrey debería haber sabido que “la esposa del César no solo debe ser honesta, sino parecerlo”, que se diría de Pompeya Sila, la segunda esposa de Julio César.

viernes, 26 de junio de 2020

Señores de la guerra: La muerte por amor de Pancho Ramírez

El amor trágico de Pancho Ramírez por una cautiva y la tristeza de una novia abandonada que esperó toda la vida 

Francisco “Pancho” Ramírez, el caudillo entrerriano, dedicó su vida a construir su poder en el litoral en las primeras décadas del siglo 19. El día que conoció a la Delfina, una pelirroja cautiva de misterioso origen y que peleaba como un soldado, dejó a su prometida para vivir una gran pasión. Murió al intentar rescatar a su amor en pleno campo de batalla. La mujer con quien se había comprometido nunca dejó de amarlo
Por Adrián Pignatelli || Infobae

  Francisco Ramírez, caudillo indiscutido en el litoral.

Hasta que la muerte los separe. Ese deseo que se prometen los enamorados, Pancho y la Delfina lo cumplieron al pie de la letra. Pancho era Francisco Ramírez, el Supremo Entrerriano, título que nunca quiso usar, aunque se lo había ganado en buena ley. Y Delfina había sido una cautiva de la que se enamoraría perdidamente y que sería su compañera, en las buenas y en las malas.

La de 1810 y 1820 fue una década en la que Ramírez vivió intensamente. Había nacido en el Arroyo de la China, hoy Concepción del Uruguay, el 13 de julio de 1786 y había tomado las armas cuando estalló la revolución de Mayo, en 1810. Combatió junto a José Gervasio de Artigas en la Banda Oriental y luego lo acompañó en las luchas contra el Directorio, porteño y centralista.

Ramírez, al desplazar al delegado de Artigas, se hizo dueño de su provincia, rechazó a dos ejércitos enviados desde Buenos Aires, y paró un intento de invasión a sus tierras de los portugueses. No era producto de la suerte: Ramírez disponía del ejército más disciplinado del interior. No lo decía él, sino que el elogio venía de genios militares, como es el caso del general José María Paz.

Junto a Estanislao López, volverían a pelear contra Buenos Aires cuando dictó la Constitución unitaria de 1819, terminarían derrotando a José Rondeau en Cepeda el 31 de enero de 1820 y firmaría el Tratado del Pilar, el primero en reconocer el sistema federal. El que se sintió marginado fue Artigas, ya que el Tratado excluía a la Banda Oriental. Esto llevó a que Ramírez se enfrentase con su antiguo jefe quien, derrotado, se exiliaría de por vida en el Paraguay.

El país vivía una profunda anarquía y los porteños vieron horrorizados, en febrero de 1820, cuando López y Ramírez ataron sus caballos en las rejas que rodeaban a la Pirámide de Mayo.

Ramírez proclamó la República de Entre Ríos, que comprendía Corrientes y Misiones. Se erigió como jefe supremo de la república, y hasta dictó una constitución.

El Tratado de Benegas, firmado por Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba, lo dejó afuera al entrerriano. Los recelos entre los caudillos lo llevaron a enfrentarse con el cordobés Bustos y el santafecino López. Y eso marcaría su fin.

  La Delfina, la cautiva que peleaba como un soldado y enamoró al caudillo Pancho Ramírez

El amor

Fue en 1818 cuando, en Paysandú, se deslumbró con una pelirroja llamada María Delfina, o Delfina a secas, a la que habían tomado como cautiva. No se sabe si era brasileña o portuguesa, si en realidad venía de una familia aristocrática, era la hija bastarda de un alto funcionario o simplemente una soldadera, aquella mujer que seguía a los soldados.

Tan prendado quedó Ramírez que terminó rompiendo su compromiso con Norberta Calvento, hermana de su mejor amigo, cuyas familias se conocían de toda la vida en Concepción del Uruguay. Todos daban como un hecho natural que Francisco y Norberta terminarían en el altar. Pese al desplante, Norberta igual lo esperó.

De Delfina pocos son los datos que quedaron en la historia. Solo se sabe que desde el día que se conocieron combatió vistiendo uniforme militar a la par de Ramírez. En el campo de batalla era un soldado más, lo que se convertiría en la perdición del caudillo entrerriano.

El fin

El 10 de julio de 1821 Ramírez, debilitado militarmente, intentaba llegar con escasos 200 hombres a Santiago del Estero. Pero ese día, muy cerca de Las Piedritas de Río Seco, en Córdoba, debió combatir casi durante horas contra las fuerzas de López y de Bustos, que lo superaban en número.

En desventaja, intentó huir, cuando se percató que Delfina había sido capturada por el enemigo. Entonces, sin pensarlo, lanza en mano, arremetió solo contra el grupo que retenía a su mujer. Rodeado por soldados enemigos, el capitán Maldonado lo mató de un tiro a quemarropa, que impactó en su pecho. Su caballo siguió cabalgando un trecho con el cuerpo inerte de Ramírez. Uno de sus soldados intentó recuperarlo cuando ya había caído a tierra, pero no alcanzó a hacerlo por la cercanía del enemigo.

Su cabeza como trofeo

El trompa de órdenes Nicolás Pedraza fue el encargado de decapitarlo. El cuerpo del infortunado Ramírez quedó en el campo de batalla, y su cabeza –clavada en una lanza- fue llevada a Villa de María de Río Seco, donde se la exhibió. De ahí, envuelta en piel de carnero, se la enviaron a López, en “señal de verdad”, como se dijo entonces.
  Monumento a Francisco Ramírez, erigido en Córdoba en el lugar donde exhibieron su cabeza.

El gobernador de Santa Fe le encomendó a su suegro, el doctor Manuel Rodríguez, embalsamarla. Rodríguez, que era uno de los pocos médicos que ejercía en la provincia, le cobró al estado provincial 42 pesos por sus servicios. Puesta en una jaula, primero la colgaron en el atrio de la iglesia de Santa Fe y luego en la entrada del cabildo. Todos debían convencerse de que el Supremo Entrerriano había muerto.

Que el propio gobernador López haya usado estos despojos como un pisapapeles en su escritorio de campaña forma parte de la leyenda. Lo que es cierto es que las campanas de las iglesias de Buenos Aires repicaron, festejando su muerte cuando unos días después se conoció la noticia. “Este fin tienen todos los tiranos”, escribió Juan Manuel Beruti en sus Memorias curiosas.

Por fin, acordaron enterrarla. Eran muchos los que se horrorizaban ante semejante espectáculo, pero no deseaban contrariar a la autoridad. Por las dudas, lo hicieron de noche, en la Iglesia de la Merced, en la actualidad Nuestra Señora de los Milagros, donde se realizaron estudios para localizar esos restos, ya que el año próximo se conmemorará el bicentenario de su muerte.

Delfina, la infortunada compañera, ayudada por oficiales de Ramírez, había logrado escapar a Santiago del Estero. Con el tiempo, iría a vivir a Concepción del Uruguay, donde falleció, soltera, el 28 de junio de 1839.

En 1827 Justo José de Urquiza mandó construir una pirámide, colocada en la plaza de Concepción del Uruguay, en homenaje a Ramírez. Y en el lugar donde murió y se le cortó la cabeza, hoy hay un monumento.
  Pirámide erigida por Urquiza en honor a Ramírez.

La que sobrevivió, en esta suerte de triángulo amoroso fue Norberta, quien murió el 22 de noviembre de 1880, a los 90 años. Había permanecido soltera, vistiendo riguroso luto, encerrada en su casa -en la que siempre había esperado el regreso de Ramírez- cuidada por una sobrina.

Como mortaja, le habrían colocado el hábito de las carmelitas, aunque otra página un tanto más romántica de un idilio que no fue, nos dice que pudo ser enterrada con su vestido de novia, que aún conservaba. Porque así, de una u otra forma, iría, por fin, al encuentro del amor de su vida.

miércoles, 24 de junio de 2020

Virreinato del Río de la Plata: La destrucción de las misiones Jesuíticas

Destrucción de las Reducciones Jesuíticas

Revisionistas




Ruinas de San Ignacio Miní, Pcia. de Misiones, Argentina
La situación social, religiosa y económica de las misiones jesuíticas era buena, cuando fueron desterrados los jesuitas en 1767-1768. Ponemos esta doble fecha, porque, si bien es cierto que, desde julio de 1767, estaban enterados los jesuitas que habían de abandonar sus Reducciones, quedaron al frente de las mismas hasta agosto de 1768. Valiéndose de estos largos meses para predisponer el ánimo de los indios a recibir a los Curas y Administradores que habrían de reemplazarles en nombre del Rey.
El día 16 de agosto de 1768, después de haber hecho su cura, con anterioridad, un minucioso inventario de todas las existencias, se presentó en San Ignacio el primer administrador civil y el primer Cura que no era de la Compañía de Jesús, para hacerse cargo de la reducción. Ignacio Sánchez era el nombre del primero, y fray Domingo Maciel era el del segundo. Así ése como su compañero, fray Bonifacio Ortiz, eran religiosos de la Orden de Predicadores. En posesión ambos de sus respectivos cargos, el civil y económico el uno, y el religioso el otro, “como a las dos de la tarde de ese día -declaraba después el comisionado del gobierno, Francisco Pérez de Saravia- le hice saber al P. Raimundo de Toledo, al P. Miguel López y al P. Segismundo Baur, del Orden de la Compañía, la real Pragmática sanción, en presencia del Cabildo de este pueblo, y afirmaron los expresados regulares quedar entendidos de todo su contenido, e inmediatamente los entregué al cabo de granaderos, Jorge Sigle, para que, con seis hombres de escolta, los conduzca con su equipaje a la balsa que está prevenida, siguiendo la navegación por este río Paraná, sin arribar a puerto alguno, hasta el del pueblo de Itapuá, en donde los entregará al ayudante mayor, don Juan de Berlanga o el oficial que estuviese en aquel puesto, tomando recibo, con el que deberá satisfacer su comisión”.
Francisco Javier Bravo publicó, el texto del Inventario del Pueblo de San Ignacio Miní, y en él puede verse una detallada reseña de lo que había en la Iglesia y Sacristía, así en plata labrada como en ornamentos, y lo que había en la Casa de los Padres, y en las oficinas, como en la platería, herrería, barrilería, carpintería, etc. y lo que había en los almacenes o depósitos de los productos del pueblo.
En la descripción de lo que había en la iglesia hallamos estos datos: Una iglesia de tres naves con media naranja, en todo cumplida, toda pintada y a trechos dorada, con su púlpito dorado, con cuatro confesionarios, los dos con adornos de esculturas, y los otros dos de obra común. Su altar mayor con su retablo grande dorado. Al lado derecho de dicha iglesia tres altares: el primero de la Resurrección del Señor, con su retablo dorado; el segundo de San José, con retablo menor, medio dorado; y el tercero del mismo Santo, sin retablo.
Al lado izquierdo, tres altares: el primero de la Asunción de Nuestra Señora, con su retablo grande dorado; el segundo de San Juan Nepomuceno, con su retablo menor, medio dorado, y el tercero de Santa Teresa, sin retablo.
La capilla del baptisterio con su altar y retablo medio dorado, y pila bautismal, una de piedra y otra de estaño.
La sacristía y contrasacristía, y en ellas y en la iglesia, los retablos, las estatuas, cuadros, láminas, ornamentos, plata labrada y demás adornos y utensilios del servicio de la iglesia que siguen:
Plata labrada.
Custodia sobredorada, con varios esmaltes y piedras entrefinas.
Un copón con dos casquillos dorados por dentro.
Doce cálices, dorados los seis.
Una Sacra chapeada, y en ella varias imágenes de Santos, sacadas a buril, y sobredoradas, con las palabras de la consagración, Gloria y Credo grabadas y doradas, con su respectiva tabla, en forma de águila.
Dos lavabos en forma de águila.
Dos atriles chapeados.
Dos incensarios con dos navetas.
Seis blandones, etc.
En la Sala de Música se hallaron muchos papeles de cantar, cuatro arpas, siete rabeles, cinco bajones; rabelón, uno; chirimías, seis; clarinetes, tres; espineta, una; vihuelas, dos. Y allí también se encontraron los vestidos de cabildantes y danzantes: Casaca, cuarenta y cinco; chupas, cuarenta y cinco; calzones, cuarenta y cinco; corbatas, cuarenta y cinco; zapatos, noventa y seis pares.
Sombreros, cuarenta y cinco; medias de seda y de toda suerte, veinte y nueve pares; vestidos enteros de ángel, ocho; de húngaros, seis; sus turbantes, quince.
En los almacenes había de todo, desde yerba mate, cuya existencia era de más de 600 arrobas, y algodón, del que había 3.650 arrobas, hasta hierro (33 arrobas) y plomo (22 arrobas). Véanse algunos rubros de esta parte de los inventarios:
Cera de Castilla, diez y siete arrobas y dos libras.
Hilo de seda, dos libras, dos onzas. Hilo de Castilla, dos libras doce onzas.
Cera de la tierra, seis arrobas, quince libras.
Clavazón de hierro, doce arrobas.
Hilo de plata, dos libras seis onzas y media.
Hilo de oro, una libra, doce onzas y media.
Alambre de hierro, una arroba diez y ocho libras.
De metal amarillo, un rollito.
Escarchado de metal amarillo, una libra doce onzas.
Hebillas de zapatos, diez pares de estaño.
Item, papel, cien cuadernillos.
Mapas viejos, siete.
Incienso de Castilla, tres arrobas veinte libras.
Lacre, tres libras cuatro onzas.
Cedazos, esto es, tela de cedazos, veinticinco varas y una cuarta en tres pedazos.
Tela de plata, diez y nueve varas y media.
Terciopelo, siete varas.
Glase ya cortado para casullas en cuatro pedazos, tres de ellos de a vara y de un geme cada uno, y el cuarto de palmo y medio y todo colorado.
Tisú, tres varas.
Persiana colorada, veinte y cinco varas, y una cuarta.
Persiana blanca, tiene diez y nueve varas, y un geme.
Damasco azul, nueve varas y un geme.
Damasco morado, doce varas, menos un geme.
Damasco colorado, cinco varas y media.
Media persiana morada, diez y ocho varas y poco menos de media.
Raso colorado, setenta y tres varas.
Raso azul, diez y ocho varas.
Media persiana blanca, siete varas.
Raso morado, doce varas.
Raso verde, treinta y seis varas, un geme.
Encajes finos, tres piezas.
Item, otra pieza de lo mismo, siete varas
Item, otro rollo de lo mismo con cuarenta y seis varas y tres cuartas.
Por lo que toca a los ganados existentes en la estancia, se estableció en conformidad con un censo realizado en mayo de 1767, que había:
Vacas: 33.400
Caballos: 1.409
Mulas mansas: 283
Mulas chúcaras: 385
Yeguas mansas: 382
Yegua cría de burras: 222
Ovejas: 7.356
Los Curas que sucedieron a los jesuitas fueron religiosos de la Orden de Santo Domingo. Al padre Bonifacio Ortiz, que fue el primero que reemplazó a los jesuitas, en agosto de 1768, sucedió en 1771 fray Domingo Maciel, como Párroco, y fray Lorenzo Villalba, como ayudante. Fue confirmado en ese puesto fray Maciel en 1775, y fray Juan López sucedió a fray Villalba. En 1779 y en 1783 seguía fray Maciel al frente del pueblo, siendo sus ayudantes fray Faustino Céspedes en el primero de esos dos años, y fray Francisco Pera en el segundo de ellos. En 1787 fray Juan Tomás Soler remplazó a Fray Maciel y no tenía acompañante alguno.
Desde 1791 dejaron los Padres Dominicos de señalar Párroco para San Ignacio. Cada año fueron estos religiosos teniendo menos pueblos a su cargo. De diez, que tuvieron a su cargo en 1771, sólo tenían tres en 1803, que fueron las Reducciones de Yapeyú, San Carlos y Mártires, y en 1811 tenían aún a su cargo la postrera de estas reducciones, pero sin proveerla de Párroco. En 1815 y 1819 no se nombran Curas algunos para las mismas, como puede verse en las actas de los capítulos celebrados en esos años.
Es que desde la salida de los jesuitas, en agosto de 1768, los pueblos de Misiones, entre ellos San Ignacio Miní, fueron decayendo lenta pero constantemente. Los religiosos, que sucedieron a los Padres de la Compañía de Jesús, por más buena que sea su voluntad, desconocían el idioma de los indios y, lo que era aún más grave, desconocían la pedagogía a usarse con ellos. Los administradores, comenzando por Ignacio Sánchez dilapidaron los bienes de la comunidad.
Por lo que toca en particular a la Reducción de San Ignacio Miní, existe un documento del estado en que se hallaba en 1801 ese pueblo, otrora tan próspero y tan poblado. Dicho documento está suscripto a 31 de abril de ese año, y en el pueblo mismo de San Ignacio Miní, por Joaquín de Soria, gobernador, a la sazón, de los Treinta Pueblos, y va dirigido al Administrador Andrés de los Ríos. “Ordeno y mando al citado administrador que, sin desatender el cuidado de las estancias, y cuidado de la Chacarería, por ser estos dos ramos el principal nervio en que está vinculada la subsistencia de los naturales, ponga toda la aplicación y esmero en la reedificación de las cuadras caídas, composición de las que amenazan ruina, principalmente el templo y el segundo patio del colegio, en la mayor parte se halla destruido, y en la conservación y buen estado de servicio, en que se ven algunos edificios. Averigüe el paradero de muchas familias prófugas, cuya restitución al pueblo procurará por los medios más suaves, prometiéndoles a todos la indulgencia del castigo, para que, de este modo, vuelvan y se haga la Comunidad de ésta con más brazos para el cultivo de los terrenos”.
Esto ordenaba Joaquín de Soria, en tiempo del gobernador Lázaro de Ribera, y se refiere principalmente a los edificios, pero dos años antes, en 1788, el predecesor inmediato de Ribera, el gobernador Joaquín Alós, había expuesto y ponderado el estado de decadencia y de miseria que aquejaba a los otrora opulentos y prósperos pueblos misioneros, y con referencia particularmente a San Ignacio Miní, manifestaba que “esta falta (de ropa) ha puesto a los más de ellos en estado miserable e indecente a la vista”. No eran los de San Ignacio Miní una excepción ya que “muchos de los de San Ignacio Guazú se hallan andrajosos y desnudos la mayor parte de los párvulos”. Y en Itapuá
vio él mismo el “lastimoso espectáculo” que presentaban “a mi vista”, los más de sus moradores.
Estando los pueblos en este abandono religioso, material y económico, nada extraño es que la población de los mismos fuera, cada día, más escasa hasta reducirse a una insignificancia. Lo curioso es que no obstante tantas exacciones y abusos, de parte de tantos administradores, y no obstante tanto descuido y apatía por parte de no pocos Curas, siguieran los indígenas fieles a su vida de Comunidad, desde 1767 hasta 1810, pero fue, a partir de 1816 y para resistir la invasión lusitana sobre la Banda Oriental, que organizó el general Artigas con sus ejércitos, uno de los cuales, al mando del indio Andrés Guacurarí, del pueblo misionero de San Borja y comúnmente conocido con el nombre de Andresito y debía operar en el Alto Perú, obedeciendo órdenes superiores, se empeñó en apoderarse de los cinco pueblos del Paraná, entre ellos San Ignacio, que estaban dominados por Francia.
Artigas sostenía que, por el tratado de 1811, correspondían esos pueblos a la llamada Liga de Provincias, de las que era él el protector, y aunque Andresito tomó sin mayores dificultades la Reducción de Candelaria, que era la más defendida, le costó no poco apoderarse de Santa Ana, de Loreto, de San Ignacio y de Corpus.
Dominaba Andresito estas reducciones, cuando José Gaspar Rodríguez de Francia determinó destruirlas a fin de no dejar a su enemigo, ni fuentes de recursos, ni recintos defensorios. Así lo hizo en el decurso de 1817. El destrozo unas veces, los incendios, otras veces, destruyeron o dejaron maltrechos a todos los pueblos misioneros. Algunos, como Yapeyú, totalmente arrasados; otros como San Ignacio Miní, destartalados o en ruinas. Lo impresionante y conmovedor es el hecho de que todavía en 1846 había indígenas que moraban junto a los muros de lo que fue otrora la Reducción de San Ignacio Miní.
Esta quedó olvidada en medio de las bravías selvas que la rodeaban hasta que, en los postreros años del siglo XIX, llegó hasta sus solitarias ruinas el agrónomo Juan Queirel y, en dos folletos, intitulado el uno “Misiones”, publicado en 1901, comunicó a los estudiosos una noticia comprensiva y objetiva de lo que eran entonces las ruinas de San Ignacio Miní.
Mi permanencia en esta localidad –escribió Queirel- donde he delineado un centro agrícola, que hará renacer de sus cenizas al incendiado y arruinado pueblo de San Ignacio Miní, me ha permitido visitar con alguna detención las interesantes ruinas de dicho pueblo, que, como bien se deja ver por ellas, fue una de las más importantes y prósperas reducciones.
Por propia satisfacción he recorrido las ruinas, midiendo y observando; y después de muchas horas, así empleadas, he podido levantar el plano adjunto. Por temor de inventar, he puesto en él solamente lo que hay en el terreno. Asimismo ciertos lienzos de pared que represento por una línea seguida, no son de hecho sino escombros diseminados que, en vez de guiar, confunden sobre la verdadera dirección que tuvieron las antiguas hileras de casas, cuartos, etc.
Hay que saber que las ruinas están entre un monte espeso y salvaje (con muchos naranjos) en que los árboles, lianas y demás plantas han tomado por asalto, casas, iglesia, colegio, etc.
Los pueblos de las misiones argentinas fueron, como es sabido, incendiados y destruidos, unos por los portugueses, otros por los paraguayos, y por eso sus ruinas están en mucho peor estado que las de las Misiones brasileñas y paraguayas, en las cuales se conservaban edificios completos, que son aún habitados, como en Villa Encarnación sucede.
No obstante que, en estas últimas ruinas, se puede estudiar mejor las antigüedades jesuíticas, yo he creído útil hurgar en las ruinas que tenía a mi alcance, aunque más no fuera, que para confirmar las descripciones antiguas.
Aún en el estado en que se encuentra aquel viejo pueblo en escombros, es muy interesante.
Si de mí dependiera, esas ruinas, esas piedras labradas y esculpidas, que representan el arte de los jesuitas, y la atención, la perseverancia y el sudor de millares de Guaraníes; esas piedras que han escuchado tantos cánticos, tantas plegarias cristianas, pronunciadas en una lengua primitiva, que han asistido a tantas escenas de una civilización única en la historia. Si de mí dependiera, lo repito, esas ruinas serían respetadas, cuidadas, conservadas, para que fueran, como dice Juan Bautista Ambrosetti, un atractivo más de Misiones, y no el menor, un punto de cita para los turistas futuros”.

La Reduccion Jesuítica San Ignacio Miní, junto con las de Nuestra Señora de Loreto, Santa Ana y Santa María la Mayor (ubicadas en la Argentina) fueron declaradas Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco en 1984.


Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Furlong, Guillermo – Las Misiones y sus pueblos - Buenos Aires (1971).
Portal www.revisionistas.com.ar
Todo es Historia – Mayo de 1971

martes, 23 de junio de 2020

Biografía: Louis-Gabriel Suchet

General Louis-Gabriel Suchet, (1770-1826)

W&W





Louis-Gabriel Suchet surgió como el más exitoso de los generales de Napoleón para hacer frente a las dificultades de los combates en la Península Ibérica. Después de hacer campaña en Italia y Suiza durante la Guerra de la Segunda Coalición, luchó con distinción como comandante de división en las exitosas campañas de 1805, 1806 y 1807. Aunque su carrera inicial le trajo numerosos laureles en la guerra convencional, Suchet recibió sin entrenamiento en la compleja tarea de luchar simultáneamente contra la guerrilla y las fuerzas enemigas regulares. Pero en 1808, Napoleón promovió al joven líder en ascenso para comandar un cuerpo en España. Allí Suchet tuvo una serie de éxitos, pacificando la provincia de Aragón durante varios años y extendiendo el control francés por un tiempo a las vecinas Cataluña y Valencia. Su mayor logro, por el que ganó la batuta de su mariscal, fue capturar la fortaleza española de Tarragona en mayo de 1811. Solo cuando el conde (más tarde duque) de Wellington derrotó a otros líderes franceses y los expulsó de España hacia el sur de Francia, Suchet fue obligado. acordar un armisticio con el enemigo. Al reunirse con Napoleón en la primavera de 1815, ocupó un puesto de alto rango en la defensa de la frontera oriental de Francia. Suchet sobrevivió al final de la era napoleónica en Francia por poco más de una década, muriendo en 1826.

Louis-Gabriel Suchet era un hijo privilegiado, nacido en la finca de su padre cerca de Lyon el 2 de marzo de 1770. Hijo de un rico fabricante de seda, el joven se unió a la Guardia Nacional y luego ingresó en un batallón de voluntarios como soldado privado en 1792. Dentro de un año, sus compañeros soldados lo habían elegido como teniente coronel de la misma unidad. El batallón de Suchet participó en el asedio del puerto de Toulon, donde sus hazañas en el campo de batalla lo llamaron la atención del general Napoleón Bonaparte. Durante la campaña de 1796-1797 en Italia, Suchet sirvió a veces en la división del general André Masséna, en otras en la división dirigida por el general Pierre Augereau. Fue herido en la batalla varias veces, mostró habilidad táctica y valentía, y ascendió al rango de coronel. Cuando el ejército francés salió de Italia para perseguir al enemigo austríaco en su tierra natal, Suchet comandó la vanguardia de las fuerzas de Bonaparte.

Aunque alcanzó el rango de general de brigada en 1798 y general de división en 1799, los años posteriores a la campaña italiana vieron la carrera de Suchet perder parte de su impulso ascendente. Su relación personal con Bonaparte fue genial: Suchet no mostró afecto por su comandante, y Bonaparte correspondió al excluir al joven oficial de la lista de asociados marcados para ascender a la cima de la jerarquía militar. Además, una combinación paradójica de rasgos políticos lo hizo sospechar del gobierno en París. Los antecedentes familiares de Suchet le daban la apariencia de simpatizante de la aristocracia establecida. Al mismo tiempo, la retórica extravagante de Suchet a favor de profundizar el efecto de la Revolución fue vista como demasiado radical para la era post-jacobina.

Sin embargo, Suchet vio crecer su reputación a los ojos de varios comandantes de alto rango. Sirviendo como comandante de brigada bajo Masséna en Suiza en la primavera de 1799, sacó su unidad de una posición peligrosa después del audaz avance francés en el este de Suiza. Después de regresar sano y salvo a las líneas francesas, el joven general recibió el cargo de jefe de gabinete de Masséna. Más tarde ese año, se desempeñó como jefe de gabinete del general Barthélemy Joubert en Italia. En esa capacidad, Suchet aconsejó a su comandante que evite luchar contra una fuerza rusa superior en Novi en agosto. Cuando Joubert ignoró el consejo y fue asesinado en la batalla posterior, Suchet ayudó a llevar al derrotado ejército francés a casa.

La campaña de 1800 de Masséna en el noroeste de Italia, que culminó con el asedio de Génova, trajo a Suchet un éxito mixto. Como comandante del segmento norte de la línea francesa, Suchet no pudo contener una fuerza austriaca, siendo empujado tan al oeste como Niza y más allá. Su fracaso obligó a Masséna a ponerse a la defensiva detrás de los muros de la importante ciudad portuaria italiana. Sin embargo, Suchet se redimió al detener la ofensiva austriaca a lo largo del río Var al oeste de Niza, salvaguardando así la ruta hacia el sur de Francia. Al retener a unas 30,000 tropas austríacas en Provenza durante mayo con su propia escasa fuerza de solo 8,000 hombres, Suchet contribuyó al exitoso cruce de los Alpes por parte de Bonaparte y la consiguiente victoria en la Batalla de Marengo.

En los años siguientes, Suchet recibió solo modestas recompensas. Nombrado inspector general de infantería del ejército francés en 1801, fue ignorado cuando varios de sus contemporáneos recibieron el título de mariscal el 19 de mayo de 1804. Con la formación del Grande Armée, Suchet obtuvo el puesto relativamente bajo de comandante de división. Luchando en V Corps bajo el mando del mariscal Jean Lannes, Suchet tuvo una serie de éxitos excepcionales. Su división avanzó rápidamente a Alemania en el verano de 1805, ayudando así a confinar y capturar al ejército austríaco bajo el mando del feldmarschalleutnant Karl Mack Freiherr von Leiberich en Ulm. En la posterior Batalla de Austerlitz a principios de diciembre, las tropas de Suchet mantuvieron el flanco norte del ejército francés contra los ataques rusos, lo que permitió a Napoleón concentrar sus fuerzas en el centro para el ataque victorioso contra las líneas enemigas. En octubre de 1806, la división de Suchet fue la primera en encontrarse con el ejército prusiano y lograr una victoria francesa en los combates en Saalfeld; En la batalla de Jena, los hombres de Suchet encabezaron nuevamente el avance francés.

En la ofensiva posterior en Polonia a fines de 1806 y principios de 1807, Suchet recibió órdenes de proteger el área alrededor de Varsovia. Aunque sus tropas vieron acción en Pultusk y Ostrolenka, Suchet no tuvo ningún papel que jugar en los grandes dramas del campo de batalla de Eylau y Friedland. No obstante, su liderazgo sólido, a veces brillante, ahora le trajo recompensas apropiadas. En marzo de 1808, Napoleón le otorgó varias propiedades grandes y lo nombró Conde del Imperio. Además, después de quince años de servicio, Suchet ascendió al mando de un cuerpo del ejército. En septiembre de 1808, recibió órdenes de llevar esta fuerza a España.

Suchet nunca había luchado contra las guerrillas como lo hacía tan a menudo en España. Pero había experimentado suficientes desafíos de liderazgo para ayudarlo a sobrellevar mejor que muchos de sus contemporáneos en el ejército francés los problemas de la guerra convencional e irregular en la Península. Al hacer campaña en un área en la que era poco probable que recibiera refuerzos, Suchet vio la necesidad de preservar la fuerza de su ejército a toda costa. Desde su servicio con las harapientas tropas del Ejército de Italia de Bonaparte en 1796-1797, Suchet había sido muy exigente para obtener suministros adecuados de alimentos para sus hombres. E insistió en la atención médica adecuada para ellos. Al mismo tiempo, se había convencido de las ventajas de una disciplina inquebrantable en el ejército. También estaba equipado con experiencia para la delicada tarea de ocupar un área hostil. Como gobernador militar de Toulon en 1793, había comenzado a adquirir experiencia en el gobierno de una población civil, y había servido como gobernador militar de la ciudad italiana de Padua a principios de 1801.

Suchet llegó a España en diciembre de 1808. Se le ordenó a Aragón unirse a otros comandantes como el mariscal Adolphe Mortier y el general Jean Andoche Junot para asediar la fortaleza española clave de Zaragoza. Despachado al noreste de España en esta etapa temprana de la Guerra Peninsular, Suchet pasaría la mayor parte de los siguientes cinco años aquí.

Al ayudar con el asedio de Zaragoza, una ciudad importante en el río Ebro, el joven general pronto se enfrentó a los problemas de la guerra de guerrillas. Su papel era mantener el centro de la carretera de Calatayud, al suroeste de Zaragoza, manteniendo así la línea de suministro de los sitiadores con Madrid. Al tratar con la población local, Suchet probó algunas de las políticas que le sirvieron durante su publicación en la Península. En particular, trabajó para ganarse a los españoles bajo su jurisdicción evitando las duras políticas de requisa que en otros lugares provocaron una feroz resistencia popular.
Con la caída de Zaragoza en febrero de 1809, Suchet reemplazó a Junot como comandante del V Cuerpo y recibió la asignación de pacificar a Aragón. Aunque las tres divisiones que ahora dirigía eran notoriamente mal disciplinadas, Suchet los transformó en una potente fuerza de combate que más tarde recibió el título del Ejército de Aragón. El líder francés se sacudió una derrota inicial a manos del general Joaquín Blake en Alcañiz a fines de mayo. Despidiendo a los oficiales incompetentes y reconstituyendo sus fuerzas, condujo a sus tropas a la victoria sobre Blake en las batallas de María y Belchite al mes siguiente, liberando así a Aragón de las fuerzas españolas convencionales.

La siguiente tarea de Suchet fue hacer frente a los insurgentes de la población aragonesa. Su éxito provino de una mezcla de conciliación y firmeza. Aprovechó el sentimiento separatista en Aragón y la voluntad de la población local de negar la lealtad a la antigua monarquía española. No vio la necesidad de hostigar a los líderes religiosos locales, y se sintió cómodo llamando a los representantes de la población para que le ofrecieran consejos y sugerencias. Al formar una fuerza policial, trató de depender de la población local para reclutas, y tuvo un éxito modesto en traer notables locales a la administración francesa. Mientras tanto, Suchet hizo todo lo posible para mantener la disciplina entre sus propias tropas pagándoles regularmente y proporcionándoles las raciones adecuadas. Al emplear a un cuerpo entero del ejército para controlar a la gente de Aragón, Suchet aseguró que los insurgentes locales, que aún no se habían organizado de manera efectiva, no podían establecerse en la región. Pronto se ganó una reputación de dureza incondicional al tratar con guerrilleros que cayeron en sus manos.

El éxito en la contrainsurgencia recibió un impulso por el hecho de que, a partir de mediados de 1809 después de derrotar a los austriacos en Wagram, Napoleón no se enfrentó a la oposición organizada en otros lugares. Como el Emperador no tuvo necesidad de atraer tropas de España durante varios años, a Suchet se le permitió mantener intactas sus fuerzas. Incluso recibió una corriente de refuerzos a través de los Pirineos. Por otro lado, la cooperación entre los generales a cargo de las provincias individuales en España fue notable por su ausencia. Si bien Suchet podría limpiar a Aragón de la oposición insurgente, el enemigo esquivo podría deslizarse fácilmente a una provincia vecina. Tampoco Suchet, a pesar de todas sus habilidades, estaba dispuesto a cooperar con sus compañeros generales franceses.

Siguiendo una política que seguramente despertará el sentimiento popular contra los ocupantes, Napoleón insistió en agotar los recursos del campo español. El emperador ordenó a Suchet que asumiera otras responsabilidades que socavaban los éxitos en Aragón. Al exigir que Suchet avanzara a las provincias vecinas de Cataluña y Valencia en febrero de 1810, Napoleón comenzó a extender las tropas de Suchet peligrosamente delgadas. Los insurgentes en Aragón se dieron cuenta.

Suchet fracasó en un intento inicial de tomar la ciudad portuaria de Valencia en abril de 1810, pero luego produjo una serie de éxitos dramáticos. Sus tropas capturaron dos fortalezas españolas principales en el sur de Cataluña, Lérida y Tortosa, y Suchet fue reconocido como un comandante francés que podía producir buenos resultados tanto contra los regulares como contra los insurgentes enemigos.

El punto culminante del mando de Suchet en España se produjo en 1811 con la captura de Tarragona; El 8 de julio recibió la batuta del Mariscal del Imperio como recompensa por este logro, convirtiéndose en el único general francés en ganar esta distinción en la Península. Como puerto principal y fortaleza clave, Tarragona permitió a las fuerzas españolas regulares mantenerse en la Baja Cataluña. Un asedio difícil comenzó a principios de mayo, con los defensores ayudados por la presencia de un escuadrón de la Royal Navy. Los buques de guerra británicos dirigieron fuego de artillería contra los atacantes franceses, y los transportes británicos llevaron a las fuerzas españolas por mar para reforzar la guarnición de Tarragona. A fines de junio, el Ejército de Aragón de Suchet había roto las paredes de la fortaleza, peleó por las calles de la ciudad y capturó una guarnición de 9,000. Pero incluso Suchet, el disciplinario y defensor del tratamiento moderado para los civiles españoles, se vio incapaz de controlar a sus victoriosas fuerzas francesas. Llenos de emoción y emoción después de la batalla, las tropas de Suchet saquearon la ciudad y asesinaron a miles de habitantes de Tarragona.
Suchet se enfrentó a un nuevo desafío cuando Napoleón le ordenó moverse contra la ciudad de Valencia. La ciudad fue la última base de apoyo para las fuerzas regulares españolas en el este de España, y proporcionó suministros cruciales para las guerrillas que operan en esa parte del país. En octubre, una nueva victoria sobre Blake en Sagunto, al norte de Valencia, puso al Ejército de Aragón en posición de avanzar sobre la propia Valencia. Suchet tomó la ciudad en enero de 1812, capturando a su viejo adversario Blake junto con 18,000 soldados. Napoleón reconoció la hazaña de las armas al nombrar a Suchet duc d'Albufera, después de un pequeño cuerpo de agua cerca de la ciudad capturada.

Pero el éxito de Suchet en Valencia tuvo consecuencias negativas. Por un lado, concentrar al ejército para una campaña convencional permitió a los insurgentes en Aragón renovar sus actividades. Además, Napoleón desvió tropas del ejército de Portugal en el oeste de España para reforzar a Suchet. Con la reducción de las tropas francesas allí, Wellington recibió una oportunidad de oro para atacar las fortalezas fronterizas de su enemigo en Ciudad Rodrigo y Badajoz. Con esto en sus manos, el comandante en jefe británico pudo avanzar al centro de España e incluso tomar posesión temporal de Madrid.

Reconstruyendo el Grande Armée en 1813 después de su desastrosa campaña rusa, Napoleón necesitaba desesperadamente tropas en Alemania. El Emperador transfirió unidades de Italia a Alemania, dejando un vacío que Napoleón llenó al atraer tropas del mando de Suchet. Por lo tanto, los regimientos italianos que servían bajo Suchet fueron reconstituidos como una sola división y enviados de regreso a Italia. Además de sus recursos disminuidos, Suchet se encontró confrontado con la potente oposición de la Royal Navy. En la primavera, una fuerza de desembarco de tropas británicas y sicilianas intentaron recuperar Tarragona. Pudo reunir fuerzas suficientes para aliviar la ciudad en agosto, pero para entonces la situación general en España era cada vez más inestable.

Después de la derrota de las fuerzas francesas en Vitoria en junio de 1813 y la invasión de Wellington del territorio francés en octubre, Suchet se dio cuenta de que ya no era posible mantener un territorio extenso en el noreste de España. Se retiró al norte de Cataluña y, en una decisión controvertida, se negó a unirse al mariscal Nicolas Soult en una contraofensiva que Soult había planeado contra Wellington. A principios de 1814, Suchet fue empujado hacia el norte a Gerona y luego a los accesos a los Pirineos en Figueras. En este momento, las nuevas demandas de Napoleón de que las tropas salgan de España para la campaña en Francia privaron a Suchet de más de 20,000 soldados, dejando apenas 12,000 soldados bajo su mando.

Las tropas de Suchet siguieron siendo una disciplina, aunque pequeña fuerza de combate en el suroeste de Francia, cuando la resistencia de Napoleón a los aliados invasores colapsó en la primavera de 1814. Con su cuartel general en Narbona, Suchet negoció un armisticio con Wellington. Era su único contacto importante con el distinguido comandante británico. Solo entre los principales líderes militares franceses que sirvieron años en España, Suchet nunca se enfrentó a Wellington en el campo de batalla. El mariscal francés también declaró su lealtad a la monarquía restaurada de Luis XVIII y recibió varias recompensas. Elevado a la nobleza, Suchet obtuvo una sucesión de prestigiosos comandos militares. El regreso de Napoleón del exilio en marzo de 1815 encontró a Suchet como comandante de la 5ª División estacionado en Estrasburgo.

Suchet se unió a varios de los otros mariscales para unirse al servicio de Napoleón. Aunque Suchet no había visto al Emperador desde 1808, Napoleón demostró que estaba al tanto de los talentos de este veterano peninsular, otorgándole un importante comando independiente. Suchet fue enviado a Lyon cuando Napoleón se preparó para empujar a su ejército a Bélgica, y se le dio la misión de defender el sureste de Francia. Su "Cuerpo de Observación de los Alpes" consistía en unos 8,000 regulares y 15,000 miembros de la Guardia Nacional. Con esta escasa fuerza, Suchet tuvo que proteger a Francia de un ataque austriaco y piamontés que se esperaba que avanzara desde Suiza o Saboya.

Suchet le quitó la iniciativa al enemigo al entrar en Saboya y tomar las rutas militares clave a través de los Alpes. Su ofensiva comenzó el 14 de junio, el día antes de que las tropas de Napoleón ingresaran a Bélgica. Sin embargo, frente a un ejército austríaco veterano y bien dirigido de unos 48,000 hombres, Suchet se vio obligado a ordenar una retirada, que la mayoría del ejército llevó a cabo de manera disciplinada. Más de una semana después de Waterloo, se enteró de la derrota y la abdicación de Napoleón, y siguió las órdenes del gobierno provisional en París para negociar un armisticio con el enemigo.

Como castigo por haber renovado sus lazos con Napoleón, Suchet fue privado tanto de su nobleza como de su puesto militar en Estrasburgo. Su nobleza fue restaurada en 1819, pero nunca más recibió ninguna responsabilidad militar. Después de vivir su última década en la oscuridad, Suchet murió en su castillo cerca de Marsella el 3 de junio de 1826.

lunes, 22 de junio de 2020

1GG: Dos veteranos iraní e iraquí se hermanan en el exilio canadiense

Mi enemigo, mi hermano

Un breve documental que cuenta la historia, milagrosa, de un veterano iraquí que es salvado por un joven iraní en medio de la salvaje batalla urbana de Khorramshahr. La vida los separa hasta que los vuelve a juntar... un historia conmovedora que apela a lo absurdo de la guerra. Con subtítulos en inglés.

domingo, 21 de junio de 2020

Guerra del Pacífico: Perú durante el conflicto

Perú y la guerra del Pacífico

Andean Tragedy





El puerto en el Callao, poco antes de que fuera invadido y ocupado por las fuerzas chilenas (1881) durante la Guerra del Pacífico.


La plaza principal de Arequipa, la ciudad donde el almirante Lizardo Montero estableció su cuartel general y se proclamó presidente del Perú durante la ocupación chilena.

Perú y la guerra del Pacífico


Uno de los eventos más destructivos en la historia moderna del Perú fue la participación desacertada y en última instancia catastrófica de la nación en la Guerra del Pacífico de 1879 a 1885. Perú no solo perdió militarmente, sino que sufrió una invasión y ocupación prolongada y agresiva por parte de las fuerzas chilenas. , que a su vez fragmentó aún más el liderazgo político y la economía peruana. Cuando finalmente terminó la guerra, Perú había perdido sus provincias ricas en nitrato más al sur, había renunciado a sus ingresos de guano y su economía restante se hizo añicos. Sin embargo, a pesar de las devastadoras consecuencias de la Guerra del Pacífico, la nación se recuperó, y las últimas dos décadas del siglo XIX acercaron al Perú a su objetivo de modernización al establecer nuevos patrones de comercio y producción económica regional.


La Guerra del Pacifico

Cuando el presidente boliviano Hilarión Daza en 1878 intentó impetuosamente apoderarse de las compañías productoras de nitrato de propiedad chilena en la región de Antofagasta del desierto de Atacama, sumió a su nación y Perú en una guerra con su poderoso vecino del sur. Obligado por un tratado de defensa mutua con Bolivia, Perú entró en la guerra. Ni Perú ni Bolivia tenían fuerzas armadas serias. La mayoría de los comandantes del lado peruano y boliviano no tenían entrenamiento militar riguroso, y la mayoría de los soldados fueron reclutados recientemente indios quechua hablantes. Perú tenía lo que parecía ser una armada fuerte, pero la tecnología avanzada había hecho que la mayoría de sus buques de guerra fueran obsoletos e ineficaces contra los acorazados mejor armados y mejor protegidos de la armada chilena. Además, como ha escrito un historiador, Chile era un país relativamente cohesionado con una fuerte tradición nacional, mientras que Perú y Bolivia eran "naciones fracturadas" donde las barreras montañosas dividían físicamente a su gente "mientras que un abismo cultural casi inexpugnable separaba a sus indios y no indios. ciudadanos ”(Wehrlich 1978, 112).

La campaña militar comenzó con una serie de enfrentamientos navales, el más grave de los cuales fue la Batalla de la Bahía de Iquique en mayo de 1879, cuando los chilenos derrotaron a la flotilla peruana. Aunque el barco más poderoso de la armada peruana, el Huáscar, escapó para luchar durante un tiempo como asaltante, esta victoria le permitió a Chile controlar las rutas marítimas a lo largo de la costa del Pacífico. Estos fueron vitales para combatir la guerra terrestre, ya que el suministro o el transporte de ejércitos en las carreteras del interior era casi imposible. La armada chilena podría imponer un bloqueo cuando y donde lo deseara desde este punto en adelante, y podría desembarcar y abastecer a sus propios ejércitos donde quisiera.

Las primeras batallas de la guerra terrestre también resultaron desastrosas para los ejércitos peruano y boliviano que intentaron defender las controvertidas provincias de nitrato del sur de Arica, Tacna y Tarapacá. Después de controlar temporalmente las fuerzas chilenas en Tarapacá en noviembre de 1879, los ejércitos peruano y boliviano fueron aplastados en una serie de pérdidas para los chilenos mucho mejor equipados y entrenados en Tacna y Arica. Los vencedores tomaron el control total de lo que habían sido las provincias del sur de Perú, y toda la resistencia allí colapsó. El presidente Daza de Bolivia abandonó sus ejércitos, perdió su cargo y huyó del país. Al presidente peruano Mariano Ignacio Prado (1826–1901), elegido en 1876, le fue apenas mejor. Después de comandar tropas en el sur, regresó a Lima, entregó el gobierno al Vicepresidente Antonio de la Puerta y se fue a Europa, alegando que iba a buscar ayuda en el esfuerzo de guerra; de hecho él también desertó.

El liderazgo nacional peruano se desintegró con la derrota militar a manos de los chilenos y, durante los siguientes meses y años, se convirtió en una maraña de figuras rivales que intentaron tomar posesión del cargo. Nicolás Piérola, por ejemplo, derrocó al vicepresidente y se proclamó presidente en diciembre de 1879. Después de que fracasaron las conversaciones de paz organizadas por los Estados Unidos, los chilenos desembarcaron un gran ejército al sur de Lima y avanzaron hacia la ciudad, que se rindió en enero de 1881 después de dos sangrientas pérdidas peruanas en los suburbios de San Juan y Miraflores. Piérola huyó a las montañas, y los chilenos ocuparon Lima, causando estragos y destrucción. Saquearon la biblioteca nacional e incluso sacaron a los animales del zoológico, además de confiscar propiedades y extorsionar a los residentes.

Liderazgo fragmentado

El grado en que las clases populares del Perú participaron, voluntaria o involuntariamente, en la guerra es un tema de debate, y también lo es el papel desempeñado por los líderes militares y políticos. Los funcionarios chilenos recibieron órdenes estrictas de no interferir con los campesinos indios peruanos, haciéndoles saber que esta no era su guerra, evitando así que los indios se pusieran del lado de las élites blancas regionales y nacionales. Los conflictos entre los grupos raciales durante la Guerra del Pacífico evidenciaron cuán profundas eran las divisiones raciales después de más de medio siglo de independencia política de España. El colapso del orden nacional provocó el caos y la violencia doméstica, en su mayoría motivados por divisiones de clase o raciales. Los trabajadores chinos y negros aprovecharon la oportunidad para asaltar las haciendas y las propiedades de los ricos en protesta por el maltrato que habían sufrido en años anteriores, las masas de Lima atacaron las tiendas de abarrotes chinas y los campesinos indios tomaron las haciendas de las tierras altas.

La falta de cohesión nacional se demostró más claramente en la confusión y las confrontaciones entre los posibles líderes de guerra de Perú. En el transcurso de los siguientes 10 años (1879-1889, aproximadamente), a menudo estuvieron tanto en conflicto entre ellos como con los invasores. Piérola, por ejemplo, retuvo el apoyo de algunas tropas y comandantes peruanos para evitar futuros desafíos a su propio poder. Sin embargo, en algunos lugares, como las tierras altas centrales, los grupos étnico-raciales opuestos se unieron para luchar por el Perú, resistiendo a las tropas chilenas con un frente más unido. Como resultado, surgió un incipiente sentido de nacionalismo a raíz de la guerra.

Como no querían negociar con él, los ocupantes chilenos no reconocieron el reclamo de Piérola a la presidencia. En cambio, con la ayuda de un grupo de "notables" del Partido Civil, designaron al abogado Francisco García Calderón (1834–1905) como el nuevo presidente. Los generales chilenos declararon el barrio limeño de La Magdalena como territorio neutral y permitieron a García Calderón establecer un gobierno allí. La nominación de García Calderón profundizó la lucha civil: Piérola tuvo un amplio apoyo popular, así como el apoyo de los civilistas. En los meses siguientes ninguno de los presidentes mostró mucho interés en enfrentar al enemigo. Estaban más preocupados por su propia lucha de poder, mientras que el ejército chileno controlaba la capital y la mayor parte de la costa peruana.

García Calderón no logró obtener apoyo fuera de su pequeño enclave, pero logró obtener el apoyo diplomático de los Estados Unidos, que se ofreció a ayudarlo a alcanzar la paz sin concesiones territoriales a Chile. Esta oferta fue impulsada principalmente por la creencia del embajador de EE. UU. En Perú de que el país podría estar listo para la anexión de EE. UU. Además, el Secretario de Estado de Estados Unidos, James Blaine, creía que podría beneficiarse financieramente de un acuerdo. Al final, ambos funcionarios estadounidenses se sintieron frustrados y la participación estadounidense en las negociaciones colapsó (Manrique 1995, 167).

García Calderón inició conversaciones de paz con Chile, y demostró ser un negociador duro. Estaba dispuesto a pagar por una guerra perdida; sin embargo, no estaba dispuesto a ceder ningún territorio a Chile, aunque Chile reclamó por derecho de conquista la provincia sureña de Tarapacá, donde se ubicaban los campos de nitrato más ricos del Perú. En respuesta a la línea dura de García Calderón, los chilenos en noviembre de 1881 disolvieron su gobierno y lo exiliaron a Chile. Después de muchas maniobras desde su posición en las tierras altas, Piérola se rindió y se fue a Europa. En sus lugares, el almirante Lizardo Montero se declaró presidente desde su base en Arequipa. Sin embargo, su autoridad fue desafiada por el general Andrés Cáceres (1833–1923), que había organizado fuerzas de resistencia en las tierras altas.

Aparición de Cáceres


Cáceres se había escondido durante tres meses en Lima después de la invasión chilena, heridas de enfermería sufridas en la batalla de Miraflores. Escapó a las tierras altas centrales en abril de 1881 para unirse a Piérola. Piérola temía a Cáceres como rival por el poder, pero lo nombró jefe militar de los departamentos centrales antes de huir a Europa. Durante los siguientes dos años, Cáceres creó un ejército de 5,000 hombres y ganó una secuencia de victorias contra los chilenos en la Campaña Breña en julio de 1882 en el Valle del Mantaro en Pucará, Marcavalle y Concepción. El ejército chileno perdió el 20 por ciento de sus soldados y las tropas chilenas se vieron obligadas a retirarse a Lima.

Los éxitos de Cáceres en las tierras altas centrales tuvieron mucho que ver con la forma en que las relaciones entre las haciendas y las comunidades campesinas se habían desarrollado en décadas anteriores, y la fuerza relativa de su población campesina. El Valle del Mantaro era étnicamente más heterogéneo que otros lugares en Perú, y estaba más avanzado comercialmente, con vínculos de larga data con ciudades urbanas, especialmente Huancayo y Lima. El talento militar de Cáceres también fue parte de su éxito. Era un estratega hábil y, quizás más importante, era un terrateniente y un hablante fluido de quechua. Los campesinos se referían a él como tayta ("padre" o "protector" en quechua).

A pesar de su prometedor comienzo, Cáceres no pudo hacer frente a las nuevas ofensivas chilenas, en parte debido a la aparición de un nuevo demandante para el liderazgo peruano, el propietario de la hacienda del norte, Miguel Iglesias (1830-1909) de Cajamarca, que había perdido un hijo en las batallas por Lima. Los chilenos reconocieron a Iglesias como presidente porque pensaron que negociaría con ellos por la paz. Esto resultó ser correcto, y en octubre de 1883 Iglesias firmó el Tratado de Ancón, que técnicamente puso fin a la Guerra del Pacífico. Según los términos del tratado, Perú abandonó la provincia de Tarapacá de inmediato. Chile administraría Tacna y Arica durante 10 años, momento en el cual un voto de la gente de estas provincias determinaría a qué país pertenecían; el perdedor recibiría 10 millones de pesos como compensación. Mediante el tratado, los chilenos no solo obtuvieron los ricos campos de nitrato de Perú, sino también sus reservas de guano restantes.

Iglesias pudo representarse a sí mismo como el único negociador para Perú porque en ese momento Cáceres no estaba en condiciones de impugnar sus reclamos. Cuando las provincias de las tierras altas centrales comenzaron a mostrar signos de agotamiento económico y se hizo cada vez más difícil mantener un ejército permanente, Cáceres decidió marchar hacia el norte para atacar a Iglesias, en un intento por restaurar un liderazgo político unificado. Sin embargo, Chile había movilizado todos sus recursos disponibles para defender simultáneamente a Iglesias y atacar a las tropas restantes de Cáceres en las tierras altas centrales. Iglesias no dudó en proporcionar al ejército chileno toda la información y los recursos que necesitaban para administrar una aplastante derrota a su rival Cáceres en la batalla de Huamachuco en julio de 1883.

Mientras tanto, el almirante Montero había instalado su gobierno de Perú primero en Cajamarca y luego, en agosto de 1882, en Arequipa, donde permaneció hasta 1883. Se negó a apoyar a Cáceres, a pesar de las promesas de hacerlo. De hecho, cuando el victorioso ejército chileno llegó a Arequipa después de la Batalla de Huamachuco, encontró un gran alijo de armas y otros artículos militares enviados desde Bolivia que Montero había retenido de Cáceres; en consecuencia, los hombres de Cáceres lucharon contra los invasores usando ojotas (sandalias indias) y blandiendo rifles obsoletos. Con la llegada del ejército chileno, Montero huyó de Arequipa a través del lago Titicaca, yendo primero a Argentina y luego a Europa. Mientras cruzaba el lago, nombró presidente de Cáceres.

En junio de 1884, Cáceres finalmente reconoció el tratado de paz firmado por Iglesias, y esto significó una nueva lucha civil. Cáceres e Iglesias lideraron sus ejércitos uno contra el otro hasta que Iglesias, aún presidente, fue derrotado en diciembre de 1885. Cáceres, entonces, ganó las elecciones en junio de 1886. La guerra contra Chile ya no era factible. Cáceres exigió que las tropas chilenas abandonen Perú y permitan a los peruanos resolver sus disputas por sí mismos sin interferencia extranjera. La ocupación chilena había durado tres años, durante los cuales los propietarios de haciendas costeras y los comerciantes de la ciudad tuvieron que pagar cupos (reparaciones en efectivo) al ejército chileno bajo la amenaza de destrucción de sus propiedades. Los generales chilenos elaboraron una lista de los 50 miembros más destacados de la sociedad de Lima y obligaron a cada uno a pagar 20,000 pesos al mes, una cantidad que era seis veces el salario mensual del presidente de Perú. Las últimas tropas chilenas se retiraron del territorio peruano en agosto de 1884, dejando al estado peruano en bancarrota económica y política.