domingo, 24 de diciembre de 2023
jueves, 23 de noviembre de 2023
Argentina: Roca en su juventud
La infancia de Roca: artillero precoz, hijo de un veterano de guerra y el desafío a los paraguayos en las trincheras de Curupaytí
Hace 180 años nacía Julio Argentino Roca, dos veces presidente. Su juventud estuvo marcada por el ejemplo de su padre veterano de las guerras de la independencia; por su participación, siendo adolescente, en las batallas de Cepeda y Pavón y cuando peleó en la guerra de la Triple Alianza con su familiaPor Adrián Pignatelli || Infobae
Un joven Julio Argentino Roca, en un daguerrotipo de 1857 (Archivo General de la Nación)
Fue su novia la que le salvó la vida. Cuando estuvo exiliado en Bolivia, el tucumano José Segundo Roca, un coronel de 36 años, participó de la malograda invasión unitaria a Tucumán. Derrotados en la batalla de Monte Grande fue apresado junto a los cabecillas. Fusilaron a los responsables y él, cuando ya se veía en el otro mundo, alguien intercedió por él.
Agustina Paz era hija de Juan Bautista Paz, ministro del gobernador Alejandro Heredia, que había anunciado que en cuanto pudiera echarles el guante ejecutaría a los unitarios Javier López, a su sobrino Ángel López y a José Segundo Roca, si es que se animaban a entrar a la provincia para derrocarlo. Era 1836 y la lucha entre unitarios y federales estaba en su apogeo.
Esta chica, menuda y bella, era una tucumana nacida el 4 de mayo de 1810, y era sobrina de Marcos Paz, futuro vicepresidente de Bartolomé Mitre.
Ella convenció a su papá Juan Bautista Paz, ministro de Heredia, de que se le perdonase la vida. Que ella se casaría con Roca. Su papá apoyó la moción de su hija. El gobernador se encogió de hombros y accedió.
Tres meses después, el 20 de abril de 1836, se casaron y tuvieron nueve hijos. El mayor se llamó Alejandro en honor al gobernador. Lo menos que podían hacer.
José Segundo Roca, nacido en Tucumán en 1800, sería fue uno de los pocos oficiales argentinos que participó en las tres contiendas argentinas del siglo XIX: en la de la Independencia; en la guerra contra el imperio del Brasil y contra el gobierno de Paraguay.
El 17 de julio de 1843 nació el tercer hijo, al que bautizaron en 1844 como Alejo Julio Argentino Roca. Los nombres los eligió la madre: “Se llamará Julio por ser el mes glorioso y Argentino, porque confío en que sea como su padre un fiel servidor de la patria”. El padre, al conocer la noticia, se alegró que su esposa diera a luz a “un hermoso granadero”.
Nació en la casa de su abuelo, ubicada en el Colmenar, en el municipio de Las Talitas, en Tafí Viejo, Tucumán. Declarado sitio histórico, en varias oportunidades se denunció que la vivienda está olvidada y en ruinas.
En total serían ocho hermanos, siete varones y la última una mujer, Agustina. Otro de sus hermanos, Ataliva, nacido en 1839, llevó ese nombre en honor a un indígena que le había salvado la vida a José Segundo cuando había sido herido en Perú.
Cuando la mamá falleció en su provincia natal el 14 de octubre de 1855, el papá distribuyó a su prole.
Los dos mayores quedaron con una tía paterna en Buenos Aires; otros tres, Julio, de 12 años, Celedonio y Marcos fueron al Colegio de Concepción del Uruguay; los tres más chicos peermanecieron al cuidado de la familia de la madre. Su papá se quedó en Entre Ríos en busca de un trabajo, porque decía que los 110 pesos que ganaba no le alcanzaban para nada.
Pensaba dejar a su hija en un colegio en la ciudad de Buenos Aires. La niña se alegraba cada vez que algunos de sus hermanos le mandaban una carta. El padre se queja de que Julio no le escribía ni a él ni a sus hermanos.
En el verano de 1857 estuvo unos días en la ciudad de Buenos Aires y de ahí tomó un barco que lo dejó en Concepción del Uruguay. El colegio tenía una década de vida y su director era el exigente y paternal Alberto Larroque, un reconocido educador y abogado francés, radicado en el país que Justo José de Urquiza había contratado. Larroque era además profesor de Derecho, Filosofía y Latín.
En el colegio, conceptuado entonces como el mejor del país, el joven Julio conoció la disciplina: se levantaban a las cinco y media de la mañana; de 6 a 7 se dedicaba al estudio, luego se desayunaba y se impartían clases. El almuerzo era a las 12:30, recreo y nuevamente clases hasta las cinco. Más estudio, cena, rezo y a dormir.
Se podía salir los jueves y los domingos; recién en el cuarto año se autorizaba a visitar billares y bares.
A fines de octubre había que prepararse para los exámenes, que se tomaban entre 15 de diciembre y Navidad. Eran orales y con asistencia de público, terribles experiencias que eran esperadas con pánico por los alumnos.
Roca se sumó a la Sección Militar que tenía el colegio y solían hacer guardia en el Palacio San José. Vio en varias oportunidades a Urquiza, pero nunca habló con él.
Allí trabó una amistad para toda la vida con Eduardo Wilde y también con Onésimo Leguizamón, Olegario V. Andrade y Victorino de la Plaza, entre otros.
El 1 de marzo de 1858 egresó como subteniente de Artillería. Aún no había cumplido los 15 años.
La primera batalla en la que participó fue en Cepeda el 23 de octubre de 1859. Lo hizo con el Regimiento 1 de Artillería. El rector reunió a todos los alumnos que estaban siendo formados militarmente y les preguntó quiénes querían ir voluntariamente a acompañar a Urquiza. Aclaró que no tenían ninguna obligación, y que él prefería que se quedasen en el colegio.
Entre los que se ofrecieron estaba Roca que, en un primer momento, fue rechazado, porque era demasiado joven. Que su padre era un veterano de las guerras de la independencia y del Brasil y que él no podría ser menos.
Se incorporó a las fuerzas acantonadas en Rosario, con la misión de enfrentar a la escuadra que venía de Buenos Aires. Sus jefes se sorprendieron de su tranquilidad en apuntar los cañones en medio del combate.
Volvió a retomar sus estudios en Concepción del Uruguay hasta que confederados y porteños se enfrentaron nuevamente en el campo de batalla.
Fue en Pavón en septiembre de 1861. En el fragor del combate, apareció un jinete. “Andate, Julito; por este lado está todo perdido, no te hagas matar inútilmente”. Era su padre. “Lo que tu digas, tata”. Dejaron el lugar pero sin abandonar los cañones. “Yo le había tomado mucho cariño a mis dos cañones, no los quería abandonar”, le contaría a su padre después.
Acamparon en un lugar llamado Monte Flores. Estando allí se enteró de que había sido ascendido a teniente primero. Fue su primera promoción en el campo de batalla. De ahí en más, todas las obtendría de la misma manera.
No regresó al colegio. Decidió ir a Buenos Aires, donde estaban su tío Marcos, un abogado de 50 años que se había casado con una mujer de fortuna; allí además vivían sus hermanos mayores Ataliva y Alejandro. Se cambió de ropas, consiguió un caballo, un negro le pidió que lo aceptara como asistente, y partió hacia la ciudad.
Su tío lo recibió con alegría, sentía especial predilección por él. Roca se tranquilizó al saber que su papá había sacado a sus otros hijos del colegio, que había cerrado sus puertas temporariamente.
Tenía 19 años.
Tendría su primera aproximación a la política cuando, ya incorporado al ejército, se le encomendó a acompañar a su tío a una misión al interior para apoyar a los gobiernos que surgían.
Como teniente en el batallón 6ª de infantería, unidad que participaría de la represión al caudillo Angel Vicente Peñaloza, fue destinado primero en Villa Nueva, a orillas de Río Tercero en Córdoba y luego al Fuerte Nuevo, a la vera del río Diamante, en Mendoza, para controlar a los indígenas en el sur de Córdoba y San Luis. Cuando enfermó fue trasladado a La Rioja.
Cuando estalló la guerra de la Triple Alianza, se destacó en la instrucción de sus subordinados. En Corrientes se encontró con su padre, sus hermanos Rudecindo, Celedonio y Marcos, y sus primos Marcos y Francisco Paz. Celedonio, Marcos y sus primos morirían en esa guerra.
En la batalla de Curupaytí, librada el 22 de septiembre de 1866, montado en su caballo, animaba a aquellos que flaqueaban ante la metralla paraguaya. En una embestida, con la bandera del 6° Regimiento, Roca corrió hacia las trincheras enemigas, atravesó los fosos y ante la mirada atónita de los paraguayos, la agitó casi frente a sus narices. Ese instante de sorpresa fue aprovechado para regresar a sus líneas sano y salvo. Y logró rescatar al teniente Daniel Solier del 1° de Línea.
El padre se había hecho cargo de conducir al batallón de Tucumán hasta el teatro de la guerra. Esto representaba hacer un largo y forzado camino a pie a Santiago del Estero y de Santiago a Santa Fe en donde finalmente se embarcarían.
El padre fue al único oficial que se le permitió participar en la guerra con 66 años, considerada una edad avanzada. Después de la batalla de Tuyutí fue ascendido a general de división. Pero, molesto porque no se le permitía luchar, pidió el pase a retiro.
“Ese viejo lindo”, como lo conocían en la familia, fallecería de causas naturales en Ensenaditas, un paraje cerca de Paso de la Patria. Habían sido demasiadas las fatigas y condiciones sufridas en el contexto de la guerra.
No alcanzaría a ver a su hijo Julio transformarse en general a los 31 años en el campo de batalla, ese muchacho que, en medio de la batalla, se negaba a dejar los cañones a los que había tomado cariño.
Fuentes: Museo Roca.
miércoles, 8 de noviembre de 2023
SGM: Un ángel en manos de asesinos
Asesinos de la peor calaña
Istvan Reiner, un niño de 4 años, posa para un retrato. Fue asesinado poco después de que se tomara esta foto en el campo de concentración de Auschwitz.
No se sabe mucho sobre Reiner, excepto que fue enviado con su abuela a Auschwitz poco después de que se tomara esta fotografía y fue gaseado en la cámara de gas.
Las mujeres y los niños solían ser gaseados al llegar al campamento. A los hombres a veces se les evitaba realizar trabajos físicos, como trabajos industriales, mineros o agrícolas. Las víctimas fueron conducidas a cámaras de gas y se les dijo que se iban a duchar. En cambio, se despojó a la gente de sus ropas y artículos y se metió en habitaciones donde se liberó gas venenoso, matando a todos los que estaban dentro. Luego, los cuerpos fueron incinerados y, a veces, las cenizas se usaron como fertilizante para cultivos consumidos por humanos.
Reiner es solo un ejemplo de los cientos de miles de niños que fueron asesinados durante este tiempo de la historia.
domingo, 22 de enero de 2023
Peronismo: Juan Domingo, el Pedófilo
Nelly Rivas, seducida a los 14 años De la cama presidencial al reformatorio La trágica historia de la niña con la que se acostaba Perón
Durante un año y medio, Juan Domingo Perón metió en su cama de la residencia presidencial a Nelly Rivas, una adolescente de 14 años. Cuando el general argentino cayó, a la muchacha la internaron en un centro para menores delincuentes. El abogado que la defendió contaría después en un libro el escandaloso episodio y el kafkiano proceso.
Por Fátima Uribarri || El CorreoElla tenía 14 años; él, 58. Ella era hija de una portera y un empleado de fábrica; él presidente de la República Argentina. Se conocieron en la residencia presidencial, a donde iba ella junto con otras jovencitas a entretener al presidente.
Cuando él le habló por primera vez, ella quedó fascinada y cayó presa de una atracción adolescente. «¿Cómo te llamas?», preguntó a la muchacha el general Juan Domingo Perón. La chica se quedó muda ante aquel hombre «alto, con botas y briches blancos ('pantalones de montar')» que le pareció «más varonil que en las fotografías». Desde ese preciso instante, Nélida Haydeé Rivas, Nelly, se propuso un plan: «No separarme nunca más de este hombre».
La relación perturbó la vida a Nelly y a sus padres para siempre. Para Juan Domingo Perón, sin embargo, pudo ser solo un juvenil consuelo tras haber quedado viudo de Eva Duarte.
Perón y Nelly compartieron dormitorio en la residencia presidencial durante un año y medio. Del palacio y de aquella tóxica relación salió finalmente a bombazos, durante el levantamiento de la Revolución Libertadora contra Perón de 1955. El general partió al exilio; la muchacha fue encerrada en un asilo para menores delincuentes; y sus padres fueron encarcelados, acusados con toda justificación de cómplices de un delito de estupro. Según la RAE: coito con persona mayor de 12 años y menor de 18, prevaliéndose de superioridad, originada por cualquier relación o situación.
Aquella historia que incendiaría la prensa de la época sería rescatada mucho después por Juan Ovidio Zavala. El abogado que representó a Nelly y a sus padres, en un kafkiano proceso judicial que se prolongó durante diez años, reconstruyó su historia en Amor y violencia, un libro que publicaría Planeta Argentina.
«Muchas chicas fuimos abobadas por él. El general alimentaba nuestras agitaciones corporales», dice Nelly
Nelly sintió un potente flechazo por el presidente. Y se propuso vencer en la batalla que las jovencitas de la Unión de Estudiantes Secundarios, un club deportivo reclutado para visitar y distraer al general Perón, libraban por ganar su atención. «Muchas fuimos abobadas por él», relata Nelly a su abogado. El general «alimentaba nuestro romanticismo y nuestras agitaciones corporales», añade.
Las muchachas circulaban en ciclomotor por los jardines del palacio, almorzaban con el presidente y aprovechaban para hacerle peticiones. Cuando a Nelly le tocó sentarse a su lado, le solicitó una vivienda social para sus padres. La consiguió. Así asignaban bienes públicos los dictadores, como si fuesen de su propiedad. Otro día se las ingenió para verlo a solas en el jardín. A la semana siguiente, un coche oficial pasó a buscar a la muchacha a la humilde portería de sus padres en el pueblecito de Chacabuco.
Perón la recibió en su despacho acompañado por uno de sus ministros. Luego le encomendaron el cuidado de los perros del general: Monito y Tinolita. Y el 15 de enero de 1954, como los perros estaban enfermos, el mayordomo le dijo: «Quédate a cuidarlos».
«No me sacaron nunca más. Una de las habitaciones que nadie usaba y que había sido dormitorio de Evita terminó siendo donde me acomodaron», cuenta Nelly. Abandonó los estudios, obviamente, para complacer sexualmente al depravado.. Pasó de vivir en una casa de un dormitorio a habitar en un suntuoso palacio cubierto de alfombras persas.
Perón le escribió cartas encabezadas por un «nenita querida», y con «un gran beso de tu papi» como despedida
Durante el día, Nelly jugaba con los
perros. Durmió sola varias noches, exaltada, porque había decidido
perder la virginidad con Perón. La cuarta noche, con la excusa de ver la
televisión, se metió en el dormitorio del general. Se instaló allí. Tremenda casquivana.
Perón le encomendó una ocupación: decorar una residencia universitaria. Encargó a unas señoras que la acompañaran a comprarse ropa y el 6 de marzo de 1954 la lució en público, en la inauguración del Festival Cinematográfico Internacional de Mar del Plata. «Entre gente importantísima de todo el mundo, me porté como una dama, y él me lo dijo», recuerda Nelly.
La muchacha estaba presente en importantes almuerzos. Se fijaba en los modales de los comensales. Y callaba: «Yo nunca intervenía en una conversación sobre política, y hablaba cuando él o alguna de las personas mayores me daba pie».
Era una chiquilla. Acababa de celebrar su 15 cumpleaños en la residencia presidencial, pero «hacía ya tiempo que me sentía su mujer. Él me trataba como tal», afirma.
«Hacía ya tiempo que me sentía su mujer. Él me trataba como tal»
Su sueño terminó el 16 de junio de 1955, cuando una patriótica escuadrilla aeronaval bombardeó la sede presidencial. Noventa días después cayó Perón. «Andate ya mismo a tu casa. Llevate los perros. Nos vemos pronto», le dijo el general antes de refugiarse en la Embajada de Paraguay. Al día siguiente llegó a casa de los Rivas un paquete con 400.000 pesos, pero pronto comenzó la pesadilla.
Desde la cañonera Paraguay, Perón envió a Nelly dos cartas. «Nenita querida –encabeza–. Con lo que te dejé, podrás vivir un tiempo. En cuanto llegue (a Paraguay), te mandaré a buscar y así los dos haremos una vida tranquila donde sea –promete–. Un gran beso de tu papi», se despide.
Minutos después de leer las misivas, hombres uniformados patean la puerta de la casa de los Rivas. «Así que vos sos la putita», le grita uno de ellos. Al padre de Nelly lo apalean. Se llevan las cartas de Perón, las joyas de Evita que le había regalado, los 400.000 pesos...
Nelly se convierte en el cebo para extraditar al general y juzgarlo por estupro. A sus padres los encarcelan. A ella la internan en un asilo de monjas para menores delincuentes. Allí pasa más de seis meses terribles. El proceso judicial dura diez años, hasta que los hechos prescriben, en 1965.
Nelly se casó con un buen hombre y tuvo dos hijos. «No tengo amigas y debido a mi mala salud y a mi reputación salgo muy poco de casa», explicó a su abogado.
El 12 de octubre de 1973, Perón –ya casado con María Estela Martínez– asumió por tercera vez la Presidencia de Argentina. Nelly consiguió verlo, una vez, 18 años después de su romance. Perón le preguntó si necesitaba algo «porque comprendes que esta es la última vez que nos vemos». Así fue. Nelly murió en 2012 en la miseria. No logró ser otra Evita.
miércoles, 26 de octubre de 2022
Guerra Antisubversiva: Anita González, la hija de una gran P...
Se hizo amiga de su hija y puso una bomba bajo su cama: Anita, la joven montonera que asesinó al jefe de Policía
Hace 46 años, Anita González, de sólo 20 años, cometió uno de los crímenes más escalofriantes de Montoneros. La sangre fría cuando contó los detalles de la voladura del general de Brigada Cesáreo Ángel Cardozo aún causa escozor: “Pongo el caño bajo la cama, me retiro y a los pocos pasos me doy cuenta que lo había puesto demasiado abajo. Vuelvo, lo coloco a la altura de la cabeza”Por Ceferino Reato || Infobae
Montoneros usó otra de sus bombas vietnamitas para matar al jefe de la Policía Federal, el general de brigada Cesáreo Ángel Cardozo, de cincuenta años, mientras dormía en el departamento familiar de la calle Zabala 1762, en el barrio de Belgrano, la madrugada del viernes 18 de junio de 1976, cuarenta y seis años atrás.
Eso fue dos semanas antes de la masacre en el comedor de la Policía Federal, el atentado más sangriento de los 70 con veintitrés muertos y ciento diez heridos.
La bomba estalló debajo de la cama de Cardozo: setecientos gramos de trotyl reforzados con decenas de postas de acero, que, accionados por un mecanismo de retardo de relojería, destruyeron el dormitorio matrimonial y cubrieron el techo con la sangre y las vísceras de la víctima, como aún recuerdan quienes vieron aquella escena.
A la 1 y 36 de la madrugada, Susana Rivas Espora debía estar durmiendo junto a su esposo, pero, por suerte para ella, se había quedado charlando en el living con su mamá, que había ido a visitarlos al departamento B del segundo piso de un edificio típico de Belgrano, donde vivían otros militares con sus familias.
La mujer de Cardozo salvó su vida, aunque fue herida porque la onda expansiva y las bolas de acero afectaron a toda la vivienda. Por ejemplo, derrumbaron la pared divisoria del dormitorio principal con la habitación de la hija menor, de doce años, que sufrió lesiones leves.
No hubo que investigar demasiado para saber qué había pasado. La hija mayor del matrimonio Cardozo, María Graciela, de diecinueve años, comprendió de inmediato quién había enganchado la bomba al elástico de la cama de su papá.
—¡Nos traicionó! ¡Nos traicionó! —gritaba en estado de shock, según los primeros vecinos que se acercaron a consolarlos.
Chela Cardozo se refería a Anita, Ana María González, una compañera de estudios del segundo y último año de la Escuela Normal Número 10 “Juan Bautista Alberdi”, de quien se había hecho muy amiga en los últimos dos meses y medio.
Tan amigas eran que la tarde del día anterior, el jueves 17 de junio, habían estudiado juntas en el living del departamento con otras dos futuras maestras del Normal 10, como sigue siendo conocido ese tradicional colegio de Belgrano, ubicado a catorce cuadras de la vivienda del jefe de la Policía Federal.
Anita González, de veinte años, contó luego cómo fue el atentado que de repente, como en un pase de magia, la convirtió en uno de los rostros más conocidos y buscados del país.
“Voy primero al baño —explicó—, acciono el mecanismo; voy a la pieza de los padres, pongo el caño bajo la cama, me retiro y a los pocos pasos me doy cuenta que lo había puesto demasiado abajo. Vuelvo, lo coloco a la altura de la cabeza y entonces voy y le digo a María Graciela que me sentía muy mal, que me iba a ir a casa. Completo algunos dibujos, les pido que me los lleven al otro día, y me marcho”.
La excusa que había encontrado la joven montonera para levantarse brevemente de la mesa del living fue que tenía que hablar por teléfono en privado. Sus amigas no desconfiaron porque conocían sus frecuentes peleas con el novio y su delicada situación familiar, derivada seguramente de la separación de sus padres, como ella les contaba casi todos los días.
En una conferencia de prensa clandestina con medios internacionales organizada al mes siguiente, González detalló que en el departamento de Cardozo había dos aparatos de teléfono y que uno, el más reservado, estaba en el dormitorio de los padres. Y que ya había hecho la prueba de hablar desde allí.
Por eso, estaba segura de que esa excusa funcionaría nuevamente cuando, “a una hora más o menos razonable, en la que ya, probablemente, podrían volver el padre o la madre (eran las siete menos veinte de la tarde), pido permiso para hablar por teléfono”.
El corresponsal de la revista española Cambio 16, Francisco Cerecedo, describió a la joven montonera en su primera salida a la luz pública: “Hermosa, de dulce voz y sonriente, con medias blancas y anorak rojo de colegiala, es, desde hace un mes y medio, el enemigo público número uno de la policía argentina”.
En esa conferencia de prensa, González apareció al lado del comandante Horacio Mendizábal, Hernán, jefe del llamado Ejército Montonero, formado el año anterior, en 1975, en plena democracia peronista, durante el gobierno de Isabel Perón, la viuda del fundador de ese movimiento.
Para unos, Ana María González era el símbolo estridente de la locura terrorista que envenenaba a tantos jóvenes; para otros —los guerrilleros y sus simpatizantes— Anita era una heroína: se había metido en la casa del enemigo y lo había ajusticiado en nombre de las víctimas de Cardozo y de otros tantos como él.
Anita González explicó también cómo hizo para transportar la bomba el día en que, según habían acordado la semana anterior, las cuatro chicas que formaban uno de los grupos de estudios del segundo año del Normal 10 debían reunirse en la casa de la víctima para realizar un trabajo práctico.
“Ese día —contó— voy al colegio tarde, ya con el explosivo en mi cartera, y, como de costumbre, los guardaespaldas de María Graciela nos llevan a todas juntas a la casa en el Ford Falcon con sirena, sus metralletas y escopetas, custodiándonos el cañito”.
No era una bomba que llamara tanto la atención: un cilindro de unos quince centímetros de diámetro por tres centímetros y medio de altura, camuflada dentro de una caja de colonia marca Crandall para que pareciera un regalo para el Día del Padre —se celebraba el domingo siguiente, a los dos días— por las dudas alguien descubriera el paquete.
Los peritos de Bomberos lograron encontrar el pedazo de hierro que le permitió a Anita enganchar la bomba a la cama del general, así como también restos de una cuerda y de la esfera del reloj pulsera y de la pila de un voltio y medio utilizados en el armado de la bomba.
El asesinato de Cardozo cuando dormía en su vivienda familiar, la capacidad operativa de Montoneros y la sangre fría de Anita González, que a los 20 años había fingido amistad con la hija del general, su compañera del colegio, solamente para matarlo, provocaron una verdadera conmoción en la opinión pública.
Era una dictadura, había censura de prensa y los periodistas se arriesgaban a la “reclusión de hasta 10 años” para “aquél que difundiera, divulgare o propagara noticias, comunicados o imágenes con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar la actividad” de los militares o policías, según el comunicado número 19 de la junta militar emitido el mismo día del golpe, el 24 de marzo de 1976.
Pero, la “Operación Cardozo” —como González denominó al atentado— atravesaba cualquier intento de censura; se contaba sola. Así lo explicó la propia autora al evaluar las razones del atentado: “Vimos como muy importante para el fortalecimiento de la moral de los compañeros una operación de este tipo. En ese momento veníamos sufriendo diversas pérdidas y, si bien nuestras acciones militares existían y eran eficientes, no trascendían mucho por el bloqueo de la prensa por parte del enemigo. Con una operación de este tipo no habría problemas de propaganda porque iba a trascender a la opinión pública irremediablemente. Y, por otro lado, el objetivo era claro: eliminar al jefe de la policía no tenía ningún tipo de vuelta”.
En la conferencia de prensa, Cerecedo, el periodista de Cambio 16, le preguntó sobre una de las aristas que había añadido un fuerte dramatismo a la operación: la amistad “entre la ejecutora del atentado y la hija de la víctima”.
“Ana María González —escribió el corresponsal— se justifica, implacable: ´Me tocó uno de los peores sacrificios de un militante: convivir con el odiado enemigo. Durante un mes y medio tuve que frecuentar la casa de Cardozo como compañera de estudios de su hija, mientras él mismo dirigía el secuestro, tortura y asesinatos de decenas de compañeros. Debí compartir su mesa y soportar con una sonrisa sus comentarios cada vez que era asesinado un hombre del pueblo´”.
Cerecedo insistió: ¿cómo era el general Cardozo en la intimidad? La respuesta fue que, en realidad, no había tenido muchas posibilidades de hablar con él. “La relación era muy superficial”. Y agregó, por un lado, que “las veces que hablamos en la mesa, todos reunidos, se tocaban los temas de las torturas y los refinados métodos que tenían ahora, y afirmaba que los guerrilleros no tenían ninguna razón por la cual hacer esto y que simplemente lo hacían porque no tenían otra cosa que hacer con sus vidas, lo cual demostraba la solidez de los policías, que luchaban por mantener las instituciones, la familia y demás, con lo cual se justificaban sus métodos de tortura”.
En cuanto a la relación particular de Cardozo con ella, la joven guerrillera admitió que “era muy buena; me quería mucho; me regalaba entradas para ir al teatro… Por lo demás, no estaba mucho en casa y, cuando estaba, veía la televisión o dormía”.
*Periodista y escritor, extraído de su último libro Masacre en el comedor.
martes, 6 de septiembre de 2022
martes, 16 de marzo de 2021
SGM: Volksturm, las milicias populares en los desesperados momentos finales del Reich
"85 millones de nacionalsocialistas que respaldan a Adolf Hitler"
HJ and VolksturmA fines de 1944, gran parte de la guerra se libraba en la frontera alemana, el ejército tuvo que cooperar con las agencias civiles del Partido Nazi en la defensa de la patria. En teoría, esta cooperación debería haberse desarrollado sin problemas. Las pautas del OKH de agosto de 1944 ordenaron que las agencias civiles como la policía, los servicios médicos y los organismos económicos aconsejen a su propio personal sobre qué hacer en caso de un ataque enemigo. A su vez, ese personal debía coordinarse con los comandantes locales de la Wehrmacht en la preparación de las defensas. En realidad, sin embargo, ese pensamiento conjunto a menudo faltaba. Los oficiales del ejército se sintieron especialmente frustrados cuando los propios comisarios de defensa del Reich del partido tenían la responsabilidad principal de construir defensas, ya que muchos de estos oficiales eran incompetentes. En Aquisgrán, en el oeste de Alemania, por ejemplo, organizaron fiestas salvajes para ellos mismos mientras se cavaban zanjas defensivas frente a la ciudad. Tampoco pudieron evacuar a la población civil de Aquisgrán antes de que el área se convirtiera en una zona de guerra.
Pero el fracaso del complot de la bomba sin duda erosionó el poder restante del ejército sobre la política militar. Sobre todo, marcó el comienzo de cambios estructurales que beneficiaron aún más a las SS a expensas del ejército. Para febrero de 1944, los generales de las Waffen-SS ya estaban siendo nombrados para altos cargos en varias áreas de la administración militar, y unos días antes del 20 de julio, Hitler decidió otorgarle a Himmler el control de quince nuevas divisiones de Volksgrenadier (Granaderos del Pueblo). Ahora, a raíz del complot, Hitler elogió a las divisiones de los Volksgrenadier como la vanguardia del nuevo y fanático ejército popular nacionalsocialista que surgiría tras la purga de los traidores de julio.
En el evento, el pilar de las divisiones Volksgrenadier consistió en jóvenes entrenados apresuradamente, mal equipados y pobremente oficiales de las tomas de 1926 y 1927. Himmler tuvo que presionar a gran parte de su mano de obra, incorporando alemanes étnicos, convalecientes que regresaban, personal de la Luftwaffe y de la Marina, muchachos de dieciséis años y trabajadores ferroviarios alemanes para tapar las brechas. Las memorias del general Balck describen la condición de las divisiones de Volksgrenadier como "abominable en su mayor parte". Rundstedt fue particularmente mordaz después de la guerra acerca de la decisión de reclutar alemanes de etnia no Reich en las divisiones: "Esperábamos que un supuesto soldado Volksdeutscher diera su vida y sangre mientras sus familiares estaban en un campo de concentración en Polonia". Las unidades de Volksgrenadier dirigidas por oficiales experimentados y suboficiales vendrían a dar una mejor explicación de sí mismos, al menos hasta que esos líderes fueran asesinados, heridos o capturados. El régimen plantearía muchas de esas divisiones, cuarenta y nueve en total, y el control de Himmler sobre ellas constituía una importante incursión en la esfera militar. Hitler también implementó una toma de poder masiva de las SS contra el propio mandato existente del ejército; ahora que el Ejército de Reemplazo había demostrado ser un pozo negro subversivo a los ojos de Hitler, puso a Himmler a cargo de él y nombró a hombres de las SS para puestos clave dentro de él.
Himmler también fue puesto a cargo de la nueva "guardia local" alemana, la Volkssturm. Las unidades Volkssturm eran inferiores incluso a las divisiones Volksgrenadier; podrían incluir prácticamente a cualquier hombre de entre dieciocho y cincuenta y cinco años que aún no llevara uniforme y, con el tiempo, también se incorporarían unidades de las Juventudes Hitlerianas que comprenden niños de hasta catorce años. Los soldados regulares del ejército veían la Volkssturm con una mezcla de perplejidad (`` No sé, este asunto de la Volkssturm me resulta extraño '', escribió el cabo Hans B. de su cuartel en Landsberg), burla (a menudo se burlaban de los hombres de la Volkssturm). como Opas o abuelos), y simpatía. "¿Las autoridades iban a detener al Ejército Rojo con ellos?", Escribió Guy Sajer después de la guerra. "La comparación parecía trágica y ridícula". Pero las unidades de la Volkssturm al menos liberaron a las tropas del ejército regular de sus deberes ajenos al combate. Y, como más tarde demostraría su desempeño en el frente, aunque eran deficientes militarmente, no eran de ninguna manera inútiles si se desplegaban de la manera correcta.
En las difíciles circunstancias del otoño de 1944, Hitler vio a la Volkssturm, como a las Volksgrenadiers, como una adición vital a la mano de obra militar alemana. De hecho, es posible que hasta 650.000 hombres de la Volkssturm terminen luchando solo en el frente oriental. Además, Hitler y el liderazgo nazi, en particular Bormann, vieron la Volkssturm como cualquier cosa menos un ejercicio de raspado de barriles. En su creencia de que, con los 'traidores' fuera del camino, tenían la oportunidad de renovar y fanatizar el esfuerzo bélico alemán, vieron la Volkssturm como un medio más de adoctrinar y movilizar a todo el pueblo alemán. Hitler también creía que la existencia de la Volkssturm, como la de los Volksgrenadiers, permitiría al Reich enfrentarse a los Aliados invasores con un verdadero ejército popular, uno cuyo tamaño, determinación y fanatismo aplastaría a los Aliados. Con defensas profundas capaces de mantener un estancamiento al estilo de la Primera Guerra Mundial, la fuerza de voluntad y el fanatismo alemanes serían lo mejor para la mecanización y los recursos aliados. En palabras de Guderian, la Volkssturm mostraría a los aliados que había "85 millones de nacionalsocialistas que respaldan a Adolf Hitler".
El hecho de que Hitler confiara el control general de las divisiones del Volksgrenadier y el Volkssturm a Himmler resaltó su creencia no solo de que el fanatismo podía detener al enemigo, sino también de que las SS podían ser mucho más confiables que el ejército para aprovecharlo. Hitler restringió el control del propio ejército sobre las formaciones Volksgrenadier y Volkssturm a cuestiones de despliegue táctico. Tal como estaban las cosas, el control de Himmler sobre la Volkssturm pronto lo llevó a una guerra territorial con Bormann. Ahora que el Reich había perdido la mayor parte de su territorio ocupado y la guerra estaba llegando a la propia Alemania, el engañoso Bormann creía que la influencia de Himmler había alcanzado su punto máximo y que había llegado el momento de que el Partido Nazi fortaleciera su control sobre el pueblo alemán. Pero esta guerra territorial en particular excluyó al ejército; de hecho, cuando el general Burgdorf intentó incrementar la influencia del ejército sobre la Volkssturm, Bormann pudo frustrar sus esfuerzos.
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Una de las imágenes más conmovedoras de los últimos meses de la guerra es la de niños de las Juventudes Hitlerianas de catorce años, apenas entrenados y armados con Panzerfaust, enviados a morir contra los tanques aliados. Pero con su sistema de reemplazo ahora colapsando rápidamente, la recaudación final del propio ejército incluía a escolares que eran un poco mayores, reclutados mucho antes de que terminaran sus estudios y, en el mejor de los casos, recibían un entrenamiento superficial. Las denominadas divisiones de infantería y Panzer se formaron en escuelas y guarniciones locales. A fines de febrero, se convocó a seis mil niños nacidos en 1929 para fortalecer las líneas de retaguardia. Una medida de hasta qué punto la desesperación estaba rompiendo todos los tabúes fue que incluso se convocó a un batallón de mujeres.
Las unidades Volkssturm aportaron algún beneficio, siempre que se utilizaran para la defensa estática, particularmente urbana, y se incorporaran adecuadamente a los planes más amplios de la Wehrmacht local y las autoridades del partido. Sin embargo, con demasiada frecuencia, las autoridades del partido cambiaban las unidades de la Volkssturm sin el consentimiento de la Wehrmacht y las dejaban peligrosamente expuestas. Los propios comandantes de la Wehrmacht a menudo no informaban a las unidades de la Volkssturm sobre sus planes y, en ocasiones, los sacrificaban como retaguardia mientras sacaban a sus propios hombres. Las unidades de Volkssturm en el este a veces lucharon fanáticamente, en parte debido al antieslavismo inherente, en parte para evitar ser capturadas. Porque el ejército no los mató en la captura, ya que eran hombres mayores que tenían menos probabilidades de sobrevivir al cautiverio soviético. El OKH también hizo esfuerzos razonables para integrar las unidades Volkssturm en sus planes. Las condiciones en el oeste eran a menudo el polo opuesto: el OKW pasaba por alto la Volkssturm, y los hombres de la Volkssturm no temían particularmente la perspectiva de ser capturados por los aliados occidentales, salvo por tropas francesas potencialmente vengativas. Las unidades de Volkssturm en el oeste, entonces, a menudo se desempeñaron mal o se desintegraron por completo. Y, a veces, las unidades del ejército disolvieron las unidades del Volkssturm, repartiendo al mejor personal para reemplazar sus propias pérdidas antes de enviar al resto a casa.
martes, 6 de octubre de 2020
GCE: La matanza de niños por parte de las fuerzas republicanas
Los 276 niños que los comunistas fusilaron en Paracuellos que no te contará la Memoria Histórica
Mediterráneo DigitalLa noche del 6 al 7 de noviembre de 1936, hace 83 años, daba comienzo en la zona republicana la mayor matanza perpetrada en la Guerra Civil Española.
Unos 5.000 hombres, mujeres y niños asesinados
Entre esa noche y el 4 de diciembre de 1936, bajo las órdenes del dirigente comunista Santiago Carrillo, entonces consejero de Orden Público, y bajo la responsabilidad del gobierno republicano que el 6 de noviembre se había trasladado a Valencia, unos 5.000 hombres, mujeres y niños fueron sacados de varias cárceles de Madrid y llevados a Aravaca, Paracuellos de Jarama y Torrejón de Ardoz, para ser asesinados. Los 89 primeros, asesinados en la mañana del 7 de noviembre, habían sido sacados de las prisiones de San Antón y Porlier. Fueron enterrados en la fosa número 1, al pie del Cerro de San Miguel, sobre el que se sitúa una cruz blanca que domina el Cementerio de los Mártires de Paracuellos, y que es visible desde la Terminal 2 del Aeropuerto de Barajas.En la masacre fueron asesinados 276 menores de edad
Entre los asesinados había personas detenidas por sus ideas políticas, por ser empresarios o por ser católicos. Como ya he señalado, entre las víctimas había muchas personas que no habían llegado a la mayoría de edad (situada entonces en los 23 años). El 4 de diciembre de 2006, familiares y amigos de los asesinados publicaron una esquela a toda página en el diario El Mundo citando los nombres de 276 menores de edad asesinados en estas masacres. He conseguido esa esquela y he decidido publicar aquí la lista de los 50 asesinados -todos varones- con edades comprendidas entre los 13 y los 17 años, apenas unos niños. Mientras transcribía sus nombres he visto que, atendiendo a los apellidos, cuatro de ellos fueron asesinados junto a sus hermanos mayores. No he querido separarlos en este pequeño homenaje, así que he puesto los nombres de los hermanos mayores en las entradas correspondientes. La lista incluye 1 asesinado que sólo tenía 13 años, 2 asesinados de 15, 8 asesinados de 16 y 39 asesinados de 17.Y aún hay miserables que justifican esta atrocidad
Antes de la lista, termino con una pequeña reflexión: todo asesinato, cometa quien lo cometa, me parece algo horrendo, y el de cualquier niño lo es aún más. Lo más sorprendente de nuestra sociedad es que durante años me he encontrado con miserables que justifican de algún modo estos crímenes e incluso lamentan que no fuesen más los asesinados, y hasta con gentuza de ultraizquierda que usa la matanza como amenaza con expresiones como “a por ellos como en Paracuellos”. Creo que es inútil intentar razonar con quien considera legítimo asesinar a otros por sus ideas o creencias. Eso sí, me pregunto qué miserable excusa se inventarán para justificar el asesinato a tiros de niños de 13, 15, 16 o 17 años y, sobre todo, qué excusa se inventarán las autoridades para seguir sin perseguir esas manifestaciones de apología del asesinato.La lista de los niños asesinados en las masacres de Paracuellos
Aravaca
Francisco Martín Monterroso, 17 años.
Luis Romeu Cayuela, 17 años.
Paracuellos de Jarama
Luis Abía Melendra, 17 años.
Ramón Alcántara Alonso, 17 años.
Manuel Alonso Ruiz, 16 años.
Jaime Aranda de Lombera, 17 años; también asesinaron a su hermano Andrés, de 22, y su padre Salvador, de 50.
Carlos Arizcun Quereda, 17 años.
José A. Barreda Fernández Cerceda, 17 años.
Manuel Blanco Urbina, 17 años.
Vicente Caldón Gutiérrez, 17 años.
José María Casanova y González Mateo, 17 años.
Antonio Castillejos y Zard, 16 años.
Víctor Delgado Aranda, 17 años.
Vicente Galdón Jiménez, 17 años.
Manuel Garrido Jiménez, 17 años; también asesinaron a su hermano Enrique, de 21.
Aurelio González González, 17 años.
Rafael Gutiérrez López, 17 años.
Adolfo Hernández Vicente, 17 años.
Miguel Iturruran Laucirica, 17 años.
Ángel Marcos Puente, 17 años.
Emilio Morato Espliguero, 17 años.
Saturnino Martín Luga, 17 años.
Ramón Martín Mata, 17 años.
José María Miró Moya, 16 años.
Carlos Ortiz de Taranco Cerrada, 17 años.
Manuel Pedraza García, 15 años.
Francisco Rodríguez Álvarez, 15 años.
Antonio Rodríguez de Ángel, 17 años.
José Luis Rodríguez de la Flor Torres, 17 años.
Epifanio Rodríguez García de la Rosa, 17 años.
José María Romanillos Hernando, 17 años.
Manuel Ruiz Gómez de Bonilla, 16 años.
Samuel Ruiz Navarro, 13 años.
Juan Carlos Sagastizabal Núñez, 17 años.
Alfonso Sánchez Rodríguez del Arco, 16 años.
Alfredo Santiago Lozano, 17 años; también asesinaron a su hermano Manuel, de 20.
Enrique Sicluna Rodríguez, 16 años.
Óscar Suárez Lorenzo, 17 años.
Guillermo Torres Muñoz de Barquín, 17 años.
Bernardino Trinidad Gil, 16 años.
Tarsilo de Ugarte Ruiz de Colunga, 17 años.
José Luis Vadillo y de Alcalde, 17 años; también asesinaron a su hermano Florencio, de 21.
Alejandro Villar Plasencia, 17 años.
Olegario Zorrella Muñoz, 17 años.
Alfredo Zugasti García de Paredes, 17 años.
Torrejón de Ardoz
Enrique Arregui Hidalgo, 17 años.
Rafael Arrizabalaga Español, 17 años.
Félix Berceruelo Martín, 17 años.
Jesús Calvo Quemada, 17 años.
José Luis Pérez Cremos, 16 años.
Ruego una oración por sus almas y por las de todos los asesinados.
Descansen en paz
+ 8.11.2016: Añado a la lista a Jaime Aranda, de 17 años, por indicación de su sobrina Pilar. Fue asesinado en Paracuellos el 30 de noviembre de 1936 junto a su hermano Andrés y su padre Salvador.