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lunes, 27 de julio de 2020

Argentina: La Revolución del Parque de 1890

A 130 años de la Revolución del Parque: tres días de combates en pleno centro porteño, la caída de un gobierno y una traición

Marcó el final del gobierno de Juárez Celman. Los revolucionarios, comandados por Alem, quedaron a mitad de camino porque, si bien el presidente debió renunciar, la muñeca política de Roca fue la ganadora. Los sangrientos días donde, en nombre de la libertad y de la institucionalidad, se murió y se mató en Buenos Aires

Por Adrián Pignatelli  ||  Infobae



Los Repetto vivían en una casa de bajos sobre Talcahuano, casi esquina Lavalle, a pocos pasos del Parque de Artillería. Era una construcción baja y maciza. En la madrugada del sábado 26 de julio de 1890 los cuatro hermanos de la familia fueron despertados por una discusión de sus padres, que no se ponían de acuerdo sobre el origen de los ruidos que venían de la calle. La mujer decía que había estallado la revolución, que hacía días se esperaba, mientras que el marido los atribuía a “la artillería de Bollini”, el nombre que los vecinos le habían puesto a las máquinas barredoras tiradas por caballos que el recién asumido intendente Francisco Bollini había implementado para la limpieza de calles. Cuando sonaron los primeros disparos, los tres hermanos varones se vistieron a las apuradas y salieron a la vereda. La madre estaba en lo cierto: había estallado la revolución.

Desde 1886 gobernaba el país el cordobés Miguel Juárez Celman, quien para todos significaba la continuación del régimen inaugurado en 1880 por su concuñado, Julio A. Roca. Responsable de una administración que no escatimaba en gastos, se fue endeudando, abusó de la emisión, generó una inflación que se fue acelerando en medio de una descontrolada especulación, entre otros tantos desatinos. Paulatinamente, esta crisis económica -que ya se percibía a mediados de 1889- provocó el surgimiento de una oposición al gobierno, que no mostraba capacidad de reacción y que, además, maniobraba para disputarle poder político a Roca.



En busca de fe y honradez

Jóvenes de distintos extractos y políticos organizaron, el 1 de septiembre de 1889, un acto en Jardín Florida, un predio ubicado en Florida y Paraguay. Si bien no logró una masiva concurrencia, alcanzó para que hombres de la talla de Leandro N. Alem, Francisco Barroetaveña, Aristóbulo del Valle y Pedro Goyena, entre otros, fundasen la Unión Cívica de la Juventud.

Denunciaban que el pueblo estaba excluido de la vida pública. Alem dijo: “No hay, no puede haber buenas finanzas, donde no hay buena política. Para hacer esta buena política se necesita grandes móviles, se necesita buena fe, honradez, nobles ideales; se necesita, en una palabra, patriotismo”. Rápidamente, afloraron comités en diversos barrios de la ciudad.

La escalada de la crisis hizo que el 12 de abril de 1890 los ministros presentaran sus renuncias. El gobierno, que no había tomado en serio esa manifestación, vio con otros ojos el acto multitudinario del 13 de abril de 1890 en el Frontón Buenos Aires, avenida Córdoba casi Cerrito, donde 10 mil personas vitorearon a Alem y a Mitre y clamaron por el fin del unicato, el regreso a la Constitución y a la reconquista de las libertades.

El “Manifiesto a los pueblos de la República” que se dio a conocer el 17, señalaba la “ineptitud y desquicio gubernamental, despilfarro e inmoralidad en la administración pública, fraude estatal”.




La conspiración para derrocar al gobierno, reemplazarlo por otro que en dos o tres meses debía llamar a elecciones, se puso en marcha. Se armó una junta revolucionaria que se reunía todos los días, desde las ocho de la noche a las dos de la mañana, en la casa de Benjamín Buteler. Para la policía, que seguía los pasos de Alem, era “Cristo”. Los revolucionarios le propusieron al general mitrista Manuel J. Campos, a tomar la dirección militar de la rebelión.

Los planes

La idea de Alem era tomar Plaza de Mayo y Casa de Gobierno a plena luz del día. Previamente se armaría una interpelación al ministro de Guerra, a la que debería asistir el vicepresidente Carlos Pellegrini, lo que dejaría al presidente Juárez Celman solo en su despacho. Sin embargo, los jefes militares dijeron que sería imposible sacar a los regimientos de los cuarteles durante el día. Entonces, Alem propuso hacerlo en la noche del 9 de julio, y sorprender al presidente y su gabinete en la función de gala. También fue descartada.

Se optó por tomar el Parque de Artillería (donde hoy está el Palacio de Tribunales) de donde saldrían dos columnas: una tomaría el cuartel de policía y otra enfrentaría a las fuerzas leales al gobierno. Con una victoria segura, se apoderarían de la Casa de Gobierno, del telégrafo y de la estación del ferrocarril. Pero esas columnas nunca llegaron a salir.



En una votación, los conjurados votaron a Alem como presidente provisional de la revolución que creían triunfante; el general Campos y el coronel Figueroa lo hicieron por Mitre, quien se enteró de la revolución en París.

El general Campos convenció a los jefes de que el día indicado era el 21 de julio. Los jefes de las unidades llevarían un farol con vidrios de colores para identificarse; el santo y seña se daría a conocer el domingo por la noche.

Sin embargo, una delación del mayor Palma, del 11° de Caballería, que simulaba estar con los complotados, hizo que detuvieran a Campos, a Figueroa y a un par de jefes más.

Todo parecía haber vuelto a fojas cero. Pero una misteriosa visita que Julio A. Roca le hizo a Campos en su lugar de detención la tarde del 25, cambió todo. Roca habría acordado con Campos que lo ayudaría a fugarse y que participara en la revolución y que, una vez derrocado Juárez Celman, nadie se opondría a una candidatura de Mitre. Varios historiadores señalan que Roca aprovechó la revolución para quitarse a su cuñado de encima, sacándolo de competencia del Partido Autonomista Nacional y, gracias a la complicidad del propio Campos, haría que el intento revolucionario fracasase. Campos quedó en libertad y tomó la dirección militar de la revolución.



Los revolucionarios determinaron que el golpe se daría a las cuatro de la mañana del sábado 26 de julio. A Lucio V. López le cupo la redacción del manifiesto de la junta revolucionaria, que se imprimió en los talleres gráficos del diario La Nación. Se convocaba a “evitar la ruina del país”.

La bandera

Los sublevados no podían identificarse con la bandera argentina, porque podrían confundirse con los efectivos del gobierno. La única tela en cantidad que se encontró en la ciudad fue de los colores blanca, verde y rosa y así Josefina de Rodríguez y Elvira Ballesteros cosieron la bandera y armaron divisas y gallardetes que los hombres llevaban colgados del hombro derecho. Y también se adquirieron un lote importante de boinas blancas, que luego serían la identificación de los radicales.

El santo y seña fue Patria y Libertad.



Los enfrentamientos

El 26 a la madrugada un millar de militares y 300 civiles coparon el Parque de Artillería, cuyos 1300 efectivos ya se habían pasado al bando revolucionario. Además, contaba con toda la artillería de la ciudad.

Como las horas pasaban y nada sucedía, los revolucionarios creyeron haber triunfado sin disparar un solo tiro. Aristóbulo del Valle, entusiasmado, mandó a hacer sonar las campanas de la iglesia de San Nicolás -protestas del cura párroco mediante- que se levantaba donde hoy está el Obelisco.



Pero los enfrentamientos comenzaron, en pleno centro porteño. Las fuerzas leales, cercanas al millar, que se habían agrupado en los cuarteles de Retiro, atacaron con los regimientos 6 y 11 de Caballería, parte de los batallones 4 y 6 de infantería, y con el 8 de Infantería. También contaban con el cuerpo de bomberos y la policía, en buena medida militarizada. Los comandaba el ministro de Guerra, teniente general Nicolás Levalle.

Estas fuerzas debían vérselas con 50 cantones revolucionarios diseminados por la ciudad, donde hasta se llegó a pelear cuerpo a cuerpo. Los había en el Palacio Miró, una residencia delimitada por Córdoba, Talcahuano, Viamonte y Libertad; también en Córdoba y Talcahuano; en Viamonte y Uruguay y una serie de barricadas por Lavalle que llegaban hasta Suipacha. Los revolucionarios tomaron el Colegio El Salvador, sobre Callao y la confitería El Molino.



La ciudad era el campo de batalla.

Muchas casas de las esquinas fueron copadas por civiles y usaban sus techos y azoteas para disparar. Se combatía en las calles, en un radio de cuarenta manzanas. Barcos de la escuadra que se habían plegado, al mando del teniente de navío O’Connor, bombardearon durante el mediodía del 27 la Casa de Gobierno y hasta intentaron hacer blanco en la casa del presidente, que vivía en la calle 25 de mayo. Como producto de esas bombas, por lo menos murieron dos personas. El bombardeo fue visto por Estanislao Zeballos desde el mirador del Hotel de la Paz, en Cangallo y Reconquista.

Al mediodía del sábado hubo un momento de algarabía cuando se supo que Juárez Celman, a regañadientes, había abandonado la ciudad en tren. No demoraría en regresar.



Roca y Pellegrini, en los hechos a cargo del gobierno, enviaron emisarios. Querían saber si los revolucionarios depondrían las armas si Juárez Celman renunciaba. Les respondieron que no.

Para el domingo a la mañana, los revolucionarios cayeron en la cuenta de que no disponían de suficientes municiones para continuar peleando más de una hora. Además, la inacción de Campos los dejaba sin iniciativa. El Frontón Buenos Aires, a dos cuadras del Parque de Artillería, había caído en las primeras horas de ese día. Para ganar tiempo y conseguir munición, los revolucionarios pidieron una tregua para enterrar a sus 23 muertos, justo cuando fuerzas del gobierno -aprovechando la pasividad de Campos- se disponían a arrasar la resistencia en las plazas Libertad y del Parque, con tropas muy bien armadas, cañonear el cuartel revolucionario y tomarlo por asalto.

En plena Plaza Lavalle, se había armado un hospital de campaña. Una de las organizadoras era Elvira Rawson, una estudiante de medicina de 23 años, la única mujer en una clase de 85 hombres en la Facultad de Medicina. Junto a otros médicos, como Juan B. Justo y Julio Fernández Villanueva -que murió cuando rescataba un herido- atendían a hombres de ambos bandos. Su desempeño le valió el reconocimiento del propio Alem.



El lunes 28, el gobierno envió como mediadores a Benjamín Victorica, Luis Sáenz Peña, Francisco Madero y Ernesto Tornquist, mientras civiles que se sumaban al movimiento seguían ocupando cantones, y gastando municiones.

Si bien la situación a esa altura era una causa perdida, algunos creían que se podía resistir, como era el caso de Hipólito Yrigoyen y Mariano Demaría. Hubo un intento desesperado del coronel Mariano Espina, que con un grupo de hombres del regimiento 10° quiso llegar a Plaza de Mayo pero fue rechazado en Pellegrini y Lavalle. El envío de importantes fuerzas de la provincia de Buenos Aires para ayudar al gobierno, determinó el fin.

A las 8 de la mañana del martes 29 todo había concluido, a pesar de la resistencia de los civiles, empecinados en seguir combatiendo. Vencedores y vencidos se reunieron en el Palacio Miró donde acordaron que ninguno de los sublevados sería sometido a juicio, que los civiles dejarían las armas en el Parque de Artillería y que los cadetes del Colegio Militar no serían sancionados.

En las calles quedaron centenares de muertos, que en un lento desfile de carretas, eran llevados al cementerio de la Chacarita.



Para Juárez Celman, ya era tarde. Sin apoyo, debió renunciar el 6 de agosto y su vicepresidente Carlos Pellegrini se hizo cargo del gobierno. La maniobra de Roca había dado resultado. “¡Ya se fue!¡Ya se fue el burrito cordobés!”, gritaba la gente.

El único que no festejó fue Leandro N. Alem, el último en abandonar el Parque de Artillería.

A los Repetto les llamó la atención que, en medio de la euforia popular, Alem mandó a colocar crespones al frente del comité, en señal de duelo. Razones no le faltaban. El gobierno había caído, pero no el sistema que lo sostenía. Lamentablemente para el fundador de la Unión Cívica Radical, no sería su último desencanto.Miguel Juárez Celman era presidente desde 1886 del Partido Autonomista Nacional.Leandro N. Alem, uno de los líderes de la Unión Cívica y cabeza de la revolución de julio de 1890.El general Manuel J. Campos, jefe militar del movimiento. Habría llegado a un acuerdo en secreto con Julio A. Roca.Parque de Artillería, el epicentro de los combates, en Plaza Lavalle, en el centro porteño. Hoy, en ese lugar, se levanta el Palacio de Tribunales.El origen de las características boinas blancas que usarían los radicales.Techos y balcones se convirtieron en reductos, desde donde civiles combatían. Esta fotografía corresponde a un edificio en Mitre y Talcahuano.Buenos Aires se había transformado en el campo de batalla. La imagen muestra la esquina de Lavalle y Libertad en esos convulsionados días.Uno de los boletines que redactaron los revolucionarios, con noticias importantes y "muy importantes".Los heridos eran atendidos en la plaza Lavalle, donde un grupo de médicos habían levantado un hospital de campaña.El Mosquito era un diario de tinte satírico, famoso por las caricaturas que publicaba de los políticos de la época. En esa se ven a los líderes de la revolución del 90, tratando de ponerse de acuerdo. En el medio, parado, se ve a Bartolomé Mitre y al lado, sentado, de larga barba, a Leandro N. Alem.

sábado, 29 de julio de 2017

Condecoraciones militares argentinas: Medalla de la Revolución de 1890

Medalla de la Revolución de 1890 

La medalla es instituida en 1890 por la Revolución del Parque. Era entregado a los militares de las partes del ejército y la flota, que ha intervenido contra el presidente Juarez Celman y que ha llevado al poder del presidente Carlos Pellegrini. 

 


Fuente

domingo, 21 de febrero de 2016

Historia argentina: La Revolución del Parque (1890)

Revolución del Parque

Fuente: Wikipedia



La Revolución del Parque, también conocida como Revolución del 90, fue una insurrección cívico-militar producida en la Argentina el 26 de julio de 1890 dirigida por la recién formada Unión Cívica, liderada por Leandro Alem, Bartolomé Mitre, Aristóbulo del Valle, Bernardo de Irigoyen y Francisco Barroetaveña, Lionel Laufi entre otros. La revolución fue derrotada por el gobierno, pero de todos modos llevó a la renuncia del presidente Miguel Juárez Celman, y su reemplazo por el vicepresidente Carlos Pellegrini.

En 1889 Argentina estaba convulsionada: una grave crisis económica se había prolongado por dos años, causando una brusca caída de los salarios, desocupación y un reguero de huelgas nunca antes visto. La presidencia del General Julio Argentino Roca (1880-1886) había sido sucedida por la de su cuñado, Miguel Juárez Celman, cuyo gobierno se caracterizó por las denuncias de corrupción y autoritarismo. Sus opositores llamaban a esa gestión el Unicato.

El 20 de agosto de 1889 apareció en el diario La Nación un artículo titulado "¡Tu quoque juventud! En tropel al éxito", firmado por Francisco Barroetaveña, que sacudió a la opinión pública y a la juventud en particular, donde condenaba la ausencia de principios morales y el apoyo de ciertos jóvenes al entonces presidente Miguel Juárez Celman diciendo:


Barricada revolucionaria protegiendo el Parque de Artillería.

En medio de este general desgobierno, o del imperio de este régimen funesto, que suprime la vida jurídica de la nación reemplazándola por el abuso y la arbitrariedad, se sienten los primeros trabajos electorales para la futura presidencia, asegurándose que el Presidente actual impondrá al sucesor que se le antoje, pues dispone del oro, de las concesiones y de la fuerza necesaria para enervar los caracteres maleables y sofocar cualquier insurrección.

El artículo en La Nación llevó a la formación de un grupo juvenil alrededor de Barroetaveña que, a su vez, convocó a un gran mitin el 1 de septiembre de 1889 en el Jardín Florida de la ciudad de Buenos Aires donde se constituyó como Unión Cívica de la Juventud, con el fin de aglutinar al amplio espectro de opositores al régimen de Miguel Juárez Celman, sostenido por el oficialista Partido Autonomista Nacional.


El presidente Juárez Celman estaba muy desprestigiado en 1890

El 15 de diciembre de 1889, Lucas Perrón el presidente de la Unión Cívica de la Juventud inauguró un club cívico en la parroquia de San Juan Evangelista de la Ciudad de Buenos Aires, con un mitin realizado en el Teatro Iris. Al finalizar el acto, los cívicos fueron atacados con armas de fuego por parte de un grupo parapolicial enviado por el gobierno. La policía presente en el lugar, lejos de detener a los atacantes, reprimió violentamente a los asistentes al acto. El hecho causó una gran indignación pública y es mencionado como el desencadenante más inmediato de la revolución.[1]

Aristóbulo del Valle cuenta que, pocos días después, Leandro Alem, Mariano Demaría y él, tomaron la decisión de levantarse en armas. La razón inmediata era "impedir la sumisión sin esperanza al régimen de Juárez".[2] Al grupo inicial se sumaron Juan José Romero, Miguel Navarro Viola y Manuel Ocampo.


Francisco Barroetaveña, convocó a la juventud a formar la Unión Cívica

En esos días llegó también de Europa el general Manuel J. Campos, un militar de plena confianza de Bartolomé Mitre. Del Valle, entonces, decidió contactarlo para sumarlo a la revolución e incorporar así al mitrismo. La respuesta de Campos fue contundente:

Cuenten conmigo y avísenme en el momento oportuno.[2]

En forma paralela a los contactos secretos que preparaban la conspiración, la Unión Cívica de la Juventud conducida por Barroetaveña, buscaba ampliar sus bases de apoyo popular en la Ciudad de Buenos Aires, organizando un partido político más amplio: la Unión Cívica. El propósito declarado era:

“formar un gran partido de coalición política que vencería en las luchas eleccionarias, o en el campo de la acción, si los gubernistas burlaban los derechos del pueblo, con fraudes o violencia”.[3]
En enero de 1890, la crisis económica se siguió agravando. Las obligaciones a término no pudieron ser pagadas y se produjo una corrida bancaria. El pánico llevó a los comerciantes a subir los precios de los artículos de primera necesidad y la población se empobreció súbitamente. El 2 de febrero hubo elecciones locales, pero prácticamente nadie se presentó a votar. El diario El Nacional tituló al día siguiente:


Leandro Alem, cabeza de la revolución, nombrado presidente provisional.

Las elecciones de ayer tendrán un epitafio: aquí yace el derecho electoral.[4]

El descontento de la población se generalizó y encontró rápidamente al presidente Juárez Celman como chivo emisario.

El 13 de abril de 1890 se realizó un gigantesco mitin para fundar la Unión Cívica. La convocatoria fue firmada prácticamente por todos los sectores opuestos al gobierno a través de sus máximos representantes. Allí estaban desde el ex presidente Bartolomé Mitre y sus seguidores, de tendencia conservadora oligárquica, hasta los líderes católicos José Manuel Estrada y Pedro Goyena, que se oponían activamente al laicismo del gobernante Partido Autonomista Nacional. Entre los convocantes hay jóvenes como Juan B. Justo, que pocos años después fundaría el Partido Socialista de Argentina, y el abogado Francisco Barroetaveña que había movilizado a los jóvenes progresistas de clase media de Buenos Aires. Pero también estaba Bernardo de Irigoyen, que se había alejado del oficialismo, el historiador y ex rector de la Universidad de Buenos Aires Vicente Fidel López, el histórico general Juan Andrés Gelly y Obes, el empresario Mariano Billinghurst, y por supuesto la que fuera el ala popular del alsinismo, Leandro Alem y Aristóbulo del Valle. Leandro Alem resultó elegido presidente de la Unión Cívica.


Aristóbulo del Valle: como senador agitó la revolución desde su banca.

La creación de la Unión Cívica finalizó con una enorme marcha hacia la Plaza de Mayo. En la primera fila iban tomados del brazo Mitre, Alem, del Valle, Vicente López y Estrada. A poco de iniciada, millares de pobladores se sumaron a la marcha, que llenaron las calles del centro de la ciudad y la convirtieron en el primer acto político de masas de la historia argentina contemporánea.[5] La manifestación produjo una seria crisis política en el gobierno y la renuncia inmediata de todo los ministros.

Los preparativos
Una vez creada la Unión Cívica, se formó una Junta Revolucionaria y se iniciaron los contactos entre los dirigentes políticos opositores y sectores de las fuerzas armadas descontentos con el roquismo. En particular se formó una logia militar para apoyar a la Unión Cívica, que contaba con la simpatía de los jóvenes oficiales y fue conocida como la Logia de los 33 oficiales. Sus líderes eran el capitán José M. Castro Sumblad, capitán Diego Lamas, el teniente Tomás Vallée y el subteniente José Félix Uriburu. Este último 40 años más tarde encabezaría el golpe de estado que derrocó a Hipólito Yrigoyen.[6]


José Félix Uriburu, con 22 años en 1890, fue uno de los organizadores de la Logia de los 33 Oficiales que apoyó la Revolución.

La logia militar le ofreció a Alem el apoyo del 1º de Infantería, el 1º de Artillería, el 5º de Infantería, el batallón de ingenieros, una compañía del 4º y un grupo de cadetes del Colegio Militar.

Simultáneamente Alem se puso en contacto con los oficiales de la marina de guerra, encabezados por los tenientes de navío Ramón Lira y Eduardo O'Connor, y poco después contaba con el apoyo de toda la flota.

El 29 de mayo de 1890 Aristóbulo del Valle, quien se desempeñaba como senador nacional, denunció en el Congreso que el gobierno estaba realizando emisiones de moneda clandestinas, señalando que las eran la causa principal de la gravedad que había alcanzado la crisis. La denuncia de del Valle tuvo un gran impacto en la opinión pública y se mantendría durante los meses siguientes profundizando el desprestigio del gobierno.

En esos días Alem obtuvo para la revolución el apoyo del general de brigada Domingo Viejobueno, jefe del Parque de Artillería ubicado en la Plaza Lavalle, a poco menos de mil metros de la Casa Rosada.

En junio de 1890 el gobierno entró en cesación de pagos de la deuda externa que mantenía con la casa Baring Brothers, hecho que causó un gran descontento entre los inversores extranjeros.[7]

Ese mismo mes la Junta Revolucionaria quedó integrada por Leandro Alem, Aristóbulo del Valle, Mariano Demaría, Juan José Romero, Manuel A. Ocampo, Miguel Goyena, Lucio V. López, José María Cantilo, Hipólito Yrigoyen, los generales Manuel J. Campos y Domingo Viejobueno, los coroneles Julio Figueroa y Martín Irigoyen, y el comandante Joaquín Montaña.

El 17 de julio de 1890 el general Campos se reunió con unos 60 oficiales y marinos para comunicarles el plan. La revolución estallaría el 21 de julio a las 4:00. Las fuerzas rebeldes se concentrarían en el Parque de Artillería donde se instalaría la Junta Revolucionaria y recibirían órdenes. Simultáneamente, la flota debía bombardear la Casa Rosada y el cuartel de Retiro con el fin de evitar que las tropas del gobierno pudieran reunirse, y obligarlas a rendirse mediante un ataque combinado por tierra y agua. Al mismo tiempo, grupos de milicianos debían tomar prisioneros al presidente Juárez Celman, el vicepresidente Pellegrini, al ministro de Guerra general Levalle, y al presidente del senado Julio A. Roca, y cortar las vías de ferrocarril y telegráficas. El papel marginal asignado a los milicianos fue resistido por Alem, quien pretendía imprimirle a la revolución un fuerte carácter civil, pero finalmente se impuso la opinión de los jefes militares.

En esa misma reunión Campos informó que el Regimiento 11º de Caballería, conducido por el general Palma, se sumaba a la revolución. La comunicación tuvo un enorme efecto entre los revolucionarios, pues se trataba del cuerpo más leal al gobierno. Sin embargo, se trataba de una trampa.


Entrada al Parque de Artillería ubicado frente a la Plaza Lavalle, en el lugar que luego ocupó la Corte Suprema de Justicia de la Nación.

Al día siguiente el viernes 18 de julio, el jefe militar de la revolución, Manuel J. Campos, y otros jefes militares como Figueroa, Casariego y Garaita, fueron detenidos por el gobierno acusados de conspiración. De ese modo la revolución inicialmente fue abortada.

En los días posteriores a la detención del General Campos, sucedieron dos hechos históricos que han sido muy discutidos, y que desde un comienzo han estado relacionados con lo que ha dado en llamarse "el secreto de la Revolución del 90".[8] En primer lugar el sumario para investigar la conspiración fue asignado a un militar simpatizante de la Unión Cívica, razón por la cual los detalles esenciales nunca fueron bien conocidos por el gobierno. En segundo lugar, el general Julio A. Roca mantuvo una reunión secreta con el general Campos en su lugar de detención, sobre cuyo contenido no hay testimonios directos. Adicionalmente, durante su detención, el general Campos convenció a los jefes del 10º Batallón de Infantería, donde estaba detenido, de pasarse a la revolución.

Todos los historiadores han destacado estos aspectos misteriosos de la Revolución del 90, y han mencionado la posibilidad de un acuerdo entre los generales Campos y Roca, así como un plan secreto de este último para utilizar la revolución en su propio provecho.

El miércoles 23 de julio el general Campos manda a decirle a Alem que había que continuar con la insurrección, que él se encontraba en condiciones de salir el día que se eligiera para el levantamiento. El viernes 25 de julio la Junta Revolucionaria decidió iniciar el levantamiento armada el día siguiente, a las 4:00. En esa reunión se decidió también que Leandro Alem asumiría como presidente provisional y se estableció quienes serían los ministros y el jefe de policía. Finalmente se aprobó el Manifiesto Revolucionario redactado por Lucio V. López y Aristóbulo del Valle.

La lucha armada

Sábado 26 de julio


Posición de las fuerzas. En azul el gobierno, en rojo los rebeldes

El sábado 26 de julio, entre las 4 de la madrugada (aún de noche) y las 8:00, las tropas de ambos bandos tomaron posiciones. El centro de los enfrentamientos estuvo ubicado en las plazas Lavalle y Libertad y en las calles adyacentes, pertenecientes al barrio de San Nicolás. A ello hay que sumarle la acción militar de la flota naval, también sublevada.

Las tropas revolucionarias
El levantamiento armado comenzó en la madrugada del sábado 26 de julio de 1890.

A las 4:00, Alem al mando de un regimiento cívico armado tomó el estratégico Parque de Artillería de la Ciudad de Buenos Aires, actual Plaza Lavalle (donde hoy se levanta el edificio de la Corte Suprema de Justicia), ubicado 900 metros de la casa de gobierno, frente a las obras recién iniciadas del Teatro Colón.

Simultáneamente, desde Palermo, en la zona norte de la ciudad:
 [*] El coronel Figueroa con la ayuda del coronel Mariano Espina sublevaron el Regimiento 9º de Infantería, ayudados por una extraña orden impartida al Regimiento 11º de Caballería, que lo vigilaba, de salir a practicar tiro a la madrugada. La orden ha sido atribuida a Roca.[9]
 [*] Aristóbulo del Valle e Hipólito Yrigoyen lograron sublevar a los cadetes del Colegio Militar;
 [*] El general Manuel J. Campos sublevó el Batallón 10º de Infantería donde estaba detenido;
 [*] Los capitanes Manuel Roldán y Luis Fernández sublevaron el estratégico Regimiento 1º de Artillería, con sus nuevos cañones Krupp 75 al mando del mayor Ricardo Day.

Todas estas tropas se reunieron y marcharon juntas como Columna Norte hacia el Parque de Artillería donde llegaron aproximadamente a las 6:00. Allí también concurrieron otros cuerpos militares rebeldes y cientos de milicianos "cívicos", sumando unos 1.300 soldados,[10] alrededor de 2.500 milicianos,[11] y toda la artillería existente en la capital.

Por su parte, desde el Sur, se sublevó el 5º Batallón de Infantería, ubicado cerca de la estación Constitución, en la calle Garay y Sarandí, marchando también hacia el Parque, al mando del comandante Ruiz y el mayor Bravo.

También durante la madrugada, el teniente de navío Eduardo O'Connor sublevó la mayor parte de la escuadra naval ubicada en el puerto de la Boca del Riachuelo, al sur de la Casa Rosada. Los buques revolucionarios fueron el crucero Patagonia, buque insignia, el Villarino, el ariete torpedera Maipú, y el monitor Los Andes. El control de la flota llevó un tiempo porque hubo un cruento enfrentamiento armado en la Maipú, y porque el almirante leal Cordero, logró maniobrar con el acorazado los Andes para entorpecer las acciones de los revolucionarios, hasta que la propia tropa del buque se amotinó y lo detuvo.

Finalmente las tropas revolucionarias contaban con el apoyo de civiles armados organizados en "milicias cívicas". La mayor parte de los milicianos civiles se sumaron a los cantones donde se ponían al mando del comandante de cada cantón. Sin embargo el cuerpo principal de las milicias cívicas estaba formado por la Legión Ciudadana, que reunía a unos 400 combatientes y estaba al mando de Fermín Rodríguez, Presidente del Club Independiente de la Concepción y miembro de la Junta Ejecutiva de la Unión Cívica; Emilio Gouchón era el Segundo Jefe. La Legión Cíudadana estaba organizada en cinco batallones, al mando de José S. Arévalo, Enrique S. Pérez, José Camilo Crotto (quien años más tarde sería gobernador de la Provincia de Buenos Aires por la UCR), Francisco Ramos y José L. Caro, respectivamente.

Durante la Revolución se formó también otro cuerpo organizado de milicianos, el Batallón de Cívicos Buenos Aires, formado y comandado por el coronel Dr. Juan José Castro y como segundo jefe el Comandante Pedro Campos. El Batallón Buenos Aires estaba organizado con una plana mayor, seis compañías de granaderos, una compañía de cazadores, y cuatro compañías de cívicos adicionales.[12]

Las tropas del gobierno
Por su parte las tropas leales comenzaron a agruparse desde muy temprano también, debido a que varios funcionarios del gobierno se enteraron a primera hora de la sublevación.

El sitio principal donde se concentraron las fuerzas del gobierno fue el Retiro, en la zona noreste de la ciudad. Allí existía un importante cuartel en el lugar en que hoy se encuentra la Plaza San Martín. Además allí se encontraba la terminal de ferrocarril de Retiro, estratégica para traer las tropas ubicadas en las provincias. En Retiro instalaron desde las 6:00 los hombres clave del gobierno: el presidente Miguel Juárez Celman, el vicepresidente Carlos Pellegrini, el Presidente del Senado Julio A. Roca, el Ministro de Guerra General Nicolás Levalle, quien tomaría el mando directo de las tropas leales, y el Jefe de Policía Coronel Alberto Capdevila.

Debido a que toda la artillería había quedado en manos rebeldes, Levalle hizo llevar al Retiro tres pequeños cañones que se encontraban en la base de la Prefectura del puerto del Riachuelo y se utilizaban para salvas y otro utilizado para prácticas en el Colegio Militar.

Por otra parte, unos 3.000 agentes de policía se concentraron en el Departamento de Policía, en el límite sudoeste del barrio Monserrat, en las actuales calles Moreno y Virrey Cevallos.

La Casa Rosada quedó básicamente indefensa, custodiada por algunos policías.

Una vez que el gobierno se encontró reunido en el cuartel de Retiro, Pellegrini y Roca recomendaron que el presidente Juárez Celman saliera de Buenos Aires en dirección a Campana. Juárez Celman se opuso, imaginando con razón una conspiración interna, pero la unanimidad del gabinete no le dio margen para sostener su posición. De ese modo el mando político quedó en manos de Pellegrini y Roca.


Cartel revolucionario.

El general Campos ordena quedarse dentro del Parque
Una vez concentradas las tropas revolucionarias en el Parque de Artillería, el general Manuel J. Campos cambió el plan establecido la noche anterior, y en lugar de atacar las posiciones del gobierno y tomar la Casa Rosada, dio la orden de permanecer en el interior del Parque.

Esta decisión de Campos ha merecido todo tipo de análisis. La gran mayoría de los historiadores están de acuerdo en que Campos había llegado a un acuerdo secreto con Julio A. Roca días antes, cuando este último lo visitó mientras estaba detenido. Al parecer Roca fomentó el levantamiento, con el fin de provocar la caída del presidente Juárez Celman, y al mismo tiempo evitar, por medio de su acuerdo secreto con el General Campos, que las fuerzas rebeldes tomaran la ofensiva y derrotaran a las tropas del gobierno, lo que hubiera instalado a Leandro Alem como presidente provisional y terminado con el poder del todopoderoso Partido Autonomista Nacional.

Los argumentos dados por el General Campos para tomar semejante decisión fueron variando durante el día y llegaron a ser en algunos casos absurdos. Primero sostuvo que los soldados debían conocerse entre sí y que debían alimentarse. Luego adujo que estaba esperando que las tropas leales se pasaran a la revolución, y más tarde argumentó que su plan era provocar la entrada de las fuerzas del gobierno en la Plaza Lavalle, a través de las calles Viamonte y Tucumán, y derrotarlas en una sola gran batalla.

Al permanecer dentro del Parque, el General Campos permitió, primero, que el gobierno se organizara en Retiro, y luego que tomara la ofensiva sobre las posiciones de los revolucionarios, mientras nuevas tropas provenientes de las provincias iban sumándose a las fuerzas del gobierno. Por otra parte, muchas tropas que estaban esperando la ofensiva rebelde para pasarse de bando, como los policías que custodiaban el cuartel central y algunos regimientos de la Provincia de Buenos Aires, finalmente desistieron de hacerlo ante la inacción de los revolucionarios.

Leandro Alem cuestionó inicialmente esa decisión del General Campos porque se apartaba del plan revolucionario, pero finalmente terminó aceptándola sin plena conciencia de que con ella se afectaba gran parte de las posibilidades de éxito de la revolución. El propio Alem reconoce luego este grave error, en su informe de fin de año a la Unión Cívica sobre los acontecimientos de julio:


Yo asentí a Ias modificaciones del plan militar revolucionario, que en aquel momento supremo, me hizo el general de nuestro ejército, invocando la serie de argumentos referidos y otros por el estilo; y en consecuencia envié las intimaciones a los jefes de cuerpos de gobierno y el jefe de policía. Reconozco que fue un error de graves consecuencias, el haber aceptado yo estas modificaciones al plan militar combinado con todo acierto de antemano; pero como se trataba de operaciones de guerra, a las que el general del Ejército ponía tantas objeciones terminé por ceder. Para mí, el fracaso de la revolución consistió en no haberse ejecutado él plan militar hecho por la Junta Revolucionaria. Comprendiendo ahora la inmensa trascendencia que tuvo esa modificación del plan referido, veo que debí someter a una junta de guerra esa modificación tan radical del movimiento revolucionario, y no aceptar yo solo semejante responsabilidad.[13]

 El General Campos ordenó entonces defender el Parque y para ello hizo instalar los cañones Krupp en las seis bocacalles que guardaban los accesos. Así lo hizo el mayor Ricardo Day, con la ayuda de los capitanes Roldán y Fernández y el teniente Layera. Especialmente crítica sería las baterías ubicadas en la esquina de Talcahuano y Viamonte, en la puerta de la Escuela Avellaneda, a una cuadra del Parque sobre la misma vereda.


El Palacio Miró, usado como principal cantón revolucionario. Demolido en 1937

Los cantones
Los civiles que fueron al Parque para sumarse a la revolución, recibieron allí armas y la orden de instalar cantones y barricadas en las bocacalles que rodeaban al Parque. Los cantones eran puestos militares instalados en casas ubicadas estratégicamente en las esquinas. Tanto los revolucionarios como las tropas leales tomaban esas casas y se instalaban en las azoteas, balcones y ventanas, desde donde atacaban a cualquier fuerza enemiga que se acercara. Los cantones revolucionarios solían combinarse con barricadas hechas con los adoquines de las calles.

Se estima que existieron unos 50 cantones revolucionarios, concentrados en unas 100 manzanas, donde se instalaron unos 2.500 milicianos cívicos, que utilizaban boinas blancas para distinguirse. Al norte llegaban hasta la calle Paraguay (a tres cuadras del Parque); por el sur llegaban hasta la calle Moreno, frente al Cuartel de Policía, a 8 cuadras del Parque; por el oeste llegaban a la calle Junín, a 7 cuadras del Parque, y por el este hasta Suipacha, a 4 cuadras.

El cantón más importante fue instalado en el Palacio Miró, una enorme mansión con jardines ubicada frente a la Plaza Lavalle, con sus construcciones cercanas a la esquina de Libertad y Viamonte, que estuvo al mando del mayor Carmelo Cabrera, primero y del capitán Cortina, después. El cantón del Palacio Miró llegó a tener 100 combatientes y una ametralladora en la azotea. Las batallas le produjeron grandes daños.

Otro importante cantón se instaló en la Escuela Avellaneda, en la esquina de Viamonte y Talcahuano, donde también se instaló una batería de cañones. Por la cantidad de muertos que allí se produjeron fue conocido como la Esquina de la muerte. Entre otros combatientes que allí fallecieron, se encontraba el hermano del general Campos, el coronel Julio Campos, así como el capitán Manuel Roldán, uno de los fundadores de la Logia de los 33 Oficiales.

También fue de importancia el Cantón General Mitre, uno de las más avanzados y que más ataques recibió. Estaba ubicado en Córdoba y Talcahuano y a las órdenes del coronel Juan José Castro. Entre los combatientes que hallaron la muerte en este cantón se encuentra el niño N. Díaz, encargado del tambor de órdenes.[12]

El Cantón Frontón Buenos Aires estaba ubicado en Viamonte entre Libertad y Cerrito. Estuvo en permanente combate y llegó a estar completamente rodeado por las fuerzas del gobierno sin rendirse.

Otros cantones importantes fueron:

[*] Cantón "Julio Campos", en honor al coronel muerto en combate, ubicado en Rivadavia y Santiago del Estero (ángulo S.E.), bajo el mando de Francisco Fernández;
 [*] Lavalle y Cerrito (ángulo S.E.) bajo el mando del teniente Leandro Anaya, quien años después, durante el gobierno de Hipólito Yrigoyen, sería Comandante en Jefe del Ejército;
 [*] Talcahuano y Piedad (hoy Bartolomé Mitre). Fue muy importante porque ocupaba tres esquinas. Estuvo al mando del miliciano Mariano H. De la Riestra (ver foto);
 [*] Lavalle 1439, entre Uruguay y Paraná, bajo el mando del miliciano Luis N. Basil;
 [*] Cantón Nº 1, ubicado en Libertad entre Lavalle y Tucumán, al mando del capitán Augusto C. Fortunato;
 [*] Lavalle y Paraná, al mando del capitán D. Gualberto V. Ruiz;
 [*] Talcahuano y Lavalle (Angulo S.E.), probablemente ubicado en el Café del Parque, al mando del miliciano Domingo A. Bravo, donde solían ubucarse los jefes civiles de la revolución;
 [*] Paraná y Tucumán (ángulo N:O), al mando del cadete del Colegio Militar Ramón Tristán;
 [*] Rivadavia y Junín (ángulo N.O.) al mando del miliciano Antonio Martínez;
 [*] Lavalle, entre Libertad y Cerrito (casi esquina Libertad, sobre la derecha) se mantuvo en permanente combate los tres días; y estuvo al mando del tirador español José López;
 [*] Cantón "General Campos", en Rivadavia y Rodríguez Peña (ángulo N.O.) bajo el mando del miliciano y abogado Carlos D. Benítez;
Cantón "Libertad" en Lavalle y Callao, bajo el mando del miliciano Eduardo Farías;
 [*] Uruguay entre Tucumán y Viamonte, bajo el mando del miliciano Alejandro Suárez;
 [*] Artes (hoy Pellegrini) 526, al mando del miliciano José Fernández.[12]

También la conocida confitería El Molino fue cantón revolucionario al igual que la iglesia y convento jesuita del Salvador ubicado en la manzana rodeada por Lavalle, Callao, Tucumán y Riobamba.

Los rebeldes organizaron también un "hospitales de sangre" en el frente, con médicos y estudiantes voluntarios. Entre ellos se destacaron el Dr. Julio Fernández Villanueva que murió en Libertad y Viamonte rescatando heridos, la estudiante de medicina Elvira Rawson que luego se convertiría en la segunda mujer médica del país y destacada feminista, y el Dr. Juan B. Justo quien seis años después fundaría el Partido Socialista.

Errores iniciales
El plan revolucionario incluía la detención de los líderes del gobierno: Miguel Juárez Celman, Carlos Pellegrini, Julio A. Roca, y el general Nicolás Levalle. La acción era importante no sólo para desorganizar al gobierno, sino también para evitar una guerra civil, en caso de un éxito inicial de la revolución, frente al cual era previsible esperar que el gobierno se hiciera fuerte en las provincias y desde allí se reorganizara.

La tarea debió haber sido realizada por los milicianos civiles, pero por causas que nunca fueron del todo aclaradas, las detenciones no se realizaron. Al parecer la razón de fondo se debió a una muy deficiente organización de la misión por parte de la Junta Revolucionaria de la Unión Cívica.

La falta de detención de las cabezas del gobierno permitió una rápida organización de las fuerzas leales y contribuyó considerablemente a la derrota de la revolución.

Otro importante error inicial estuvo relacionado con la cantidad de municiones a disposición de los revolucionarios. Al iniciarse el movimiento los líderes civiles y militares calculaban que en el Parque de Artillería existían 510.000 tiros de Remington. Sin embargo, recién al promediar la lucha, los revolucionarios notaron que las municiones no alcanzaban ni a la mitad de lo calculado. Algunas fuentes han atribuido el error a la corrupción reinante en el gobierno y la adulteración de los libros; otras fuentes han sostenido que la confusión sobre la cantidad real de municiones fue deliberadamente causada por el General Campos para llevar la revolución a la derrota, o que los líderes de la revolución cometieron el error garrafal de no verificar personalmente las existencias.

También hubo dificultades para comunicarse con la flota de guerra sublevada. El plan establecía que se realizaran señales mediante globos. Pero los globos no se consiguieron y la comunicación con la flota se vio afectada, evitándose así la coordinación de las acciones.

Primeros combates
A primera mañana llegó al Parque el comandante de la Policía Ramón Falcón a tomar el mando de las tropas policiales que lo resguardaban, quedando detenido por los revolucionarios.[14] Varios años después Falcón sería designado Jefe de Policía y ordenaría una sangrienta represión contra una marcha sindical, para luego morir asesinado en un atentado anarquista.

Entre las 8:30 y las 9:00, se produjo un fuerte tiroteo en Paraná y Corrientes. Al mismo tiempo, dos numerosas columnas de policías de 100 hombres cada una dirigidos por el mayor Toscano, atacaron las posiciones rebeldes sobre la calle Cerrito, por Viamonte y por Lavalle. En este último caso los policías conducidos por el comisario Sosa intentaron llegar a la Plaza Lavalle en tres tranvías.


Revolucionarios en el cantón de Piedad (Mitre) y Talcahuano.

El ataque fue rechazado por varios batallones del 9º de Infantería al mando del coronel Espina, quien discrepaba abiertamente con la actitud pasiva de General Campos, con apoyo de las milicias desde los cantones cívicos y las barricadas, y la artillería ubicada en Plaza Lavalle. Los combates causaron gran cantidad de bajas en ambos bandos. Entre los heridos estaba el propio jefe de Policía, coronel Capdevila.


Crucero "La Patagonia", buque insignia de la flota revolucionaria que bombardeó Buenos Aires.

El bombardeo naval
La flota sublevada, aunque con graves problemas de comunicación con los jefes rebeldes en el Parque, zarpó de su base en la boca del Riachuelo, se ubicó detrás de la Casa Rosada y comenzó a bombardear al azar el cuartel de Retiro, el Cuartel de Policía y la zona aledaña al sur de la ciudad, y la Casa Rosada. En dos días dispararían 154 obuses sobre la ciudad.[15]

La efectividad del ataque de la flota se redujo porque, por un lado careció de posibilidades de verificar los blancos y coordinarlos con las tropas de tierra. Por otra parte, los barcos de guerra extranjeros que se hallaban en el puerto de Buenos Aires, sobre todo el de la nave Tulapoose de Estados Unidos, intimaron a la flota rebelde el cese del bombardeo de la ciudad. Por esta acción los marinos norteamericanos serían luego condecorados por el gobierno argentino.


Operaciones militares durante la R90. En azul las fuerzas del gobierno, en rojo las revolucionarias

De la batalla de Plaza Libertad a la batalla de Plaza Lavalle
Poco después, a media mañana, el general Levalle personalmente, organizó una gran fuerza integrada por caballería, infantería y policía, y partió de Retiro a través de Santa Fe y luego por Cerrito. El entrar en la Plaza Libertad, las tropas del gobierno recibieron un fuerte ataque desde los cantones cívicos ubicados sobre la calle Paraguay y el campanario de la Iglesia de las Victorias (esquina Paraguay y Libertad). La caballería del gobierno atacó los cantones, pero sufrieron grandes bajas y las fuerzas se desbandaron. Se ha estimado en más de 300 muertos y heridos solamente en las filas oficiales. El propio Levalle fue tirado de su caballo.

Por otra parte los cañones en poder de los rebeldes bombardearon sistemáticamente las posiciones del gobierno.

Al comenzar la tarde los revolucionarios al mando del subteniente Balaguer se disponían a ocupar la Plaza Libertad. En ese momento el general Campos tomó otra discutida decisión ordenándole al subteniente José Félix Uriburu que llevara la orden de suspender inmediatamente la ofensiva y volver al Parque.[16]

Una vez más, la decisión de Campos permitió a las fuerzas del gobierno reorganizarse y tomar la Plaza Libertad durante la tarde, donde instalaron el cuartel general y el propio Carlos Pellegrini su despacho.

Poco después, las fuerzas del gobierno, impedidas de avanzar por la calle Libertad o Talcahuano hacia Plaza Lavalle debido al enorme Cantón del Palacio Miró y los cañones dirigidos por Day, tomaron una audaz decisión de atravesar las manzanas que se encontraban frente a la Plaza Libertad por el medio. De ese modo pudieron llegar hasta la esquina de Viamonte y Libertad y establecerse frente al Cantón del Palacio Miró y en la esquina noreste de la Plaza Lavalle, instalando allí también uno de los cañones. De este modo el centro de los enfrentamientos se trasladó a la plaza Lavalle que se convirtió en un gran campo de batalla.

Tomada esa posición, Levalle ordenó otro avance por la calle Talcahuano contra las posiciones revolucionarias en la Plaza Lavalle. Descubiertos por los cantones ubicados sobre la calle Talcahuano (el cantón general Mitre, el del Palacio Miró y el de la Escuela Avellaneda), las tropas del gobierno sufrieron un enérgico ataque por parte del batallón encabezado por el coronel Espina y apoyado por los cañones del mayor Day. Las fuerzas leales fueron completamente diezmadas. Fue en este combate en el que murieron gran parte de los soldados y milicianos que defendían el Cantón de la Escuela Avellaneda, entre ellos el coronel Julio Campos, hermano del jefe revolucionario, quien además era el encargado de llevar las armas para las tropas sublevadas en la ciudad de La Plata. El lugar fue conocido con el nombre de "Esquina de la Muerte". Asimismo, entre los combatientes muertos del Cantón General Mitre, en Talcahuano y Córdoba, estuvo el niño N. Díaz, tambor de órdenes de las tropas revolucionarias.

En esas condiciones cayó la noche y los combates prácticamente cesaron. Los revolucionarios aprovecharon la noche para consolidar sus posiciones y extender los cantones.

Domingo 27 de julio

Batalla en Córdoba y Talcahuano y cese del fuego
El día 27 de julio amaneció con una densa niebla. A primera hora el general Levalle volvió a ordenar un ataque de las tropas del gobierno contra las posiciones revolucionarias por la calle Talcahuano. Las tropas leales avanzaron entonces cubriéndose con fardos de pasto.


Los cañones Krupp 75 en poder de los revolucionarios desequilibraron los combates.

El "Cantón Bartolomé Mitre", ubicado en Córdoba y Talcahuano fue el punto crucial del combate durante más de dos horas. Finalmente, las baterías del mayor Day, que había colocado un segundo cañón sobre Talcahuano, definieron el combate causando gran cantidad de muertos.

En esas circunstancias el Coronel Mariano Espina, desatendiendo las órdenes de Campos, contraatacó por la misma calle Talcahuano, con la intención de atacar la Plaza Libertad por el flanco izquierdo. La lucha se hizo cuerpo a cuerpo utilizando las bayonetas, y tomando casa por casa las posiciones leales, con el apoyo de la artillería de Day.

A las 10:00, la batalla estaba en su apogeo cuando sonaron los clarines de ambos bandos ordenando el cese del fuego.

La treguaA media mañana el General Campos anunció que las municiones se acababan y que era necesario pedir una tregua, con la excusa de enterrar a los muertos, para obtener más municiones. Se trataba de una situación por demás extraña. Al parecer las existencias de municiones en el Parque eran menos de la mitad de lo que se había informado el día anterior. Poco después Leandro Alem decía:


Al momento vi que era una falta grave en un jefe militar que no hubiera verificado los elementos de guerra cuando llegó al Parque, pero no quise hacerle recriminaciones en ese momento supremo de rudo batallar.[13]

La Junta Revolucionaria sostuvo entonces que debía realizarse el ataque decisivo de inmediato, pero el General Campos volvió a oponerse. Los jefes civiles llegaron a pensar en relevar a Campos[17] pero no se atrevieron y aceptaron pedir la tregua. El historiador Cabral sostiene que esa decisión fue la causa inmediata de la derrota de la revolución.[18] El tiempo fortalecía al gobierno, que esperaba nuevas tropas y artillería provenientes de las provincias. Al parecer, los jefes revolucionarios y en especial Alem, no llegaron a comprender el papel que estaba desempeñando Campos y aceptaron una vez más sus propuestas para no comprometer la alianza con el sector militar.

Poco después, Aristóbulo del Valle, en representación de la Junta Revolucionaria, se dirigió a la Plaza Libertad, donde estaba el cuartel general del gobierno y se entrevistó allí con Carlos Pellegrini. Acordaron una tregua de 24 horas para enterrar a los muertos.

Mientras la Junta Revolucionaria envió algunos delegados, entre los que se encontraba José María Rosa, para que se dirigieran a la flota en busca de municiones, pero solo obtuvieron una escasa cantidad.

Entretanto, los revolucionarios aprovecharon la tregua para difundir entre los rebeldes y la población las ideas que inspiraban a la Unión Cívica. La revolución contó con el apoyo decisivo de la popular revista Don Quijote (1884 - 1905), cuya alma eran los dibujantes Eduardo Sojo (Demócrito) y Manuel Mayol Rubio (Heráclito).[19] Leandro N. Alem diría luego que la revolución del Parque la hicieron el pueblo y "Don Quijote".[20]

Por otra parte la revolución contó con el apoyo de Mauricio G. Alemann, propietario del diario Argentinisches Tageblatt, quien le facilitó su imprenta para imprimir la proclama revolucionaria y los panfletos.[21]

[editar] La mediación de Dardo RochaAprovechando la tregua comenzaron a actuar como mediadores algunas personalidades como Dardo Rocha, el banquero Ernesto Tornquist, Luis Sáenz Peña, el general Benjamín Victorica, y Eduardo Madero.

Los revolucionarios pusieron dos condiciones fundamentales: amnistía a todos los participantes y la renuncia del presidente.

En un primer momento, el vicepresidente Carlos Pellegrini, que ante la renuncia del presidente Juárez Celman pasaba a ser el presidente, aceptó la propuesta. Pero luego se opuso, al enterarse que Roca también estaba negociando la renuncia del vicepresidente.

Lunes 28 de julio
El plan de Day y la decisión de capitularEsa tarde se realizó en el Parque una reunión de la Junta de Guerra, con participación de la Junta Revolucionaria. El general Campos informó que no había municiones para continuar la lucha. Inmediatamente otros militares sostuvieron que había que detener la insurrección. Contra la opinión general, el mayor Day sostuvo que había que continuar y propuso un plan: avanzar las líneas revolucionarias en dos direcciones simultáneas, por Talcahuano y por Lavalle hasta alcanzar por ambas el río de la Plata. De ese modo el gobierno quedaría rodeado por ambos flancos en un triángulo cuya base sería el río donde se encontraba la flota rebelde.[22] El plan de Day fue rechazado y se decidió capitular.

Inmediatamente después, y mientras la Junta aún se hallaba reunida, recomenzó la lucha. Espina, había dado órdenes de atacar, porque la tregua había terminado. Inmediatamente se le ordenó detener el ataque, pero su actitud demostraba el descontento de una gran parte de los revolucionarios con la rendición.

Martes 29 de julio

El martes 29 de julio se firmó la capitulación en el Palacio Miró, estipulando las condiciones de la rendición y el proceso de desarme de la tropa.

Pese a la rendición firmada por los líderes revolucionarios los cantones se negaron a desarmarse y continuaron luchando, algunos de ellos incluso hasta el día siguiente. Esa tarde se produjo la última muerte de la revolución: la del teniente Manuel Urizar, agregado al Parque de Artillería.

Al atarcedecer Leandro Alem fue el último en dejar el Parque. Caminó solo hacia Talcahuano y Lavalle, donde se encontraba un grupo de soldados que se negaban a rendirse. Un subteniente le gritó que corría peligro. Ante la falta de respuesta de Alem el subteniente corrió y se abalanzó sobre él en el momento justo en que era disparada una descarga de fusilería que pasó sobre su cabeza.[23]

Consecuencias de la Revolución del Parque

Las víctimas
 La cantidad de víctimas causadas por la Revolución del 90 nunca ha sido bien establecida. Distintas fuentes hablan desde 150[24] hasta 300 muertos,[25] o en forma indiscriminada de 1.500 bajas sumando muertos y heridos.[26]

En el Cementerio de la Recoleta se levantó un panteón en memoria de los caídos en la Revolución del Parque. Desde entonces, cada año, la Unión Cívica Radical realizaba una marcha de fuerte contenido político desde el centro de la ciudad hasta el panteón.

En el Panteón de los Caídos en la Revolución del Parque se encuentran enterrados también Leandro Alem y los presidentes radicales Hipólito Yrigoyen, Arturo Illia y Raúl Alfonsín.

Actos de venganza y represión por la Revolución del '90Si bien el armisticio firmado el 29 de julio establecía que no tomarían represalias con los revolucionarios, en los meses siguientes se produjeron algunas matanzas que tenían como clara motivación tomar venganza por el levantamiento y advertir sobre las consecuencias de nuevos intentos.

En Saladas (provincia de Corrientes) se produjo una represión de opositores que se conoció como la Masacre de Saladas en la que fueron asesinados Manuel Acuña, Castor Rodríguez y Pedro Galarza.

Algo similar ocurrió en 1891, con un pequeño motín producido en el entonces territorio nacional de Formosa por algunos ex combatientes de la Revolución del 90, que terminó con el fusilamiento de los cabecillas luego de un "juicio verbal de guerra" que no fue registrado.[27]

Consecuencias políticas
Una vez vencida la revolución la Cámara de Senadores se reunió para tratar lo sucedido. En esa ocasión el senador por Córdoba Manuel D. Pizarro, roquista, pronunció una frase que se hizo histórica:

La revolución está vencida, pero el gobierno está muerto.
En ese discurso Pizarro sostiene que por la gravedad de los hechos el Presidente y todos los senadores debían renunciar.

El 6 de agosto de 1890, una semana después de la rendición, el presidente Miguel Juárez Celman presentó su renuncia, que le fue aceptada de inmediato. En su reemplazo asumió el vicepresidente Carlos Pellegrini, quien nombró a Julio A. Roca como su ministro del Interior.

Resulta evidente que Roca actuó secretamente en múltiples maneras para influir en el curso de la Revolución del 90 y en sus consecuencias. Terminada la insurrección, Roca fue quien más se fortaleció. El 23 de septiembre de 1890 le escribió lo siguiente a García Merou:

Ha sido una providencia y una fortuna grande para la República que no haya triunfado la Revolución ni quedado victorioso Juárez. Yo vi claro esta solución desde el primer instante, y me puse a trabajar en este sentido. El éxito más completo coronó mis esfuerzos y todo el país aplaudió el resultado, aunque haya desconocido al autor principal de la obra.[28]
Luego de la revolución la Unión Cívica comenzó a polarizarse detrás de las dos grandes tendencias que convivían en su seno, una más conservadora y conciliadora con el roquismo encabezada por Bartolomé Mitre, y la otra más combativa y enfrentada con el régimen de poder impuesto por Roca, encabezada por Leandro Alem. En 1891 esas diferencias llevaron a la fractura de la Unión Cívica en dos partidos: la Unión Cívica Nacional dirigida por Mitre, y la Unión Cívica Radical dirigida por Alem.

La Unión Cívica Radical utilizaría reiteradamente la lucha armada para responder a la falta de elecciones libres. En el futuro la UCR realizaría dos grandes insurrecciones armadas conocidas como Revolución de 1893 y Revolución de 1905, y otros varios levantamientos menores o locales. Ante la amenaza de nuevos levantamientos armados, en 1910 el recién elegido presidente Roque Sáenz Peña hizo un pacto secreto con Hipólito Yrigoyen para sancionar una ley estableciendo un sistema capaz de garantizar elecciones libres. La Ley fue sancionada en 1912, estableció el sufragio secreto y universal para varones, conociéndose como Ley Sáenz Peña.

Consecuencias sociales
La Revolución del '90 marcó un punto de quiebre en la historia argentina. La Revolución del '90 marca con claridad el momento en el que comienza a emerger una sociedad civil urbana, diferenciada en grupos sociales con demandas específicas. En particular la Revolución del '90 marca el momento en que la clase media ingresó a la vida pública.

Simultáneamente, la organización de la clase obrera en sindicatos, de partidos políticos modernos (Unión Cívica Radical, Unión Cívica Nacional, Partido Socialista, Liga del Sur), de las primeras cooperativas, organizaciones feministas, de revistas políticas opositoras, etc., conformó una sociedad urbana compleja que hizo cada vez más inviable la toma del poder mediante revoluciones callejeras.

En ese sentido la Revolución del '90 señala en la Argentina la emergencia del pueblo como sujeto político y social, exigiendo que se lo reconozca efectivamente como protagonista de la vida política, social y cultural, y demandando la configuración de una sociedad democrática.

El historiador Julio Godio dice:


La coyuntura económico-política del 90 aceleró la expresión política de nuevas capas sociales surgidas del proceso de desarrollo capitalista dependiente y puso también en movimiento a capas sociales intermedias ligadas a actividades económicas tradicionales. La formación de la Unión Cívica Radical, tres años después de la revolución, fue uno de los índices más claros del inicio del fin de una etapa política en el país; los mecanismos de funcionamiento del estado liberal ya no podían descansar solamente en los acuerdos entre los partidos estructurados por la clase alta a partir de la década del 70.[29]

La Revolución del '90 aparece así como un puente histórico entre los antiguos enfrentamientos armados rurales entre caudillos seguidos por masas indiferenciadas, y una sociedad urbana moderna fundada en el trabajo asalariado y una amplia clase media proveedora de servicios, que exige resolver los conflictos mediante procesos institucionales.

Referencias
1.↑ Cabral:412
2.↑ a b Cabral:413
3.↑ Cabral:414
4.↑ Cabral:415
5.↑ Cabral,1967:421
6.↑ Revolución del 90, por José M. Mendía- Luis O. Naón
7.↑ [H. S. Ferns, Gran Bretaña y Argentina en el Siglo XIX, Solar-Hachette, pag. 452]
8.↑ Jackal (1892), El secreto de la Revolución, Buenos Aires:La Defensa; Mendía, José M (1892), El secreto de la revolución: lo que no se ha dicho - Génesis del acuerdo, Buenos Aires:La Defensa del Pueblo
9.↑ Cabral:449
10.↑ Cabral:451
11.↑ Etchepareborda:58
12.↑ a b c Mendía,1892
13.↑ a b s:Exposición sobre la Revolución de 1890 - Leandro Alem
14.↑ Jitrik,1970:78
15.↑ Etchepareborda, 60
16.↑ Cabral, 454
17.↑ Jitrik,1970:82
18.↑ Cabral:458
19.↑ Don Quijote, por Carlos Boyadjian, publicado en Historia de Revistas Argentinas, Tomo III, AAER
20.↑ Don Quijote, Lea Revistas
21.↑ Etchepareborda,1966:60
22.↑ Etchepareborda, 61/62
23.↑ Cabral:463/464
24.↑ Enciclopedia visual Argentina Clarin
25.↑ Etchepareborda,1966
26.↑ Biografía de Carlos Pellegrini, Fundación Pellegrini
27.↑ Fusilamientos de Radicales en Formosa (Chaco Central) en 1891, por Eduardo R. Saguier, 2005
28.↑ Julio Argentino Roca: Biografía Visual (1843-1914), Marcela F. Garrido, Museo Roca, 2005
29.↑ Godio, Julio (2000). Historia del movimiento obrero argentino, Buenos Aires:Corregidor, Tomo I, pag. 95/96


Bibliografía

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CABRAL, César Augusto (1967). Alem: informe sobre la frustración argentina. Buenos Aires: A. Peña Lillo. ISBN.
DEL VALLE, Aristóbulo (1890). Exposición sobre la Revolución de Julio. Buenos Aires: Carta a Francisco Barroetaveña. Documento original en Wikisource.
ETCHEPAREBORDA, Roberto (1966). La Revolución Argentina del 90. Buenos Aires: EUDEBA.
JITRIK, Noé (1970). La Revolución del 90. Buenos Aires: CEAL.
LUNA, Félix (1964). Yrigoyen. Buenos Aires: Desarrollo.
MENDIA, José M; NAON, Luis O. (1892). La Revolución del 90. Buenos Aires:La Defensa. Consultado 24 de agosto de 2006.
SOMMI, Luis V. (1957). La revolución del 90. Buenos Aires: Pueblos de América