La CIA estaba al tanto y estaba interesada en los rumores de que el líder nazi Adolf Hitler escapó de Alemania al final de la Segunda Guerra Mundial y huyó a Sudamérica, según muestran documentos publicados esta semana por la agencia de inteligencia exterior estadounidense.
Se considera un hecho que Hitler se quitó la vida en un búnker en abril de 1945 mientras las fuerzas aliadas se acercaban, pero un agente de la CIA identificado solo con el apodo de "CIMELODY-3" informó a Washington en 1955 que un contacto de confianza le había informado que Hitler estaba vivo y bien, viviendo entre otros expatriados nazis en Colombia que todavía se referían a él como "der Furher".
El primero de los documentos relevantes al líder nazi es un memorando interno , clasificado como "Secreto" cuando fue enviado el 3 de octubre de 1955. Era de la estación de la CIA en Caracas, Venezuela, y decía que su contacto en Colombia le había mostrado a CIMELODY-3 una fotografía que supuestamente mostraba a otro oficial nazi fugitivo de pie junto a Hitler.
El 29 de septiembre de 1955, se mostró la foto a CIMELODY-3 para obtener su opinión sobre la posible veracidad de esta fantástica historia. Obviamente, CIMELODY-3 no estaba en condiciones de hacer comentarios. Sin embargo, tomó prestada la fotografía el tiempo suficiente para que esta Estación pudiera tomar las medidas que considerara oportunas, dice el memorando.
La granulada fotografía en blanco y negro sin duda muestra a un hombre que se parece al líder del Tercer Reich alemán, pero el escepticismo de la CIA es evidente en los comentarios.
De los documentos se desprende que CIMELODY-3 nunca conoció a la fuente real de la información, un ex soldado nazi de las SS identificado por la CIA como Phillip Citroen.
Citroën supuestamente le dijo a la fuente del agente de la CIA que conoció a "Hitler" en Tunja, Colombia, en 1954, un lugar que describió como "superpoblado por ex nazis alemanes".
Según CITROËN, los alemanes residentes en Tunja siguen a este supuesto Adolf Hitler con una idolatría del pasado nazi, llamándolo 'der Führer' y ofreciéndole el saludo nazi y adulación de soldado de asalto, según un segundo memorando enviado desde la oficina de campo de la CIA en Maracaibo a Washington a finales de octubre de 1955.
El Miami Herald informa que una carta enviada el mes siguiente, también publicada junto con los documentos de JFK, muestra que altos funcionarios de la CIA en Washington habían perdido interés en el asunto.
"Se considera que los enormes esfuerzos dedicados a confirmar los rumores podrían extenderse en este asunto, con escasas posibilidades de establecer algo concreto", cita la carta del Herald. "Por lo tanto, sugerimos que se desestime este asunto".
Según el Herald, esa fue la última mención de "Hitler" en Colombia por parte de la CIA, al menos en los documentos hechos públicos unos 60 años después.
Transcripción (inglés):
Secret CLASSIFICATION
DISPATCH NO.: HWCA-2592 DATE: 3 October 1955
TO: Chief, WHD FROM: Acting Chief of Station, Caracas /c/B INFO: Bogotá
Buenos Aires
Maracaibo
SUBJECT GENERAL: Operational SPECIFIC: Adolph HITLER
MICROFILMED JUL 26 1963 DOC. MICRO. SER.
On 29 September 1955, CIMELODY-3 reported the following. Neither CIMELODY-3 nor this Station is in a position to give an intelligent evaluation of the information and it is being forwarded as of possible interest.
CIMELODY-3 was contacted on 29 September 1955 by a trusted friend who served under his command in Europe and who is presently residing in Maracaibo. CIMELODY-3 preferred not to reveal the identity of his friend.
CIMELODY-3's friend stated that during the latter part of September 1955, a Phillip CITROEN (former German SS trooper) stated to him confidentially that Adolph HITLER is still alive. CITROEN claimed to have contacted HITLER about once a month in Colombia on his trip from Maracaibo to that country as an employee of the KNSM (Royal Dutch) Shipping Company. CITROEN indicated that HITLER left Colombia for Argentina around January 1955. CIMELODY-3’s friend stated that he took a picture with HITLER not too long ago, but did not show it. He also commented that, inasmuch as ten years have passed since the end of World War II, the Allies could no longer prosecute HITLER as a criminal of war.
Traducción al español:
Secreto CLASIFICACIÓN
NÚMERO DE DESPACHO: HWCA-2592 FECHA: 3 de octubre de 1955
PARA: Jefe, WHD DE: Jefe Interino de Estación, Caracas /c/B INFORMACIÓN: Bogotá
Buenos Aires
Maracaibo
ASUNTO GENERAL: Operacional ESPECÍFICO: Adolph HITLER
MICROFILMADO 26 JUL 1963 DOC. MICRO. SER.
El 29 de septiembre de 1955, CIMELODY-3 informó lo siguiente. Ni CIMELODY-3 ni esta Estación están en posición de hacer una evaluación inteligente de la información, por lo que se envía como un posible dato de interés.
CIMELODY-3 fue contactado el 29 de septiembre de 1955 por un amigo de confianza que sirvió bajo su mando en Europa y que actualmente reside en Maracaibo. CIMELODY-3 prefirió no revelar la identidad de su amigo.
El amigo de CIMELODY-3 declaró que a finales de septiembre de 1955, Phillip CITROEN (exsoldado de las SS alemanas) le informó confidencialmente que Adolph HITLER sigue vivo. CITROEN afirmó haber contactado a HITLER aproximadamente una vez al mes en Colombia durante sus viajes desde Maracaibo a ese país como empleado de la Compañía Naviera KNSM (Real Holandesa). CITROEN indicó que HITLER dejó Colombia con destino a Argentina alrededor de enero de 1955. El amigo de CIMELODY-3 mencionó que se tomó una foto con HITLER hace no mucho tiempo, pero no la mostró. También comentó que, dado que han pasado diez años desde el final de la Segunda Guerra Mundial, los Aliados ya no podrían procesar a HITLER como criminal de guerra.
“Urgente
y confidencial”: cómo obligaron a un empresario a venderle 5000
pistolas a la Fundación Eva Perón para crear una milicia obrera
La pistola Ballester Molina Cal.45 junto a un libro que habla de sus características
Una
carta de puño y letra de Carlos Ballester Molina, a cargo de la empresa
Hafdasa, cuenta cómo en 1951 lo conminaron a vender armamento a la
Fundación de la esposa del presidente para proteger a Perón de posibles
ataques
Germán Wille
El 28 de noviembre de 1951, a las 8.30 de la mañana, Carlos Ballester Molina hijo, presidente de la fábrica de armas Hafdasa, ingresó a un despacho del Ministerio de Hacienda donde había sido citado, de manera urgente, una hora antes. Allí fue recibido por un subsecretario de esa cartera de apellido Cicarelli que, sin demasiado preámbulo y de manera imperativa, le dijo: “Tengo la orden de la señora Eva Perón de
adquirir a ustedes la provisión de 5000 pistolas y 2000 ametralladoras,
entrega que deberá hacerse de inmediato y en la forma más
confidencial”. La transmisión de esa orden, añadió entonces Cicarelli,
provenía directamente del administrador de la Fundación Eva Perón (FEP), a la sazón el ministro de Hacienda del primer gobierno de Juan Domingo Perón, Ramón Cereijo.
El episodio está narrado en una carta que dejó escrita de puño y letra a su familia el propio Carlos Ballester Molina,
fallecido en 1997, y a la que LA NACION tuvo acceso de forma exclusiva.
En ella, el ingeniero y empresario cuenta, con lujo de detalles, cómo
fue “obligado” a vender armas fabricadas por su empresa -las famosas
pistolas semiautomáticas Ballester Molina- a la Fundación Eva Perón. Y como, además, hubo gente que le pidió “comisiones” durante la transacción.
Primeras líneas de la carta que Carlos Ballester Molina hijo dejó a sus familiares, escrita en una hoja con membrete Gentileza Ignacio Ballester Molina
Si
bien la carta no lo dice, el armamento solicitado tenía como destino
proteger a Perón de posibles ataques o tentativas para derrocarlo. De
hecho, dos meses antes del encuentro en el Ministerio de Hacienda, el 28 de septiembre de 1951, el general Benjamín Menéndez
había encabezado un conato de levantamiento contra el presidente. “A
partir de ese intento revolucionario, salió la idea, no se sabe si por
parte de Eva, que estaba muy enferma, o de alguien que la rodeaba, de
que había que dar armas a la CGT a través de la Fundación para hacer una milicia para defender a Perón”, explica a este medio Roberto Azaretto, presidente de la Academia Argentina de Historia y miembro de la Comisión Directiva del Instituto de Historia Militar.
“Sufrí con todo esto durante toda mi vida”
“Obviamente las armas eran para armar la milicia de Perón”, asevera en el mismo sentido Ignacio Ballester Molina, de 51 años, abogado con una maestría en Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas, hijo de Carlos y
poseedor de la carta que su papá dejó a su familia para contar la
verdad de lo que había pasado con la Fundación. “Las escribió para sus
hermanos y para todos en general, porque lo acusaban de ‘peronista’, que
él no lo era, por el tema de la FEP y de que él había armado la venta
de armas. Incluso se peleó a muerte con uno de sus hermanos”, dice Ignacio, a quien su padre también le dejó documentos oficiales que certifican lo que él había escrito en su misiva.
Ignacio
Ballester Molina recibió de manos de su padre la carta en la que este
último explicaba cómo lo obligaron a vender armas a la Fundación Eva
Perón Gentileza Ignacio Ballester Molina
“Yo
te voy a dar esto solo a vos, porque sabés guardar secretos. No se lo
di ni se lo dije a nadie. Pero esto fue lo que pasó y yo sufrí mucho con
todo esto durante toda mi vida. Hacé lo que quieras con esto”, le dijo
Carlos a su hijo al entregarle la carta en sobre lacrado, apenas unos
meses antes de su muerte. “Mi viejo en el momento en que lo llaman de la
Fundación tenía 27 años. Se c... todo. Y mi abuelo (Carlos Ballester
Molina padre, entonces dueño de Hafdasa) se había ido a Uruguay, porque se había peleado con Perón”, añade Ignacio.
Para poner la situación en contexto, vale decir que para el año 1951, la fábrica Hafdasa, ubicada en la calle Campichuelo 250, en el barrio porteño de Caballito, fabricaba, entre otro tipo de armas, las pistolas Ballester Molina que eran, desde 1938, las de uso oficial del Ejército Argentino y de una gran cantidad de fuerzas de seguridad del país.
Carlos Ballester Molina hijo junto a la pistola semiautomática Ballester Molina en el Museo de Armas de Buenos Aires Gza. Ignacio Ballester Molina
Nacimiento y evolución de una empresa argentina
La
historia de esta compañía había arrancado a principios de la década del
‘20, cuando dos inmigrantes mallorquíes que eran cuñados, Arturo Ballester Janer y Eugenio Molina
abrieron en Buenos Aires una subsidiaria de la firma europea
Hispano-Argentina para poder importar autos. Pero pronto, estos
españoles no se contentaron con la mera importación y pensaron en crear
una fábrica para hacer sus propios vehículos y motores. Así es como nace
Hispano Argentina Fábrica de Automóviles Sociedad Anónima (Hafdasa) con su sede de una manzana en Caballito, donde se contaba con la máxima tecnología.
“Esta
fábrica va con la historia de la época, en los años 30, de la
sustitución de importaciones, que después enganchó con el peronismo.
Imperaba la ideología de ‘hagamos las cosas nosotros por una cuestión de
soberanía’”, explica Ignacio Ballester Molina y luego
añade que, si bien Hafdasa fue creada por Arturo Ballester y Eugenio
Molina, el gerente de la fábrica, desde el principio, fue Carlos Ballester Molina (padre), hijo de Arturo, padre de Carlos y el abuelo de Ignacio.
Una postal de la fábrica Hafdasa, ubicada en Campichuelo 250, en el barrio porteño de Caballito Gentileza Ignacio Ballester Molina
Al
comienzo, en la fábrica se producían motores diésel y a nafta, de
diferentes potencias “íntegramente fabricados en Campichuelo”, asevera Ignacio.
También hicieron camiones con motores diésel para el ejército y
llegaron incluso a crear varios prototipos de autos, como el PBT, que no
pudo desarrollarse más por el estallido de la Segunda Guerra Mundial, y
los problemas para conseguir insumos.
Pero,
más allá de la buena producción de motores y algunos vehículos que
sostenía la firma, pronto pasaría a dedicarse a la fabricación de armas,
rubro en el que se destacaría fuertemente. Primero, según cuenta Ignacio,
se empezaron a confeccionar en la empresa los fusiles. “Bajo la
licencia de Mauser, lo hacían en Hafdasa y lo proveían al ejército. Y
les salían muy bien”, asegura el descendiente de los creadores de
aquella empresa.
Carlos Ballester Molina padre prueba uno de los motores y chasis construidos en Hafdasa Gentileza Ignacio Ballester Molina
Carlos
Ballester Molina, uno de los creadores de la pistola argentina usada
oficialmente por el Ejército Argentino, prueba un motor diesel también
realizado en Hafdasa AGN
Se crea la pistola Ballester Molina
Con este buen antecedente en su historial, para mediados de la década del ‘30, la Dirección General de Material del Ejército Argentino (DGME) encargó a Hafdasa la fabricación de armas portátiles. La idea era tener una pistola semiautomática
calibre 45 que suplantara a la Colt M1911 1, el arma de puño que hasta
entonces utilizaban las Fuerzas Armadas y la policía de la Argentina.
Así, con la base de los diseños de pistolas españolas de las marcas Llama y Star y con muchas similitudes a la mencionada Colt1911, nació la pistola Ballester Molina. En rigor, los primeros dos años, entre 1938 y 1940, el arma se llamó Ballester
Rigaud, en homenaje al ingeniero francés Rorice Rigaud, que participó
en el diseño de las pistolas. Pero pronto este profesional galo abandonó
la fábrica (“maltrataba al personal”, asevera Ignacio) y el arma de
puño pasó a tomar el nombre del dueño de la fábrica, con el que se
harían célebres: pistolas Ballester Molina.
Carlos Ballester Molina (h.) habla a los operarios de Hafdasa Gentileza Ignacio Ballester Molina
Juan Manuel Fangio visita Hafdasa y sonríe con los Ballester Molina, Carlos padre y Carlos hijo Gentileza Ignacio Ballester Molina
Las armas tenían la característica de que podían intercambiar sus cargadores y cañones con las Colt que
utilizaban hasta entonces los uniformados argentinos. La Ballester
Molina tenía, entre otras de sus características, un rombo grabado en la
base del cargador con las letras HA, correspondientes a Hispano Argentina.
El
tema es que, luego de superar exigentes pruebas de calidad, entre 1938 y
bien entrada la década del ‘50, la pistola Ballester Molina, se
convirtió en el arma de puño oficial de varias fuerzas de seguridad del
país. Entre ellas, el Ejército, la Policía Federal, la Policía Aduanera,
la Gendarmería Nacional, la Armada Argentina.
El
general Juan Domingo Perón bebe una copa con Arturo Ballester Janer
(con canas, barba y bigote) y Carlos Ballester Molina padre (traje
negro, de frente) Gentileza Ignacio Ballester Molina
Ignacio Ballester Molina asevera que en Hafdasa había
una “conexión genuina entre la patronal y los obreros: había 600
operarios industriales y nunca hubo un problema sindical”. Destaca,
además, que cada parte de la pistola, “hasta el último tornillo” se
realizaba en la Argentina.
El hijo y
nieto de los que llevaron adelante aquella fábrica de armas cuenta una
curiosidad más, que tiene que ver con la historia del peronismo, y
también de la Argentina: “José Ignacio Rucci, con su
bolsito que venía de Navarro, cayó a la fábrica a buscar laburo. Ahí
empezó a hacer sus primeras armas, literal y metafóricamente, y empezó a
hacerse conocido... se convirtió en el delegado gremial de la fábrica”.
El rombo con las letras HA, de Hafdasa, en la base del cargador de la Ballester Molina Forgotten Weapons
Proteger a Perón
Fue a finales de noviembre de 1951 cuando Carlos Ballester Molinahijo
recibió la invitación telefónica para asistir al Ministerio de
Hacienda. Para aclarar los términos entre los dos empresarios con el
mismo nombre. Carlos Ballester Molinapadre, nacido en 1898, ingeniero industrial y pionero en el desarrollo de Hafdasa, se había ido unos años antes a vivir a Uruguay y había dejado a cargo de la compañía a su hijo Carlos, nacido en 1925 -tenía solo 27 años- y graduado de ingeniero aeronáutico en la provincia de Córdoba.
En ese entonces, el general Juan Domingo Perón
estaba en las postrimerías de su primer mandato presidencial y ya había
lanzado su candidatura para la reelección. En principio, hubo una gran
movida para que Eva Perón, su esposa, fuera su
compañera de fórmula -hubo un anuncio multitudinario en la 9 de julio en
agosto de ese año-, pero finalmente, la misma Eva anunció la renuncia a su candidatura. Se encontraba gravemente enferma.
La actriz Eva Perón junto a su esposo y presidente de la Argentina, general Juan Domingo Perón Getty Images
Primera
plana de La Nación que reporta que fue sofocado un intento de golpe de
estado contra Perón del 28 d septiembre de 1951, posiblemente el hecho
que dio pie a la compra de armas por parte de la Fundación Eva Perón Archivo Nacional de la Memoria
A
su vez, grupos opositores al gobierno, en especial dentro de las
Fuerzas Armadas, planificaban acciones para la caída del gobierno, como
la de septiembre del ‘51, cuando el general Menéndez a la cabeza de varios uniformados intentó dar un golpe de estado.
Si
bien el gobierno contaba con fuerte apoyo de buena parte de la
población, había también distintos sectores dispuestos a terminar con
él. Por ello fue que alguna persona relacionada a la Fundación Eva Perón
(¿la misma Evita?) tuvo la idea de formar milicias obreras para
proteger al líder. Y allí se produjo el “pedido” de armas a Hafdasa. Un
pedido del que el propio Carlos Ballester Molinahijo
dejó constancia a través de una carta, fechada en febrero de 1953, y
varios documentos probatorios, que quedaron en posesión de su hijo Ignacio.
Eva
Perón en un acto por el día de la minería; detrás suyo se encuentra
Ramón Cereijo, ministro de Hacienda del primer gobierno de Juan Domingo
Perón y administrador de la Fundación Eva Perón Fundación Ceppa
Un pedido y una amenaza
En la misiva, Carlos Ballester Molina asegura que la primera reacción que tuvo ante la exigencia de Cicarelli de vender las pistolas y ametralladoras a la Fundación Eva Perón
fue negarse: “Al recibir esta orden y ver los efectos que dichas armas
podían producir, objeté”, escribió el ingeniero. Luego, el empresario le
aseguró a su interlocutor que responder a esa solicitud era
“completamente imposible” ya que no tenían en los almacenes los
materiales necesarios para la producción de esas unidades.
Entonces,
el ingeniero recibió una respuesta cargada de ironía por parte de
Cicarelli, quien se mostró extrañado por la respuesta evasiva de
Ballester Molina, pues él tenía “toda la documentación pertinente” a las
declaraciones juradas al Ministerio de Industria donde se hacía mención
de los aceros al cromo-níquel y demás herramientas que tenía la fábrica
para le ejecución de eventuales trabajos. Esta intervención del hombre
de Hacienda sería lo que hoy se llama “un carpetazo”.
Aviso
de General Electric sobre su trabajo en el edificio de la Fundación Eva
Perón, que tenía su sede donde hoy se encuentra la Facultad de
Ingeniería, en Paseo Colón al 800.
Revista de Arquitectura 1953
A continuación, el subsecretario de Hacienda soltó una frase que al empresario le sonó como una velada amenaza: “Claro que si ustedes no quieren colaborar, nosotros le agradecemos de igual forma”.
En otro párrafo de la carta, Ballester Molina
señala que se dio cuenta que el hecho de no aceptar llevar a cabo la
operación “traería por consecuencia la clausura del establecimiento,
quedando todo el personal obrero, muchos de los cuales tenían 30 años de
servicio, en la calle y sin trabajo”. De modo que él decidió “‘agachar
la cabeza’, como en tantas ocasiones la fuerza lo impone y realizar el
convenio”.
La inscripción con los datos básicos en la corredera de la pistola Ballester Molina, un arma de industria argentina Forgotten Weapons
El permiso del ejército
Cicarelli le dijo al empresario que recibirían un 30 por ciento de anticipo por la adquisición, pero también le informó que Hadfasa tendría la “obligación de un ‘descuento’ del cinco por ciento que diera en forma de donación” a la Fundación.
Otro
pedido del funcionario preocupó seriamente al joven empresario, y así
lo escribió en su carta: “Me dijeron así mismo que debía entregarlas
(las armas) sin autorización del ejército, cosa que me opuse
terminantemente, haciéndole saber que antes prefería ir preso o que me
cerraran la fábrica como él me había amenazado”.
Humberto
Sosa Molina (segundo desde la izquierda) junto a Juan Domingo Perón y
otros militares en el USS Huntington, en el año 1948 wikicommons
La autorización del ejército que solicitaba Ballester Molina llegó tiempo más tarde, a través de una carta firmada por el ministro de Defensa de la Nación, general José Humberto Sosa Molina. Allí podía leerse: “Este
Ministerio acuerda el permiso para que esa firma provea a la Fundación
Eva Perón las 5000 pistolas automáticas con firma Ballester Molina,
calibre 45, que oportunamente fueron solicitadas”.
Esta carta estaba dirigida a Industria General Argentina (IGA), una distribuidora de Hafdasa, que el propio Carlos Ballester Molina
utilizó para realizar esta operación. “Mi viejo tuvo que inventar una
empresa, que era IGA, para terciarizar el asunto”, señala Ignacio. A
cargo de esa firma, el ingeniero puso a Carlos Stehlin, a quien describió en su carta como “de nacionalidad americana y que poseía la medalla de la lealtad peronista”.
Documento
con la firma del Ministro de Defensa, General Sosa Molina, en el que se
autoriza, por parte del Ejército Argentino, la venta de armas a la
Fundación Eva Perón Gentileza Ignacio Ballester Molina
La pistola Ballester Molina cal.45 fue utilizada oficialmente por el Ejército Argentino entre 1938 y fines de la década del '50 Facebook / Albumes de armamento y munición
¿Perón lo sabía?
En este punto de la carta, vale preguntarse si el general Perón podía
haberse mantenido al margen de esta operación, si en verdad se trató de
un operativo hecho a sus espaldas. De acuerdo con el historiador Roberto Azaretto,
todo esta adquisición de armas se realizó “sin que se entere Perón”. El
historiador asevera: “Cuando él se entera, lo impide y ordena que esas
armas vayan al ejército”.
Carolina Barry, que es doctora en Ciencias Políticas, Investigadora Principal del Conicet y que realizó exhaustivos trabajos enfocados en Eva Perón
y la rama femenina del peronismo, en diálogo con LA NACION, dio su
propia versión al respecto: “Es muy difícil que Perón no lo supiera.
Muchas veces se hacía el tonto. Estas eran cosas de Eva, pero difícil que no lo supiera”. Por otra parte, la académica coincide con Azaretto en que las armas fueron secuestradas por el líder justicialista. Según lo que investigó ella, luego las destinaron al arsenal Esteban de Luca y finalmente las entregaron a Gendarmería.
Los
que estudiaron el tema de la compra de armas por parte de la Fundación
Eva Perón opinan que Perón no sabía lo que estaba ocurriendo o que sabía
y se hizo el desentendido Archivo General de la Nación
Roberto
Azaretto, presidente de la Academia Argentina de Historia, cree que la
compra de armas para la Fundación Eva Perón se hizo a espaldas del
mandatario Gza. Roberto Azaretto
La versión de Ignacio Ballester Molina
es similar: “Perón, enterado de la operación por Rucci y por Carlos
Ballester Molina, esperó a que se hiciera, las secuestró de la Fundación
y se las dio al Ejército”. El hijo del empresario añade algo en que
coincide con Azaretto y Barry: “Jamás un militar como Perón hubiera permitido armar civiles”.
En
ese sentido, Azaretto dice: “Para entender a Perón hay que tener claro
que era un hombre del ejército, lo demostró cuando retornó en el ‘73, lo
primero que hizo fue ponerse el uniforme, en ningún momento admitía el
tema de la milicia”.
Como todo militar, el general Perón estaba en contra de que el pueblo se arme, coinciden los historiadores Universal History Archive - Universal Images Group Editorial
“Como buen militar, a Perón no
le pareció adecuado el tema de armar al pueblo, ya que contradice
cualquier principio militar, del ejército sobre todo”, asevera Barry,
aunque añade: “Pero también, según los cables de la CIA, es interesante
ver la cantidad de intentos de asesinato que hay en esos tiempos contra
Perón. El de septiembre del ‘51 es solo uno. En esa lógica, no me
extraña que la misma Eva pensara en las armas y que Perón se hiciera el desentendido... después reaccionó”.
“Nosotros, los de la CGT”
La carta del ingeniero Ballester Molina tampoco lo dice, pero los historiadores coinciden en que las armas exigidas por la Fundación Eva Perón serían para repartir a través de la CGT, que en ese momento estaba a cargo de José Espejo,
un hombre muy vinculado a la esposa del presidente. “Eran la mano
derecha uno de otro -asegura Barry-. Espejo era más leal a Eva que al
mismo Perón, es él el que plantea la vicepresidencia de ella para el
segundo mandato. La CGT es la principal entidad que le da recursos a la
Fundación Eva Perón, y ella se presentaba casi como diciendo: ”Nosotros, los de la CGT".
El secretario general de la CGT, José Espejo (tercero desde la izquierda), tenía un vínculo muy fuerte con Eva Perón Gentileza Fundación Ceppa
La investigadora de Conicet deja
otro dato interesante en relación con las armas que tenían como destino
la CGT: “Tuve la oportunidad de conversar con gente cercana de Eva Perón, como la hija de José Espejo y la hija de Atilio Renzi,
que era el intendente de la residencia presidencial en el Palacio
Unzué, y ellas tenían el mismo tipo de arma que les había regalado la Fundación. Ambos tenían borrado en la empuñadura una inscripción que habían limado”.
Según lo que cuenta Ignacio Ballester Molina,
las armas con destino a la Fundación, tenían marcada una letra “F” en
el guardamonte, que es la pieza de metal que protege al gatillo. “La ‘F’
por la fundación”, aclara". Y Barry acota otro dato respecto a las
pistolas: “Ya muerta Eva, la Fundación le entrega a las diferentes
dependencias, como directoras de los hogares de tránsito, un arma para
defenderse. Si son estas mismas pistolas o son otras, no lo sé”.
Carolina Barry, investigadora principal del Conicet, realizó un exhaustivo trabajo sobre la relación entre Eva Perón y la CGT Gza. Carolina Barry Eva Perón, José Espejo y Juan Domingo Perón, cuando todo era sonrisas Ig @lo.invento.peron
Lo cierto es que, luego de la muerte de Eva Perón, el 26 de julio de 1952, es el propio general Perón el que decide desprenderse de todos los hombres que habían estado cerca de ella. “Se los saca de encima”, dice Azaretto y
añade: “A los pocos meses los hace renunciar. En el 17 de octubre
posterior a la muerte de Evita, en el acto, hay una silbatina enorme
contra Espejo que hace que esa misma noche renuncie a
la secretaría general de la CGT. En pocos meses, no queda nadie de los
que habían llegado a posiciones con el influjo de Evita”.
“Según la familia de Espejo, antes de morir, Eva le había pedido al dirigente que se exiliara porque la iba a pasar muy mal”, dice Barry, en el mismo sentido.
Documento donde IGA detalla los plazos de entrega de las pistolas Ballester Molina a la Fundación Eva Perón Gentileza Ignacio Ballester Molina
El Príncipe de Holanda
La carta de Ballester Molina
contradice también otra versión que existía entonces y subsistió en el
tiempo que decía que, en realidad, el que había provisto las armas para
las milicias obreras había sido el príncipe consorte Bernardo, de Holanda.
Esto se refleja en una escena de la película Eva Perón,
de Juan Carlos De Sanzo, cuando la mujer del general -interpretada por
Esther Goris-, sabiendo que no le queda mucho de vida, le dice a Espejo y
a otros dirigentes: “Yo no sé qué va a ser de mí ahora, Dios dirá, pero
por sobre todas las cosas quiero que nunca lo dejen solo a Perón (...) yo le compré al príncipe de Holanda 5000 pistolas automáticas y 1500 ametralladoras. Son para ustedes, muchachos, que sirvan para defender a Perón". El
príncipe consorte Bernardo de Holanda, marido de la reina Juliana,
ayuda a Eva a ponerse su abrigo en una cena íntima en la residencia
presidencial. Gentileza Fundación Ceppa
Si bien se trata de un diálogo ficcionado escrito por el guionista José Pablo Feinmann, la relación entre el príncipe consorte Bernardo -abuelo del actual rey de Holanda- y las armas no era algo descabellado: “Mi pista venía por ese lado”, señala Barry y añade: “Él príncipe estuvo en la Argentina en
abril de 1951, la condecoró a Eva con la Gran Cruz de la Orden de
Orange-Nassau, parte de sus negocios era el tráfico de armas... pero no
es fácil de comprobar en documentación”.
Azaretto,
por su parte, niega esta posibilidad, y la considera una “leyenda”. “No
es cierto que las armas las haya vendido el príncipe. Fue Ballester Molina.
Bernardo visita por esa época la Argentina, acá lo agasajaron, lo
llevaron a la Ciudad Infantil, lo que hacía el peronismo en esa época,
pero en realidad él lo que concreta es la venta de material ferroviario
muy importante”.
Fragmento del filme Eva Perón, de Juan Carlos Desanzo
El historiador tiene una explicación para esta versión: “Usaban eso como nombre clave para la compra de armas, se decía Operación Príncipe de Holanda, de ahí viene la confusión de que las armas las vendía él”.
Tras
la caída de Perón en septiembre de 1955, el gobierno que lo derrocó
comenzó a investigar las acciones ilícitas o sospechosas de serlo
realizadas por el gobierno peronista. Una de estas acusaciones puede
leerse en la primera plana del diario Clarín, del 30 de septiembre de
1955, donde se informa: “Por orden del entonces ministro de Defensa,
general Sosa Molina, se entregaron en 1952 a la
Fundación Eva Perón 5000 pistolas calibre 45 Ballester Molina”. El que
había informado a la comisión investigadora sobre esa entrega de armas,
según el mismo periódico, era el exministro de Hacienda, Ramón Cereijo.
Carlos Ballester Molina hijo recibió el pedido de suministrar armas a la Fundación Eva Perón Gentileza Ignacio Ballester Molina
Aquí
no se hace mención al príncipe de Holanda pero, así como Barry, hay
historiadores del peronismo, como Norberto Galasso, que sugieren que el
noble neerlandés tuvo alguna participación en esta operación. Pero la
carta de Ballester Molina no lo menciona en modo alguno.
El pedido de “comisiones”
Con respecto a las ametralladoras mencionadas en la carta de Ballester Molina, es menester aclarar que esas efectivamente nunca llegaron a la Fundación Eva Perón. De hecho, entre los documentos que tiene Ignacio Ballester Molina,
hay uno, con fecha del 6 de agosto de 1952, que corresponde a la
rescisión de contrato por la compra de esas armas de común acuerdo entre
IGA y la FEP.
Además
de la manera imperativa en que se exigen las armas y el pedido de aquel
“descuento” de 5 por ciento en favor de la FEP, en la transacción hay
otro detalle curioso que remarca Ballester Molina en su carta. Esto es
un llamativo pedido de “comisiones” para dos personas.
Se lee en la carta: “He aquí que aparece un señor Henry Frank, sabedor de esta negociación, diciéndonos que era (indispensable) otorgarle a favor de él y de una señorita Raquel Rubin
una bonificación del 2 y medio por ciento para él y del 5 por ciento
para la segunda”. El empresario acota que si eso se suma al 5 por ciento
de donativo exigido por Cicarelli llega todo al 12 y medio por ciento, lo que reducía la ganancia por cada pistola de 800 pesos a prácticamente 700 pesos.
Documento donde queda asentada la contribución a la señorita Raquel Rubin por su intervención en la compra de armas Gentileza Ignacio Ballester Molina
Dos cartas dirigidas respectivamente a Rubin y a Frank por parte de IGA confirman
el acuerdo por el pago de estas “comisiones” a ambos personajes, por
sus supuestas tareas para contribuir en la operación de la compra de
armas. Para Ignacio Ballester Molina, esto se trató, lisa y llanamente de un “pedido de coima”.
La
entrega de las armas a la Fundación entra en una nebulosa. De acuerdo
con uno de los documentos, el envío final de las pistolas estaba
estipulado para el 31 de julio de 1952. Pero lo más seguro es que los
tiempos se hayan dilatado o que, teniendo en cuenta la muerte de Evita y
la caída en desgracia de sus allegados, las últimas entregas nunca se
hayan producido.
La
firma de Carlos Ballester Molina hijo en la carta que dejó para que sus
familiares conocieran la verdad sobre la venta de armas a la Fundación
Eva Perón Gentileza Ignacio Ballester Molina
En la carta, Ballester Molina
informa que el 1 de abril de 1952 se fue de viaje a los Estados Unidos,
donde llegó en agosto, previa recorrida de latinoamérica. El empresario
aclara en su carta: “En ese lapso de tiempo parece que unos componentes
de IGA realizaron negocios con el gobierno, ejecutando con la Fundación
negocios a los que me encontraba completamente ajeno”.
“Las
armas se vendieron cuando mi viejo se fue a ese viaje”, asegura
Ignacio, en consonancia con lo que escribió su padre en la carta. El
hijo de Carlos Ballester Molina cierra este tema con un pensamiento
paradójico: “A mi viejo y a mi abuelo jamás les importó hacer armas.
Empezó por un encargue que les salió demasiado bien. El vector de su
vida era ser un fabricante de vanguardia de autos y de aviones....emular
a (Henry) Ford y a (Howard) Hughes”. Pero la historia se disparó hacia
otro lado...
Ni una maldita rebelión militar puede organizar un peroncho
Argentina en la Memoria @OldArg1810
El 9 de junio de 1956 tuvo lugar el levantamiento del general Juan José Valle, y otros militares y civiles que participaban en la resistencia peronista, contra el gobierno de la Revolución Libertadora, presidido por el general Pedro Eugenio Aramburu.
Al adoptar sus duras políticas antiperonistas, el gobierno debió tomar en cuenta la posibilidad de la violencia contrarrevolucionaria. Sobre todo en razón de las medidas punitivas que adoptaba contra aquellos a quienes consideraba beneficiarios inmorales del "régimen peronista". La detención de personalidades prominentes, la investigación de personas y compañías presuntamente involucradas en ganancias ilícitas, y las amplias purgas que afectaron a personas que ocupaban cargos sindicales y militares contribuyó a formar un grupo de individuos descontentos.
No era sino lógico esperar que algunos de ellos, en especial los que tenían formación militar, apelaran a la acción directa para hostigar al gobierno o para derribarlo. Aunque los incidentes por sabotajes hechos por obreros fueron comunes en los meses que siguieron a la asunción de Aramburu, fue sólo en marzo de 1956, como consecuencia de los decretos que habían declarado ilegal al Partido Peronista, prohibido el uso público de símbolos peronistas y otras descalificaciones políticas, cuando empezaron las confabulaciones.
Un factor que contribuyó a ello, aunque en última instancia condujo a error, pudo ser la decisión del gobierno, anunciada en febrero, de eliminar del código de justicia militar la pena de muerte para los promotores de rebeliones militares. Este castigo, que había sido promulgado por el Congreso controlado por el Partido Peronista, y que representaba los intereses de Perón, después del intento golpista de septiembre de 1951, encabezada por el general Menéndez, se eliminaba del código militar sobre la base de que “es violatorio de nuestras tradiciones constitucionales que han suprimido para siempre la pena de muerte por causas políticas”. Los hechos probarían que esta declaración era prematura.
La figura prominente en los intentos de conspiración contra Aramburu fue el general (RE) Juan José Valle, que se había retirado voluntariamente tras la caída de Perón y de participar activamente en la Junta Militar de oficiales leales que consiguió la renuncia de Perón y entregó el gobierno al general Eduardo Lonardi en septiembre de 1955.
Valle trató de atraer a otros oficiales descontentos con las medidas del gobierno. Uno de los que optó por unirse a él fue el general Miguel Iñiguez, profesional que gozaba de gran reputación y que aún estaba en servicio activo, aunque revistaba en disponibilidad, a la espera de los resultados de una investigación de su conducta como comandante de las fuerzas leales en la zona de Córdoba, en septiembre de 1955. Iñiguez no había intervenido en política antes de la caída de Perón, pero con profunda vocación nacionalista, el general Iñiguez se unió al general Valle en la reacción contra la política del gobierno de Aramburu.
A fines de marzo de 1956, Iñiguez consintió en actuar como jefe de estado mayor de la revolución, pero pocos días después fue arrestado, denunciado por un delator. Mantenido bajo arresto durante los cinco meses subsiguientes, pudo escapar al destino que esperaba a sus compañeros.
La conspiración de Valle fue, en esencia, un movimiento militar que trató de sacar partido del resentimiento de muchos oficiales y suboficiales en retiro así como de la intranquilidad reinante entre el personal en servicio activo. Aunque contaba con la cooperación de muchos civiles peronistas y con el apoyo de elementos de la clase trabajadora, el movimiento no logró la aprobación personal de Juan Domingo Perón, por ese entonces exiliado en Panamá.
El degenerado sexual y su banda
En sus etapas preliminares, el movimiento trató de atraer a oficiales nacionalistas descontentos con Aramburu que habían tenido roles claves durante el intento golpista de junio de 1955, en el golpe de Estado a Perón en septiembre de 1955 y durante el gobierno de Lonardi, como los generales Justo Bengoa y Juan José Uranga, que acababan de retirarse; pero el evidente desacuerdo acerca de quien asumiría el poder tras el triunfo, terminó con la participación de ellos. Finalmente, los generales Juan José Valle y Raúl Tanco asumieron la conducción de lo que denominaron “Movimiento de Recuperación Nacional” y ellos, en vez de Perón cuyo nombre no apareció en la proclama preparada para el 9 de junio, esperaban ser sus beneficiarios directos.
El plan disponía que grupos comandos de militares, en su mayor parte suboficiales y civiles coparán unidades del Ejército en varias ciudades y guarniciones, se apropiaran de medios de comunicación y distribuyeran armas entre quienes respondieran a la proclama del levantamiento.
Este incluía diversos ataques terroristas a edificios públicos, a funcionarios nacionales y provinciales, a locales de los partidos políticos relacionados a la Revolución Libertadora, y a las redacciones de diversos diarios del país. También había una extensa lista de militares y dirigentes políticos, simpatizantes del gobierno, que serían secuestrados y fusilados por el Movimiento de Recuperación Nacional, cuyos domicilios fueron marcados con cruces rojas en esas horas.
Uno de ellos fue el que ocupaban el dirigente socialista Américo Ghioldi y la profesora Delfina Varela Domínguez de Ghioldi, en la calle Ambrosetti 84, en pleno barrio de Caballito. Otros domicilios que fueron marcados con las cruces rojas fueron los de Pedro Aramburu, Isaac Rojas, de los familiares del fallecido Eduardo Lonardi, Arturo Frondizi, del monseñor Manuel Tato, Alfredo Palacios, entre otros.
El gobierno tenía conocimiento desde hacía poco tiempo que se preparaba una conspiración, aunque no sabía con precisión su alcance ni su fecha. A principios de junio, varios indicios, entre ellos la aparición de cruces pintadas, hicieron pensar que el levantamiento era inminente. Por este motivo, antes que el presidente Aramburu saliera de Buenos Aires entre compañía de los ministros de Ejército y de Marina para una visita programa a las ciudades de Santa Fe y Rosario, se resolvió firmar decretos sin fecha y dejarlos en manos del vicepresidente Rojas para poder proclamar la ley marcial, si las circunstancias lo exigían.
El 8 de junio la policía detuvo a cientos de militares gremiales peronistas para desalentar la participación obrera en masa en los movimientos planeados. Los rebeldes iniciaron el levantamiento entre las 23 y la medianoche del sábado 9 de junio, logrando el control del Regimiento 7 de Infantería con asiento en La Plata, y la posesión temporaria de radioemisoras en varias ciudades del interior. En Santa Rosa, provincia de La Pampa, los rebeldes coparon rápidamente el cuartel general del distrito militar, el departamento de policía, y el centro de la ciudad. En la Capital Federal, los oficiales leales, alertados horas antes del inminente golpe, pudieron frustrar en poco tiempo el intento de copar la Escuela de Mecánica del Ejército, y su adyacente arsenal, los regimientos de Palermo, y la Escuela de Suboficiales de Campo de Mayo.
Sólo en La Plata los rebeldes pudieron sacar partido de su triunfo inicial, con la ayuda del grupo civil, para lanzar un ataque contra el cuartel general de la policía provincial y el de la Segunda División de Infantería. Allí, sin embargo, con refuerzos del Ejército y la Marina que acudieron en apoyo de la Policía, se obligó a los rebeldes a retirarse de las instalaciones del regimiento donde, tras los ataques de aviones de la Fuerza Aérea y la Marina, se rindieron a las 9 de la mañana del 10. Los ataques aéreos sobre Santa Rosa, capital de La Pampa, también terminaron en la rendición o la dispersión de los rebeldes, más o menos a la misma hora, por lo tanto la rebelión terminó siendo un fracaso.
El general Pedro Eugenio Aramburu, de regreso en Buenos Aires tras su breve visita a Santa Fe y Rosario, dio un discurso a través de la Cadena Nacional, en el que hablaba sobre los hechos que transcurrieron durante la madrugada del 9 de junio.
La insurrección del 9 de junio fue aplastada con una dureza que no tenía precedentes en los últimos años de la historia argentina. Por primera vez en el siglo XX un gobierno ordenó ejecuciones al reprimir un intento de rebelión. Según las disposiciones de la ley marcial, proclamada poco después de los primeros ataques rebeldes, el gobierno decretó que cualquier persona que perturbara el orden, con armas o sin ellas, sería sometida a juicio sumario. Durante los tres días siguientes, veintisiete personas enfrentaron los escuadrones de fusilamiento.
Durante la noche del 9 al 10 de junio, cuando fueron ejecutados nueve civiles y dos oficiales, los rebeldes aún dominaban un sector de La Plata y no podía descontarse la posibilidad de levantamientos obreros en el Gran Buenos Aires y otros lugares. Esas primeras ejecuciones fueron, según el gobierno, una reacción de emergencia para atemorizar y evitar que la rebelión se transformara en guerra civil. Esto explicaría la rapidez del gobierno para autorizar y hacer públicas las ejecuciones, rapidez que se demostró en la falta de toda clase de juicio previo, en la inclusión, en los que enfrentaron los escuadrones de fusilamiento, de hombres que habían sido capturados antes de proclamarse la ley marcial, y en las confusiones de los comunicados durante la noche del 9 al 10 de junio.
Durante esa noche se comenzaron a exagerar el número de civiles rebeldes fusilados e informaban erróneamente sobre la identidad de los oficiales ejecutados, para inferir miedo en los rebeldes y que no salieran a las calles a intentar participar del movimiento.
En la tarde del 10, tuvo lugar una manifestación multitudinaria en la Plaza de Mayo, que dio lugar a escenas de júbilo y alivio, a medida que multitudes antiperonistas acudían a la Plaza de Mayo para saludar al presidente Aramburu y al vicepresidente Rojas, y pedir castigos para los rebeldes nacionalistas/peronistas.
Allí, el almirante Isaac F. Rojas dio un discurso desde el balcón de la Casa Rosada:
Escenas semejantes, aunque con los papeles invertidos, habían ocurrido en el pasado, cuando muchedumbres peronistas exigieron venganza contra los rebeldes en septiembre de 1951 y junio de 1955. Sólo que esta vez el gobierno prestó más atención que Perón al clamor de sangre. Tras este acto en Plaza de Mayo, el vicepresidente Rojas, la Junta Consultiva Militar en pleno, Aramburu y los tres ministros militares, tomaron la funesta decisión sobre fusilar a los prisioneros que habían participado de la revolución en contra del gobierno.
Contra el consejo de algunos políticos civiles, entre ellos algunos miembros de la Junta Consultiva, que instaron a terminar con las ejecuciones, inclusive una delegación formada por Américo Ghioldi y otros miembros de la Junta Consultiva que fueron a la Casa de Gobierno, para solicitar clemencia y que se pusiera fin a las ejecuciones e intentos de algunos generales que se oponían a las ejecuciones llamando a Arturo Frondizi para que presionara sobre las autoridades, y por más que oficiales que integraban las cortes marciales recomendaron que los rebeldes fueran sometidos a la justicia militar ordinaria, los miembros del gobierno de facto resolvieron seguir aplicando los castigos previstos en la ley marcial.
Al tomar esa decisión, se persuadían a sí mismos de que daban un ejemplo que aumentaría la autoridad del gobierno y desalentaría futuros intentos de rebelión, previniendo así la perdida de más vidas. No se sabe si la Junta Militar, en la reunión del 10 de junio, tomo en cuenta el hecho de que la mayoría de los ya ejecutados eran civiles y que si se suspendían las ejecuciones los jefes militares sufrirían castigos más leves que esos civiles. Lo cierto es que la Junta Militar rechazó la sugerencia del comandante de Campo de Mayo, coronel Lorio, en el sentido de limitar las ejecuciones pendientes a la de uno o dos oficiales de menor jerarquía.
El almirante Rojas se opuso enérgicamente a hacer excepción con los oficiales de mayor antigüedad por considerar que eso era una violación a la ética que la “historia” no perdonaría; prefería suspender todas las ejecuciones a tomar cualquier medida que permitiera a los jefes militares escapar el castigo impuesto a quienes los habían seguido. En última instancia, la Junta Militar asumió la responsabilidad directa de ordenar la ejecución, en los dos días subsiguientes, de nueve oficiales y siete suboficiales.
El 12 de junio, Manrique fue a buscar a Valle, con el convencimiento que los fusilamientos se interrumpirían, y lo llevó al Regimiento de Palermo, donde lo interrogaron y lo condenaron a muerte. Aramburu estaba convencido de hacerlo y decía que "si después que hemos fusilados a suboficiales y a civiles le perdonamos la vida al máximo responsable, a un general de la Nación que es jefe del movimiento, estamos creando un antecedente terrible; va a parecer que la ley no es pareja para todos y que entre amigos o jerarquías parecidas no ocurre nada; se consolidará la idea de que la ley se aplica sólo a los infelices".
A las ocho de la noche les avisaron a los familiares de Valle que sería ejecutado a las 10. Su hija fue a pedirle al monseñor Manuel Tato, deportado a Roma en junio de 1955 durante los conflictos entre Perón y la Iglesia Católica y que era apuntado por el movimiento de Valle, que hiciera algo. Tato habló con el Nuncio Apostólico, quien telegrafió al Papa para que le pidiera clemencia a Aramburu. Pero el pedido fue denegado. Valle se despidió de su hija y le entregó unas cartas, incluso una dirigida a Aramburu en la que decía "Usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado (...) Conservo toda mi serenidad ante la muerte. Nuestro fracaso material es un gran triunfo moral (...) Como cristiano, me presento ante Dios, que murió ajusticiado, perdonando a mis asesinos".
Poco después, varios marinos lo llevaron a un patio interno y allí lo fusilaron. Momentos después del fusilamiento de Valle, el gobierno suspendió la aplicación de la ley marcial, cediendo a la presión cada vez mayor de civiles y militares que reclamaban el fin de las ejecuciones.
Los partidos políticos agrupados en la Junta Consultiva Nacional apoyaron al gobierno frente a la sublevación. Hubo una reunión secreta de la Junta Consultiva, el 10 de junio, en la que todos dijeron que estaban de acuerdo con lo que se decidiera y lo que se resolvió fue un apoyo al gobierno. No hubo nada relacionado a las ejecuciones. Solamente Frondizi le reclamó a Aramburu, al día siguiente y a título personal, que no se fusilara a civiles.
Américo Ghioldi, que había buscado parar los fusilamientos, escribió un articulo para el diario La Vanguardia en el que desarrollo una justificación de estos, luego de enterarse que el levantamiento del general Valle buscaba el propio fusilamiento del dirigente socialista, diciendo: "Se acabó la leche de la clemencia. Ahora todos saben que nadie intentará, sin riesgo de vida, alterar el orden porque es impedir la vuelta a la democracia. Parece que en materia política, los argentinos necesitan aprender que la letra con sangre entra".
Juan Domingo Perón, en carta a John William Cooke desde su exilio, fue muy critico del levantamiento de Valle y culpa a varios de los integrantes del intento de revolución de haberlo traicionado durante los acontecimientos de septiembre de 1955, diciendo: "El golpe militar frustrado es una consecuencia lógica de la falta de prudencia que caracteriza a los militares. Ellos están apresurados, nosotros no tenemos por qué estarlo. Esos mismos militares que hoy se sienten azotados por la injusticia y la arbitrariedad de la canalla dictactorial no tenían la misma decisión el 16 de septiembre, cuando los vi titubear ante toda orden y toda medida de represión a sus camaradas que hoy los pasan por las armas (...) Si yo no me hubiera dado cuenta de la traición y hubiera permanecido en Buenos Aires, ellos mismos me habrían asesinado, aunque solo fuera para hacer méritos con los vencedores".
Los primeros que fomentarían el recuerdo de "los mártires del 9 de junio" serían los distintos grupos neoperonistas, como la Unión Popular de Juan Atilio Bramuglia, que harían campaña en 1958 contra la orden de Perón de votar por Arturo Frondizi en las elecciones presidenciales de ese año.