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domingo, 23 de febrero de 2025

Peronismo: Cuando Eva Perón robó pistolas y ametralladoras a Ballester Molina

 

“Urgente y confidencial”: cómo obligaron a un empresario a venderle 5000 pistolas a la Fundación Eva Perón para crear una milicia obrera

La pistola Ballester Molina Cal.45 junto a un libro que habla de sus características

Una carta de puño y letra de Carlos Ballester Molina, a cargo de la empresa Hafdasa, cuenta cómo en 1951 lo conminaron a vender armamento a la Fundación de la esposa del presidente para proteger a Perón de posibles ataques


Germán Wille

El 28 de noviembre de 1951, a las 8.30 de la mañana, Carlos Ballester Molina hijo, presidente de la fábrica de armas Hafdasa, ingresó a un despacho del Ministerio de Hacienda donde había sido citado, de manera urgente, una hora antes. Allí fue recibido por un subsecretario de esa cartera de apellido Cicarelli que, sin demasiado preámbulo y de manera imperativa, le dijo: “Tengo la orden de la señora Eva Perón de adquirir a ustedes la provisión de 5000 pistolas y 2000 ametralladoras, entrega que deberá hacerse de inmediato y en la forma más confidencial”. La transmisión de esa orden, añadió entonces Cicarelli, provenía directamente del administrador de la Fundación Eva Perón (FEP), a la sazón el ministro de Hacienda del primer gobierno de Juan Domingo Perón, Ramón Cereijo.

El episodio está narrado en una carta que dejó escrita de puño y letra a su familia el propio Carlos Ballester Molina, fallecido en 1997, y a la que LA NACION tuvo acceso de forma exclusiva. En ella, el ingeniero y empresario cuenta, con lujo de detalles, cómo fue “obligado” a vender armas fabricadas por su empresa -las famosas pistolas semiautomáticas Ballester Molina- a la Fundación Eva Perón. Y como, además, hubo gente que le pidió “comisiones” durante la transacción.

Primeras líneas de la carta que Carlos Ballester Molina hijo dejó a sus familiares, escrita en una hoja con membrete
Primeras líneas de la carta que Carlos Ballester Molina hijo dejó a sus familiares, escrita en una hoja con membrete

Gentileza Ignacio Ballester Molina

Si bien la carta no lo dice, el armamento solicitado tenía como destino proteger a Perón de posibles ataques o tentativas para derrocarlo. De hecho, dos meses antes del encuentro en el Ministerio de Hacienda, el 28 de septiembre de 1951, el general Benjamín Menéndez había encabezado un conato de levantamiento contra el presidente. “A partir de ese intento revolucionario, salió la idea, no se sabe si por parte de Eva, que estaba muy enferma, o de alguien que la rodeaba, de que había que dar armas a la CGT a través de la Fundación para hacer una milicia para defender a Perón”, explica a este medio Roberto Azaretto, presidente de la Academia Argentina de Historia y miembro de la Comisión Directiva del Instituto de Historia Militar.

“Sufrí con todo esto durante toda mi vida”

“Obviamente las armas eran para armar la milicia de Perón”, asevera en el mismo sentido Ignacio Ballester Molina, de 51 años, abogado con una maestría en Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas, hijo de Carlos y poseedor de la carta que su papá dejó a su familia para contar la verdad de lo que había pasado con la Fundación. “Las escribió para sus hermanos y para todos en general, porque lo acusaban de ‘peronista’, que él no lo era, por el tema de la FEP y de que él había armado la venta de armas. Incluso se peleó a muerte con uno de sus hermanos”, dice Ignacio, a quien su padre también le dejó documentos oficiales que certifican lo que él había escrito en su misiva.


Ignacio Ballester Molina recibió de manos de su padre la carta en la que este último explicaba cómo lo obligaron a vender armas a la Fundación Eva Perón
Gentileza Ignacio Ballester Molina

“Yo te voy a dar esto solo a vos, porque sabés guardar secretos. No se lo di ni se lo dije a nadie. Pero esto fue lo que pasó y yo sufrí mucho con todo esto durante toda mi vida. Hacé lo que quieras con esto”, le dijo Carlos a su hijo al entregarle la carta en sobre lacrado, apenas unos meses antes de su muerte. “Mi viejo en el momento en que lo llaman de la Fundación tenía 27 años. Se c... todo. Y mi abuelo (Carlos Ballester Molina padre, entonces dueño de Hafdasa) se había ido a Uruguay, porque se había peleado con Perón”, añade Ignacio.

Para poner la situación en contexto, vale decir que para el año 1951, la fábrica Hafdasa, ubicada en la calle Campichuelo 250, en el barrio porteño de Caballito, fabricaba, entre otro tipo de armas, las pistolas Ballester Molina que eran, desde 1938, las de uso oficial del Ejército Argentino y de una gran cantidad de fuerzas de seguridad del país.


Carlos Ballester Molina hijo junto a la pistola semiautomática Ballester Molina en el Museo de Armas de Buenos Aires

Gza. Ignacio Ballester Molina

Nacimiento y evolución de una empresa argentina

La historia de esta compañía había arrancado a principios de la década del ‘20, cuando dos inmigrantes mallorquíes que eran cuñados, Arturo Ballester Janer y Eugenio Molina abrieron en Buenos Aires una subsidiaria de la firma europea Hispano-Argentina para poder importar autos. Pero pronto, estos españoles no se contentaron con la mera importación y pensaron en crear una fábrica para hacer sus propios vehículos y motores. Así es como nace Hispano Argentina Fábrica de Automóviles Sociedad Anónima (Hafdasa) con su sede de una manzana en Caballito, donde se contaba con la máxima tecnología.

“Esta fábrica va con la historia de la época, en los años 30, de la sustitución de importaciones, que después enganchó con el peronismo. Imperaba la ideología de ‘hagamos las cosas nosotros por una cuestión de soberanía’”, explica Ignacio Ballester Molina y luego añade que, si bien Hafdasa fue creada por Arturo Ballester y Eugenio Molina, el gerente de la fábrica, desde el principio, fue Carlos Ballester Molina (padre), hijo de Arturo, padre de Carlos y el abuelo de Ignacio.


Una postal de la fábrica Hafdasa, ubicada en Campichuelo 250, en el barrio porteño de Caballito

Gentileza Ignacio Ballester Molina

Al comienzo, en la fábrica se producían motores diésel y a nafta, de diferentes potencias “íntegramente fabricados en Campichuelo”, asevera Ignacio. También hicieron camiones con motores diésel para el ejército y llegaron incluso a crear varios prototipos de autos, como el PBT, que no pudo desarrollarse más por el estallido de la Segunda Guerra Mundial, y los problemas para conseguir insumos.

Pero, más allá de la buena producción de motores y algunos vehículos que sostenía la firma, pronto pasaría a dedicarse a la fabricación de armas, rubro en el que se destacaría fuertemente. Primero, según cuenta Ignacio, se empezaron a confeccionar en la empresa los fusiles. “Bajo la licencia de Mauser, lo hacían en Hafdasa y lo proveían al ejército. Y les salían muy bien”, asegura el descendiente de los creadores de aquella empresa.


Carlos Ballester Molina padre prueba uno de los motores y chasis construidos en Hafdasa
Gentileza Ignacio Ballester Molina


Carlos Ballester Molina, uno de los creadores de la pistola argentina usada oficialmente por el Ejército Argentino, prueba un motor diesel también realizado en Hafdasa

AGN

Se crea la pistola Ballester Molina

Con este buen antecedente en su historial, para mediados de la década del ‘30, la Dirección General de Material del Ejército Argentino (DGME) encargó a Hafdasa la fabricación de armas portátiles. La idea era tener una pistola semiautomática calibre 45 que suplantara a la Colt M1911 1, el arma de puño que hasta entonces utilizaban las Fuerzas Armadas y la policía de la Argentina.

Así, con la base de los diseños de pistolas españolas de las marcas Llama y Star y con muchas similitudes a la mencionada Colt1911, nació la pistola Ballester Molina. En rigor, los primeros dos años, entre 1938 y 1940, el arma se llamó Ballester Rigaud, en homenaje al ingeniero francés Rorice Rigaud, que participó en el diseño de las pistolas. Pero pronto este profesional galo abandonó la fábrica (“maltrataba al personal”, asevera Ignacio) y el arma de puño pasó a tomar el nombre del dueño de la fábrica, con el que se harían célebres: pistolas Ballester Molina.


Carlos Ballester Molina (h.) habla a los operarios de Hafdasa

Gentileza Ignacio Ballester Molina


Juan Manuel Fangio visita Hafdasa y sonríe con los Ballester Molina, Carlos padre y Carlos hijo
Gentileza Ignacio Ballester Molina

Las armas tenían la característica de que podían intercambiar sus cargadores y cañones con las Colt que utilizaban hasta entonces los uniformados argentinos. La Ballester Molina tenía, entre otras de sus características, un rombo grabado en la base del cargador con las letras HA, correspondientes a Hispano Argentina.

El tema es que, luego de superar exigentes pruebas de calidad, entre 1938 y bien entrada la década del ‘50, la pistola Ballester Molina, se convirtió en el arma de puño oficial de varias fuerzas de seguridad del país. Entre ellas, el Ejército, la Policía Federal, la Policía Aduanera, la Gendarmería Nacional, la Armada Argentina.


El general Juan Domingo Perón bebe una copa con Arturo Ballester Janer (con canas, barba y bigote) y Carlos Ballester Molina padre (traje negro, de frente)
Gentileza Ignacio Ballester Molina

Ignacio Ballester Molina asevera que en Hafdasa había una “conexión genuina entre la patronal y los obreros: había 600 operarios industriales y nunca hubo un problema sindical”. Destaca, además, que cada parte de la pistola, “hasta el último tornillo” se realizaba en la Argentina.

El hijo y nieto de los que llevaron adelante aquella fábrica de armas cuenta una curiosidad más, que tiene que ver con la historia del peronismo, y también de la Argentina: “José Ignacio Rucci, con su bolsito que venía de Navarro, cayó a la fábrica a buscar laburo. Ahí empezó a hacer sus primeras armas, literal y metafóricamente, y empezó a hacerse conocido... se convirtió en el delegado gremial de la fábrica”.


El rombo con las letras HA, de Hafdasa, en la base del cargador de la Ballester Molina

Forgotten Weapons

Proteger a Perón

Fue a finales de noviembre de 1951 cuando Carlos Ballester Molina hijo recibió la invitación telefónica para asistir al Ministerio de Hacienda. Para aclarar los términos entre los dos empresarios con el mismo nombre. Carlos Ballester Molina padre, nacido en 1898, ingeniero industrial y pionero en el desarrollo de Hafdasa, se había ido unos años antes a vivir a Uruguay y había dejado a cargo de la compañía a su hijo Carlos, nacido en 1925 -tenía solo 27 años- y graduado de ingeniero aeronáutico en la provincia de Córdoba.

En ese entonces, el general Juan Domingo Perón estaba en las postrimerías de su primer mandato presidencial y ya había lanzado su candidatura para la reelección. En principio, hubo una gran movida para que Eva Perón, su esposa, fuera su compañera de fórmula -hubo un anuncio multitudinario en la 9 de julio en agosto de ese año-, pero finalmente, la misma Eva anunció la renuncia a su candidatura. Se encontraba gravemente enferma.


La actriz Eva Perón junto a su esposo y presidente de la Argentina, general Juan Domingo Perón
Getty Images


Primera plana de La Nación que reporta que fue sofocado un intento de golpe de estado contra Perón del 28 d septiembre de 1951, posiblemente el hecho que dio pie a la compra de armas por parte de la Fundación Eva Perón

Archivo Nacional de la Memoria

A su vez, grupos opositores al gobierno, en especial dentro de las Fuerzas Armadas, planificaban acciones para la caída del gobierno, como la de septiembre del ‘51, cuando el general Menéndez a la cabeza de varios uniformados intentó dar un golpe de estado.

Si bien el gobierno contaba con fuerte apoyo de buena parte de la población, había también distintos sectores dispuestos a terminar con él. Por ello fue que alguna persona relacionada a la Fundación Eva Perón (¿la misma Evita?) tuvo la idea de formar milicias obreras para proteger al líder. Y allí se produjo el “pedido” de armas a Hafdasa. Un pedido del que el propio Carlos Ballester Molina hijo dejó constancia a través de una carta, fechada en febrero de 1953, y varios documentos probatorios, que quedaron en posesión de su hijo Ignacio.


Eva Perón en un acto por el día de la minería; detrás suyo se encuentra Ramón Cereijo, ministro de Hacienda del primer gobierno de Juan Domingo Perón y administrador de la Fundación Eva Perón
Fundación Ceppa

Un pedido y una amenaza

En la misiva, Carlos Ballester Molina asegura que la primera reacción que tuvo ante la exigencia de Cicarelli de vender las pistolas y ametralladoras a la Fundación Eva Perón fue negarse: “Al recibir esta orden y ver los efectos que dichas armas podían producir, objeté”, escribió el ingeniero. Luego, el empresario le aseguró a su interlocutor que responder a esa solicitud era “completamente imposible” ya que no tenían en los almacenes los materiales necesarios para la producción de esas unidades.

Entonces, el ingeniero recibió una respuesta cargada de ironía por parte de Cicarelli, quien se mostró extrañado por la respuesta evasiva de Ballester Molina, pues él tenía “toda la documentación pertinente” a las declaraciones juradas al Ministerio de Industria donde se hacía mención de los aceros al cromo-níquel y demás herramientas que tenía la fábrica para le ejecución de eventuales trabajos. Esta intervención del hombre de Hacienda sería lo que hoy se llama “un carpetazo”.


Aviso de General Electric sobre su trabajo en el edificio de la Fundación Eva Perón, que tenía su sede donde hoy se encuentra la Facultad de Ingeniería, en Paseo Colón al 800. Revista de Arquitectura 1953

A continuación, el subsecretario de Hacienda soltó una frase que al empresario le sonó como una velada amenaza: “Claro que si ustedes no quieren colaborar, nosotros le agradecemos de igual forma”.

En otro párrafo de la carta, Ballester Molina señala que se dio cuenta que el hecho de no aceptar llevar a cabo la operación “traería por consecuencia la clausura del establecimiento, quedando todo el personal obrero, muchos de los cuales tenían 30 años de servicio, en la calle y sin trabajo”. De modo que él decidió “‘agachar la cabeza’, como en tantas ocasiones la fuerza lo impone y realizar el convenio”.

La inscripción con los datos básicos en la corredera de la pistola Ballester Molina, un arma de industria argentina
Forgotten Weapons

El permiso del ejército

Cicarelli le dijo al empresario que recibirían un 30 por ciento de anticipo por la adquisición, pero también le informó que Hadfasa tendría la “obligación de un ‘descuento’ del cinco por ciento que diera en forma de donación” a la Fundación.

Otro pedido del funcionario preocupó seriamente al joven empresario, y así lo escribió en su carta: “Me dijeron así mismo que debía entregarlas (las armas) sin autorización del ejército, cosa que me opuse terminantemente, haciéndole saber que antes prefería ir preso o que me cerraran la fábrica como él me había amenazado”.


Humberto Sosa Molina (segundo desde la izquierda) junto a Juan Domingo Perón y otros militares en el USS Huntington, en el año 1948
wikicommons

La autorización del ejército que solicitaba Ballester Molina llegó tiempo más tarde, a través de una carta firmada por el ministro de Defensa de la Nación, general José Humberto Sosa Molina. Allí podía leerse: “Este Ministerio acuerda el permiso para que esa firma provea a la Fundación Eva Perón las 5000 pistolas automáticas con firma Ballester Molina, calibre 45, que oportunamente fueron solicitadas”.

Esta carta estaba dirigida a Industria General Argentina (IGA), una distribuidora de Hafdasa, que el propio Carlos Ballester Molina utilizó para realizar esta operación. “Mi viejo tuvo que inventar una empresa, que era IGA, para terciarizar el asunto”, señala Ignacio. A cargo de esa firma, el ingeniero puso a Carlos Stehlin, a quien describió en su carta como “de nacionalidad americana y que poseía la medalla de la lealtad peronista”.


Documento con la firma del Ministro de Defensa, General Sosa Molina, en el que se autoriza, por parte del Ejército Argentino, la venta de armas a la Fundación Eva Perón
Gentileza Ignacio Ballester Molina


La pistola Ballester Molina cal.45 fue utilizada oficialmente por el Ejército Argentino entre 1938 y fines de la década del '50

Facebook / Albumes de armamento y munición

¿Perón lo sabía?

En este punto de la carta, vale preguntarse si el general Perón podía haberse mantenido al margen de esta operación, si en verdad se trató de un operativo hecho a sus espaldas. De acuerdo con el historiador Roberto Azaretto, todo esta adquisición de armas se realizó “sin que se entere Perón”. El historiador asevera: “Cuando él se entera, lo impide y ordena que esas armas vayan al ejército”.

Carolina Barry, que es doctora en Ciencias Políticas, Investigadora Principal del Conicet y que realizó exhaustivos trabajos enfocados en Eva Perón y la rama femenina del peronismo, en diálogo con LA NACION, dio su propia versión al respecto: “Es muy difícil que Perón no lo supiera. Muchas veces se hacía el tonto. Estas eran cosas de Eva, pero difícil que no lo supiera”. Por otra parte, la académica coincide con Azaretto en que las armas fueron secuestradas por el líder justicialista. Según lo que investigó ella, luego las destinaron al arsenal Esteban de Luca y finalmente las entregaron a Gendarmería.



Los que estudiaron el tema de la compra de armas por parte de la Fundación Eva Perón opinan que Perón no sabía lo que estaba ocurriendo o que sabía y se hizo el desentendido
Archivo General de la Nación


Roberto Azaretto, presidente de la Academia Argentina de Historia, cree que la compra de armas para la Fundación Eva Perón se hizo a espaldas del mandatario

Gza. Roberto Azaretto

La versión de Ignacio Ballester Molina es similar: “Perón, enterado de la operación por Rucci y por Carlos Ballester Molina, esperó a que se hiciera, las secuestró de la Fundación y se las dio al Ejército”. El hijo del empresario añade algo en que coincide con Azaretto y Barry: “Jamás un militar como Perón hubiera permitido armar civiles”.

En ese sentido, Azaretto dice: “Para entender a Perón hay que tener claro que era un hombre del ejército, lo demostró cuando retornó en el ‘73, lo primero que hizo fue ponerse el uniforme, en ningún momento admitía el tema de la milicia”.


Como todo militar, el general Perón estaba en contra de que el pueblo se arme, coinciden los historiadores

Universal History Archive - Universal Images Group Editorial

“Como buen militar, a Perón no le pareció adecuado el tema de armar al pueblo, ya que contradice cualquier principio militar, del ejército sobre todo”, asevera Barry, aunque añade: “Pero también, según los cables de la CIA, es interesante ver la cantidad de intentos de asesinato que hay en esos tiempos contra Perón. El de septiembre del ‘51 es solo uno. En esa lógica, no me extraña que la misma Eva pensara en las armas y que Perón se hiciera el desentendido... después reaccionó”.

“Nosotros, los de la CGT”

La carta del ingeniero Ballester Molina tampoco lo dice, pero los historiadores coinciden en que las armas exigidas por la Fundación Eva Perón serían para repartir a través de la CGT, que en ese momento estaba a cargo de José Espejo, un hombre muy vinculado a la esposa del presidente. “Eran la mano derecha uno de otro -asegura Barry-. Espejo era más leal a Eva que al mismo Perón, es él el que plantea la vicepresidencia de ella para el segundo mandato. La CGT es la principal entidad que le da recursos a la Fundación Eva Perón, y ella se presentaba casi como diciendo: ”Nosotros, los de la CGT".


El secretario general de la CGT, José Espejo (tercero desde la izquierda), tenía un vínculo muy fuerte con Eva Perón
Gentileza Fundación Ceppa

La investigadora de Conicet deja otro dato interesante en relación con las armas que tenían como destino la CGT: “Tuve la oportunidad de conversar con gente cercana de Eva Perón, como la hija de José Espejo y la hija de Atilio Renzi, que era el intendente de la residencia presidencial en el Palacio Unzué, y ellas tenían el mismo tipo de arma que les había regalado la Fundación. Ambos tenían borrado en la empuñadura una inscripción que habían limado”.

Según lo que cuenta Ignacio Ballester Molina, las armas con destino a la Fundación, tenían marcada una letra “F” en el guardamonte, que es la pieza de metal que protege al gatillo. “La ‘F’ por la fundación”, aclara". Y Barry acota otro dato respecto a las pistolas: “Ya muerta Eva, la Fundación le entrega a las diferentes dependencias, como directoras de los hogares de tránsito, un arma para defenderse. Si son estas mismas pistolas o son otras, no lo sé”.


Carolina Barry, investigadora principal del Conicet, realizó un exhaustivo trabajo sobre la relación entre Eva Perón y la CGT
Gza. Carolina Barry

Eva Perón, José Espejo y Juan Domingo Perón, cuando todo era sonrisas

Ig @lo.invento.peron

Lo cierto es que, luego de la muerte de Eva Perón, el 26 de julio de 1952, es el propio general Perón el que decide desprenderse de todos los hombres que habían estado cerca de ella. “Se los saca de encima”, dice Azaretto y añade: “A los pocos meses los hace renunciar. En el 17 de octubre posterior a la muerte de Evita, en el acto, hay una silbatina enorme contra Espejo que hace que esa misma noche renuncie a la secretaría general de la CGT. En pocos meses, no queda nadie de los que habían llegado a posiciones con el influjo de Evita”.

“Según la familia de Espejo, antes de morir, Eva le había pedido al dirigente que se exiliara porque la iba a pasar muy mal”, dice Barry, en el mismo sentido.


Documento donde IGA detalla los plazos de entrega de las pistolas Ballester Molina a la Fundación Eva Perón
Gentileza Ignacio Ballester Molina

El Príncipe de Holanda

La carta de Ballester Molina contradice también otra versión que existía entonces y subsistió en el tiempo que decía que, en realidad, el que había provisto las armas para las milicias obreras había sido el príncipe consorte Bernardo, de Holanda.

Esto se refleja en una escena de la película Eva Perón, de Juan Carlos De Sanzo, cuando la mujer del general -interpretada por Esther Goris-, sabiendo que no le queda mucho de vida, le dice a Espejo y a otros dirigentes: “Yo no sé qué va a ser de mí ahora, Dios dirá, pero por sobre todas las cosas quiero que nunca lo dejen solo a Perón (...) yo le compré al príncipe de Holanda 5000 pistolas automáticas y 1500 ametralladoras. Son para ustedes, muchachos, que sirvan para defender a Perón".

El príncipe consorte Bernardo de Holanda, marido de la reina Juliana, ayuda a Eva a ponerse su abrigo en una cena íntima en la residencia presidencial.

Gentileza Fundación Ceppa

Si bien se trata de un diálogo ficcionado escrito por el guionista José Pablo Feinmann, la relación entre el príncipe consorte Bernardo -abuelo del actual rey de Holanda- y las armas no era algo descabellado: “Mi pista venía por ese lado”, señala Barry y añade: “Él príncipe estuvo en la Argentina en abril de 1951, la condecoró a Eva con la Gran Cruz de la Orden de Orange-Nassau, parte de sus negocios era el tráfico de armas... pero no es fácil de comprobar en documentación”.

Azaretto, por su parte, niega esta posibilidad, y la considera una “leyenda”. “No es cierto que las armas las haya vendido el príncipe. Fue Ballester Molina. Bernardo visita por esa época la Argentina, acá lo agasajaron, lo llevaron a la Ciudad Infantil, lo que hacía el peronismo en esa época, pero en realidad él lo que concreta es la venta de material ferroviario muy importante”.

Fragmento del filme Eva Perón, de Juan Carlos Desanzo
Fragmento del filme Eva Perón, de Juan Carlos Desanzo

El historiador tiene una explicación para esta versión: “Usaban eso como nombre clave para la compra de armas, se decía Operación Príncipe de Holanda, de ahí viene la confusión de que las armas las vendía él”.

Tras la caída de Perón en septiembre de 1955, el gobierno que lo derrocó comenzó a investigar las acciones ilícitas o sospechosas de serlo realizadas por el gobierno peronista. Una de estas acusaciones puede leerse en la primera plana del diario Clarín, del 30 de septiembre de 1955, donde se informa: “Por orden del entonces ministro de Defensa, general Sosa Molina, se entregaron en 1952 a la Fundación Eva Perón 5000 pistolas calibre 45 Ballester Molina”. El que había informado a la comisión investigadora sobre esa entrega de armas, según el mismo periódico, era el exministro de Hacienda, Ramón Cereijo.


Carlos Ballester Molina hijo recibió el pedido de suministrar armas a la Fundación Eva Perón

Gentileza Ignacio Ballester Molina

Aquí no se hace mención al príncipe de Holanda pero, así como Barry, hay historiadores del peronismo, como Norberto Galasso, que sugieren que el noble neerlandés tuvo alguna participación en esta operación. Pero la carta de Ballester Molina no lo menciona en modo alguno.

El pedido de “comisiones”

Con respecto a las ametralladoras mencionadas en la carta de Ballester Molina, es menester aclarar que esas efectivamente nunca llegaron a la Fundación Eva Perón. De hecho, entre los documentos que tiene Ignacio Ballester Molina, hay uno, con fecha del 6 de agosto de 1952, que corresponde a la rescisión de contrato por la compra de esas armas de común acuerdo entre IGA y la FEP.

Además de la manera imperativa en que se exigen las armas y el pedido de aquel “descuento” de 5 por ciento en favor de la FEP, en la transacción hay otro detalle curioso que remarca Ballester Molina en su carta. Esto es un llamativo pedido de “comisiones” para dos personas.

Se lee en la carta: “He aquí que aparece un señor Henry Frank, sabedor de esta negociación, diciéndonos que era (indispensable) otorgarle a favor de él y de una señorita Raquel Rubin una bonificación del 2 y medio por ciento para él y del 5 por ciento para la segunda”. El empresario acota que si eso se suma al 5 por ciento de donativo exigido por Cicarelli llega todo al 12 y medio por ciento, lo que reducía la ganancia por cada pistola de 800 pesos a prácticamente 700 pesos.

Documento donde queda asentada la contribución a la señorita Raquel Rubin por su intervención en la compra de armas
Gentileza Ignacio Ballester Molina

Dos cartas dirigidas respectivamente a Rubin y a Frank por parte de IGA confirman el acuerdo por el pago de estas “comisiones” a ambos personajes, por sus supuestas tareas para contribuir en la operación de la compra de armas. Para Ignacio Ballester Molina, esto se trató, lisa y llanamente de un “pedido de coima”.

La entrega de las armas a la Fundación entra en una nebulosa. De acuerdo con uno de los documentos, el envío final de las pistolas estaba estipulado para el 31 de julio de 1952. Pero lo más seguro es que los tiempos se hayan dilatado o que, teniendo en cuenta la muerte de Evita y la caída en desgracia de sus allegados, las últimas entregas nunca se hayan producido.


La firma de Carlos Ballester Molina hijo en la carta que dejó para que sus familiares conocieran la verdad sobre la venta de armas a la Fundación Eva Perón

Gentileza Ignacio Ballester Molina

En la carta, Ballester Molina informa que el 1 de abril de 1952 se fue de viaje a los Estados Unidos, donde llegó en agosto, previa recorrida de latinoamérica. El empresario aclara en su carta: “En ese lapso de tiempo parece que unos componentes de IGA realizaron negocios con el gobierno, ejecutando con la Fundación negocios a los que me encontraba completamente ajeno”.

“Las armas se vendieron cuando mi viejo se fue a ese viaje”, asegura Ignacio, en consonancia con lo que escribió su padre en la carta. El hijo de Carlos Ballester Molina cierra este tema con un pensamiento paradójico: “A mi viejo y a mi abuelo jamás les importó hacer armas. Empezó por un encargue que les salió demasiado bien. El vector de su vida era ser un fabricante de vanguardia de autos y de aviones....emular a (Henry) Ford y a (Howard) Hughes”. Pero la historia se disparó hacia otro lado...


miércoles, 12 de julio de 2023

Argentina: Inicia el descenso al infierno peronista

El peronismo y la corrupción en la gestión




El tirano delincuente sexual

Al asumir Perón la presidencia, existía una reserva de oro y de divisas sin precedentes, que llegaban a los 1.600 millones de dólares. Además de la permanente perspectiva de altas ganancias provenientes de una Europa ávida de las exportaciones agrícolas argentinas.



Alentado por la favorable situación económica internacional, Perón comprometió a su administración a un elevado presupuesto destinado a trasformar la economía, ampliar los programas de salud pública y bienestar social, y fortalecer la defensa nacional.




En octubre de 1946, el presidente anunció al pueblo el lanzamiento del Plan Quinquenal. Aunque el Plan incluía medidas en cuanto a la reorganización administrativa, judicial, y educacional, y en cuento a promover la inmigración, su objetivo principal era promover la veces que al tomar tal decisión Perón demostraba el influjo de los militares sobre su gobierno, y el peso de su propia condición de miembro del ejército. Un diplomático extranjero escribió en 1948:



Aunque los intereses militares tuvieran peso en la promulgación del Plan Quinquenal, y si bien estos participaron en los estudios preliminares del mismo, el Plan correspondía a la política económica de Perón de dejar atrás la llamada “dependencia económica” en el extranjero.



El Plan, sin embargo era impreciso en dos cuestiones vitales: ¿Cual sería el costo total? y ¿como se lo financiaría? El Plan mencionaba una serie de cifras, consideradas estimativas para los costos de organización e inversión para el periodo 1947-1951, y que llegaban a la suma total de 6,66 billones de pesos, o 1,270 millones de dólares. Pero este total excluía la adquisición de equipos, y fábricas militares destinadas a servicios del Ejército; también omitía toda suma destinada a la salud pública y a los programas de construcción de viviendas.



Tampoco informaba sobre las recientes compras de servicios públicos a empresas extranjeras, como la Unión Telefonica, de capitales norteamericanos, que significó un costo de 419 millones de pesos; la adquisición de los ferrocarriles de propiedad francesa por 183 millones de pesos y la operación mayor, la compra del sistema ferroviario británico, por más de 2.000 millones de pesos. Las previsiones para la financiación, así como para el costo del Plan Quinquenal, fueron inciertas. No existía un programa que mostrara cómo y en qué sucesión se cubrirían los costos externos de los diversos proyectos. Lo único cierto es que no se acudiría a préstamos externos. El recurso a que apelo Perón en 1946 para financiarlo fue al IAPI, que era el único agente comprador y vendedor de granos y otros productos agrícolas.



Al fijar precios internos considerablemente inferiores a los precios que los agricultores debían pagar en el mercado internacional, el IAPI podía obtener grandes beneficios; y en su carácter de importador exclusivo de determinados artículos, para los cuales el Banco Central se negaba a otorgar divisas a los importadores privados, podía lograr amplias ganancias al revenderlos a los compradores internos, y de esta forma poder utilizar dichos fondos para financiar el plan económico. Sin embargo, los planes para que el IAPI financiera el Plan Quinquenal no se cumplieron y la causa de este fracaso fueron, en parte, productos de errores de cálculo de quienes dirigían sus activadas. Un error donde fueron a parar gran parte de los fondos fue el fracaso del gobierno al tratar de establecer un sistema eficaz de prioridades entre los proyectos para los cuales adquiría equipamiento en el exterior. La compra simultánea de elementos para numerosos proyectos, ninguno de los cuales podía pondérese en marcha mientras no se hicieran fuertes gastos adicionales, significaba que si en el futuro escaseaban los fondos las consecuencias serían muy graves. Mientras tanto, en el puerto de Buenos Aires se acumulaban equipos que no parecían tener destino resuelto, y muchos de ellos terminaban quedando obsoletos. Otro factor que obró en contra de la eficacia financiera del IAPI y contribuyó a desprestigiarlos ante muchas miradas fue el avance de la corrupción en su interior. Como exclusivos agentes de comprar en el extranjero, loa funcionarios del IAPI tenían asidua oportunidad para obtener coimas. Los funcionarios del Departamento de Estado y de la embajada de los Estados Unidos tenían la impresión de que para los contratos de compra en ese país se elegían con premeditación proveedores poco conocidos, en vez de las compañías más importantes, a fin de facilitar ese tipo de operaciones.




Nunca se ha podido fijar cuánto dinero perdió el gobierno argentino por esas prácticas, pero un incidente que protagonizó oficiales del ejército que atrajo la consideración de la embajada estadounidense, sugiere que importantes fondos públicos iban a parar a manos de individuos.



lunes, 15 de mayo de 2023

Subversión kirchnerista: La vergonzosa indemnización a los Vaca Narvaja

Una asombrosa versión de la historia que le costó $1.000 millones al Estado argentino

Por la militancia de Fernando Vaca Narvaja, en 1976, hicieron desaparecer a su padre y mataron a un hermano. Antes del golpe militar, la familia entera, salvo la hermana mayor, inició su asilo en México, que duró seis años. Ahora, durante el kirchnerismo, 35 familiares directos cobraron, por ese exilio, indemnizaciones que, actualizadas, ascienden a un total de $981.961.693. Que sucedió con la hermana que no se exilió

Hace 50 años, en agosto de 1972, un grupo de seis terroristas fugó de un establecimiento penal en el sur. Fernando Vaca Narvaja estaba en ese reducido grupo que escapó del Penal de Rawson, en la provincia de Chubut, donde estaban detenidos junto a unos doscientos guerrilleros más que, como ellos, eran juzgados o ya habían sido condenados, por la Cámara Federal Penal, “el Camarón”, en ese período, durante el gobierno militar de Alejandro Agustín Lanusse.

Los que alcanzaron a escapar, después de matar un guardiacárcel de nombre Juan Valenzuela, fueron Roberto Santucho, Enrique Gorriaran Merlo y Domingo Menna del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo); Marcos Osatinsky y Roberto Quieto de las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y el mencionado Vaca Narvaja, de Montoneros. Todos, jefes de las organizaciones sediciosas.

Los fugitivos, apenas llegados en un vehículo al aeropuerto de la cercana ciudad de Trelew, en la misma provincia, abordaron un vuelo comercial, previamente secuestrado por milicianos montoneros que venían embarcados, y sin esperar a otros diecinueve “compañeros” también evadidos - que llegaron minutos más tarde al aeródromo - escaparon a Cuba, vía Chile.

Entre los que llegaron tarde estaban la compañera de Vaca Narvaja, Susana Lesgart; la esposa de Roberto Santucho, Ana María Villareal, y Clarisa Lea Place, ex pareja de este último. Todas ellas combatientes guerrilleras.

Los 19 que quedaron en tierra, abandonados por sus jefes, fueron recapturados y trasladados a la Base naval “Almirante Zar” en Trelew. Allí, una semana después, el 22 de agosto, se produjo lo que hoy se conoce como “la masacre de Trelew”, donde resultan abatidos dieciséis de esos “combatientes”, incluidas las tres mujeres mencionadas. Una matanza, según la historiografía pro guerrillera y un motín, con captura de un oficial e intento de nueva fuga, según la versión de los marinos. Si fue una matanza premeditada, a sangre fría, de gente desarmada, resulta llamativo que los “asesinos” hayan dejado vivos a tres guerrilleros, a los cuales la sanidad militar les salvó la vida curando sus heridas para que, nueve meses después, liberados por el indulto del presidente Héctor Cámpora, contaran “la masacre”.

Fernando Vaca Narvaja

Fernando Vaca Narvaja, uno de doce hijos de una familia cordobesa de clase media alta, “acomodada”, uno de los jefes montoneros durante los nueve años que esa organización existió, sobrevivió en el exilio al gobierno militar y regresó al país en 1989, tras ser indultado por el presidente Menem ya que, antes, había sido condenado por la justicia durante el gobierno de Raúl Alfonsín, a partir de decretos del Poder Ejecutivo Nacional.

Convencido de que la presión guerrillera fue la que engendró la represión del Estado, el presidente Raúl Alfonsín, apenas tres días después de asumir su mandato, en diciembre de 1983, dictó dos decretos, el 157 y 158, por el que se sometió a juicio a las tres juntas militares y a la conducción guerrillera. Ese decreto significó, además del enjuiciamiento a las cúpulas militares, el pedido de detención y juzgamiento de Mario Firmenich, Fernando Vaca Narvaja, Roberto Cirilo Perdía y otros dirigentes guerrilleros por “delitos de homicidio, asociación ilícita, instigación pública a cometer delitos, apología del crimen y otros atentados contra el orden público”. Firmenich fue preso varios años, extraditado desde Brasil, pero Vaca Narvaja y Perdía eludieron el accionar de la justicia y se mantuvieron fuera del país hasta el indulto menemista.

Ya en Argentina, y sin presión judicial, Vaca Narvaja, gerenció una gomería en CABA y una chocolatería en Bariloche y con la llegada del kirchnerismo en 2003, ocupó puestos en la burocracia estatal provincial en Río Negro, adonde se radicó; pero volvió a estar en las noticias nacionales en julio de este año, al dar una entrevista en un canal de YouTube a un joven periodista, amigo de su hijo menor, Camilo, actual asesor en la Secretaría General de la Presidencia. La entrevista tuvo enorme repercusión por las increíbles definiciones que brindó el guerrillero.

El joven entrevistador, de 29 años, se confesó ignorante de lo sucedido en la época sobre la que el invitado iba a contestar, pero, aclaró que había recibido una “sobreabundante información de parte de Camilo Vaca Narvaja”; lo que conduce a pensar que las preguntas se las hizo, a sí mismo, el reporteado.

La conversación duró tres horas y quince minutos y mantuvieron, siempre, entrevistador y entrevistado, un tono bromista para hablar de los años ‘70 y de la actualidad argentina. Dijo, entre otras jocosidades: “Perón no nos echó de la Plaza”, “la Contraofensiva montonera fue un éxito’ y que los militares en 1983 dejaron el poder “por la lucha guerrillera” y no por la derrota de Malvinas y el descalabro económico del Proceso.

También contó que su familia, numerosa, con once hermanos, fue “muy golpeada y castigada por la dictadura militar genocida”, refiriendo que su padre, Hugo Miguel, fue desaparecido días antes del golpe y su hermano mayor, de igual nombre y militante montonero, asesinado también en 1976. Afirma Vaca Narvaja que todos los hermanos pertenecen “al campo nacional y popular”, salvo la hermana mayor, Susana que “quedó del otro lado”, que fue la única que no se exilió en 1976 y se quedó viviendo con su familia en Córdoba y, agregó, concluyente, que los que habían decidido sumarse a la militancia: “sabíamos lo que asumíamos, los riesgos que corríamos y que era parte de la lucha…”

Después describió como se vivía en la Argentina al inicio de los setenta, cuando ellos se decidieron a tomar las armas para “terminar con las desigualdades”. Recordó, sin sacar conclusiones inquietantes, que el índice de pobreza en esa época “estaba alrededor del 6% y ahora es del 40%” y, en idéntico sentido, dijo que “si se comparan los salarios obreros de los 70 con los de ahora, te largas a llorar”. El periodista, entre risas, le retrucó “¡Y tomaron una ciudad: Córdoba!”, refiriéndose al episodio de violencia política de 1969 conocido como “el Cordobazo”, donde actuaron los proto montoneros.

“La concepción del peronismo de la cual venimos –explicó después Vaca Narvaja– es la del ascenso social: la posibilidad de que un pibe que nace en un barrio, en una familia pobre, pueda estudiar, pueda recibirse, y pueda cambiar su forma de vida. No es ‘el plan social’, el subsidio…”.

Allí perdió el entrevistador la oportunidad de hacerle notar que, en nuestro país, con el peron-kirchnerismo gobernando 16 de los últimos 20 años, hay en la actualidad 141 programas de ayudas estatales; que se traducen en más de 7 billones de pesos en el presupuesto, en pago de los planes sociales que no le gustan a Vaca Narvaja y que esto se duplicó con relación al presupuesto del año pasado. Tampoco alcanzaron a reflexionar que, con estos gobiernos, existen millones de argentinos que hace dos o tres generaciones no conocen lo que es trabajar y sobreviven con la limosna del Estado.

Volviendo a los ‘70 y preguntado acerca de la relación de Montoneros con Juan Domingo Perón, ya regresado a la Argentina en 1973, sin buscarlo, dejó muy claro, que ese es –exactamente– el talón de Aquiles del “relato” de las guerrillas setentistas y sus apologistas.

Por más que el entrevistador no supiera cómo, ni qué repreguntar y tuviera “la mejor” con el ex consuegro de Cristina Kirchner, éste se retorció como endemoniado salpicado con agua bendita cuando bordearon el asunto. Hasta hoy, no pueden explicar por qué continuaron su “lucha armada” durante, y contra, el gobierno peronista. Nunca podrán contarles a los argentinos porque mataron a José Ignacio Rucci en 1973; a diez soldados conscriptos en Formosa en 1975 y tantos miles de otros crímenes aún impunes, la mayoría de ellos cometidos en gobiernos constitucionales. Vaca Narvaja saraseó tratando de eludir el tema y llegó a argumentar, sin ponerse colorado, que “la pelea interna de ellos con Perón estuvo acomodada, financiada y orientada por los grandes intereses económicos.”

Enorme revelación que echa luz sobre un período en el que los historiadores no hallaban pistas para su interpretación, hasta este momento en que, generosamente, Vaca Narvaja nos las brinda. Según el jefe guerrillero, Perón cumplió precisas instrucciones de “los poderes concentrados” de la época, cuando por ejemplo, en enero de 1974, dijo a los diputados montoneros que se oponían al endurecimiento de las leyes contra el terrorismo: “El crimen es crimen cualquiera sea el móvil que impulsa al criminal… Quien está con esos intereses se saca la camiseta peronista y se va… Total, nosotros, por perder un voto no vamos a ponernos tristes” y los expulsó del Justicialismo.

Y, según venimos a enterarnos ahora, el viejo General actuaba bajo el pérfido influjo de la oligarquía cuando echó a los montoneros del peronismo y de la Plaza de Mayo, el 1° de mayo de ese año, diciéndoles: “infiltrados en el Movimiento, traidores al Movimiento y mercenarios al servicio del dinero extranjero”, recomendando al pueblo argentino que tenía que “liberarse de ellos, porque le hacen más daño a la República que el que le causa el colonialismo” y advirtiéndole a los echados que “aún no había tronado el escarmiento”. Y un mes y días, después, se murió, dejándoles para siempre esa lápida encima.

El jefe montonero siguió con su asombrosa versión de la historia: “Nuestra generación soportó dos dictaduras militares y un gobierno muy inestable en el 73 y 75…”, y soltó, detallista: “Nosotros del 73 al 75 tuvimos más bajas de compañeros que en la dictadura militar de Onganía, Levingston, Lanusse… Esa no fue una democracia como la que tenemos ahora…”, concluyó sin reírse. Resulta éste, también, un dato de mucho impacto: el gobierno constitucional peronista les mató, a los montoneros, más combatientes que los generales Onganía, Levingston y Lanusse juntos. Y es fácil de explicar porque, en “esta democracia de ahora”, no cuentan bajas como en 1975: porque, por ahora, pese al violento blablerío del “que quilombo se va a armar”, “la sangre en las calles” “la paz social si cierran Vialidad”, no usan armas para hacer política; conducta social que la Constitución llamaba entonces, y llama ahora, sedición.

Minutos después, en el reportaje, el entrevistado vuelve a mostrar que, sin Perón, ellos no tenían, ni tienen, entidad histórica y repite como letanía la frase que les permitió hacer entrismo en los ‘70. Casi 50 años después de haber sido usados, descartados y combatidos por el fundador del movimiento al que decían pertenecer, anuncia, enternecedor: “No hay rencor: Perón es el conductor”.

Vaca Narvaja siguió luego con su disparate sobre la “Campaña de Contraofensiva Estratégica” de su organización, que, para el “experto en explosivos” –como entre risas se definió– “fue un éxito”.

Fernando Vaca Narvaja (Facebook)

Según los jefes montoneros, visto desde el exilio europeo o mexicano, el año 1979 era el momento preciso para lanzar una “contraofensiva estratégica”, “conducir los conflictos de masas” y voltear al gobierno militar que, según ellos, estaba derrumbándose. Influenciados por el castrismo y la revolución sandinista en Nicaragua no querían permanecer lejos del escenario político cuando se produjera la ansiada y vaticinada irrupción de las masas que barrería con el poder militar. Tenían la certeza – ya abrevaban en el materialismo científico - que, con ellos como “vanguardia”, esas masas obreras se lanzarían decididamente a las calles para provocar la huida de los militares del poder.

Ningún cálculo fue más errado que ese en la historia contemporánea argentina (habiendo miles para considerar). Nada de eso sucedió y fue muy duro, pero muy claro, el también montonero, Martín Caparrós al desacreditar, años más tarde, lo que soñaba la cúpula montonera de entonces y, de paso, la construcción kirchnerista actual de “la memoria”: “Hoy la mayoría de los argentinos tiende a olvidar que estaba en contra de la violencia revolucionaria, que prefería el capitalismo y que estuvo muy satisfecha cuando los militares salieron a poner orden.”

No obstante, en 1979, guiados por la “soberbia armada”, sin moverse de su exilio, y con la vieja fórmula: ¡Animémonos y vayan!, los jefes como Vaca Narvaja mandaron a unos doscientos militantes, entre ellos a menores de edad, a una misión suicida. Ninguno se puso al frente de sus combatientes y a los que manifestaron su desacuerdo con la “maniobra militar” los sometieron a un “juicio revolucionario” y los condenaron a muerte. Vaca Narvaja firmó muchas sentencias de muerte: de sus “enemigos”, pero también de sus propios “cumpas”. Pero ese tema no fue tratado en tres horas de entrevista.

“Resolución del Partido Montonero, 10 de marzo de 1979: La Conducción Nacional del Partido Montonero y la comandancia en jefe del Ejército Montonero resuelve:

1- Acusar al Capitán RODOLFO GALIMBERTI; al Teniente 1º PABLO FERNÁNDEZ LONG; al Teniente ROBERTO MAURIÑO, al Teniente JUAN GELMAN; a la subteniente JULIETA BULLRICH, todos ellos militantes del Partido Montonero y a los milicianos afectados voluntariamente a tareas partidarias, MIGUEL FERNÁNDEZ LONG; a su esposa DI FIORIO; a VICTORIA ELENA VACCARO y CLAUDIA GENOUD en los términos previstos por el Código de Justicia Revolucionaria, de los cargos de DESERCIÓN, INSUBORDINACIÓN, CONSPIRACIÓN y DEFRAUDACIÓN. (…) Firmado: Comandante Mario Firmenich; Comandante Fernando Vaca Narvaja y Comandante Roberto Perdía.” Es historia, no “memoria”.

Aquellos militantes que participaron de la “contraofensiva” recibieron instrucción militar en una base de la organización ubicada en el sur del Líbano y, también, en México.

Salvo unos pocos, resonantes y cinematográficos, atentados contra la vida de empresarios y funcionarios del área económica del gobierno militar la contraofensiva no tuvo logro político alguno; en total fueron detenidos, muertos o desaparecidos alrededor de 90 combatientes y el gobierno militar siguió gobernando, sin mosquearse.

Una de estas acciones militares –ordenada por el “Comandante” Vaca Narvaja– fue ejecutada por un pelotón de las “Tropas Especiales de Infantería del Ejército Montonero” en la mañana del 27 de septiembre de 1979, cuando se atacó la casa de Guillermo Walter Klein, que era Secretario de Estado de Programación y Coordinación Económica del Proceso militar.

Mientras el funcionario se encontraba en la planta alta con su esposa y sus cuatro hijos, de entre 12 años y meses de edad, un comando colocó explosivos en la planta baja. Klein y su familia lograron salvarse, pese a que su vivienda fue literalmente demolida y, en el hecho, murieron dos custodios de la policía provincial.

Claramente, no importó a los terroristas que la operación incluyera la posibilidad de asesinar a los hijos y a la mujer del “blanco” elegido. De hecho, lo intentaron y las víctimas de la bomba terrorista, salvaron sus vidas de milagro. Los seis integrantes de la familia fueron rescatados después de estar varias horas bajo los escombros.

Para Vaca Narvaja “la contraofensiva fue un éxito. Golpeamos en los grupos concentrados económicos de la oligarquía”, explicó, locuaz, y sólo eludió responder, en la entrevista, si alguna vez mató. Eso, deberá deducirlo el lector.

Cuando en 1985 huía de la justicia, en tiempos de Alfonsín, su madre, Susana Yofre, en un reportaje en la revista “Caras y Caretas” dijo que deseaba “que pueda volver al país, pero vivir con la frente en alto, porque la determinación que él tomó en su momento no fue buscando beneficio propio, sino para comprometerse, según sus ideas en la lucha por mejorar la situación del pueblo argentino. Fernando siempre fue un muchacho sensible ante los problemas de los humildes. Él –dijo la madre– es un ser limpio y si él tomó ese camino es porque no tenía otro para poder hacer algo por los demás. La violencia que ellos ejercieron es distinta que la de los militares. Porque mientras esa juventud luchó por la liberación del país, los militares lucharon por la supervivencia de sus privilegios; tomaron todo al país como si fueran una estancia y se apoderaron de las riquezas para vaciarlo.” Cualquier parecido con la realidad actual es pura coincidencia.

De lo que sí se arrepiente con todas las letras es de haber aceptado aquel indulto de Menem. Es la única autocrítica que formula en la extensa entrevista. Y es entendible que no se encuentre cómodo con ese paso que consintieron, por más que le significó que se levantaran todas las acusaciones penales contra él. Esa aceptación los llevó a firmar, junto a Mario Firmenich, Roberto Perdía y los otros jefes montoneros, el “Compromiso solemne por la pacificación y la reconciliación nacional”, en abril de 1989, ante Escribano público y la imagen de la Virgen de Luján, en Luján, en donde afirmaron que la Argentina había vivido una “guerra civil intermitente”, que “no hay ningún sector libre de culpa y de errores por los enfrentamientos del pasado. Que se impone una autocrítica y ellos han abordado la suya” y que “la pacificación nacional es un requisito indispensable para curar las heridas y alcanzar la reconciliación”.

Ahora, se olvidó de lo que firmó y, para él, en los ‘70 sólo hubo una cacería despiadada de jóvenes cuyo único pecado era soñar con un país más justo; los exclusivos responsables de todo lo que se hizo mal son los militares genocidas y que, para ellos, no hay “ni olvido ni perdón”.

Es conveniente recordar que los indultos de Menem fueron declarados inconstitucionales por la Corte Suprema de Justicia en 2010, pero sólo los de los militares. Para Vaca Narvaja y sus amigos indultados fue: ¡Pelito para la vieja!

La cuestión es que, “gracias” a la militancia de Fernando, pasados los años de los tiros, los “caños”, los “Tribunales Revolucionarios” y las “Contraofensivas estratégicas”, su familia le cobró multimillonarias indemnizaciones al Estado “burgués” argentino que los montoneros quisieron destruir en aquellos años, para remplazarlo por el prospero “modelo cubano”.

Los argentinos pagamos por el asesinato del padre de Fernando Vaca Narvaja y el de su hermano Hugo, un total, actualizado, de más de 45 millones de pesos. Y por el exilio de su madre, su hijo Sabino, embajador en China, ocho hermanos, seis cuñados y dieciocho sobrinos, un total actualizado a noviembre de 2022 de $981.961.693; a razón de $27.000.000 por persona. Más de 1.000 millones de pesos nos costó la aventura revolucionaria del “Comandante”.

¡Ah!, lo olvidaba. A su hermana Susana, la “que se quedó del otro lado” y no se exilió, no le pasó nada y no cobró un centavo del Estado argentino.

Pasa en las mejores familias.