En secreto, Perón le vendió armas a Pinochet en 1973 por 24 millones de dólares
Dos
decretos confidenciales del fundador del PJ y de Isabel Perón,
recientemente desclasificados, revelan la operación que significó un
fuerte respaldo a la dictadura chilena. Se trata de miles de proyectiles
para fusiles de combate FAL, 2.000 pistolas ametralladoras PAM y 6 mil
pistolas Browning calibre 9 mm.
Por Daniel Santoro para Clarín
Los dictadores Peron y Pinochet se reúnen el 16 de mayo de 1974 en la base aérea de Morón.
Pese
a su elogio a las “formaciones especiales” en alusión a Montoneros y a
su coqueteo con ideas de izquierda, Juan e Isabel Perón como presidentes
de la Argentina vendieron en secreto casi 3,5 millones de dólares en armas y municiones a la sangrienta dictadura del general Augusto Pinochet.
Las entregas de miles de proyectiles para fusiles de combate FAL, 2.000 pistolas ametralladoras PAM y 6 mil pistolas Browning calibre 9 mm fueron autorizadas pro los decretos secretos 382 y de 1973 y 1140 de 1974, que el gobierno de Javier Milei desclasificó recientemente y a los que accedió Clarín. Al dólar actual, la operación fue por unos 24 millones de dólares.
La primera venta se concretó el 26 de noviembre de 1973, seis meses antes de la histórica reunión entre Perón y Pinochet en la base de la Fuerza Aérea en Morón.
Y la segunda, en octubre de 1974, cinco meses después de la muerte del líder del justicialismo.
El 1° de Mayo Perón había roto definitivamente con Montoneros -aliados
de la izquierda chilena- a quienes los echó de Plaza de Mayo.
La presidenta María Estela Martínez de Perón recibe el19 de abril de 1975 a Pinochet.
Aunque
el 19 de septiembre de ese año, el presidente provisional Raúl Lastiri
por orden de Perón tras la renuncia de Héctor Cámpora un aliado de
Montoneros, había sido uno de los primeros gobiernos en
reconocer a la dictadura de Pinochet que estaba aislada en el concierto
internacional.
El historiador y analista político Rosendo Fraga explicó a Clarín que esas entregas de armamento fueron “coherentes con la estrategia de Perón
quien había visto que se venían regímenes de derecha en América Latina”
tras los avances de grupos guerrilleros y había comisionado un enviado
especial para tomar contacto con Pinochet.
Fraga se refirió al Acta Secreta N° 8 del 24 se Septiembre de 1973 de la junta militar chilena que habla de la :“Presencia de un representante oficial de Perón en Chile que trae ayuda material y
el respaldo argentino a la Junta”, tal como contó el periodista y
director de la Escuela de Inteligencia de la SIDE, Tata Yofre. Es decir,
a 13 días del golpe, Perón ya había apoyado a la dictadura chilena.
Perón envío 2 mil ametralladora PAM a Pinochet como esta.
En
coincidencia con esa estrategia secreta, en declaraciones al “Il
Giornale D’Italia”, Perón destacó que la caída de Salvador Allende había
cerrado “la única válvula de escape para la guerrilla argentina”, a la que había ordenado "aplastar".
Para
Fraga el giro de Perón hacia la derecha se vio en la lucha por el
control del palco en Ezeiza tras el regreso del fundador del PJ, el 20
de junio de 1973. En la denominada "Masacre de Ezeiza", el "coronel
Osinde termina controlando el palco en un enfrentamiento con Montoneros"
y esa fue la "primera ruptura de Perón" con esa "formación especial.
Los decretos de ventas de armas a Chile "son una manifestación más de esa postura de Perón", agregó.
Mientras Perón, vestido con uniforme de general, saludaba a Pinochet en la base aérea de Morón, hubo
una marcha en la Plaza Dos Congresos de repudio a la visita del
dictador chileno convocada por la Coordinadora de Movimiento de Ayuda a
Chile (COMACH) de la que participaron los diputados del
Peronismo de Base, como Rodolfo Ortega Peña, entre otros, el presidente
de la Federación Universitaria Argentina, Federico Storani, Jesús Mira
del PC y diversas fuerzas de izquierda.
Pinochet había comenzado una represión ilegal de los seguidores de Allende y de la oposición que dejó un saldo de 3.200 asesinados y 1.162 desaparecidos y sería el modelo que en 1976 seguiría la dictadura del Proceso de Reorganización Nacional en Argentina.
Storani recordó a Clarín que aquella fue una concentración multitudinaria
y que además estuvieron Miguel Godoy, Secretario General de la FUA y
Hugo Piucil de Río Negro quien luego fue diputado nacional e integrante
de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personales (CONADEP).
El decreto secreto de Perón de 1973 que autoriza la venta de armas a Chile.
Otro
que se sumó a las críticas por la visita fue Miguel Unamuno, entonces
presidente del Concejo Deliberante de la Capital, quien declaró a
Pinochet como persona no grata en la Capital Federal. Y Perón le
contestó así: "vea Unamuno, yo como presidente de la República tengo dos
funciones: las relaciones exteriores y la defensa nacional, mientras
que ustedes, en el Concejo Deliberante, tienen tres: Alumbrado, Barrido y Limpieza”.
El
decreto 382 de Perón autorizaba a la Dirección General de Fabricaciones
Militares (DGFM) a exportar a Carabineros de Chile: entre otros
insumos, 2.000 pistolas ametralladoras PA3 “DM”, 20 millones de
cartuchos calibre 7,62 mm NATO para fusiles de combate FAL y 15.000
granadas lacrimógenas. Carabineros es el símil de la Gendarmería Nacional y
tuvo un papel clave en la represión ilegal de la dictadura de Pinochet,
tras el golpe al presidente Salvador Allende del 11 de septiembre de
1973.
La operación fue realizada bajo condiciones FOB y con entrega en el paso fronterizo de Las Cuevas, Mendoza, y con exenciones aduaneras y fiscales, amparadas por decretos previos.
Perón envio 6 pistolas 9 mm de Fabricaciones Militares como esta a Pinochet.
Los
decretos, que fueron recientemente desclasificados por el Archivo
General de la Nación que dirige Emilio Perina, fueron firmados por Perón
y a tres de sus ministros: Ángel Robledo (Defensa), Alberto Vignes (Relaciones Exteriores) y José Ber Gelbard (Economía). Gelbard lo suscribió a pesar de que tenía vínculos con el Partido Comunista y otros grupos de izquierda.
Y en el decreto de Isabel fue suscripto por Gelbard, Vignes y el ministro de Defensa, Adolfo Savino. El decreto 1140 detalla la entrega de 6 mil pistolas Browning calibre 9 mm a Carabineros por 612 mil dólares.
En
simultáneo a la primera venta secreta, Perón permanecía en su
residencia de Vicente López, ausente de la Casa Rosada debido a una
afección bronquial. Los diarios de esos días informaban que su estado de
salud empeoraba gradualmente, y que la vicepresidenta María Estela
Martínez de Perón, junto a José López Rega, el creador de la Alianza Anticomunista Argentina (la triple AAA) para combatir a Montoneros, iban tomando espacios de poder en el gobierno.
El decreto secreto de Isabel Perón que autoriza la venta de armas a Chile.
La
decisión concreta establecida por el decreto fue la autorización de
exportación de armamento y municiones, con intervención de Fabricaciones
Militares, y la orden de dar una facilitación operativa a la Aduana
para que no controlara la carga secreta. Uno de los artículos del
decreto destacaba que no se verificaría el contenido del cargamentoo,
confiando en la declaración de la DGFM, y que se contrataría un seguro
por “riesgos extraordinarios”, seguramente vinculado con el transporte
de cargas explosivos.
Los
considerandos del decreto justifican la operación como parte de una
política de “cooperación regional y fortalecimiento institucional”. Pero
al contrastar el lenguaje técnico del documento con el contexto
represivo chileno —y la pasividad del gobierno de Perón frente a las
denuncias internacionales—, resulta difícil no leer esta exportación
como un apoyo a Pinochet, como interpretó Rosendo Fraga.
El
historiador Eduardo López, académico de la Universidad Diego Portales y
de la Universidad Alberto Hurtado, confirmó la existencia de un acta de
la Junta Militar chilena que señala en 1973 “la presencia de un representante oficial de Perón en Chile que trae ayuda material y el respaldo argentino a la Junta”, explica.
"En
otras sesiones de la Junta, el tema no volvió a tratarse, y no hay
registro de algún encuentro entre el enviado de Perón y alguna autoridad
chilena”, agregó.
López
enfatiza que se trataba de un momento delicado para el régimen de
Pinochet, marcado por el aislamiento diplomático tras el golpe de
Estado. “La dictadura necesitaba encontrar apoyos. Quizás fue más una
acción de respaldo informal y no oficial de Perón hacia la Junta”,
añade. Según su lectura, Perón solía operar mediante gestos ambiguos:
“Era muy amigo de entregar esos apoyos, pero sin oficializarlos”.
La existencia del decreto firmado por Perón y sus ministros era un dato desconocido.
López señala que en Chile no existe registro exacto del tipo de ayuda
material entregada, ni de su recepción efectiva. “De acuerdo a fuentes
más documentadas, apoyo militar concreto nunca existió desde Argentina a
Chile. No se conoce de aquello”, afirma. Incluso obras exhaustivas como
Pinochet: Una biografía de Mario Amorós no mencionan esta exportación.
Sede centrla de Fabricaciones Militares en CABA.
Entonces,
López destaca que “la entrega de material y pertrechos por parte del
gobierno de Perón es una novedad”, aunque advierte que para entonces el
mandatario ya se encontraba gravemente enfermo. “Después de esa
bronquitis, terminó falleciendo. Hay que ordenar bien las fechas: López
Rega y la viuda de Perón ya estaban tomando el control del gobierno. No
descarto que Perón estuviera de acuerdo con la ayuda, pero
operativamente ya no estaba al mando”.
Desde la perspectiva de las relaciones internacionales, López aclara que “en rigor, los países y sus líderes no tienen temas personales: tienen intereses”.
Así, la colaboración entre Perón y Pinochet no necesariamente obedece a
afinidades ideológicas, sino a intereses coincidentes. “Los movimientos
guerrilleros a ambos lados de la cordillera pudieron ser catalizadores de esta cooperación entre dos personalidades que no tenían mucha afinidad” entre sí, finalizó el historiador chileno.
Informe: Raimundo Döll
PUNTEO Información ordenada cronológica o lógicamente
1. La primera venta se concretó el 26 de noviembre de 1973.
Texto Original: “La
primera venta se concretó el 26 de noviembre de 1973, seis meses antes
de la histórica reunión entre Perón y Pinochet en la base de la Fuerza
Aérea en Morón.”
2. El 1° de Mayo Perón había roto definitivamente con Montoneros.
Texto Original: “El
1° de Mayo Perón había roto definitivamente con Montoneros -aliados de
la izquierda chilena- a quienes los echó de Plaza de Mayo.”
3.
El 19 de septiembre de ese año, el presidente provisional Raúl Lastiri
por orden de Perón tras la renuncia de Héctor Cámpora había sido uno de
los primeros gobiernos en reconocer a la dictadura de Pinochet.
Texto Original: “Aunque
el 19 de septiembre de ese año, el presidente provisional Raúl Lastiri
por orden de Perón tras la renuncia de Héctor Cámpora un aliado de
Montoneros, había sido uno de los primeros gobiernos en reconocer a la
dictadura de Pinochet que estaba aislada en el concierto internacional.”
4. El 20 de junio de 1973 se produjo la Masacre de Ezeiza, la primera ruptura de Perón con Montoneros.
Texto Original: “En
coincidencia con esa estrategia secreta, en declaraciones al “Il
Giornale D’Italia”, Perón destacó que la caída de Salvador Allende había
cerrado “la única válvula de escape para la guerrilla argentina”, a la
que había ordenado 'aplastar'. Para Fraga el giro de Perón hacia la
derecha se vio en la lucha por el control del palco en Ezeiza tras el
regreso del fundador del PJ, el 20 de junio de 1973. En la denominada
'Masacre de Ezeiza', el 'coronel Osinde termina controlando el palco en
un enfrentamiento con Montoneros' y esa fue la 'primera ruptura de
Perón' con esa 'formación especial.”
5. La segunda venta se concretó en octubre de 1974, cinco meses después de la muerte de Perón.
Texto Original: “Y la segunda, en octubre de 1974, cinco meses después de la muerte del líder del justicialismo.”
DESTACADOS Textuales, testimonios y declaraciones
Acta Secreta N° 8: Presencia de un representante oficial de Perón en Chile que trae ayuda material y el respaldo argentino a la Junta
Perón: vea
Unamuno, yo como presidente de la República tengo dos funciones: las
relaciones exteriores y la defensa nacional, mientras que ustedes, en el
Concejo Deliberante, tienen tres: Alumbrado, Barrido y Limpieza
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Conflicto de límites con Chile y operaciones militares de las Fuerzas Armadas argentinas en 1978. Experiencias de la artillería de campaña en el «Operativo Soberanía»
Germán Soprano
Introducción
El Tratado de Límites de 1881 no resolvió los diferendos fronterizos entre Argentina y Chile. En 1978, la crisis por la soberanía de las islas Picton, Nueva y Lennox escaló, llevando a ambos países a desplegar sus fuerzas armadas. La Argentina, que rechazó el laudo arbitral de 1977 que otorgaba las islas a Chile, planificó el "Operativo Soberanía", una invasión con el objetivo de forzar una negociación favorable.
A lo largo del siglo XX, los conflictos territoriales fueron recurrentes. Tras el laudo británico, sectores del gobierno argentino favorecieron la opción militar, mientras otros apostaban por la diplomacia. En diciembre de 1978, cuando la ofensiva estaba a punto de comenzar, la mediación papal evitó la guerra.
Dimensión diplomática del conflicto
El Tratado de 1881 estableció que Argentina no podría proyectarse sobre el Pacífico ni Chile sobre el Atlántico, pero la disputa por los límites australes persistió. En 1971, ambos países acordaron recurrir al arbitraje británico, cuyo fallo en 1977 favoreció a Chile. Esto generó un quiebre en la relación bilateral, con sectores de la dictadura argentina inclinándose hacia la guerra.
Durante septiembre de 1978, tropas argentinas cruzaron la frontera en la zona de Casas Viejas, lo que aumentó la tensión. En paralelo, el gobierno argentino definió una estrategia militar de invasión que contemplaba ocupar territorios chilenos, algunos de forma temporal y otros de manera permanente.
El Plan u Operativo Soberanía
El plan militar preveía una guerra rápida y agresiva, iniciando el 22 de diciembre de 1978 a las 22:00 horas. Las fases incluían:
Fase inicial: La Armada debía tomar las islas Picton, Nueva y Lennox, además de otras en el canal de Beagle.
Ataque en la Patagonia: El V Cuerpo de Ejército debía conquistar Puerto Natales y Punta Arenas.
Avance terrestre: El III Cuerpo de Ejército avanzaría hacia Santiago y Valparaíso.
Supremacía aérea: La Fuerza Aérea atacaría bases chilenas y buscaría destruir su aviación en tierra.
Argentina confiaba en que Chile aceptaría negociar después de los primeros ataques. Se esperaba la intervención de Naciones Unidas y la posibilidad de una escalada regional con la participación de Perú y Bolivia contra Chile.
Chile, por su parte, contemplaba respuestas militares en la Patagonia, Neuquén y el noroeste argentino. Se estimaban 20.000 bajas en ambos bandos.
El ataque estaba programado para la noche del 22 de diciembre de 1978, pero ese mismo día, Argentina aceptó la mediación papal y suspendió la ofensiva apenas tres horas antes de su inicio.
El teniente coronel Martín Balza y el Operativo Soberanía
El teniente coronel Martín Antonio Balza, jefe del Grupo de Artillería 102, fue destinado en octubre de 1978 a Junín para conformar su unidad. Poco después, participó en reuniones en Bariloche dirigidas por el general Luciano Benjamín Menéndez, comandante del III Cuerpo de Ejército y principal impulsor de la ofensiva terrestre por Neuquén.
Balza y otros oficiales realizaron un reconocimiento encubierto en Chile, disfrazados de turistas. Identificaron puntos clave del terreno y concluyeron que la ofensiva presentaba serios problemas logísticos y estratégicos.
La unidad de Balza debía avanzar por el paso Puyehue, pero él advirtió que los puentes sobre el río Gol Gol podían ser destruidos por Chile, dejando su artillería atrapada. Además, el plan contemplaba un avance de tanques por el paso Pino Hachado, un desfiladero estrecho donde podrían ser fácilmente destruidos.
La improvisación era evidente, reflejando errores estratégicos que también estarían presentes en la Guerra de Malvinas cuatro años después.
Conclusión
El Operativo Soberanía fue una planificación militar ambiciosa pero llena de errores. La falta de coordinación entre las Fuerzas Armadas y la subestimación de la respuesta chilena mostraban serias fallas estratégicas.
El contexto internacional jugaba en contra de Argentina: la guerra habría sido vista como una agresión injustificada y habría generado un rechazo global. La mediación del Vaticano evitó el conflicto, que finalmente se resolvió en 1984 con el Tratado de Paz y Amistad.
El "delirio armado" Argentina-Chile. La guerra que evitó el Papa.
Autor: Bruno Passarelli – Ed. Sudamericana, S.A. 1998
En una charla entre el embajador norteamericano Raúl Castro y el nuncio Pío Laghi, el primero aseguró que fuentes militares le habían dado un panorama bastante preciso sobre las consecuencias devastadoras que el Estado Mayor del Ejercito Argentino había calculado en la primera fase de la guerra.
Puntualizó Castro: "Se estima que los muertos de ambas partes, solo en la primera semana de operaciones, serian unos 20.000 y no se descarta que, en caso de que Argentina no obtuviese una rápida victoria, con la destrucción del aparato militar y económicos chilenos, se produzca una regionalización del conflicto con derivaciones catastróficas para America del Sur, y por extensión, para Occidente todo".
Y tras el silencio sepulcral que invadió el salón, repitió en un susurro, como hablando consigo mismo:"Veinte mil muertos en una sola semana, un delirio total".
En realidad en mas de un documento se hacia esta sobrecogedora evaluación. Se aludía a un memorandum que se llamaba "Planeamiento Conjunto de las Operaciones Previstas contra Chile", que estaba en poder de los tres Comandos en Jefe, e incluía todas las hipótesis operativas elaboradas en función de la búsqueda de una rápida y favorable definición militar, y a una "Dirección Estratégica Militar"(DEMIL) aprobada por la Junta Militar.
En ellas se manejaban dos hipótesis: la rendición lisa y llana de Chile en breve tiempo, como consecuencia de la acción fulminea que se preparaba (hipótesis de máxima) o en su defecto, la aceptación de parte chilena de los reclamos territoriales argentinos, tanto terrestres como marítimos, en el extremo sur (hipótesis de mínima), a lo que seguiría el repliegue de tropas desde los puntos alcanzados en territorio chileno, al otro lado de la frontera.
Cuando los documentos habían sido elaborados, la iniciación de la guerra no tenía todavía fecha y hora. Deliberadamente, se había dejado la definición cronológica para el momento oportuno, o sea cuando el reloj de la guerra hubiese empezado a marchar sin posibilidades de retorno. Pero su aplicación ya había comenzado en septiembre, cuando las fuerzas integrantes del "Operativo Soberanía" - así lo habían bautizado con pomposo léxico militar - habían comenzado paulatinamente a ocupar sus posiciones a lo largo de la frontera con Chile, en un despliegue que continuarían incesantemente hasta el mes de noviembre.
Así, desde la Provincia de Buenos Aires se desplazaron las dos grandes unidades de batalla del Primer Cuerpo del Ejército, o sea la Brigada I de Caballería Blindada, que era la de mayor capacidad de fuego, y la X Brigada de Infantería, cuyo asiento natural estaba en Palermo y comandaba el general Juan Saisaiñ (quien había estado a las órdenes de Menéndez en Córdoba y estaba de acuerdo con sus pensamientos). A la primera pertenecían los Regimientos de Tiradores Blindados 1 "Coronel Brandsen" y 10 "Húsares de Pueyrredón", el Escuadrón de Exploración de Caballería Blindada 101 "Simón Bolívar", y el Grupo 1 de Artillería Blindada "Martiniano Chilavert".
Lo mismo desde el Litoral, habían hecho las unidades del Segundo cuerpo, comandadas por el general de división Leopoldo Fortunato Galtieri, y al que pertenecían la II Brigada de Caballería Blindada, a las órdenes del general Juan Carlos Trimarco (incluía los regimientos de Tiradores Blindados 6 "Blandengues" y 7 "Coronel Estomba" y el grupo 2 de Artillería Blindada con base en Rosario del Tala), y la VII Brigada de Infantería, cuyo jefe era el general Eugenio Guanañabens Perelló y comprendía, entre otras unidades, al Regimiento 5 de Infantería, cuyos cuarteles estaban en Paso de los Libres.
También habían sido destacadas unidades de artillería de asalto y antiaérea, como el poderoso Grupo Artillería de Defensa Aérea 601, con asiento en Mar del Plata que tomó ubicación en la provincia de Chubut, a la altura fronteriza de las poblaciones de Rio Mayo y Alto Rio Seguer, junto a los efectivos de la IX Brigada de Infantería de Montaña que comandaba el general Hector Humberto Gamen.
La concentración de efectivos en esa zona, dotados de fuerte capacidad de fuego, respondía a una razón muy sencilla: allí, la Cordillera de los Andes tiene escasa altura y por eso la línea fronteriza es considerada vulnerable.
Esto preocupaba al Estado Mayor Argentino, ya que planteaba el riesgo de que los blindados chilenos la superasen con cierta facilidad, apuntando a los yacimientos petrolíferos de Comodoro Rivadavia (Pico Truncado y Caleta Olivia), que el alto mando estaba dispuesto a proteger con absoluta prioridad. Por eso se había llevado a ese sector de la frontera numerosas unidades, con una presencia efectiva de no menos de 40.000 hombres. Más al sur, entre el Calafate y Rio Turbio, estaba desplegado el Regimiento de Infantería 24, que comandaba el coronel Alfredo Gómez Otero, cuya sede habitual era Rio Gallegos.
La concentración final de efectivos se realizaría en los primeros días de diciembre, por vía aérea. Los gigantescos Boeing 707 y 747 de Aerolíneas Argentinas - estos últimos flamantes y comprados para su afectación a vuelos transoceánicos - llevaban al Sur contingentes de hasta 370 hombres por vuelo, con su armamento completo, después de que a los aviones se le aplicaba lo que en la jerga militar se llamaba la "Configuración Vietnam".
¿En que consistiría el ataque argentino?
La Hora Cero coincidiría con la ocupación militar de las tres islas en disputa (Picton, Lennox y Nueva) que seria precedida entre 24 y 36 horas antes, por una operación nocturna de intrusión en al que efectivos de Elite de la Infantería de Marina desembarcarían en las islas e islotes situados al sur de la desembocadura oriental del Canal de Beagle y fuera de la zona en litigio (el llamado "Martillo"), pese a lo cual el Fallo Arbitral de 1977 las había asignado a Chile, y aniquilarían allí cualquier resistencia chilena. Se trataba de las islas Freycinet, Herschel, Wallaston, Deceyt y Hornos.
Esta ocupación seria precedida de una formal protesta argentina ante el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, en las que se denunciarían el emplazamiento en ellas de destacamentos militares, en abierta alteración de los equilibrios en la región. El Alto Mando argentino sabia que esta operación sería considerada por Chile como un casus belli y que provocaría su reacción armada, para lo que había concentrado en las adyacencias a su flota naval, aunque no se creía que en su fase inicial la resistencia chilena fuera muy fuerte. Caso contrario, entraría en acción la Flota de Mar, comandada por el contraalmirante Humberto Barbuzzi que había sido dividida en dos grupos de tareas (GT).
El primero (GT1) había sido desplegado frente a la boca oriental del Beagle; el otro grupo (GT2), delante del Estrecho de Magallanes. En nuestras aguas australes estaban el portaaviones 25 de Mayo, los destructores Piedra Buena, Bouchard y Drummond, las corbetas misilisticas Granville y Guerrico, los ARA Hércules, Santísima Trinidad y otros y el crucero General Belgrano, después hundido durante la Guerra de Malvinas. Este ultimo había sido reequipado con cañones de seis pulgadas para tiro naval y baterías de misiles Sea Cat con un alcance aproximado de 4.000 metros.
Dos horas después de completada la ocupación de las pistas Lennox, Picton y Nueva, colocadas bajo la protección cercana del GT2, aviones Mirage-Dagger y Skyhawks bombardearían objetivos militares en la ciudad de Punta Arenas y en Puerto Williams, mientras el hostigamiento aéreo alcanzaría a otros blanco relacionados con el transporte y el abastecimiento en la región de Magallanes. Para las horas sucesivas se preveían enfrentamientos aeronavales con la flota chilena en el estrecho de Magallanes y en la boca de ingreso al Canal de Beagle, por lo que en noviembre el alto mando naval había hecho su requerimiento de un fuerte apoyo aéreo, dada la amenaza que representaban los helicópteros artillados chilenos.
A las 0 horas entraría en acción el ejército, que cruzaría la frontera patagónica por cuatro puntos diferentes con tropas de la IX Brigada de Infantería de Montaña y de otras unidades asignadas al sector de Santa Cruz y Chubut. Casi contemporáneamente, aprovechando las primeras horas de la mañana, aviones de la Fuerza Aérea trataría de destruir a la aviación chilena, si fuera posible en tierra, con una ofensiva fulminante del tipo de las aplicadas por Israel con tanto suceso en el Medio Oriente. En este sentido, la Fuerza Aérea se veía favorecida por el hecho de contar con mas aeródromos en el ámbito de las operaciones, aunque se reconocía la peligrosidad de la aviación rival, por su entrenamiento, preparación y el material bélico a su disposición.
En cuanto al Ejercito, dado que la ofensiva proyectada no había sido circunscripta únicamente al sector sur del territorio enemigo, sino que seria generalizada y se extendería por toda la frontera, en un segundo momento pasarían al ataque las tropas del Tercer Cuerpo, desplegadas a lo largo de la Cordillera, en el que era su natural ámbito operativo, desde Mendoza hasta Jujuy.
Irrumpirían las dos grandes unidades terrestres de batalla integradas a dicho cuerpo, o sea la V Brigada de Infantería (...) y la VIII Brigada de Infantería de Montaña, a las ordenes del general Saá, uno de los mas fieles a Menéndez. En tanto, funciones operativas diferentes, por su propia naturaleza, tendría la IV Brigada de Infantería Aerotransportada con asiento en Córdoba, cuyo jefe era el general Gumersindo Centeno.
Algo mas al sur, casi contemporáneamente, se ejecutaría un movimiento cuyo éxito podría depender la definición favorable del conflicto del ataque: a la altura de la provincia de Neuquén, cerca del Paso Puyehue, irrumpirían a traves de la frontera la poderosa X Brigada de Infantería y otras unidades asignadas a ese sector del frente, con el objetivo de llegar al Pacifico y partir de esa manera en dos el territorio chileno. Era ese el punto en que, en esa fase del ataque terrestre, se concentraría el peso principal del ataque. Si bien las fuentes consultadas coinciden en que este corte era un objetivo prioritario, no son coincidentes sobre el lugar planificado, ya que algunos lo ubican al sur del valle de Maipo y otros mas al norte de esa zona.
En el plan de operaciones se preveía también la ocupación de una ciudad clave, que seria determinada según el curso de las acciones por la "línea menor de resistencia". El primer objetivo era Santiago, pero se tenia Valparaíso como alternativa. El avance de las tropas iba a ser constantemente apoyada por la Fuerza Aérea, en una sistemática tarea de ablande de las defensas enemigas. En el extremo sur, igual papel estaría a cargo de la Aviación Naval, si el objetivo quedaba establecido en una ciudad marítima atacada por al Infantería de Marina. Pero - como ya se ha explicado - la ofensiva terrestre tenia un Talón de Aquiles, focalizado a la altura de Chubut, y por eso en los estudios de planificación se habían ultimado las precauciones para ganar una batalla que se estimaba podía ser decisiva.
Mas allá de las preocupaciones que el frente chubutense planteaba, en todos los niveles de comando existía una confianza muy arraigada que nacía, sobre todo, del superior poder de fuego y de movilidad de sus unidades blindadas. En cambio, esta ventaja se atenuaba considerablemente en el poder naval.
La Argentina había gastado 1.200 millones de dólares para reforzar sus fuerzas armadas( contra solo 800 millones invertidos por Chile), buena parte de ellos invertidos en la compra de modernos aviones de guerra y sistemas misilisticos. Además, había vuelto a llamar bajo bandera nada menos que a 500.000 reservistas. Pero lo que mas alentaba el optimismo de sus altos mandos militares era una frase muy arraigadas en ellos:"Chile es, lejos, después de Israel, la plaza mas vulnerable de la Tierra".
El heroísmo olvidado del Beagle: Una gesta de unidad y sacrificio nacional
Pocas epopeyas de nuestra historia nacional han sido tan silenciadas y olvidadas como la crisis del Beagle de 1978. Un episodio que movilizó a miles de argentinos, desde soldados hasta civiles, y que estuvo a punto de convertirse en uno de los capítulos más decisivos de nuestra soberanía. A pesar de la magnitud de los eventos y de la gigantesca movilización de recursos humanos y materiales, esta historia se ha diluido con los años, eclipsada por otros episodios como la Guerra de Malvinas y la lucha antisubversiva. Pero el Beagle fue mucho más que una crisis diplomática: fue un momento de unión patriótica, de preparación estratégica y de defensa de los derechos nacionales.
Este relato es un homenaje a quienes, con seriedad y patriotismo, formaron parte de esa preparación, sabiendo que se encontraban al borde de un conflicto armado con Chile. La Operación Tronador, planeada con una meticulosidad sin precedentes, representó un esfuerzo conjunto de las fuerzas armadas y de seguridad argentinas, y marcó un hito en la historia de la cooperación militar de nuestro país. Fue un ensayo de valor, sacrificio y unidad que merece ser contado con orgullo.
Ushuaia: El centro de la Operación Tronador
La ciudad de Ushuaia se transformó en el corazón del despliegue operativo, el punto de reunión para las fuerzas que se preparaban para defender la soberanía nacional sobre las islas en disputa. Desde este lugar estratégico, se planificó y organizó uno de los mayores esfuerzos combinados entre fuerzas militares y de seguridad de la historia argentina.
La Prefectura Naval Argentina aportó sus helicópteros y al legendario Grupo Especial Albatros, una unidad de élite que simbolizaba el compromiso con la soberanía nacional. La Armada Argentina desplegó sus helicópteros Alouette III, equipados con misiles antitanque SS.11 y SS.12, tecnología avanzada que garantizaba el apoyo aéreo preciso en un eventual enfrentamiento. El Ejército Argentino sumó sus helicópteros Huey y Puma, mientras que la Fuerza Aérea Argentina añadió los robustos Sikorsky S-58 Choctaw y S-61, aviones que personificaban el alcance de nuestra aviación militar.
En cuanto a las tropas, el Batallón de Infantería de Marina N° 4 (BIM 4), una unidad acostumbrada al clima hostil de Tierra del Fuego, fue la fuerza principal en tierra. A ellos se unió una compañía L del Ejército Argentino, en lo que sería la primera colaboración operativa significativa entre estas dos fuerzas, un antecedente de lo que se repetiría años después en las colinas de Tumbledown, en Malvinas. Esta unidad mixta destacaba por su especial composición y por el coraje de sus integrantes, quienes sabían que el destino de la soberanía nacional dependía de ellos.
El plan: Una operación combinada
La ejecución de la Operación Tronador era un ejemplo de coordinación táctica y determinación estratégica. El plan contemplaba un asalto anfibio sobre la isla Nueva, apoyado por un bombardeo aéreo y naval de precisión. Al mismo tiempo, se planificó un audaz asalto helitransportado para tomar las islas del Cabo de Hornos, ubicadas aún más al sur, en una maniobra que aseguraría el control sobre las zonas más críticas de la región.
Este plan no solo exigía valentía, sino también precisión y disciplina. Las fuerzas argentinas, conscientes de que cada paso sería determinante, se entrenaron con rigor extremo. Los pilotos se familiarizaron con los peligrosos vientos fueguinos, los artilleros ajustaron sus cálculos para operar en condiciones extremas, y los infantes de marina y soldados practicaron maniobras de desembarco en terrenos hostiles y helados. La Operación Tronador era más que una estrategia militar: era un acto de patriotismo en su forma más pura.
Un frente de héroes
Los hombres que participaron en estas maniobras eran jóvenes en su mayoría, provenientes de diferentes rincones del país, unidos por un mismo objetivo: defender la soberanía argentina en el fin del mundo. Cada uno de ellos estaba dispuesto a enfrentarse a las adversidades del clima, la geografía y el enemigo. Los helicópteros, barcos y tropas simbolizaban la voluntad de un país de no ceder ni un centímetro de su territorio sin luchar.
Los entrenamientos y las maniobras realizadas en Ushuaia durante la crisis del Beagle demostraron que Argentina poseía no solo los recursos, sino también la voluntad de defender lo que es suyo. Aunque el conflicto nunca se concretó gracias a la intervención diplomática, aquellos días de diciembre de 1978 quedaron grabados como un ejemplo de la capacidad operativa y la disposición del pueblo argentino para defender su soberanía.
Un legado de honor
Hoy, la Operación Tronador permanece en gran parte olvidada, opacada por otras gestas y por los relatos politizados que minimizaron su importancia. Sin embargo, este episodio es un testimonio de la unión y el heroísmo de nuestras fuerzas armadas y de seguridad. El Beagle no fue solo una crisis; fue un momento de afirmación nacional, una muestra de que cuando la Patria llama, los argentinos responden.
En un mundo donde los desafíos a la soberanía son constantes, recordar el espíritu del Beagle es vital. No se trató solo de una preparación militar, sino de un compromiso colectivo con los valores que nos definen como Nación. A esos hombres que se entrenaron en Ushuaia y a todos los que participaron en la defensa del Beagle: gracias por recordarnos lo que significa amar y servir a la Patria.
Cómo a último momento se evitó la guerra con Chile
La Navidad de 1978 pudo
haber estado marcada por 22.000 muertos. El 22 de diciembre de ese año, fue el día D.
Aquí se cuenta cómo la intervención de Samoré y del Papa evitaron la guerra a último
minuto
El 22 de
diciembre de 1978, Argentina y Chile estuvieron a pocas horas de entrar en guerra por el
llamado "conflicto del Beagle". Iba a ser una guerra total en la que se
preveían 20.000 muertos sólo en la primera semana, pero un télex enviado en clave
secreta al despacho del papa Juan Pablo II evitó la catástrofe. Cuando el jefe de la
Iglesia Católica decidió tomar cartas en el asunto y enviar como mediador al cardenal
Antonio Samoré, se despacharon helicópteros para detener el avance los soldados
argentinos, que ya estaban en la frontera dispuestos a poner en marcha lo que los
militares habían bautizado pomposamente como "Operativo Soberanía". "A
los milicos les sacaron el chiche cuando estaban a punto de apretar el gatillo, y no lo
perdonaron nunca. El resultado fue Malvinas", dijo a este diario Bruno Passarelli,
autor del libro El delirio armado, en el que relata los entretelones del conflicto,
veinte años después. En esa época, el autor trabajaba como periodista en el Vaticano, y
se vinculó estrechamente con Samoré, quien, asegura, "murió por las trastadas que
le hicieron los militares argentinos".
La historia es así: el
2 de mayo de 1977, la corona británica entregó a los embajadores de Chile y Argentina el
"Laudo Arbitral sobre el Canal de Beagle". Era la conclusión que había sacado
una corte integrada por cinco jueces de distintas nacionalidades consultada por el
gobierno británico sobre la disputa que enfrentaba a ambos países desde hacía años: un
brazo de mar que en el extremo austral comunicaba a los dos océanos y por las tres islas
ubicadas en su desembocadura atlántica: Lennox, Nueva y Picton. El laudo le daba la
razón a Chile, incluso más allá de las pretensiones que había planteado. Los militares
argentinos no estaban precisamente felices y no aceptaron el fallo.
--¿Cómo se llegó a estar a un paso de la guerra? --preguntó Página/12
a Passarelli.
--Esto formó parte del clima de soberbia ilevantable en el cual había
entrado el gobierno militar después de la derrota de la guerrilla. En el '78 pasaban por
el éxito momentáneo de la tablita de Martínez de Hoz y se había ganado el Mundial.
Estaban eufóricos, solos en la escena. Creían que estaban frente a una guerra ganada e
iniciaron en el pueblo una acción psicológica muy fuerte. Hasta Balbín estaba a favor
de la guerra. A esto hay que sumarle la total intransigencia de los chilenos.
--¿Quiénes querían la guerra y quiénes no dentro del gobierno?
--Luciano Benjamín Menéndez era el más loco de los locos. Le
seguían Suárez Mason y el general Antonio Vaquero, comandante del Quinto cuerpo. Una
segunda línea, formada por Videla, Viola, Villareal, no la querían, pero eran minoría.
El más moderado fue Leopoldo Galtieri, no porque estuviera a favor de la paz, sino porque
quería era serrucharles el piso a Suárez Mason y a Menéndez. Yo tengo una tesis: a los
militares les sacaron el chiche cuando estaban por apretar el gatillo: no lo perdonaron
nunca y se tomaron revancha con Malvinas. Necesitaban un éxito para legitimar las
barbaridades que hacían con los derechos humanos.
--¿Cómo se empezó a hablar de la mediación papal?
--Elípticamente. Videla y Pinochet se mandaban cartas secretas y
concluyeron que el único que podía mediar era Juan Pablo II. Pero no era fácil:
Pinochet era un gangster, que decía una cosa y hacía otra, y Videla era casi un medroso,
un débil. Hasta que se llegó al 22, día de mayor dramatismo, sin ninguna solución. A
medianoche se iba a producir el desencadenante de la guerra, una incursión no en las tres
islas, sino en los islotes aledaños que a través del Laudo Arbitral quedaban en manos de
los chilenos. Mientras tanto, se estaba desarrollando la tarea diplomática. Raúl Castro,
embajador de Estados Unidos, había sensibilizado muchísimo al presidente Carter. Y el
nuncio apostólico Pio Laghi trataba de comunicarse con el Papa, pero sus mensajes se
perdían en la burocracia de la Secretaría de Estado.
--Usted exalta mucho los esfuerzos de Laghi.
--Es que él fue quien realizó un movimiento de último momento, casi
desesperado. El 21, cuando tuvo la clara conciencia de que la guerra era inevitable,
utilizó una clave secreta solamente destinada a situaciones de emergencia internacional.
Lo cómico es que él no la podía transmitir desde el télex de la Nunciatura porque
saltaba, y tuvo que ir a la única embajada con la cual estaba en buenas relaciones, la
norteamericana. Finalmente mandó varios télex, que terminaron sobre la mesa del Papa. En
el tercero le dice: "Santo Padre, intervenga".
--¿Cómo fue el 22?
--El 21 a la noche, el Papa se fue a dormir resignado porque creía que
no iba a poder hacer nada. Había escrito un documento muy desesperanzado. Por la
madrugada, le llegan las noticias de una disponibilidad de Videla y Pinochet. Le dicen:
"Tenemos acá el télex de Videla, y también está de acuerdo Pinochet. Dicen que si
usted hace una intervención fuerte se podría parar la guerra". Entonces se escribe
la segunda parte de ese documento, donde le anuncia al mundo que había detenido la guerra
y que mandaría a su representante personal, el cardenal Antonio Samoré.
--A quien usted conoció bastante.
--Sí, al pobre, los militares le hicieron mil trastadas y se
murió del corazón. Durante tres años, los milicos argentinos se pasaron desairando al
Papa. Cuando fue presentada su propuesta, infinitamente mejor que el Laudo Arbitral, Chile
contestó en tres días y Argentina no contestó nunca. El pobre viejo se murió sin saber
que había logrado detener la guerra. Finalmente, en 1984, ambos países firmaron el
Tratado de Paz y Amistad.
--¿Por qué cree que el Papa se jugó tanto?
--Estaba hacía tres meses. Era totalmente nuevo. Era el momento de
mayor auge de este Papa joven, lleno de vitalidad, que había dado un golpe de timón en
la Iglesia y venía de una nación subyugada por el comunismo, que también había sufrido
el nazismo e intervenía en cada situación donde creía que la paz estaba amenazada.
--¿Por qué cree que no se evitó Malvinas?
--Porque el Papa no intervino en esa oportunidad.
--Dice en su libro que muchos protagonistas no quisieron hablar más de
esto. ¿Quiénes?
--Esto fue una gran derrota de los halcones, de los duros, que estaban
enfrentados con Videla, quien estaba programando una especie de apertura política muy
condicionada. El hablaba con los políticos de centroderecha. Y Bartolomé Gallino, Omar
Riveros eran el ala belicista, y a su vez tenía una alianza cruzada con Massera, que
quería llevar adelante esta guerra porque en ella la Marina hubiera tenido un rol
protagónico.
--Finalmente, las islas quedaron para Chile.
--Se va a la mediación, se discute y se discute, y sí, las islas eran
chilenas. Ellos las habían habitado, tenían desde el siglo pasado colonos instalados. El
laudo de la Corona fue exagerado, es cierto, pero ésa es otra cuestión.
Cuarenta y cinco años después de que Argentina y Chile estuvieran al borde de la guerra por unos islotes en el canal de Beagle,
en el pequeño pueblo de pescadores de Puerto Almanza, del lado
argentino del canal, todavía se pueden ver una serie de cañones
abandonados, mudos testigos de un conflicto que estuvo a solo unas horas
de desatarse, enfrentando a las dos dictaduras más espantosas del Cono
Sur. Hoy, ese lugar es un punto turístico apreciado por las magníficas
centollas que se pescan en el lugar. Y permite ver al otro lado del
canal la pequeña localidad chilena de Puerto Williams. Un paisaje
maravilloso, pero que 45 años atrás estuvo a punto de transformarse en
un infierno.
Cañón abandonado en Puerto Almanza, del lado argentino del canal de Beagle. (Imagen: Gabriela Máximo)
Las 22.00 del día 22 de diciembre de 1978, un viernes, era el momento
en que debería comenzar el ataque argentino a la isla Nueva, una de las
tres en disputa con Chile, en la desembocadura del canal de Beagle -las
otras dos son Picton y Lennox-, iniciando lo que el régimen militar de
Argentina bautizó como Operación Soberanía. El
conflicto llevó a la mayor movilización de tropas en la historia de
ambos países. La cancillería argentina llegó a enviar telegramas
secretos a sus embajadores en el que se les informaba que en 24 horas
debían comunicar a los países respectivos que Argentina estaba en
situación de guerra con Chile.
La flota argentina había partido horas antes,
estando compuesta por un portaaviones, un crucero, cuatro destructores,
dos corbetas y cuatro submarinos. Los esperaban tres cruceros, cuatro
destructores, tres fragatas y tres submarinos chilenos, desplegados en
el área de operaciones. Los chilenos que sintonizaban el día 19 el
noticiario matinal de Radio Minería, escucharon cómo el canciller
argentino decía que se había agotado el tiempo de las palabras y
comenzaba el tiempo de la acción en las relaciones con Chile.
“Atacar y destruir cualquier buque enemigo en aguas territoriales chilenas”, dijo el jefe de la Armada, José Toribio
El vicealmirante chileno Raúl López Silva, a cargo de la Escuadra
Nacional de su país, había recibido un mensaje del almirante José
Toribio Merino, jefe de la Armada y uno de los 4 miembros de la Junta Militar,
afirmando: “Prepararse para iniciar acciones de guerra al amanecer,
agresión inminente”. Horas después recibiría esta orden, escueta, de
solo diez palabras: “Atacar y destruir cualquier buque enemigo en aguas
territoriales chilenas”. El embajador de EEUU en Chile había entregado
al canciller Cubillos fotografías satelitales mostrando el avance de
tropas argentinas hacia Chile en todas las zonas de frontera, norte,
centro y sur.
Un audio del comandante del destructor Portales, el capitán de navío
Mariano Sepúlveda se conocería tiempo después: “Se estima que la
escuadra argentina llegará al objetivo en las primeras horas de mañana
20. ¡Que cada uno de nosotros cumpla con su deber!”.
Las condiciones del mar eran absolutamente desfavorables, con olas
gigantescas y una lluvia torrencial, que hacía imposible llevar a cabo
la misión. El movimiento del mar impedía que los 15 aviones que llevaba
el portaaviones argentino 25 de Mayo pudieran despegar. Por
tanto el portaaviones debía ser custodiado por naves que pasaban de
ofensivas a defensivas. Pero, además, acababan de dar fruto las negociaciones para que el Papa Juan Pablo II interviniera.
Es por eso que a las 18.30 los buques argentinos recibieron la orden de
cambiar de rumbo y regresar a sus bases. Faltaban solo tres horas y
media para que se iniciara la Operación Soberanía, cuando los argentinos
empezaban a dar la vuelta. El radiograma firmado por el general Roberto
Viola ordenando suspender las acciones, informaba que se aceptaba la
mediación papal “momentáneamente”. Un fallo en el sistema de
comunicación hizo que las unidades que debían invadir por tierra
territorio chileno desde la provincia de Neuquén, no recibieran el
mensaje y a las 20.00 tropas de la X Brigada de Infantería penetraron en
territorio enemigo. Hubo que enviar helicópteros para parar esta
incursión.
“En una misa con un capellán nos dieron la extremaunción y nos
repartieron las chapas de identificación para nuestros futuros
cadáveres, con grupo sanguíneo, y a la vez firmamos un testamento para
nuestras familias”, le dijo años después a la BBC Marcelo Jorge Kalen,
entonces un soldado argentino de 19 años, comando paracaidista.
Para Chile no era una novedad ir a la guerra con alguno de sus
vecinos por conflictos limítrofes, pero con Argentina no se había
llegado a un enfrentamiento armado
Para Chile no era novedad ir a la guerra con alguno de sus vecinos
por conflictos limítrofes. Entre 1879 y 1883, libró la Guerra del
Pacífico. Y entre 1836 y 1839, se enfrentó a la Confederación
Peruano-Boliviana. Pero con Argentina, a pesar de los numerosos litigios
fronterizos no se había llegado a un enfrentamiento armado.
A esta situación de 1978 se llegó después de que Argentina no acató la resolución adoptada por una Corte formada por juristas internacionales, bajo el arbitrio de la Corona Británica,
que declarara las islas territorio chileno. Los dos países se habían
sometido voluntariamente al arbitraje, pero el gobierno militar
argentino declaró el fallo “insanablemente nulo”.
A partir de ahí Argentina comenzó a prepararse para la guerra. En el
centro de control aeronáutico situado en el cerro Renca, cerca de
Santiago, empezaron a detectar cazas argentinos entrando a territorio de
Chile. Los aviones se retiraban en cuanto los chilenos despegaban para
interceptarlos.
Cañón abandonado. (Imagen: Gabriela Máximo)
A lo largo del mes de noviembre de este 1978, Argentina convocó a los
soldados que habían concluido el año anterior el servicio militar, para
sumarse a los que todavía estaban prestando servicio y en diciembre
hubo una concentración inédita de tropas en el sur y en toda la frontera
con Chile. Junto a la movilización, hubo ejercicios de oscurecimiento
en ciudades como Mendoza, próxima a la frontera, y también en Buenos
Aires. Una ruta de la provincia de San Juan, fronteriza con Chile, fue
ensanchada para permitir el aterrizaje de aviones. Hubo algunos comandos
de ambos países que se infiltraron en territorio enemigo, llegando a
producirse tiroteo. Un capitán argentino fue detenido en la ciudad
chilena de Puerto Natales. Buques argentinos ingresaban a aguas que los
chilenos consideraban suyas, maniobras que eran interpretadas por Chile
como intentos de provocar incidente.
La mayor parte de la prensa argentina contribuyó al clima bélico.
Numerosos ciudadanos chilenos fueron detenidos y deportados, sobre todo
en Trelew y Comodoro Rivadavia. Había 350.000 chilenos viviendo en la
Patagonia argentina y 200.000 en otras ciudades. Turistas del país
vecino fueron hostilizados.
La Operación Soberanía contemplaba que los
argentinos invadirían las islas en disputa, al tiempo que 15.000
efectivos y 200 tanques del V Cuerpo del Ejército cruzarían la frontera
para apoderarse de Puerto Natales y de ahí seguir hacia Punta Arenas.
Unos 1.500 paracaidistas debían saltar sobre Punta Arenas y otros tantos
sobre las islas en conflicto. Efectivos del III Cuerpo, al mando del
general Luciano Benjamín Menéndez, ingresarían a Chile a la altura de
Temuco, Valdivia y Puerto Montt, para llegar a Valparaíso, el principal
puerto del país. Y en el norte, al frente de los hombres del I Cuerpo de
Ejército, estaba preparado para intervenir el general Leopoldo
Fortunato Galtieri –el mismo que cuatro años más tarde, como jefe de la
Junta Militar, desataría la guerra de las Malvinas.
“Cruzaremos los Andes, les comeremos las gallinas, violaremos a las
mujeres y orinaré en el Pacífico”, aseguró el general Luciano Benjamín
Menéndez
Los argentinos se jactaban de que iba a ser un paseo. Tenían una
importante superioridad aérea, con varias bases cerca de la cordillera,
con lo que podían ingresar a territorio chileno en cuestión de minutos.
El general Luciano Benjamín Menéndez, el principal promotor de la
guerra, soñaba con desfilar por las calles de Santiago e hizo varias
declaraciones incendiarias, como que el brindis de fin de año lo harían
en el Palacio de La Moneda “y después iremos a orinar el champagne en el
Pacífico”. A los 40 años del conflicto, el general Martín Balza dijo,
en un artículo en Infobae, que la frase de Menéndez fue todavía
más brutal: “Cruzaremos los Andes, les comeremos las gallinas,
violaremos a las mujeres y orinaré en el Pacífico”, habría dicho el
comandante.
Los chilenos fueron mucho más discretos. En Chile también se
movilizaron tropas, pero de noche, para no alarmar a la población. Los
medios chilenos, contrariamente a lo que sucedía en Argentina, mantenían
la reserva. El general Fernando Matthei, miembro de la Junta, diría
años más tarde: “Decidimos mantener la boca cerrada, cuidar nuestro
lenguaje, no hacer declaraciones altisonantes, patrioteras ni
chauvinistas”. El entonces canciller, Hernán Cubillos, diría dos
décadas después que “estaba seguro que tras una prolongada guerra, las
fuerzas chilenas llegarían a invadir Buenos Aires”.
El propio dictador Augusto Pinochet, que asumió
personalmente el manejo del conflicto, le dijo a la periodista María
Eugenia Oyarzún que el ejército chileno tuvo 10.000 hombres dispuestos a
llegar hasta la ciudad argentina de Bahía Blanca -poco más de 600
kilómetros al sur de Buenos Aires- y desde ahí cortar todos los pasos
hacia el sur, dividiendo a la Argentina en dos. Reconoció que un triunfo
militar sobre Argentina habría sido muy difícil: “Se habría tratado de
una guerra de montonera, matando todos los días, fusilando gente, tanto
por parte de los argentinos como por la nuestra”.
Si la guerra hubiera estallado, se habría podido convertir en un
conflicto a nivel continental con costos altísimos para los dos países.
Según el periodista argentino Bruno Passarelli, autor de El delirio armado
(Sudamericana, 1998). El embajador norteamericano en Buenos Aires, Raúl
Castro, le advirtió al general argentino Carlos Suárez Mason: “No va a
ser una guerrita circunscripta a la posesión de las islas, sino una
guerra total en la que los muertos de ambas partes, solo en la primera
semana, se ha calculado que serán unos 20.000”.
Los chilenos temían que la ocasión fuera aprovechada por los vecinos Bolivia y Perú,
con los cuales tenían viejas pendencias limítrofes. Es lo que en la
jerga militar se conocía como HV3, Hipótesis Vecinal 3, conflicto armado
con los tres vecinos, de manera simultánea. El 17 de marzo de 1978 el
dictador boliviano Hugo Banzer había roto relaciones diplomáticas con
Chile, iniciando una ofensiva en la ONU y la OEA a favor de una salida
al mar para su país. En octubre de ese mismo año, el dictador argentino
Jorge Videla se reunió con el general Pereda, que acababa de derrocar a
Banzer y firmaron un comunicado apoyando el pedido de salida al mar de
Bolivia, así como la soberanía argentina en el Atlántico Sur, incluyendo
Malvinas y el Beagle.
En Perú, el gobierno militar encabezado por el nacionalista de
izquierda Juan Velasco Alvarado, que había mantenido buenas relaciones
con el gobierno socialista chileno de Salvador Allende,
se venía preparando para el conflicto con Chile para recuperar Arica, y
tenía armamento soviético que lo colocaba en una situación favorable,
frente al embargo de armas que venía sufriendo la dictadura de Chile
desde 1976. Pero a esta altura Velasco estaba ya muy enfermo y su
sucesor, el general Francisco Morales Bermúdez dio un golpe de timón al
centro.
“La situación en la base de Punta Arenas era una verdadera pesadilla.
Los aviones estaban a la intemperie y sin protección de ninguna
especie", reconoció años más tarde el general chileno Matthei
En 1978, Chile tenía una población de 11,1 millones de habitantes y
Argentina de 26,4. La economía argentina era cuatro veces la chilena. El
gasto militar era de 750 dólares por habitante en Chile y 1.600 en
Argentina. El general Matthei reconocería años más tarde que la Fuerza
Aérea chilena no estaba preparada para la guerra, con los pocos
efectivos disponibles concentrados en el norte, ante la perspectiva de
la guerra con Perú. “La situación en la base de Punta Arenas era una
verdadera pesadilla (…) Los aviones estaban a la intemperie y sin
protección de ninguna especie, de manera que cualquier aparato argentino
podía verlos y ametrallarlos. Pero esto no quiere decir que el
resultado de la guerra estaba decidido".
Ese 1978, los militares argentinos vivían un momento de euforia. La
selección de fútbol que dirigía César Luis Menotti -con Kempes,
Passarella, Alonso, Ardiles y Bertoni entre sus jugadores más
destacados- acababa de ganar el mundial celebrado en el propio país,
apenas se hablaba de la represión y los desaparecidos y la condena
internacional no era tan unánime.
En Chile, el régimen estaba con tensiones internas. Pinochet convocó
un referéndum en enero para conseguir un respaldo a su persona, tras las
sucesivas condenas de la comunidad internacional por violaciones a los
derechos humanos. La presión de los EE.UU. por el asesinato en
Washington de Orlando Letelier se hizo insoportable. El hallazgo de
restos de campesinos enterrados clandestinamente en una mina de cal en
Lonquén, desmentía la teoría oficial que negaba la existencia de
desaparecidos. Y el general Gustavo Leigh, que venía siendo cada vez más
crítico con Pinochet y sus planes políticos y económicos, acabó
perdiendo el pulso que mantenía con Pinochet y fue expulsado de la
Junta. Eso tuvo como consecuencia que Pinochet afianzara su posición,
concentrando todo el poder en su persona, cosa que no sucedía en
Argentina, con Videla teniendo que lidiar con el resto de la Junta y con
unas FF.AA. divididas entre “blandos” y “duros”.
LA MEDIACIÓN DEL VATICANO
El último esfuerzo diplomático para evitar la guerra lo hizo Chile.
El 12 de diciembre, el canciller Hernán Cubillos viajó a Buenos Aires
para entrevistarse con su homólogo argentino, Washington Pastor. Ambos
llegaron al acuerdo de solicitar la mediación papal, pero horas más
tarde el acuerdo fue desconocido por la Junta argentina. Inmediatamente
después de este encuentro hubo una reunión de la cúpula militar
argentina en el edificio Cóndor, con la ausencia de Videla y del
canciller, donde se le puso fecha y hora a la guerra: 22 de diciembre a
las 22.00. Durante diez prevaleció la lógica de la guerra, pero el
sector más duro de los militares argentinos terminaron por aceptar la
mediación papal.
Antonio Samoré.
El papel de la Iglesia de ambos países y del Vaticano fue decisivo.
Juan Pablo II había llegado al papado en agosto de 1978. El nuncio en
Buenos Aires, Pío Laghi le informó inmediatamente de los planes de
guerra de los militares argentinos. Juan Pablo II recibiría en secreto
al cardenal Raúl Primatesta, presidente de la Conferencia Episcopal, que
le dijo que Videla solo estaba dispuesto a detener la guerra si el papa
intervenía personalmente. Antes, cuando asumió el papado Juan Pablo I,
que murió el 28 de septiembre de ese año tras menos de un mes en el
cargo, el cardenal chileno Raúl Silva Henríquez también le pidió su
mediación. En la ceremonia en la que todos los cardenales saludaban al
nuevo papa, el chileno estuvo largo rato arrodillado besándole el
anillo, y pidiéndole su intervención. Juan Pablo I llegó a mandar una
carta a los dos gobiernos pidiendo la paz.
Tras conseguir parar la máquina de la guerra, el papa envió al cardenal Antonio Samoré
para que mediase el acuerdo. El italiano tendría por delante un arduo
trabajo. Argentina llegó a plantear reclamaciones sobre diez islas. “En
la larga historia de los conflictos y controversias limítrofes era la
primera vez que un país reclamaba, como soberano, un lugar donde jamás
había puesto un pie”, le dijo Samoré al obispo argentino Justo Laguna.
La mediación ya llevaba tres años cuando Argentina inició la guerra de
Malvinas contra el Reino Unido. La falta de acuerdos llevó a Samoré a
decir que “no aguantaba más”, amenazando con su renuncia. El proceso
solo se destrabó cuando Argentina recuperó la democracia, en 1983. Pero
Samoré no llega a verlo, porque murió el 4 de febrero de ese año.
POR FIN, UN ACUERDO
La decisión fue que las tres islas del Beagle quedarían para Chile,
pero Argentina lograba el reconocimiento de una gran zona marítima y se
mantenía el principio del Atlántico para Argentina y el Pacífico para
Chile. Raúl Alfonsín, el primer presidente argentino
tras el fin de la dictadura, decidió darle mayor fuerza al acuerdo
celebrando un referéndum no vinculante, que fue respaldado por el 81,13 %
de los votantes, con 17,24 % de votos negativos. Hubo una participación
del 70,17 %, pese a que no era una consulta de participación
obligatoria.
HISTORIA DIPLOMÁTICA DEL CONFLICTO
Las
diferencias entre Argentina y Chile por los límites en el Beagle
pudieron ser solucionadas por los distintos tratados que firmaron ambos
países a lo largo de más de un siglo. En 1826 y 1855 se comprometieron a
respetar los territorios que ambas naciones tenían antes de su
emancipación. Chile estableció en su Constitución que el país abarcaba
desde los Andes hasta el Pacífico y desde el desierto de Atacama hasta
el Cabo de Hornos. Pero la cordillera no llega hasta el Cabo de Hornos,
se desplaza hacia el Pacífico a la altura de la provincia argentina de
Santa Cruz y acaba sumergiéndose bajo el océano cerca del Estrecho de
Magallanes. Para la Tierra del Fuego sería necesario trazar una frontera
relativamente arbitraria.
En el libro de Alberto R. Jordán, El Proceso, se afirma que en
1843 Chile comienza su expansión hacia el este con la fundación de un
fuerte en pleno Estrecho de Magallanes, que después dará lugar a la
ciudad de Punta Arenas: “A pesar de las protestas argentinas, esta
expansión prosigue en los años siguientes y se cristaliza, ya a fines de
la década de 1870, en una suerte de colonización de nuestra actual
provincia de Santa Cruz. Desde allí Chile lanza expediciones y captura
buques extranjeros que navegan por el Atlántico, indicando así, con
hechos concretos, que no pensaba limitar su soberanía a la estrecha
franja comprendida desde los Andes hasta el Pacífico”. Una circunstancia
favoreció en esos años a Argentina: la decisión chilena de despojar a
Bolivia de su salida al mar obligó a los chilenos a retirarse de la
Patagonia, ante la imposibilidad de mantener abiertos dos frentes de
guerra.
En 1876 se empezó a gestar el Tratado General de Límites en el que Chile
sugirió dividir la Patagonia por el paralelo 45º, a la altura de la
provincia argentina de Chubut: todas las tierras situadas al sur serían
chilenas. Propuesta rechazada por Argentina, que sostuvo que el límite
de los Andes debía seguirse hasta donde fuera posible y que en la Tierra
del Fuego debía seguirse una línea más o menos vertical. Se impuso la
propuesta del entonces ministro argentino de Relaciones Exteriores
Bernardo de Irigoyen, reservando la Patagonia para Argentina,
reconociendo a Chile el derecho sobre la vía que comunica los dos
océanos y repartiendo en partes iguales la Isla Grande de la Tierra de
Fuego. Pero las islas e islotes al sur quedaron sujetos a
interpretaciones opuestas.
En 1902, durante el gobierno del general Julio Argentino Roca, se acordó
que los pleitos serían sometidos a la corona británica. Posteriormente
Argentina consideró que el país europeo no era un árbitro adecuado,
teniendo en cuenta el factor Malvinas.
En 1971 ambos países vuelven a someterse al arbitraje británico. En
Chile esta Allende en la presidencia, mientras en Argentina el
presidente de facto era el general Alejandro Agustín Lanusse. El
arbitraje británico era puramente formal. La soberana, Isabel II, se
limitaba a recibir el fallo de los cinco jueces de diversas
nacionalidades de tres continentes - Estados Unidos, Francia, Nigeria,
Reino Unido y Suecia- entregando al final la decisión a las partes, sin
ninguna intervención en el contenido.
El 18 de febrero de 1977 la Corte emitió su dictamen y la soberana
británica lo entregó a Chile y Argentina el 2 de mayo. El fallo recogió
la tesis argentina de que el Canal de Beagle, entre la Isla Novarina y
la Tierra de Fuego, debía ser dividida por su línea media, contra la
pretensión de Chile de que se le reconociese la posesión total del
canal, desde una orilla a la otra, en lo que se denominó la “costa
seca”. Pero el laudo otorgaba a Chile la posesión total de las tres
islas en disputa.
El fallo no aplacó las declaraciones hostiles de los argentinos. El
almirante Massera, jefe de la Armada y miembro de la Junta Militar,
exhortó a los infantes de Marina en Tierra del Fuego el 22 de febrero de
1978: “Todo el país está mirando hacia el Sur, seguro de que el
gobierno de las Fuerzas Armadas no va a canjear la honra y los bienes de
los argentinos por el decorativo elogio de aquellos que enmarcan su
debilidad o sus intereses con falaces apelaciones a la paz. Amamos la
paz, pero la paz deja de ser un valor moral cuando su precio es la
justicia y el derecho. La Argentina de hoy, unida como nunca, sabe que
sus Fuerzas Armadas no permitirán que la buena fe sea malversada. Como
las unidades del Ejército y de la Fuerza Aérea, todos los componentes
del poder naval están listos para cumplir con el mandato de un pueblo
que no admite más tergiversaciones. Que nadie lo olvide, se está
agotando el tiempo de las palabras”.
Los dictadores de ambos países, Videla y Pinochet, se reunieron dos
veces a comienzos de 1978. Primero en Plumerillo (Mendoza, Argentina),
en un encuentro que duró 12 horas, el 19 de enero; y el 19 de febrero en
Puerto Montt (Chile), durante 13 horas. El general Matthei, comandante
de la Fuerza Aérea chilena, recordó la primera reunión como inútil:
“Pinochet se encerró durante varias horas con el general Videla,
mientras nosotros nos reuníamos con nuestros colegas a discutir
diferentes propuestas. En realidad, sentí que tanto ellos como nosotros
estábamos haciendo el gesto de juntarnos a conversar, pero que nadie
creía que de esa reunión pudiera salir algo realmente útil. Simplemente,
las posiciones no coincidían. A mi juicio, esta cita -al igual que la
posterior efectuada en Puerto Montt, formó parte de una partitura
operática [sic] en que las partes actuaron según su propio libreto, pero
a nadie le importaba un rábano lo que se decía”.
Pinochet y Videla
El 25 de enero Argentina declaró el laudo “insanablemente nulo”,
considerando que transgredía derechos e intereses permanentes argentinos
que jamás habían sido sometidos a arbitraje. De acuerdo a la
interpretación argentina, su gobierno no estaba obligado a admitir los
términos del fallo. El canciller Oscar Montes, argumentó: “La Argentina,
asistida por destacados internacionalistas, ha encontrado en el laudo
errores de derecho que son inaceptables. No se trata de una posición
caprichosa de un mal perdedor”. Apuntó también errores históricos y
geográficos, “como, por ejemplo, cuando se determina que el océano
Atlántico llega hasta la Isla de los Estados y no hasta el cabo de
Hornos”.
La reacción argentina fue considerada una “salvajada jurídica” por los
chilenos. Y Argentina rompía una tradición jurídica de respeto a los
fallos de aquellos árbitros internacionales a los que se había sometido
voluntariamente para dirimir anteriores conflictos. Pablo Lacoste,
profesor en universidades chilenas y argentinas, observó: “Esta
tradición comenzó en la década de 1870: después de la Guerra de la
Triple Alianza, la clase dirigente argentina tomó la decisión de
renunciar al uso de la fuerza y, en su lugar, emplear mecanismos
políticos de solución de controversias para solucionar los temas de
límites pendientes con sus vecinos (…) En 1876, en el caso del Chaco
Boreal, el presidente de EE.UU. falló a favor de Paraguay y Argentina lo
aceptó; en 1895, en el litigio por las Misiones Orientales, el
presidente de los EE.UU. falló a favor de Brasil, y la Argentina lo
aceptó; en 1899, 1902 y 1966 se produjeron tres fallos arbitrales
referentes a la frontera con Chile y la Argentina los volvió a aceptar.
Con estas decisiones, Argentina evitó nuevas guerras, mantuvo más de un
siglo de paz y construyó una sólida tradición pacifista en su política
exterior”.
La segunda reunión entre los dictadores se produjo después de conocerse
el fallo británico. Pinochet sorprendió a los argentinos con un discurso
que dejó a Videla fuera de juego y sin respuesta: “Ha quedado
taxativamente establecido que las negociaciones no configuran
modificación alguna de las posiciones que las partes sostienen con
respecto al laudo arbitral en la región. Mi gobierno ratificó en forma
oficial y pública que, de acuerdo a los compromisos previstos, la
delimitación de las jurisdicciones quedó refrendada en forma definitiva
en la sentencia de Su Majestad Británica. Por tanto, las negociaciones a
realizar en ningún caso afectarán los derechos que en esa área el laudo
reconoció para Chile”.
Las palabras de Pinochet causaron “desagrado y sorpresa” en la
Argentina, según escribió entonces el diario La Nación. Videla respondió
con un discurso de circunstancias que cayó mal a los halcones de Buenos
Aires. En el libro Disposición Final, Videla le dice al
periodista Ceferino Reato: “Pinochet me planteó un problema. ¿Qué hacer?
¿Retirarme al frente de mi delegación y romper la posibilidad de una
negociación que, más allá de ese discurso inesperado (de Pinochet) había
quedado plasmada en el documento firmado? Opté por una respuesta de
circunstancia sobre la hermandad entre ambos países, la
complementariedad comercial... Me pareció lo mejor, no quise romper
todo. La comisión que me acompañaba se enojó conmigo, consideró ese
discurso como una aflojada. En la Argentina también cayó muy mal, los
comandantes se sintieron todos halcones”.