Camaruco o Nguillatún, ceremonia mapuche presidida por la cacique Lucerinta Cañumil, en Las Bayas, Río Negro. Foto: Ana María Llamazares, 1981.
La posibilidad de extender el dominio del territorio, llevado adelante por esta parcialidad de la cultura araucana al cruzar la cordillera, al principio estableciéndose en los valles comprendidos entre los Ríos Colorado y Negro, en el actual territorio de Neuquén, y más adelante instalándose ya en Salinas Grandes. Invasión que produce enfrentamientos por las tradicionales zonas de caza y comercio. Impondrá rasgos de esta cultura a los Tehuelches septentrionales modificándolos para siempre. A pesar de la resistencia Tehuelche logran los Mapuches imponerse.
Los Tehuelches meridionales, del otro lado del Río Chubut, son vencidos definitivamente en las batalles de Tellien, Languiñeo y Pietrochofel. La batalla de Languiñeo tiene una gran importancia histórica porque no solamente pierden éstos Tehuelches el territorio de caza que ocupaban históricamente sino que señala también el comienzo de la fusión de las dos razas nativas en esa zona de Chubut. Como resultado de esas derrotas se produce la mestización y fusión de las etnias, fruto de la unión entre los vencedores Mapuches o Manzaneros y las cautivas Tehuelches.
Esta batalla ocurre en las postrimerías del siglo XVIII, los testimonios que se conocen fueron orales. En Languiñeo tenía sus tolderías los Caciques Chaeye Chacayo y Plan Chicon. Estos Tehuelches meridionales eran pacíficos, pero debieron combatir en defensa de sus áreas de caza continuamente, debido a las ambiciones de sus belicosos vecinos manzaneros que comenzaban a apropiarse de sus territorios.
Estos grupos Tehuelches esporádicamente vencían a los Mapuches o manzaneros, lograban repeler sus ataques por el conocimiento que tenían del terreno. La zona de Languiñeo, habitada por estas tribus, se encontraba en un paraje rodeado de serranías cavernosas, lo cual hacía del lugar un espacio apto para atacar por sorpresa a sus habitantes. Pronto esto se transformó en un objetivo de guerra para los manzaneros al mando del Cacique Chocorí (padre de Valentín Sayhueque). Hacia allí mandó emisarios para avisar que se trasladarían con el propósito de comerciar pacíficamente. Pero este cacique ya tenía planeado caer sobre los Tehuelches, antes había pedido ayuda al Cacique Churepan de Chile, con este jefe vendrían los capitanejos Jacinto Agüero y Pancho Mero aumentando su poder de lanzas, contaban además, con arma todavía poco utilizada para la guerra por los Tehuelches, las boleadoras y las bolas arrojadizas. Los Tehuelches esperaron, desprevenidos y confiados, se dejaron rodear por los bravos guerreros manzaneros. Cuando comenzó el ataque y se desató la batalla ya era tarde, los Tehuelches se batieron heroicamente durante tres días a pesar de las pocas posibilidad de salir vencedores. Luego de esos fatídicos tres días, la Pampa de Languiñeo quedó cubierta de cadáveres, y los vencedores, por derecho del triunfo, se apoderaron de mujeres y niños.
Cuenta que el único que trata de salvarse fue Plan Chicon, que huyó a caballo pero a 3 o 4 leguas del lugar, precisamente en el Pasaje llamado Colan Conhué, los manzaneros que lo perseguían logran bolearle el caballo dándole muerte inmediatamente.
Según algunas crónicas, fueron los Tehuelches quienes llamaron a esa pampa Languiñeo, que en su idioma quiere decir: “lugar de los muertos”. Pero algunos historiadores piensan que es un nombre en lengua mapudungun, más que Tehuelche.
El terreno parecía un cementerio descubierto, sembrado de huesos humanos, éste teatro de batalla permaneció como lugar de dolor en la memoria Tehuelche. Nadie quedó para vivir allí, valle inhóspito y frio. Contaban los descendientes vencidos, que se alguien se aventuraba por esos parajes en las noches de luna se veían brillar los huesos, y se escuchaban los gritos de dolor.
Otra batalla, a la que antes hacíamos referencia y que Sarasola llamara Pietrochofel, y de la que por primera vez hiciera referencia Federico Escalada, es Shotel Káike, hoy conocido como Piedra Shotel. En ese momento las huestes Pehuenches estaban dirigidas por el Cacique Paillacan, allí se libró un sangriento combate cuerpo a cuerpo con los Tehuelches. En la batalla Guetchanoche, hijo mayor de una familia Chehuache – Kénk, es tomado prisionero junto a sus hermanos y su madre. Entre los familiares cautivos estaban sus cuatro hermanas. Trasladados luego todos hasta las tolderías de Paillacán cerca del Limay, dos de sus hermanas son tomadas como esposas por el Cacique. Esta costumbre y tradición hacia que el trato de los prisioneros fuera de mucho más respeto a partir de allí. De ellas el Cacique tuvo hijos: Foyel es uno de ellos. A su vez Guetchanoche es el Bisabuelo de doña Agustina Quilchaman de Makel, informante de Martinetti y Escalado. Una de estas mujeres: Aunakar, fue capturada junto a su pequeño hijo por los indios cordilleranos a quienes solían llamar Huilliches; sobrevivió cautiva pero el niño fue salvajemente asesinado. Según las crónicas habrían pasado 40 años y el viejo Paillacan soñaba con recuperarla.
Fragmentos del libro “Gobernador Costa – Historias del Valle de Genoa”, de Ernesto Manggiori
El hombre clave del ejército de San Martín que se infiltró en Chile para hacer el mapa del Cruce de Los Andes
Se cumple un aniversario de la muerte de José Älvarez Condarco, estrecho colaborador del Libertador. La misión de recordar de memoria los pasos de montaña y cómo terminó sus días en el olvido
Por Adrián Pignatelli || Infobae
José de San Martín preparaba a contrarreloj la campaña del cruce y debía conocer los detalles de los pasos cordilleranos
En la previa del cruce de los Andes, los dos lados de la cordillera eran un hervidero de espías, de fingidos desertores que brindaban datos falsos, vecinos respetables que no lo eran tanto, y traidores a la orden del día. Los españoles se veían venir al ejército libertador que se armaba en Mendoza, pero ignoraban por dónde. José de San Martín
se propuso confundirlos para que dividiesen sus fuerzas y colocarlos en
inferioridad de condiciones. Para eso echó mano a distintos recursos,
entre ellos el dato falso. Además, necesitaba saber si los pasos
cordilleranos habían sido fortificados.
San Martín contaba con espías del otro lado de la cordillera,
como era el caso de Juan Pablo Ramírez, que le informaba todo lo que
pasaba en Concepción y en Talcahuano. También estaba Diego Guzmán, Ramón
Picarte y Manuel Fuentes en la capital chilena, y Manuel Rodríguez en
la región del Aconcagua. Además, envió distintos supuestos desertores, entre ellos dos sargentos de su confianza, que proporcionaron datos falsos a los españoles.
Alvarez de Condarco era un ingeniero tucumano, con conocimientos de física y de química. Además, tenía una memoria prodigiosa
En busca de los espías españoles
De
la misma forma, el jefe del ejército libertador debía cuidarse de los
espías que rondaban por Cuyo. Para eso, había implementado un sistema
para identificarlos. Si lo supo fray Bernardo López, agente secreto del gobernador español de Chile,
el mariscal Casimiro Marcó del Pont. El religioso fue apresado ni bien
llegó a Mendoza. Cuando San Martín ordenó fusilarlo en 24 horas, el
fraile dejó de lado su discurso de inocencia, reveló todo lo que sabía y
entregó las cartas que llevaba escondidas en el forro de su sombrero, que debía entregar a diversos vecinos españoles que vivían en Mendoza.
A
Pedro Vargas le ordenó simular que se había pasado a los españoles, lo
hizo encarcelar a propósito, y así ganarse la confianza de los europeos.
Dicen que tan bien interpretó su papel que hasta su propia esposa estuvo por romper el matrimonio con su marido traidor.
Pero San Martín planeaba una arriesgada misión. Debía conocer al dedillo los distintos pasos por la cordillera,
y alguien debía relevarlos con la mayor precisión posible. Eligió para
semejante tarea a Alvarez Condarco. Este tucumano, nacido en 1780, que
había estudiado ingeniería, se las arreglaba con la física y con la química.
Casimiro Marcó del Pont era el jefe español que gobernaba Chile desde 1815
Estaba
a cargo de la fábrica de pólvora que se había instalado en los terrenos
que la cordobesa Tiburcia Haedo -la mamá del futuro general José María
Paz- tenía entre la quinta de Allende y el pueblo de La Toma. Tuvo la
idea de construir un molino que salió de su cabeza, y así se dejó de hacer la pólvora a mano.
De dos quintales diarios, se la llevó a cerca de 400 libras, y resultó
ser de mejor calidad que la que se compraba a otros países.
El hombre clave del ejército de San Martín
Era un hombre con experiencia.
En 1813 manejó el arsenal del batallón de Auxiliares Cordobeses que
estaba al mando del coronel Juan Gregorio de Las Heras. Cuando San
Martín lo conoció, no lo dejó ir: lo nombró su ayudante de campo,
también fue su secretario privado y como era un ingeniero con amplios
conocimientos, fue el director de los talleres militares y el subdirector de la fábrica de pólvora.
Habría sido el autor de la orden de que nadie con espuelas podía ingresar al depósito de pólvora,
a riesgo que el roce del metal provocase una chispa que hiciese volar
todo por los aires. Y que por esa orden un centinela le había prohibido
la entrada al propio San Martín, quien acató la disposición y además
felicitó, en plena formación, al centinela en cuestión.
En
los talleres del Plumerillo, manejado con el incansable espíritu de
fray Luis Beltrán, se fabricaron fusiles, se forjaron cañones, bayonetas
y se hicieron miles de proyectiles
Lo que José de San Martín conocía de este ingeniero era su memoria prodigiosa.
Lo desvelaba reconocer al dedillo los distintos pasos para cruzar esa
tremenda mole que es la cordillera de los Andes. El mismo hizo varias
incursiones y mandó a diversos oficiales con el mismo propósito. Sin
embargo, sabía que alguien haría el trabajo a la perfección.
A
Álvarez Condarco le encargó que atravesase la cordillera, memorizase
todos los detalles, llegase a Chile y regresase a Mendoza, donde debía
volcar en papel lo que había visto.
Iría
bajo el paraguas de una misión parlamentaria. La orden era que fuera a
Santiago de Chile y entregase a Marcó del Pont un mensaje, en el que San Martín lo invitaba a reconocer la declaración de independencia.
Detalles de la misión
Debía
ir por el camino de Los Patos, que era el más largo. San Martín sabía
que el jefe español, si es que no lo mandaba a fusilar, lo haría regresar por el paso más corto, que era el de Uspallata. De esta forma, podría reconstruir dos caminos.
“Quiero
que me levante en su cabeza un plano de los pasos de Los Patos y de
Uspallata, sin hacer ningún apunte, pero sin olvidarse ni de una piedra”, le ordenó el jefe.
Cuando San Martín cruzó la cordillera, ya contaba con la invaluable información relevada por Alvarez Condarco
Vestido de paisano, y sin portar ninguna documentación
que lo pudiera comprometer, se puso en marcha. Cuando llegó al primer
puesto español, al oeste de Los Patos, el oficial a cargo lo hizo
seguir. Pero como estaba anocheciendo y no podría registrar las
características del camino, se hizo el enfermo, pernoctó en el lugar y
así lo recorrió a plena luz del día.
Todo
salió según lo previsto. Llevado en presencia de Marcó del Pont, el
español se ofuscó de tal manera, que ordenó que al día siguiente el verdugo quemase en la plaza la declaración de la independencia que le había entregado Condarco.
Marcó
del Pont le había puesto precio a la cabeza de San Martín. A fines de
1815 se había hecho cargo de Chile, reemplazando a Mariano Osorio, y
había implementado diversas medidas, como el toque de queda o el decomiso de armas en manos de particulares.
Era un militar que había sido prisionero de Napoleón y que había
rechazado su ofrecimiento de sumarse a su ejército. Perteneciente a una
respetable familia, era devoto de la Virgen María.
Mientras tanto, el mensajero fue alojado en la casa del coronel Antonio Morgado, jefe del Regimiento de Dragones de Concepción. Marcó del Pont lo tenía entre ceja y ceja, olía algo sospechoso y
sus oficiales debieron convencerlo para que el tucumano no terminase en
el paredón de fusilamiento. Antes de dejarlo ir, el mariscal le
advirtió que cualquier otro parlamentario que enviase San Martín “no
merecerá la inviolabilidad y atención con que dejo regresar al de esta
misión”. Y sentenció: “Yo firmo con mano blanca y no como lo de su general que es negra”, aludiendo a su traición al rey de España.
El mapa del Cruce de Los Andes
Al otro día fue despachado, y por el camino más corto. A su regreso, Condarco volcó en papel las características de ambos pasos, que sirvieron para el cruce del ejército libertador.
En
1817 participó en la batalla de Chacabuco: fue el que llevó a orden de
San Martín a Soler que apurase su ataque por el flanco para que
O’Higgins no recibiese todo el fuego. Cuando Marcó del Pont fue apresado
luego de Chacabuco, al intentar escapar en barco, lo llevaron a la
presencia de San Martín. Cuando el jefe español intentó entregar su
espada, aquel le respondió: “Venga esa mano blanca, mi general”.
Luego
de Chacabuco, Marcó del Pont intentó escapar, pero en el buque que
pensaba hacerlo zarpó sin él. Fue apresado y remitido a San Luis junto a
los prisioneros tomados en ese combate, donde permaneció encerrado.
Fiel a su palabra de no volver a tomar las armas contra los patriotas,
no participó de la sublevación de enero de 1819 y fue trasladado a otro
campo en el interior puntano. Ya estaba enfermo y el 11 de mayo de 1821
falleció.
Condarco también peleó en Maipú y en 1818 lo mandaron a Gran Bretaña para negociar la compra de buques para la campaña libertadora del Perú. Contrató para jefe de esa flota al controvertido almirante Thomas Cochrane.
Ya retirado, Chile lo empleó un tiempo en el departamento de Ingenieros y Caminos, y se las arreglaba dando clases de matemática.
Cuando quiso regresar al país, no pudo hacerlo porque era antirrosista.
Vivió en el país vecino donde murió el 17 de diciembre de 1855 en la
miseria, al punto de no dejar testamento porque no disponía de bienes, y sus amigos debieron costear su sepelio.
En
la década de 1980 en Tucumán surgió el proyecto de repatriar sus restos
y rendirle el homenaje correspondiente. Pero ya era tarde. Su tumba,
abandonada por décadas ya no existía y sus huesos fueron a parar al
anonimato eterno en el fondo de una fosa común.
Los chilenos llegaron a la Región de Lago Blanco, Valle Huemules y El Chalía provenientes de los territorios argentinos de Neuquén, Río Negro y Norte de Chubut. Habían ingresado a la Argentina porque el gobierno chileno les había concedido sus tierras a grandes empresas ganaderas y a colonos de origen anglosajón. Carlos Von Flack se dedicaba a expulsar colonos de pocos recursos para apropiarse de sus tierras y luego venderlas a grandes terratenientes. Para ello se valía de sus conocidos en el gobierno de Chile. En 1918 llegó a promover un conflicto armado en Lago Buenos Aires (lado chileno) entre pobladores y carabineros de Chile.
Estos pobladores chilenos, expulsados de sus tierras se movilizaban en grupos y donde se establecían formaban pequeñas comunidades, ya que de ese modo se ayudaban mutuamente y mantenían sus costumbres y lazos familiares. Entre 1910 y 1920, colonos chilenos ocuparon la totalidad del Valle del Lago Blanco, transformándolo en una especie de colonia chilena.
Diversas circunstancias, como la exigencias desde 1914 del abono de un canon de pastaje, y la posterior entrega de tierras en arrendamiento desde principios de la década del 20, privilegiando a europeos, argentinos y norteamericanos, motivó que los chilenos radicados en Argentina se alejaran de la región para colonizar los valles cordilleranos de Chile a los que era imposible acceder desde la costa del Océano Pacífico. Es decir que el gobierno argentino instrumentó una política que negaba la entrega de tierras a chilenos en regiones lindantes con el límite fronterizo. Algunas de las regiones de Chile que se poblaron por dicha política son: Cuenca del Río Frías (vecina al valle argentino de Apeleg, Balmaceda, Chile Chico (en Lago Buenos Aires), el Backer, etc.
José Antolín Ormeño emigró a Argentina en 1.906. Allí residió en los territorios de Neuquén, Río Negro y Chubut. Entró al Alto Simpson en 1913 y por iniciativa propia a fines de 1916 trazó el plano del pueblo Balmaceda. Para 1919, al Valle del Alto Simpson lo habitaban 155 personas, de las cuales 125 eran chilenos repatriados de Argentina. Por su parte, un poco más al norte, el Bajo y el Alto Coyhaique, ya contaban con incipientes poblaciones.
Hasta ese momento, el comercio de lana, animales y cueros se realizaba en su totalidad con Argentina. Tanto era así, que en esa parte del territorio el dinero chileno no era utilizado ni aceptado por los propios chilenos. Durante el verano, los pobladores con mayor poder adquisitivo cruzaban la frontera para comercializar sus productos en Comodoro Rivadavia, en la Costa Atlántica. Los menos pudientes se conformaban con hacerlo con los mercachifles que llegaban procedentes del lado argentino. También en sus costumbres asimilaron la vestimenta y los modos del habla que imperaban en Argentina.
Si bien durante varias décadas la zona de Balmaceda dependió económicamente de Argentina, esa región chilena también hacía sentir su presencia al otro lado de la frontera. Gracias a su abrupta geografía y los frondosos bosques, resultaba el refugio ideal para los cuatreros y criminales que operaban en Argentina.
Durante varias décadas, las mujeres fueron un bien escaso en la mayor parte de la Patagonia. Esta particularidad, a la que se denominó “el mal de la Patagonia”, se acrecentaba en los territorios más alejados de la costa. El rincón comprendido por Lago Blanco, Valle Huemules y Balmaceda no resulté ajeno a él. Esa necesidad de presencia femenina fue medianamente salvada con la proliferación de prostíbulos. En el pueblo de Balmaceda se los toleraba como mal necesario. A ellos asistían hombres de los dos países. También, de vez en cuando, alquilaban alguna de las profesionales y la llevaban a Argentina a pasar una temporada en algún puesto alejado del casco de estancia. En el pueblo de Lago Blanco, eran vistan en las fiestas populares. En general sus clientes eran peones de campo que además eran los que convivían mayor tiempo con la soledad.
Con los años, casi la totalidad de ellas, pudieron abandonar la profesión y formar familia.
A diferencia de los argentinos (en realidad, en un principio inmigrantes europeos) que solo cruzaban la frontera para pasear o comerciar, los chilenos lo hacían para radicarse. En general representaron la imprescindible mano de obra que se ocupaba de los trabajos pesados de las estancias y algunos poblados. De este modo, con el paso de las décadas las poblaciones de uno y otro lado se fueron entremezclando, dando lugar al nacimiento de familias compuestas por integrantes de las dos naciones.
La paz y la armonía entre los dos pueblos vecinos solo se vio perturbada en 1978, cuando Argentina y Chile, comandados por regímenes dictatoriales, estuvieron cerca de entrar en guerra por el conflicto del Canal de Beagle, en el extremo sur del Continente Americano.
Por ese acontecimiento, el Paso Fronterizo del Hito 50 permaneció cerrado entre 1979 y 1985
Texto del libro: “El Viejo Oeste de la Patagonia”, de Alejandro Aguado
Cuarenta y cinco años después de que Argentina y Chile estuvieran al borde de la guerra por unos islotes en el canal de Beagle,
en el pequeño pueblo de pescadores de Puerto Almanza, del lado
argentino del canal, todavía se pueden ver una serie de cañones
abandonados, mudos testigos de un conflicto que estuvo a solo unas horas
de desatarse, enfrentando a las dos dictaduras más espantosas del Cono
Sur. Hoy, ese lugar es un punto turístico apreciado por las magníficas
centollas que se pescan en el lugar. Y permite ver al otro lado del
canal la pequeña localidad chilena de Puerto Williams. Un paisaje
maravilloso, pero que 45 años atrás estuvo a punto de transformarse en
un infierno.
Cañón abandonado en Puerto Almanza, del lado argentino del canal de Beagle. (Imagen: Gabriela Máximo)
Las 22.00 del día 22 de diciembre de 1978, un viernes, era el momento
en que debería comenzar el ataque argentino a la isla Nueva, una de las
tres en disputa con Chile, en la desembocadura del canal de Beagle -las
otras dos son Picton y Lennox-, iniciando lo que el régimen militar de
Argentina bautizó como Operación Soberanía. El
conflicto llevó a la mayor movilización de tropas en la historia de
ambos países. La cancillería argentina llegó a enviar telegramas
secretos a sus embajadores en el que se les informaba que en 24 horas
debían comunicar a los países respectivos que Argentina estaba en
situación de guerra con Chile.
La flota argentina había partido horas antes,
estando compuesta por un portaaviones, un crucero, cuatro destructores,
dos corbetas y cuatro submarinos. Los esperaban tres cruceros, cuatro
destructores, tres fragatas y tres submarinos chilenos, desplegados en
el área de operaciones. Los chilenos que sintonizaban el día 19 el
noticiario matinal de Radio Minería, escucharon cómo el canciller
argentino decía que se había agotado el tiempo de las palabras y
comenzaba el tiempo de la acción en las relaciones con Chile.
“Atacar y destruir cualquier buque enemigo en aguas territoriales chilenas”, dijo el jefe de la Armada, José Toribio
El vicealmirante chileno Raúl López Silva, a cargo de la Escuadra
Nacional de su país, había recibido un mensaje del almirante José
Toribio Merino, jefe de la Armada y uno de los 4 miembros de la Junta Militar,
afirmando: “Prepararse para iniciar acciones de guerra al amanecer,
agresión inminente”. Horas después recibiría esta orden, escueta, de
solo diez palabras: “Atacar y destruir cualquier buque enemigo en aguas
territoriales chilenas”. El embajador de EEUU en Chile había entregado
al canciller Cubillos fotografías satelitales mostrando el avance de
tropas argentinas hacia Chile en todas las zonas de frontera, norte,
centro y sur.
Un audio del comandante del destructor Portales, el capitán de navío
Mariano Sepúlveda se conocería tiempo después: “Se estima que la
escuadra argentina llegará al objetivo en las primeras horas de mañana
20. ¡Que cada uno de nosotros cumpla con su deber!”.
Las condiciones del mar eran absolutamente desfavorables, con olas
gigantescas y una lluvia torrencial, que hacía imposible llevar a cabo
la misión. El movimiento del mar impedía que los 15 aviones que llevaba
el portaaviones argentino 25 de Mayo pudieran despegar. Por
tanto el portaaviones debía ser custodiado por naves que pasaban de
ofensivas a defensivas. Pero, además, acababan de dar fruto las negociaciones para que el Papa Juan Pablo II interviniera.
Es por eso que a las 18.30 los buques argentinos recibieron la orden de
cambiar de rumbo y regresar a sus bases. Faltaban solo tres horas y
media para que se iniciara la Operación Soberanía, cuando los argentinos
empezaban a dar la vuelta. El radiograma firmado por el general Roberto
Viola ordenando suspender las acciones, informaba que se aceptaba la
mediación papal “momentáneamente”. Un fallo en el sistema de
comunicación hizo que las unidades que debían invadir por tierra
territorio chileno desde la provincia de Neuquén, no recibieran el
mensaje y a las 20.00 tropas de la X Brigada de Infantería penetraron en
territorio enemigo. Hubo que enviar helicópteros para parar esta
incursión.
“En una misa con un capellán nos dieron la extremaunción y nos
repartieron las chapas de identificación para nuestros futuros
cadáveres, con grupo sanguíneo, y a la vez firmamos un testamento para
nuestras familias”, le dijo años después a la BBC Marcelo Jorge Kalen,
entonces un soldado argentino de 19 años, comando paracaidista.
Para Chile no era una novedad ir a la guerra con alguno de sus
vecinos por conflictos limítrofes, pero con Argentina no se había
llegado a un enfrentamiento armado
Para Chile no era novedad ir a la guerra con alguno de sus vecinos
por conflictos limítrofes. Entre 1879 y 1883, libró la Guerra del
Pacífico. Y entre 1836 y 1839, se enfrentó a la Confederación
Peruano-Boliviana. Pero con Argentina, a pesar de los numerosos litigios
fronterizos no se había llegado a un enfrentamiento armado.
A esta situación de 1978 se llegó después de que Argentina no acató la resolución adoptada por una Corte formada por juristas internacionales, bajo el arbitrio de la Corona Británica,
que declarara las islas territorio chileno. Los dos países se habían
sometido voluntariamente al arbitraje, pero el gobierno militar
argentino declaró el fallo “insanablemente nulo”.
A partir de ahí Argentina comenzó a prepararse para la guerra. En el
centro de control aeronáutico situado en el cerro Renca, cerca de
Santiago, empezaron a detectar cazas argentinos entrando a territorio de
Chile. Los aviones se retiraban en cuanto los chilenos despegaban para
interceptarlos.
Cañón abandonado. (Imagen: Gabriela Máximo)
A lo largo del mes de noviembre de este 1978, Argentina convocó a los
soldados que habían concluido el año anterior el servicio militar, para
sumarse a los que todavía estaban prestando servicio y en diciembre
hubo una concentración inédita de tropas en el sur y en toda la frontera
con Chile. Junto a la movilización, hubo ejercicios de oscurecimiento
en ciudades como Mendoza, próxima a la frontera, y también en Buenos
Aires. Una ruta de la provincia de San Juan, fronteriza con Chile, fue
ensanchada para permitir el aterrizaje de aviones. Hubo algunos comandos
de ambos países que se infiltraron en territorio enemigo, llegando a
producirse tiroteo. Un capitán argentino fue detenido en la ciudad
chilena de Puerto Natales. Buques argentinos ingresaban a aguas que los
chilenos consideraban suyas, maniobras que eran interpretadas por Chile
como intentos de provocar incidente.
La mayor parte de la prensa argentina contribuyó al clima bélico.
Numerosos ciudadanos chilenos fueron detenidos y deportados, sobre todo
en Trelew y Comodoro Rivadavia. Había 350.000 chilenos viviendo en la
Patagonia argentina y 200.000 en otras ciudades. Turistas del país
vecino fueron hostilizados.
La Operación Soberanía contemplaba que los
argentinos invadirían las islas en disputa, al tiempo que 15.000
efectivos y 200 tanques del V Cuerpo del Ejército cruzarían la frontera
para apoderarse de Puerto Natales y de ahí seguir hacia Punta Arenas.
Unos 1.500 paracaidistas debían saltar sobre Punta Arenas y otros tantos
sobre las islas en conflicto. Efectivos del III Cuerpo, al mando del
general Luciano Benjamín Menéndez, ingresarían a Chile a la altura de
Temuco, Valdivia y Puerto Montt, para llegar a Valparaíso, el principal
puerto del país. Y en el norte, al frente de los hombres del I Cuerpo de
Ejército, estaba preparado para intervenir el general Leopoldo
Fortunato Galtieri –el mismo que cuatro años más tarde, como jefe de la
Junta Militar, desataría la guerra de las Malvinas.
“Cruzaremos los Andes, les comeremos las gallinas, violaremos a las
mujeres y orinaré en el Pacífico”, aseguró el general Luciano Benjamín
Menéndez
Los argentinos se jactaban de que iba a ser un paseo. Tenían una
importante superioridad aérea, con varias bases cerca de la cordillera,
con lo que podían ingresar a territorio chileno en cuestión de minutos.
El general Luciano Benjamín Menéndez, el principal promotor de la
guerra, soñaba con desfilar por las calles de Santiago e hizo varias
declaraciones incendiarias, como que el brindis de fin de año lo harían
en el Palacio de La Moneda “y después iremos a orinar el champagne en el
Pacífico”. A los 40 años del conflicto, el general Martín Balza dijo,
en un artículo en Infobae, que la frase de Menéndez fue todavía
más brutal: “Cruzaremos los Andes, les comeremos las gallinas,
violaremos a las mujeres y orinaré en el Pacífico”, habría dicho el
comandante.
Los chilenos fueron mucho más discretos. En Chile también se
movilizaron tropas, pero de noche, para no alarmar a la población. Los
medios chilenos, contrariamente a lo que sucedía en Argentina, mantenían
la reserva. El general Fernando Matthei, miembro de la Junta, diría
años más tarde: “Decidimos mantener la boca cerrada, cuidar nuestro
lenguaje, no hacer declaraciones altisonantes, patrioteras ni
chauvinistas”. El entonces canciller, Hernán Cubillos, diría dos
décadas después que “estaba seguro que tras una prolongada guerra, las
fuerzas chilenas llegarían a invadir Buenos Aires”.
El propio dictador Augusto Pinochet, que asumió
personalmente el manejo del conflicto, le dijo a la periodista María
Eugenia Oyarzún que el ejército chileno tuvo 10.000 hombres dispuestos a
llegar hasta la ciudad argentina de Bahía Blanca -poco más de 600
kilómetros al sur de Buenos Aires- y desde ahí cortar todos los pasos
hacia el sur, dividiendo a la Argentina en dos. Reconoció que un triunfo
militar sobre Argentina habría sido muy difícil: “Se habría tratado de
una guerra de montonera, matando todos los días, fusilando gente, tanto
por parte de los argentinos como por la nuestra”.
Si la guerra hubiera estallado, se habría podido convertir en un
conflicto a nivel continental con costos altísimos para los dos países.
Según el periodista argentino Bruno Passarelli, autor de El delirio armado
(Sudamericana, 1998). El embajador norteamericano en Buenos Aires, Raúl
Castro, le advirtió al general argentino Carlos Suárez Mason: “No va a
ser una guerrita circunscripta a la posesión de las islas, sino una
guerra total en la que los muertos de ambas partes, solo en la primera
semana, se ha calculado que serán unos 20.000”.
Los chilenos temían que la ocasión fuera aprovechada por los vecinos Bolivia y Perú,
con los cuales tenían viejas pendencias limítrofes. Es lo que en la
jerga militar se conocía como HV3, Hipótesis Vecinal 3, conflicto armado
con los tres vecinos, de manera simultánea. El 17 de marzo de 1978 el
dictador boliviano Hugo Banzer había roto relaciones diplomáticas con
Chile, iniciando una ofensiva en la ONU y la OEA a favor de una salida
al mar para su país. En octubre de ese mismo año, el dictador argentino
Jorge Videla se reunió con el general Pereda, que acababa de derrocar a
Banzer y firmaron un comunicado apoyando el pedido de salida al mar de
Bolivia, así como la soberanía argentina en el Atlántico Sur, incluyendo
Malvinas y el Beagle.
En Perú, el gobierno militar encabezado por el nacionalista de
izquierda Juan Velasco Alvarado, que había mantenido buenas relaciones
con el gobierno socialista chileno de Salvador Allende,
se venía preparando para el conflicto con Chile para recuperar Arica, y
tenía armamento soviético que lo colocaba en una situación favorable,
frente al embargo de armas que venía sufriendo la dictadura de Chile
desde 1976. Pero a esta altura Velasco estaba ya muy enfermo y su
sucesor, el general Francisco Morales Bermúdez dio un golpe de timón al
centro.
“La situación en la base de Punta Arenas era una verdadera pesadilla.
Los aviones estaban a la intemperie y sin protección de ninguna
especie", reconoció años más tarde el general chileno Matthei
En 1978, Chile tenía una población de 11,1 millones de habitantes y
Argentina de 26,4. La economía argentina era cuatro veces la chilena. El
gasto militar era de 750 dólares por habitante en Chile y 1.600 en
Argentina. El general Matthei reconocería años más tarde que la Fuerza
Aérea chilena no estaba preparada para la guerra, con los pocos
efectivos disponibles concentrados en el norte, ante la perspectiva de
la guerra con Perú. “La situación en la base de Punta Arenas era una
verdadera pesadilla (…) Los aviones estaban a la intemperie y sin
protección de ninguna especie, de manera que cualquier aparato argentino
podía verlos y ametrallarlos. Pero esto no quiere decir que el
resultado de la guerra estaba decidido".
Ese 1978, los militares argentinos vivían un momento de euforia. La
selección de fútbol que dirigía César Luis Menotti -con Kempes,
Passarella, Alonso, Ardiles y Bertoni entre sus jugadores más
destacados- acababa de ganar el mundial celebrado en el propio país,
apenas se hablaba de la represión y los desaparecidos y la condena
internacional no era tan unánime.
En Chile, el régimen estaba con tensiones internas. Pinochet convocó
un referéndum en enero para conseguir un respaldo a su persona, tras las
sucesivas condenas de la comunidad internacional por violaciones a los
derechos humanos. La presión de los EE.UU. por el asesinato en
Washington de Orlando Letelier se hizo insoportable. El hallazgo de
restos de campesinos enterrados clandestinamente en una mina de cal en
Lonquén, desmentía la teoría oficial que negaba la existencia de
desaparecidos. Y el general Gustavo Leigh, que venía siendo cada vez más
crítico con Pinochet y sus planes políticos y económicos, acabó
perdiendo el pulso que mantenía con Pinochet y fue expulsado de la
Junta. Eso tuvo como consecuencia que Pinochet afianzara su posición,
concentrando todo el poder en su persona, cosa que no sucedía en
Argentina, con Videla teniendo que lidiar con el resto de la Junta y con
unas FF.AA. divididas entre “blandos” y “duros”.
LA MEDIACIÓN DEL VATICANO
El último esfuerzo diplomático para evitar la guerra lo hizo Chile.
El 12 de diciembre, el canciller Hernán Cubillos viajó a Buenos Aires
para entrevistarse con su homólogo argentino, Washington Pastor. Ambos
llegaron al acuerdo de solicitar la mediación papal, pero horas más
tarde el acuerdo fue desconocido por la Junta argentina. Inmediatamente
después de este encuentro hubo una reunión de la cúpula militar
argentina en el edificio Cóndor, con la ausencia de Videla y del
canciller, donde se le puso fecha y hora a la guerra: 22 de diciembre a
las 22.00. Durante diez prevaleció la lógica de la guerra, pero el
sector más duro de los militares argentinos terminaron por aceptar la
mediación papal.
Antonio Samoré.
El papel de la Iglesia de ambos países y del Vaticano fue decisivo.
Juan Pablo II había llegado al papado en agosto de 1978. El nuncio en
Buenos Aires, Pío Laghi le informó inmediatamente de los planes de
guerra de los militares argentinos. Juan Pablo II recibiría en secreto
al cardenal Raúl Primatesta, presidente de la Conferencia Episcopal, que
le dijo que Videla solo estaba dispuesto a detener la guerra si el papa
intervenía personalmente. Antes, cuando asumió el papado Juan Pablo I,
que murió el 28 de septiembre de ese año tras menos de un mes en el
cargo, el cardenal chileno Raúl Silva Henríquez también le pidió su
mediación. En la ceremonia en la que todos los cardenales saludaban al
nuevo papa, el chileno estuvo largo rato arrodillado besándole el
anillo, y pidiéndole su intervención. Juan Pablo I llegó a mandar una
carta a los dos gobiernos pidiendo la paz.
Tras conseguir parar la máquina de la guerra, el papa envió al cardenal Antonio Samoré
para que mediase el acuerdo. El italiano tendría por delante un arduo
trabajo. Argentina llegó a plantear reclamaciones sobre diez islas. “En
la larga historia de los conflictos y controversias limítrofes era la
primera vez que un país reclamaba, como soberano, un lugar donde jamás
había puesto un pie”, le dijo Samoré al obispo argentino Justo Laguna.
La mediación ya llevaba tres años cuando Argentina inició la guerra de
Malvinas contra el Reino Unido. La falta de acuerdos llevó a Samoré a
decir que “no aguantaba más”, amenazando con su renuncia. El proceso
solo se destrabó cuando Argentina recuperó la democracia, en 1983. Pero
Samoré no llega a verlo, porque murió el 4 de febrero de ese año.
POR FIN, UN ACUERDO
La decisión fue que las tres islas del Beagle quedarían para Chile,
pero Argentina lograba el reconocimiento de una gran zona marítima y se
mantenía el principio del Atlántico para Argentina y el Pacífico para
Chile. Raúl Alfonsín, el primer presidente argentino
tras el fin de la dictadura, decidió darle mayor fuerza al acuerdo
celebrando un referéndum no vinculante, que fue respaldado por el 81,13 %
de los votantes, con 17,24 % de votos negativos. Hubo una participación
del 70,17 %, pese a que no era una consulta de participación
obligatoria.
HISTORIA DIPLOMÁTICA DEL CONFLICTO
Las
diferencias entre Argentina y Chile por los límites en el Beagle
pudieron ser solucionadas por los distintos tratados que firmaron ambos
países a lo largo de más de un siglo. En 1826 y 1855 se comprometieron a
respetar los territorios que ambas naciones tenían antes de su
emancipación. Chile estableció en su Constitución que el país abarcaba
desde los Andes hasta el Pacífico y desde el desierto de Atacama hasta
el Cabo de Hornos. Pero la cordillera no llega hasta el Cabo de Hornos,
se desplaza hacia el Pacífico a la altura de la provincia argentina de
Santa Cruz y acaba sumergiéndose bajo el océano cerca del Estrecho de
Magallanes. Para la Tierra del Fuego sería necesario trazar una frontera
relativamente arbitraria.
En el libro de Alberto R. Jordán, El Proceso, se afirma que en
1843 Chile comienza su expansión hacia el este con la fundación de un
fuerte en pleno Estrecho de Magallanes, que después dará lugar a la
ciudad de Punta Arenas: “A pesar de las protestas argentinas, esta
expansión prosigue en los años siguientes y se cristaliza, ya a fines de
la década de 1870, en una suerte de colonización de nuestra actual
provincia de Santa Cruz. Desde allí Chile lanza expediciones y captura
buques extranjeros que navegan por el Atlántico, indicando así, con
hechos concretos, que no pensaba limitar su soberanía a la estrecha
franja comprendida desde los Andes hasta el Pacífico”. Una circunstancia
favoreció en esos años a Argentina: la decisión chilena de despojar a
Bolivia de su salida al mar obligó a los chilenos a retirarse de la
Patagonia, ante la imposibilidad de mantener abiertos dos frentes de
guerra.
En 1876 se empezó a gestar el Tratado General de Límites en el que Chile
sugirió dividir la Patagonia por el paralelo 45º, a la altura de la
provincia argentina de Chubut: todas las tierras situadas al sur serían
chilenas. Propuesta rechazada por Argentina, que sostuvo que el límite
de los Andes debía seguirse hasta donde fuera posible y que en la Tierra
del Fuego debía seguirse una línea más o menos vertical. Se impuso la
propuesta del entonces ministro argentino de Relaciones Exteriores
Bernardo de Irigoyen, reservando la Patagonia para Argentina,
reconociendo a Chile el derecho sobre la vía que comunica los dos
océanos y repartiendo en partes iguales la Isla Grande de la Tierra de
Fuego. Pero las islas e islotes al sur quedaron sujetos a
interpretaciones opuestas.
En 1902, durante el gobierno del general Julio Argentino Roca, se acordó
que los pleitos serían sometidos a la corona británica. Posteriormente
Argentina consideró que el país europeo no era un árbitro adecuado,
teniendo en cuenta el factor Malvinas.
En 1971 ambos países vuelven a someterse al arbitraje británico. En
Chile esta Allende en la presidencia, mientras en Argentina el
presidente de facto era el general Alejandro Agustín Lanusse. El
arbitraje británico era puramente formal. La soberana, Isabel II, se
limitaba a recibir el fallo de los cinco jueces de diversas
nacionalidades de tres continentes - Estados Unidos, Francia, Nigeria,
Reino Unido y Suecia- entregando al final la decisión a las partes, sin
ninguna intervención en el contenido.
El 18 de febrero de 1977 la Corte emitió su dictamen y la soberana
británica lo entregó a Chile y Argentina el 2 de mayo. El fallo recogió
la tesis argentina de que el Canal de Beagle, entre la Isla Novarina y
la Tierra de Fuego, debía ser dividida por su línea media, contra la
pretensión de Chile de que se le reconociese la posesión total del
canal, desde una orilla a la otra, en lo que se denominó la “costa
seca”. Pero el laudo otorgaba a Chile la posesión total de las tres
islas en disputa.
El fallo no aplacó las declaraciones hostiles de los argentinos. El
almirante Massera, jefe de la Armada y miembro de la Junta Militar,
exhortó a los infantes de Marina en Tierra del Fuego el 22 de febrero de
1978: “Todo el país está mirando hacia el Sur, seguro de que el
gobierno de las Fuerzas Armadas no va a canjear la honra y los bienes de
los argentinos por el decorativo elogio de aquellos que enmarcan su
debilidad o sus intereses con falaces apelaciones a la paz. Amamos la
paz, pero la paz deja de ser un valor moral cuando su precio es la
justicia y el derecho. La Argentina de hoy, unida como nunca, sabe que
sus Fuerzas Armadas no permitirán que la buena fe sea malversada. Como
las unidades del Ejército y de la Fuerza Aérea, todos los componentes
del poder naval están listos para cumplir con el mandato de un pueblo
que no admite más tergiversaciones. Que nadie lo olvide, se está
agotando el tiempo de las palabras”.
Los dictadores de ambos países, Videla y Pinochet, se reunieron dos
veces a comienzos de 1978. Primero en Plumerillo (Mendoza, Argentina),
en un encuentro que duró 12 horas, el 19 de enero; y el 19 de febrero en
Puerto Montt (Chile), durante 13 horas. El general Matthei, comandante
de la Fuerza Aérea chilena, recordó la primera reunión como inútil:
“Pinochet se encerró durante varias horas con el general Videla,
mientras nosotros nos reuníamos con nuestros colegas a discutir
diferentes propuestas. En realidad, sentí que tanto ellos como nosotros
estábamos haciendo el gesto de juntarnos a conversar, pero que nadie
creía que de esa reunión pudiera salir algo realmente útil. Simplemente,
las posiciones no coincidían. A mi juicio, esta cita -al igual que la
posterior efectuada en Puerto Montt, formó parte de una partitura
operática [sic] en que las partes actuaron según su propio libreto, pero
a nadie le importaba un rábano lo que se decía”.
Pinochet y Videla
El 25 de enero Argentina declaró el laudo “insanablemente nulo”,
considerando que transgredía derechos e intereses permanentes argentinos
que jamás habían sido sometidos a arbitraje. De acuerdo a la
interpretación argentina, su gobierno no estaba obligado a admitir los
términos del fallo. El canciller Oscar Montes, argumentó: “La Argentina,
asistida por destacados internacionalistas, ha encontrado en el laudo
errores de derecho que son inaceptables. No se trata de una posición
caprichosa de un mal perdedor”. Apuntó también errores históricos y
geográficos, “como, por ejemplo, cuando se determina que el océano
Atlántico llega hasta la Isla de los Estados y no hasta el cabo de
Hornos”.
La reacción argentina fue considerada una “salvajada jurídica” por los
chilenos. Y Argentina rompía una tradición jurídica de respeto a los
fallos de aquellos árbitros internacionales a los que se había sometido
voluntariamente para dirimir anteriores conflictos. Pablo Lacoste,
profesor en universidades chilenas y argentinas, observó: “Esta
tradición comenzó en la década de 1870: después de la Guerra de la
Triple Alianza, la clase dirigente argentina tomó la decisión de
renunciar al uso de la fuerza y, en su lugar, emplear mecanismos
políticos de solución de controversias para solucionar los temas de
límites pendientes con sus vecinos (…) En 1876, en el caso del Chaco
Boreal, el presidente de EE.UU. falló a favor de Paraguay y Argentina lo
aceptó; en 1895, en el litigio por las Misiones Orientales, el
presidente de los EE.UU. falló a favor de Brasil, y la Argentina lo
aceptó; en 1899, 1902 y 1966 se produjeron tres fallos arbitrales
referentes a la frontera con Chile y la Argentina los volvió a aceptar.
Con estas decisiones, Argentina evitó nuevas guerras, mantuvo más de un
siglo de paz y construyó una sólida tradición pacifista en su política
exterior”.
La segunda reunión entre los dictadores se produjo después de conocerse
el fallo británico. Pinochet sorprendió a los argentinos con un discurso
que dejó a Videla fuera de juego y sin respuesta: “Ha quedado
taxativamente establecido que las negociaciones no configuran
modificación alguna de las posiciones que las partes sostienen con
respecto al laudo arbitral en la región. Mi gobierno ratificó en forma
oficial y pública que, de acuerdo a los compromisos previstos, la
delimitación de las jurisdicciones quedó refrendada en forma definitiva
en la sentencia de Su Majestad Británica. Por tanto, las negociaciones a
realizar en ningún caso afectarán los derechos que en esa área el laudo
reconoció para Chile”.
Las palabras de Pinochet causaron “desagrado y sorpresa” en la
Argentina, según escribió entonces el diario La Nación. Videla respondió
con un discurso de circunstancias que cayó mal a los halcones de Buenos
Aires. En el libro Disposición Final, Videla le dice al
periodista Ceferino Reato: “Pinochet me planteó un problema. ¿Qué hacer?
¿Retirarme al frente de mi delegación y romper la posibilidad de una
negociación que, más allá de ese discurso inesperado (de Pinochet) había
quedado plasmada en el documento firmado? Opté por una respuesta de
circunstancia sobre la hermandad entre ambos países, la
complementariedad comercial... Me pareció lo mejor, no quise romper
todo. La comisión que me acompañaba se enojó conmigo, consideró ese
discurso como una aflojada. En la Argentina también cayó muy mal, los
comandantes se sintieron todos halcones”.
Bajo qué condiciones Chile se hubiese impuesto a guerra con Argentina en 1978
Esteban McLaren
El Conflicto de Beagle de 1978 entre Chile y Argentina fue una disputa territorial por la soberanía de las islas en el Canal de Beagle, ubicado en el extremo sur de América del Sur. Ambos países reclamaron las islas, lo que llevó a una confrontación casi militar. Para explorar bajo qué circunstancias Chile podría haber ganado una hipotética guerra contra Argentina durante este conflicto, debemos considerar varios factores:
Una realidad económica y militar desfavorable
Chile atravesaba una crisis económica severa y enfrentaba un embargo internacional para la compra de armamento debido a las violaciones de derechos humanos durante la dictadura de Pinochet. Argentina, por su parte, tenía una economía más grande y acceso a una industria militar propia. Esto significaba que Chile tendría dificultades para sostener un conflicto prolongado y reabastecerse de equipo bélico.
Fuerza y estrategia militar
Preparación militar: Si Chile hubiera tenido una mejor preparación militar y una planificación estratégica superior, podría haber tenido una ventaja. Esto incluye tropas bien entrenadas, armamento avanzado y apoyo logístico eficaz.
Ventaja geográfica: La geografía de Chile, caracterizada por las montañas de los Andes y una extensa costa, podría haber proporcionado defensas naturales y complicado los avances argentinos. Bien aprovechadas podría ralentizar el avance argentino.
Sobre-inversión en capacidad naval: El control de las rutas navales y de las islas en disputa en el Canal de Beagle habría sido crucial. La armada de Chile, si hubiera sido superior, podría haber asegurado el dominio marítimo y cortar las líneas de suministro argentinas. Pero, Chile carecía de submarinos activos, carecía también de una fuerza aérea efectiva y, desde el punto de vista terrestre, carecía de municiones, armamento antitanque, una dotación de personal enlistado con claros signos de pobre alimentación producto de décadas de mala administración económica..
Si bien Argentina tenía una superioridad numérica y material, Chile contaba con una ventaja geográfica clave: la cordillera de los Andes. Una invasión terrestre masiva habría sido extremadamente complicada para Argentina, limitando sus movimientos y obligándola a depender de operaciones aéreas y marítimas. El conflicto se habría librado en su mayoría en zonas insulares y marítimas. La Armada de Chile, con mejor entrenamiento y capacidades, tenía la posibilidad de establecer un bloqueo naval, dificultando el abastecimiento argentino y complicando una ocupación prolongada de las islas en disputa.
Factores diplomáticos e internacionales
Apoyo internacional: Obtener aliados y apoyo internacionales podría haber desempeñado un papel importante. Si Chile hubiera obtenido el respaldo de las principales potencias o de los países vecinos, podría haber recibido ayuda militar, suministros o presión diplomática contra Argentina.
Estabilidad económica: Habría sido esencial mantener la estabilidad económica y el apoyo al esfuerzo bélico. La capacidad de Chile para sostener su economía durante el conflicto podría influir en el resultado de la guerra.
Otro factor determinante habría sido la falta de apoyo externo. Chile estaba aislado diplomáticamente, mientras que Argentina, a pesar de su propia dictadura, mantenía mejores relaciones con sus vecinos. Sin apoyo internacional en términos de armamento y logística, Chile habría enfrentado serios problemas para sostener una guerra.
Estabilidad política e interna
Unidad Nacional: Una fuerte unidad nacional y el apoyo público a la guerra habrían reforzado la determinación y la capacidad de Chile para movilizar recursos y personal de manera efectiva. Igualmente si es por unión nacional y moral en el combate, los japoneses hubiesen triunfado en la Segunda Guerra Mundial y el plomo fue más fuerte.
Liderazgo y mando: El liderazgo y el mando efectivos dentro del ejército y el gobierno habrían sido fundamentales para tomar decisiones estratégicas y mantener la moral.
Factores tácticos y operativos
Sorpresa e innovación: La utilización de tácticas sorpresa y estrategias de guerra innovadoras podría haberle dado a Chile una ventaja. Esto podría incluir guerras no convencionales, tácticas de guerrilla o aprovechamiento de la tecnología.
Escenarios hipotéticos
Ataques preventivos: Si Chile hubiera iniciado ataques preventivos para neutralizar activos militares argentinos clave, podría haber obtenido una ventaja temprana.
Conflicto prolongado: En un conflicto prolongado, la capacidad de Chile para sostener las operaciones y adaptarse a las circunstancias cambiantes habría sido vital. La guerra de desgaste podría haber favorecido al bando con mayor resiliencia y resistencia.
Resultados potenciales
Victoria rápida: En condiciones óptimas, con estrategia y ejecución superiores, Chile podría haber asegurado una victoria rápida capturando posiciones estratégicas y obligando a Argentina a negociar.
Estancamiento: Un escenario más probable podría ser un estancamiento, en el que ambas partes sufran pérdidas significativas y, en última instancia, busquen una resolución diplomática, similar al resultado real facilitado por la mediación papal.
Guerra prolongada: si el conflicto se prolongó, la intervención internacional o las presiones internas podrían haber obligado a una resolución, cuyo resultado dependía de la capacidad de cada país para sostener el esfuerzo bélico.
Si Chile lograba evitar una invasión terrestre y sostenía su dominio naval en el Canal de Beagle, podría haber desgastado a Argentina en una guerra limitada, forzándola a negociar. Sin embargo, en un conflicto prolongado, la superioridad económica y de recursos de Argentina habría inclinado la balanza a su favor.
Conclusión
Si bien una hipotética victoria chilena en el conflicto de Beagle de 1978 habría dependido de numerosas variables, el éxito habría requerido una estrategia militar superior, un liderazgo efectivo, apoyo internacional y un esfuerzo nacional sostenido. La resolución histórica real a través de la mediación papal resalta las complejidades y los costos potenciales de tal conflicto, enfatizando la importancia de las soluciones diplomáticas.
Una victoria chilena en 1978 habría requerido un golpe preventivo
exitoso, un dominio absoluto del mar y una capacidad de resistencia
económica que, en la realidad de la época, era difícil de sostener. La
solución diplomática que finalmente se alcanzó fue, probablemente, el
mejor desenlace posible para Chile en aquel contexto.
El Vampiro del Cerro Dorotea: Un Misterio en Medio de la Crisis del Beagle
En los turbulentos días de la crisis del Beagle de 1978, cuando Chile y Argentina rozaban el borde de la guerra, los ánimos en la frontera estaban tensos. Las trincheras se alzaban cerca de Dorotea, un pequeño poblado fronterizo a tan solo 20 kilómetros de Puerto Natales y a 7 kilómetros de Río Turbio. Desde las laderas del Cerro Dorotea, cuyo nombre remonta a una expedición del Capitán Eberhard en 1892, se extraía leña para calentar los hogares de Natales. Sin embargo, en esa noche particular de crisis, la leña no era lo único que emergía de esas tierras antiguas y misteriosas.
Estábamos en una trinchera, con la incertidumbre constante de un posible ataque argentino. El ánimo era alto, pero la tensión se podía palpar en cada respiro. Esa noche, nos ordenaron realizar una patrulla de reconocimiento. Mientras avanzábamos a través del bosque, vimos luces extrañas que se movían entre los árboles. Al principio pensamos que podrían ser soldados argentinos intentando infiltrarse, pero lo que sucedió después nos dejó perplejos: las luces empezaron a cambiar de color, como si tuvieran vida propia, y luego, increíblemente, se sumergieron en la tierra ante nuestros ojos. Al levantar la vista al cielo, las estrellas parecían distintas, como si estuvieran en un lugar desconocido.
Durante el desayuno del día siguiente, compartí mi inquietud con un viejo poblador de la zona. Me habló de leyendas de contrabandistas y brujos que habitaban la región, pero no podía sacudirme la sensación de que había algo más profundo y oscuro sucediendo. Las preguntas rondaban mi mente sin respuestas claras.
Esa misma noche, en una salida de patrulla bajo la luna, tropezamos con algo aún más desconcertante: tres ovejas muertas, completamente desangradas, con dos marcas de colmillos en sus cuellos. El miedo nos invadió. Uno de los soldados más viejos, visiblemente aterrado, murmuró lo que nadie quería decir en voz alta: "Esto fue obra de un vampiro... no hay otra explicación." En medio de la tensión de la casi guerra, nos encontrábamos atrincherados en una tierra de misterios, de contrabandistas, de brujos... y ahora, tal vez, de vampiros.
Algunos empezaron a teorizar que podría tratarse de un espía argentino usando el mito para cubrir sus huellas, pero la falta de respuestas solo avivaba las especulaciones. Nos contactamos con un antiguo vecino de Puerto Natales, un hombre conocedor de las ciencias ocultas. Nos habló de ataques similares en estancias más alejadas, donde animales habían sido encontrados en circunstancias igualmente macabras.
Sin embargo, tras esa noche, las luces desaparecieron y nunca más volvimos a encontrar ovejas muertas. No obstante, el enigma permaneció. El silencio era inquietante, y las preguntas, muchas, quedaron sin respuestas.
Décadas después, en un programa de radio dedicado a los OVNIs, se relató un hecho alarmante: en el sector de Huertos Familiares, un gallinero había sido atacado. Las aves fueron encontradas sin una gota de sangre, con marcas de colmillos en sus cuerpos. El rumor del chupacabras comenzó a correr, pero ¿acaso esa criatura legendaria era responsable? Las coincidencias eran demasiado perturbadoras: Huertos Familiares se encontraba cerca del Cerro Dorotea (51°36'16"S 72°19'56"W).
Aún hoy, las sombras de aquella crisis bélica y los misterios del Cerro Dorotea siguen envolviendo la zona en un velo de incertidumbre. ¿Qué fue lo que realmente vimos aquella noche? ¿Qué acechaba en la oscuridad, mientras el mundo temía una guerra, pero nosotros temíamos algo más? (El Tirapiedras)
Poco después del mediodía del 11 de septiembre de 1973,
el Palacio presidencial de La Moneda ardía en llamas bajo el bombardeo
aéreo de los militares golpistas, cuando un grupo de hombres abandonó el
edificio y se rindió. Eran los integrantes del GAP -Grupo de Amigos del Presidente, encargados de la seguridad personal de Salvador Allende-,
agentes de la Policía de Investigaciones (PDI) y algunos asesores que
acompañaban al presidente chileno en las horas finales del ataque al
Palacio. Los hombres fueron llevados al Regimiento Tacna, brutalmente
torturados y dos días después enviados en camiones al campo militar de
Peldehue, donde fueron sumariamente ejecutados. Simultáneamente, por
todo Chile los militares llevaban a cabo una cacería implacable a los
seguidores del gobierno socialista depuesto. Allende estaba muerto
y centenares de sus partidarios morirían en los próximos días. El
régimen militar que se instauraba en Chile por 17 años estaría marcado
por la brutalidad y por la práctica de ejecuciones sumarias, teniendo a
los GAP entre sus primeras víctimas.
El país estaba bajo estado de sitio. Millares de chilenos eran llevados a campos de prisioneros improvisados. Eran tantos que once estadios de fútbol fueron convertidos en prisión y centros de tortura.
El bando número 1 de los militares decía que cualquier “acto de
sabotaje” sería castigado “en la forma más drástica en el lugar mismo de
los hechos”. Los comandantes y jefes de zona estaban autorizados a
realizar consejos de guerra y aplicar la Ley de Fuga para justificar las ejecuciones.
Las embajadas extranjeras estaban llenas de perseguidos que
intentaban obtener asilo político y escapar a la prisión y la muerte.
Miles buscaron protección de diversos organismos internacionales y otros
optaron por abandonar el país clandestinamente.
Cinco horas después del inicio del golpe, la Junta Militar
emitió el bando número 10. Contenía los nombres de 92 integrantes del
gobierno depuesto de la Unidad Popular que deberían presentarse al
Ministerio de Defensa antes de las cuatro de la tarde. Luis Maira
era uno de ellos. Durante 12 días, el ex coordinador del grupo
parlamentario de la UP, entonces con 33 años, se escondió en Santiago,
cambiando de dirección cada 24 horas, hasta conseguir asilo en la
embajada de México. Allí estuvo por nueve meses con otros 200 chilenos,
hasta conseguir partir al exilio.
Cincuenta años después Maira recordó, en declaraciones al diario
chileno “La Tercera”, que decidió dejar el país al escuchar el duro
pronunciamiento del comandante de la Fuerza Aérea, Gustavo Leigh,
por cadena nacional. “Dijo que habían detenido a muchos extremistas,
pero que se habían dado cuenta de que las listas no tenían las debidas
prioridades, por lo que habían seleccionado a 13 personas, a los
dirigentes principales a los que calificó de marxistas antipatriotas.
[Deberían] detenerlos para interrogarlos, apremiarlos y castigarlos”,
recordó Maira. “Me di cuenta de que ya no tendría muchas posibilidades
de sobrevivir”, añadió.
El miedo imperaba en el país. Desde las primeras horas del nuevo régimen, los chilenos tenían noticias de torturas y muertos
El miedo imperaba en el país. Desde las primeras horas del nuevo
régimen, los chilenos tenían noticias de torturas y muertos. Y también
de delación de ciudadanos, que denunciaban a vecinos, colegas de
trabajo, adversarios, que acababan detenidos y muchas veces muertos. Las
universidades y los medios de comunicación fueron intervenidos. Se
declaró la disolución de todas las organizaciones de trabajadores,
campesinas, estudiantiles, culturales, gremiales y deportivas.
Por decreto, los registros electorales fueron quemados, por el motivo
obvio de que estaba suspendida la democracia representativa por el
voto. La represión era indiscriminada. Parte de la historia de este
período está documentada en el impresionante Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, en Santiago, fundado en el 2010 para que no sea olvidada (MMDH - Museo de la Memoria y los Derechos Humanos).
Con la vuelta de la democracia, en marzo de 1990, fue creada la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, conocida como Comisión Rettig -por
el nombre de su presidente, el jurista Raúl Rettig-, para investigar
los crímenes cometidos por la dictadura contra los derechos humanos. Más
tarde, otro grupo, la Comisión Valech -por el obispo Sergio Valech- dio continuidad a dicho trabajo.
En los 17 años de dictadura hubo 3.216 personas muertas: 2.129 ejecutadas, 1.087 desaparecidas
Según los informes Rettig (1991) y Valech (2003), ambos actualizados
con el tiempo, en los 17 años de dictadura hubo 3.216 personas muertas:
2.129 ejecutadas, 1.087 desaparecidas. El 68,57 % de las detenciones
reconocidas por la Comisión Valech ocurrieron entre el 11 de septiembre y
el 31 de diciembre de 1973. El número de personas que sufrieron prisión política y/o torturas, fue de casi 40.000.
A pesar de la concentración de víctimas en los primeros meses, la
práctica de la prisión, tortura y ejecución contra los opositores fue
mantenida durante muchos años.
La ejecución de los miembros de seguridad del presidente Allende el
día 13 de septiembre de 1973 fue típica de lo que ocurriría en los años
siguientes. El episodio fue reconstruido en detalle por Jorge Escalante,
en el reportaje “Yo maté a los prisioneros de La Moneda”, publicado en
2002 en el diario “La Nación”. Uno de los periodistas chilenos que más
investigó sobre el aparato represivo, Escalante consiguió entrevistar a
uno de los militares que participó en la ejecución de los GAP, que
relató lo ocurrido.
Después de que llegaron al regimiento Tacna, a poco
más de un kilómetro del Palacio de la Moneda, los hombres fueron
mantenidos boca abajo, tendidos en el suelo. Durante dos días fueron
torturados. El general Pinochet en persona fue hasta el lugar. Uno de
los presos, Pablo Zepeda Camilliere, consiguió escapar
pues lo trasladaron por error al Estadio Chile. Zepeda, cuenta el
periodista, asistió al siguiente diálogo entre Pinochet y el comandante
del regimiento, Joaquín Ramirez Pineda.
Pinochet estuvo en el regimiento Tacna observando cómo torturaban a los GAP
Pinochet le pregunta quiénes son los prisioneros. “Estos son los
escoltas de Allende, mi general, son los GAP y otros asesores”. Pinochet
es directo en la respuesta: “A estos huevones me los fusilan a todos”.
El relato coincide con lo que Escalante oyó del coronel Fernando Reveco Valenzuela. Según el coronel “Pinochet estuvo en el regimiento Tacna observando cómo torturaban a los GAP”.
El número de ejecutados en este episodio es incierto, pero de acuerdo con relatos de algunos militares fueron 27 los guardaespaldas, asesores y
agentes presos después de rendirse en La Moneda. Todos menos Zepeda
fueron llevados en un camión, atados de pies y manos, hasta el campo
militar de Peldehue, en las afueras de Santiago. Al llegar al destino se
les desataron los pies para que dieran los últimos pasos de su vida.
Uno a uno, fueron ejecutados a tiros de ametralladora y lanzados
directamente en un pozo seco y profundo, con las manos atadas.
Logo de la DINA.
Los militares volvieron al mismo pozo en 1978 para llevar a cabo otra operación. En aquel año fueron encontrados los cuerpos de 15 campesinos
que habían sido presos por una patrulla de carabineros el 8 de octubre
de 1973, en la comunidad rural de Isla de Maipo, sin que nunca más
aparecieran. Sus restos mortales estaban dentro de unos hornos
abandonados de una mina de cal de Lonquén. Era la primera prueba
concreta de lo que todos en el país sabían, pero que los militares
negaban descaradamente: que el gobierno ejecutaba opositores y que había
detenidos-desaparecidos. Fue un doloroso descubrimiento para los
familiares de decenas de desaparecidos: sus seres queridos, muy
probablemente estaban también muertos.
Para los militares, el momento era de alerta. La aparición de nuevas
víctimas de ejecuciones dejaría al régimen vulnerable a las presiones
internas y de la comunidad internacional. La orden era hacer desaparecer todos los restos mortales
escondidos clandestinamente en Chile. Fue así que, en diciembre de
1978, un vehículo militar se estacionó junto al pozo de Peldehue. Los
soldados desenterraron lo que encontraron de los cuerpos de los GAP y
otros asesores de Allende ejecutados cinco años antes. En sacos, fueron
embarcados en helicópteros Puma y lanzados al mar, bien lejos de la
costa en el Océano Pacífico. El procedimiento macabro se repitió en
otras tumbas clandestinas por todo el país.
En marzo de 2001, once años después de la redemocratización, fueron realizadas nuevas pesquisas en el pozo de Peldehue
por orden judicial. Los peritos encontraron quinientas piezas óseas, lo
que permitió identificar a algunos de los ejecutados: tres miembros del
GAP, un ingeniero, un sociólogo y un médico psiquiatra.
Manuel Contreras
Al comienzo de la dictadura, la violación sistemática de los derechos
humanos fue ejecutada por medio de órganos estatales que ya existían:
Fuerzas Armadas, Carabineros y Policía de Investigaciones. Pero pronto
otras estructuras fueron creadas especialmente para este fin. En 1974
surgió la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), a cuyo comando estuvo el coronel Manuel Contreras,
que respondía directamente a Pinochet. Todos los días Contreras iba a
buscar al dictador a su casa y le acompañaba en coche hasta su despacho,
momento en el que le informaba detalladamente de sus operaciones.
Conocida por su brutalidad, la DINA persiguió de forma implacable a los
izquierdistas que estaban en la clandestinidad. Un año después surgió el
Comando Conjunto, una organización clandestina que dependía de la
Fuerza Aérea y que actuó durante dos años.
En 1977 la DINA fue sustituida por la Central Nacional de
Informaciones (CNI), que actuó hasta 1990. La disolución se produjo por
presión de los EE.UU., cuando se constató que agentes del órgano estaban
involucrados en el asesinato en Washington del excanciller chileno Orlando Letelier. El atentado ocurrió en septiembre de 1976 y en él murió también la americana Ronni Moffitt. Uno de los implicados en el asesinato fue el ciudadano estadunidense Michael Townley, reclutado como agente de la DINA. Townley fue también el asesino del general Carlos Prats, ministro de Defensa de Allende, que murió junto a su mujer en un atentado con bomba en Buenos Aires, en septiembre de 1974.
El rastro de sangre de la Caravana de la Muerte
Uno de los casos más emblemáticos de la barbarie de la dictadura fue conocido como La Caravana de la Muerte,
en 1973. Pocos días después del golpe, Pinochet ordenó una operación de
caza y eliminación de los partidarios de Allende en todas las regiones
del país. El mando de la misión le fue entregado al general Sergio Arellano Stark,
que debería revisar los procesos judiciales iniciados inmediatamente
después del golpe contra partidarios de la Unidad Popular, y exigir el
máximo castigo. El día 30 de septiembre, la comitiva partió al sur de
Chile a bordo de un helicóptero militar Puma y recorrió la zona de
Puerto Montt. Enseguida partió hacia el norte, entre Arica y La Serena.
En cada ciudad en donde se posaba, el Puma de Arellano Stark dejaba un
rastro de sangre. La misión concluyó el 22 de octubre. En menos de un
mes, La Caravana de la Muerte ejecutó al menos a 72 personas.
En menos de un mes, La Caravana de la Muerte ejecutó al menos a 72 personas
La dinámica de esta operación fue revelada magistralmente por la periodista chilena Patricia Verdugo en su célebre libro Los Zarpazos del Puma,
que años más tarde se convirtió en uno de los expedientes acusatorios
más importantes sobre los crímenes cometidos por el general Augusto
Pinochet y sus cómplices. Una de las muchas paradas de La Caravana de la Muerte fue en la ciudad de La Serena, según relata Patricia Verdugo:
“El helicóptero Puma llegó a La Serena el martes 16 de octubre de
1973, alrededor de las once de la mañana. El comandante del regimiento
motorizado de Arica, teniente coronel Ariosto Lapostol Orrego, recibió al general Sergio Arellano en
el aeropuerto local y fue notificado de la calidad extraordinaria que
ostentaba: Delegado del Comandante en Jefe del Ejército y la Junta
Militar de Gobierno (…) Dos jeeps militares con boinas negras se
estacionaron frente al recinto carcelario como a las 13 horas y aumentó
ostensiblemente la guardia militar frente a la puerta. Quince
prisioneros fueron sacados rumbo al regimiento poco antes de las 14
horas. Su salida quedó registrada en el folio número 35 del Libro de
Detenidos 1973. Y, como a las 16 horas, se escucharon fuertes y
repetidas descargas de metralletas”. Los ejecutados eran todos jóvenes
socialistas.
En 2015, el general en la reserva Joaquín Lagos Osorio,
comandante militar de la región de Antofagasta en aquella época, haría
un tenebroso relato a la fiscalía, aunque con una pequeña discrepancia
en el número de presos: “La Comitiva del General Arellano había
sacado del lugar de detención a 14 detenidos que estaban en proceso, los
había llevado a la quebrada del ‘Way’ y los habían muerto a todos con
ráfagas de metralletas y fusiles de repetición; después habían
trasladados los cadáveres a la morgue del Hospital de Antofagasta y como
ésta era pequeña y no cabían todos los cuerpos, la mayoría estaba
afuera. Los cuerpos estaban despedazados, con más o menos 40 tiros cada
uno y en estos momentos así permanecían al sol y a la vista de todos
cuantos pasaban por ahí. Ordené que armaran sus cuerpos, los médicos
militares y del hospital, y avisaran a los familiares y les hicieran
entrega de los cuerpos, en la forma más digna y rápida posible”.
En aquel momento el general Arellano y su comitiva ya volaban a bordo
del Puma en dirección a Copiapó, donde ejecutaron a otros 14 presos.
En junio de 2023, la Corte Suprema condenó a cuatro
militares retirados por la muerte de 12 opositores en la ciudad de
Valdivia, dentro de la operación de La Caravana de la Muerte. Entre ellos estuvo el general retirado Santiago Sinclair,
de 92 años, que fue brazo derecho de Pinochet en la represión política.
A pesar de la edad, cumplirá la pena en la cárcel. El general Arellano
murió en 2016, con 94 años, sin pagar por sus crímenes. Llegó a ser
condenado en 2008 a seis años de prisión, pero no cumplió su pena por
sufrir de Alzheimer.
La periodista Patricia Verdugo vivió su propio drama familiar durante
la dictadura. En 1976 su padre fue secuestrado y días después su cuerpo
apareció flotando en el río Mapocho, que corta Santiago. El constructor
civil Sergio Verdugo Herrera era jefe del Departamento de
Abastecimientos de la Sociedad Constructora de Establecimientos
Educacionales e investigaba un caso de corrupción en la empresa estatal.
Para su desgracia, el caso involucraba a militares del nuevo régimen.
Verdugo es también autora de Quemados Vivos,
sobre otro caso de gran repercusión. En 1986, cuatro años antes del fin
de la dictadura, los chilenos osaban salir a las calles contra el
régimen militar. En julio de aquel año, una protesta fue violentamente
reprimida por agentes del Ejército en la comuna de Estación Central. Los
militares actuaron de forma especialmente cruel contra dos jóvenes: la
psicóloga Carmen Gloria Quintana y el fotógrafo Rodrigo Rojas de Negri,
que fueron golpeados y tuvieron gran parte de su cuerpo quemado con el
combustible que les arrojaron los propios carabineros. Rojas murió y
Quintana sobrevivió con graves secuelas.
Un año antes, en marzo de 1985, otro episodio terrible conmovió al país: el Caso de los Degollados.
Manuel Guerrero, José Manuel Parada y Santiago Nattino, militantes del
entonces proscrito Partido Comunista, fueron secuestrados cuando andaban
en diferentes lugares de la capital. Forzados a entrar en vehículos y
llevados a un cuartel, fueron torturados y degollados. Sus cuerpos
aparecieron cerca del aeropuerto internacional de Santiago.
Otra operación macabra ocurrió en junio de 1987, esta vez contra doce
militantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Nueve hombres y tres
mujeres fueron asesinados por agentes de la Central Nacional de
Informaciones con el objetivo de aniquilar la organización, que un año
antes había realizado la fracasada tentativa de asesinato contra el
general Augusto Pinochet. Se conoció como Operación Albania. Veinte años después, la Justicia condenó a cadena perpetua al ex director de la CNI, Hugo Salas Wenzel, por su participación en el crimen.
Tres meses después, la CNI detuvo a Manuel Sepúlveda Sánchez, Gonzalo
Fuenzalida Navarrete, Julio Muños Otárola, Julián Peña Maltés y
Alejandro Pinochet Arenas. Fueron acusados del secuestro de un coronel
del Ejército. Llevados al cuartel Borgoño -el recinto operativo más
importante de la CNI- fueron torturados y recibieron una inyección
letal. Los cuerpos fueron amarrados con rieles de ferrocarril y un
helicóptero del Ejército los arrojó al mar. Fueron considerados los
últimos detenidos-desaparecidos de la dictadura. Pero no serían las
últimas víctimas. El 27 de octubre de 1988, los dos máximos dirigentes
del FPMR, los comandantes José Miguel y Tamara, fueron detenidos, torturados y sus cuerpos fueron arrojados al río Tinguiririca.
Pinochet
Como señaló Carlos Huneeus en su libro El Régimen de Pinochet,
la dictadura “conservó el carácter de un Estado policial a lo largo de
sus 17 años de vida, con un estricto control de la población y una
sistemática persecución de las organizaciones opositoras”. Fue un
gobierno que tuvo como característica adicional estar fuertemente
centralizado en Pinochet, al punto de que éste se jactaba de que “no se
movía una hoja en Chile” sin que él lo supiera.
Seis meses después del golpe, el periodista brasileño Eric Nepomuceno
escribió un largo artículo sobre su encuentro secreto con integrantes
de la resistencia chilena, publicado en la mítica revista argentina
Crítica, que dirigía entonces Eduardo Galeano. Nepomuceno observó: “De
todo lo que los militares hicieron por Chile después de septiembre,
acaso su obra más perfecta sea la represión, el terror impuesto y
grabado en la gente, ese extraño olor a miedo y muerte que hay en cada
sitio”.
El cineasta Patricio Guzmán, que filmó el documental La Batalla de Chile -un raro registro audiovisual de los años de Allende-, tiene una visión
semejante 50 años después: “El Golpe de Estado fue tan poderoso, tan
devastador; el hecho de que hayan matado tres comités centrales del PC,
dos del PS, el MIR fue exterminado, una cantera de jóvenes maravillosos,
todos muertos y torturados en las condiciones más terribles, eso creó
una sensación de ‘no te muevas, porque si no eres tú es tu hijo al que
lo van a tomar preso’. Creo que ese trauma fue desproporcionado y feroz.
No hay cosa peor que el terror”, dijo en declaraciones al diario
chileno “The Clinic”.
OPERACIÓN CÓNDOR
Las
dictaduras del Cono Sur llevaron a cabo una brutal represión que no
conoció fronteras y que llevó a la coordinación de los servicios de
seguridad de Chile, Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia, que permitieron la detención, tortura, asesinato y desaparición de numerosos adversarios. El libro Los años del Cóndor,
del periodista norteamericano John Dinges, sostiene que la primera
reunión de fuerzas de seguridad y policiales que darían lugar al plan
tuvo lugar en Buenos Aires a comienzos de 1974. Es decir, el plan
comenzó a gestarse cuando en Argentina todavía no se había producido el
golpe militar del 76. El nacimiento oficial del Cóndor se produjo a
finales de noviembre de 1975, tras una reunión de representantes de las
dictaduras de la región, que durante casi una semana debatieron los
detalles en la Academia de Guerra, en Santiago.
En base a documentos norteamericanos desclasificados, Dinges sostiene que el presidente argentino Juan Domingo Perón,
que fallecería poco después, estaba preocupado con los informes de
inteligencia sobre la existencia de la Junta Coordinadora
Revolucionaria, integrada por Montoneros, MIR y Tupamaros, entre otros, y
de una reunión cerca de Mendoza. Después de esa reunión en Argentina,
que puede considerarse como anterior al Cóndor, hubo unas 120 víctimas
que cayeron como resultado de esta inicial coordinación represiva.
La coordinación comenzó cuando Chile invitó a agentes de inteligencia de
los países vecinos, en particular de Brasil, Uruguay y Argentina, para
llevar a cabo interrogatorios de los prisioneros que eran buscados en
sus países.
En entrevista con el diario argentino “Clarín”, Dinges aseguró: “Perón
aprobó medidas contra ellos, a quienes definía como extremistas
marxistas”. Después del golpe del 76, Argentina fue el país más activo:
el número de crímenes de Cóndor cometidos en dicho país fue de 469
detenidos, la mayoría desaparecidos, más 143 víctimas de nacionalidad
argentina detenidos en otros países. Uruguay le sigue, con 294 víctimas
de nacionalidad uruguaya, la gran mayoría detenidos en Argentina. Chile
fue anfitrión de las dos primeras reuniones de la alianza Cóndor, pero
en número de víctimas está en menor rango: 107 chilenos, la mayoría
detenidos en Argentina y 52 crímenes cometidos contra extranjeros en
Chile. Pero el Cóndor no solo actuó en los países vecinos, se
documentaron operaciones en Europa, Estados Unidos (asesinato de
Letelier) y en México.
Dinges sostiene que la CIA no participó ni en la creación ni en la
ejecución de los operativos. Pero Estados Unidos fue cómplice, ya que
conocía en detalle las operaciones y no actuó para evitar los
crímenes.