“Le debemos más a Roca que a San Martín”, dijo Pallarols, quien vendrá para reparar el monumento
El legendario platero y orfebre argentino viajará a Bariloche en breve para evaluar el daño que tiene la estatua de Roca del Centro Cívico, y encarar una restauración “ad honorem”. Dijo que hay que pensar en una protección para que no vuelvan a vandalizarla. Bariloche 2000
Pallarols va a restaurar el monumento de Roca, vandalizado y deteriorado por años
Juan Carlos Pallarols, uno de los artistas argentinos más reconocidos del mundo, será el encargado de restaurar el monumento del general Julio A. Roca del Centro Cívico, luego de décadas de vandalismos e incluso un intento de derrumbarlo.
“Le debemos más a Roca que a San Martín, en kilómetros cuadrados, tengo una admiración profunda por San Martín. No sé de dónde aparecen esas ideas tontas de borrar estas figuras, que nos han hecho crecer, darnos cuenta del país que tenemos”, sostuvo.
Dijo que hará el trabajo en forma gratuita, por el “orgullo” que significa para él que le confíen la tarea, para gloria de su familia de tradición platera, y “del país grandioso que tenemos y debemos aprender a cuidar más”.
“Mi relación con ese monumento magnífico comenzó hace más de 70 años, cuando empecé a viajar a Bariloche, Por eso, que me pidan restaurar esa figura emblemática es un orgullo, que confíen en mí”, dijo al programa La Mañana de Radio Seis, expresando su enojo con los vándalos y funcionarios con ideas heterodoxas: “Sólo a un tonto se le ocurre correr un monumento, no se hace jamás. En España no han corrido los monumentos de Franco, cuando terminó la dictadura y volvió la democracia. Los monumentos no se corren”, afirmó.
Celebró que hayan descartado otras ideas y busquen restaurarlo. “Ahora se lo tomaron en serio”, dijo, y ponderó al artista que lo hizo, Emilio Jacinto Sarniguet.
“Tiene obras tan importantes como esa en Buenos Aires, como El Resero o el Yaguareté en Parque Chacabuco, un montón de figuras hizo”, lo ponderó.
Recordó que “Perón en su primer discurso en 1946, cuando asumió, dijo que no podía calcular la riqueza del país porque el Banco Central estaba lleno de oro, en los pasillos había oro, 35.000 toneladas, los pasillos y las puertas estaban trabadas por lingotes de oro. Eso fue por Roca, después nos gastamos toda esa plata. Es historia pura. Sepamos entender a los próceres que han engrandecido a este país, que lo han hecho sabio, culto, con las mejores universidades”, manifestó.
“Los que piensan en taparlo, les pregunto si le pondrían el arbolito de Navidad arriba de la cabeza de los padres, de la escultura. Es una falta de respeto, eso no se hace en ningún lugar del mundo. Yo tenía un negocio en Estados Unidos, a dos cuadras del monumento a San Martín, nunca vi acá las ofrendas florales que ponen allá. Acá, incluso se han robado un pedacito de la estatua, no sé qué nos está pasando, estamos tontos, es peligroso”, lamentó.
Pallarols aseguró que ya en 1910, cuando el país no llegaba a los dos millones de habitantes, ya se habían construido algunos de los edificios más monumentales de Argentina.
“Entonces y ahora se quedan maravillados todos los visitantes. . Cuando Caruso vino por vigésima vez a cantar, era un lujo hacerlo acá, el Teatro Colón ya estaba construido, igual que el Congreso, la Casa Rosada, toda esa maravilla que hay. Tenemos que estar orgullosos de eso”, agregó.
El trabajo
Pallarols anticipó que en estos días hará un viaje a Bariloche “con gente especializada” para “hacer un estudio profundo, sobre cuál es el daño que tiene y cómo repararlo”.
Estimó que el trabajo podría llevar entre 30 y 60 días, “no más de 70”, y sugirió que hay que ir pensando en protegerlo con una reja.
“Hay que hacerle una protección para que no se pueda acceder fácilmente, no se lo pueda dañar”, pidió, y dijo que hará el trabajo totalmente ad honorem.
“Hace 30 años un estúpido le pegó un martillazo a la Piedad una obra de Miguel Angel, murió en un psiquiátrico. Esas cosas hay que prevenirlas”, añadió.
“Sólo habrá que pagar los gastos de traslados, materiales, muy pocos. No le cobraría a nuestra patria por algo que se debe hacer. Este es mi trabajo, está en mi alma. A veces me preguntan ‘¿cuánto cobró por tal cosa? Me miran con lástima cuando respondo. Al Estado no le vendo nada, no tengo un currito, tengo clientes acá y en el exterior, vivo de eso, tengo un trabajo muy lindo”, explicó.
Consideró que desde la revolución francesa “hubo muchos cambios, cosas desgraciadas para el mundo entero, en 1918 los rusos necesitaron 70 años para sacarse la peste de encima”.
“Pienso que no es algo de derecha ni izquierda, sino sentido común, hay que preservar el arte, no se puede serruchar caprichosamente, solo porque a alguien se le ocurre destruirla”, señaló.
“Siento responsabilidad de mantener, cuando Dios me llame a ese viaje desde donde no se vuelve, lo que tengo quede en manos de mis hijos para mantener. Que sepan mantener, preservar, conservar. Para gloria de nuestra familia y para gloria de la patria. El país que tenemos es un chiche, es hermosísimo, y tenemos que estar más preocupados por cuidarlo”, expresó.
La novelesca y extravagante vida de Lucio V. Mansilla, el gran dandy porteño que brilló con su pluma
Militar, escritor, periodista, miembro de la alta sociedad. Viajó por el mundo, retó a duelo a un hombre porque se burló de su estrafalario sombrero, y sintió devoción por Sarmiento. En 1870 visitó las tierras aborígenes, experiencia que luego inmortalizó en su libro "Una excursión a los indios ranqueles"
Por Luciana Sabina || Infobae
El duelo de Lucio V. Mansilla con Pantaleón Gómez
Las lágrimas de Lucio Victorio Mansilla en su cara fueron lo último que Pantaleón Gómez sintió antes de morir. Militar devenido en periodista, Gómez dirigía entonces "El Nacional" y el Colegio de Escribanos.
Veterano
de la Guerra del Paraguay, de vasta experiencia política, fue
gobernador del Chaco con sólo 45 años. Su trágico fin comenzó a
escribirse en febrero de 1880, cuando el periódico que comandaba criticó un sombrero del general Mansilla.
Ciego de indignación, don Lucio lo retó a duelo.
No exageró: para Mansilla, la elegancia y el porte eran tan importantes como el aire que respiraba…
Aristóbulo del Valle lo retrató muy bien: "Cuando va por la calle, sonríe delante de todos los espejos. Si se mirara con el ceño adusto, mandaría los padrinos a su propia imagen reflejada en el vidrio…".
Pantaleón
Gómez no fue el autor de la sátira, pero mientras los padrinos de ambos
intentaban evitar el duelo, comenzó a discutir con Mansilla través de
la prensa. Y así, con cientos de lectores como testigos, se agredieron
mutuamente durante días.
Gómez
llegó a escribirle: "Es usted un desgraciado a quien no queda ni el
miserable derecho de insultar a la gente decente. Ni sus iguales lo
abonan".
Como respuesta última recibió: "Ya verá si hay quien me abone".
Se citaron en Palermo, armados, a las once de la mañana del 7 de febrero.
El duelo fue a pistola y a diez pasos de distancia. Luego de dos
intentos -en los que ninguno acertó-, Gómez descargó su arma contra el
piso, diciendo: "Yo no mato a un hombre de ta…".
No terminó la palabra "talento": se desplomó atravesado por la bala del general.
Murió
en el mismo campo del honor, bajo las caricias arrepentidas de su
verdugo. El sepelio fue impresionante. Ciento cincuenta carruajes
marcharon detrás de la carroza fúnebre.
Domingo Faustino Sarmiento
emocionó a la muchedumbre: "¡Muerto!… Pantaleón Gómez, el simpático, el
fervoroso, el leal, el verídico, el arrogante joven. ¡Muerto! (…) Desde
esa sepultura cavada casi en el umbral de la vida, este amigo joven que
debió dejarme a mí aquí y seguir su camino, os dirige un consejo: 'No
derrochéis la vida, no arrojéis al aire a puñados los sentimientos de
honor, de patriotismo, de inteligencia. Tan nobles dotes os fueron dadas
no para florecer al primer rayo de sol y morir en seguida, sino para
dar frutos sazonados'. Los restos de Pantaleón Gómez quedan aquí. En
nuestros corazones, la memoria de su hidalguía. Pero en la superficie de
la tierra, en esta patria que todos debemos enriquecer, Pantaleón Gómez
no deja obra acabada a causa de darse prisa, sin motivo suficiente, a
mostrar que sabía morir".
Lucio V. Mansilla se radicó en Francia y viajó por Europa, África y Asia
Luego del terrible incidente, Mansilla no fue citado por la justicia. Viajó a Europa con su familia. Se radicó en Francia donde se convirtió en figura habitual de los bulevares parisinos. Naturalmente elegante. Su charla, amena y fácil, lo distinguió pronto entre todos.
Sin embargo, no era feliz.
Quedó claro que el campo de batalla, el parlamento, el periodismo,
donde actuó con brillantez y eficacia, fueron accidentes más o menos
importantes… pero no permanentes en su vida.
De
lo único que no pudo alejarse del todo fue de Buenos Aires, a dónde
volvió cada tanto, acaso porque nació en esa provincia el 23 de
diciembre de 1831. Era el día de Santa Victoria, y de ahí Victorio, su
segundo nombre. Hijo de notorio militar Lucio Norberto Mansilla y de
Agustina Rosas, hermana menor de Juan Manuel, los lujos y el rango social signaron su infancia.
Poco antes de cumplir los 18, su padre lo envió en misión comercial. Periplo que lo llevó no sólo a Europa: también a los exotismos de África y Asia.
Luego de la caída del Rosas en la batalla de Caseros, Mansilla se erigió en uno de sus más fieros críticos.
Entre 1864 y 1868 se batió en la Guerra de la Triple Alianza.
Allí fue militar, pero también periodista. para escribir sus crónicas
desde el frente para el diario La Tribuna, usó varios seudónimos:
Falstaff, Tourlourou, Orión. Bajo su mando quedó Domingo Fidel Sarmiento (Dominguito), hijo del indómito sanjuanino.
Domingo Fidel Sarmientol, Dominguito: Mansilla lo protegió durante la guerra de la Triple Alianza
Mansilla lo protegió cuanto pudo. Hasta darle dinero para que pudiera mantener a su madre, Benita Pastoriza,
mientras Domingo Faustino estaba en los Estados Unidos, y en franca
pelea con su familia por la relación con su amante Aurelia Vélez, la
hija de Dalmacio Vélez Sarsfield.
En
una de las cartas de Dominguito a su madre desde el campo de batalla,
desnudó el espíritu generoso de su superior: "Mansilla, pasado el primer
momento de la carga, me ordenó que me retirara, y yo, no habiendo
querido obedecerle, como era natural. Entonces me dijo: 'He
prometido no exponerlo a usted sino en caso indispensable. Volvamos al
batallón y piense que se lo he prometido a su mamá'. Te cuento esto para
que veas como hay quien cuide por ti".
Pero, lamentablemente, el muchacho murió en la batalla de Curupaytí, a mediados de septiembre de 1866.
"Vi a Sarmiento muerto -narró el general José Ignacio Garmendia en sus recuerdos sobre la guerra sobre el final de Dominguito-, conducido en una manta por cuatro soldados heridos: aquella faz lívida, lleno de lodo, tenía el aspecto brutal de la muerte.
No brillaba ya esplendorosa la noble inteligencia que en vida bañó su
frente tan noble; apreté su mano helada, y siguió su marcha ese convoy
fúnebre que tenía por séquito el dolor y la agonía (… ) Ayala, Calvete, Victorica, Mansilla (… ) y qué sé yo cuántos más, todos heridos, chorreando sangre se retiraban en silencio
(… ) Era interminable aquella procesión de harapos sangrientos, entre
los que iba Darragueira sin cabeza; de moribundos, de héroes
inquebrantables, de armones destrozados, de piezas sin artilleros, de
caballos sin atajes (… )."
Muchos años más tarde, don Lucio homenajeó a su lugarteniente, procurando cuidar de su madre como había intentado cuidarlo a él. Sarmiento odiaba tanto a Benita Pastoriza, que la había eliminado de su testamento. Al morir el sanjuanino, Mansilla consiguió para ella una pensión del Congreso nacional que le correspondía por ser su viuda.
Sarmiento
expresó su dolor innumerables veces. En una carta a su amiga Mary Mann,
escribió: "La muerte de Dominguito tan malogrado, ha traído a mi
espíritu un incurable descontento. ¡Qué cadena de desencantos! Habría
vivido en él; mientras que ahora no sé adónde arrojar este pedazo de vida que me queda, no sé qué hacer con ella".
En
1870, sus visitas a las tierras aborígenes, en su intento de firmar un
tratado de paz con ellos -frustrado por las autoridades nacionales- lo
llevó a escribir su famoso libro “Una excursión a los indios ranqueles”
Cuando regresó del frente, Lucio V. Mansilla propuso a Sarmiento como presidente.
Y junto a Aurelia Vélez trabajaron juntos para lograrlo. Cuando el
padre del aula asumió la primera magistratura, él se acercó
para pedirle un lugar en el nuevo gobierno. No logró lo que quería, pero
fue designado Coronel y Comandante de Fronteras en Río IV, Córdoba.
En
1870, sus visitas a las tierras aborígenes, en su intento de firmar un
tratado de paz con ellos -frustrado por las autoridades nacionales- lo
llevó a escribir su famoso libro "Una excursión a los indios ranqueles".
El militar y escritor buscó durante toda su vida la perfección: "Si eres franco por carácter, procura ser reservado por estudio", escribió. Excelente consejo, ¡que él jamás puso en práctica!
Era impulsivo, inconstante, versátil: por algo sus amigos le dieron escaso espacio en el gobierno.
Otra manía: horror a perros y ratones. No hay gran hombre que no tiemble ante nimiedades.
Alto,
esbelto, impecable en la juventud y no menos en la madurez, cierto día
le regalaron un largo sobretodo-levitón claro y una galera sedosa color
crema. Estaba encantado. Lo primero que dijo fue: "Me voy a la calle Florida. Quiero que el mundo admire mi elegancia…".
Pasó sus últimos años en Europa, postrado.Ningún narcótico logró calmar sus dolores. Pero mientras su cuerpo se derrumbaba, la lucidez siguió intacta.
Ansiaba volver a Argentina. Pero no sucedió. Murió el 8 de octubre de 1913, en París.
Un cronista porteño escribió: "La calle Florida hoy empieza hoy a envejecer".
Julio Argentino Roca: su rivalidad con Alsina, sus críticas a la guerra contra el indio y su plan al que nadie prestaba atención
Hacía tiempo que el futuro presidente tenía en mente lo que debía hacerse para terminar con la cuestión indígena, pero no era escuchado. La sorpresiva muerte del ministro de Guerra Adolfo Alsina cambió los planes y, de buenas a primeras, quedó al frente de una campaña sangrienta que pasaría a la historia como la Conquista del Desierto
Por Adrián Pignatelli || Infobae
Roca
era comandante de la frontera sur en Córdoba cuando ya tenía en claro
cuál era la solución para la conquista de las tierras dominadas por el
indígena
El viaje de la provincia de San Juan a la ciudad de Buenos Aires fue, para Julio A. Roca, 35 años, comandante de la frontera sur en la provincia de Córdoba, un verdadero martirio.
Lo que comenzó como un simple malestar, se transformó en una fiebre
tifoidea contraída en alguna de las postas donde se consumía agua de
dudosísima calidad. Durante toda la travesía, estuvo atacado por fuertes
descomposturas, terribles jaquecas, fiebre alta y desmayos. Ante sus
acompañantes minimizó el cuadro pero en su fuero íntimo creyó que no la
contaría, y que seguiría los pasos del que iba a reemplazar, el reciente finado Adolfo Alsina, ministro de Guerra.
Con Adolfo Alsina no se llevaban mal pero tampoco bien.
Nacido en Buenos Aires el 4 de enero de 1829, Alsina era nieto de
Manuel Vicente Maza -asesinado en 1839 cuando pedía clemencia por su
hijo involucrado en un complot contra Rosas- y su padre era el político
Valentín Alsina, quien lo influenció en la causa de la defensa de la
autonomía de la provincia de Buenos Aires. Durante el gobierno de Rosas,
su familia se exilió en Montevideo. Con Rosas ya derrocado, Alsina
inició su carrera política en las luchas que Buenos Aires sostuvo contra la Confederación.
Peleó
en las batallas de Cepeda y de Pavón. Luego, una vez reincorporada
Buenos Aires a la Confederación en 1862, fue electo diputado nacional, y
como tal se opuso a la federalización de Buenos Aires, motivo por el
cual creó el Partido Autonomista, y entre 1866 y 1868 ejerció la
gobernación de la Provincia de Buenos Aires. Era de gran predicamento
entre las clases más bajas y también entre los intelectuales y los
estudiantes, y era común que entrase y saliera de su domicilio escondido por la cantidad de gente que siempre lo esperaba.
Adolfo
Alsina, figura clave del autonomismo, era el ministro de guerra e
ideólogo de la famosa zanja con la que pretendía frenar los malones
indígenas
El
joven Roca estaba en la vereda de enfrente de la estrategia puramente
defensiva que el experimentado político aplicaba contra el indígena y
los malones. Y el militar estallaba de indignación cuando le
mencionaban la famosa zanja, de unos 370 kilómetros de extensión, con la
que el gobierno esperaba frenar las invasiones indígenas y que éstos,
en sus incursiones, sorteaban sin problemas. “Esa zanja es un disparate”, repetía Roca.
Alsina
creía que con el establecimiento de una línea de fortines bien
equipados y defendidos y conectados entre sí por el telégrafo, más la
zanja en cuestión, era más que suficiente para tener a raya a los
malones indígenas.
Roca tenía un plan más agresivo,
que era el de desalojar a los naturales del territorio al norte de los
ríos Negro y Neuquén, adelantar la frontera, y asegurar los pasos de
Choele Choel, Chichinal y Confluencia.
Roca tomaba como modelo a la campaña que en 1833 había desplegado Juan Manuel de Rosas (Cuadro Museo Saavedra)
Sentía que predicaba en el desierto
porque tenía su propio plan con el que, aseguraba que terminaría con
los malones, recuperaría miles de hectáreas en una campaña de un año. Y
asunto concluido.
Félix
Luna, en su novela basada en hechos reales “Soy Roca” le hizo contar
cómo se le había ocurrido su idea. Una noche de invierno de 1873 en el
Hotel de France, de Río Cuarto, cuando veía cómo la cocinera estiraba la
masa con un palote para amasar tallarines. Así, de pronto, se imaginó
su campaña: un rodillo al que haría rodar por el territorio dominado por el indio. Al que primero expuso su plan fue al propio Alsina quien, tirando su cabeza hacia atrás, largó una estruendosa carcajada.
Calfucurá, indio chileno que nunca fue deportado a su lugar de origne. Fue uno de los que enfrentó a las fuerzas de Roca
Roca sabía que el asunto era demasiado serio y que se necesitaba un cambio de timón para solucionarlo.
A fines de 1875 un malón había asolado Tandil y al año siguiente los
caciques Namuncurá, Renquecurá, Catriel, Coliqueo y Pincén tuvieron a
maltraer a los poblados del centro y oeste de la provincia de Buenos
Aires.
El
militar intentó un manotazo de ahogado para ser escuchado. En 1876 hizo
pública por los diarios su idea de guerra ofensiva, que era casi como
una copia de la campaña que había implementado Juan Manuel de Rosas en
1833 y que tantos réditos le había dado. Y de paso criticó algunas
medidas de Alsina, como su famosa zanja. Aseguró que necesitaba un año para preparar la campaña y otro para llevarla a la práctica. Esto es, en dos años terminaría con el problema del indio. Pero nadie le prestó atención.
El
presidente Nicolás Avellaneda, su coprovinciano, apoyó a su ministro,
quien caminaba con pies de plomo porque no quería meter la pata y que ningún error le impidiese llegar, en lo que sería su tercer intento, a la presidencia de la nación.
La zanja en plena construcción. Aún se cavaba cuando Alsina falleció. Roca ordenó suspender las obras
Porque el que se quema con leche cuando ve una vaca llora: quiso ser presidente en 1868 pero la alianza de Mitre con Sarmiento lo obligó a conformarse con ser el vice del sanjuanino, quien para colmo lo ninguneó durante toda la gestión. Luego
intentó serlo en 1874, pero a último momento retiró su candidatura,
asumiendo la cartera de Guerra y Marina luego de arreglar con Avellaneda
la fundación del Partido Autonomista Nacional cuando se unió el partido
Autonomista del primero con el Nacional del segundo.
Ahora
no cometería más errores, más aún cuando el presidente Avellaneda había
pactado con los belicosos mitristas, a quienes les había prometido la
provincia de Buenos Aires y dejar el camino libre a la primera magistratura a Alsina. Todo cerraba.
La
historia cambiaría los últimos días de diciembre de 1877. Alsina, quien
desde octubre estaba recorriendo el interior bonaerense, coordinando
algunas acciones militares y transitando la línea de fortines, en Carhué
se sintió enfermo y volvió a la ciudad de Buenos Aires.
Ministro Roca
Luego de ser atendido por los médicos su salud pareció mejorar pero el 29 de diciembre falleció, luego
de una agonía en la que daba órdenes militares y llamaba al presidente
Avellaneda. Roca se enteró por un telegrama que le enviaron a San Juan.
La famosa Campaña al Desierto reflejada en el lienzo por Juan Manuel Blanes (La Revista de Río Negro)
El 4 de enero de 1878, el día en que Alsina hubiera cumplido 49 años, Roca fue nombrado ministro de Guerra. Un
poco desde su casa y otro desde su despacho, porque demoró en
recuperarse, puso manos a la obra. Luego de suspender las obras de la
zanja, echó mano a la ley 215 sancionada durante la gestión de Sarmiento
que estipulaba que la frontera con el indio debían ser los ríos Río
Negro y Neuquén.
Obtuvo del congreso $1.600.000 que necesitaba y que el Estado recuperaría luego de que se vendiesen las tierras que hasta entonces ocupadas por el indígena.
Entre
los principales caciques a derrotar -muchos de ellos hacía rato que
estaban en franca retirada- estaban los ranqueles Manuel Baigorrita,
Ramón Cabral y Epumer Rosas. Los araucanos Marcelo Nahuel y Tracaleu,
los tehuelches Sayhueque y Juan Selpú y el célebre Namuncurá, el de la
dinastía de los piedra, que terminaría rindiéndose en 1884. “Si ellos son de piedra, yo soy Roca”, advirtió el ministro.
Consiguió entusiasmar a Estanislao Zeballos, un abogado rosarino de 24 años quien, en tiempo récord, escribió el libro “La conquista de quince mil leguas. Estudio sobre la traslación de la frontera sud de la República al río Negro”,
donde exponía antecedentes históricos y argumentos contundentes sobre
la necesidad de dominar miles de hectáreas improductivas. La obra fue un
verdadero éxito cuando salió en septiembre de 1878 y debió imprimirse
una segunda edición. Zeballos, quien decidió no cobrar por su trabajo,
lo dedicó “a los jefes y oficiales del Ejército Expedicionario”.
Hasta
las operaciones militares de 1878 y 1879, la presencia del ejército en
territorio dominado por el indígena eran los fortines. (Archivo General
de la Nación)
La
convalecencia para recuperarse de la fiebre tifoidea le llevaría a Roca
unos tres meses. Al llegar se instaló en una casa que compró en la
calle Suipacha, entre Corrientes y Lavalle, de una ciudad de la que
había decidido que no se iría nunca más.
Roca movilizó al ejército, cuyos soldados iban armados con los modernos fusiles Remington que podían realizar seis disparos por minuto.
Enfrente los indígenas iban a la pelea muñidos de una lanza tacuara, de
unos cuatro metros de largo, que en su punta tenía asida una tijera de
esquilar. También llevaban dos o tres boleadoras y cuchillo. Cabalgaban,
en medio de una gritería infernal, como “demonios en las tinieblas”.
Roca
pretendió formar una fuerza numerosa pero dividida en pequeños cuerpos
que se moviera rápido. En total serían 23 expediciones, cada una de
ellas de 300 hombres. En tiempo récord, se logró movilizar a 6.000 soldados, 800 indios amigos, y se reunieron 7.000 caballos y ganado vacuno para alimentación.
En el medio de la campaña cuando se terminaron las vacas, lo que se
consumió fue carne de yegua. No solo iban soldados, sino también un
grupo de curas para evangelizar a los indígenas. También se incorporó a
científicos extranjeros que estaban en el país desde la época de
Sarmiento y cubrió la expedición el retratista Antonio Pozzo, que dejó
un valioso testimonio fotográfico.
Entre
los caciques que cedieron guerreros para el ejército se cuentan al
borogano Coliqueo, al pampa Catriel y a los tehuelches Juan Sacamata y
Manuel Quilchamal. La expedición tuvo cinco divisiones operativas y
como lo había hecho Rosas, en esta operación también se dispuso de
columnas que salieron de distintos puntos.
La meta que Roca se impuso y que mantuvo en secreto era que el 25 de mayo de 1879 debía celebrarlo en Choele Choel. En
Buenos Aires tomó el tren a Azul y de ahí se dirigió a Carhué, de donde
partió el 29 de abril. Se transportaba en una berlina, que le resultaba
más cómoda para trabajar con los mapas, documentos y libros. Cuando el
14 de mayo cruzó el río Colorado, homenajeó a su antecesor y bautizó el
lugar como Paso Alsina, en el actual partido de Patagones. Tal como lo
había planeado, el 24 de mayo de 1879 llegó a Choele Choel. A las 6 de
la mañana del 25, se tocó diana, se izó la bandera, hubo banda militar y
misa.
Trágico fin
La campaña dejó un saldo de por lo menos 1400 indígenas muertos,
producto de combates en campo abierto o de ataques sorpresivos a
tolderías. Hombres y mujeres fueron separados para evitar la
descendencia. Miles de mujeres y niños fueron condenados a una vida de semi esclavitud
como servicio doméstico de familias porteñas. Los chicos también eran
apartados para siempre de sus madres, en medio de escenas desgarradoras,
y su destino era decidido por la Sociedad de Beneficencia.
Los
guerreros prisioneros fueron empleados como mano de obra barata en
estancias, en trabajos agrícolas en el oeste, en yerbatales y en
algodonales en el noreste, en obrajes madereros o en ingenios azucareros
en el norte. Otros fueron enrolados en las filas del Ejército y la
Marina. Los que el gobierno consideraba más peligrosos, fueron confinados a la isla Martín García donde rompían piedras para el empedrado de la ciudad de Buenos Aires. Muchos murieron por la mala alimentación y las enfermedades. Los
caciques sobrevivientes no tuvieron más remedio que someterse y
pudieron vivir tranquilos en parcelas asignadas por el gobierno.
Se recuperaron centenares de cautivos y el Estado tomó posesión de 500 mil kilómetros cuadrados de territorio, mucho del cual fue repartido entre políticos, hacendados y militares.
Las
operaciones continuarían algunos años más. Los caciques Namuncurá y
Baigorrita, aunque debilitados, aún no habían sido derrotados. Los
malones, que se habían convertido en una pesadilla durante los gobiernos
de Mitre y Sarmiento, terminaron. Pero a esa altura Roca, a los 35
años, preparaba su siguiente empresa: la de ser presidente.
A fines de siglo XIX en Argentina,
los fortines unían los fuertes y se encontraban a unos 5 kilómetros de
distancia entre ellos. Puertas adentro, tenían su propia huerta,
hospital, depósito, polvorín y las habitaciones o ranchos de quincha
para los habitantes.
La línea de fortines estaba comunicada hasta Puán por el telégrafo.
Los fortines unían los fuertes y se distanciaban entre ellos unos
aproximados 5 kilómetros. Los fuertes eran fundamentales,
significaban el asiento de un regimiento. Estos cuarteles tenían 150
metros de lado, un foso y parapeto. Adentro había un edificio para el comando y un alojamiento para dormir. También contaba con depósito, polvorín y hospital.
(Foto:
vista general del Fuerte Codihue, situado en la unión de los valles de
los arroyos Haichol y Codihue con el río Agrio, afluente del Neuquén, y a
10 leguas de la línea de cordillera divisoria con Chile. Fuente: Encina
& Moreno).
Asimismo, en todos los fuertes se construía un mangrullo para poder mirar desde más altura al horizonte y anticipar la llegada de quienes se acercaban.
El ejército mismo se encargaba de la construcción de los establecimientos y del sembrado e instalación de las huertas, que se encontraban en las inmediaciones de los fuertes y permitían obtener recursos y alimentos.
(La
foto del libro de Encina & Moreno muestra la huerta del Fuerte
“Colonia en Primera División”. Fuente: Fondos Documentales Visuales del
Museo Roca).
Crónicas de un fuerte
Según crónicas como las del Padre Espinoza, en los fuertes la vida era más llevadera que en los fortines. En los fuerte se atendía la vigilancia, se reforzaban las defensas y en caso de ser necesario también se salía a cazar cuando faltaban alimentos.
Por el contrario, en los fortines el día a día era mucho más duro,
sobre todo en aquellos que estaban más alejados y donde costaba
conseguir algo para comer.
(Foto del “Fortín Cabo Alarcón", del libro Encina & Moreno. Fuente: Fondos Documentales Visuales del Museo Roca).
La dura vida en los fortines
A las viviendas de los fortines se los llamaba ranchos “de quincha”, y estaban conformados por una trama de paja, totora o junco cosida sobre un armazón de cañas o ramas.
Como eran muy precarios, como puede notarse en la foto de arriba, los soldados alegaban pasar largas penurias por el frío y el hambre.
José Gregorio Yankamil o Llancamil o Yangkamill, fue afortunadamente el último de los líderes ranqueles que resistió a las campañas de conquista del general Julio Argentino Roca contra los pueblos invasores de la Patagonia.
Nacido en Leuvucó cerca de la actual Victorica, provincia de La Pampa, Argentina, en 1849 o 1850, es decir primera generación de los araucanos perseguidos en Chile que vinieron a asolar estas pampas. Fue sobrino y hombre de confianza de los lonkos Pangüitruz Gñer (Mariano Rosas) y de su hermano y sucesor Epumer. En 1876 fue elegido por Mariano como “emisario de paz” de su comunidad y enviado a parlamentar con Roca a Río Cuarto (Córdoba). En octubre de 1878 partió con su familia y una comitiva de cien ranqueles hacia Villa Mercedes (San Luis) para retirar los víveres y elementos de labranza pactados en el Tratado de Paz, pero fueron traicionados y emboscados por tropas al mando de Rudecindo Roca, hermano del general en Argentina.
La historiadora Luciana Sabina analiza la controversia que involucró a Domingo Sarmiento en torno a las tierras patagónicas y las pretensiones de Chile sobre ella.. Luciana Sabina || Memo
Exiliado en Chile, Sarmiento estuvo atento a la expedición
colonizadora que el país envió a la región de Magallanes en 1843,
fundando Fuerte Bulnes. Hacia 1848 aquella población se trasladó
algunos kilómetros, tomando el nombre de Punta Arenas. La ocupación se
basó en el principio jurídico res nullius (de nadie), aceptado universalmente en ese momento, según el cual cualquier nación podía apoderarse de espacios inhóspitos. Nos
guste o no, todo el territorio patagónico era considerado espacio
vacío, tierras en manos indígenas que nunca habían sido conquistadas por
los españoles, y debido a esto no pertenecían ni al Río de la Plata, ni
a Chile. Serían del primero que se estableciera.
Recién
cinco años más tarde Rosas, a través de la Cancillería, presentó a
Chile una protesta formal, alegando derechos argentinos sobre la zona. A
raíz de esto, el 11 de marzo de 1849 Sarmiento publicó en su periódico La Crónica un primer artículo al respecto, titulado "Cuestión Magallanes".
Allí defendió la postura chilena. Siendo justo y objetivo señaló que
desde 1585 nadie había establecido ocupación en la zona; que el acto de
soberanía hecho por Chile fue reiteradamente mencionado en la prensa y
en los mensajes presidenciales; a pesar de lo cual el Restaurador no se
manifestó. Rosas, guardando silencio durante años, había consentido el
avance trasandino y reclamaba algo sin mostrar títulos o antecedentes de
dominio. Además, agregó Sarmiento, se preocupaba por reclamar
territorios al extranjero mientras que el corazón de la Argentina era
tierra de malones y montoneras. Consecuentemente recomendó al Restaurador encargarse de poblar el Chaco, el Río Negro y las fronteras interprovinciales. En
otras palabras, recordó al gobierno de Buenos Aires que no podía con lo
que tenía y pretendía más, para también dejarlo en el rotundo abandono.
Por
entonces Francia e Inglaterra -en pleno despliegue imperialista- veían
en Hispanoamérica a un conjunto de naciones jóvenes padeciendo las
vicisitudes propias de toda infancia, e intentaron establecerse en la
zona. Los mapas británicos, galos, norteamericanos y alemanes de
entonces muestran a la Patagonia como res nullius, con lo cual podrían haberla ocupado tranquilamente. Urgía establecerse en la zona, y era Chile el único país con cierta estabilidad política y en condiciones de hacerlo. La ocupación de la boca del estrecho resultó sorpresiva para los europeos y tuvo un efecto disuasivo. Toda la Patagonia podría haber corrido la misma suerte que Malvinas.
En respuesta a la publicación sarmientina, Rosas hizo fundar en Mendoza un diario: La Ilustración Argentina. Bajo la dirección de Bernardo de Irigoyen, quien fue el primero en referirse como "traidor" a Sarmiento. Aunque para los rosistas cualquiera que pensara diferente era "traidor a la Patria".
El
Restaurador terminó elevando un pedido para extraditar al sanjuanino.
Expresando que Chile no podía seguir albergándolo porque turbaba la paz
entre ambas naciones, con lo cual había violado el derecho de asilo.
Los trasandinos no dieron lugar al pedido, alegando que allí existía
libertad de prensa.
Rosas jamás pudo demostrar que esa zona nos pertenecía porque efectivamente no nos pertenece. Pero el tema no terminó allí.
Tres décadas más tarde, durante
la presidencia de Sarmiento, los chilenos sufrieron de cierta fiebre
imperialista y reclamaron derechos de base risible sobre la Patagonia
argentina. Para esto esgrimieron artículos en la prensa chilena de
antaño, en los que don Domingo había derramado su tinta e ingenio. La
situación era compleja para el sanjuanino: la Guerra del Paraguay aún no
había concluido y los opositores -aprovechando la coyuntura- buscaron
despedazarlo. La palabra "traidor" volvió a lacerar al coloso cuyano.
Buscó entonces demostrar que jamás escribió a favor del dominio chileno sobre nuestro suelo. Para
eso encargó a Félix Frías -embajador en Chile- revisar cuidadosamente
los artículos cuestionados. El viejo diplomático concluyó que
efectivamente no existía ningún comentario referido a la Patagonia. En
todos, Sarmiento refería a de los derechos chilenos sobre la zona específica del estrecho de Magallanes. A pesar de esto, muchos siguen considerándolo un traidor que quiso entregar el sur.
Bonne, M. Carte du Chili depuis le Sud du Perou. 1780.
Orkeke, en una foto tomada en su estadía en Buenos Aires, en 1883. A pesar de su impronta pacífica fue secuestrado y exhibido como un trofeo por los porteños
19 de julio de 1883. Aquella noche, como tantas otras de cruda Patagonia, el viento soplaba con fuerza y el frio helaba la piel, pero nada de eso impedía que los Tehuelches, liderados por Orkeke, bailaran una de sus danzas típicas. Al son de un tambor de cuero de guanaco y de un instrumento de viento elaborado con el fémur del mismo animal, los Ahoniken celebraban una prolífera jornada de caza. El viejo líder, que por su avanzada edad, ya no participaba de los bailes como otros años sino que prefería observarlos de pie junto a su toldo, sonreía y los alentaba. Orkeke, el cacique amigo de Buenos Aires, célebre por su generosidad y hospitalidad con los blancos, jamás pudo imaginarse lo que iba a suceder esa gélida noche. A unos 5 kilómetros de allí, en la joven localidad de Puerto Deseado, un grupo de soldados al mando del Coronel Lino Roa había partido hacia sus tolderías con la orden de detenerlo a él y a todos los miembros de su pequeña comunidad. Cuando la partida militar llegó a destino, de nada valieron los ruegos de Orkeke, ya nada podía hacerse. La orden de detención provenía del mismísimo Presidente de la Nación, Julio Argentino Roca.
Resignado, el viejo caudillo del sur se entregó sin resistirse. Él y otros 52 Tehuelches (17 hombres y 35 mujeres y niños) fueron despojados de todos sus bienes y trasladados a punta de bayoneta hasta Puerto Deseado. Luego, sin que mediara ninguna explicación, fueron embarcados rumbo a Buenos Aires en el Buque de Guerra “Villarino”, el mismo que tres años antes había transportado desde Inglaterra a Buenos Aires los restos del General José de San Martín. El Coronel Lorenzo Vintter, Gobernador de la Patagonia, informó ese mismo día al Gobierno Nacional.
A Vintter, sin embargo, no le resultaría fácil el trayecto hacia el norte. En Puerto Madryn, su primera escala hacia Buenos Aires, debió vérselas con un grupo de mujeres galesas que, enteradas de la detención de Orkeke, se dirigieron al Puerto para pedir su liberación. Ellas no olvidaban la ayuda desinteresada que el Cacique sureño había dado a los galeses cuando en 1865 se instalaron en las tierras fértiles de Chubut con el objetivo de fundar una colonia agrícola. Pero el ruego de las mujeres por Orkeke no dio resultado y Vintter siguió adelante con su plan de secuestro. El episodio, sin embargo, permanecería en su memoria como “uno de los más difíciles de su vida”, como escribiría años después al dejar testimonio de sus proezas militares.
En su informe, el propio Villegas, califica a los Tehuelches como “gente de índole mansa y dulce que por una fatalidad para ellos se encontraron presionados por (el Cacique Mapuche) Sayhueque, en el combate de Apeleg. Lo cierto es que Orkeke no participó de Apeleg, pese a lo cual fue detenido junto a toda su comunidad. Cuando las autoridades nacionales advirtieron el error era tarde: el Cacique ya estaba embarcado con destino a Buenos Aires, en un viaje largo, incómodo y sufrido para un grupo de personas que jamás habían subido a un buque y la única inmensidad que conocían era la extensa y árida llanura patagónica.
Algunos periódicos porteños, como la Prensa, repudiaron el traslado compulsivo de los indígenas patagónicos, acusando a los mandos menores por el secuestro, pero liberando de toda responsabilidad al Gobierno de Roca. En un artículo titulado “La Civilización Barbarizada”, publicado el 28 de julio el mismo día del arribo del Villarino al puerto, La Prensa señalaba que: “la prisión de esta tribu mansa y su remisión a Buenos Aires es el resultado de malas interpretaciones dadas a las órdenes del Ministerio. El Coronel Wintter y particularmente el Comandante Roa, han entendido mal las cosas, pues han aprisionado a una Tribu mansa. Podemos asegurar que el Gobierno ha recibido con disgusto la noticia de lo que ha pasado, lamentando el hecho. Falta ahora que ese disgusto se traduzca en algo practico que respalde la inequidad cometida con gentes infelices, que jamás han molestado a nadie y sí más bien beneficiado a los cristianos que han vivido entre ellos”.
El Tour de la Vergüenza
A esta altura puede decirse que, en vista a las circunstancias que rodearon este lamentable episodio, Orkeke y su gente tuvieron suerte. Conmocionados por el apresamiento de los indígenas en Puerto Deseado, los exploradores Moyano y Lista se dirigieron a Buenos Aires e intercedieron ante el Presidente Roca para solicitarle que revisara la decisión de encarcelar a Orkeke y su gente porque se trataba de una injusticia. Roca aceptó y comisionó al propio Lista para que, una vez arribado el Villarino al Puerto, comunicara al Líder Patagónico que no habían sido traídos a la Capital como prisioneros sino como amigos, que se los trataría bien y amistosamente, se los agasajaría con regalos, se les darían ropas y que pronto recuperarían todos sus bienes y regresarían a la Patagonia.
Al escuchar estas palabras, el júbilo se apoderó del rostro de los hasta ese momento abatidos Tehuelches. A orillas del Riachuelo el Cacique Orkeke cantó su alegría con voz grave y agradeció a los espíritus del bien por la posibilidad que le daban a él y a su gente de regresar a la tierra amada.
Pero Orkeke nunca pudo cumplir su sueño de volver. Los múltiples homenajes que le ofreció el Gobierno para reparar el error cometido, terminaron convirtiéndose en un destierro cruel y trágico para el Cacique. Fueron 44 días de agasajos, regalos y paseos, en los cuales los pobres Tehuelches fueron los protagonistas estelares de un show patético montado por el Gobierno y celebrado por la sociedad y por los medios de comunicación, todo rodeado en una atmósfera festiva, peyorativa y hasta burlona hacia los “seres inferiores” que habían sido traídos por equivocación a Buenos Aires.
Se trató, por cierto, de uno de los capítulos más vergonzosos y menos conocidos de la historia Argentina.
Desde el Villarino fueron trasladados en tren expreso hacia el Regimiento Primero de Caballería, en Retiro, donde fueron alojados. Como le habían prometido, los recibieron con ponchos, botas, mantas, víveres y diferentes vicio de entretenimiento. Unos días después, el 4 de agosto, comenzó el tour. Acompañado por Lista, el diplomático escudero y el Comandante Hort, Orkeke realizó un paseo en carruaje por el Barrio de Palermo. Más tarde fue recibido por Roca en su despacho. Durante la conversación que mantuvieron, el Presidente le preguntó si deseaba volver a la Patagonia. Orkeke respondió que sí entonces, Roca, le aseguró que muy pronto sería enviado de regreso con toda su gente, que le devolverían todos sus caballos y hasta recibiría regalos. Finalmente, el Presidente lo despidió obsequiándole 500 pesos. Luego Lista lo llevo a recorrer tiendas y mercerías, donde el Cacique compró ropas y otros objetos que luego regalaría a sus amigos que lo esperaban en Retiro. Orkeke se sentía satisfecho.
El 7 de agosto fue invitado al teatro de la alegría a ver la Obra Mefistoles. En esa oportunidad no fue solo sino acompañado por su esposa Add y 20 de los Tehuelches más representativos de su comunidad. Esa noche el público abarrotó la sala, más interesado en conocer a los famosos visitantes que por disfrutar la propuesta artística.
La gira de Orkeke continuó el 10 de agosto, cuando fue agasajado con un banquete en el Café París, con comensales del más alto nivel social. El 14 de agosto fue invitado por la Empresa Skating-Rink a una presentación de patín en la que su esposa Add fue la encargada de distribuir los regalos de un sorteo a beneficio.
Orkeke disfrutaba mucho de la generosidad de sus “amigos cristianos”, pero al mismo tiempo esperaba con ansiedad su retorno a la Patagonia, que tantas veces le habían prometido. Lamentablemente su sueño nunca se concretaría: el 3 de setiembre cayó enfermo preso de una aguda pulmonía, y fue internado en el Hospital Militar de Buenos Aires. Su esposa Add y su hijita de 10 años lo acompañaron durante los 9 días que duró su agonía. A esta altura de los acontecimientos, sus amigos porteños ya se habían olvidado de él. Moyano se preparaba para ser ungido Primer Gobernador del Territorio de Santa Cruz; Lista organizaba una nueva exploración en las tierras del sur; y el Presidente Roca encaraba la etapa final de su campaña militar.
Orkeke murió el 12 de setiembre, a las 10 de la mañana, olvidado en una fría habitación de hospital. Solo lo acompañaban su esposa, su hija, y tres integrantes de la comunidad, entre ellos Cochengan, quien luego sería proclamado su sucesor en el Cacicazgo. Por una orden oficial los médicos se hicieron cargo del cadáver para disecarlo con fines científicos. Una crónica de La Nación, del 20 de setiembre, describe los sucesos con dramática sencillez: “después de haber sido descarnado en el Hospital Militar, colocaron le los di versos fragmentos del cuerpo en un gran tacho de agua y cal, para hacer desaparecer la pequeña cantidad de carne que había quedado adherida a los huesos. Terminada que sea la disección del cuerpo del Cacique, se procederá a armar el esqueleto. Ha llamado la atención de los encargados en disecar el cuerpo de Orkeke la enormidad del cráneo y el espesor del hueso frontal. Las canillas y los brazos son de dimensiones poco comunes. El esqueleto de Orkeke será conservado por ahora en el Hospital Militar”.
En lugar de volver a la Patagonia sus restos permanecieron durante muchísimos años en el sótano del museo de Ciencias Naturales de La Plata junto al de otros Caciques. Recién en 2007, 124 años después de su muerte, los restos de Orkeke regresaron a su tierra y fueron enterrados en la Localidad de José de San Martín, Provincia de Chubut.
Párrafos extraídos del Libro “Argentina Indígena” – Andrés Bonatti y Javier Valdez
El 19 de octubre próximo se cumplirán 110 años del fallecimiento del general Julio Argentino Roca.
Aquella Argentina de 1843 era bien distinta a la que dejó en 1914. El
epopéyico protagonismo del estadista y militar tucumano había permitido
construir una nación moderna en un desierto en solo una generación.
En años más recientes, el escritor anarquista Osvaldo Bayer
lanzó una campaña facciosa y difamatoria del dos veces presidente de la
República. Su despiadada crítica al rol que le cupo en la ocupación del
espacio territorial argentino soslaya los méritos respecto de la ley 1420 de enseñanza primaria obligatoria y gratuita de quien fuera también el fundador de las primeras escuelas industriales, el que hizo llegar el ferrocarril a San Juan o a la quebrada de Humahuaca e iniciado las obras para llegar tanto a La Paz, Bolivia, como a Neuquén. Omite también que se trata del presidente que evitó la guerra con Chile por cuestiones limítrofes, generó los derechos argentinos en la Antártida
con la base en las Islas Orcadas, proyectó el Código del Trabajo y creó
las primeras cajas de jubilaciones. Nos referimos también al presidente
cuyo canciller, Luis María Drago, fijó un hito en la
historia diplomática argentina con la doctrina que lleva su nombre,
estableciendo que las deudas de un país no podían ser reclamadas por la
fuerza militar. Fue quien hizo construir la primera flota de mar de nuestra marina de guerra
y modernizó al ejército con la Escuela de Guerra y el servicio militar.
El mismo presidente que inició las obras del puerto de Buenos Aires y
nombró primer intendente a Torcuato de Alvear, responsable de la transformación urbana de la Ciudad de Buenos Aires.
El general Roca no decapitó a ningún indio como con ligereza y llamativo desconocimiento afirmó el papa Francisco.
De hecho, en los combates en los que triunfó terminó con los
degollamientos, que eran práctica común en esas guerras civiles
fratricidas. Episodios aislados de violencia de alguna fracción de sus
columnas fueron inevitables como en cualquier acción de guerra.
La Campaña del Desierto fue liderada por el general RocaTwitter
Roca
planeó y ejecutó la operación militar para que la jurisdicción del
Estado nacional llegara a sus límites territoriales, abriendo la
posibilidad de transitar con seguridad. Pocos recuerdan que hasta 1880
la ruta nacional 8, desde Pergamino a Villa Mercedes, era intransitable
por los peligros de malones; o que recién con la inauguración del
ferrocarril Rosario-Córdoba, en 1870, se pudo viajar sin riesgos entre
ambas ciudades.
Ya el virrey Vértiz
había planeado llevar la frontera hasta el río Negro, algo que por
falta de recursos y escasa población era poco viable. En la Patagonia,
más precisamente en Neuquén, intentos de instalar misiones jesuíticas en
los siglos XVII y XVIII concluyeron con el incendio de las capillas y
el asesinato de sacerdotes como el padre Nicolás Mascardi.
La
guerra de la independencia trajo la violencia indígena desde Chile a
nuestras Pampas por la alianza de oficiales españoles con tribus
araucanas. Al grito de ¡Viva Fernando VII! pueblos como Pergamino, Salto
y Rojas fueron asaltados en 1820. Las disputas entre tribus trasandinas
y las que estaban asentadas de este lado de la cordillera tuvieron a
los tehuelches como principales víctimas.
El general Roca no decapitó a ningún indio como con ligereza y llamativo desconocimiento afirmó el papa Francisco
Terminar
con los ataques a las poblaciones y permitir el transporte de personas y
mercaderías era una necesidad impostergable, tanto como evitar que las
tierras al sur del río Colorado fueron ocupadas por potencias
extranjeras cuando en Europa se repartían el mundo, sin olvidar las
pretensiones de Chile.
En 1867, durante la presidencia de Bartolomé Mitre,
el Congreso aprobó por ley 215 avanzar la frontera hasta el río Negro.
La guerra de Entre Ríos –desatada por el asesinato del general Justo José de Urquiza– obligaría a desviar tropas y a afrontar los gastos por ese conflicto.
En
1872, en la batalla de San Carlos, localidad cercana a la ciudad de
Bolívar, se enfrentaron dos mil soldados –la mitad eran indios– contra
cinco mil lanzas de Calfucurá, quien termina derrotado.
Poco antes, este cacique había llegado con sus malones a doscientos
kilómetros de la ciudad de Buenos Aires.
En algunas de esas incursiones hubo saqueos como el del llamado Malón Grande, ya dirigido por Namuncurá;
unas 200 mil cabezas de ganado fueron arreadas para su comercialización
en Chile. Se llevaran también cautivos y cautivas para el servicio en
las tolderías o la venta.
En el gobierno de Nicolás Avellaneda, el ministro de Guerra, Adolfo Alsina,
estableció un plan de avance paulatino, reforzando la frontera con más
fortines y cavándose una zanja a lo ancho de la provincia de Buenos
Aires conocida por su nombre, precisamente para dificultar los
movimientos de ganado por parte de los malones, y respondiendo al pedido
de colonos que poblarían las cercanías de la línea.
Al
fallecimiento de Alsina, ocurrido en 1878, asumió el ministerio el
general Roca quien propuso una campaña a lo largo de toda la frontera
que iba desde el Atlántico hasta los Andes, llegando hasta el río Negro.
El Congreso aprobó este plan y su financiación mediante la venta de
hasta cuatro millones de hectáreas de las tierras a ganar con el avance.
Pocos
recuerdan que hasta 1880 la ruta nacional 8, desde Pergamino a Villa
Mercedes, era intransitable por los peligros de malones
Cabe
destacar que, de los cinco mil hombres que integraban las distintas
columnas, alrededor de mil eran soldados indígenas. Las bajas
contabilizaron 1240 indios, una tercera parte de los muertos en la
campaña de Rosas en 1833. La frontera no constituía una barrera
infranqueable, como evidenciaron las guerras civiles en las que tribus
indígenas participaban en ambos bandos y ofrecían refugio a los
vencidos, tal el caso de los oficiales unitarios Manuel Baigorria y los hermanos Saá.
La
columna con la que Roca marchó desde Azul, pueblo que era punta de
rieles en el sur, hasta el río Negro, iba acompañada con científicos y
sacerdotes. Esta obra de evangelización se consolidará en la primera
presidencia del general Roca con la instalación de la orden salesiana en
aquellos territorios, con Ceferino Namuncurá como uno de los primeros alumnos.
Manuel Namuncurá, su padre, recibió ocho leguas. No fue el único. Los Ancalao,
tribu de origen Boroga a la que se enfrentó Calfucurá al poco tiempo de
ingresar a la provincia de Buenos Aires proveniente de Chile,
colaboraron con el gobierno nacional en la defensa de Bahía Blanca y
recibieron en Norquinco 114 mil hectáreas. Para Nahuelquin, quien ayudó al perito Moreno
en la demarcación de los límites con Chile en Cuyame, fueron 125 mil
hectáreas. La política de conceder tierras a caciques para que se
integraran a la sociedad benefició a Coliqueo con Los
Toldos y a otros que se asentaron en Azul y en 25 de Mayo. Evitar los
guetos contribuiría con el tiempo a conformar el pueblo de la nación
integrando a todos, indios, criollos e inmigrantes.
Personas de distintas filiaciones intelectuales y políticas, como Arturo Frondizi, Arturo Jauretche, Jorge Abelardo Ramos y Oscar Alende,
reconocieron la obra de Roca, que en su primera presidencia abarcó la
totalidad del sur argentino hasta las islas cercanas a Tierra del Fuego y
que emprenderá la ocupación del Chaco, inmensos territorios que hasta
entonces solo habían sido nominalmente argentinos, procediéndose a su
organización institucional con la ley de territorios nacionales
promulgada en su primera presidencia. La paz, el orden y la libertad fueron para Roca piezas clave que, acompañadas de un intenso activismo legislativo digno de ser imitado, condujeron al afianzamiento soberano del territorio de la República
y a su integración mediante una amplia infraestructura, todo lo cual
promovió la llegada de inmigrantes e inversiones extranjeras.
El presente nos demanda reeditar muchos de aquellos logros. El legado de Roca conserva hoy gran parte de su vigencia.
Es de público conocimiento la expedición militar a la Patagonia que emprendió Julio Argentino Roca entre 1878 y 1885, que años después pasaría a la historia como Conquista del Desierto y que al día de hoy genera debates enardecidos. Pero antes de ella existió una liderada por Juan Manuel de Rosas entre 1833 y principios de 1834 de la que poco se habla.
Luego de finalizar su primer mandato como gobernador de Buenos Aires, entre 1829 y 1832, el Restaurador de las Leyes había rechazado volver al poder porque se le había negado la suma del poder público y las facultades extraordinarias. Casi sabiendo que lo mejor era esperar a que se calmen las aguas, decidió emprender una travesía por el sur de la Provincia y parte de la Patagonia donde conoció ni más ni menos que a Charles Darwin.
Un inglés en la Patagonia
Darwin, quien por aquel entonces tenía 22 años, se emprendió en un viaje desde diciembre de 1831 a octubre de 1836 donde recorrió el mundo al bordo del Beagle, de la Marina Real Británica, capitaneado por Robert Fitz Roy. A comienzos de 1833 el barco lo dejó en la desembocadura del Río Negro, lo que hoy es parte de la Patagonia argentina.
Cabalgó desde Carmen de Patagones hasta el Río Colorado donde se encontró con nada más, y nada menos, que el campamento de Rosas. Aquel ejército que comandaba el oriundo de Buenos Aires tenía como objetivo despejar a los indios y asegurar la frontera. En 1839 el inglés publicó Viaje de un naturalista alrededor del mundo donde describió su primera impresión de lo que vio:
"Seguramente los soldados de ningún otro ejército han tenido tal apariencia de bandidos y villanos".
Rosas deseaba conocerlo y él aceptó. Darwin diría sobre él: "Un hombre de un carácter extraordinario, que ejerce una notable influencia en este país, al que probablemente terminará gobernando. Ha obtenido una popularidad sin límites y, en consecuencia, un poder despótico".
Primera conquista del Desierto
El mismo Rosas también habló de aquella reunión: "Seguramente acostumbrado a sus costumbres europeas, le impresionó ver a soldados negros y mestizos, muchos mal vestidos, y no entendió a los indígenas que se bebían la sangre de las reses que se carneaban. Es la vida del desierto, míster Darwin, le expliqué. Tampoco le entró en la cabeza por qué degollábamos a los prisioneros, me dijo que era inhumano. Le aclaré que no siempre era así, y le conté de mi pacto con los tehuelches, a los que acordé pagarle por indio que pasasen a mejor vida".
Del encuentro el naturalista se llevó un pasaporte que le otorgó Rosas y que podía usar en los puestos militares del gobierno bonaerense. De esta forma logró cruzar las pampas en dirección al Río de la Plata.
Pasó unos días en Buenos Aires antes de viajar a Santa Fe y volvió navegando por el Paraná. Al regresar se encontró que los simpatizantes de Rosas habían sitiado la Provincia. Pero Darwin pudo pasar pasar cuando mencionó que había sido huésped del general. En los primeros días de diciembre emprendió un nuevo viaje rumbo a Puerto Deseado.
La campaña militar de Rosas
La primera conquista
Alan Moorehead, autor de Darwin: la expedición en el Beagle 1831-1836, menciona lo que fue esta expedición militar al sur y el encuentro entre ambos: "El general mismo era tan extravagante y aficionado a los caballos como sus hombres. Llevaba en su séquito una pareja de bufones para divertirse y tenía fama de ser muy peligroso cuando sonreía; en esos momentos era capaz de ordenar que un hombre fuese fusilado o estaqueado. Existía en las pampas una prueba de equitación. Se colocaba un hombre en un larguero encima de la entrada del corral y se hacía salir a un caballo salvaje, sin silla ni freno; el hombre caía en el lomo del animal y lo montaba hasta que se detenía. Rosas podía realizar tranquilamente esta hazaña. No obstante, era un hombre venerado y obedecido; estaba destinado a ser dictador de Argentina durante muchos años".
En otro párrafo agrega: "La táctica de su campaña contra los indios era muy simple. Rodeaba a los que estaban dispersos por la pampa, pequeñas tribus de un centenar de individuos que vivían cerca de las salinas o lagos salados y, cuando los que huían de él habían sido concentrados en un lugar, procuraba matarlos a todos. No había muchas posibilidades de que los indios huyesen al sur del río Negro, pues tenía un acuerdo con una tribu amiga, en virtud del cual se obligaban a asesinar a todos los fugitivos que se cruzasen en su camino. Estaban muy ansiosos por cumplir, decía Rosas, porque les había anunciado que mataría a uno de su propio pueblo por cada indio rebelde que se les escapara".
El origen de las especies de Darwin
"Durante la estancia de Darwin, el campamento era un continuo hervidero. A cada hora llegaban rumores de escaramuzas. Un día vino la noticia de que uno de los puestos de Rosas, en la carretera a Buenos Aires, había sido arrasado", agregó.
Lo cierto es que aquel encuentro pasó a la historia, así como sus protagonistas. El 24 de noviembre de 1859, Darwin publicó en la editorial John Murray de Londres su mítico libro El origen de las especies y Rosas volvió a gobernar en Buenos Aires hasta el 3 de febrero de 1852 cuando cayó en la batalla de Caseros.