Eran las 22hr en monte Longdon, los infantes de marina pertenecientes a la compañía de ametralladoras 12,7 mm montaban guardia. A esa hora fue cuando el soldado Bogado, que estaba de guardia con el soldado Almirón, se acercó al cabo segundo Roldan y le advirtió: Cabo, hay gente que avanza. Los vi con el visor. Al mismo tiempo, un cabo de Ejército que estaba con una ametralladora unos quince metros hacia la izquierda y más abajo de Roldán, envió de sus conscriptos para avisarle que los ingleses se aproximaban por el norte y por la retaguardia. El cabo segundo José Roldán, era jefe del 1° grupo de 12,7mm formado por tres máquinas y sus respectivas dotaciones de cuatro conscriptos. Roldán, con la máquina N°2, estaba con los soldados Scarano, Bogado y Almirón.
Habian comenzado a caer iluminantes y a pesar de la neblina se podía observar a los primeros británicos que, avanzaban en una línea. —iVamos a recibirlos como corresponde! —exclamó Roldán y la 12,7 mm empezó a vomitar su mortífera munición, cabe destacar que estas ametralladoras de 12,7mm están diseñadas para derribar helicópteros, destruir vehículos ligeros, el lector debe imaginar lo que le puede hacer a un cuerpo humano estos proyectiles. Durante un buen tiempo la ametralladora mantuvo a raya al enemigo, que cuerpo a tierra, a unos 150 metros de distancia, tuvo que detener su avance.
Así mismo, las tres máquinas que le quedaban al teniente de navio Dachary (jefe de los infantes de marina) ya estaban en línea, tirando hacia esa posición. Despues de un largo rato de combate la 12,7 mm del cabo segundo Roldán comenzó a recibir un intenso fuego, probablemente motivado por la emisión del visor nocturno. Por un instante dejaron de disparar, pero de pronto la luz de una bengala les permitió observar que un grupo paracaidistas avanzaban hacia ellos, serian unos veinte o treinta hombres que se venían al ataque gritando y disprarando. Roldán giró un poco la ametralladora hacia la derecha y comenzó a tirarles en abanico, hasta que la máquina se trabó. De todas formas vieron como caían algunos ingleses y otros retrocedían. Un sargento de los morteros de 120 mm del Ejército que se replegaba herido, se acercó a Roldán y le dijo: —Los estamos aguantando. No pueden acercarse a más de 150 metros. —Sí, ya no tenemos la ametralladora pero seguiremos tirando con fusil. — contesto Roldan.
Tengan cuidado, puede haber enemigos vestidos con uniformes de propia tropa. Los ingleses aumentaron la actividad de sus dos baterías de campaña. El fuego era infernal, de una precisión notable, ya que tiraban a sólo cincuenta metros más allá de su primera línea de avance, demostrando un perfecto adiestramiento para esa clase de tiro. Con todo, no progresaron. La efectividad de las 12,7 quedó demostrada a cada momento. Aparte, los hombres del RI-7 una vez pasada la sorpresa del ataque británico, formaron una barrera de fuego difícil de romper. El mayor Carrizo decidió lanzar dos contraataques por ambos lados del monte, en dirección al Oeste: uno, a cargo del teniente primero Enrique E. Neirotti, por el lado Sur; otro, con una Sección de ingenieros al mando del teniente Hugo A. Quiroga, por el Norte en esta acción se destaco el cabo principal Lamas que con sus soldados bajo el fuego enemigo movió una de las pesadas 12,7mm para apoyar el contraataque lanzado por los hombres del ejército. Los dos intentos si bien recuperaron algo del terreno perdido, fracasaron en la misión de desalojar a los ingleses del monte, pese al heroísmo de estos hombres, pues el fuego de apoyo inglés era una barrera infranqueable. Como los británicos presionaban cada vez más y lograban avanzar lentamente, Carrizo se comunicó con el jefe del RI-7 y le pidió refuerzos y fuego de artillería sobre el Norte y el Oeste, llego la sección del teniente Castañeda que avanzo cubierta por el fuego de las ametralladoras que aun le quedaban al teniente de navío Dachary. La sección de Castañeda recupero mucho terreno y resistió hasta la madrugada pero la situación era insostenible y A las cinco de la madrugada, el mayor Carrizo, jefe de la Compañía Bravo RI-7, decidió el repliegue. Dachary avisó a sus hombres y trató de juntarlos. Dachary decidió, para no arriesgar sin sentido la vida de su gente, abandonar las ametralladoras y replegarse hasta las primeras posiciones del RI-7, llevando sólo el armamento portátil. Cuando pasó lista, se le formó un nudo en la garganta: le quedaban trece de los veintitrés hombres que había tenia originariamente.
El juego de la gallina en las crisis del Beagle y Malvinas
En su exhaustivo análisis titulado “Predicting the Probability of War During Brinkmanship Crises: The Beagle and the Malvinas Conflicts” (haga clic aquí), Alejandro Luis Corbacho explora una cuestión intrigante en la historia reciente de Argentina: ¿por qué el país evitó la guerra con Chile en el conflicto del canal de Beagle, pero eligió confrontar militarmente a Gran Bretaña en el conflicto de las islas Malvinas? El trabajo de Corbacho ofrece una respuesta innovadora a esta pregunta al enfocarse en cómo las presiones políticas internas y las dinámicas de supervivencia del régimen autoritario argentino influyeron en las decisiones de los líderes.
El concepto central que guía el análisis de Corbacho es el brinkmanship o "juego de la gallina", una estrategia de riesgo en la que un país desafía los compromisos de otro con la esperanza de que retroceda para evitar la guerra. Según la teoría clásica, desarrollada por el politólogo Richard Ned Lebow, las guerras en este tipo de crisis surgen principalmente de percepciones erróneas: un país malinterpreta la resolución de su adversario y actúa bajo el supuesto de que éste cederá ante la amenaza de conflicto. Sin embargo, Corbacho introduce una perspectiva diferente. En su análisis, argumenta que en algunos casos, como en el de las Malvinas, no fue la mala interpretación de la disposición británica a defender las islas lo que llevó a la guerra, sino las presiones internas dentro de Argentina. Estas presiones impulsaron a la junta militar a arriesgar una confrontación con un poder superior como parte de un desesperado intento por mantener su control en medio de una crisis política interna.
Un análisis comparativo de las crisis
Para abordar esta cuestión, Corbacho utiliza una metodología comparativa, examinando dos crisis que involucraron a Argentina durante el régimen militar: el conflicto del canal de Beagle con Chile en 1978 y el conflicto de las islas Malvinas con Gran Bretaña en 1982. Aunque ambos eventos tuvieron similitudes superficiales —ambas fueron crisis de brinkmanship, y ambas involucraron disputas territoriales históricas—, los resultados fueron marcadamente diferentes. Mientras que la crisis del Beagle fue resuelta pacíficamente, el conflicto de las Malvinas resultó en una guerra devastadora para Argentina. A través de un análisis detallado de estos dos casos, Corbacho busca entender qué factores llevaron a estos resultados tan distintos.
Las diferencias internas que marcaron otro resultado
El estudio de Corbacho revela que el contexto político interno fue fundamental para determinar el desenlace de ambas crisis. En 1978, durante la crisis del Beagle, la junta militar argentina estaba bajo presiones, pero no enfrentaba una amenaza existencial tan severa como la que experimentaría cuatro años más tarde. Aunque había tensiones con Chile por el control de las islas del canal de Beagle, la dictadura militar contaba con una relativa estabilidad interna, lo que permitió a sus líderes actuar con mayor cautela. Además, la diplomacia internacional —particularmente la intervención del Papa Juan Pablo II, quien ofreció su mediación— proporcionó una salida viable para evitar el conflicto armado sin que los líderes argentinos perdieran legitimidad o poder.
En cambio, el contexto del conflicto de las Malvinas fue completamente diferente. Para 1982, el régimen militar argentino estaba profundamente debilitado. La economía del país estaba en declive, y el gobierno enfrentaba una creciente oposición interna. La junta militar, encabezada por el general Leopoldo Galtieri, necesitaba desesperadamente una victoria que pudiera restaurar su legitimidad y sofocar las crecientes críticas. Según Corbacho, la decisión de invadir las Malvinas fue vista por los militares argentinos como una operación de “rescate del régimen”, un intento de unificar a la nación en torno a una causa nacionalista y consolidar el apoyo popular en un momento de crisis interna.
El brinkmanship y las decisiones de guerra
Uno de los puntos clave del análisis de Corbacho es que, aunque la teoría de Lebow sobre el brinkmanship enfatiza la importancia de las percepciones erróneas del adversario, esta no puede explicar completamente por qué Argentina eligió enfrentar a un enemigo mucho más poderoso en el caso de las Malvinas. Si bien es cierto que los líderes argentinos subestimaron la resolución británica y malinterpretaron la probable respuesta de Estados Unidos, el factor determinante fue la presión política interna. En otras palabras, la junta militar no podía permitirse retroceder, independientemente de las señales que pudiera haber recibido de que Gran Bretaña no cedería fácilmente. La guerra se convirtió en la única opción viable para mantener su control sobre el país.
Este análisis se ve reforzado cuando se compara con el manejo de la crisis del Beagle. En ese conflicto, aunque había facciones dentro de la junta que favorecían una acción militar contra Chile, las presiones internas no eran tan agudas. Esto dio margen para la negociación y permitió que la intervención de terceros, como el Papa, influyera en el resultado. Según Corbacho, en el caso del Beagle, los líderes argentinos tenían más flexibilidad para maniobrar sin perder su posición de poder, lo que les permitió aceptar una solución diplomática en lugar de una confrontación militar.
Conclusiones
El trabajo de Corbacho ofrece varias conclusiones importantes para entender cómo y por qué Argentina actuó de manera tan diferente en estas dos crisis internacionales:
Las presiones internas pueden ser más decisivas que las percepciones erróneas del adversario. Si bien la teoría del brinkmanship se centra en la mala interpretación de las intenciones del otro, Corbacho demuestra que en el caso de las Malvinas, la junta militar argentina estaba motivada principalmente por la necesidad de consolidar su poder frente a una amenaza interna. En ese contexto, las percepciones sobre la respuesta británica eran secundarias ante la urgencia de restaurar la legitimidad del régimen.
La mediación internacional puede ser efectiva cuando las presiones internas no son abrumadoras. En el caso del Beagle, la intervención del Papa Juan Pablo II y el apoyo de la comunidad internacional proporcionaron una salida pacífica. Esto fue posible porque la junta militar aún tenía margen de maniobra política interna. En cambio, en el conflicto de las Malvinas, no hubo tal margen, y la guerra se volvió inevitable.
La guerra de las Malvinas fue, en gran medida, un último recurso político. Corbacho sostiene que la decisión de invadir las Malvinas no fue simplemente un error de cálculo estratégico, sino una respuesta desesperada a una crisis política interna que amenazaba con desmoronar al régimen. La junta no vio otra opción viable para mantenerse en el poder.
El papel de las potencias externas fue decisivo, pero limitado. En ambos conflictos, las potencias internacionales, especialmente Estados Unidos y el Vaticano, jugaron papeles importantes. Sin embargo, su capacidad para influir en los eventos estuvo limitada por la situación interna de Argentina. En el caso del Beagle, la presión internacional ayudó a evitar una guerra. En el caso de las Malvinas, los intentos de mediación de Estados Unidos fueron insuficientes para disuadir a los líderes argentinos, que ya habían decidido que la guerra era su única opción.
Lecciones para futuras crisis internacionales
El análisis de Corbacho tiene implicaciones más amplias para el estudio de las crisis internacionales y la política exterior. Una de las principales lecciones es que, en las crisis de brinkmanship, las decisiones de guerra no siempre se basan en percepciones erróneas sobre el adversario, sino que pueden estar profundamente influenciadas por factores políticos internos. Cuando los líderes enfrentan amenazas a su supervivencia política, pueden verse obligados a adoptar políticas arriesgadas, incluso si reconocen que es probable que el adversario no retroceda.
Además, el estudio destaca la importancia de la intervención diplomática en la resolución de crisis. En el caso del Beagle, la intervención del Papa fue crucial para evitar una guerra. Sin embargo, como muestra el caso de las Malvinas, la diplomacia solo puede tener éxito cuando las condiciones internas permiten a los líderes aceptar una solución negociada.
Finalmente, el trabajo de Corbacho ofrece una perspectiva valiosa sobre cómo las dictaduras militares pueden utilizar los conflictos externos como una estrategia de supervivencia política. En un contexto donde el poder del régimen está en declive, la guerra puede ser vista como una forma de restaurar la legitimidad y consolidar el apoyo interno, independientemente de las consecuencias a largo plazo.
En conclusión, el análisis de Corbacho proporciona una comprensión profunda de los conflictos de las Malvinas y el Beagle, y ofrece lecciones importantes para el estudio de las crisis internacionales. Al destacar el papel crucial de las presiones internas y la dinámica política, este trabajo desafía las explicaciones convencionales centradas en la percepción errónea del adversario y sugiere que, en algunos casos, la guerra es el resultado inevitable de un régimen en crisis.
La “bestia negra” de Malvinas: la historia del militar argentino que todavía despierta terror en las islas
Douglas
Patrick Dowling, alias “El Inglés”, era un mayor del Ejército argentino
al que acusan de violar derechos humanos en los primeros días de la
guerra; dramáticos testimonios
Hay un militar argentino cuyo apellido todavía causa escalofríos en las islas Malvinas. A 40 años de la guerra,
su sola mención afecta a los hombres, mujeres y niños isleños que
lidiaron con él. Algunos aún sufren de estrés post traumático por sus
acciones, que remiten a las peores prácticas de la dictadura. Es la
“bestia negra” de las islas.
Ese militar figura en los legajos de la Conadep y
en al menos dos causas de lesa humanidad. Pasó a retiro en los primeros
años de la democracia y murió en 2000. Pero en las islas es como si no
hubiera muerto. Allí todavía se habla de él en presente. Acaso porque
muchas víctimas aún le temen. Como la niña a la que amenazó con un rifle en la cara.
O los hombres a los que simuló ejecutar. O aquellos a los que golpeó
hasta derribarlos. O al que subió a un helicóptero y le abrió la puerta
lateral, como en los “vuelos de la muerte”. O las mujeres a las que pregonó las bondades de encarar una “solución final”. Todo eso y más, en violación a la Convención de Ginebra.
Douglas
Patrick Dowling es la “bestia negra” de Malvinas; algunos isleños aún
sufren de estrés post traumático por sus acciones, que remiten a las
peores prácticas de la dictaduraAlconada Mon, Hugo (Prosecretario de Redacción)
Si
terminar con los isleños fue su intención real, jamás se sabrá. Porque
ese militar duró apenas cuatro semanas en las islas. Un superior, mano
derecha del general Mario Benjamín Menéndez, ordenó su
regreso al continente, preocupado por sus acciones. Pero la sombra del
militar es, todavía hoy, un obstáculo en el diálogo. Decía llamarse
Patricio Dowling, ser descendiente de irlandeses y detestar todo lo
británico, aunque ese era uno de sus “nombres de guerra” en los centros
clandestinos de detención: “El inglés”.
Su verdadero nombre era Douglas Patrick Dowling y llegó a Stanley con
36 años y rango de mayor del Ejército, en las primeras horas del 2 de
abril, tres días antes de que la ciudad capital de las islas pasara a
denominarse Puerto Rivero y, luego, Puerto Argentino. Desembarcó como máximo responsable de la Policía Militar, aunque su misión real era otra: contraespionaje.
Es decir, detectar a los isleños que pudieran encarnar la resistencia o
pasarles información a las tropas británicas. Pronto quedó claro que
sabía quién era quién, según relatos coincidentes.
Douglas
Patrick Dowling figura en los legajos de la Conadep y en al menos dos
causas de lesa humanidad; pasó a retiro en los primeros años de la
democracia y murió en 2000Archivo
Esos testimonios, que LA NACION
recabó en las islas, ahondan en una faceta de la guerra que muchos
prefieren callar u ocultar. Como los relatos de los excombatientes que
afrontaron torturas físicas y psicológicas de un centenar de militares
–estaqueamientos y enterramientos incluidos- y reclaman que la Corte Suprema
tome una decisión. ¿Son delitos de lesa humanidad -y por tanto,
juzgables, como resolvió un Juzgado y una Cámara Federal- o son delitos
comunes y están prescriptos -como sostuvo la Casación Penal-? Ahora los
isleños aportan otra faceta de esas agresiones.
"Cruzaron
la calle, lo puso a papá de rodillas junto a la orilla, le dijo que
había una bala en el cargador y le gatilló varias veces en la cabeza,
para ver si se quebraba"
Nicholas Pitaluga
El ejemplo más brutal del accionar del mayor Dowling entre los isleños acaso fue contra una niña que tenía 12 años en 1982, Lisa Watson,
editora hoy del semanario local, Penguin News. Su padre, Neil, había
llamado a los argentinos para informarle que seis soldados británicos
que habían escapado durante el desembarco del 2 de abril estaban en su
casa, dispuestos a rendirse. Poco después, dos aviones Pucará
sobrevolaron su casa y tres helicópteros aterrizaron a su alrededor. Con
los marines ya esposados, Dowling pateó la puerta y obligó a los Watson
a pararse contra la pared. Pero la niña siguió sentada, a pesar de los
ruegos de sus padres y los gritos del militar, que le apuntó con el
rifle y amenazó reiteradas veces con dispararle. Hasta que se dio por
vencido. La niña no se movió del sofá.
Lisa Watson era una niña en 1982 cuando Dowling le apuntó con el rifle y amenazó reiteradas veces con dispararleArchivo
“Recuerdo
que Dowling tenía el casco puesto, pero es poco más lo que puedo
decirle. Todo pasó muy rápido, aunque me quedó la impresión de sus
facciones, que era buen mozo, muy limpio. Pero yo era una niña”, contó
Watson a LA NACION.
Los
testimonios coincidieron sobre ese punto. Los isleños describieron a
Dowling como alguien muy preocupado por su apariencia, siempre afeitado y
peinado, que hablaba inglés fluido y que siempre se movía con su
uniforme limpio y planchado, en línea con el testimonio de una de las
víctimas que pasaron por el centro clandestino de detención El Vesubio,
Hugo Luciani. Lo recordó como “un hombre de cultura, [...] de tener una
voz bien conformada, inclusive por su ropa, su calzado, era una persona
que demostraba tener algún estudio”.
Pronto,
se sumaron otros incidentes. Como el de Robin Pitaluga, quien murió un
par de años después. “Papá tenía un carácter fuerte y se resistía al
adoctrinamiento que querían imponer los argentinos. Una noche escuchó
por radio un mensaje que el almirante Sandy Woodward [máximo responsable
de la flota británica que iba hacia las islas] quería hacerle llegar a
Menéndez para que se rindiera. Así que mi papá se encargó de eso. Poco
después aparecieron los helicópteros”, relató Nicholas Pitaluga.
“Recuerdo que cuando se lo llevaban a papá, mamá les reclamó a los
gritos una constancia porque sabíamos lo que ocurría en la Argentina
cuando los militares se llevaban a alguien. Así que uno de los soldados
le extendió un recibo, como si papá fuera una mercancía”.
A
Robin Pitaluga, Dowling lo puso de rodillas junto a la orilla, le dijo
que había una bala en el cargador y le gatilló varias veces en la
cabeza, para ver si se quebrabaAlconada Mon, Hugo (Prosecretario de Redacción)
En
Puerto Argentino ocurrió lo peor. “Lo trasladaron a la Estación de
Policía en Stanley, donde Dowling lo tomó como un líder de los isleños. Así
que cruzaron la calle, lo puso de rodillas junto a la orilla, le dijo
que había una bala en el cargador y le gatilló varias veces en la
cabeza, para ver si se quebraba. Luego lo pusieron bajo arresto
domiciliario”, relató Nicholas, quien había estudiado el secundario en
Córdoba, donde una de sus maestras había desaparecido. El 2 de abril lo
sorprendió en Buenos Aires, cuando volvía de Nueva Zelanda, donde
cursaba la universidad. Nunca más volvió al continente, aunque sigue en
contacto con sus amigos.
“Algunos militares expresaban abiertamente su interés por ir más lejos -dijo Pitaluga, hijo, a LA NACION-.
Hablaban de una ‘solución final’. Pero otros respetaban el ‘código de
honor’ militar, así que prefiero pensar que las cosas pudieron ser mucho
peor para los isleños. De hecho, Dowling era como [Alfredo] Astiz. Ojalá ambos estuvieran en prisión”.
Como los “vuelos de la muerte”
Dowling actuaba con visos de espectacularidad. También recurrió a los helicópteros cuando buscó a otro isleño, Bill Luxton.
Doce buzos tácticos con ametralladoras y granadas bajaron de un Puma,
rodearon la casa y Dowling se llevó al isleño, a su esposa y a su hijo
adolescente a Puerto Argentino. En pleno vuelo temieron por sus vidas.
Ocurrió cuando les abrieron la puerta del helicóptero sobre el mar, algo
que les recordó a los “vuelos de la muerte” que ya eran conocidos fuera
de la Argentina.
Doce
buzos tácticos con ametralladoras y granadas bajaron de un Puma,
rodearon la casa de Bill Luxton y se lo llevaron junto a su esposa y a
su hijo adolescente a Puerto ArgentinoArchivo
“Ya habíamos tenido un incidente previo, el 2 o 3 de abril, cuando me llevaron detenido a la Estación de Policía. ‘Si fuera por mí, les pegaría un tiro a todos ustedes. Y usted sería el primero’,
me dijo Dowling”, recordó Luxton, quien por entonces era funcionario en
las islas. “Después me advirtió que no me metiera en problemas.
‘Tenemos muy malos reportes sobre usted, ándese con cuidado’, y dijo que
tenía informes detallados sobre más de 600 de nosotros. No sé si sería
cierto, pero sí puedo decirle que sabía mucho sobre mí”.
"Me
llevaron a la Estación de Policía. ‘Si fuera por mí, les pegaría un
tiro a todos ustedes. Y usted sería el primero’, me dijo Dowling”"
Bill Luxton
Luxton no fue el único al que Dowling mencionó esos informes de inteligencia. “Sé todo de usted”, le previno a John Smith,
un marino mercante británico que llegó a las islas en 1958, se enamoró
de una isleña, Ileen, y se quedó. Hoy, octogenario, fue el primer
director del Museo local y autor de varios libros. Es considerado el
máximo historiador local. “Dowling tenía legajos de todos, con
precisiones sobre sus ideas políticas, afinidades y parentescos. Según
él, era el trabajo de diez años, con buena inteligencia”, relató Smith a
LA NACION, en su casa de las afueras de la ciudad.
Poco después, un conscripto comenzó a vigilar sus movimientos. Y con el
paso de los días terminó dándole de comer. “A diferencia de los
oficiales, los soldados pasaban hambre. En la zona oeste de la ciudad
desaparecieron todos los gatos, carnearon un caballo y varias ovejas”.
Dowling repitió su abordaje con un agente de la Policía local hasta el desembarco, Anton Livermore.
“Me relató mi vida. Cuál era mi familia, a qué colegio había ido, mis
trabajos previos. Yo había simulado que no hablaba español, pero él
sabía que había pasado dos años en la Argentina”, rememoró. Para más
precisiones, estudió parte del secundario en Bariloche y conoció de
primera mano cómo actuaba la dictadura. “No dudo que si Dowling hubiera estado más tiempo en las islas, no hubieran quedado muchos isleños”.
A
Anton Livermore, agente de la Policía local hasta el desembarco,
Dowling le relató su vida; tenía un trabajo de Inteligencia sobre muchos
isleñosImperial War Museums
El
propio Dowling se encargó de fomentar ese temor entre los isleños. En
ocasiones, de manera deliberada; en otras, sin saberlo. En el Upland
Goose, por entonces uno de los dos hoteles de Puerto Argentino, le
exigió al dueño, Desmond King, que le entregara la mitad de las
habitaciones y le diera de comer a él y a otros oficiales, “por las
buenas o por las malas”.
Fue durante
una de esas comidas en el Upland Goose que Dowling discutió con otros
oficiales argentinos la idea de implementar una “solución final” con los
isleños, mientras que las hijas del dueño, Anna y Alison King, servían
su mesa. Ambas habían estudiado el secundario en Montevideo y hablaban
español, lo que ocultaban. “Dijo que el problema éramos los isleños y
que sin nosotros, Londres no enviaría tropas. Así que lo mejor era
´exterminarnos’. Ese fue el verbo que usó”, sostuvo Alison. A su lado,
Anna, asintió.
Golpes e interrogatorios
Los
incidentes se sucedieron. Dowling recurrió a los helicópteros para ir a
San Carlos, donde hizo alinearse a hombres, mujeres con bebes en brazos
y niños frente a un galpón. Cuando el gerente de la granja, Allan
Miller, protestó por el maltrato, el militar lo golpeó hasta que el
isleño no pudo levantarse del piso. “Lo golpeó varias veces con
la culata de su rifle o fusil, y cuando estaba en el piso, se puso
detrás suyo, le apuntó a la espalda y empezó a interrogarlo”, detalló su hermano Tim, quien cuida del cementerio argentino en Darwin y del británico en San Carlos desde hace años.
"Decía
que sin nosotros Londres no iba a reaccionar. Lo escuchamos decir que
lo mejor era ‘exterminarnos’. Ese fue el verbo que usó"
Alison King
Dowling
encaró varios interrogatorios en la estación de Policía en Puerto
Argentino. Así lo hizo con un empleado de Obras Públicas, Philip Rozee, a
quien lo acusó de espionaje, mientras que sus subalternos lo cacheaban,
manoseaban e insultaban. Y también con el contralor del tráfico aéreo
en el aeropuerto local, Gerald Cheek. “Al final de la
‘conversación’, Dowling sacó una pistola y golpeó el escritorio,
exasperado por mis respuestas”, resumió. El primero fue deportado; el
segundo, trasladado a la isla Gran Malvina.
El periodista y fotógrafo Graham Bound, fundador del Penguin News, conoció algunos de los abusos de DowlingArchivo
Al
final, sin embargo, los métodos de Dowling resultaron contraproducentes
para los planes argentinos. Los isleños redoblaron su colaboración
clandestina con las tropas británicas, antes y después de su desembarco,
mientras que él fue reenviado al continente el 26 de abril, semanas
antes del desembarco británico en la bahía San Carlos. Así lo ordenó el
entonces secretario general de Menéndez, el vicecomodoro Carlos Bloomer Reeve,
quien conocía las islas y a los locales desde los años 70, cuando fue
uno de responsables de implementar en el terreno los “Acuerdos de
Comunicaciones”.
“Bloomer Reeve era
una buena persona y nos cuidó. Sin él, todo hubiera sido peor”, evaluó
el entonces director de la radio local, Patrick Watts.
Él también sufrió los métodos de Dowling y sus acólitos. “Cuando estaban
deteniendo a Cheek, que era mi vecino, para llevarlo a la estación,
protesté y terminé con una pistola en el estómago. Por suerte pasó un
capitán argentino que me conocía y me defendió”. Poco después, fue a
verlo a Bloomer Reeve.
-¿A dónde están enviando a toda la gente?
-¿Qué gente?- recuerda Watts que le respondió el oficial de la Fuerza Aérea.
-¿La van a desaparecer? ¿La van a tirar a la bahía como hacen en el Río de la Plata?
-No seas estúpido. Dame un minuto.
“Adelante
mío, Bloomer Reeve levantó el teléfono”, recordó Watts. “Luego cortó y
dijo una sola palabra: Dowling. Poco después, a Dowling lo trasladaron
al continente”.
Lesa humanidad
Dowling
estuvo asignado a las islas Malvinas hasta el 26 de abril, de acuerdo a
la copia de su legajo del Ejército Argentino que obra en el Tribunal Oral Federal de Santa Fe,
donde también se lo investigó por su participación en crímenes de lesa
humanidad como parte del Destacamento de Inteligencia 122 que actuó en
esa provincia. Dowling falleció, pero otro acusado en ese expediente, el
interventor de facto de la provincia José María González,
terminó condenado a prisión perpetua por homicidio doblemente
calificado en concurso real con privación ilegal de la libertad y
allanamiento ilegal de domicilio.
En el legajo de Dowling consta que se retiró en 1986 con el grado de teniente coronel. A lo largo de su carrera militar, que comenzó en diciembre de 1964, acumuló múltiples apercibimientos y días de arresto. Pero
sus superiores lo definieron como “serio, subordinado, respetuoso y con
capacidad de mando”. Así no lo caracterizó Bloomer Reeve.
El número dos del general Menéndez falleció días atrás con el rango de brigadier. Pero antes confirmó que ordenó la remisión de Dowling al continente. Lo hizo ante el periodista y fotógrafo Graham Bound, fundador del Penguin News, quien conocía a oficial argentino de su anterior paso por las islas y lo entrevistó para el libro “Invasión 1982. La historia de los isleños”.
“Dowling
consideraba a todo isleño como un enemigo. Muchos otros oficiales
jóvenes pensaban lo mismo, pero no tenían poder. Este hombre, en cambio,
era el jefe de Policía. Él tenía ‘el’ poder”, afirmó, antes de relatar
que lo citó a su oficina, le ordenó ser “más cordial” con los locales, y
le recordó que tenía que obedecer las órdenes dadas por un superior,
aunque se las impartiera un oficial de la Fuerza Aérea. Pero Dowling
respondió con “hosquedad”, así que se reunió de apuro con Menéndez y le
pidió que apoyara su decisión de reenviarlo al continente. Tres días
después, Dowling se marchaba de Puerto Argentino, donde todavía lo
recuerdan -y temen- en tiempo presente.
Mamíferos marinos del Atlántico Sur y Malvinas: “artefactos de Estado” detrás de la dinámica de ocupación de las Islas
La investigadora del CONICET Susana García estudia cómo la caza comercial de ballenas y otros animales motorizó la economía global del siglo XIX y parte del XX en la zona.
Ilustración: Facundo López Fraga.
La
expansión de la actividad ballenera a fines del siglo XVIII, desde los
puertos del Atlántico norte hacia los mares del sur, dio lugar a la
exploración y a la instalación humana en nuevos espacios geográficos
vinculados al aprovechamiento comercial de recursos de origen animal
marino. En ese contexto, las costas patagónicas, las islas Malvinas, la
isla de los Estados y otras islas del Atlántico empezaron a ser usadas
como zonas de aprovisionamiento de agua y de resguardo para los barcos
dedicados a la caza de ballenas, lobos y elefantes marinos, así como de
otros animales.
La grasa se transformaba en aceite; sus pieles y
otras partes anatómicas derivaban en otros objetos comerciales. “Esta
industria movió una gran parte de la economía global del siglo XIX y
pesó en la política internacional, impulsando la expansión territorial
de varios países y la identificación de nuevos espacios de explotación
mercantil”, señala Susana García, investigadora CONICET en el Archivo
Histórico del Museo de La Plata y la Facultad de Ciencias Naturales y
Museo de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP).
García acaba de editar el libro En el mar austral: la historia natural y la explotación de la fauna marina en el Atlántico Sur(Ed.
Prohistoria), en el que analiza el tema, del que también participaron
los historiadores de la ciencia del CONICET Irina Podgorny y de la UNLP
Alejandro Martínez, el paleontólogo del CONICET Marcelo Reggero, la
historiadora alemana Cornelia Lüdecke, la becaria posdoctoral del
CONICET del Instituto Patagónico de Ciencias Sociales y Humanas Sofía
Haller, e incluye un epílogo del historiador del CONICET Federico
Lorenz.
“Este libro estudia varios emprendimientos comerciales y
exploratorios de las costas e islas más australes del Atlántico Sur
americano entre fines del siglo XVIII e inicios del siglo XX”, indica
García. “Presenta algunas ideas para pensar la historia natural de
América del Sur desde el espacio marítimo y la explotación de sus
recursos. Porque la ocupación de esos lugares inhóspitos no puede
desligarse de la historia del usufructo a gran escala de su fauna, el
marco necesario para entender el establecimiento de colonias y
concesiones en esas latitudes hasta entonces ignoradas por los poderes
coloniales y los inversores privados”.
Este libro tiene relación
con los estudios que García lleva adelante junto a Irina Podgorny desde
hace varios años en los que está investigando cómo los mamíferos marinos
se constituyeron en “artefactos de Estado”, en tanto objetos de leyes,
concesiones, licencias o medidas proteccionistas reguladas por distintos
gobiernos, así como en bienes que movilizaron importantes recursos de
inversores privados y a numerosos marinos de diversas nacionalidades.
“Me
interesa conectar la historia de la producción y circulación de
conocimiento, las colecciones, el comercio de objetos de historia
natural y la explotación de recursos de origen animal durante el siglo
XIX y primera parte del siglo XX”, señala García, quien se dedica a la
historia de la ciencia y, en particular, al estudio de las prácticas
científicas en torno a la fauna sudamericana y el ambiente marino.
En
sus estudios, la investigadora del CONICET, presta atención a los
intercambios y los espacios de interacción entre los sectores
científicos y diferentes actores no académicos, como pescadores,
cazadores, balleneros, loberos, pilotos y otras figuras que reunieron
datos y objetos que aportan valiosa información. Y agrega: “La escala
global del universo ballenero configuró una geografía mundial muy
diferente a la del presente. Cabo Verde, las Azores, las costas
africanas y Cantón, entre otros lugares, formaron parte de ese entramado
que integraba a las islas Malvinas y las costas patagónicas en las
rutas de explotación de la fauna marina. Los balleneros y loberos con
sus mapas, observaciones y colecciones colaboraron con el conocimiento
geográfico y la historia natural”.
Para acceder a esa información y
analizarla, García recurrió al estudio de múltiples documentos
contenidos en archivos nacionales y extranjeros, en registros
portuarios, diarios comerciales de la época, archivos de empresarios
balleneros y otras fuentes.
Grasa y aceite de origen animal: un recurso clave para la industria del siglo XIX
Barcos
franceses, ingleses, norteamericanos y otros que zarpaban de los
puertos de Buenos Aires y de Montevideo cazaron diferentes animales
marinos con fines industriales y comerciales en las aguas del Atlántico
Sur. A los que se sumaban los emprendimientos costeros en Brasil y otros
puntos de la costa sudamericana.
La industrialización y
urbanización de fines del siglo XVIII fueron de la mano de la creciente
explotación comercial de los productos obtenidos de cetáceos y
pinnípedos (lobos marinos, elefantes marinos y focas). “El aceite
producido con la fundición de la grasa de estos animales constituyó el
combustible principal para la iluminación y también fue esencial para la
lubricación de maquinarias y relojes, antes de la explotación y
difusión de los derivados del petróleo. Servía, asimismo, para el
curtido de cueros, la preparación de fibras textiles, la elaboración de
pinturas y de jabón, entre otros usos”, explica García, licenciada en
Antropología y doctora de Ciencias Naturales.
Respecto de las
campañas balleneras, los productos más redituables y buscados en la
primera parte del siglo XIX eran los obtenidos del cachalote: su aceite y
el llamado espermaceti o “blanco de ballena”, una sustancia cerosa
presente en su cráneo que “se empleaba para aceitar máquinas y
engranajes de precisión y para la fabricación de velas finas, cremas,
maquillaje y productos medicinales”, ejemplifica la investigadora del
CONICET.
Otro artículo comercial importante fueron las barbas de la mandíbula superior de las ballenas francas (familia Balenidae)
y de otras especies. Estas láminas córneas y elásticas se empleaban en
la fabricación de bastones, paraguas, sombreros, cunas, corsés y otras
estructuras de las prendas femeninas hasta su progresivo reemplazo por
el celuloide y los materiales sintéticos surgidos en la primera parte
del siglo XX y los cambios en las modas.
“Paralelamente los barcos
balleneros y loberos completaron sus cargamentos con las pieles de
lobos marinos de la Patagonia, Maldonado, las islas Malvinas y otras
islas australes. También se exportaron desde los puertos de Buenos Aires
y Montevideo. En China hubo una gran demanda de las pieles finas de los
llamados ‘lobos marinos de dos pelos’, que cotizaban por debajo de las
más apreciadas de nutria marina y castor”, subraya García.
Los
pingüinos fueron otros de los animales con grasa que se transformaron en
un objeto comercial ligado al gran mercado y consumo de aceites del
siglo XIX. “El aceite obtenido de la grasa de estas aves se utilizaba
especialmente en la manufactura de cueros. Su explotación se inicia
hacia 1820, en algunos casos de forma paralela al de los lobos marinos.
Se registra la fabricación de este aceite en pequeñas islas del litoral
patagónico y de las Malvinas entre las décadas de 1850 y 1880, período
de auge de este producto”, cuenta la investigadora del CONICET.
Hacia
mediados del siglo XIX una serie de eventos comenzaron a desencadenar
el declive de los largos viajes balleneros en busca de los mamíferos
marinos con grasa. “Los productos de estas campañas fueron perdiendo
rentabilidad frente a la competencia de los aceites vegetales, como el
de colca, y posteriormente los derivados del petróleo que reemplazarían
el uso de la grasa y el aceite animal”, indica García. Y continúa: “La
explotación de las distintas especies fluctuó en función de los precios,
la situación internacional, las malas temporadas y la disminución de
las poblaciones animales”.
Por otra parte, durante los conflictos
bélicos, los barcos balleneros y loberos dejaron de operar, ya sea
porque eran apresados por navíos enemigos o porque participaban de la
guerra o de la actividad corsaria que podía llegar a ser más
redituable. Sin embargo, un nuevo capítulo en la historia ballenera
comenzaría en los inicios el siglo XX y hasta la década de 1960, con las
nuevas tecnologías de captura y procesamiento de grandes ballenas en
aguas antárticas y el desarrollo de los procesos de hidrogenación, que
permitió que la grasa de estos animales adquiriese nueva importancia en
las industrias química, farmacéutica, cosmetológica y alimenticia, como
por ejemplo en la producción de margarina y glicerina, y también de
abono para los cultivos.
“En los inicios del siglo XX, las
tecnologías de caza y procesamiento industrial de las ballenas
desarrolladas por los noruegos permitieron capturar miles de grandes
cetáceos, incluidas la ballena azul, en cada temporada, y procesarlas en
grandes factorías flotantes o instaladas en tierra, como por ejemplo en
las Georgias del Sur, donde la primera ocupación de la isla se dio con
la instalación de la estación ballenera de la Compañía Argentina de
Pesca a fines de 1904”, señala García, quien manifiesta que no se conoce
que se haya extinguido ninguna especie marina explotada en esta región,
pero por su intensidad y extensión en el tiempo sí provocaron cambios
en la distribución de la fauna y su desaparición en varios sitios.
El espacio marítimo desde la perspectiva de una historiografía argentina
La
línea de investigación de los últimos años de García busca incorporar
el espacio marítimo a la reflexión historiográfica argentina,
especialmente en relación a la historia de la ciencia.
“Hasta no
hace mucho la historia marítima parecía ser solo un campo de los
sectores navales, predominando la historia de campañas militares y de la
Armada argentina. Me interesa aportar nuevas miradas e información
histórica sobre las diversas actividades y agentes que trabajaron y
explotaron los recursos naturales y cómo se fueron modelando los saberes
sobre esos recursos, las aguas y las tierras del Atlántico Sur, pero
sin circunscribir este espacio a límites geográficos o políticos, sino
más bien integrado a las rutas de navegación y del comercio global”,
puntualiza.
Los proyectos de investigación que desarrolla García
con Podgorny combinan la historia global, la historia de las ciencias
naturales, la historia de la navegación y el comercio atlántico,
buscando mostrar la importancia económica del mar y de las islas
Malvinas en un período clave de su historia y cuestionando al mismo
tiempo el lugar periférico que el Atlántico Sur tiene en los escenarios
del siglo XIX.
Además, las investigadoras proponen repensar la
importancia histórica de los recursos naturales del Atlántico Sur para
entender su lugar central en la industria de pieles y aceite de origen
animal del siglo XIX y parte del siglo XX; la dinámica de ocupación de
las islas de esta región en función de esas actividades económicas; su
impacto en las poblaciones animales del Atlántico Sur (extinción, merma e
incluso introducción de nuevas especies) y las relaciones y los
conflictos surgidos en relación a la fauna y las reglamentaciones sobre
su dominio.
“Con el estudio de varios casos procuramos llenar el
vacío historiográfico en el que han quedado el Atlántico Sur, las islas y
la fauna que lo habita”, resume García.
Ronald David Scott se jubiló como piloto hace 44 años, en 1978. Pero todavía hoy, a sus 104, sigue considerándose un apasionado de los aviones. Dentro de su rubro, es famoso por ser uno de los pocos argentinos vivos en haber luchado de manera voluntaria junto a los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Con una memoria prodigiosa, aún repite los recuerdos de aquellos años siempre que la situación lo amerita. Como el jueves pasado, cuando fue invitado por la Asociación de Pilotos de Caza Argentina a almorzar.
Estos encuentros se volvieron costumbre para él desde que fue incorporado como socio honorario de la organización, hace algunos años. Pero la última reunión fue especial. “Éramos como 35 pilotos, la mayoría jubilados. Contamos historias, como siempre. Y después surgió la invitación: un veterano de Malvinas me invitó a salir a dar una vuelta en un jet al día siguiente. Yo estaba chocho. Era un día soleado y dimos una vuelta por el Delta. Estoy muy agradecido”, cuenta Ronald, desde su departamento, en San Isidro.
Como es de costumbre, Scott almorzó el jueves pasado con la Asociación de Pilotos de Caza Argentina, de la que es socio honorífico. En la imagen, Ronald David Scott, piloto de Spitfires argentino en la Segunda Guerra Mundial, Cdte Carlos Selles, actual piloto privado, veterano de cazas intercepteros Mirage III durante el conflicto de Malvinas. El tercero en la imagen es Gunther Schuster, piloto civil, nacido en Alemania, quien padeció en carne propia los bombardeos aliados siendo un adolescente. Luego de la guerra emprendió una nueva vida en Argentina y se transformó en piloto aeroaplicador o de fumigación
Él no lo sabe, pero la invitación que recibió para salir a volar estaba planeada desde hacía años. Antes de la pandemia, había surgido la idea de hacerle una especie de vuelo bautismo, pero por la pandemia no lo pudimos concretar. Él nunca había volado arriba de un Lear 45″, cuenta Carlos Selles (69), único piloto veterano de Malvinas que sigue en actividad. “La idea era que voláramos dos veteranos de guerra. Por eso lo saqué yo. Salió excelente. Gracias a Dios se pudo subir al avión. Se sentó atrás, pero se acercaba a la cabina, miraba, preguntaba. Tenía una cara de felicidad”, cuenta Selles.
Ronnie Scott de visita en la cabina, junto a Daniel Rodríguez Planes (izquierda) y Carlos Selles (derecha)
Scott no sabía, hasta el viernes pasado, que actualmente los aviones se manejan con piloto automático durante la mayor parte del vuelo. “Me preguntaba: ‘¿Y quién está volando ahora?’ Porque veía que teníamos las manos libres. Y yo le decía: ‘El avión, porque ahora ya está todo automatizado, excepto cuando tienes que despegar y aterrizar’, cuenta Selles, entre risas.
"Tenía una cara de felicidad", cuenta Selles. Ronnie no se mantuvo mucho tiempo en su asiento: apenas despegó el avión, caminó hasta la cabina y se mostró sorprendido cuando descubrió que el avión volaba en "piloto automático"
Él y sus compañeros de la asociación admiran a Scott, no solo por su participación en la Segunda Guerra mundial, sino también por la actitud con la que lleva su larga vida de 104 años. Más allá de los achaques de la edad, que, según Scott, son cada vez más notorios, él se mantiene activo. Aún juega a las bochas inglesas en el Club Atlético San Isidro (CASI), a una cuadra de su casa, como hace desde hace décadas.
“A principio de año tuve que dejar porque estuve mal de salud. Pero ahora estoy volviendo de a poco. El sábado estuve en un torneo, aunque solo de observador, porque todavía me estoy recuperando”, cuenta, entusiasmado. Y suma: “Ahora trato de mantenerme activo y bien, para disfrutar de los días de sol, como el de hoy”.
Scott fue uno de los 5000 voluntarios argentinos que participaron en la Segunda Guerra Mundial.Alejandro Guyot - LA NACION
La actividad que más disfruta, sin dudas, es salir a volar. “Yo estoy para que me inviten, para salir a dar una vuelta. Fui piloto unos 35 años, y volé todo tipo de aviones. Me retiré a los 60, que es el máximo de edad. Siempre me encantó”, dice.
“Él tiene una actitud de vida envidiable, una fortaleza, una claridad de pensamientos, una memoria impresionante. Te cuenta cada historia… Son increíbles las cosas que ha hecho. Después del vuelo, cuando nos estábamos despidiendo, me dijo: ‘me niego a disminuir mis capacidades, tanto motrices como intelectuales’. Creo que es por esa actitud que llegó tan bien a los 104″, suma Selles, que actualmente es piloto privado.
El 20 de octubre pasado, Scott cumplió 104 años y lo festejó junto a sus camaradas en Zárate
Durante la guerra de Malvinas, hace exactamente 40 años, él fue piloto de Mirage, un avión francés supersónico utilizado por la Fuerza Aérea Argentina durante el conflicto bélico. “Participamos activamente en la guerra desde las bases de Comodoro Rivadavia y desde Río Gallegos. Cumplimos misiones de cobertura aérea y de combate en las islas contra los Harrier ingleses”.
El comandante Selles integró el grupo 8 de Mirage, unidad en la que volaron los Capitanes Garcia Cuerva, primer caído de la unidad, y el Brigadier Carlos Perona, eyectado exitosamente luego de entablar combate con un Sea Harrier al ser derribado.
Scott, por su parte, es el piloto más antiguo de Aeroposta Argentina, una de las líneas aéreas que luego se fusionaría para crear Aerolíneas Argentinas. Antes de ingresar a ese cuerpo, en 1942, con 24 años y sin saber volar, se embarcó hacia Inglaterra para ofrecerse voluntariamente como piloto de avión de la Marina durante la Segunda Guerra. Luego de meses de instrucción, empezó sus funciones.
Carlos Selles en su Mirage III, durante la Guerra de Malvinas
“Yo estuve en una sección que tenía como misión proteger a los bombarderos B1. Pero como tenía más años que la mayoría, me mandaron a un escuadrón de instrucción. Lo que hice fue básicamente ayudar a que los pilotos tuvieran mejor puntería. ¿Cómo? Volábamos juntos, me perseguían y me tiraban a mí para probar sus armas y mejorar la puntería. Una vez, en una práctica, volaba sobre el mar ayudando a mis compañeros, se me plantó el motor del avión y me fui al mar”, contó Scott, que logró sobrevivir al impacto, durante una entrevista con LA NACION, el año pasado.
Ronnie Scott sigue siendo un apasionado de los aviones.Alejandro Guyot - LA NACION
Es uno de los mayores casos de espionaje, material de novela de John Le Carré o de un guion cinematográfico. Durante más de cinco décadas, la CIA y los servicios de espionaje de la entonces Alemania Occidental (BND, en sus siglas germanas) controlaron en secreto una empresa suiza que fabricaba y vendía dispositivos de encriptación y líneas de comunicación seguras a más de 120 países. Pero el caso es que ni las líneas ni los mensajes cifrados eran seguros, ya que la CIA y los alemanes tenían acceso a la información a través de los dispositivos, según desveló este martes una investigación periodística de The Washington Post, junto a las cadenas de televisión ZDF (Alemania) y SRF (Suiza).
Fue El golpe de inteligencia del siglo, titulaba este martes el periódico estadounidense. Fueron clientes de la empresa Crypto AG y sus máquinas trucadas países como Irán, juntas militares de América Latina, naciones rivales como India y Pakistán, Estados miembros de la OTAN como España, la ONU e incluso el Vaticano, según la extensa investigación, que asegura que “estas agencias de espionaje manipularon los dispositivos de la compañía para poder romper fácilmente los códigos que los países usaban para enviar mensajes cifrados”. Hasta ahora, ese peculiar partenariado era uno de los secretos mejor guardados de la Guerra Fría.
Todo empezó en plena Segunda Guerra Mundial, cuando la firma Crypto fue creada por Boris Hagelin, un empresario e inventor nacido en Rusia pero que huyó a Suecia cuando los bolcheviques tomaron el poder. Cuando los nazis ocupaban la vecina Noruega en 1940, Hagelin decidió emigrar de nuevo, en esta ocasión a Estados Unidos.
El inventor llevaba consigo la famosa máquina encriptadora, bautizada como M-209. Según la historia interna de la CIA, citada en la investigación del Post, se hacía necesario controlar a Hagelin para que limitara la venta del codificador solo a países aprobados por Washington. En definitiva, Crypto no debía caer en manos de los soviéticos, los chinos o los norcoreanos. Esos países, sin embargo, nunca fueron clientes de la compañía, por lo que, en teoría, quedaron fuera de los límites directos del espionaje montado por EE UU y Alemania.
No obstante, los agentes de la CIA obtuvieron mucha información valiosa de Pekín y Moscú a través de las interacciones de estos países con servicios secretos o diplomáticos de naciones que sí tenían los aparatos de cifrado. La conocida como Operación Thesaurus se firmó en un elitista club de Washington, el Cosmos, cuando Hagelin selló en 1951 con un apretón de manos durante una cena el primer acuerdo secreto con la inteligencia estadounidense, que trajo consigo a William Friedman, el padre de la criptología americana.
El acuerdo consistía en que Hagelin trasladaba la compañía a Suiza y restringía las ventas de sus modelos más sofisticados a países aprobados por Langley (donde tiene la sede la CIA). Las naciones que no estaban en esa lista obtenían de Crypto AG sistemas anticuados y sin apenas efectividad. A Hagelin se le compensaba económicamente por la pérdida de ventas.
El siglo XX avanzaba y prácticamente nadie en Crypto, excepto Hagelin, sabía de la implicación de la CIA en la compañía. Los beneficios eran abundantes. Cada año, según los registros de la inteligencia alemana, el BND entregaba su parte de las ganancias en efectivo a la CIA en un oscuro garaje de Washington.
En la década de los ochenta, la operación pasó a denominarse Rubicón. Para entonces, ya existían algunas tensiones entre Washington y Bonn a cuenta de los objetivos y del reparto de la información conseguida. Ambas partes, según la investigación, también usaron para su espionaje a otras empresas, a Siemens en Alemania y Motorola en EE UU.
Crypto, además, daba buenos beneficios. Según la CIA, en 1975 la compañía ganó más de 51 millones de francos suizos (unos 47,8 millones de euros). Mientras, Rubicón permitió décadas de acceso sin precedentes a las comunicaciones de otros Gobiernos. Por ejemplo, en 1978, cuando los líderes de Egipto, Israel y EE UU se reunían en Camp David para negociar un acuerdo de paz, la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense (NSA, en sus siglas en inglés) escuchaba de forma secreta las comunicaciones del presidente egipcio Anwar el-Sadat con El Cairo.
A través de un sistema de Crypto se supo también que el hermano del presidente de EE UU Jimmy Carter estaba supuestamente en nómina del líder libio Muamar el Gadafi. La tecnología también propició que la Administración de Ronald Reagan pasase información a Londres sobre la breve guerra del Reino Unido con Argentina por las Malvinas. En 1989, el uso del Vaticano de un aparato de Crypto fue determinante en la captura el general panameño Manuel Antonio Noriega cuando el dictador buscó refugio en la Nunciatura de Panamá.
Los alemanes abandonaron el programa hacia finales de los noventa; la CIA continuó. Pero Crypto se fue disolviendo y dejó de existir en 2017. Ahora existen Crypto International y CyOne; la primera asegura que nunca supo nada de la trama de Crypto, y la segunda se acoge al socorrido “sin comentarios”.
Patrulla de Guerra ARA San Luis - 1982 De Malvinas: Tras los submarinos ingleses
TN Ricardo Alessandrini, Jefe de Armamento y TF Alejandro Maegli, Jefe de Comunicaciones La tripulación del buque al finalizar el año naval 1982 EL TN Alessandrini, con traje de agua, dispuesto a comprobar unos ruidos provenientes de la zona de libre circulación del submarino TN Alessandrini, TC Luis Seghezzi, CC Macías y TF Maegli
TF Jorge Dacharry, Jefe de Electricidad, TC Seghezzi, Jefe de Navegación y TF Maegli TF Maegli (tomado del periscopio) y CF Fernando María Azcueta, comandante del submarino El Comandante, CF Azcueta, arenga a la tripulación, una vez tomada la decisión de retornar a puerto Parte de la tripulación del San Luis, a poco de retornar a puerto <
El comandante de la Fuerza de Submarinos pasa revista a la tripulación del submarino, apenas arribado este a puerto Damián Riveros Malvinas: Tras los submarinos ingleses
Inventarios de la guerra: Equipos de soldados británicos desde 1066 al 2014 The Telegraph
En un día de invierno en 1915, la familia del Capitán Charles Sorley - atleta, soldado y poeta - recibió un paquete. Era su bolsa de kit, enviado por su regimiento desde el frente occidental, donde Sorley había sido asesinado, de 20 años, en la Batalla de Loos. Fuera de este bolso fue una vida abreviada: efectos personales, artículos de uniforme y un fajo de papeles de las que emergieron su ya famoso soneto Cuando usted ve millones de muertos silenciosos. Una nueva encuesta fotográfica de kits militares ahora ilustra esa curiosa combinación. El fotógrafo Thom Atkinson ha grabado 13 kits militares por su serie 'Soldados inventarios. Soldado raso, batalla del Somme en 1916
Mientras que la Primera Guerra Mundial fue la primera guerra moderna, como el kit de Somme ilustra, también era primitiva. Junto con su máscara de gas un privado se emitiría con una de pinchos 'club de trinchera' - casi idénticas a las armas medievales.
Huscarl 1066, Batalla de Hastings
'El guerrero anglosajón en Hastings no es tal vez tan diferente de la "Tommy" británico en las trincheras ", dice el fotógrafo Thom Atkinson. En la batalla de Hastings, la elección del armamento soldados era extensa.
Caballero montado, cerco de Jerusalén en 1244
Grupos que representan eventos históricos, coleccionistas, historiadores y soldados en servicio ayudaron al fotógrafo Thom Atkinson a armar los componentes de cada foto. "Fue difícil de rastrear personas con conocimientos con el equipo correcto," dice. "Las imágenes son realmente el producto de su conocimiento y experiencia." Arquero combatiente, batalla de Agincourt en 1415
Después de haber trabajado en proyectos con el Wellcome Trust y el Museo de Historia Natural, el fotógrafo Thom Atkinson ha dirigido su atención a lo que él describe como "la mitología que rodea la relación de Gran Bretaña con la guerra". Hombre de armas Yorkista, batalla de Bosworth en 1485
'Hay una cuchara en cada imagen," dice Atkinson. "Creo que es maravilloso. El requisito de la comida, y la experiencia de comer, no ha cambiado en 1.000 años. Es lo mismo con el calor, el agua, la protección, el entretenimiento '. Mosquetero, Tilbury 1588
Las similitudes entre los kits son tan sorprendente como las diferencias. Los bloc de notas se convierten en iPads, cuencos del siglo 18 reflejan platos de campaña modernos; juegos como el ajedrez o las cartas aparecen regularmente. Nuevo modelo de mosquetero del Ejército británico, Batalla de Naseby en 1645
Cada juego representa el equipo personal realizado por un soldado británico común nocional en una batalla histórica en el último milenio. Es una secuencia marcada por Bosworth, Naseby, Waterloo, el Somme, Arnhem y las Malvinas - y asentada por la batalla de Hastings y la provincia de Helmand.
Soldado centinela, Batalla de Malplaquet de 1709
Atkinson dijo que el proyecto, lo que le llevó nueve meses era una educación. 'Nunca he sido un soldado. Es difícil mirar a un objeto como éste y entender por completo. Yo quería que fuera por la gente. Observando todo lo desplegado, empiezo a sentir que somos realmente las mismas criaturas con las mismas necesidades fundamentales.'
Soldado, Batalla de Waterloo en 1815
Kit provisto a los soldados combatientes en la Batalla de Waterloo una jarra de peltre y un conjunto de borradores.
Soldado raso, Brigada de Rifles, Batalla de Alma en 1854
Cada imagen representa las vendas, bayonetas y balas de la supervivencia, y los ganchos en los que cuelga la humanidad: Papel, libros de oraciones y Biblias.
Cabo lancero, Brigada de Paracaidistas, Batalla de Arnhem en 1944
Cada fotografía muestra el mundo de un soldado condensa en un manifiesto reducida de defensas, las disposiciones y las distracciones. No lo formal (tal como se emitió por la intendencia y armero) y el personal (relojes, crucifijos, peines y cepillos de afeitar).
Comando de los Royal Marines, el conflicto de las Malvinas en 1982
Desde la armadura pesada usada por un hombre de armas Yorkista en 1485 hasta los paquetes llevados en mochilas en Puerto Argentino en las espaldas de los Royal Marines cinco siglos más tarde, la carga literal del esfuerzo de un soldado está a la vista.
Zapador de apoyo cercano, Ingenieros Reales, Provincia Helmland, 2014
La evolución de la tecnología que se desprende de la serie es un proceso que se ha acelerado en el último siglo. El reloj de bolsillo de 1916 es hoy un reloj de pulsera digital resistente al agua; el rifle a cerrojo Lee-Enfield ha sido sustituido por la carabina de asalto ligero con mira láser de futuro; y chalecos de camuflaje Kevlar ligero ocupan el lugar de las túnicas de servicios caqui patrón de lana.