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viernes, 14 de marzo de 2025

Conquista del desierto: Las discusiones entre Alsina y Roca

Julio Argentino Roca: su rivalidad con Alsina, sus críticas a la guerra contra el indio y su plan al que nadie prestaba atención

Hacía tiempo que el futuro presidente tenía en mente lo que debía hacerse para terminar con la cuestión indígena, pero no era escuchado. La sorpresiva muerte del ministro de Guerra Adolfo Alsina cambió los planes y, de buenas a primeras, quedó al frente de una campaña sangrienta que pasaría a la historia como la Conquista del Desierto

Por Adrián Pignatelli || Infobae






Roca era comandante de la frontera sur en Córdoba cuando ya tenía en claro cuál era la solución para la conquista de las tierras dominadas por el indígena

El viaje de la provincia de San Juan a la ciudad de Buenos Aires fue, para Julio A. Roca, 35 años, comandante de la frontera sur en la provincia de Córdoba, un verdadero martirio. Lo que comenzó como un simple malestar, se transformó en una fiebre tifoidea contraída en alguna de las postas donde se consumía agua de dudosísima calidad. Durante toda la travesía, estuvo atacado por fuertes descomposturas, terribles jaquecas, fiebre alta y desmayos. Ante sus acompañantes minimizó el cuadro pero en su fuero íntimo creyó que no la contaría, y que seguiría los pasos del que iba a reemplazar, el reciente finado Adolfo Alsina, ministro de Guerra.

Con Adolfo Alsina no se llevaban mal pero tampoco bien. Nacido en Buenos Aires el 4 de enero de 1829, Alsina era nieto de Manuel Vicente Maza -asesinado en 1839 cuando pedía clemencia por su hijo involucrado en un complot contra Rosas- y su padre era el político Valentín Alsina, quien lo influenció en la causa de la defensa de la autonomía de la provincia de Buenos Aires. Durante el gobierno de Rosas, su familia se exilió en Montevideo. Con Rosas ya derrocado, Alsina inició su carrera política en las luchas que Buenos Aires sostuvo contra la Confederación.

Peleó en las batallas de Cepeda y de Pavón. Luego, una vez reincorporada Buenos Aires a la Confederación en 1862, fue electo diputado nacional, y como tal se opuso a la federalización de Buenos Aires, motivo por el cual creó el Partido Autonomista, y entre 1866 y 1868 ejerció la gobernación de la Provincia de Buenos Aires. Era de gran predicamento entre las clases más bajas y también entre los intelectuales y los estudiantes, y era común que entrase y saliera de su domicilio escondido por la cantidad de gente que siempre lo esperaba.


Adolfo Alsina, figura clave del autonomismo, era el ministro de guerra e ideólogo de la famosa zanja con la que pretendía frenar los malones indígenas

El joven Roca estaba en la vereda de enfrente de la estrategia puramente defensiva que el experimentado político aplicaba contra el indígena y los malones. Y el militar estallaba de indignación cuando le mencionaban la famosa zanja, de unos 370 kilómetros de extensión, con la que el gobierno esperaba frenar las invasiones indígenas y que éstos, en sus incursiones, sorteaban sin problemas. “Esa zanja es un disparate”, repetía Roca.

Alsina creía que con el establecimiento de una línea de fortines bien equipados y defendidos y conectados entre sí por el telégrafo, más la zanja en cuestión, era más que suficiente para tener a raya a los malones indígenas.

Roca tenía un plan más agresivo, que era el de desalojar a los naturales del territorio al norte de los ríos Negro y Neuquén, adelantar la frontera, y asegurar los pasos de Choele Choel, Chichinal y Confluencia.


Roca tomaba como modelo a la campaña que en 1833 había desplegado Juan Manuel de Rosas
(Cuadro Museo Saavedra)

Sentía que predicaba en el desierto porque tenía su propio plan con el que, aseguraba que terminaría con los malones, recuperaría miles de hectáreas en una campaña de un año. Y asunto concluido.

Félix Luna, en su novela basada en hechos reales “Soy Roca” le hizo contar cómo se le había ocurrido su idea. Una noche de invierno de 1873 en el Hotel de France, de Río Cuarto, cuando veía cómo la cocinera estiraba la masa con un palote para amasar tallarines. Así, de pronto, se imaginó su campaña: un rodillo al que haría rodar por el territorio dominado por el indio. Al que primero expuso su plan fue al propio Alsina quien, tirando su cabeza hacia atrás, largó una estruendosa carcajada.

Calfucurá, indio chileno que nunca fue deportado a su lugar de origne. Fue uno de los que enfrentó a las fuerzas de Roca

Roca sabía que el asunto era demasiado serio y que se necesitaba un cambio de timón para solucionarlo. A fines de 1875 un malón había asolado Tandil y al año siguiente los caciques Namuncurá, Renquecurá, Catriel, Coliqueo y Pincén tuvieron a maltraer a los poblados del centro y oeste de la provincia de Buenos Aires.

El militar intentó un manotazo de ahogado para ser escuchado. En 1876 hizo pública por los diarios su idea de guerra ofensiva, que era casi como una copia de la campaña que había implementado Juan Manuel de Rosas en 1833 y que tantos réditos le había dado. Y de paso criticó algunas medidas de Alsina, como su famosa zanja. Aseguró que necesitaba un año para preparar la campaña y otro para llevarla a la práctica. Esto es, en dos años terminaría con el problema del indio. Pero nadie le prestó atención.

El presidente Nicolás Avellaneda, su coprovinciano, apoyó a su ministro, quien caminaba con pies de plomo porque no quería meter la pata y que ningún error le impidiese llegar, en lo que sería su tercer intento, a la presidencia de la nación.


La zanja en plena construcción. Aún se cavaba cuando Alsina falleció. Roca ordenó suspender las obras

Porque el que se quema con leche cuando ve una vaca llora: quiso ser presidente en 1868 pero la alianza de Mitre con Sarmiento lo obligó a conformarse con ser el vice del sanjuanino, quien para colmo lo ninguneó durante toda la gestión. Luego intentó serlo en 1874, pero a último momento retiró su candidatura, asumiendo la cartera de Guerra y Marina luego de arreglar con Avellaneda la fundación del Partido Autonomista Nacional cuando se unió el partido Autonomista del primero con el Nacional del segundo.

Ahora no cometería más errores, más aún cuando el presidente Avellaneda había pactado con los belicosos mitristas, a quienes les había prometido la provincia de Buenos Aires y dejar el camino libre a la primera magistratura a Alsina. Todo cerraba.

La historia cambiaría los últimos días de diciembre de 1877. Alsina, quien desde octubre estaba recorriendo el interior bonaerense, coordinando algunas acciones militares y transitando la línea de fortines, en Carhué se sintió enfermo y volvió a la ciudad de Buenos Aires.

Ministro Roca

Luego de ser atendido por los médicos su salud pareció mejorar pero el 29 de diciembre falleció, luego de una agonía en la que daba órdenes militares y llamaba al presidente Avellaneda. Roca se enteró por un telegrama que le enviaron a San Juan.

La famosa Campaña al Desierto reflejada en el lienzo por Juan Manuel Blanes (La Revista de Río Negro)

El 4 de enero de 1878, el día en que Alsina hubiera cumplido 49 años, Roca fue nombrado ministro de Guerra. Un poco desde su casa y otro desde su despacho, porque demoró en recuperarse, puso manos a la obra. Luego de suspender las obras de la zanja, echó mano a la ley 215 sancionada durante la gestión de Sarmiento que estipulaba que la frontera con el indio debían ser los ríos Río Negro y Neuquén.

Obtuvo del congreso $1.600.000 que necesitaba y que el Estado recuperaría luego de que se vendiesen las tierras que hasta entonces ocupadas por el indígena.

Entre los principales caciques a derrotar -muchos de ellos hacía rato que estaban en franca retirada- estaban los ranqueles Manuel Baigorrita, Ramón Cabral y Epumer Rosas. Los araucanos Marcelo Nahuel y Tracaleu, los tehuelches Sayhueque y Juan Selpú y el célebre Namuncurá, el de la dinastía de los piedra, que terminaría rindiéndose en 1884. “Si ellos son de piedra, yo soy Roca”, advirtió el ministro.

Consiguió entusiasmar a Estanislao Zeballos, un abogado rosarino de 24 años quien, en tiempo récord, escribió el libro “La conquista de quince mil leguas. Estudio sobre la traslación de la frontera sud de la República al río Negro”, donde exponía antecedentes históricos y argumentos contundentes sobre la necesidad de dominar miles de hectáreas improductivas. La obra fue un verdadero éxito cuando salió en septiembre de 1878 y debió imprimirse una segunda edición. Zeballos, quien decidió no cobrar por su trabajo, lo dedicó “a los jefes y oficiales del Ejército Expedicionario”.

Hasta las operaciones militares de 1878 y 1879, la presencia del ejército en territorio dominado por el indígena eran los fortines. (Archivo General de la Nación)

La convalecencia para recuperarse de la fiebre tifoidea le llevaría a Roca unos tres meses. Al llegar se instaló en una casa que compró en la calle Suipacha, entre Corrientes y Lavalle, de una ciudad de la que había decidido que no se iría nunca más.

Roca movilizó al ejército, cuyos soldados iban armados con los modernos fusiles Remington que podían realizar seis disparos por minuto. Enfrente los indígenas iban a la pelea muñidos de una lanza tacuara, de unos cuatro metros de largo, que en su punta tenía asida una tijera de esquilar. También llevaban dos o tres boleadoras y cuchillo. Cabalgaban, en medio de una gritería infernal, como “demonios en las tinieblas”.

Roca pretendió formar una fuerza numerosa pero dividida en pequeños cuerpos que se moviera rápido. En total serían 23 expediciones, cada una de ellas de 300 hombres. En tiempo récord, se logró movilizar a 6.000 soldados, 800 indios amigos, y se reunieron 7.000 caballos y ganado vacuno para alimentación. En el medio de la campaña cuando se terminaron las vacas, lo que se consumió fue carne de yegua. No solo iban soldados, sino también un grupo de curas para evangelizar a los indígenas. También se incorporó a científicos extranjeros que estaban en el país desde la época de Sarmiento y cubrió la expedición el retratista Antonio Pozzo, que dejó un valioso testimonio fotográfico.

Entre los caciques que cedieron guerreros para el ejército se cuentan al borogano Coliqueo, al pampa Catriel y a los tehuelches Juan Sacamata y Manuel Quilchamal. La expedición tuvo cinco divisiones operativas y como lo había hecho Rosas, en esta operación también se dispuso de columnas que salieron de distintos puntos.

La meta que Roca se impuso y que mantuvo en secreto era que el 25 de mayo de 1879 debía celebrarlo en Choele Choel. En Buenos Aires tomó el tren a Azul y de ahí se dirigió a Carhué, de donde partió el 29 de abril. Se transportaba en una berlina, que le resultaba más cómoda para trabajar con los mapas, documentos y libros. Cuando el 14 de mayo cruzó el río Colorado, homenajeó a su antecesor y bautizó el lugar como Paso Alsina, en el actual partido de Patagones. Tal como lo había planeado, el 24 de mayo de 1879 llegó a Choele Choel. A las 6 de la mañana del 25, se tocó diana, se izó la bandera, hubo banda militar y misa.

Trágico fin

La campaña dejó un saldo de por lo menos 1400 indígenas muertos, producto de combates en campo abierto o de ataques sorpresivos a tolderías. Hombres y mujeres fueron separados para evitar la descendencia. Miles de mujeres y niños fueron condenados a una vida de semi esclavitud como servicio doméstico de familias porteñas. Los chicos también eran apartados para siempre de sus madres, en medio de escenas desgarradoras, y su destino era decidido por la Sociedad de Beneficencia.

Los guerreros prisioneros fueron empleados como mano de obra barata en estancias, en trabajos agrícolas en el oeste, en yerbatales y en algodonales en el noreste, en obrajes madereros o en ingenios azucareros en el norte. Otros fueron enrolados en las filas del Ejército y la Marina. Los que el gobierno consideraba más peligrosos, fueron confinados a la isla Martín García donde rompían piedras para el empedrado de la ciudad de Buenos Aires. Muchos murieron por la mala alimentación y las enfermedades. Los caciques sobrevivientes no tuvieron más remedio que someterse y pudieron vivir tranquilos en parcelas asignadas por el gobierno.

Se recuperaron centenares de cautivos y el Estado tomó posesión de 500 mil kilómetros cuadrados de territorio, mucho del cual fue repartido entre políticos, hacendados y militares.

Las operaciones continuarían algunos años más. Los caciques Namuncurá y Baigorrita, aunque debilitados, aún no habían sido derrotados. Los malones, que se habían convertido en una pesadilla durante los gobiernos de Mitre y Sarmiento, terminaron. Pero a esa altura Roca, a los 35 años, preparaba su siguiente empresa: la de ser presidente.


lunes, 3 de marzo de 2025

Aonikenk: Los nómades de la Patagonia argentina




"Los patagones, llamados por los araucanos en su idioma "huiliche" (hombres del sur)



Los españoles de Carmen conocen con el nombre de "tehuelches", que, sin ninguna duda, les fue impuesto por los puelches, se dividen en dos tribus: la del norte, se llama tehuelche, y la del sur, a orillas del estrecho de Magallanes, que los otros patagones denominan "Inaken". Es la última nación del continente americano; habita las márgenes del Río Negro en el 41° de latitud sur, y más al norte del Río Colorado, hasta las partes orientales del estrecho de Magallanes, donde la han visto todos los navegantes que han hablado de los verdaderos patagones, desde el inmortal Magallanes, que fue el primero en conocerlos (...). Por lo demás, como todos los pueblos cazadores, no pueden residir en un lugar que no posee caza abundante; por eso, cuando la caza se hace rara, parten en busca de un lugar donde puedan permanecer algún tiempo. De ahí proviene la poca fijeza de su domicilio y su vida errante y vagabunda de norte a sur y de este a oeste. Puede decirse que habitan desde el Río Negro hasta el estrecho de Magallanes y desde el pie oriental de los Andes hasta la orilla del mar, sin poder establecer, como justeza, el sitio donde residen en particular. Por lo que he podido saber de ellos mismos, hacen, casi todos los años un viaje a las fuentes del Río Negro, a fin de obtener semillas de araucaria para sus provisiones, y al mismo tiempo manzanas, que abundan de manera asombrosa en los contrafuertes orientales de los Andes, tanto como el durazno en la desembocadura del Plata. Los manzanos fueron también sembrados por los primeros españoles que habitaron los Andes en Chile poco después de la conquista, porque, después de esa época, los conquistadores fueron rechazados por los araucanos (...). La estación de cosecha es, al mismo tiempo, una época en la cual los indios patagones del sur van con sus pieles a comerciar con los aucas de las cordilleras y de las pampas, y con los puelches que llegan a las márgenes del Colorado. El sitio de reunión para esas citas anuales es por lo general la isla de "Choele-Choel", formada por la separación de los dos brazos del Río Negro, a sesenta u ochenta leguas de su desembocadura. Allí se dirige el patagón, con sus pieles de guanaco; el auca y el puelche con sus tejidos (...); y desde allí, se entablan los intercambios que, desde los tiempos remotos, tienen lugar entre naciones australes, cuando las guerras no las dividen. Es así que los patagones se proveyeron pronto de caballos, de numerosos rebaños, y que los objetos europeos, llevados por los españoles, con las palabras españolas, lo que explica las que oyeron pronunciar Bougainville y Wallis en 1767; pero lo que prueba mejor las comunicaciones frecuentes entre todas esas naciones, y hasta las de Tierra del Fuego, son las palabras españolas que Weddel oyó pronunciar a los habitantes de la parte sur de la Tierra del Fuego, que, no para cazar, sino para buscar conchillas de que se alimentan, están obligados a viajar continuamente de una isla a otra. Son, por lo demás, las únicas naciones navegantes de toda la punta de América, puesto que ni los patagones, ni los puelches, ni los aucas de las pampas, han tenido nunca la idea de contruirse una almadía para cruzar un río".



Por: La Rosa

viernes, 14 de febrero de 2025

Aonikenk: John Evans y los aborígenes encerrados en 1885

1885-1890. John Evans: “Los indios encerrados y con hambre pedían pan, gritaban ‘poco bara chiñor, poco bara chiñor’”

La voz del Chubut




Reservas indígenas en el Departamento Río Senguer. En la actualidad solo perduran las de Quilchamal y Tramaleo

El período 1885-1890 merece un tratamiento diferenciado, ya que durante ese tiempo todas las expediciones y viajeros que recorrieron Chubut (Fontana, Steinfeld-Botello, Moyano, etc) sólo encontraron vestigios de asentamientos de tribus, o individuos que vagaban separados de sus tribus. Es decir que durante ese período Chubut se presenta como un territorio despojado de presencia de los pueblos originarios. Ese vacío humano fue consecuencia de la Conquista del Desierto. Entre 1883 y 1885, las tribus tehuelches que habitaban el sur de Río Negro y Chubut fueron concentradas en Valcheta de modo voluntario o bien llevadas prisioneras.

Una nota publicada en 1937 en la revista Argentina Austral, dice al respecto:

“Cuando el Comandante Lino Oris de Roa, fue a Deseado con el Villarino, comisionado por Winter, para despejar de indios la costa e instalar en Valcheta las tolderías que hallara sobre el litoral, por más de índole mansa que aquellos fuesen, imposibilitando así que las tribus alzadas se respaldasen sobre ellas, el General Villegas se encargó de dar el último golpe al salvaje que aún señoreaba en las cordilleras”. (Argentina Austral, abril 1937)

En ese paraje, situado al sureste de Río Negro, el Ejército argentino estableció un fuerte y lo que hoy en día podría ser interpretado como un “campo de concentración”. Los testimonios de viajeros y exploradores al servicio del Gobierno argentino, como Burmeister, Francisco Moreno y Ramón Lista, hablan del asentamiento simultáneo en el lugar de tropas del ejército y tolderías tehuelches; pero el testimonio del galés John Evans devela que Valcheta no sólo era utilizado como un simple asentamiento donde aborígenes y soldados convivían en armonía. En 1888, Evans y cinco compañeros, viajaron de la colonia galesa del valle del Chubut a Patagones para comprar ganado. En el trayecto entre la colonia y Patagones pasaron por Valcheta. Allí vivió una experiencia que “le marcó el alma duramente”: “El camino que recorríamos era entre toldos de los indios que el Gobierno había recluido en un reformatorio. En esta reducción creo, que se encontraban la mayoría de los indios de la Patagonia, el núcleo más importante estaba en las cercanías de Valcheta; estaban cercados por alambre tejido de gran altura, en ese patio los indios deambulaban, trataban de reconocernos, ellos sabían que éramos galeses del Valle del Chubut, sabían que donde iba un galés seguro que en sus maletas tenía un trozo de pan, algunos aferrados del alambre con sus grandes manos huesudas y resecas por el viento intentaban hacerse entender hablando un poco castellano un poco galés «Poco Bara Chiñor», «Poco Bara Chiñor» (un poco de pan señor) […] Al principio no lo reconocí pero al verlo correr a lo largo del alambre con insistencia gritando BARA BARA, me detuve cuando lo ubiqué. Era mi amigo de la infancia, mi HERMANO DEL DESIERTO, que tanto pan habíamos compartido. Este hecho llenó de angustia y pena mi corazón, me sentía inútil, sentía que no podía hacer nada para aliviarle su hambre, su falta de libertad, su exilio, el destierro eterno luego de haber sido el dueño y señor de extensiones patagónicas y estar reducidos en este pequeño predio. Para poder verlo y teniendo la esperanza de sacarlo le pagué al guarda 50 centavos que mi madre me prestó para comprarme un poncho, el guarda se quedó con el dinero y no me lo entregó, si pude darle algunos allí solucionaron la cuestión. Tiempo más tarde regresé por él, con dinero suficiente dispuesto a sacarlo por cualquier precio, y llevarlo a casa, pero no me pudo esperar, murió de pena al poco tiempo de mi paso por VALCHETA” (Evans, 1999)

El crudo testimonio de Evans lo dice todo: alambrados de gran altura, prisioneros, guardias armados, etc. Esto bien puede ser interpretado como lo que se conoce como un campo de concentración.

La situación, entre otros, afectó a los caciques Sacamata y Maniqueque. En 1883, Sacamata y su gente fueron encontrados por el Coronel Roa a 80 kilómetros de la colonia galesa y luego conducidos a Valcheta. Como Sacamata no opuso resistencia, colaboró conduciendo un arreo de ganado y posteriormente facilitó baqueanos (en su situación no le era posible hacer lo contrario) para que las tropas exploraran el interior del territorio, fue considerado “indio amigo”, al decir de la época.

Según manifestaron los exploradores en sus crónicas, los “indios amigos” residían en sus toldos conviviendo con las tropas, sin ser molestados.

En cambio, Maniqueque y su gente fueron tomados prisioneros en 1883 tras el combate de Apeleg. Maniqueque tuvo la mala suerte de estar acampando en ese valle cuando las tropas se enfrentaron con los manzaneros de Inacayal y Foyel.

Los indígenas capturados en el suroeste del Chubut tras los combates de Apeleg en 1883 y Genoa en 1884, fueron conducidos a pie hasta Valcheta. Los prisioneros caminaron una distancia aproximada de 900 kilómetros.

Otras tribus tehuelches que frecuentaban la región del Senguer, como los de Kánkel y Sapa, se libraron de ser conducidas a Valcheta porque en ese tiempo residían en el territorio de Santa Cruz.

Algunas de las tribus establecidas en Valcheta entre 1885 y 1886 fueron: Sacamata, Pitchalao, Cual, Chico y Maniqueque.

Hacia fines de la década de 1880, exploradores y viajeros volvieron a encontrar a las tribus tehuelches diseminadas por todo el territorio del Chubut, entre ellas a las que habían estado concentradas en Valcheta. De acuerdo a ello, se puede determinar que la reducción-prisión fue desarticulada a fines de esa década.

De no ser por el testimonio de Evans, no se hubiese tenido un panorama completo de lo que en realidad aconteció en Valcheta.

Libro “La colonización del oeste de la Patagonia central”, de Alejandro Aguado.

martes, 28 de enero de 2025

Patagonia: La vida del aonikenk Pablo Silbo

El tehuelche Pedro Silbo, conocido como Martín Platero. Vaqueano, cautivo de los araucanos y preso del ejército

La Voz del Chubut



Gente de la tribu de Quilchamal, 1902. Foto Clemente Onelli

Según el testimonio de viejos pobladores y antiguos colonos, el indígena tehuelche Pedro Silbo, conocido como Martín Platero por su profesión, residió varios años en el vado del río Senguer a finales del siglo XIX.

En 1869, el inglés George Musters conoció a Platero cerca de la desembocadura del río Santa Cruz. En dicho lugar, donde tenía su establecimiento el comerciante y marino argentino Luis Piedra Buena, Musters compartió varias jornadas de caza con Platero.

Algunos años después, en 1875, el Dr. Francisco Moreno lo encontró en la toldería de Sayhueque, el jefe supremo de los manzaneros.

La siguiente referencia es de 1885-1886 y proviene del Coronel Fontana, primer Gobernador del Territorio del Chubut y jefe de la expedición conocida como “Los Rifleros del Chubuť”. Al doblar el codo de un valle, cerca de la precordillera, los expedicionarios descubrieron un toldo:

“… Sin pérdida de tiempo, hice rodear la caballada y las catorce vacas que habíamos tomado antes, y adelantándonos con diez hombres pude cercar los toldos consiguiendo capturar dos indios, dos mujeres y seis niños de dos a siete años. Tenían estos para su servicio, solamente, once caballos y diecisiete perros de caza […] Uno de estos indios se llama Martín Platero, y es platero de oficio, como podía probarlo con algunas piezas de plata que aún no tenía concluidas y con sus herramientas consistentes en una bigornia, dos martillos, limas de varias clases y algunos otros utensilios.

Había conocido a Francisco Moreno cuando estuvo en los toldos de su antiguo señor (Sayhueque) y no quedaba duda de que decía verdad, porque preguntándole respecto a indicios físicos de Moreno, me contestó que era joven, un poco grueso y que tenía vidrios en los ojos. También había conocido mucho antes a Musters. (Coronel Fontana)

El galés John Murray Thomas, uno de los integrantes de la expedición, llevaba un diario en el que consignó lo siguiente acerca del encuentro con Platero:

“…Lunes 14 de diciembre (1885). Dejamos el campamento a las 10 a.m. en dirección al S.S.E. por 3 millas, S.E. 1/2 milla. Cuando vimos una carpa india, no podíamos decir con certeza si alguna otra carpa podría ser vista, pues el primer lote volvió a avisar a los otros. Luego unos dieciocho hombres avanzaron en un galope callado, con la excepción de los dos hombres del Gobernador, que de la manera más imbécil se corrieron hacia adelante y asustaron a la pobre china y a los dos niños que habían sido dejados en el toldo. Resultó que era solamente un toldo con una familia integrada por un hombre, dos mujeres y seis niños; el hombre, un muchacho y una china estaban afuera cazando y la otra china y cinco niños habían quedado en el toldo. Para poder prender al indio nosotros acampamos cerca, pues queremos que nos sirva de baqueano (guía) […] Al cabo de un rato aparecieron los cazadores, pero en vez de acercarse se pararon lejos, mirando hacia el toldo que estaba sitio (sitiado); se mandó a la otra mujer como mensajera de paz, pero pasó una buena media hora antes que se acercaran al toldo, lo que hicieron despacio y con cautela. Por medio del traductor supimos que esta familia, antes de la reducción de los indígenas, había pertenecido a la tribu de Sayhueque. El indio se llamaba Martín Platero; había recibido este nombre en razón de su oficio […] decía que solo él y su familia habían escapado de la barrida que hiciera el ejército argentino dos años antes. Al examinar sus pertenencias se halló que su única arma era una lanza larga y fuerte, en cuyo extremo, como elemento ofensivo, tenía media tijera de esquilar, de borde muy filoso […] Martes 15 de diciembre. Partimos a las 10 a.m. acompañados por el indio y su familia; ellos van al lado nuestro pero muy despacio…” (Veniard)


Como se ve, Platero fue obligado a actuar como baqueano de expedición, para que los condujera al nacimiento del río Senguer. Según recordaba el galés John Daniel Evans, integrante de la expedición, durante la marcha Platero intentó escapar:

“…La expedición marchaba adelante y atrás venia la familia de Martín Platero con rumbo S.O, él andaba muy despacio. A unos 800 metros de los punteros, regresé por él, su actitud era muy sospechosa, tenía la lanza tomada por la mitad y en un descuido arrimó el caballo junto al mío y comenzó a cortar lanza, es la posición más adecuada para la lucha de a caballo. En el acto recordé el episodio del Valle de Los Mártires (miembros de la tribu de Salpú los atacaron de improviso y mataron a los tres compañeros de Evans. El escapó gracias a su caballo Malacara); pero de cualquier forma debía ganar tiempo, tomé mi Remington de la funda que tenía prendida a la montura y le apunté a la cabeza. Le ordené marchar adelante, en caso contrario lo mataría en el acto…” (Evans)


Luego lo desarmaron y no dejaron de vigilarlo. Días después la expedición arribó al nacimiento del río Senguer y descubrieron un gran lago, al que los hombres llamaron “Fontana”,  y como acontecimiento, levantaron un poste para izar la bandera argentina.

A Platero le llamó la atención el poste y preguntó para qué era, a lo que Antonio Miguens le respondió en broma: “Mañana cuando salga el sol te colgaré del pescuezo de la punta del palo”. El 1 de enero de 1886, luego del festejo, descubrieron que Platero, había huido durante la noche. Creyó que cumplirían con la amenaza de colgarlo.

John Murray Thomas dijo al respecto de la huida de Platero: “Viernes 1 de enero. Cuando nos levantamos esta mañana, descubrimos que el indio había huido, lo que nos causó escalofríos…” (Veniard)

Cuando arribaron al sitio donde habían dejado acampando a la familia de Platero, William Lloyd Jones Glyn, otro integrante de la expedición, señaló:

“Llegamos al vado de los tehuelches a la tarde y supimos por el informe de los gauchos que el indígena y su prole habían ganado su libertad una vez más… pienso que el sentir general de la compañía era: feliz viaje para él, sus mujeres e hijos y los quince galgos.” (Veniard, 1986)

Asencio Abeijón, el escritor-cronista de la colonización de la Patagonia central, en su libro “El vasco de la carretilla y otros relatos”, reconstruyó lo que vivió Platero durante algunos años, luego de escapar de la expedición de Fontana:

“La suerte no acompañaba a Platero, porque poco tiempo después, un cacique lo tomó cautivo por más de un año, y luego lo liberó. No tardó en caer en manos de las tropas de línea de Vinter (General Lorenzo Vinter), que lo llevaron cautivo a Patagones. Allá lo halló más tarde Evans, uno de los galeses que lo persiguieron. A este le contó los motivos de su deserción, y que cuando ellos perdieron sus rastros persiguiéndolo, ya lo tenían tan cerca, que él los veía desde unos cerros, y ya llevaba los caballos cansados.” (Abeijón, 1986)


El 27 de noviembre de 1888, los exploradores Steinfeld y Botello lo encontraron en inmediaciones del Valle Alsina, en el río Chubut, cuidando las mulas de un ingeniero apellidado Garzón. Ese día, al intentar cruzar el río, Botello y Steinfeld casi mueren ahogados al ser arrastrados por las aguas. Fueron oportunamente socorridos por unos paisanos que acampaban en el lugar. Platero, que era uno de los que acampaba, les facilitó un caballo para que Carlos Ameghino, el jefe de Botello y Steinfeld, cruzara el río.

Libro “La colonización del oeste de la Patagonia central”, de Alejandro Aguado.

martes, 7 de enero de 2025

Argentina: Los comechingones

Pueblo Originario Comechingones





El Origen del término Comechingón no está precisamente definido. Contamos con versiones; de acuerdo con su etimología procedería de comi “serranía” o “sierra”;chin, “pueblo”; y el sufijo gon, plural de la palabra pueblo: “pueblos de las serranías”.
Esta misma versión tiene una variante, la traducción de gon sería “abundancia”, por lo que el nombre resultante es: “valle serrano de muchos pueblos”.
Otra teoría dice que el término Comechingón se traduce: “los que viven en las cuevas” y habría surgido al ser bautizados de este modo por su tribu vecina, los Sanavirones, que hacían referencia al hecho de que con frecuencia los comechingones moraban en cuevas.
Ocupaban la región de Córdoba y nordeste de San Luis.
 Los sanavirones llamaron comechingones a sus vecinos del sur, es decir, a los indígenas que habitaban en cuevas desde la zona de Cruz de Eje hasta la de Achiras en el sur, en la provincia de Córdoba; en San Luis ocupaban el área de Conlara.
Los comechingones son descriptos así: altos, morenos, barbados. Caracteres que distinguen a los huárpidos; las mediciones de esqueletos hallados dan una media de 1,65m y 1,68m; su cabeza era más o menos alargada y siendo deformada en la forma tubular erecta típica de los diaguitas.


Origen

La antigüedad de los comechingones en las sierras cordobesas parece muy remota; 1a gruta de Candonga fue habitada desde los primeros tiempos de la era presente; pero son anteriores todavía los aborígenes de los yacimientos de Ongamira y Observatorio, pues todavía no conocían la alfarería y predominaba en ellos el instrumental lítico y de hueso. Alberw Rex González estudió el horizonte precerámico de las sierras cordobesas, el yacimiento de Ayampitin en Pampa de Olaen, el abrigó de Ongamira, la gruta de lntihuasi, en San Luis. Los restos arqueológicos hallados tendrían una antigüedad de cinco milenios, según O. Menghin. Elementos de la época paleolítica como las puntas de lanza o jabalina, de piedra y en forma de hoja de laurel, hallados en varios lugares, perduraron hasta la llegada de los españoles; probablemente aquellas "medias picas" de que hablan los documentos de la época de la conquista fuesen esas antiguas lanzas o jabalinas.


Cultura

A las primeras etapas de la cultura se habrían agregado elementos andinos, que aportaron el cultivo de la tierra, el sedentarismo, la cría de llamas, el hilado y el tejido, el vestido de lana, la cerámica negruzca y grabada y el uso de objetos de metal, aunque no aun metalurgia propia.
En la cultura y el hábitat de los comechingones se advierten también elementos de origen amazónico, probablemente transmitidos por los vecinos del norte y del noroeste, los sanavirones. Tendría esa ascendencia sobre todo el modelado de la cerámica dentro de cestos, en el sector septentrional o henia, de asa ancha y maciza, que Serrano llamó aletón. Quizás se podrían añadir algunos fragmentos de cerámica fina y pintada; y las hachas de piedra pulimentada, del Neolítico.-
Los comechingones de la época histórica fueron la resultante de esas distintas influencias, las incaicas no llegaron hasta ellos y las amazónicos son muy débiles; y eso distingue a estos pueblos de los otros del noroeste. Aparido puede hablar de una "verdadera ínsula etnográfica dentro de la cual se han conservado los elementos de una cultura primordial que, en cierta época, habría sido común a buena parte del noroeste argentino.
Del nivel cultural de los indígenas de las sierras de Córdoba ofrecen excelentes testimonios las pinturas rupestres, abundantes en tres grandes zonas, la sierra de Comechingones, hacia el sudoeste, colindando con la provincia de San Luis; las sierras de Guasapampa y de Cuniputo, esta última una ramificación de la Sierra Chica, hacia el noroeste, cerca de la provincia de La Rioja, y hacia el norte, las Sierras del Norte, con ramificaciones hacia Santiago del Estero.



jueves, 12 de diciembre de 2024

Pueblos originarios: Los grandiosos Aonikenk

Los Aonikenk: Guardianes de la Patagonia







Gente del Cacique Mulato, abajo a la derecha y con vincha blanca esta Kachorro o Chaleco.



En las vastas y austeras tierras de la Patagonia, una región conocida por sus imponentes paisajes y climas extremos, vivieron los Aonikenk, también conocidos como los Tehuelches meridionales. Este grupo indígena, cuyos orígenes se remontan a tiempos inmemoriales, desarrolló una cultura y un modo de vida estrechamente entrelazados con la naturaleza salvaje que les rodeaba.

El Territorio de los Aonikenk

Los Aonikenk habitaron una extensa área que se extendía desde el río Santa Cruz, en la actual Argentina, hasta el estrecho de Magallanes, en Chile. Este vasto territorio incluía estepas, montañas y zonas costeras, cada una con sus propios desafíos y recursos. A pesar de la dureza del clima y el terreno, los Aonikenk demostraron una notable capacidad de adaptación, moviéndose estacionalmente para aprovechar al máximo lo que cada región podía ofrecer.

La Vida Nómada

La vida de los Aonikenk era un constante movimiento. En los cálidos meses de verano, ascendían a las mesetas altas y montañas, donde cazaban guanacos, su principal fuente de alimento y materia prima. Los guanacos no solo proporcionaban carne, sino también pieles para vestimenta y refugios. El ñandú, otro animal esencial, les daba plumas y huevos, y su caza se realizaba con boleadoras, una herramienta ingeniosa que simboliza la destreza y conocimiento de estos pueblos.

Durante el invierno, cuando los vientos patagónicos azotaban con más fuerza y las temperaturas caían, los Aonikenk descendían a los valles y las zonas costeras. Aquí encontraban refugio y aprovechaban los recursos del mar, pescando y recolectando mariscos, lo cual complementaba su dieta y aseguraba su supervivencia en los meses más duros.

La Organización Social y Familiar

La familia era el pilar fundamental de la sociedad Aonikenk. Las unidades familiares extendidas se unían en bandas más grandes para cazar y recolectar, formando una red social que garantizaba el bienestar de todos sus miembros. Los roles dentro de estas bandas estaban claramente definidos: los hombres se dedicaban a la caza y la protección del grupo, mientras que las mujeres se encargaban de la recolección de plantas, la preparación de alimentos y el cuidado de los niños. Los más jóvenes participaban en las tareas cotidianas, aprendiendo desde temprana edad las habilidades necesarias para la vida adulta.

Los Aonikenk vivían en toldos, estructuras portátiles hechas de pieles de guanaco y armazones de madera. Estos refugios eran ideales para su vida nómada, permitiéndoles desmontarlos y transportarlos fácilmente en sus desplazamientos. A pesar de la simplicidad aparente de sus viviendas, estos toldos eran eficientes para protegerse del clima extremo de la región.

Rituales y Creencias

La espiritualidad y las creencias de los Aonikenk estaban profundamente arraigadas en su entorno natural. Los animales, las montañas y los elementos eran vistos como entidades espirituales, y su mitología reflejaba esta conexión íntima con la naturaleza. Realizaban ceremonias para honrar a los espíritus de los animales cazados, para marcar el paso de la niñez a la adultez y para celebrar los ciclos naturales de su entorno.

 

Introducción

Los Aonikenk, también conocidos como Tehuelches meridionales, fueron un grupo indígena que habitó la región de la Patagonia, específicamente en las zonas de la actual Argentina y Chile. Su cultura, tradiciones y modo de vida estaban íntimamente ligados a la geografía y recursos de la región.

Características Generales

  1. Nombre y Tribus:

    • Nombre: Aonikenk, también llamados Tehuelches meridionales.
    • Subgrupos: No existía una estructura tribal estricta como en otras culturas indígenas, pero se organizaban en bandas o grupos familiares.
  2. Ubicación Aproximada:

    • Territorio: Los Aonikenk ocupaban principalmente la región sur de la Patagonia, desde el río Santa Cruz en Argentina hasta el estrecho de Magallanes. También se extendían hacia el oeste, en la parte sur de Chile.
    • Áreas Clave: Habitaban tanto en las estepas patagónicas como en las regiones montañosas y costeras, adaptándose a los diferentes ecosistemas de la región.

Vida Nómada y Recorridos Anuales

  1. Recorridos Estacionales:

    • Los Aonikenk eran nómadas, moviéndose a lo largo del año en función de la disponibilidad de recursos.
    • Verano: Durante los meses más cálidos, se desplazaban hacia las montañas y mesetas altas, donde cazaban guanacos y recolectaban plantas silvestres.
    • Invierno: En los meses fríos, bajaban hacia las zonas más bajas y protegidas, como valles y áreas costeras, donde las temperaturas eran más moderadas y podían encontrar refugio y recursos alimentarios.
  2. Caza y Recolección:

    • Caza: Principalmente guanacos y ñandúes, utilizando boleadoras y arcos con flechas.
    • Recolección: Frutos silvestres, raíces y plantas medicinales. También pescaban y recolectaban mariscos en las zonas costeras.


Vida Familiar y Organización Social

  1. Estructura Familiar:

    • La unidad básica de la sociedad Aonikenk era el grupo familiar extendido, que incluía a padres, hijos y otros parientes cercanos.
    • Las familias se agrupaban en bandas más grandes para facilitar la caza y la recolección.
  2. Roles y Divisiones de Tareas:

    • Hombres: Principalmente responsables de la caza y la protección del grupo.
    • Mujeres: Encargadas de la recolección de plantas, la preparación de alimentos y el cuidado de los niños.
    • Niños: Participaban en las actividades familiares y aprendían las habilidades necesarias para la vida adulta.
  3. Viviendas:

    • Utilizaban toldos, estructuras hechas con pieles de guanaco y armazones de madera, que podían desmontarse y transportarse fácilmente en sus desplazamientos.
  4. Rituales y Costumbres:

    • Practicaban ceremonias y rituales relacionados con la caza, el paso a la adultez y eventos naturales importantes.
    • La mitología y las creencias espirituales estaban ligadas a la naturaleza y los animales que les rodeaban.

 

De Izquierda a Derecha; Puro, Cacique Mulato y Canario
Edie Daniel Duré Muy buena la foto y mucho mejor al mencionar a los que posan.

 

Conclusión

La historia de los Aonikenk es un testimonio de la resiliencia y la capacidad de adaptación humana. Enfrentando uno de los entornos más inhóspitos del planeta, desarrollaron una cultura que no solo sobrevivió, sino que prosperó en armonía con la naturaleza. Hoy, su legado perdura como un recordatorio de la profunda conexión entre los seres humanos y su entorno, y de la increíble habilidad de las culturas indígenas para vivir en equilibrio con la tierra. Los Aonikenk, guardianes de la Patagonia, nos enseñan sobre la importancia de respetar y entender el mundo natural que nos sustenta.




lunes, 2 de diciembre de 2024

Arqueología: Restos de poblaciones aonikenks en Río Negro

Un asombroso hallazgo milenario en la meseta Somuncurá da pistas sobre los antiguos pobladores de la Patagonia

La voz del Chubut





En el sitio Curapil, arquéologos encontraron grabados sobre piedra. Crédito Emiliano Mange

Científicos de instituciones públicas revelaron los secretos del sitio Curapil, que guarda uno de los pocos conjuntos de grabados sobre piedra. Se encuentra en la meseta de Somuncurá, un territorio de 25 mil kilómetros cuadrados emplazado entre Río Negro y Chubut. El inusual hallazgo revela asombrosos datos sobre las poblaciones que habitaron la región hace miles de años.

El hallazgo estuvo a cargo de un grupo de investigadores de la Universidad Nacional del Centro, la Universidad Nacional de la Plata y del CONICET. Analizaron los motivos de los grabados, y sus contextos, para evaluar la movilidad humana que había en el territorio. Sus conclusiones fueron publicadas recientemente en la revista Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología.

“A este sitio llegamos durante una recorrida por la zona. Entramos a un puesto donde nos comentaron sobre las piezas que tenían en el interior de su campo”, recordó el investigador Luciano Prates.

El área se encuentra emplazada en una zona próxima a un manantial, entre las localidades rionegrinas de Ramos Mexía y Sierra Colorada.

Las primeras expediciones de campo se realizaron en 2011, pero no fue sino hasta 2018 que se pudo completar el registro de arte rupestre. Los científicos lograron identificar 92 imágenes grabadas sobre piedra volcánica, las cuales se encuentran agrupadas en seis sectores, diseminados en un radio de 100 metros.



Se identificaron 92 imágenes grabadas sobre piedra volcánica en Curapil. Crédito Natalia Carden

“Encontramos centenares de grabados. Se trata de un tipo de arte distinto al de las pinturas rupestres. En este caso, las figuras se encuentran percutidas en un morro, al lado de una vertiente de agua”, amplió Prates.

Según se menciona en el artículo científico, los surcos que constituyen estas imágenes varían entre los 0,5 y 2 centímetros de espesor. Además, para su estudio se los clasificó de acuerdo “con su forma geométrica y su semejanza con referentes del mundo real”.

Qué diferencia hay entre grabados y pinturas rupestres

A diferencia de las pinturas rupestres, que son realizadas mediante pigmentos que pueden fecharse, es difícil determinar la edad de los grabados. Al no tener elementos orgánicos y estar compuestos solo de roca, los métodos de fechado actuales son obsoletos para este tipo de arte.

“En las pinturas se pueden realizar análisis físicoquímicos de la composición, pero con los grabados no tenemos esa posibilidad. Aunque los motivos de Curapil se encuentran cubiertos de líquenes, y se podría realizar una liquenometría, su alcance temporal es muy corto. Esta técnica solo sirve para objetos históricos de unos pocos cientos de años”, explicó Natalia Carden, doctora en Ciencias Naturales. Sin embargo, a partir de inferencias por otros grabados hallados en Patagonia Norte, se estimó que los motivos de Curapil tendrían entre dos mil y tres mil años de antigüedad.

Tampoco resulta comprensible para los investigadores conocer el significado de las imágenes representadas por las sociedades de aquel momento. El estudio sólo puede circunscribirse a un pormenorizado análisis de los motivos y su comparación con otras áreas arqueológicas.

“No hay información sobre qué pueden significar. Pero hemos podido identificar figuras humanas y animales. En Curapil es muy común ver pisadas de ñandú o puma”, aseveró Carden. En general, predominan las líneas curvas, las pisadas de aves y las circunferencias.

A simple vista, los investigadores determinaron algunas similitudes con motivos de otros sitios distantes a unos 100 kilómetros. Pero se destacan particularidades que darían a entender que no se trataría de los mismos grupos humanos o del mismo tiempo de elaboración.

Qué se sabe de la movilidad de estas poblaciones

Uno de los objetivos de la publicación científica fue desentrañar el movimiento de los grupos entre el piedemonte —zona al pie de la meseta— y el sector alto de Somuncurá. Aunque se cree que las poblaciones ascendían a la altiplanicie para la caza, los vínculos con otros sitios —emplazados en la porción oriental de la meseta— “no son marcados”.

Una de las preguntas que se hicieron es sí esos grupos de cazadores habrían subido a la meseta de Somuncurá, un lugar muy propicio para la caza de guanaco durante el verano. Para comprobarlo pensaron que tenían que encontrar motivos semejantes con otros sitios. Encontraron algunos, pero cuando empezaron a complejizar el análisis, vieron que no eran exactamente los mismos. “Observamos diferencias”, precisó Carden.

Luego, hipotetizó: “Quizás haya habido diferencias entre la gente que habitaba entre el este y el oeste de la meseta, y que hayan expresado en esos motivos aspectos de su identidad mediante esas diferencias”



Uno de los grabados tiene un renacuajo como motivo. Crédito Natalia Carden

Para afianzar la teoría, los investigadores se encuentran trabajando actualmente en áreas del lado oeste de Somuncurá, cerca de las localidades de Prahuaniyeu y El Caín.

Se cree que los lugares como Curapil habrían constituido “puntos de cabecera y terminales de las travesías» debido a la disponibilidad de fuentes de agua, un recurso escaso en la árida planicie. Además, eran sitios estratégicos para cazar guanacos.

Qué particularidad tienen los grabados

A diferencia de las pinturas rupestres, el hallazgo de grabados sobre rocas no suele resultar tan habitual para los científicos. Esto podría deberse a factores de conservación y a la antigüedad de este tipo de arte.

“Los grabados no son tan comunes como las pinturas. Las pinturas, con patrones rectilíneos y colores rojos, son más abundantes y se supone que pertenecen a edades más tardías de la sociedad. Es decir, pensamos que los grabados estarían mostrando un estadío anterior de los cazadores-recolectores”, especificó Carden.

 

Por Daniel Quilodrán para Diario Río Negro

jueves, 31 de octubre de 2024

Pueblos originarios: Las casas enterradas de los Sanavirones/Comechingones

Las Casas Subterráneas de los Sanavirones/Comechingones






Para protegerse de los inviernos y refrescar los calurosos veranos los Sanavirones construyeron sus "casas bajo tierra", manteniendo así protegidas a sus familias del sol, la lluvia y de los fuertes vientos del Sur que soplaban en el amplio territorio donde asentaban sus pequeños pueblos (Sur de la Provincia de Santiago del Estero y Norte de la actual Provincia de Córdoba en Argentina).
Según relatan la Crónicas Españolas estás "casa pozo" eran un hogar para varios núcleos familiares, vivían allí abuelos, tíos y sobrinos, alrededor de 15 a 20 personas: "A veces las paredes se compactaron con arcilla más fina, dando como resultado una capa de revestimiento". "Se podía ingresar a ellas al menos con 5 hombres montados en sus caballos".
Las casas semi enterradas de los Sanavirones aunque los Comechingones era en realidad un apodo de los Sanavirones. Quiere decir en su idioma vizcachas, porque vivían en esas cuevas hechas debajo de las piedras. Guardaban mucho similitud con las viviendas del pueblo originario Kaingang, del Sur de Brasil.

martes, 6 de agosto de 2024

Argentina: La masacre peronista de Rincón Bomba

Rincón Bomba: el silencio de Perón y la masacre étnica en Formosa que fue ocultada durante más de medio siglo

En 1947, durante el primer gobierno de general, la Gendarmería, con el apoyo de la Fuerza Aérea, mató entre 500 y 750 hombres y mujeres del pueblo aborigen pilagá, por temor a un “un ataque indígena”. Más de setenta años después, la justicia calificó la acción como “genocidio”, aunque jamás llegó a condenar a los responsables

El pueblo indígena pilagá fue masacrado en 1947 y el horror fue silenciado durante más de medio siglo

En marzo de 2020, la Cámara Federal de Resistencia declaró que la masacre contra el pueblo indígena pilagá en la zona de Rincón Bomba, Formosa, debía ser calificado como un “genocidio”. El crimen contra el pueblo indígena, llevado a cabo por fuerzas de la Gendarmería y la Fuerza Aérea, era de larga data. Había sido perpetrado el 10 de octubre de 1947, durante el primer gobierno de Juan Perón. La sentencia ordenó la reparación económica colectiva del pueblo pilagá, con inversiones públicas de infraestructuras y becas de estudio, pero no la reparación individual de los familiares de las víctimas de la etnia.

La represión de los aborígenes era una triste herencia del peronismo, gestada desde la División de Informaciones Políticas de la presidencia de la Nación, que dirigía el comandante de Gendarmería, general Guillermo Solveyra Casares.

Solveyra había creado y comandado el primer servicio de inteligencia de la fuerza en la década del ‘30 e internó a los gendarmes, vestidos de paisanos, en los bosques del Territorio del Chaco para buscar información que ayudara a capturar a Segundo David Peralta, alias “Mate Cosido” -a quien popularizó León Gieco en el tema “Bandidos rurales”- y otros bandoleros sociales que atormentaban, con asaltos y secuestros, a gerentes de compañías extranjeras y estancieros.

Para la época de la masacre del pueblo pilagá, Solveyra Casares tenía su despacho contiguo al del presidente Perón en la Casa Rosada y participaba en las reuniones de gabinete.

En octubre de 1947, la Gendarmería Nacional, que dependía del Ministerio del Interior, exterminó alrededor de 500 indios de la etnia pilagá en Rincón Bomba, Territorio Nacional de Formosa. Más de dos centenares de ellos desaparecieron durante los veinte días que duró el ataque de los gendarmes, con el apoyo de la Fuerza Aérea.

La operación había sido ordenada por el escuadrón de Gendarmería de la localidad de Las Lomitas en respuesta al temor a una “sublevación indígena”.

Para reducir ese temor, exterminaron a los indígenas.

El conflicto se había iniciado unos meses antes.

En abril de 1947, miles de hombres, mujeres y niños de diferentes etnias marcharon hacia Tartagal, Salta, en busca de trabajo. La Compañía San Martín de El Tabacal, propiedad de Robustiano Patrón Costas, se había interesado en contratar su mano de obra para la explotación azucarera.

Patrón Costas era el representante político de los terratenientes. Había fundado la Universidad Católica de Salta, luego fue gobernador de esa provincia y presidente del Senado de la Nación. Su candidatura a presidente por el régimen conservador se malogró en 1943 por el golpe militar del GOU. También se acusaba a Patrón Costas de apropiarse de tierras indígenas en Orán.

Lo cierto es que una vez que llegaron a Tartagal, los caciques se rehusaron a que los hombres y mujeres de la etnia trabajasen en condiciones de esclavitud. Habían acordado una paga de 6 pesos diarios y cuando iniciaron sus labores les pagaron 2,5.


En octubre de 1947, la Gendarmería Nacional, que dependía del Ministerio del Interior, exterminó alrededor de 500 indios de la etnia pilagá en Rincón Bomba, Territorio Nacional de Formosa. Más de dos centenares de ellos desaparecieron durante los veinte días que duró el ataque de los gendarmes, con el apoyo de la Fuerza Aérea

Patrón Costas decidió echarlos y los aborígenes retornaron a sus comunidades. Eran cerca de ocho mil.

El regreso se hizo en condiciones miserables, con una caravana que arrastraba enfermos y hambrientos. Durante varios días de marcha, desandaron a pie más de 100 kilómetros hasta llegar a Las Lomitas.

La caravana estaba compuesta por mocovíes, tobas, wichís y pilagás, la etnia más numerosa. Tenían la costumbre de raparse la parte delantera del cuero cabelludo, hablaban su propio idioma, además del castellano, y habitaban en varios puntos de Formosa. Vivían como braceros de los terratenientes, o de lo que cazaban y recolectaban.

Luego de su paso frustrado por Tartagal, se asentaron en Rincón Bomba, cerca de Las Lomitas. Allí podían conseguir agua. La miseria de la etnia asustaba.

La Comisión de Fomento del pueblo pidió ayuda humanitaria al gobernador del Territorio Nacional, Rolando de Hertelendy, nacido en Buenos Aires y educado en Bélgica, y designado en el cargo por el Poder Ejecutivo el 10 de diciembre de 1946.

La falta de recursos en las arcas de la tesorería del Territorio hizo que Hertelendy trasladara el pedido al gobierno nacional.

Perón reaccionó rápido. Conocía el tema.

En el año 1918, al frente de una comisión militar, había ido a negociar con obreros de La Forestal en huelga en el bosque chaqueño y había logrado apaciguar el conflicto. Les había aconsejado que hicieran los reclamos de buenas maneras.

De inmediato, Perón ordenó el envío de tres vagones de alimentos, ropas y medicinas.


Luego de su paso frustrado por Tartagal, se asentaron en Rincón Bomba, cerca de Las Lomitas. Allí podían conseguir agua. La miseria de la etnia asustaba

En la segunda quincena de septiembre de 1947, la Dirección Nacional del Aborigen ya los tenía en su poder en la estación de Formosa.

Pero la carga fue recibida con desidia por las autoridades. La ropa y las medicinas fueron robadas, los alimentos quedaron a la intemperie varios días y luego fueron trasladados a Las Lomitas para ser entregados a los aborígenes. Ya estaban en estado de putrefacción.

El consumo provocó una intoxicación masiva: vómitos, diarreas, temblores. Dada la falta de defensas orgánicas, los ancianos y los niños fueron los primeros en morir. Los indios denunciaron que habían sido envenenados. Las madres intentaban curar a sus bebés muertos en sus brazos.

El asentamiento indígena se convirtió en un mar de dolores y de llantos que retumbaban en el pueblo. El cementerio de Las Lomitas aceptó los primeros entierros, pero luego les negó el paso del resto de los cuerpos. Ya había más de cincuenta cadáveres.

Los indígenas los llevaron al monte y enterraron a los suyos con cantos y danzas rituales.


El consumo de los alimentos enviados, que por desidia estaban en mal estado, provocó una intoxicación masiva: vómitos, diarreas, temblores. Dada la falta de defensas orgánicas, los ancianos y los niños fueron los primeros en morir

En Las Lomitas se instaló la creencia de que ese grupo de enfermos y famélicos estaba preparando una venganza. Se difundió el rumor del “peligro indígena”, una rebelión en masa contra las autoridades y los vecinos del pueblo.

Desde hacía días, las madres aborígenes golpeaban las puertas del cuartel de la Gendarmería y de las casas de Las Lomitas con sus hijos. Al principio se las ayudó. Pero de un día para otro se las dejó de recibir. La fuerza armó un cordón de seguridad en su campamento y no se les permitió el ingreso al pueblo.

Más de cien gendarmes armados las vigilaban con ametralladoras.

El 10 de octubre de 1947 se reunieron el cacique Nola Lagadick y el segundo jefe del escuadrón 18 de Las Lomitas, comandante de Gendarmería Emilio Fernández Castellano. Era una entrevista a campo abierto.

El comandante tenía dos ametralladoras pesadas apuntando contra la multitud de indígenas, dispuestos detrás de su cacique. Eran más de mil, entre hombres, mujeres y niños. Muchos de ellos portaban retratos de Perón y Evita.

El cacique exigió ayuda a la Gendarmería. Querían tierras para la explotación de pequeñas chacras, semillas, escuelas para sus hijos. Invitó al comandante para que visitara el campamento y tomara conciencia de sus miserias.

Hay distintas versiones de cómo sucedieron los hechos.

Una indica que los aborígenes comenzaron a avanzar hacia la reunión. Otra, que los hechos se desencadenaron como ya habían sido planeados: provocar una “solución final” al problema indígena en el Territorio de Formosa.

Como fuese, la fuerza estatal abrió fuego contra la etnia desarmada. Lo hizo con ametralladoras, carabinas y pistolas automáticas. Fernández Castellano se sorprendió del ataque y ordenó detenerlo. Sus dos baterías no habían disparado. Pero el segundo comandante Aliaga Pueyrredón, que no estaba de acuerdo con parlamentar con los indígenas, había desplegado ametralladoras en puntos estratégicos y acababa de dar la orden.

El ataque provocó la huida de la etnia pilagá hacia el monte. Algunos arrastraban los cadáveres de sus familiares. Los heridos fueron siendo rematados. La persecución continuó durante la noche; los gendarmes lanzaron bengalas para iluminar un territorio que desconocían. Desde el pueblo se escuchaba el tableteo de las ametralladoras.

La Gendarmería continuó la matanza porque no quería testigos. Muchos civiles de Las Lomitas, miembros de la Sociedad de Fomento, colaboraron para que el “peligro indígena” cesara en forma definitiva y brindaron asistencia logística. Recorrieron los montes Campo Alegre, Campo del Cielo y Pozo del Tigre para marcar los escondrijos en la espesura.

El trauma que produjo la represión, y el temor a otras nuevas muertes, fue enterrando el etnocidio bajo un muro de silencio. Nadie se hizo eco de la masacre. Perón no pronunció una sola palabra

Muchos cadáveres fueron incinerados. La persecución no dejaba tiempo para enterrarlos. Otros cuerpos fueron tirados en el descampado, en un camino de vacas, y la tierra y la maleza los fueron cubriendo con el paso del tiempo.

El trauma que produjo la represión, y el temor a otras nuevas muertes, fue enterrando el etnocidio bajo un muro de silencio. El diario Norte del Chaco mencionó que había habido un “enfrentamiento armado” ante la sublevación de los “indios revoltosos”.

Los diarios de Buenos Aires, a mediados de octubre de 1947, informaron sobre la incursión de un “malón indio”, para justificar la masacre.

Perón hizo silencio.

Nadie de la Gendarmería fue castigado.

Lo mismo había sucedido en Napalpí, en el Chaco, en 1924, durante el gobierno de Marcelo T. de Alvear, aunque en ese caso existió un proceso judicial para convalidar el ocultamiento.

En Las Lomitas no. Se calcula que entre 750 hombres, mujeres y niños de distintas etnias, en especial los pilagás, murieron a manos de la Gendarmería.

Octubre pilagá, relatos sobre el silencio, de Valeria Mapelman

Desde 2005, un grupo de antropólogos forenses realizaron excavaciones por orden judicial en el cuartel de la fuerza de seguridad. Los huesos que encontraron estaban apenas por debajo del nivel de la superficie.

La matanza, además de la tradición oral que se extendió en los pilagá, fue narrada por uno de los represores , el gendarme Teófilo Cruz, que publicó un artículo en la revista Gendarmería Nacional.

En 2010 la documentalista Valeria Mapelman estrenó dos documentales sobre la masacre, Octubre pilagá, relatos sobre el silencio y La historia en la memoria en el que logró registrar historias personales de algunos sobrevivientes y sus hijos, y testigos de la masacre.

Dado que la incursión de la Gendarmería había contado con el apoyo de un avión con ametralladora, la justicia federal en la última década -cuando se inició el expediente-, llegó a procesar a Carlos Smachetti en 2014, que disparó contra los originarios de la comunidad de pilagá desde un avión que había despegado el 15 de octubre desde la base de El Palomar. Murió al año siguiente, a los 97 años. Otro de los imputados que participó de la masacre como alférez de Gendarmería, Leandro Santos Costa, luego se había graduado de abogado y fue juez de la Cámara Federal de Resistencia. Había utilizado una ametralladora pesada para eliminar a los aborígenes, y la Gendarmería lo había condecorado por su “valerosa y meritoria” intervención en el hecho. Murió en 2011, antes de que el proceso finalizara.

Desde 2005, un grupo de antropólogos forenses realizaron excavaciones por orden judicial en el cuartel de la fuerza de seguridad. Los huesos que encontraron estaban apenas por debajo del nivel de la superficie

En su sentencia de 2020, la Cámara Federal destacó la responsabilidad del Estado Nacional al momento de la masacre y lo condenó a reparaciones colectivas, un monumento en el lugar de la masacre, incluir el 10 de octubre como fecha recordatoria, becas estudiantiles a jóvenes escolarizados y un dinero anual para inversiones de infraestructura y otro para sostener a la Federación de pilagá. Y calificó la masacre como genocidio, que había sido rechazada por primera instancia.

Pasaron más de siete décadas del crimen masivo, y las comunidades indígenas perdieron sus tierras y los montes fueron arrasados por las topadoras. Todavía viven en las vías muertas de los ferrocarriles o en la periferia de las ciudades, en busca de una vivienda, un trabajo o algo para comer. Como hace más de setenta años.

Marcelo Larraquy es periodista e historiador (UBA). Su último libro publicado es “Fuimos Soldados. Historia secreta de la Contraofensiva Montonera”. Ed. Sudamericana, noviembre de 2021.