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jueves, 5 de octubre de 2023

Guerra contra la Subversión: "No hay manera de llegar a los 30 mil desaparecidos"

Ceferino Reato sobre los desaparecidos: "No hay modo de llegar a 30 mil"

El autor de "Los 70, la década que siempre vuelve" dijo que el último recuento oficial realizado en el 2015 arrojó la cifra de 7.300 victimas fatales en la dictadura cívico militar.

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No existe década con mayor polémica y versiones en la historia reciente de la Argentina como la del 70. Violencia física en las calles, guerrilleros, sindicatos, policías, la izquierda y la derecha enfrentada a muerte. Es por eso que Ceferino Reato se acercó al estudio de RePerfilAr para hablar de su nuevo libro: “Los 70, la década que siempre vuelve

El periodista afirmó que “la vigencia de Cristina y La Cámpora hace que la década del '70 nunca se vaya. “Siempre dicen que son hijos de los 70 y, precisamente, establecieron una nueva aristocracia en torno al relato de esa época”, asegura Reato.

Sobre la polémica en torno al número de desaparecidos, el autor afirmó que fue a las fuentes oficiales como es la Secretaría de Derechos Humanos, y que el último relevamiento realizado data del año 2015, en el marco del programa Registro Único de Victimas del Terrorismo de Estado durante la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner. Según indica el conteo oficial "las victimas de la última dictadura militar fueron: 6348 desaparecidos, más 952 ejecutados a la luz pública, por lo que el número final sería 7300", describió el periodista.

En la misma línea, el editor de Revista Fortuna expresó: “Creo que nunca se va a saber el número exacto, porque dependería de que los autores de la masacre lo digan y no lo dicen. Pero no puede ser más que esto". Porque "el relevamiento anterior, de 2006, daba incluso una cifra una superior. Pero, no hay modo de llegar a 30 mil”.

“La democracia en la Argentina es un activo reciente que nació con Alfonsín. Antes de eso, las agrupaciones de izquierda desmerecían el término demócrata y lo tomaban como algo tibio. En tanto, la derecha tampoco creía en la democracia debido a que si iban a elecciones ganaba el peronismo, por lo cual recurrían siempre a los militares", explicó el Ceferino Reato. Y añadió: "Es por esto que nadie defendía la democracia ni los derechos humanos hasta el '83”.

domingo, 8 de mayo de 2022

Guerra contra la Subversión: El olvido sistemático de los zurdos de las víctimas que provocaron

La política de la Memoria olvida a las víctimas de Montoneros

La historia es más importante que la memoria, que siempre es parcial y favorece a un grupo de víctimas pero no a otros
La bomba vietnamita en el comedor de la policía y el ataque de Montoneros

Cada libro tiene su propia costura, un trabajo interior que va enhebrando la historia principal. Hay una técnica, pero es, en buena medida, artesanal porque, por ejemplo, requiere fuentes directas apropiadas. Una de las dificultades para escribir Masacre en el comedor fue que los parientes de los muertos no querían hablar.

Esta reticencia puede parecer una paradoja en un país que se ha ocupado tanto de las víctimas de la dictadura desde el retorno a la democracia, pero no lo es tanto cuando vemos el desamparo reservado para quienes cayeron del otro lado, a causa de la guerrilla.

No es que hayan sido dos situaciones iguales o parangonables, aclaro rápido para eludir el reflejo argumental de la teoría de los dos demonios. Ni uno, ni dos, ni cien demonios: solo me importan los hechos periodísticos; esas teorías se las regalo a quienes quieren llevar agua a su molino pues creo que han sido creadas para justificar sus posiciones de poder. Si es uno, aplauden a la guerrilla; si son dos, equiparan la guerrilla a los militares; si son más, favorecen a la dictadura.

Lo cierto es que cuando comencé a investigar para escribir mi último libro encontré que ni los heridos —hubo ciento diez— ni los parientes de los veintitrés muertos —fue el atentado más sangriento de los 70— querían hablar conmigo.

Me llamó la atención: pensaba que podría acceder a ellos con una cierta facilidad dado que nadie había escrito nada sobre la tragedia que les había tocado vivir: se habían quedado sin padres, sin madres, sin maridos, sin esposas, sin hermanos, y suponía que estarían muy deseosos de hablar.

La cúpula criminal de Montoneros con Firmenich a la cabeza

No fue así. Es que uno sale a investigar con una serie de prejuicios y luego la realidad lo va acomodando. Me había ocurrido, por ejemplo, con Operación Primicia, en 2009: siendo un ataque guerrillero contra un cuartel en 1975, en plena democracia peronista, supuse que el Ejército me mostraría de buen grado su investigación sobre el intento de copamiento, pero estábamos en la democracia kirchnerista y en el Edificio Libertador nunca encontraron ese expediente. Al final, fue la justicia federal en Formosa, seguramente bajo la influencia del eterno gobernador Gildo Insfrán, la que me facilitó el expediente clave, justo lo que pensaba que no iría a suceder.

Al principio de la investigación para Masacre en el comedor no entendía bien por qué las víctimas y sus parientes se negaban a hablar. Me costó bastante tiempo que se abrieran. Terminé de comprender aquella reticencia inicial en estos días en los que algunas hijas de las víctimas fatales explicaron qué sentían en la Legislatura porteña y en la Feria del Libro.

Liliana Tejedo era agente de la Policía Federal y estaba almorzando con su madre, la cabo Elsa Gazpio. Se salvó porque la cedió su lugar a una amiga de su mamá. Ambas murieron

Comprendí cómo el abrumador relato kirchnerista sobre los 70 los había acostumbrado al silencio y a la oscuridad. Los hijos de los muertos en el comedor policial prefirieron durante años callar sus tristes historias, convencidos de que muy pocos los escucharían y de que unos cuantos los recriminarían.

“Creo que no soportaría que alguien me contestara, por ejemplo: ´Los militares hicieron cosas horribles¨. ¡Mi mamá no tenía nada que ver; era una pobre trabajadora, que cumplía tareas administrativas y ni siquiera portaba armas!”, me dijo Liliana Tejedo, hija única de la cabo Elba Gazpio.

Una suerte del “por algo habrá sido” que afligía a los parientes de las víctimas de los militares, pero al revés, aunque con el mismo objetivo: negar a los otros los derechos humanos más elementales.

Josefina Melucci de Cepeda, con su familia, en sus últimas vacaciones en Córdoba

Alejandra Cepeda, hija de Josefina Melucci de Cepeda, la única persona civil que murió en el estrago, contó que nunca pudo comprender cómo fue que, de pronto, se quedó sin mamá a los once años y tuvo que hacerse cargo, junto con su papá, de su hermano de diez y su hermanita de cinco.

Josefina trabajaba en YPF; imaginemos si hubiera muerto del otro lado, víctima de los militares, la policía o algún grupo paraestatal; seguramente, hoy sería honrada con placas de todo tipo en la sede central de la empresa estatal, en Puerto Madero, al igual que sus hijos y demás parientes.

Gloria Paulik, hija del sargento Juan Paulik, sostuvo que recién pudo hacer el duelo varios años después, cuando, con su mamá y sus cuatro hermanos, tuvieron que cambiar los restos de lugar en el cementerio ya que, como tenía solo diez años, no había podido asistir al velatorio en el Departamento Central de la Policía Federal.

Son historias mínimas, de víctimas de jóvenes y no tan jóvenes que seguramente tenían buenos ideales, pero que mataron sin piedad a un grupo de personas indefensas mientras comían los platos buenos, baratos y abundantes del comedor policial, el viernes 2 de julio de 1976. Con una bomba vietnamita, que, de por sí, es siempre la firma de un acto terrorista.

El documento de identidad de la cabo Elsa Gazpio, destruido por las esquirlas de la bomba vietnamita. Ella murió en el acto, decapitada

¿Por qué estos familiares han sido condenados a desaparecer del escenario público? ¿Por qué no han podido contarnos todo lo que sufrieron? ¿Por qué no los hemos podido escuchar?

Creo que la respuesta es que hemos elegido la memoria a la historia. La consigna oficial, asimilada por el peronismo con sus distintas partituras, pero también por el no peronismo —los radicales, la Coalición Cívica, el Pro—, es muy clara: Memoria, Verdad y Justicia.

Pero la memoria es siempre parcial, recordamos lo que más nos conmociona y no siempre en orden cronológico. En cambio, la historia es coral, necesita el testimonio de otros, y siempre respeta las fechas. La memoria pretende recordar, pero la historia aspira a la objetividad y establece los hechos con precisión.

Lo dijo de un modo insuperable el experto búlgaro francés Tzvetan Todorov en 2010 luego de una visita al Parque de la Memoria: “La Historia nos ayuda a salir de la ilusión maniquea en la que a menudo nos encierra la memoria: la división de la humanidad en dos compartimentos estancos, buenos y malos, víctimas y verdugos, inocentes y culpables”.

Y relativizó el argumento sobre el idealismo de los jóvenes revolucionarios: “No hay que olvidar que la inmensa mayoría de los crímenes colectivos fueron cometidos en nombre del bien, la justicia y la felicidad para todos. Las causas nobles no disculpan los actos innobles”.

Al someter la historia a la memoria, la política entregó los 70 a un grupo con intereses particulares: los organismos de Derechos Humanos y sus aliados kirchneristas.

Parafraseando al Bill Clinton de la campaña de 1992, podríamos decir: “Es la historia, estúpido”.

*Periodista, autor de Masacre en el comedor.





miércoles, 30 de marzo de 2022

Guerra contra la Subversión: Los desaparecidos del peronismo

“La figura del desaparecido venía del gobierno peronista”: la brutal afirmación de Videla

Hace 46 años el ex dictador asumió el poder convencido de que debía “eliminar un conjunto grande de personas”. En las entrevistas para mi libro “Disposición final”, y al admitir un plan sistemático de represión ilegal, vinculó ese plan con la orden que jura haber recibido en la reunión de gabinete del 24 de septiembre de 1975, cuando él ya era el jefe del Ejército y el senador Ítalo Luder se desempeñaba como presidente interino debido a la licencia por enfermedad de la presidenta Isabel Perón


La Junta Militar: el dictador Jorge Rafael Videla entre Emilio Eduardo Massera y Orlando Ramon Agosti (Corbis via Getty Images)

Más allá de la sentencia de los jueces que condenaron a los jefes militares en 1985, fue el propio ex dictador Jorge Rafael Videla quien admitió un año antes de morir que hubo un plan sistemático para capturar y “eliminar a un conjunto grande de personas que no podían ser llevadas a la justicia ni tampoco fusiladas”.

“No había otra solución; (en la cúpula militar) estábamos de acuerdo en que era el precio a pagar para ganar la guerra contra la subversión y necesitábamos que no fuera evidente para que la sociedad no se diera cuenta”, me dijo Videla en una de las entrevistas que derivaron, junto con otros testimonios, en mi libro Disposición Final (Sudamericana, 2016).

“Por eso, para no provocar protestas dentro y fuera del país, sobre la marcha se llegó a la decisión de que esa gente desapareciera. Cada desaparición puede ser entendida ciertamente como el enmascaramiento, el disimulo, de una muerte”.

Incluso, el nombre del libro alude a la manera cómo los jefes militares se referían al método para eliminar a “las siete mil u ocho mil personas que debían morir para ganar la guerra contra la subversión”.

“Esa frase ‘Solución Final’ nunca se usó. ‘Disposición Final’ fue una frase más utilizada: son dos palabras muy militares y significan sacar de servicio una cosa por inservible”, señaló Videla.

En las entrevistas, el ex dictador explicó en detalle cómo era ese plan sistemático y cómo fue que llegaron a la conclusión que tenían que hacer desaparecer los cuerpos de esas miles de personas.

Incluso, vinculó ese plan con la orden que jura haber recibido en la reunión de gabinete del 24 de septiembre de 1975, cuando él ya era el jefe del Ejército y el senador Ítalo Luder se desempeñaba como presidente interino debido a la licencia por enfermedad de la presidenta Isabel Perón.

En esa reunión de gabinete, a pedido de Luder y seis meses antes del golpe de Estado, Videla expuso cuatro alternativas para luchar contra las guerrillas, donde "la diferencia esencial consistía en la graduación que se establecía en la centralización del comando y de la toma de decisiones".

Videla aseguró que Luder eligió la alternativa más dura contra las guerrillas, el “Curso de Acción Número 4, que implicaba un despliegue amplio y simultáneo de las Fuerzas Armadas, de Seguridad y policiales para detectar la presencia de un enemigo mimético que se escondía en el ambiente y aniquilarlo. Con un súmmun de libertad de acción para esas fuerzas desplegadas en todo el territorio”. Como contrapartida, “a lo sumo en un año y medio el terrorismo estaría, cuanto menos, controlado”.

Luder, que también está muerto, siempre negó que esa decisión implicara una ruptura del estado de derecho y un aval a las violaciones a los derechos humanos. La sentencia contra los comandantes, en 1985, avaló su interpretación.

Videla, la puta de Isabel Perón y Massera

Al mes siguiente, en octubre de 1975, el gobierno delegó por decreto en las Fuerzas Armadas la lucha contra las guerrillas —en la práctica, sin el control de un gobierno que, a esa altura, estaba muy debilitado— y el país fue dividido en cinco zonas, cada una a cargo de un comandante.

En una de las entrevistas que le hice, Videla sostuvo que, "siguiendo con el cronograma que le habíamos prometido al presidente Luder, a fines de 1977 la guerra estaba controlada; no derrotada, pero era cuestión de tiempo. Para el Mundial (1978), la guerra estaba prácticamente terminada".

Videla sostuvo que los militares llegaron al golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 sin saber bien cómo eliminar a ese “conjunto grande de personas” que era “irrecuperable”. La mayoría de esas personas estaban siendo capturadas o lo serían en los próximos meses.

Tanto fue así que en los primeros meses de la Dictadura algunos jefes militares organizaron fusilamientos durante traslados de presos y los disfrazaron como intentos de fuga. Pero, pronto los desecharon porque despertaban lógicas sospechas.

Agregó que "la solución fue apareciendo de una manera espontánea, con los casos de desaparecidos que se fueron dando. Casos espontáneos, pero que, repito, no eran decididos por un joven oficial recién recibido; no, casos que eran ordenados por un capitán que, a su vez, recibía la orden del jefe de la brigada, que, a su vez, recibía la orden del comandante o jefe de Zona".

Y señaló: "Era una figura (la del desaparecido) que venía del gobierno peronista", en especial luego de aquellos decretos firmados en octubre de 1975.

Agregó, además, algo más sobre el carácter descentralizado en la ejecución del plan: “La responsabilidad de cada caso recayó en el comandante de la zona”, que utilizó la forma que consideró más apropiada para capturar a los “objetivos” y hacer desaparecer sus cuerpos.

Videla en prisión, donde le confesó al periodista Ceferino Reato la existencia de un plan sistemático de desaparición de personas (foto libro Disposición final)

A mí los comandantes o jefes de zona no me pedían permiso para proceder; yo consentía por omisión. A veces, me avisaban. Recuerdo el caso de una visita a Córdoba y el general Luciano Menéndez me recibe con esta novedad: ´El hijo de Escobar andaba en malas juntas y los liquidamos anoche´. Era el hijo de un coronel que había sido compañero nuestro de promoción; entonces, yo ya sabía que si Escobar venía, le tenía que decir: ´De ese tema no quiero hablar´”.

La primera edición de mi libro fue publicada en 2012 y resultó muy criticada por el kirchnerismo gobernante, las organizaciones de derechos humanos y los periodistas y medios afines. A simple vista, esa reacción parece inexplicable dado que Videla admitió la existencia de un plan sistemático en la represión ilegal. Pero, hubo otros tramos reprobables desde el punto de vista del kirchnerismo y los liderazgos de derechos humanos. Uno de ellos fue cuando Videla sostuvo que “eran siete mil u ocho mil las personas que debían morir”.

Políticamente interesados, los organismos de derechos humanos consideran que la cifra de víctimas fue de 30 mil y de ahí no se mueven, por más que la propia secretaría de Derechos Humanos haya determinado al final de la gestión anterior que los registros oficiales indican que hubo 6.348 desaparecidos durante la dictadura .y 952 víctimas de ejecuciones sumarias o asesinatos, un total de 7.300 víctimas de la dictadura.

Tampoco les gustó que Videla hablara sobre el respaldo de la mayoría de los partidos políticos, incluido el Partido Comunista, y de buena parte de la opinión pública a la dictadura que él encabezó durante cinco de los siete años y medio que duró el llamado Proceso de Reorganización Nacional.

* Periodista y escritor, extraído de su libro “Disposición Final”