lunes, 31 de octubre de 2022

La Guerra de los Boers: La primera guerra moderna

domingo, 30 de octubre de 2022

Terrorismo peronista: La expropiación del diario La Prensa

La expropiación de 1951


Por Claudio Chaves || La Prensa



Entre 1951 y 1955, el gobierno peronista bajó "La Farola" del edificio de La Prensa de Plaza de Mayo y en su lugar colocó un cartel con la leyenda: "Ahora es argentina". El peronismo siempre fue fascismo.




El golpe de estado del 4 de junio de 1943 a diferencia de los que vinieron después tuvo consenso entre la ciudadanía y el periodismo. El diario La Prensa reprodujo en primera plana la proclama militar del golpe y siguió el día a día con entusiasmo. Rápidamente dio su apoyo al Coronel Perón cuando éste, desde su nuevo cargo de Secretario de Trabajo y Previsión, sedujo a los gremios con mejoras y conquistas sociales desplazando al comunismo y al socialismo de esos ámbitos obreros.

Sin embargo a poco andar el clima de armonía fue virando, el gobierno militar comenzó a tomar medidas de censura, como fue el decreto 18.407, de enero de 1944, que reglamentaba la actividad periodística, prohibiendo toda publicación que sea contraria al interés general de la Nación, que perturbe el orden público, que atente contra la moral cristiana o las buenas costumbres, entre otros asuntos. En la oportunidad, La Prensa fue muy crítica de esa reglamentación y a partir de ese momento el periódico pasa a una oposición fuerte y abierta que no cejará hasta su expropiación en 1951, realizada por el gobierno de Juan Perón.

Desde el inicio de su gobierno en junio de 1946 hasta la expropiación en abril de 1951 los arrebatos de Perón contra la prensa en general fueron en aumento. Su explicación dada muchos años después fue que una revolución como la justicialista con profundos cambios sociales no se podía realizar sin vulnerar ciertas libertades individuales, como la de expresión.

RAIZ DEL CONFLICTO

En aquellos años el mundo atravesaba una de las peores catástrofes del siglo XX, la Segunda Guerra Mundial. La influencia que Gran Bretaña había ejercido en nuestro país desde el siglo XIX generó en la cultura política argentina una corriente de simpatía por el llamado mundo libre. Esta corriente empujó a los partidos tradicionales a promover la incorporación de la Argentina en la guerra, del lado de los aliados. El golpe militar de 1943 vino a frustrar esta aspiración planteando una política neutralista.

Este neutralismo fue, para un sector del Ejército y de la sociedad, una política sincera, no morir en tierras lejanas, para otros insincera, dado que sus simpatías por los regímenes autoritarios de corte fascista los hacía defender el neutralismo ante la imposibilidad política y cultural de plantear una alianza con Alemania en un país como la Argentina. Su neutralismo fue táctico. Ambos sectores convivían en el gobierno militar. Si a esto le adicionamos la acción social reivindicativa de los trabajadores llevada adelante por la figura más destacada de ese gobierno, el Coronel Perón, el coctel era explosivo. En apenas dos años, del 43 al 45, Perón eclipsó al conjunto de los partidos políticos.

La Prensa fue un firme defensor de los aliados y sospechaba, en algunos casos con justa causa y en otros equivocadamente, que el gobierno militar era amigo del nazismo. El gobierno finalmente declaró la guerra al Eje pero el hecho no convenció pues ya estaba definida a favor de los aliados. Cuando ese mismo año, 1945 se comenzó a hablar de elecciones generales, sin poner fecha aún, una gigantesca movilización realizada por los partidos tradicionales el 19 de setiembre sacó del gobierno al Coronel Perón. Al día siguiente de su desplazamiento el gobierno anunció elecciones para abril de 1946.

El 17 de octubre otra movilización, en este caso, partidaria del Coronel caído, dio vuelta la taba y Perón ya fuera del gobierno se transformó en el candidato oficial. La Prensa sabía a quién no había que votar y puso el diario al servicio de la Unión Democrática.

PRESIDENCIA DE PERON

Los ataques de La Prensa al gobierno nacional no cejaban, por el contrario aumentaban casi en proyección geométrica como en general lo hacía el resto del periodismo escrito y las radios. El gobierno nacional decidió entonces acallar las voces poniendo en marcha un férreo control de los medios. Compró las cadenas de radio más importante creando la Red azul y blanca de emisoras argentina, y organizó una sociedad anónima llamada Alea que pasó a controlar la totalidad del periodismo escrito, menos La Nación, La Prensa y Clarín. El jefe de esta sociedad fue el Mayor Carlos Aloe.

Múltiples periódicos de todo el país cayeron en poder de Alea. Inmediatamente una serie de decretos presidenciales colocaron el papel de diario, que se importaba, en poder del Estado entregando en cuenta gotas el sobrante a La Prensa y La Nación que se vieron obligadas a reducir las hojas y la tirada del periódico.

En paralelo una Comisión bicameral bajo el control del diputado Emilio Visca puso en marcha una redada de clausuras y confiscaciones. Para fines de 1948 estaba claro que el gran enemigo periodístico del gobierno era La Prensa. Había sido atacada en 1947 por un grupo de manifestantes luego de un acto en la Plaza de Mayo.

El camino a la expropiación se puso en marcha cuando el Sindicato de vendedores de diarios, revistas y afines a través de su Secretario General Napoleón Sollazo planteó una serie de exigencias al diario que sería muy extenso de narrar. La CGT respaldó fuertemente al Sindicato. A partir de ese momento y hasta su expropiación por Ley 14.021, de abril de 1951, debatida en Diputados y Senadores y aprobada por mayoría abrumadora, los conflictos con el Sindicato fueron cotidianos hasta llegar la muerte de un trabajador, Roberto Núñez, responsabilidad de unos matones allegados al gremio.

En la Cámara de Diputados el argumento central verbalizado para justificar la expropiación fue claro y directo: La Prensa es un diario al servicio de intereses foráneos, concretamente el imperialismo británico, renegando de los altos intereses de la República. Debía pagar muy cara su osadía.

EN MANOS DE LA CGT

Uno de los tópicos más valorados por el lector de La Prensa además de su postura política fue la sección cultural de los días domingo. En manos de la CGT la sección se mantuvo, incluso con un alto nivel intelectual, desde 1952 al 55. Era evidente la intencionalidad de dirigirse al mismo público, convocando buenas plumas, pero claro imposible de digerir por el antiperonismo. La exaltación de Eva, que ya había muerto, tanto como de Perón y su obra, lo hecho en educación y turismo, seguramente era indigesta para los lectores tradicionales. En su formato tradicional, sin embargo, fue un suplemento muy moderno en temas de modas, restaurantes y lugares turísticos.

Varios artículos sobre Hogares Escuela en las provincias de Salta y Tucumán evidenciaban el cuidado del gobierno de no tener chicos abandonados. El espacio otorgado a la mujer llama la atención.
En La Prensa expropiada escribieron: Jorge Perrone, Cesar Tiempo, Vera Pichel, Leopoldo Marechal, Leonardo Castellani, José Luis de Imaz, Horacio Rega Molina, José Luis Muñoz Aspiri, Zoiza Relly, Juan Carlos Dávalos, Bernardo Kordón, Tulio Carella, Elias Castelnuovo, María Granata, Ramón Doll, Blackie, Omar Viñole, Antonio J. Benítez, Claudio Martínez Payva, Eduardo Astesano, Cátulo Castillo, Ignacio Anzoategui, Elvio Botana, Bernardo Koremblit.

Una última consideración, en los artículos históricos no aparece el Revisionismo, por el contrario hay notas exaltando la figura de Sarmiento, Paul Groussac o Vicente Fidel López.

sábado, 29 de octubre de 2022

SGM: La defensa de la isla Wake

Defensa de la isla Wake 1941

Weapons and Warfare


 





La batalla de la isla Wake (del 8 al 23 de diciembre de 1941) fue una lucha en la que los defensores estadounidenses, principalmente marines estadounidenses y contratistas civiles, detuvieron a una fuerza invasora japonesa durante quince días. Solo después de que los japoneses duplicaron el tamaño de su fuerza de invasión, los estadounidenses, superados en número, se vieron obligados a rendirse.

Durante dos semanas desesperadas, la pequeña guarnición de la isla Wake había resistido los implacables ataques aéreos y marítimos japoneses. El atolón era uno de los lugares más remotos de la tierra, un zarcillo en forma de V de arena, matorrales y roca de coral, a 2300 millas de Oahu, a 2000 millas de Tokio, a 600 millas al norte de los atolones del norte de Marshall, un poco menos abandonados por Dios. Islas y los aeródromos japoneses de donde procedían los bombardeos diarios. Wake y sus dos islotes hermanos pequeños de Wilkes y Peale, que comprenden unas tres millas cuadradas en total, eran restos del borde parcialmente sumergido de un antiguo volcán. Rodearon una laguna azul cobalto infestada de tiburones, demasiado poco profunda y densamente salpicada de cabezas de coral para acomodar barcos de cualquier calado. Con una elevación máxima de 20 pies, las islas estaban tan cerca del mar que los barcos podían pasar dentro de una docena de millas y nunca saber que estaban allí. No tenían palmeras, ni fuentes de agua dulce, no producían más alimento que pescado, y estaban poblados solo por pájaros no voladores, cangrejos ermitaños y ratas que habían desertado de algún barco visitante décadas o posiblemente siglos antes. Un matorral primitivo se aferraba al suelo de coral reseco. Las olas rompían en un borde de arrecife de coral, y el estruendo del oleaje en auge era la música de fondo eterna de Wake. El sonido no era desagradable pero sí muy fuerte, tanto que los hombres tenían que alzar la voz para hacerse oír, y (peligrosamente) los motores de los aviones que se aproximaban no podían detectarse hasta que estaban inmediatamente encima. y estaban poblados solo por pájaros no voladores, cangrejos ermitaños y ratas que habían desertado de algún barco visitante décadas o posiblemente siglos antes. Un matorral primitivo se aferraba al suelo de coral reseco. Las olas rompían en un borde de arrecife de coral, y el estruendo del oleaje en auge era la música de fondo eterna de Wake. El sonido no era desagradable pero sí muy fuerte, tanto que los hombres tenían que alzar la voz para hacerse oír, y (peligrosamente) los motores de los aviones que se aproximaban no podían ser detectados hasta que estaban inmediatamente arriba. y estaban poblados solo por pájaros no voladores, cangrejos ermitaños y ratas que habían desertado de algún barco visitante décadas o posiblemente siglos antes. Un matorral primitivo se aferraba al suelo de coral reseco. Las olas rompían en un borde de arrecife de coral, y el estruendo del oleaje en auge era la música de fondo eterna de Wake. El sonido no era desagradable pero sí muy fuerte, tanto que los hombres tenían que alzar la voz para hacerse oír, y (peligrosamente) los motores de los aviones que se aproximaban no podían detectarse hasta que estaban inmediatamente encima.

El único valor de Wake era como estación de paso, un eslabón en la cadena de islas que conectan a los Estados Unidos con Asia a través del eje de Oahu, Midway, Guam y Filipinas. Había sido anexado en 1899, primero para servir como relevo de cable en el telégrafo transpacífico, más tarde como estación de carbón y parada de reabastecimiento de combustible para el Servicio Panamericano China Clipper, cuyos grandes hidroaviones de pasajeros de cuatro motores aterrizaban en la laguna dos veces al día. semana. En enero de 1941, la armada había construido una pista de aterrizaje de coral triturado de 4500 pies y había estado trabajando con la poca mano de obra y recursos materiales disponibles para mejorar las instalaciones defensivas y las instalaciones de apoyo terrestre para aeronaves. El pequeño canal marino de la laguna estaba siendo dragado y cabezas de coral dinamitadas con la intención de desarrollar un fondeadero para grandes barcos. Alrededor de 1, 000 trabajadores civiles de la construcción estaban convirtiendo las instalaciones de Pan-Am en Peale Island en una estación aérea ampliada. Dos campamentos militares, cada uno con cuarteles, oficinas y almacenes, se encontraban en extremos opuestos de Wake. Una guarnición de 450 oficiales y hombres del 1.er Batallón de Defensa de la Infantería de Marina estaba estacionada en las baterías costeras y obras defensivas a lo largo de las playas del sur de las islas Wake y Wilkes; muchos de esos hombres estaban alojados en tiendas de campaña. Toda la fuerza aérea del atolón estaba formada por los doce F4F-3 Wildcats del Marine Fighting Squadron 211 (VMF-211), que habían volado desde el portaaviones Enterprise cuatro días antes de la guerra.

Al mediodía del 8 de diciembre (fecha local), pocas horas después del ataque a Pearl, Wake fue atacado por treinta y cuatro bombarderos medianos G3M que operaban desde la isla de Roi en las Islas Marshall. Se deslizaron desde el sur, bajo las nubes, a una altitud de 1.500 pies. Nadie los vio ni los escuchó hasta menos de un minuto antes de que cayeran las primeras bombas. Cuatro de los Wildcats patrullaban a 12.000 pies, pero no vieron a los bombarderos enemigos a 10.000 pies debajo de ellos. Se había ordenado que dos aviones más volaran, pero aún no habían despegado. Ocho nuevos cazas marinos azul grisáceos, dos tercios de toda la fuerza aérea de Wake, estaban estacionados casi ala con ala en el borde de la franja. No se dispersaron adecuadamente porque había muy poco espacio en el estrecho aeródromo para dispersarlos. Los G3M rugieron sobre sus cabezas en una formación apretada de "Vee-of-Vee" y lanzaron sus paquetes de bombas de fragmentación de 60 kilogramos con una precisión letal: cayeron directamente entre los aviones estacionados y los talleres mecánicos contiguos. Al mismo tiempo, los artilleros japoneses ametrallaron a los pilotos y tripulantes de tierra que quedaron atrapados al aire libre. Decenas de hombres fueron abatidos en seco mientras corrían por el aeródromo. El ataque se desarrolló muy rápidamente; los bombarderos estaban allí y luego se fueron. Se inclinaron hacia la izquierda para atacar el Campamento 2 y la Terminal Pan-Am en la isla Peale, destruyendo varios de los edificios e instalaciones en esa área y matando a diez empleados de Pan-Am. Luego giraron de nuevo a la izquierda y corrieron hacia el sur. Ni los artilleros antiaéreos de la Marina ni los cuatro aviones en el aire pudieron reaccionar a tiempo, y los atacantes escaparon limpiamente.

El oficial superior de Wake, el comandante Winfield Scott Cunningham, se enteró del ataque cuando una línea de agujeros de bala atravesó el techo de su cuartel general del Campamento 2. Saltó a su camioneta y corrió por la carretera principal hacia el aeródromo. Allí, a través de una neblina de calor resplandeciente, vio los cascos carbonizados de ocho preciosos Grumman, "llamas lamiéndolos de punta a punta". Dos grandes tanques de combustible de aviación habían recibido impactos directos y detonados, y los bidones de gasolina a lo largo del perímetro del aeródromo estaban en llamas. Un humo negro y aceitoso brotó de los fuegos y se llevó a sotavento. Las tiendas habían sido destrozadas por el fuego de las ametralladoras: los artilleros aéreos no se habían perdido nada. Esparcidos por la superficie de coral compactada de la pista de aterrizaje había "cuerpos rotos y fragmentos de lo que alguna vez fueron hombres".

Al igual que en Filipinas y Malaya, los ataques aéreos japoneses iniciales se habían producido rápidamente, en un alcance sorprendentemente largo, y se llevaron a cabo con mucha más habilidad de lo que esperaban los aviadores aliados. “Nuestros aviones en tierra eran como blancos en una galería de tiro de carnaval, blancos estacionarios que no podían disparar”, escribió uno de los pilotos supervivientes, el teniente John Kinney. Siete de los ocho cazas Wildcat en el aeródromo fueron destruidos; el octavo recibió muchos disparos, pero gracias a un heroico trabajo de parches quedó en condiciones de volar. Eso dejó solo cinco combatientes para disputar las subsiguientes oleadas de ataques aéreos. El ametrallamiento y los bombardeos se habían cobrado un precio terrible en las tripulaciones aéreas y terrestres. De los cincuenta y cinco hombres del VMF-211 en tierra, veintitrés murieron y once resultaron heridos. Ni un solo mecánico de aeronaves escapó de las lesiones.

Cunningham y sus oficiales supusieron correctamente que el ataque procedía de Roi o de alguna de las otras pistas de aterrizaje del norte de las Islas Marshall. Asumiendo que los bombarderos japoneses no volarían de noche, trabajaron hacia atrás para deducir que otro ataque caería al mediodía del día siguiente. Los pilotos y mecánicos, incluidos varios heridos que caminaban, trabajaron en la reparación de los daños en los cinco aviones reparables. Las excavadoras prestadas por los contratistas civiles excavaron revestimientos toscos para estacionar a los sobrevivientes. Los tanques de combustible de aviación restantes se dispersaron lejos del aeródromo. Los heridos fueron transportados al hospital Camp 2 en la parte trasera de camiones. El hidroavión Pan-Am, anclado en la laguna, había sido golpeado varias veces, pero afortunadamente ninguno de sus sistemas vitales estaba más allá de la reparación. La compañía solicitó y recibió el permiso de Cunningham para enviar el avión a Hawái con tantos empleados como pudiera transportar. (Para disgusto de Cunningham, todos los empleados no blancos de la empresa se quedaron atrás). Por el bien de la moral y la decencia común, los muertos tenían que ser retirados del campo antes de que fueran invadidos por los rapaces cangrejos de la isla. Los detalles del entierro detuvieron a la horda de crustáceos hasta que llegó un camión volquete y transportó los cuerpos al Campamento 2, donde se colocaron en un almacén refrigerado junto con los codillos de jamón y los lados de la carne de res.

Como se anticipó, el ataque aéreo del día siguiente llegó poco antes del mediodía, pero esta vez los veintisiete G3M atacantes bombardearon desde gran altura, a unos 12.000 pies. Una vez más, el bombardeo fue alarmantemente preciso, dejando muchos de los edificios restantes del Campo 2 en ruinas humeantes. Se destruyó una batería antiaérea en Peacock Point y se dañó el equipo de control de incendios de uno de los cañones de tierra de 5 pulgadas. Todos los Wildcats sobrevivientes estaban en el aire para recibir al enemigo y lograron enviar uno de los bombarderos japoneses en llamas al mar. Las baterías antiaéreas de la Marina también se abrieron y derribaron uno de los aviones atacantes, y se observó otro con estelas de humo que huía hacia el sur. La pista de aterrizaje no sufrió daños graves, pero como observó el teniente Kinney: “La destrucción en las inmediaciones del Campamento 2 fue devastadora. Los edificios de los cuarteles, tanto civiles como navales, fueron acribillados, los talleres mecánicos y los almacenes fueron arrasados. Sin embargo, el aspecto más devastador del ataque de ese día fue el daño causado al hospital civil en el Campamento 2. Todos los heridos del ataque del primer día estaban allí cuando las bombas comenzaron a caer nuevamente. El hospital recibió al menos un impacto directo, probablemente varios, y rápidamente estalló en llamas”. Los pacientes y el personal médico fueron trasladados a dos almacenes vacíos, cámaras oscuras y sin aire donde al menos podían contar con cierta protección contra la metralla de las bombas.

La guarnición sitiada se atrincheró durante una larga campaña, con la sombría esperanza de que la marina acudiera al rescate. Los ataques aéreos continuaron casi a diario, y generalmente llegaban alrededor del mediodía. Los pilotos y mecánicos, que carecían de manuales de mantenimiento, repuestos y herramientas, hicieron todo lo posible para mantener volando a su puñado de Wildcats canibalizando partes de los aviones destrozados en el aeródromo. Desde las diez de la mañana, cuatro cazas patrullaban los cielos sobre el atolón. El día 10, derribaron dos bombarderos enemigos y los artilleros antiaéreos lanzaron gran cantidad de fuego antiaéreo que pareció dañar a dos más. Pero los Mitsubishi bimotores arrojaron una bomba directamente sobre un cobertizo de almacenamiento de la isla de Wilkes que contenía 125 toneladas de dinamita (utilizada por los ingenieros civiles para dragar el canal marino de la laguna). La colosal explosión desmontó uno de los cañones antiaéreos, destruyó un camión reflector a media milla de distancia y detonó todas las municiones marinas (tanto de 3 como de 5 pulgadas) en un cuarto de milla. El equipo de búsqueda de rango para una de las baterías de tierra fue destruido. Sorprendentemente, las bajas se limitaron a un muerto y cuatro heridos, pero la guarnición era tan pequeña que difícilmente podía permitirse perder a un hombre.

A las tres de la mañana del 11 de diciembre, los vigías marinos detectaron tenues siluetas moviéndose en el horizonte sur. “Eran como fantasmas negros que se movían lentamente en el océano”, recordó el sargento Charles Holmes. Estudiándolos atentamente a la luz de la media luna, los observadores pronto concluyeron que eran una columna de barcos. El comandante Cunningham fue alertado. Algunos esperaban que pudieran ser barcos amigos, una fuerza de socorro de Pearl Harbor, y algunos de los contratistas civiles corrieron a la playa con bolsas en la mano, con la esperanza de estar entre los primeros en ser llevados a bordo. Cunningham o el comandante de la guarnición de la marina, el mayor James Devereux, decidieron mantener los reflectores apagados y detener el fuego hasta que los barcos se acercaran a corta distancia. (Ambos hombres reclamaron el crédito por la decisión, lo que provocó resentimientos después de la guerra. ) Si la columna incluyera cruceros (como lo hizo), sus cañones probablemente serían de mayor calibre y mayor alcance que los cañones costeros de 5 pulgadas de Wake. Si es así, el enemigo podría optar por un duelo de artillería de largo alcance en el que los estadounidenses estarían en grave desventaja. Devereux dio órdenes estrictas de no disparar, sino de "permanecer en silencio hasta que dé la orden de hacer algo". A medida que avanzaban los barcos, la ansiedad crecía entre los infantes de marina: esas horas de suspenso antes del amanecer eran más duras para los nervios que el combate real. “Estábamos muertos de miedo”, confesó más tarde el cabo Bernard Richardson. “Pudimos ver lo que nos iba a pasar. Parecíamos estar rodeados. . . pudimos ver que estábamos a punto de conseguirlo”. el enemigo podría optar por un duelo de artillería de largo alcance en el que los estadounidenses estarían en grave desventaja. Devereux dio órdenes estrictas de no disparar, sino de "permanecer en silencio hasta que dé la orden de hacer algo". A medida que avanzaban los barcos, la ansiedad crecía entre los infantes de marina: esas horas de suspenso antes del amanecer eran más duras para los nervios que el combate real. “Estábamos muertos de miedo”, confesó más tarde el cabo Bernard Richardson. “Pudimos ver lo que nos iba a pasar. Parecíamos estar rodeados.

La fuerza de invasión había zarpado dos días antes desde Kwajalein en las Islas Marshall, bajo el mando del contraalmirante Sadamichi Kajioka. Había trece barcos en la columna: seis destructores, tres cruceros ligeros y cuatro transportes que transportaban 450 soldados. Kajioka trajo sus barcos directamente, cerca de las playas del sur; aparentemente asumió que los cañones de tierra habían quedado fuera de servicio por los ataques aéreos de los últimos tres días, y no tenía idea de que lo habían visto y lo estaban conduciendo a una emboscada. A las 5 am, con el resplandor azul del amanecer rompiendo en el este, y la columna a unas cuatro millas de Peacock Point, el crucero Yubari, el buque insignia de Kajioka, giró a puerto y corrió paralelo a la playa sur de Wake. Sus compañeros siguieron a popa. Unos minutos más tarde, los cruceros abrieron fuego. Desde ese rango, los proyectiles entraron en una trayectoria baja, retumbando y aullando en los oídos de los defensores estadounidenses. No se anotaron impactos directos en ninguno de los cañones de playa, aún ocultos debajo de la red de camuflaje, y los infantes de marina permanecieron cómodos en sus búnkeres y trincheras, pero dos tanques de petróleo en las cercanías del Campamento 1 fueron incendiados. Los transportes japoneses se quedaron atrás y comenzaron a transferir los grupos de desembarco a sus botes.

A las 6:15 am, cuando a los infantes de marina les parecía que habían estado esperando durante horas, el mayor Devereux dio la orden de abrir fuego y los 5 pulgadas en la costa cobraron vida. La batería A, en Peacock Point, se abrió sobre el Yubari. La primera salva navegó alto pero golpeó a un destructor más al sur; las tripulaciones de los cañones redujeron la elevación y anotaron cuatro impactos rápidos en Yubari a una distancia de 5700 yardas. Salía humo de los feos agujeros abiertos en el costado de estribor del buque insignia, pero tuvo suerte de que todos los proyectiles hubieran golpeado por encima de la línea de flotación y todavía podía abrirse paso a menor velocidad. Giró hacia el sur y huyó en busca de seguridad. La batería L, en la isla Wilkes, comandada por el teniente John A. McAlister, tenía un campo de tiro despejado en casi toda la columna. pero apuntó su primera salva al primero y más cercano de los tres destructores que avanzaban en una sola columna a una distancia de 7.000 yardas. Esa era la Hayate, y pronto dejaría de existir.

El equipo de orientación de la batería se arruinó en el bombardeo del día anterior, McAlister tuvo que encontrar el alcance mediante la técnica tradicional de disparar y detectar las salpicaduras producidas por los proyectiles que caían. Con la ayuda de otra posición conectada por teléfono, la Batería L “caminó” sus sucesivas salpicaduras hacia el objetivo. El Hayate cargó contra los dientes de esas salvas hostiles y giró a babor para llevar toda su andanada. El enfoque enérgico solo expuso a la pequeña y valiente "lata" a todo el peso de la siguiente andanada de la Batería L, que dio en el centro del barco y detonó su cargador. Una sacudida, un destello blanco, un trueno, y el Hayate se partió en pedazos: su proa flotó en un sentido, su popa en el otro, cada sección se balanceó lastimosamente en el mar, y luego ambas se hundieron rápidamente, llevándose consigo a 168 hombres. La tripulación de la batería dejó escapar un grito de alegría. “¡Ya basta, bastardos, y volved a las armas!” gritó el sargento de pelotón Henry Bedell. "¿Qué crees que es esto, un juego de pelota?"

McAlister apuntó sus armas hacia el Oite, el siguiente destructor de la columna, que ya giraba hacia el sur para huir. Colocó una cortina de humo para ocultar su retirada, pero la Batería L logró dar dos golpes en sus obras superiores. McAlister lanzó varios tiros a dos transportes, mucho más al este. Aunque el rango era de casi dos millas, anotó un golpe en el Kongo Maru. Finalmente, McAlister apuntó su arma a uno de los cruceros ligeros y golpeó su torreta de popa; corrió para ponerse a salvo, dejando una estela de humo detrás de ella. “Nada podría molestar a la batería L esta mañana”, escribió más tarde el comandante Cunningham con agradecimiento. “La batería L estaba al rojo vivo”.

En la isla Peale, la batería B apuntó a la segunda columna de destructores, que corría hacia el norte para pasar al oeste del atolón, y acertó en el Yayoi, con la parte superior cerca de su popa. Los artilleros japoneses respondieron rápidamente y con gran precisión, aterrizando proyectiles cerca de la batería por todos lados y cortando un cable de control de fuego a una torre de observación cercana. “Su desviación fue perfecta desde el principio, pero dado que también estaban disparando armas de trayectoria plana, encontraron que nuestra posición baja era difícil de alcanzar dentro del alcance”, explicó el teniente Woodrow M. Kessler. “Al principio, sus caparazones estallaron con gotas de ácido pícrico de color amarillo verdoso en la laguna directamente frente a nosotros. Luego nos pasaron por encima para aterrizar en la playa norte. Luego dividieron el straddle y estábamos en medio de su patrón. Fue increíble ver tantos estallidos de proyectiles en la posición de la batería y, sin embargo, no sufrir bajas”. Tomando el control local del arma, la tripulación disparó varias salvas más, y finalmente logró un segundo impacto en el Yayoi y posiblemente otro en el Mutsuki. Los destructores giraron hacia el sur, expulsando mucho humo a medida que avanzaban. Ahora todo el grupo de trabajo estaba huyendo. A las 7 am, el almirante Kajioka canceló el aterrizaje y señaló una retirada general de regreso a Kwajalein.

Pronto los barcos que se retiraban estuvieron bajo el horizonte sur, pero los marines aún no habían terminado con ellos. Los cuatro F4F Wildcat restantes que se podían volar habían estado volando en círculos por encima del atolón, permaneciendo en altitud para recibir cualquier ataque aéreo japonés que pudiera llegar en coordinación con la flota de invasión. “Bueno, parece que no hay nips en el aire”, dijo por radio el comandante del VMF-211, el mayor Paul A. Putnam. Bajemos y unámonos a la fiesta.

Los Grumman corrieron hacia el sur en persecución. Al ser cazas y no bombarderos, no estaban diseñados para hundir barcos, pero habían sido armados por jurado con dos bombas pequeñas de 100 libras cada una, y podían ametrallar las cubiertas enemigas con sus ametralladoras calibre .50. Esos cuatro aviones volaron nueve incursiones consecutivas, atacando a la fuerza de tarea en retirada y luego regresando a Wake sobre el rango que se amplía gradualmente en busca de nuevas bombas y más municiones. Los ataques aéreos del escuadrón derribaron un tubo de torpedos en el crucero Tenryu, destruyeron la caseta de radio en el crucero Tatsuta, ametrallaron el transporte Kongo Maru y le prendieron fuego, y hundieron un segundo destructor, el Kisaragi, encendiendo un estante de cargas de profundidad en su revista. Los aviones fueron alcanzados por fuego antiaéreo y de ametralladora, y aunque ninguno fue derribado, todos fueron derribados. El motor acribillado a balas de un Grumman perdió tanto aceite en su tramo de regreso que el piloto se vio obligado a hacer un aterrizaje forzoso en la playa; se alejó, pero su avión nunca volvería a volar.

Las tripulaciones de los cañones y los aviadores habían dañado nueve de los trece barcos de la fuerza de invasión de Kajioka, hundiendo dos. Nunca se informaron pérdidas japonesas, pero probablemente estuvieron en el rango de 500 muertos y el doble de heridos. Sorprendentemente, solo un estadounidense había muerto y solo cuatro resultaron heridos. Ese fue el único caso en toda la guerra por venir en el que las baterías costeras hicieron retroceder a una fuerza de invasión anfibia. Los marines estaban exultantes. “Cuando los japoneses se retiraron, hubieras pensado que habíamos ganado la guerra”, dijo un artillero de la Batería L. Había sido una victoria notable, especialmente después de los ruinosos bombardeos de los últimos tres días, y fue la única actuación de este tipo de cualquier unidad aliada durante la ofensiva japonesa inicial. “Estoy muy seguro de que todos los hombres de esa isla crecieron al menos cinco pulgadas”, escribió un sargento asignado al estado mayor de Devereux. “Varias personas se detuvieron y felicitaron a Devereux. Teníamos algún tipo de esperanza. Nos sentimos genial. Éramos marines, ¿no?

Pero Wake no pudo resistir mucho más. Solo dos aviones permanecieron en servicio. La isla carecía de equipos críticos, municiones y mano de obra. Necesitaba ser reforzado, rearmado y reabastecido o, en su defecto, evacuado y abandonado al enemigo. “No se hacían ilusiones sobre el futuro y esperaban que el enemigo regresara con más fuerza”, escribió Samuel Eliot Morison, “pero asumieron que la Marina haría un intento serio por relevarlos”.

viernes, 28 de octubre de 2022

El trabajo del armero en el Medioevo

El oficio del armero

Weapons and Warfare




Maximiliano I a caballo, Hans Burgkmair el Viejo (1473-1531), alemán, 1508. Los estudiosos de las armas modernas han nombrado una forma característica de armadura del siglo XVI en honor a Maximiliano I, que aparece en el magistral grabado del emperador de Hans Burgkmair. Esta armadura combina las formas suaves y redondeadas de la armadura ifaliana con las flautas onduladas de la armadura germánica. Como culminación de una transición que comenzó a fines del siglo XV, las armaduras de Maximiliano suelen tener estrías verticales nítidamente definidas en sus componentes principales, a excepción de las defensas de la parte inferior de las piernas. Este acanalado corresponde al estilo de la moda masculina civil, imitando en acero el efecto de una prenda exterior de tela ceñida por un cinturón, al igual que las largas y puntiagudas defensas de los pies de la armadura gótica copiaron el calzado contemporáneo. El pectoral en sí está bien redondeado, como el jubón de tela civil, y las defensas de los pies son de punta ancha a la manera de los zapatos de principios del siglo XVI. Al igual que la ondulación, el acanalado agregó rigidez sin aumentar el peso. Sin embargo, esta moda estriada era más complicada de producir y, en general, no era popular fuera de las tierras alemanas. Alcanzó su punto máximo alrededor de 1525 y rara vez se vio a fines de la década de 1530, aunque ocasionalmente resurgió después de ese tiempo.


Camisa de malla, Europa occidental, siglo XVI. La forma más común de armadura corporal de metal durante el período medieval era la malla, una red entrelazada y estrechamente espaciada de anillos sólidos y remachados, generalmente de hierro, aunque el latón se empleaba ocasionalmente para efectos decorativos a lo largo de los bortiers. Utilizado en la Batalla de Hastings y las Cruzadas, su nombre se deriva de la antigua palabra francesa maille, que significa "malla". Usada sobre una ropa interior acolchada conocida como aketon o haqueton, la malla brindaba una defensa razonablemente efectiva contra armas cortantes más ligeras, pero ofrecía poca resistencia a los golpes aplastantes de armas más pesadas, como garrotes y hachas. Para defenderse de tales golpes, el guerrero llevaba un escudo de madera cubierto de cuero en el brazo sin espada. Otras desventajas del correo incluían su tendencia a amontonarse en las articulaciones y el gran peso que colocaba sobre los hombros. La camisa de malla que se muestra aquí pesa aproximadamente diecisiete libras.

La malla fue reemplazada por armaduras de placas como forma principal de defensa del cuerpo europeo durante los siglos XIV y XV, pero continuó sirviendo como protección secundaria para áreas como las axilas y la ingle. También lo usaban los soldados de a pie, que no podían pagar, o no deseaban usar, un arnés de placa restrictivo más caro.

Detalle de camisa de malla. Europa occidental, siglo XVI. La malla es una red de anillos entrelazados de hierro o acero y, ocasionalmente, de latón, cuya densidad y construcción estrecha crearon una superficie bastante resistente a los bordes afilados de las armas cortantes. Sin embargo, la naturaleza flexible del correo significaba que ofrecía poca protección contra el impacto de golpes aplastantes, un problema que solo se solucionó satisfactoriamente con la adopción de defensas de placas.


Detalle de un sabaton, posiblemente por Wolfgang Gro ßschedel de Landshut (activo c. 1521-1563), alemán, 1550/60. Se cree que la defensa de los pies de Till forma parte de una armadura perteneciente a Wilhelm V, duque de Jülich, Cleve y Berg (1516-1592). Este sabaton, que imita la forma de los estilos de zapatos contemporáneos, se habría usado sobre calzado de cuero.

Detalle (marca de prueba) de armadura de coracero de tres cuartos, italiano, 1605/10. En términos generales, los elementos de la armadura del campo de batalla se sometieron a pruebas extenuantes con armas. Si un peto, por ejemplo, estuviera destinado a resistir las balas, sería disparado a quemarropa. La abolladura resultante, o "marca de prueba", demostró que una armadura era de alta calidad.

Durante la Edad Media, la producción de armaduras se convirtió en una faceta importante y de rápido crecimiento del comercio europeo. Los armeros eran miembros de los gremios de artesanos, que establecían estándares muy rígidos para asegurar un producto de alta calidad. Los gremios también hicieron cumplir las normas para controlar el ambiente de trabajo; estas reglas, sin embargo, variaban en toda Europa e incluso de una ciudad a otra.

Gran parte de lo que sabemos sobre la vida laboral y las técnicas artesanales del armero se ha extraído de objetos supervivientes, referencias documentales, inventarios de herramientas y electrodomésticos, y un puñado de libros de patrones y dibujos de diseño. La mayor parte de este material se refiere a un número bastante pequeño de fabricantes y tiendas en Alemania e Italia.

El corazón de la fabricación de armaduras durante gran parte del siglo XV fue Italia, particularmente Milán, cuyos armeros eran muy apreciados en toda Europa. Si bien se produjo una gran cantidad de material en otros centros del continente, palideció en comparación con la cantidad y calidad de las piezas provenientes de los talleres italianos. Los armeros italianos individuales se especializaron en ciertos componentes de chalecos antibalas y proporcionaron estos artículos prefabricados bajo contrato a otros que ensamblarían los productos finales.

Brescia también fue un importante centro de producción de armas italiana. De hecho, en un momento Brescia tuvo unos doscientos talleres (botteghe), cada uno con un maestro y tres o cuatro asistentes. Además, existían colonias de armeros italianos en Francia y los Países Bajos. Se dice que la armadura encargada por el delfín Carlos (más tarde Carlos VII) de Francia para Juana de Arco fue fabricada por un armero milanés en Tours. El estilo italiano fue ampliamente imitado en toda la Europa del siglo XV y mucho material se exportó de Italia a Inglaterra, España y Alemania.

A fines del siglo XV, los armeros alemanes comenzaron a hacerse con el casi monopolio de Italia, y durante el siglo siguiente y más allá dominaron más o menos la industria. Se ubicaron centros importantes en Augsburgo, Colonia, Landshut y Nuremberg.

Nuremberg ofrece un buen caso de estudio para comprender la relación entre el armero individual, su oficio, su ciudad y el comercio. A diferencia de sus contrapartes en otros lugares, los armeros de Nuremberg no pertenecían a un gremio comercial, habiendo perdido este privilegio tras una revuelta general de artesanos en 1348-49. Como resultado, tuvieron que seleccionar “pequeños maestros” para que los representaran en el consejo de la ciudad e inspeccionaran sus productos manufacturados. Además, los armeros se clasificaron como aquellos que trabajaban con armaduras de placas (Plattner) o correo (Panzermacher). A cada maestro se le permitieron dos oficiales y cuatro aprendices, cuyo número solo podía aumentarse con la aprobación del consejo de la ciudad.

Para alcanzar el estatus de maestro armero completo, un solicitante tenía que preparar cuatro "obras maestras" (Meisterstiicke) al terminar su aprendizaje, que cinco maestros designados revisaban. Además, tenía que proporcionar un elemento para cada área de la fabricación de armaduras en la que deseaba producir objetos, por ejemplo, casco, coraza, defensas de brazos y piernas y guantelete. A diferencia de otras ciudades, en Núremberg el solicitante no podía fabricar una sola armadura que contuviera las piezas necesarias, sino que tenía que fabricar cada elemento por separado. Siguiendo la evaluación de los maestros, el armero solo podía producir armaduras en aquellas áreas en las que sus obras maestras habían pasado la inspección. Si no estaba totalmente calificado, tendría que trabajar en conjunto con otros maestros calificados para cumplir con los pedidos de armaduras completas. Sin embargo, si aprueba el examen, el nuevo maestro hizo que la ciudad registrara su marca personal. La ciudad permitió una producción menos exigente, pero dichos materiales se identificaron especialmente para que no disminuyeran los altos estándares de producción de primera clase de Nuremberg.

Cabe señalar que Núremberg reconoció durante mucho tiempo el gran potencial comercial de una próspera industria armamentista. La mayor parte de la producción de los fabricantes fue en material de "calidad de munición" (lo que hoy en día probablemente nos referiríamos como emitido por el gobierno), una cantidad designada de la cual se destinó a la guarnición de la ciudad.

La reputación de los armeros europeos por su producción confiable y de alta calidad se vio afectada no solo por su experiencia y estándares, sino también por las materias primas que utilizaron. A un gran costo, muchos armeros buscaron hierro de las mejores reservas de mineral de Europa, ubicadas en Austria alrededor de Innsbruck y la provincia sureste de Estiria. Después de ser extraído, el hierro se transformaba en gruesas placas llamadas flores, que luego importaban los armeros.

Las armaduras de alta calidad hechas a medida requerían las dimensiones del cliente, que podían obtenerse de su ropa, o de un jubón de armas existente: la "ropa interior" textil acolchada del usuario. El armero también puede obtener moldes de cera de las extremidades o, idealmente, tomar las medidas del cliente directamente. Si bien no parece haber sobrevivido ningún patrón real para las armaduras, los estudiosos suponen que sí existieron. De hecho, para prepararse para la producción de grandes pedidos de elementos casi idénticos con calidad de munición, un armero probablemente hizo plantillas en diferentes tamaños.

Las placas en bruto se cortaron en forma con enormes cizallas, se calentaron y se formaron toscamente con martillos. Luego, los armeros reales recibieron estas placas, dándoles forma en elementos con martillos, yunques de hierro, estacas y otras herramientas. A lo largo del proceso, el armero debía permanecer alerta a los cambios físicos que se producían en la pieza que estaba elaborando. Debido a que el martilleo a menudo hacía que el metal se volviera quebradizo, la pieza se calentaba o recocía de vez en cuando y, a veces, se trataba con productos químicos. El recocido se hizo con moderación, ya que el exceso de calor tendía a debilitar las placas. El armero tenía que tener en cuenta constantemente la función y la ubicación de cada elemento para asegurarse de que fuera lo suficientemente grueso donde fuera necesario y adelgazado donde fuera posible para reducir el peso. El elemento terminado tenía una superficie extremadamente dura con un interior más maleable.

Había muchas técnicas decorativas disponibles para adornar armas y armaduras. Estas habilidades a menudo se transmitían de un miembro de la familia a otro, ya que los armeros y decoradores querían mantener sus lucrativos secretos comerciales en la familia. Prácticamente todos los métodos empleados en la fabricación de las artes decorativas europeas contemporáneas fueron practicados por armeros en un momento u otro. Las superficies eran azuladas y doradas, pintadas, decoradas alternativamente con superficies pintadas de negro y secciones pulidas (para producir armaduras "en blanco y negro"), esmaltadas, cinceladas y grabadas, repujadas, adornadas con apliques, damasquinadas e incrustadas con metales preciosos y gemas. La técnica decorativa más típica era el grabado al ácido, ya que facilitaba la transferencia de diseños finamente renderizados a la superficie de la armadura.

Los orfebres adornaban las armas y armaduras con suntuosos metales preciosos para usar en concursos. Probablemente también produjeron y adhirieron cubiertas de tela de oro a bandoleros extremadamente finos. El virtuoso orfebre Wenzel Jamnitzer de Nuremberg hizo un juego de placas de plata para sillas de montar para el emperador Maximiliano II, utilizando motivos de los objetos de artes decorativas hechos en su taller. En términos generales, ningún artista consideró la decoración de armas y armas como indigna de sus habilidades. Como resultado, los diseños incorporados en armas y armaduras a menudo muestran una gran creatividad y delicadeza.

Una vez que todos los elementos de la armadura estaban decorados, el ensamblaje de la armadura entraba en su fase final, que involucraba el trabajo de los cerrajeros. Estos hombres ajustaron las correas, las hebillas, las bisagras y otras partes. Después de inspeccionarla y aceptarla, a menudo se estampaba la armadura con la marca de su fabricante. Además, la marca de la ciudad donde se fabricaba la armadura a menudo se perforaba en la superficie, lo que indicaba que la pieza cumplía con los estándares locales de calidad. En las armaduras aparecen varios tipos adicionales de marcas, incluidas las de los molinos que proporcionaron las placas rugosas, marcas de ensamblaje, marcas de serie externas para evitar la confusión de piezas muy similares y números de arsenal.

La verdadera prueba de una armadura, por supuesto, era el éxito con el que funcionaba y lo satisfecho que estaba el nuevo propietario con su compra. Solo los armeros más afortunados encontraban a sus clientes tan satisfechos como lo estaba el emperador Carlos V después de probarse una armadura hecha por Caremolo Modrone de Mantua: “Su Majestad dijo que ellos [los elementos de su armadura] eran más preciosos para él que una ciudad. Entonces abrazó calurosamente al Maestro Caremolo… y le dijo que eran tan excelentes que… si hubiera tomado la medida mil veces no podrían encajar mejor…. Caremolo es más amado y venerado que un miembro de la corte”.

miércoles, 26 de octubre de 2022

Guerra Antisubversiva: Anita González, la hija de una gran P...

Se hizo amiga de su hija y puso una bomba bajo su cama: Anita, la joven montonera que asesinó al jefe de Policía

Hace 46 años, Anita González, de sólo 20 años, cometió uno de los crímenes más escalofriantes de Montoneros. La sangre fría cuando contó los detalles de la voladura del general de Brigada Cesáreo Ángel Cardozo aún causa escozor: “Pongo el caño bajo la cama, me retiro y a los pocos pasos me doy cuenta que lo había puesto demasiado abajo. Vuelvo, lo coloco a la altura de la cabeza”


Por Ceferino Reato || Infobae


Ana María González, Anita, la montonera que mató al general de brigada Cesáreo Cardozo

Montoneros usó otra de sus bombas vietnamitas para matar al jefe de la Policía Federal, el general de brigada Cesáreo Ángel Cardozo, de cincuenta años, mientras dormía en el departamento familiar de la calle Zabala 1762, en el barrio de Belgrano, la madrugada del viernes 18 de junio de 1976, cuarenta y seis años atrás.

Eso fue dos semanas antes de la masacre en el comedor de la Policía Federal, el atentado más sangriento de los 70 con veintitrés muertos y ciento diez heridos.

La bomba estalló debajo de la cama de Cardozo: setecientos gramos de trotyl reforzados con decenas de postas de acero, que, accionados por un mecanismo de retardo de relojería, destruyeron el dormitorio matrimonial y cubrieron el techo con la sangre y las vísceras de la víctima, como aún recuerdan quienes vieron aquella escena.

A la 1 y 36 de la madrugada, Susana Rivas Espora debía estar durmiendo junto a su esposo, pero, por suerte para ella, se había quedado charlando en el living con su mamá, que había ido a visitarlos al departamento B del segundo piso de un edificio típico de Belgrano, donde vivían otros militares con sus familias.

El general de Brigada Cesáreo Cardozo, jefe de la Policía Federal en 1976, asesinado por Ana María González, de Montoneros

La mujer de Cardozo salvó su vida, aunque fue herida porque la onda expansiva y las bolas de acero afectaron a toda la vivienda. Por ejemplo, derrumbaron la pared divisoria del dormitorio principal con la habitación de la hija menor, de doce años, que sufrió lesiones leves.

No hubo que investigar demasiado para saber qué había pasado. La hija mayor del matrimonio Cardozo, María Graciela, de diecinueve años, comprendió de inmediato quién había enganchado la bomba al elástico de la cama de su papá.

—¡Nos traicionó! ¡Nos traicionó! —gritaba en estado de shock, según los primeros vecinos que se acercaron a consolarlos.

Chela Cardozo se refería a Anita, Ana María González, una compañera de estudios del segundo y último año de la Escuela Normal Número 10 “Juan Bautista Alberdi”, de quien se había hecho muy amiga en los últimos dos meses y medio.

Masacre en el comedor, el libro de Ceferino Reato que contiene la historia del crimen de Anita. Dos meses después del asesinato del Jefe de Policía, sucedió este otro atentado, el peor de la década del '70

Tan amigas eran que la tarde del día anterior, el jueves 17 de junio, habían estudiado juntas en el living del departamento con otras dos futuras maestras del Normal 10, como sigue siendo conocido ese tradicional colegio de Belgrano, ubicado a catorce cuadras de la vivienda del jefe de la Policía Federal.

Anita González, de veinte años, contó luego cómo fue el atentado que de repente, como en un pase de magia, la convirtió en uno de los rostros más conocidos y buscados del país.

“Voy primero al baño —explicó—, acciono el mecanismo; voy a la pieza de los padres, pongo el caño bajo la cama, me retiro y a los pocos pasos me doy cuenta que lo había puesto demasiado abajo. Vuelvo, lo coloco a la altura de la cabeza y entonces voy y le digo a María Graciela que me sentía muy mal, que me iba a ir a casa. Completo algunos dibujos, les pido que me los lleven al otro día, y me marcho”.

La excusa que había encontrado la joven montonera para levantarse brevemente de la mesa del living fue que tenía que hablar por teléfono en privado. Sus amigas no desconfiaron porque conocían sus frecuentes peleas con el novio y su delicada situación familiar, derivada seguramente de la separación de sus padres, como ella les contaba casi todos los días.

En una conferencia de prensa clandestina con medios internacionales organizada al mes siguiente, González detalló que en el departamento de Cardozo había dos aparatos de teléfono y que uno, el más reservado, estaba en el dormitorio de los padres. Y que ya había hecho la prueba de hablar desde allí.

El brutal crimen, en los medios de la época. A pesar de la censura de la dictadura, tuvo amplia difusión, lo que buscaba Montoneros con este tipo de acciones

Por eso, estaba segura de que esa excusa funcionaría nuevamente cuando, “a una hora más o menos razonable, en la que ya, probablemente, podrían volver el padre o la madre (eran las siete menos veinte de la tarde), pido permiso para hablar por teléfono”.

El corresponsal de la revista española Cambio 16, Francisco Cerecedo, describió a la joven montonera en su primera salida a la luz pública: “Hermosa, de dulce voz y sonriente, con medias blancas y anorak rojo de colegiala, es, desde hace un mes y medio, el enemigo público número uno de la policía argentina”.

En esa conferencia de prensa, González apareció al lado del comandante Horacio Mendizábal, Hernán, jefe del llamado Ejército Montonero, formado el año anterior, en 1975, en plena democracia peronista, durante el gobierno de Isabel Perón, la viuda del fundador de ese movimiento.

Para unos, Ana María González era el símbolo estridente de la locura terrorista que envenenaba a tantos jóvenes; para otros —los guerrilleros y sus simpatizantes— Anita era una heroína: se había metido en la casa del enemigo y lo había ajusticiado en nombre de las víctimas de Cardozo y de otros tantos como él.

Así quedó la ventana de la casa familiar de la familia Cardozo (Archivo Biblioteca Nacional)

Anita González explicó también cómo hizo para transportar la bomba el día en que, según habían acordado la semana anterior, las cuatro chicas que formaban uno de los grupos de estudios del segundo año del Normal 10 debían reunirse en la casa de la víctima para realizar un trabajo práctico.

“Ese día —contó— voy al colegio tarde, ya con el explosivo en mi cartera, y, como de costumbre, los guardaespaldas de María Graciela nos llevan a todas juntas a la casa en el Ford Falcon con sirena, sus metralletas y escopetas, custodiándonos el cañito”.

No era una bomba que llamara tanto la atención: un cilindro de unos quince centímetros de diámetro por tres centímetros y medio de altura, camuflada dentro de una caja de colonia marca Crandall para que pareciera un regalo para el Día del Padre —se celebraba el domingo siguiente, a los dos días— por las dudas alguien descubriera el paquete.

Los peritos de Bomberos lograron encontrar el pedazo de hierro que le permitió a Anita enganchar la bomba a la cama del general, así como también restos de una cuerda y de la esfera del reloj pulsera y de la pila de un voltio y medio utilizados en el armado de la bomba.

Anita, la guerrillera que a los 20 años contó con total sangre fría cómo se hizo amiga de la hija de Cardozo y lo asesinó

El asesinato de Cardozo cuando dormía en su vivienda familiar, la capacidad operativa de Montoneros y la sangre fría de Anita González, que a los 20 años había fingido amistad con la hija del general, su compañera del colegio, solamente para matarlo, provocaron una verdadera conmoción en la opinión pública.

Era una dictadura, había censura de prensa y los periodistas se arriesgaban a la “reclusión de hasta 10 años” para “aquél que difundiera, divulgare o propagara noticias, comunicados o imágenes con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar la actividad” de los militares o policías, según el comunicado número 19 de la junta militar emitido el mismo día del golpe, el 24 de marzo de 1976.

Pero, la “Operación Cardozo” —como González denominó al atentado— atravesaba cualquier intento de censura; se contaba sola. Así lo explicó la propia autora al evaluar las razones del atentado: “Vimos como muy importante para el fortalecimiento de la moral de los compañeros una operación de este tipo. En ese momento veníamos sufriendo diversas pérdidas y, si bien nuestras acciones militares existían y eran eficientes, no trascendían mucho por el bloqueo de la prensa por parte del enemigo. Con una operación de este tipo no habría problemas de propaganda porque iba a trascender a la opinión pública irremediablemente. Y, por otro lado, el objetivo era claro: eliminar al jefe de la policía no tenía ningún tipo de vuelta”.

En la conferencia de prensa, Cerecedo, el periodista de Cambio 16, le preguntó sobre una de las aristas que había añadido un fuerte dramatismo a la operación: la amistad “entre la ejecutora del atentado y la hija de la víctima”.

La cúpula de Montoneros. A la izquierda, el comandante Mendizábal, que acompañó a Anita en la conferencia de prensa clandestina donde contó cómo mató a Cardozo

“Ana María González —escribió el corresponsal— se justifica, implacable: ´Me tocó uno de los peores sacrificios de un militante: convivir con el odiado enemigo. Durante un mes y medio tuve que frecuentar la casa de Cardozo como compañera de estudios de su hija, mientras él mismo dirigía el secuestro, tortura y asesinatos de decenas de compañeros. Debí compartir su mesa y soportar con una sonrisa sus comentarios cada vez que era asesinado un hombre del pueblo´”.

Cerecedo insistió: ¿cómo era el general Cardozo en la intimidad? La respuesta fue que, en realidad, no había tenido muchas posibilidades de hablar con él. “La relación era muy superficial”. Y agregó, por un lado, que “las veces que hablamos en la mesa, todos reunidos, se tocaban los temas de las torturas y los refinados métodos que tenían ahora, y afirmaba que los guerrilleros no tenían ninguna razón por la cual hacer esto y que simplemente lo hacían porque no tenían otra cosa que hacer con sus vidas, lo cual demostraba la solidez de los policías, que luchaban por mantener las instituciones, la familia y demás, con lo cual se justificaban sus métodos de tortura”.

En cuanto a la relación particular de Cardozo con ella, la joven guerrillera admitió que “era muy buena; me quería mucho; me regalaba entradas para ir al teatro… Por lo demás, no estaba mucho en casa y, cuando estaba, veía la televisión o dormía”.

*Periodista y escritor, extraído de su último libro Masacre en el comedor.


martes, 25 de octubre de 2022

G30A: Ejército de Wallenstein

Ejército de Wallenstein

Weapons and Warfare
 


Era típico de Fernando II que mientras estos 'mártires bohemios' eran llevados a la horca, los Habsburgo iban en peregrinación al gran santuario mariano de Mariazell en su Estiria natal específicamente para rezar por sus almas. En los años que siguieron, la oración y la espada se movieron en perfecto contrapunto para la causa de los Habsburgo. Si Fernando era la punta de lanza del renacimiento espiritual, Wallenstein organizaría en el campo de batalla el despertar militar correspondiente.


El soldado de fortuna bohemio Albrecht Wenzel Eusebius von Wallenstein (1583-1634) fue una de las principales figuras de la Guerra de los Treinta Años. Sus talentos administrativos y financieros lo convirtieron en uno de los hombres más ricos y poderosos de Europa.

Wallenstein se destacó de la nobleza recién formada alrededor de Ferdinand debido a sus habilidades logísticas, que desplegó con una experiencia inigualable a pesar de sus discapacidades físicas. Aquejado de gota que a menudo lo obligaba a ser transportado en literas, Wallenstein instruía incesantemente a sus subordinados para que organizaran sus asuntos hasta el último detalle. La agricultura prácticamente se colectivizó bajo su control para garantizar que cada cultivo y animal se nutriera de manera eficiente para abastecer a sus ejércitos. Un segundo matrimonio afortunado con la hija del conde Harrach, uno de los principales consejeros de Ferdinand, le proporcionó aún más apoyo en la corte. En abril de 1625, Ferdinand accedió a que Wallenstein reclutara 6.000 jinetes y casi 20.000 soldados de a pie. La fuerza de Wallenstein le dio libertad de maniobra al Emperador.

El conde Jean Tserclaes Tilly (1559-1632) fue un producto destacado de la formación de los jesuitas. Al ver el servicio por primera vez en España, el valón aprendió el arte de la guerra a la edad de 15 años, sirviendo bajo el mando del duque de Parma en su guerra contra los holandeses. En 1610, fue nombrado comandante de las fuerzas de la Liga Católica, establecida en 1609 como una alianza informal de principados católicos y estados menores. Al igual que Wallenstein, Tilly introdujo importantes reformas, especialmente a partir de su experiencia con la formidable infantería española. Apodado el "monje de la guerra", pronto demostró ser un organizador muy capaz de las tácticas de infantería, que fueron rápidamente adoptadas por las tropas de Fernando.



La infantería en esta etapa todavía estaba formada por piqueros y mosqueteros. Los piqueros vestían armadura y portaban una pica, que en ese momento tenía entre 15 y 18 pies de largo, hecha de fresno con una punta de metal afilada. Sus oficiales portaban picas más cortas con cintas de colores. Los mosqueteros eran una especie de infantería ligera con casco de metal ligero, sustituido posteriormente por un sombrero de fieltro. El pesado mosquete que llevaban necesitaba ser apoyado en un poste de madera con un tenedor de hierro para ser disparado. La 'munición' estaba contenida de diversas formas en una bandolera, un frasco de pólvora y una botella de latón de material combustible, el llamado Zundkraut, así como una bolsa de cuero que contenía pequeñas bolas de metal. También se llevó una pequeña botella de aceite para garantizar que la "alquimia" necesaria para disparar el arma funcionara sin problemas. Esto estaba lejos de ser sencillo.

Existían cuarenta y un comandos más para tratar con el mosquete en otros momentos. Como esto sugiere, la necesidad de aumentar la velocidad de disparo y simplificar las municiones fueron prioridades para todos los comandantes durante la Guerra de los Treinta Años. Estos problemas solo se resolverían con la llegada de los suecos, que entraron en la lucha contra los Habsburgo en 1630. Tenían una solución moderna para muchos de estos problemas: la introducción de pequeños cartuchos envueltos en papel.



La única unidad táctica en este momento era la compañía, que se desplegaba en una gran plaza formada habitualmente por entre 15 y 20 compañías. Esta formación tenía 50 hombres de profundidad con sus flancos protegidos por 10 filas de mosqueteros. A pesar de mucha práctica en marchar para formar formaciones tan elaboradas como la llamada 'Cruz de Borgoña' o 'Estrella de ocho puntas', se necesita poca imaginación para darse cuenta de que maniobrar en tales formaciones era prácticamente imposible. La idea de marchar con un solo golpe de tambor aún tenía que introducirse ampliamente y el movimiento cohesivo solo era posible mediante una fila extendida.

Donde Tilly demostró ser tan exitosa en la organización de tácticas de infantería, Wallenstein demostró no ser menos formidable en el manejo de la caballería. La caballería al igual que la infantería se dividía en pesada y ligera. La caballería pesada estaba formada por coraceros y lanceros, ambos con armadura hasta las botas. Además de su arma principal, los lanceros también estaban armados con una espada y dos pistolas, símbolos de su estatus privilegiado como guardaespaldas de los comandantes en el campo. Los coraceros llevaban el pesado sable recto o 'pallasch', que estaba diseñado tanto para cortar como para empujar.

Los 'carabineros' a caballo estaban organizados como caballería ligera ya que su única armadura era un casco de metal y un peto ligero. Equipados con un mosquete más corto y 18 cartuchos, estos jinetes también portaban pistolas y una espada corta. Los dragones también estaban equipados con un mosquete corto y, de hecho, originalmente eran mosqueteros a caballo. Como los cañones de sus mosquetes a menudo estaban decorados con un dragón, se los conoció como dragones. Desplegados como caballería de vanguardia, llevaban un hacha con la que, en teoría, podían derribar puertas y portones.

A estas agrupaciones convencionales, Wallenstein añadió nuevos elementos. Una parte importante de la vanguardia a caballo eran los 'ungrischen Hussaren', o húsares húngaros. Junto con los croatas, formaron los elementos irregulares del ejército que podían desplegarse para saquear y aterrorizar a sus oponentes, así como para realizar exploraciones y reconocimientos.

El origen del término 'húsar' hasta el día de hoy es fuente de debate. Lo más probable es que la palabra provenga del eslavo Gursar o Gusar. Otras teorías vinculan la palabra al alemán Herumstreifender o Corsaren; este último, con sus imágenes de piratería, tal vez esté más cerca de la verdad de lo que muchos húngaros querrían admitir. Famosos por no dar cuartel a sus enemigos, se convirtieron en el núcleo de lo que sería la mejor caballería ligera del mundo.

Al igual que con la infantería, la caballería se agrupaba en compañías. A menudo, estos se llamaban Cornetten y, por lo tanto, el título del oficial subalterno de cada una de esas compañías era 'Cornet'. Como estos se formaron en un cuadrado, surgió la costumbre de llamar a cuatro de estas compañías un 'escuadrón' del italiano quadra, que significa cuadrado. En teoría, cada regimiento de caballería constaba de diez compañías de cien jinetes cada una, pero en realidad ningún regimiento de caballería tenía más de 500 hombres.

El ejercicio de estas formaciones tenía como objetivo desordenar a la infantería cargando los últimos 60 pasos contra los piqueros o la caballería del enemigo. No se dispararía desde la silla de montar hasta que la caballería pudiera "ver lo blanco en los ojos del enemigo" ("Weiss im Aug des Feindt sehen thut"). Liderada por oficiales imperiales como Gottfried Pappenheim, famoso por sus numerosas heridas y su negativa a dejarse impresionar por los títulos, o el temible Johann Sporck, un hombre gigante con el pelo como el bronce, quizás el general de caballería más temido de su tiempo, el Imperial la caballería estaba entrenada en tácticas de choque que se basaban en la agresión y la sorpresa para desmoralizar a sus oponentes.

La artillería siguió siendo una estricta casta aparte. Cada unidad de artillería estaba en teoría organizada para tener 24 cañones de diferente calibre. Se agregaron morteros y otras armas a cada unidad. Cada arma tenía como equipo un teniente y once artilleros. Estos fueron apoyados por los llamados Schanzbauern o Pioneros, que estaban organizados en unidades de hasta 300 bajo un oficial con el rango de Capitán. La unidad tenía su propia bandera hecha de seda que mostraba como insignia una pala y sus hombres también eran hábiles carpinteros capaces de fortalecer puentes, no solo demolerlos.


Al servicio del emperador. Ejército de Wallenstein, 1625-1634
Colección Mi soldadito de plomo – TYW Imperialists

lunes, 24 de octubre de 2022

Guerra napoleónicas: Batalla de Dennewitz

Batalla de Dennewitz, (6 de septiembre de 1813)

Weapons and Warfare

 


La batalla de Dennewitz, 6 de septiembre de 1813, 1842 (óleo sobre lienzo) de Wetterling, Alexander (1796-1858)
óleo sobre lienzo
156×233
© Nationalmuseum, Estocolmo, Suecia
Sueco, sin derechos de autor

La batalla de Dennewitz, 6 de septiembre de 1813 - Alexander Wetterling





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La batalla de Dennewitz, librada durante la campaña de 1813 en Alemania, tuvo lugar justo al sur de Berlín, entre el ejército (francés) de Berlín, bajo el mando del mariscal Michel Ney, y el ejército (aliado) del norte, bajo el mando del príncipe heredero de Suecia. , anteriormente uno de los mariscales de Napoleón, Jean-Baptiste-Jules Bernadotte. Fue el segundo intento de Napoleón de apoderarse de Berlín durante esta campaña y fracasó tanto como el primer intento del mariscal Nicolas Oudinot, que terminó en la batalla de Grossbeeren.

El Ejército de Berlín estaba formado por el IV (bajo el mando del general Henri-Gatien Bertrand), el VII (bajo el mando del general Jean Reynier), el XII (Oudinot) Cuerpo y el III Cuerpo de Caballería (bajo el mando del general Jean-Toussaint Arrighi de Casanova), unos 58.000 hombres con 199 cañones. El Ejército del Norte estaba formado por el III (Friedrich Graf Bülow) y el IV (Friedrich Bogislav Graf Tauentzien) Cuerpo de Ejército Prusiano, el cuerpo Ruso del General Ferdinand Winzegorode y el Cuerpo Sueco del Barón Stedingk, alrededor de 120.000 hombres. De estos, alrededor de 43.000 prusianos participaron en la batalla, aunque los refuerzos estaban cerca, algunos de los cuales se comprometieron al final de la batalla.

El terreno consistía principalmente en campos abiertos que cubrían colinas suavemente onduladas con algunos pequeños bosques. Las orillas del arroyo Ahe que atravesaba Dennewitz y Jüterbog eran pantanosas y solo se podían cruzar en los puentes de Dennewitz, Rohrbeck y Jüterbog.

El 5 de septiembre, el ejército de Ney inició su marcha sobre Berlín, avanzando hacia Zahna y Jüterbog. Oudinot se puso en contacto con los puestos de avanzada aliados casi de inmediato y los hizo a un lado. Tauentzien retrocedió a Jüterbog. Al recibir noticias del movimiento francés, Bülow marchó para apoyar a Tauentzien.

A la mañana siguiente, Bertrand se enfrentó con la inestable milicia de Tauentzien en Dennewitz, ganando el cruce allí. La milicia prusiana retrasó a Bertrand el tiempo suficiente para que llegara Bülow. La caballería de Tauentzien cubrió la retirada de su infantería.

Esa tarde, Bülow se enfrentó a Bertrand, que ahora había cruzado el Ahe y se había desplegado, y Reynier, que se había detenido al sur del arroyo. El ataque fue seguido por el contraataque en lo que constituyó uno de los combates más amargos de la campaña de otoño. La artillería de Charles Antoine Morand del cuerpo de Bertrand rechazó el primer asalto prusiano realizado por la brigada del general Heinrich von Thümen. Una brigada al mando de Ludwig, príncipe de Hesse-Homburg, obligó a Morand a retirarse. Los sajones de Reynier entraron entonces en acción a lo largo de una línea desde Göhlsdorf hasta Dennewitz.

Sabiendo que los suecos y los rusos se estaban moviendo para ayudarlo, Bülow decidió hacer un esfuerzo más decidido antes de que llegaran más refuerzos franceses, enviando la brigada del general Karl von Borstell. Capturó Göhlsdorf, pero no pudo avanzar más contra Reynier.

Alrededor de las 3:30 p. m., llegó Oudinot. Inmediatamente atacó a Göhlsdorf y lo recuperó. Los hombres de Bülow estaban exhaustos, los refuerzos aún estaban lejos y su artillería no logró silenciar a la de Ney. La victoria estaba cerca cuando Ney ordenó a Oudinot de izquierda a derecha, lo que Oudinot hizo a pesar de las protestas de Reynier. Esto le dio a Bülow la oportunidad de contraatacar y recuperar Göhlsdorf. Los asaltos prusianos a Bertrand terminaron cuando se quedaron sin municiones, pero justo después de las 5:00 p. m., la artillería rusa fresca lo rompió con salvas de fuego de metralla. Finalmente, las tropas rusas y suecas hicieron retroceder a Reynier. El ejército de Ney fue devastado, perdiendo 22.000 hombres, 53 cañones, 412 carros y cuatro estandartes. Los prusianos perdieron alrededor de 10.000 hombres.

Orden de batalla Aliados

3 Korps: Friedrich Wilhelm Freiherr von Bülow 3.° Bde: Hesse-Homburg: 2.° batallón de granaderos E Prus, 3.° E Prus IR, 4.° Res IR, 3.° E Prus LW IR, 1.° Húsares. 4th Bde: Thuemen: 4th E Prus IR, 5th Res IR, Elbe IR, E Prus Jaegers, Pommern Kurassers. 5.° Bde: Borstell: 1.° Pommern IR, Pommern Gren bn, 2.° Res IR, 2.° Mark LW IR, Pommern Hussars. 6.° Bde: Krafft: Kolberg IR, 9.° Res IR, 1.° Mark LW IR, 1.° Pommern LW Caballería. Reserva de Caballería: Oppen Bde. Treskow: Dragones de Brandenburgo, Dragones de Koenigin, W Prus Uhlans. Bde. Malzahn: 2.° Pommern LW, 4.° Kurmark LW, 2.° Kurmark LW, 2.° W Prus Dragoons. Bde. Cosacos: Bychalov II Pulk, Illowaisky V Pulk. Artillería 3: 12 libras a pie (baterías Prus-2), 12 libras a pie (2 baterías rusas), 6 libras a caballo (baterías Prus-3), 6 libras a pie (baterías Prus-4). 4 cuerpos: Bogislav Friedrich Emanuel von Tauentzien: ligeramente comprometida. Cuerpo sueco: no comprometido.

Comandante del Imperio Francés: Mariscal Michel Ney

IV Cuerpo: General de División Henri Gatien Bertrand 12ª División (Francés): Charles Antoine Morand: 1ª Bde. Belair (Teniente inf), 2do Bde. Toussaint. 15ª División (italiana): Achille Fontanelli: 1ª Bde. San Andrés, 2º Bde. Moroni, 3er Bde. Martel. 38.ª División (Wurtemberg): Franquemont: 1.ª Bde. Stockmayer, 2do Bde. Spitzenberg. Caballería IV: 24 ° Lt Cav Bde. Jett: (Wurtemberg y polacos). Artillería IV: 12 libras a pie (2 baterías), 6 libras a caballo (3 baterías).

VII Cuerpo: General de División Jean Reynier 24ª División (Sajona): Lecoq: 1ª Bde. Brause (Guardias, Lt inf), 2do Bde. Mellentin (Granaderos). 25.ª División (sajona): Sahr: 1.ª Bde. Bosch (Granaderos, Lt inf), 2do Bde. Rissel. 32.a División (francés): Pierre François Joseph Durutte: 1.er Bde. Devaux (Teniente inf), 2do Bde. Jarry (Teniente inf), 3er Bde. Lindenau (Würzburg), 4º Bde. Zoltowski (polacos). Caballería VII: Sajón Bde. (Húsares, Lanceros). Artillería VII (sajona): 12 libras pie, 6 libras caballo (2 baterías). XII Cuerpo: Mariscal Nicolas Oudinot 13ª División (Francés): Michel Marie Pacthod: 1ª Bde. Bardet (Teniente inf), 2do Bde. Cacaullo. 14ª División (Francés): Guilleminot: 1ª Bde. Gruyer (Teniente inf), 2do Bde. Villeret. 29.a División (bávara): Clemens von Raglovich: 1.er Bde. Beckers, 2do Bde. La Trailla. 29º Teniente Cav Bde. (westfaliano y hessiano): Artillería Wolff XII (bávaro): pie de 12 libras (2 baterías). III Cuerpo de Caballería: General de División Jean-Toussaint Arrighi de Casanova 5º Tte Cav: Jean Thomas Guillaume Lorge: 12º Tte Cav Bde. Jacquinot, 13º Teniente Cav Bde. Esmerejón. 6º Teniente de Caballería: Fournier: 14º Teniente de Caballería Bde. Mouriez. 4º Cav Pesado: Jean-Marie Defrance: Bde. Avicia (dragones), Bde. Quinette (dragones). 8.º teniente de caballería (polacos): Kruckowiecky:

Referencias y lecturas adicionales Hofschröer, Peter. 1993. Leipzig 1813: La Batalla de las Naciones. Londres: águila pescadora. Leggiere, Michael V. 2002. Napoleón y Berlín: las guerras napoleónicas en Prusia, 1813. Norman: University of Oklahoma Press.