domingo, 31 de mayo de 2020

SGM: Una polémica sobre quién ganó la guerra

Una polémica que persiste, 75 años después: ¿quién ganó realmente la Segunda Guerra Mundial?


Dos generaciones separan al conflicto más brutal en la historia de la humanidad con las realidades y penurias del mundo actual. Pero todavía hoy los antiguos aliados que derrotaron al nazismo intentan resaltar sus propias contribuciones a la victoria y relativizar las de los demás

Por Germán Padinger || Infobae
gpadinger@infobae.com





Íconos, postales y viñetas del fin de la Segunda Guerra Mundial

La Segunda Guerra Mundial no se peleó solamente en las llanuras de Europa del Este, las playas francesas, los desiertos del Magreb ni en las aguas del Pacífico. También fue combatida en el campo de las imágenes y los símbolos, de la mano de la propaganda. Desde la bandera roja de la Unión Soviética flameando sobre el Reichstag, en una Berlín arrasada, hasta la tricolor de Estados Unidos levantada sobre el Monte Suribachi, en lo alto de Iwo Jima, pasando por las tropas anglo-estadounidenses y soviéticas abrazándose en el río Elba, cuando las dos pinzas del avance aliado se encontraron en el corazón de Alemania.

En siglo de la comunicación de masas, de la radio, y poco después, también de la televisión y finalmente internet, a la guerra no sólo había que ganarla en el campo de batalla. También había que mostrar esa victoria y, en definitiva, “venderla” al gran público, especialmente al actual, para el cual la experiencia del conflicto sólo podía ser imaginada.

Aunque la URSS, Estados Unidos y el Reino Unido lideraron una amplia coalición de países que soportaron el ataque de Alemania, Italia y Japón, y luego finalmente derrotaron a las potencias del Eje, el quiebre ideológico que vino luego, dentro de lo que se conocería como “Guerra Fría”, desató una nueva contienda imágenes, símbolos y discursos en la que el objetivo parecía ser acreditarse la mayor responsabilidad en el triunfo sobre el nazismo y, en menor medida, el imperialismo japonés.

En un principio no fue así. En la inmediata posguerra, las “Naciones Unidas” habían triunfado en conjunto sobre las agresiones del nazismo, el fascismo y el militarismo japonés. Para los pueblos que habían soportado los largos años del conflicto, que éste hubiera terminado era muchísimo más importante que intentar analizar cuál de los ejércitos aliados había hecho más por llegar a esa conclusión.

Pero la división tajante de Europa en dos esferas de influencia, y los sucesivos alineamientos del mundo entero en torno a las dos superpotencias emergentes de la Segunda Guerra Mundial, motivaron una ola de propaganda contrastante, en la que cada bando exageró sus contribuciones y relativizó las del ex aliado, ahora rival.

La caída de la URSS, en 1991, pareció enfriar un poco el duelo propagandístico, por cuanto Rusia, heredera legal del imperio soviético, estaba demasiado preocupada por reconstruir su economía, alimentar a su pueblo y refundar un nuevo país que, necesariamente, debía quemar al menos algunas de las bases del anterior.


Tropas soviéticas en las ruinas de Stalingrado (waralbum.ru)

Pero en las dos últimas décadas, con una Rusia ya estabilizada, la atención se volcó nuevamente a la “Gran Guerra Patriótica”, como se llamó, y aún llama, a la Segunda Guerra Mundial en este país, casi como mito fundante del estado soviético/ruso moderno.

Los rusos de hoy, así, están convencidos de que fue la URSS la que ganó casi en soledad la Segunda Guerra Mundial, pues su contribución fue superior a la de cualquier otro país. Sin la ayuda de Estados Unidos y el Reino Unido, aún así hubieran derrotado a Hitler, considera el 63% de la población de acuerdo a una muestra reciente del Levada Center.

Estados Unidos no tuvo un recreo como el de Rusia en los noventa en su consideración de la Segunda Guerra Mundial. En este país el mito de la “generación dorada”, los hombres y, en menor medida, mujeres que marcharon a pelear en Europa y en el Pacífico por la democracia y la libertad, sigue siendo sagrado, y el cine se ha encargado de mantener la llama viva y de sugerir que fue Estados Unidos el principal contribuyente a la derrota del nazismo.

La propaganda estadounidense ha calado hondo en gran parte de Occidente, de acuerdo a la consultora francesa Ifop. En mayo de 1945, poco después de la rendición alemana, Ifop preguntó a los franceses qué país, en su consideración, había hecho más por ganar la guerra. El 57% respondió que la URSS, seguida por un 20% que mencionó a Estados Unidos y un 12% al Reino Unido.

En 1994, y una generación después, se repitió la consulta y esta vez Estados Unidos salió como el principal vencedor, para el 48% de los que respondieron, seguido por la URSS (25%) y el Reino Unido (16%). Y en 2004 la pregunta fue hecha de nuevo y por última vez: el 58% señaló a Estados Unidos, mientras que sólo el 20% mencionó a la URSS.

Pero entonces, ¿cuáles son los argumentos y criterios que esgrimen uno y otro bando para alzarse como el gran campeón que enterró la lanza en la serpiente fascista? Los hay muchos y de todo tipo, desde el balance de muertes sufridas e inflingidas, hasta

¿Rusia y los países de la ex Unión Soviética ganaron la guerra?


Se estima que entre 50 y 80 millones de personas, entre militares y civiles, murieron durante los seis años a los que comúnmente se circunscribe la Segunda Guerra Mundial, entre 1939 y 1945.


Soldados soviéticos operan un cañón antitanque en las afueras de Moscú, en 1941 (Deutsches Bundesarchiv)

De este escalofriante total, entre 20 y 27 millones eran ciudadanos de la URSS, contabilizando soldados y civiles, muertos en combate, en matanzas o por enfermedades. Más que ningún otro país beligerante.

Alemania, en comparación, sufrió la muerte de entre 6 y 7 millones de personas, también entre militares y civiles.

De acuerdo al historiador alemán Rüdiger Overmans, que en el año 2000 revisó las estimaciones de muertes en su país, del total mencionado 5.318.000 decesos corresponden a la Wehrmacht, la fuerza armada de la Alemania Nazi.

Entre estos, se cree que 3,5 millones murieron en el frente oriental, peleando contra la URSS, unos 740.000 perecieron en combate contra las tropas angloestadounidenses en el frente occidental, y el resto murió en otros teatros de la guerra.

Este es el principal argumento sostenido por la URSS en la posguerra, y luego por Rusia, de su contribución capital a la victoria en la guerra, y se basa en números duros y contundentes. Nadie sufrió tanto pelenado contra los alemanes, nadie les causó tanto daño.

Detrás de esos números, además, hay una destrucción a una escala nunca antes vista en la historia de la humanidad. Alemania y sus aliados invadieron la URSS en junio de 1941 con más de tres millones de soldados, avanzaron destruyendo ciudades ante un ejército Rojo que se retiraba dejando “tierra arrasada”, hasta contraatacar en Moscú a fines de ese mismo año.

Pero aunque la escala es apocalíptica, estos números no son concluyentes y centrarse sólo en la hecatombre, sin contexto, impide ver elementos estratégicos, logísticos y operaciones en la que fue, después de de todo, una guerra de material.

¿Estados Unidos y el Reino Unido ganaron la guerra?


Los aliados occidentales no tienen elementos para discutir el sacrificio desproporcionado realizado por la URSS, ni en el daño generado por ésta a la Wehrmacht. Pero esto no quiere decir que no puedan defender su enorme contribución al esfuerzo bélico que terminó por derrotar a Alemania.


Winston Churchill, Franklin Roosevelt y Josef Stalin durante la conferencia de Yalta, en 1945 (Wikipedia)

Aunque tanto la URSS como Estados Unidos llegaron a la guerra apenas en 1941 (en junio y diciembre, respectivamente), el Reino Unido ya estaba combatiendo desde 1939 en el Océano Atlántico y en 1940 había sido superado y envuelto por los alemanes en Francia, tras lo cual se vio forzado a la evacuación.

Pero Alemana sufrió su primera derrota durante la Batalla de Inglaterra, una campaña de bombardeo estratégico sobre las islas británicas destinada allanar el camino para una invasión o bien doblegar la resistencia del pueblo británico hasta su rendición.

Fue en junio de 1940 y ninguno de los dos objetivos se cumplieron, por lo que la fulminante victoria en Francia, esa culminación de la Bewegungskrieg (guerra de movimiento) y la Kesselschlacht (batallas de envolvimiento) que encandilaron al mundo, acabó en un fracaso estratégico: las potencias occidentales no habían sido sacadas de combate, eliminando la posibilidad de una guerra en dos frentes.

Más importante aún, aunque el ejército del Reino Unido había sido categóricamente derrotado y su Real Fuerza Aérea había quedado al borde del colapso durante la Batalla de Inglaterra, la marina real, muy superior a la alemana, seguía casi intacta.

Esto significó que el acceso de Gran Bretaña a sus colonias y los recursos nunca se cortó, ni siquiera en los mejores años de la fuerza submarina alemana.

Que el Reino Unido siguiera en juego significaba que Alemania debería siempre cubrirse su retaguardia y que nunca podría acceder a las vías marítimas internacionales para abastecerse de alimento y materias primas. El mineral de hierro que le proveyó Suecia y el petróleo de Rumania nunca fueron suficientes para mantener a la Wehrmacht. La solución a su escasez crónica de mano de obra y de comida, en cambio, debió buscarla en la Unión Soviética.

Como señala el historiador James Holland, la Batalla del Atlántico, los combates aeronavales por el control de las líneas marítimas de suministro, involucró a una pequeña fracción del total de hombres y máquinas que confluyeron en la hecatombe del Frente Oriental, pero sus implicancias estratégicas son imposibles de ignorar.

Además de cerrar efectivamente el mundo a los alemanes, los británicos y luego también los estadounidenses jugaron tres roles adicionales en los primeros años de la guerra.


Soldados soviéticos desfilando en Moscú

En primer lugar, proveyeron de alimentos, pertrechos y armamentos a la URSS, a través de convoyes que cubrían la ruta del Ártico y del Pacífico, en sus momentos más difíciles, cuando los soviéticos no paraba de ceder territorio y soldados al avances alemán, con Leningrado (hoy San Petersburgo) y Stalingrado (hoy Volgogrado) bajo asedio, Kiev y Sebastopol perdidas y una Moscú que se había salvado de milagro.

Estados Unidos destinó el 15% de su gasto militar en toda la guerra a los envíos a sus aliados, 20% del cual llegó a la URSS, o un total de 11.300 millones de dólares (unos 113.000 millones de dólares actuales), bajo la ley de préstamos y arriendos.

De acuerdo a cifras oficiales soviéticas, citadas por el historiador Robert Munting en su artículo Lend-Lease and the Soviet War Effort (Préstamo y Arriendo y el esfuerzo bélico soviético), publicado en el Journal of Contemporary History, el 12% del total de aviones, el 10% del total de tanques y poco menos del 2% de la artillería usados durante la guerra provenía de las potencias occidentales.

Quizás no se se trata de una ayuda determinante en el gran marco del conflicto, pero llegó cuando se necesitaba y los soviéticos apreciaban especialmente los tanques M4 Sherman recibidos de Estados Unidos, algunos de los cuales entraron en Berlín durante los últimos combates de 1945, y los cazabombarderos Bell P-39 Aircobra. También los soldados rusos, ucranianos y bielorrusos, entre otros, celebraban la lujosa comida enlatada que venía desde occidente y que hacía décadas que no probaban en cantidad: leche, carne y dulces.

En segundo lugar, a partir de 1941 pero más aún desde 1943 mantuvieron una presión constante sobre la industria alemana, con bombardeos en masa diarios sobre las principales ciudades del país. Aunque la efectividad de esta enorme campaña aérea aún es discutida, ya que la producción industrial germana no pareció sufrir nunca lo esperado, estos ataques desviaron la atención del frente oriental y forzaron a los alemanes a desplegar recursos en el oeste, especialmente aviones de combate, que necesitaban en el este. La matanza de civiles, como en Hamburgo o Dresden, fue también perturbadora, aunque sin llegar a forzar a los alemanes a la rendición.

Finalmente, Estados Unidos y el Reino Unido superaron categóricamente a Alemania en el plano de la inteligencia y la contrainteligencia. Los aliados lograron descifrar los principales códigos alemanes, escuchar con impunidad las comunicaciones alemanas y desarticular las redes de espionaje nazi en sus territorios, transformando a la mayoría de los agentes en doble agentes.


Buques, tropas y pertrechos en la costa Normandía, en junio de 1944 (AFP)

La guerra de la información fue ganada en Occidente pero sus frutos, en parte, compartidos en Oriente, como cuando los soviéticos fueron alertados por los británicos del día y hora del ataque alemán sobre las defensas rusas en torno a Kursk, la fallida Operación Zitadelle que se convertiría en la batalla de tanques más grande de la historia y uno de los principales puntos de inflexión de la guerra.

Además de esas tres contribuciones, los angloestadounidenses invadieron Italia en septiembre de 1943 y abrieron el esperado segundo frente en Francia el 6 de junio de 1944, luego de la Operación Overlord.

A partir de entonces, las dos tenazas del avance aliado comenzaron a cerrarse sobre Berlín desde Oeste y Este.

Ciertamente, el despliegue de soldados aliados en el oeste, y las bajas inflingidas a los alemanes, son incomparables con las registradas en el Frente Oriental, donde además las mejores unidades de Alemania fueron enviadas y, finalmente destruidas.

Pero la apertura del segundo frente forzó a los alemanes a retirar tropas del frente ruso y enviarlas al oeste.

De hecho, que la invasión angloestadounidense de Francia fuera una preocupación tan grande para alemanes y soviéticos, que la venían solicitando desde 1942 para aliviar la presión sobre sus ejércitos, muestra su importancia estratégica más allá de los números.

El líder supremo de la URSS, Josef Stalin, había pedido desesperadamente en 1942 la invasión de Europa Occidental por parte de Estados Unidos, el Reino Unido y sus aliados.


Tropas estadounidenses en Iwo Jima (Reuters)

Esto no ocurrió, y en la conferencia de 1943 en Teherán entre Stalin, el presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt y el primer ministro Winston Churchill, los “tres grandes” finalmente acordaron que la invasión tendría lugar en mayo de 1944.

Los soviéticos nunca perdonaron a sus aliados circunstanciales por retrasar por dos años la invasión. Lo vieron como una traición deliberada y en gran parte la razón por la que sus bajas fueron tan grandes. Finalmente, creyeron que cuando las tropas llegaron a normandía en junio de 1944, la URSS ya había soportado lo peor del ataque alemán y estaba ahora en condiciones de responder con superioridad.

¿China ganó la guerra?

La historia reciente de la República Popular China ha llevado al olvido y la relativización del esfuerzo bélico del gigante asiático durante la Segunda Guerra Mundial. Después de todo, la República que fue agredida por los japoneses en 1937 estaba controlada por el líder nacionalista Chiang Kai Shek, jefe del partido Kuomintang, a su vez enemigo acérrimo de las fuerzas comunistas de Mao Tse tung.

Comunistas y nacionalistas debieron suspender el conflicto civil en el que estaban trenzados para dar cuenta de la amenaza japonesa, y durante los años siguientes las tropas de Chiang Kai Shek libraron enormes combates y sufrieron enormes pérdidas.

La población china, también. Se estima que el país sufrió entre 15 y 20 millones de muertes durante el conflicto, una cifra sólo superada por la URSS. Entre estas cerca de tres millones de los caídos fueron soldados, entre 7 y 8 millones fueron civiles, y el resto perecieron por la hambruna y la enfermedad.

La delicada situación política dentro de China significó que Chiang Kai Shek mantuvo un vínculo cercano con Estados Unidos y el Reino Unido (con cuyos líderes se reunió en Egipto en 1942), pero casi inexistente con la URSS, que apoyaba a las fuerzas comunistas de Mao.

Como en la posguerra éstas finalmente ganaron la guerra civil, expulsaron a los nacionalistas (que se retiraron a Taiwán) y tomaron las riendas del país, hubo pocos incentivos para celebrar el esfuerzo bélico del Kuomintag, los enemigos vencidos, contra Japón. Beijing no celebró su victoria en la Segunda Guerra Mundial, que le valió un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU, sino hasta décadas después y tras la muerte de Mao, y aún así lo ha hecho muy tímidamente.


El hongo nuclear sobre Hiroshima (Universal History Archive/UIG/Shutterstock)

China, por supuesto, no participó el teatro europeo de operaciones y sólo combatió contra los japoneses. Aunque utilizando el criterio soviético, su sacrificio en vidas humanas la convierte en contendiente al país que más contribuyó al fin de la guerra.

Pero aunque su participación también tuvo un valor estratégico, manteniendo ocupadas a la mayor parte de las fuerzas terrestres japonesas del ejército de Kwantung, mientras su marina y fuerza aérea lidiaba con los estadounidenses, China nunca hubiera podido imponerse sobre Japón sin la ayuda de Estados Unidos y, en menor medida, el Reino Unido.

Después de todo, fueron las tropas estadounidenses las que protagonizaron la ofensiva final sobre la islas japonesas y las que luego utilizaron bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, una polémica que sobrevive hasta nuestros tiempos. Las bombas fueron lanzadas por aviones Boeing B29, cada uno tripulado por apenas 11 personas.

Pero, ¿podría Estados Unidos haber derrotado al Imperio Japonés si éste no hubiera tenido trancado el grueso de su ejército y buena parte de sus recursos en la guerra con China? ¿Podrían Estados Unidos y el Reino Unido haber invadido la Europa ocupada por Alemania y llegado hasta Berlín, si esta no hubiera estado abocada con la mayor parte de su esfuerzo bélico en el Frente Oriental?

Y, al mismo tiempo, ¿podría la URSS, que casi sucumbe en 1941 y sufrió una sangría descomunal, haber frenado por sí sola la invasión alemana, para luego pasar a la ofensiva y capturar Berlín, sin la ayuda logística recibida de Occidente, la presión de los bombardeos estratégicos sobre ciudades alemanes, el bloqueo de recursos en el Atlántico y la posterior invasión en Francia de los angloestadounidenses?

Lo mismo podría decirse, quizás, de cualquiera de las grandes potencias que se unieron para frenar el avance del Eje, un alianza antinatural tan necesaria como compleja en sus dimensiones tácticas, logísticas, operacionales y estratégicas.

sábado, 30 de mayo de 2020

Guerra de Corea: El piloto naval que combatió un MiG soviético y tuvo que mantenerlo en secreto

Durante más de 50 años, el piloto de combate de la Armada nunca le dijo a nadie sobre derribar en secreto aviones rusos


War is Boring



El Capitán de Marina retirado E. Royce Williams ha estado guardando un secreto por más de 50 años.

Para sus amigos, familiares y otras personas con las que sirvió, Williams era conocido como un piloto de combate condecorado, que dirigió una exitosa carrera en la Marina, donde sirvió durante más de 30 años y voló en más de 220 misiones en Corea y Vietnam.

Sin embargo, incluso su esposa no sabía lo que había hecho el 18 de noviembre de 1952.

Esa mañana, Williams continuó lo que se había convertido en una rutina diaria para él cuando era un joven piloto de la Marina estacionado a bordo del USS Oriskany en la costa de Corea durante la Guerra de Corea; volando su avión de combate F9F-5 Panther sobre los cielos de Corea del Norte para atacar objetivos en apoyo de las operaciones en tierra. En esta mañana en particular, la única diferencia era que los objetivos estaban más al norte de lo habitual, cerca de la frontera del país con la Unión Soviética.

A pesar de una tormenta de nieve con fuertes vientos y nieve, Williams dijo que la misión comenzó con éxito, con pequeñas cantidades de fuego antiaéreo. Sin embargo, no habían contado con la base soviética cercana para notar su presencia. En cuestión de minutos, los soviéticos fueron a cuartos generales y revolvieron siete cazas MiG-15 para reaccionar ante la situación.

"Nuestro centro de información de combate nos notificó que había bogeys entrantes", dijo Williams. "Vi siete estelas provenientes del norte y las identifiqué como MiG".

Una vez que los MiG pasaron por encima de Williams y su acompañante, dieron vueltas y se dividieron en dos grupos: cuatro a la derecha y tres a la izquierda. Williams perdió de vista el avión y se le ordenó acercarse al grupo de ataque para protegerlo en caso de que los soviéticos atacaran.

Fue entonces cuando volvieron a Williams.

"Volvieron y comenzaron a disparar", dijo Williams. "Desde que comenzaron la pelea, respondí".

Williams se enganchó rápidamente a uno de los aviones y lo golpeó, observando cómo se incendiaba y se hinchaba el humo al descender. Su ayudante lo siguió, dejando a Williams solo con los MiG restantes.

En otro momento intenso, Williams pudo esquivar el fuego de las armas y disparar, derribando a otro MiG, dejando a dos de los cuatro originales en la lucha.

"Estoy a la defensiva, en realidad no les estoy declarando la guerra", dijo Williams.

Mientras seguía maniobrando para evitar ser alcanzado por los cientos de balas disparadas, uno de los pilotos soviéticos cometió un grave error, poniendo su avión directamente en la mira de Williams. Aprovechó la oportunidad y abrió fuego, derribando un tercer MiG.

En otro giro, Williams sintió que su avión temblaba violentamente cuando fue golpeado por un cañón de 37 mm de MiG, rasgando agujeros en su fuselaje y explotando, dejando su avión severamente dañado.

Mientras lucha por mantenerse en la pelea, algo más sale mal: Williams se queda sin municiones.

Los MiG restantes siguieron a Williams mientras convertía su avión dañado en la tormenta, usando los fuertes vientos para protegerse de las rondas entrantes mientras se dirigía a toda velocidad hacia su fuerza de tarea.

"Pude ver las balas viniendo sobre mí y debajo de mí", dijo Williams.

A medida que se acercaba a la fuerza de tarea, los MiG restantes se retiraron rápidamente, suponiendo que Williams probablemente no volvería a Oriskany debido a daños severos. Williams sabía que si se eyectaba, terminaría muerto de frío antes de que pudiera ser rescatado, y sus comunicaciones ahora se cortaron debido al daño causado a su avión. No tuvo más remedio que intentar un aterrizaje.

Para empeorar las cosas, el grupo de trabajo había ido a cuartos generales con órdenes de abrir fuego contra cualquier avión no identificado; Como Williams no podía comunicarse con ellos, abrieron fuego contra su avión y afortunadamente se detuvieron una vez que se acercó lo suficiente como para identificarse.

Su Panther no pudo reducir la velocidad o se estancaría, lo que obligó a Williams a aterrizar a 200 millas por hora. De alguna manera, todavía podía atrapar un cable en la cubierta de vuelo y salió ileso.

Al día siguiente, la tripulación inspeccionó su Panther y encontró 263 agujeros en el avión.

"Te sorprenderías, fue casi como una misión de entrenamiento", dijo Williams, relatando la historia. "Estaba bastante estable".

Poco después de regresar, Williams recibió la orden de reunirse con su almirante y un representante de una nueva agencia gubernamental: la Agencia de Seguridad Nacional. La NSA había estado probando nuevos equipos de comunicaciones que estaban interceptando las conversaciones de radio de los soviéticos, y sabían que si se hacía público algún detalle de la misión de Williams, los soviéticos sabrían que Estados Unidos podía escuchar sus comunicaciones. Por lo tanto, a Williams se le ordenó que no le contara a nadie sobre su misión: estaba clasificada como Top Secret.

Durante el resto de su exitosa carrera en la Marina, y durante décadas después de la jubilación, los detalles de la pelea de Williams con los MiG soviéticos sobre Corea del Norte permanecieron en secreto.

Cuando finalmente fue contactado por el gobierno y le dijeron que su misión había sido desclasificada, la primera persona que Williams dijo que le dijo fue su esposa.

Story by Austin Rooney - Defense Media Activity (Historia publicada originalmente en 2018) 

viernes, 29 de mayo de 2020

PGM: Campbell, el prisionero que fue liberado para ver a su madre y volver a prisión luego

Un ejemplo extremo de honor y humanidad durante la Primera Guerra Mundial 

Javier Sanz || Historias de la Historia

El piloto alemán de combate Gustav Rödel, que sirvió durante la Segunda Guerra Mundial en la Luftwaffe, repetía una y otra vez a sus subordinados:

Para sobrevivir moralmente a una guerra se debe combatir con honor y humanidad; de no ser así, no seréis capaces de vivir con vosotros mismos el resto de vuestros días.

Y ambos requisitos, honor y humanidad, se dieron en esta historia de la Primera Guerra Mundial.



Robert Campbell-Guillermo II

Pocas semanas después del comienzo de la Primera Guerra Mundial, el capitán del ejército británico Robert Campbell se encontraba al mando del Primer Regimiento East Surrey en una posición cercana al Canal de Mons-Condé, en el noroeste de Francia, cuando sus tropas fueron atacadas por el ejército alemán. Durante el combate, el joven capitán de 29 años fue gravemente herido y capturado, siendo trasladado a un hospital militar, donde fue tratado de sus heridas antes de ser enviado al campo de prisioneros de guerra de Magdeburg, en Alemania. Después de dos años internamiento, Campbell recibió una carta con una terrible noticia: su madre, Louise, padecía cáncer y le quedaba poco tiempo de vida. En un intento desesperado de poder ver a su madre moribunda una última vez, escribió una carta al mismísimo Káiser Guillermo II explicándole la situación y rogándole que, por motivos humanitarios, le permitiera visitar a su madre y despedirse de ella. Y aunque lo normal es que aquella carta no hubiese llegado a su destino o que no hubiese obtenido respuesta, el Káiser contestó… y contestó afirmativamente. Le permitiría regresar a su casa en Gravesend, en el condado de Kent, para visitar a su madre con una condición…
Campbell debería dar su palabra de caballero y de oficial del Ejército Británico de que, finalizada la visita, volvería al campo de prisioneros.

Robert Campbell dio su palabra de honor al Káiser. Con la mediación de la Embajada de los Estados Unidos -recordemos que permanecería neutral hasta el 6 de abril de 1917-, el 7 de noviembre de 1916 llegaba a Inglaterra para estar con su madre y despedirse de ella. Terminado el tiempo acordado, una semana, regresó al campo de prisioneros de Magdeburg, cumpliendo con su palabra de caballero. Su madre Louise falleció en febrero de 1917… justo cuando Robert y otros prisioneros estaban terminando el túnel por el que, poco más tarde, lograron escapar, aunque fueron capturados cerca de la frontera de los Países Bajos y enviados de vuelta al campo. Allí permaneció hasta que terminó la guerra en 1918.

La humanidad de Guillermo II y el honor de Robert Campbell dieron lugar a esta historia, tan extraordinaria como atípica… ayer y hoy.

jueves, 28 de mayo de 2020

Argentina: El clan Anchorena

Los Anchorena

Revisionistas




Escudo de armas de la familia Anchorena

Un trabajo titulado Linaje Ortiz de Rozas, de Manuel Alfredo Soaje Pinto, publicado en Genealogía, la revista del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas (1979), no consigna el parentesco entre aquél linaje y los Anchorena. Se repite hasta el cansancio la versión de que Tomás Manuel de Anchorena era primo de Juan Manuel de Rosas, si bien, volvemos a repetir, todavía no hemos podido verificar en árbol genealógico alguno esa unión familiar.

El marxista Juan José Sebreli –devenido, en su época, en ocasional columnista televisivo del liberal Mariano Grondona-, explica en De Buenos Aires y su gente (1982) lo siguiente: “El carácter mítico de esta familia (Anchorena) hace que se tejan diversas leyendas a su alrededor, y se la vincule frecuentemente con otros mitos. No podía faltar por supuesto el mito del “origen judío”. He oído la versión fantástica de que los tres hermanos Anchorena –Juan José, Tomás y Nicolás-, eran hijos de comerciantes portugueses judíos, y que habían sido salvados de un naufragio donde murieron los verdaderos padres, siendo recogidos en Buenos Aires por Juan Esteban Anchorena, quien los habría adoptado y dado el apellido (…).

“La leyenda de los Anchorena judíos es recogida en nuestros días por José María Rosa y Manuel Antón, quienes en el proyecto del filme sobre Juan Manuel de Rosas pensaron en el periodista judío Jacobo Timerman para interpretar a Tomás Manuel de Anchorena.

“El carácter imaginario del judaísmo de los Anchorena –sigue diciendo Sebreli- no excluye, por otra parte, la posibilidad de un auténtico origen sefardita, ya que como ha sido demostrado por numerosos historiadores, la mayoría de las familias tradicionales argentinas tienen ese origen, que desconocen o tratan de ocultar
”.

Estos conceptos resultan interesantes, a pesar de que el autor (Sebreli), quien publicó la obra por primera vez en 1964, era un activísimo militante marxista que seguía a Jean-Paul Sastre y al masón Ezequiel Martínez Estrada. Al referirse a la familia Anchorena, lo hace desde una posición que busca, indudablemente, la lucha de clases y, de paso, vituperar las figuras de Juan Manuel de Rosas y Juan Domingo Perón.

Tomás Manuel de Anchorena surge en nuestra historia como el más conocido de los de su estirpe, en primer término porque fue uno de los que apoyó la Revolución de Mayo de 1810, y porque además puso su firma en la Declaración de nuestra independencia en julio de 1816. Fue un fiel servidor durante la Santa Federación desempeñándose como Ministro de Relaciones Exteriores en el primer gobierno de Rosas (1829-1832). Murió en pleno segundo gobierno de Rosas, en el año 1847.

Sobre su origen supuestamente sefardí (judío), no hay constancias. El escritor Eduardo Fernández Olguin, autor de Un precursor de Mayo. El doctor Tomás Manuel de Anchorena, sugiere que éste tuvo por padre a “don Juan Esteban de Anchorena, acaudalado comerciante natural de la Navarra, en la península española, y doña Ramona López de Anaya, oriunda de Buenos Aires”. Nada nos dice sobre la adopción que habría tenido Tomás Manuel de parte de Juan Esteban Anchorena, como afirma Juan José Sebreli.

El hermano de Tomás, Nicolás Anchorena, tuvo una actitud muy ruin, pues una vez caído Juan Manuel de Rosas en 1852, no dudó en mostrarse como partidario del general Justo José de Urquiza, olvidando su apoyo dado al Restaurador. No será el único que traicionaría a Rosas: varios oficiales de sus ejércitos se afiliarían, tras la batalla de Caseros, a la Masonería.

El anonimato de los Anchorena

Hay que rescatar algo que sigue insinuando Juan José Sebreli respecto de los Anchorena, y es su anonimato…aunque siempre estén detrás de las máximas decisiones políticas y económicas. Dice así:

“El gran ruido que en el folklore cotidiano han hecho siempre los Anchorena, contrasta con el discreto silencio con que pasan por la historia oficial. Silencio que contrasta aún más si tenemos en cuenta que, en una burguesía como la nuestra, sin títulos nobiliarios, la necesidad de rescatar un pasado prestigioso, y a veces también de justificar una pensión estatal, lleva a la transfiguración de algún ascendiente más o menos destacado en “prócer de la patria”, a través de biografías apologéticas encargadas a algún escriba a sueldo. Los antiguos ricos se transforman en medallas. Es así como desde Bartolomé Mitre, el género biográfico fue la gran moda de la historiografía argentina (…).

“El interés de los Anchorena por pasar inadvertidos, por ocultar las huellas de un pasado no siempre reivindicable, los ha llevado, por ejemplo, a presionar sobre Pradere para que guillotinara de su Iconografía de Rosas las hojas con caricaturas de Tomás de Anchorena. Quedan de la versión original solamente una docena de ejemplares que escaparon a la autocensura, y que constituyen una verdadera rareza de bibliófilo”,

Sigue explicando Sebreli acerca de esta actitud típica de las familias patricias que desde siempre se han mantenido en las sombras:

“Los Anchorena nunca han gastado dinero en pagar libros que recuerden a sus antecesores. (…) A los Anchorena no les interesa la publicidad, no les conviene que se recuerde el origen poco prestigioso de su dinero, y tampoco les interesa que las demás clases los vean como los verdaderos responsables del poder político y social del país. Siempre han ejercido un poder oculto e ilimitado, como el de la electricidad subterránea, y su propia invisibilidad es la base de su fuerza, ya que les permite pasar inadvertidos ante la opinión pública quien distraídamente ejerce su crítica en otros poderes o en otros personajes más aparentes y superficiales”.

Este ocultamiento de sus arcas familiares pudo haber sido el motivo por el cual los Anchorena, salvo Tomás Manuel, no hayan querido ostentar cargos públicos. Nicolás Anchorena renunció varias veces para ejercer como Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, por ejemplo. Los descendientes de los Anchorena más renombrados, prefirieron abocarse a sus actividades comerciales o de haciendas, desechando las posibilidades de figurar como gobernadores, secretarios, ministros o diputados, es decir, en cargos de importancia. Tal vez, una excepción a la regla la brinda Manuel de Anchorena, embajador de Juan Perón en 1973-1974, o sino el mismo Tomás Anchorena que fue funcionario en el viejo Consulado virreinal.

Continuando con este aspecto, Sebreli agrega que “la documentación existente sobre los Anchorena en el Archivo General de la Nación o está escrita en clave o es de lo más anodina e inofensiva; la documentación que verdaderamente importa permanece, sin duda, oculta en archivos secretos, en gavetas familiares, en viejos arcones, y la mayor parte ha sido destruida”.

Miserias de algunos Anchorena

Un testimonio interesante surge de una conferencia que dio el 4 de agosto de 1932 Josefina Molina y Anchorena, hablando en contra de la ley de divorcio que se discutía por entonces en el Congreso de la Nación. Decía esta mujer Anchorena: “La prolongación material de la estirpe supone la existencia de algo que le sirve para mantenerse, para no perecer de hambre: necesita una posibilidad económica, y ésta, dado el carácter de la familia –institución que se prolonga, que no muere- ha de tener también carácter estable. De ahí que la misma noción de familia esté íntimamente vinculada a la noción de propiedad raíz y a la de herencia”. Como vemos, a mayor sostén material y económico, mayor será el beneficio y el prestigio de la institución familiar, sin importar cómo o de qué manera se acrecienta dicho materialismo.

El diario de humor político “El Mosquito” sacó un número en 1867 en el que aparecía retratado un Anchorena con toda su fama de derrochador y multimillonario. Este Anchorena proponía empedrar las calles de Buenos Aires con sus onzas de oro, en lugar de bloques de adoquines. Este ejemplo es gracioso pero denota una realidad que se propaga en los ámbitos populares.

No fue gracioso, en cambio, lo que ocurrió con un ‘dandy’ llamado Fabián Tomás Gómez y Anchorena (1850-1918), el cual jugó toda su fortuna personal para morir pobremente en Santiago del Estero. El escritor revisionista Carlos Ibarguren, escribió sobre sus comilonas y derroches en Europa:

“(…) el opulento manirroto argentino dilapidaba millones en París, entregado al goce de la vida. En su casa de Faubourg Saint Honoré, puesta con magnificencia –que fuera de la Condesa de Montijo, madre de la proscripta Emperatriz Eugenia y de Paca Duquesa de Alba-; en su palco de la Ópera, en los restaurantes lujosos, casinos, hipódromos, teatros y cabarets de moda; en los corsos del “Bois de Boulogne” y en espléndido yate “Enriqueta”, fondeado en el Sena: el dadivoso “rastacuer” sudamericano, veíase a la cabeza de un enjambre elegante de aprovechados adulones y de hetairas de alto precio”.

En 1880, Fabián Gómez y Anchorena se encontraba en Madrid, España, cortejando a “una dama de rancio linaje: María Luisa Fernández de Henestrosa y Pérez de Barradas”, hija de marqueses ibéricos. Para esa misma fecha, Gómez y Anchorena se había hecho tanta fama de dispendioso que cada vez que salía del lujoso palacio que tenía en Madrid, los mendigos lo acosaban cuando salía del mismo. “Recurrió entonces –dice Sebreli- a la treta de vestir a un mucamo con su ropa. Las aglomeraciones de mendigos alrededor del mucamo disfrazado de Anchorena eran tan grandes que una mañana apareció en la calle su cadáver destrozado”.

Otra “proeza” de Fabián Tomás Gómez y Anchorena fue que institucionalizó la limosna, “instalando una oficina donde cada semana los mendigos iban a cobrar un jornal”. Patético.

Aarón de Anchorena, primo de Fabián Tomás Gómez y Anchorena, se ganó una despreciable fama en los banquetes que celebraba en los hoteles más refinados de Europa. Cada vez que terminaba alguno de ellos, tiraba una vajilla de plata a un perro para que la destrozara con sus dientes y fuerza.

Sin reparar en la pobreza de las clases populares de Argentina, los Anchorena se hicieron odiar tremendamente. “Se cuenta de un Anchorena que cuando un pobre le pedía una limosna, le recomendaba comer pasto. Cuando murió, los pobres arrojaron fardos de pasto al paso de su cortejo fúnebre”, apunta Sebreli.

Desarreglos en la Isla Victoria

Aarón Félix Martín de Anchorena Castellanos, nacido en 1877 y fallecido en 1965, era hijo de Nicolás Anchorena. Perteneciente a la aristocracia porteña, fue aviador, estanciero y practicó una vida donde ser ‘dandy’ era la regla.

Lo vemos en 1902 llegando a la inhóspita isla Victoria, en las aguas del lago Nahuel Huapi, Provincia de Neuquén, donde sus ínfulas de superado le permitieron hacer perdurables desarreglos al hábitat de la zona. En sociedad con Pedro Luro, personalidad fundadora de la actual Mar del Plata, introdujo especies animales y vegetales que dañaron notablemente el ecosistema.



Puerto Anchorena en la Isla Victoria, Pcia. del Neuquén, Argentina

De los primeros, el paisaje de la isla Victoria fue obligado a convivir con jabalíes, ciervos colorados y dama-dama, especies que se reproducen con suma rapidez, lo que va de suyo la alteración del hábitat y el que sean considerados desde inicios del siglo XX bajo el mote o clasificación de plagas. Debe contemplarse, además, que los ciervos saben nadar, por lo tanto no solamente se vio afectado el ecosistema de la isla Victoria sino también el de sus alrededores. Tan gravísimo error, el cual más de cien años después sigue dando qué hablar, se parece al acontecido en el año 1888 en Carcarañá, Provincia de Santa Fe, donde fueron soltadas por primera vez las liebres, que, a partir de entonces, se reprodujeron a gusto.

En el mundo vegetal, la introducción del pino también acusó terribles consecuencias, pues dicha especie es invasiva y no deja reproducir a la flora restante debido a la acidez con que nutre los suelos (baja del ph). Sumado a lo dicho, tenemos el agravante de que las semillas de los pinares se desparramaron con facilidad hacia otros lugares por los fuertes vientos. Incurrimos, entonces, en el nombramiento de otra “hazaña” de la sociedad Anchorena-Luro. Al cabo de varios años, en 1924 más precisamente, el Estado tomó conocimiento de las lamentables condiciones en que se hallaban unas 32 hectáreas de la isla Victoria, situación que motivó la creación de un gran vivero para regenerar la flora perdida por la pésima iniciativa de Aarón Anchorena tiempo atrás.

Este vivero fue concebido por el Ministro de Agricultura de la Nación, Tomás Le Breton (1868-1959), teniendo por ayudante al perito Pablo Gross. El establecimiento recibió el nombre oficial de Antiguo Vivero, dentro del cual se plantaron unas 500 especies –entre autóctonas y foráneas-, y que perduraría hasta el año 1964, aunque la intención de efectuar una vuelta a la flora original ha seguido en pie.

Con tal de combatir los pinos plantados por Anchorena y Luro, se procedió a la plantación de las siguientes especies: picea de Serbia, ciprés de Monterrey, abeto griego, cedro africano, pino del Himalaya, sorbus (de origen europeo) y sugi (japonés), entre otras. En cuanto a las especies autóctonas, se plantó maitén, pañil, sequoias, arrayanes, etc. Actualmente, estos últimos ejemplares una vez que crecen son llevados a un sector de guarda para resguardarlos de la depredación de los ciervos.

¡Cuántas historias se habrán ocultado de la familia oligárquica Anchorena! Todavía resta un gran trabajo revisionista por delante, aunque la documentación más sensible de los Anchorena puede que esté guardado en rincones inaccesibles y hasta peligrosos para el investigador insaciable.

Referencias


(1) La versión oral más acorde a la hora de encontrar un parentesco entre los hermanos Anchorena y Juan Manuel de Rosas, es aquella que los posiciona como “primos segundos”.
(2) Comúnmente denominado gamo, el dama dama pertenece a la familia de los cérvidos, guardando similitud con el ciervo común.
(3) Unos 200 ciervos comunes y dama dama pueden llegar a procrear 2 mil ejemplares.
(4) Este proceso lleva por nombre “acidificación del suelo”.

Por Gabriel O. Turone

lunes, 25 de mayo de 2020

Japón medieval: El clan Takeda

Clan Takeda

W&W



Hideo Takeda, batalla en el río Fuji.



Batalla de Nagashino, una pantalla pintada de los siglos XVII-XVIII.

Batalla de Nagashino, (1575)

Batalla de Nobunaga Oda (1534–1582) y su aliado Ieyasu Tokugawa (1543–1616) con Takeda Natsunori, alrededor de la fortaleza estratégica de Nagashino. En este encuentro, las fuerzas de Tokugawa y Nobunaga Oda fueron las primeras en confiar principalmente en la potencia de fuego en masa en forma de armamentos occidentales, ayudando a transformar la guerra de los samuráis mientras empujaban a ambas casas a la hegemonía sobre Japón.

Ieyasu Tokugawa había forjado una alianza familiar con los Takedas, cuyos territorios limitaban con los suyos en el centro de Honshu. Se casó con un hijo y una hija en la casa Takeda en la década de 1560, pero en el mundo de las alianzas cambiantes y la guerra constante que caracterizó a Japón en ese momento, la alianza se desmoronó rápidamente. Los Takedas pronto estuvieron nuevamente en guerra con los Tokugawa.

La muerte del anciano Takeda (Shingen) en 1573, a manos de un francotirador en batalla, colocó a su hijo Natsunori a la cabeza de la casa Takeda. La creciente fortuna de los Tokugawa los había convertido en feroces rivales de los Takedas, y cuando en 1575 un traidor a Tokugawa se ofreció a entregar el castillo vitalmente estratégico de Ozaki a los Takedas, Natsunori Takeda aprovechó la oportunidad. Ozaki era la capital de la provincia de Mikawa, el corazón del territorio de Tokugawa, y su castillo estaba custodiado por el propio hijo de Tokugawa.

Takeda lideró una fuerza de 15,000 guerreros en lo que se esperaba que fuera una toma casi sin sangre del Castillo de Ozaki. En cambio, descubrieron en el camino que la traición había sido descubierta por Tokugawa. En lugar de enfrentarse a una humillante retirada, Takeda optó por enviar a sus tropas contra la fortaleza cercana de Nagashino, otro castillo estratégico ubicado en la convergencia de tres ríos y protegiendo la entrada a las provincias de Mikawa y Totomi.

Takeda comenzó su asedio al castillo en mayo de 1575, pero aún no tuvo éxito cuando llegó la noticia de que las fuerzas de ayuda dirigidas por Tokugawa y Oda estaban en camino. Takeda optó por mantenerse firme cerca de Nagashino y enfrentarse a los ejércitos aliados que se aproximaban, aunque sus fuerzas superaban en número a más de dos a uno. En la Batalla de Nagashino en junio de 1575, el mayor número de la alianza y, lo que es más importante, una potencia de fuego abrumadora, incluido el fuego de volea de mosquete por rangos alternos (la primera vez que se sabe que esta técnica se empleó en la guerra), se llevó el día. Takeda perdió casi dos tercios de sus hombres y generales, y el clan de Takeda, mortalmente herido, se quedaría solo hasta 1582, cuando fue invadido definitivamente.

Referencias y lecturas adicionales: Parker, Geoffrey. La revolución militar: innovación militar y el ascenso de Occidente, 1500-1800. Cambridge, Reino Unido: Cambridge University Press, 1988. Sadler, A. L. The Maker of Modern Japan: The Life of Tokugawa Ieyasu. Tokio: Charles E. Tuttle, 1937.

ENLACE

Los Takeda eran descendientes del emperador Seiwa (858-876) y son una rama del clan Minamoto (Seiwa Genji), de Minamoto no Yoshimitsu (1056-1127), hermano del Chinjufu-shogun Minamoto no Yoshiie (1039-1106). Minamoto no Yoshikiyo (c. 1075 - c. 1149), hijo de Yoshimitsu, fue el primero en tomar el nombre de Takeda.

Durante gran parte del período Sengoku, las provincias controladas por el Dagoyo Sengoku estuvieron bastante bien definidas y gobernaron como una unidad económica estable. Hay poca evidencia de guerra civil dentro de estos territorios, excepto donde estaban involucrados los sectarios Ikko-ikki. La guerra tendía a limitarse a enfrentamientos entre daimyo, particularmente en áreas sensibles donde se encontraban dos territorios. Así, la frontera entre las tierras de Takeda, Uesugi y Hojo fue frecuentemente disputada. Kawanakajima, un área de llanura que efectivamente era tierra de nadie para Takeda y Uesugi, vio no menos de cinco batallas en sus campos. Fueron tales conflictos, junto con su lejanía geográfica de la capital, los que actuaron como contrapeso a cualquier pretensión que estos daimyo pudieran haber tenido para convertirse en Shogun. Muchos poseían el poder militar necesario, pero pocos estaban destinados a ejercerlo en esta dirección.



Shingen Takeda, (1521-1573)

Un destacado señor de la guerra (daimyo) del período Sengoku de Japón ("la era del país en guerra"). Shingen Takeda nació Harunobu Takeda en 1521, el hijo mayor de Katsuyori Takeda, gobernante de la provincia de Kai en el centro-norte de Japón. El joven Takeda derrocó a su padre en 1541 y se instaló como el shugo provincial (gobernador militar). Luego se embarcó en la conquista de la vecina provincia de Shinano, que estaba asegurada en 1555. Sin embargo, esta acción lo llevó a un conflicto directo con Kenshin Uesugi (1530-1578) de la provincia de Eichigo, otra figura militar joven y dinámica. Durante casi dos décadas, los dos líderes se enfrentaron en el campo de batalla de Kawanakajima, con encuentros especialmente severos en 1553, 1554, 1556 y 1563.

Finalmente, ninguna de las partes pudo obtener una ventaja decisiva sobre la otra, y ambas volvieron sus ambiciones territoriales a otra parte. Durante este período, Takeda se afeitó la cabeza, se convirtió en sacerdote budista y asumió el nombre más familiar de Shingen.

En este momento, Japón estaba lleno de conflictos mientras las principales familias de samuráis luchaban por el control del país. En 1568, Takeda atacó a la familia Imagawa y la condujo desde la provincia de Surguga. Sin embargo, el equilibrio de poder siempre cambiante lo obligó a aliarse con las familias Hojo, Asakura y Asai para oponerse a la creciente fuerza de Nobunaga Oda. En 1573, Takeda atacó a las fuerzas combinadas de Oda y su sustituto, Ieyasu Tokugawa, en Mikatagahara, expulsándolos del campo. Esta derrota tuvo el efecto de inducir al debilitado shogun, Yoshiaki Ashikaga, a denunciar a Oda, una hazaña que finalmente llevó a la caída del shogunato. Sin embargo, Takeda se distrajo por los acontecimientos en otros lugares y, al no seguir esta impresionante victoria, permitió que sus enemigos se consolidaran.

En la primavera de 1573, Takeda volvió a avanzar contra Tokugawa y asedió uno de sus castillos en Noda. Los acontecimientos no están claros, pero murió de enfermedad o de una herida de bala el 13 de mayo de 1573. El clan Takeda no sobrevivió a su fallecimiento y Oda lo eliminó como amenaza militar en Nagashino en 1575.

Más allá de su destreza militar, Takeda también fue reconocido por sus habilidades administrativas y organizativas. Puso a la provincia de Kai en un orden muy alto de eficiencia y fue considerado cariñosamente por la población. Takeda también fue celebrado por su caligrafía y poesía, astucia militar y capacidad para grandes actos de caballería y crueldad.

Los ejércitos del Sengoku Jidai

Los ejércitos del Sengoku Jidai fueron manifestaciones de la estructura social feudal de Japón, que giraba en torno a parientes y vasallos. El jefe del clan y su ejército era el daimyo, traducido literalmente como "gran nombre". Fue apoyado por el kashindan. Estos eran un grupo de parientes y retenedores de sangre asociados con lazos familiares, matrimonio, juramentos filiales y vasallaje hereditario. A los criados se les dio tierra para gobernar y se esperaba que proporcionaran apoyo militar en tiempos de guerra.

Un ejército permanente era poco común, pero se popularizó durante los últimos años del Sengoku Jidai. Durante la mayor parte del período, los ejércitos estaban compuestos por agricultores que necesitaban retirarse durante las temporadas de siembra y cosecha. Combatir una campaña durante los períodos de inactividad ofrecería a los campesinos la oportunidad de obtener ingresos adicionales del saqueo y posiblemente ser promovidos a samurai.

Por lo general, cuando se emitía un llamado a las armas, se requería que cada samurai terrateniente reuniera una cantidad predeterminada de tropas y equipo en función de su riqueza. Las tropas de toda la provincia convergerían en un lugar designado donde se reorganizarían en batallones empuñando armamento similar y comenzarían a practicar simulacros. El daimyo determinó la cadena de mando para la campaña. Los retenedores prominentes actuarían como bushō (general). Se nombraría un taishō (mariscal de campo, comandante en jefe) si el daimyō no tenía la intención de asumir el papel él mismo.
Cada general comandaba una división compuesta por batallones especializados de caballería, misiles y tropas cuerpo a cuerpo reunidas de sus feudos. Estas tropas solo eran leales a su señor directo y al daimyo, no al taishō u otros generales. Para reflejar esto, los comandantes japoneses que no están asignados como Comandante en Jefe se clasifican como Aliados Generales. Sus unidades no pueden recibir ningún efecto de comando de otros generales excepto el C-in-C.

Los japoneses manejaban una variedad de armas, las más prominentes eran la katana (espada), yari (lanza), naginata (arma de asta), yumi (arco) y teppō (cerradura). Contrariamente a las representaciones populares, la katana era solo un arma secundaria y el yari era el arma de elección debido a su alcance y versatilidad. Todas las clases de soldados, desde el humilde ashigaru hasta el samurai de élite, llevaban una armadura de construcción laminar.

Antes de 1530, los samuráis montados utilizarían principalmente arcos, similares a otros de la caballería del este asiático. El cambio a las tácticas de yari y shock ocurrió alrededor de la década de 1530, pionero del clan Takeda.

La principal fuerza de combate era el samurai de pie, aumentado por ashigaru. Debido al terreno accidentado, los japoneses utilizaron formaciones sueltas y la lucha se realizó de hombre a hombre, como se muestra en las artes marciales y las películas de samurai. Por lo tanto, se clasifican como guerreros.

En 1543, los comerciantes portugueses introdujeron las armas de fuego (teppō) a los japoneses. Se desplegó la infantería Teppō ashigaru, pero no había suficientes armas de fuego disponibles para equipar unidades grandes. Estas pequeñas unidades se clasifican como Pie Ligero y se usan principalmente como tropas de escaramuza.

En 1551, a medida que las batallas se hicieron más grandes, se reunieron más y más infantería ashigaru, como resultado de lo cual la proporción de samurai de pie en el ejército se redujo algo. La Batalla de Nagashino en 1575 mostró a los japoneses que el fuego de voleo en masa de las armas de fuego detrás de las defensas de campo podría derrotar a la caballería samurai.

Para 1577, la caballería samurai había perdido su atractivo debido a los cambios en la tecnología y las tácticas del campo de batalla. Y para 1592, las tácticas de infantería ashigaru se convirtieron en combates en formación cerrada. Recibirían un mejor entrenamiento y formarían la columna vertebral del ejército de la última era de Sengoku. La infantería Ashigaru, incluidas las unidades armadas yumi y teppō, ahora se clasifican como pie medio. Un siglo de lucha también agotó el número de samurais disponibles. Al igual que sus homólogos montados, los samuráis de pie, que aún luchaban cuerpo a cuerpo, encontraban más difícil dominar el campo de batalla contra las tropas organizadas de los campesinos. La década de 1590 también introdujo algunos otros elementos de la guerra moderna, como la artillería ligera, pero estos no se utilizaron tan ampliamente como en el continente asiático.

Monjes budistas de varios templos también entrenados para el combate. Tuvieron que tomar las armas para proteger sus templos de las sectas rivales. Estos monjes guerreros fueron llamados sōhei. Durante la Guerra de Gempei (1180-1185), los sōhei finalmente se vieron envueltos en la política secular al unirse a los señores que apoyaban su templo. Esto se repitió durante el Sengoku Jidai y los daimyō pudieron obtener el apoyo de sōhei de sus templos locales.

El arma preferida de los monjes era la naginata, un arma de asta de hoja larga. También usaron arcos y cerraduras. Ocasionalmente, se los puede ver usando armaduras debajo de sus túnicas, pero la mayoría estaban desarmados.

La revolución Ikkō-ikki le dio a algunos Sōhei un nuevo propósito. En lugar de luchar por sus templos y mecenas, lucharon bajo una ideología de igualdad e independencia del daimyō. Los ejércitos rebeldes Ikkō-ikki estaban compuestos principalmente por sōhei y apoyados por turbas campesinas armadas. Los samuráis que compartían sus ideales también se unieron pero no formaron unidades separadas. Los samurai lucharon junto a los monjes y campesinos y proporcionaron liderazgo y capacitación.

domingo, 24 de mayo de 2020

Argentina: El atentado contra Sarmiento

La noche que zafó Sarmiento

Revisionistas




Francesco y Pietro Guerri

El presidente, cansado de las advertencias sobre amenazas contra su vida, se trasladaba sin custodias. Domingo Faustino Sarmiento sostenía que “contra un asesino alevoso no hay preocupación que valga“, convencido de que “cuanto más se guardó Lincoln fue cuando lo asesinaron” (trágica noche en el teatro Ford, de Washington, del 14 de abril de 1865, cuando John Wilkes Booth le disparó a la cabeza).

En esta otra noche sabatina y porteña del 23 de agosto de 1873, Sarmiento, sin precaución alguna, treparía solitario a la carroza parisiense estacionada frente a su casa de Maipú entre Temple (Viamonte) y Tucumán. En el corto trayecto hasta lo de Dalmacio Vélez Sarsfield serían el cochero y él, además del par de matungos que resoplaban bolsones de niebla: ese frío 23 de agosto de 1873 congelaba el aliento. Se abrigó, olvidado del Tedeum del último 25 de Mayo: la información hablaba del crimen en la Catedral junto al gobernador Mariano Acosta. Eligió resignarse, hacía dos meses, al recibir una carta del gobernador Iriondo, de Santa Fe. “Usted sabe que no me asusto fácilmente pero esta vez tengo miedo; el hombre que Ud. sabe ha vuelto -advirtió- y dice que aquellos otros opinan que es más fácil matarlo a Ud. que vencer a las armas nacionales (que aplastarían en diciembre el alzamiento jordanista); tome pues sus medidas -continuó el mandatario- porque creo que lo van a mandar asesinar. No puedo nombrar al individuo porque nos privaríamos de un poderoso y discreto auxiliar“.

Los trabucos listos

Muy cerca, en la misma calle Maipú, había terminado la reunión en la que El Austríaco entregó las armas a los tres italianos: trabucos naranjeros de bronce boca ancha comprados cerca de la central de policía. Uno bien cargado de pólvora y varios puñales. Los italianos eran ociosos marineros mientras las embarcaciones -en su caso La Paulita- estaban surtas en el Riachuelo. Habían sellado el primer compromiso con un adelanto de 200 pesos entregado por El Austríaco en una fonda de La Boca. Algunos encuentros siguieron en la fonda Génova de Paseo de Julio (hoy Alem) entre Cangallo (hoy Perón) y Cuyo (hoy Sarmiento) con pagos de 200 o 300 pesos a cada uno a cuenta de la cifra mayor. Después del atentado, en una casa de la calle Callao cobrarían los 10.000 patacones o pesos fuertes, inmediatamente después de consumado el crimen. La señal para atacar la carroza que partía hacia la calle Corrientes sería un silbido de El Austríaco. A esa hora, los matutinos tenían sus materiales cerrados y empezaban a componer el trabajoso armado de las últimas páginas. Pasada la media noche comenzaba la impresión y las cenas bien regadas para los periodistas que debatían los temas políticos. Era época propicia y a la vez complicada para la discusión, tiempo de elecciones.

Los conjurados eligieron seudónimos e historias de fantasía para el caso de apresamiento. Revisaron la esquina del almacén La Corona donde el carruaje doblaría desde Maipú por Corrientes, aminoraría la marcha y ellos tendrían tiempo de apuntar. La entonces silenciosa Buenos Aires permitió que los hermanos Francesco y Pietro Guerri -los dos principales ejecutores contratados- pudieran aguardar el silbido en el café La Violeta, a unos pasos por Corrientes. El tercer italiano, distinguible por su nariz quebrada y que eligió llamarse Aníbal -en verdad era Luis Casimir-, hacía de campana. Ensayaron los argumentos de confusión para el caso de ser apresados; revisaron el plan que al parecer les requería matar primero a los caballos. Desconocían ser sospechosos para los husmeadores policiales (y lo eran desde hacía varios días atrás). La policía manejaba también rumores de una sociedad secreta en La Boca (la esposa de un conjurado lo denunció a Sarmiento). Desconocían que el oficial Floro Latorre -que llegaría a coronel- vigilaba la esquina elegida, pero dejó allí a un vigilante y se refugió en un bar. Finalmente la carroza arrancó y El Austríaco emitió su prolongado silbido: los Guerri fueron apresuradamente a su puesto a juntarse con Aníbal.

Francesco Guerri -que tenía 22 años- sostuvo el trabuco con la izquierda para firmeza del disparo con la derecha que provocó una gran explosión. El trabuco estaba cargado en exceso, reventó y le destrozó la mano. Otros disparos dieron en una pared, pero todo se frustró, los caballos se encabritaron y Sarmiento -que ya oía muy poco- casi no se dio cuenta del atentado. Aníbal corrió y desapareció, Pedro ayudó a su hermano y corrieron a esconderse a una casa (otras versiones dicen que fue hasta La Violeta). Detrás de ellos apareció Floro Latorre revólver en mano y detuvo a los Guerri (Pietro a las oficinas de la policía y Francesco, apresado, pero al hospital).

Paren las planas

Los periodistas interrumpieron sus cenas y el centro de la ciudad se convulsionó. Todos los diarios, más que la crónica de los sucesos prefirieron investigar y analizar el interés por ese crimen, de lo que se ocuparían en las ediciones del lunes o martes. La Prensa tomó una difícil decisión: tiró a la basura más de dos mil ejemplares ya impresos a medianoche y compuso una nota que tituló “Ultima hora”, que tuvo el premio de la primicia bajo el precio de algunos datos errados. El más grave sostenía que los disparos habían dado en la carroza, en realidad intacta, y que Sarmiento iba camino de su casa. Aseguró que los criminales eran italianos, pero desconocían sus nombres. Señalaba que al herido “consideran cortarle el brazo y moriría“, y que tiraron con pistolas de sistema “lafouchex”.

El jefe de Policía, O´Gorman, felicitó a Latorre y corrió a ver a Sarmiento. Encargó el grueso de la investigación al comisario de órdenes Avelín Anzó que se puso a la caza de los instigadores. La Nación del martes 26 de agosto dijo en tapa que la Providencia había “evitado un enorme crimen” y tildó al presidente como el “más libre que pueda darse“. Sugirió para quienes querían explicarse este crimen por el proyecto del gobierno contra López Jordán, que “desde mucho tiempo antes se venía poniendo en ejecución este inicuo atentado“.

El comisario Anzó, con los datos de los italianos antes del atentado, mandó a los oficiales Williams y Picavean por los muelles a dar con Aníbal. Lo encontraron el 4 de septiembre con gorro de marinero y lo interrogaron (el herido Francesco Guerri fue el primero en confesar) hasta identificarlo. El juez Bunge remitió al gran químico Miguel Pugari las armas: detectó bicloruro de mercurio en las balas y un veneno también mortal en los puñales. En sus obras completas (XLIX, 69), Sarmiento aseguró que el juez le relató el informe del químico Pugari. Sostenía que quienes manosearon las balas con sólo tocarse el lagrimal tendrían una muerte inmediata. Pero para Sarmiento y su carroza siguieron los problemas, aunque menos dramáticos (recibió silbidos por dejarla mal estacionada al ir al teatro y el 15 de diciembre del mismo año 1873 chocó con un tranvía tirado por caballos: lo abuchearon porque mandó preso al cochero).

Disparos finales

El comisario Anzó se puso tras El Austríaco, que resultó un milanés de 38 años llamado Aquiles Segabrugo, un rubio de ojos pardos. Detectó su domicilio en Rioja y Belgrano, pero llegó tarde: ese viernes 26 de septiembre se había escapado a Montevideo (paraba en el hotel El Vapor). Anzó -según una evocación reconstruida por el periodista Rafael Barreda en 1905- mandó al comisario Miguens, que se instaló el 27 en el hotel. Pero Aquiles había salido. A la noche vocearon los diarios con el asesinato de Segabrugo, de tres balazos descargados por el doctor jordanista Carlos Querencio. Miguens revisó el cuarto del asesinado, sacó sus maletas por creerlas con pruebas del instigador principal y al día siguiente viajó con esas valijas en el camarote a Buenos Aires. Leyó importantes documentos, pero a media noche la nave fue abordada por la tripulación de El Porteño, de los revolucionarios entrerrianos, comandada por el coronel Vergara. Transbordaron las valijas y a Miguens, y le dieron a elegir: juramento de callar para siempre lo leído o ser fusilado (mutis de por vida). Sarmiento estaba en la quinta del Delta del Carpachay cuando entre el 11 y 12 de diciembre cayó definitivamente derrotado López Jordán. Regresó el 13 y decretó la captura del caudillo. El 11 de septiembre de 1888 murió Sarmiento en Asunción. Al año siguiente, cerca del atentado de 1873, López Jordán fue asesinado de dos balazos en plena calle Esmeralda, el 23 de junio de 1889.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
La Nación – Buenos Aires, 21 de Abril de 2002
Portal www.revisionistas.com.ar

sábado, 23 de mayo de 2020

PGM: Revisando la discusión histórica 100 años después del conflicto

"Este razonamiento es extremadamente polémico y terriblemente unilateral"

Una polémica en el „Historischen Zeitschrift“ ha desencadenado un escándalo científico. Ahora, el experto en la Segunda Guerra Mundial, Gerd Krumeich, explica cómo ocurrió la catástrofe en 1914 y dónde está equivocado Christopher Clark.
De


100 años después de la Primera Guerra Mundial: un viaje al frente, la cicatriz de Europa.


En raras ocasiones, un tema de la muy reputada "Historisches Zeitschrift" (HZ) causó tanta atención como el último número de la cosecha de 2019. Porque en el folleto entregado poco antes de Navidad, se imprimió una polémica salvaje de cierto "Robert C. Moore". En él, atacó masivamente al historiador de Würzburg Rainer F. Schmidt y a varios otros historiadores que se ocupan de la Primera Guerra Mundial.

Mientras tanto, "Moore", a quien nadie conoce en la historia de Alemania y que nunca ha publicado nada bajo este nombre sobre un tema relevante, ha seguido en una "declaración" afilada sobre el informe WELT. Las acusaciones parcialmente ofensivas de "Moore" son autodirigidas; puedes ignorarlos con seguridad. Pero el asunto en sí debe aclararse.

El mejor conocedor indiscutible de la Primera Guerra Mundial de su generación de investigadores es el emérito de Düsseldorf Gerd Krumeich. Durante décadas ha estado estudiando especialmente las relaciones germano-francesas antes y durante la guerra.

WELT: ¿Te sorprendió el ensayo de "Moore" en "HZ"?


Gerd Krumeich: Sí. No podía ni puedo entender por qué la "HZ" exagerada imprime la contribución de una persona que puede ser un seudónimo. Los editores de "HZ" deberían haber notado cuán cruda y polémica y cuán terriblemente unilateral es la argumentación de "Moore".
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WELT: ¿Pero también ves el ensayo de Rainer F. Schmidt de manera muy crítica?

Krumeich: Correcto, este texto, al que responde "Moore", no debería haber aparecido en esta forma. Schmidt es, desde luego, científicamente mucho más informado que "Moore", pero subconscientemente juzga solo desde el "punto de vista alemán", y no puede o no quiere aceptar lo amenazante que debe haber sido el comportamiento alemán para otros.





Gerd Krumeich es conocido como el mejor conocedor de la Primera Guerra Mundial en su generación de investigadores.
Crédito: Picture Alliance / Rolf Haid

WELT: ¿Cómo arreglas eso?

Krumeich: Para los colegas Schmidt, el presidente francés Raymond Poincaré, por ejemplo, es un político que sueña con "venganza" por la derrota de 1871 y hace todo lo posible para que sea posible. Allí argumenta, a pesar de lo que nosotros como historiadores sabemos sobre este problema, muy parecido a los alemanes de la década de 1920 que lucharon contra la acusación de guerra contra Alemania.

WELT: A fines de 2013, poco antes del centésimo aniversario del comienzo de la guerra, publicó un "balance" con un apéndice de la crisis de julio de 1914. ¿Qué crees que pasó en ese entonces?

Krumeich: El Imperio alemán, fundado en 1871, tardó un poco en la distribución imperialista del mundo. Y desde alrededor de 1900, la sensación de que tiene que construir un gran imperio en el extranjero ha dominado en todos los círculos de la sociedad, el gobierno y el ejército, si no desea perecer a largo plazo debido a la falta de materias primas y la falta de mercados de ventas.



En Berlín, un oficial de guardia lee la proclamación de Wilhelm II al comienzo de la Primera Guerra Mundial.
Fuente: Picture Alliance / Heritage-Imag

WELT: ¿Eso suena como una especie de "colonialismo defensivo"?

Krumeich: También se podría decir que el imperialismo no es un lujo para los ricos, sino una necesidad vital para todos.

WELT: Pero eso realmente no funcionó ...

Krumeich: ... porque los alemanes eran extremadamente torpes. A Wilhelm II y a su gente les encantaba golpear la mesa diplomática, hacer reclamos y amenazar con la guerra. La construcción masiva de la flota alemana para este propósito fue una gran amenaza para Gran Bretaña, Francia se sintió desafiada y amenazada con la guerra después de que Alemania envió un cañonero a la costa marroquí en 1911 para reclamar aquí también, lo que llevó a la conocida crisis de Agadir.


La movilización del 1 de agosto de 1914 llevó al júbilo en Berlín.
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WELT: ¿Cuáles fueron las consecuencias políticas?

Krumeich: Los franceses pusieron todo en movimiento para no tener que alejarse de una amenaza alemana nuevamente. Intentaron fortalecer la alianza con Rusia, que previamente habían dejado ir. Y buscaron acuerdos militares con los ingleses. El fortalecimiento de los acuerdos militares con Rusia fue particularmente importante para Poincare y sus gobiernos. Por lo tanto, hicieron todo independientemente de las pérdidas, por ejemplo, para acelerar la expansión de los ferrocarriles estratégicos rusos en el frente oriental alemán.

WELT: ¿Qué papel jugó el concepto alemán en una guerra de dos frentes, más conocido como el plan Schlieffen?

Krumeich: Los franceses conocían las características básicas del plan Schlieffen. Y les quedó claro que a Alemania no se le permitió darse cuenta, así que primero venció a Francia y luego lanzó la mayor parte del ejército contra Rusia. Los franceses temieron eso.



Presidente Raymond Poincare, alrededor de 1914
Crédito: Picture Alliance / Mary Evans Pi

WELT: ¿Cómo califica esta política del liderazgo francés en 1913/1914?

Krumeich: Para mí, Poincaré no era un "revanchista", como todavía es muy fácil de aceptar en Alemania. Más bien, solo estaba decidido a asegurar la defensa de su país contra la Alemania abrumadora y agresiva.

WELT: Pero eso a su vez tuvo consecuencias ...

Krumeich: Por supuesto. Los alemanes notaron estos esfuerzos y, por lo tanto, se sintieron aún más "rodeados". La investigación ha enfatizado durante mucho tiempo que realmente no estaban rodeados en absoluto, sino que se habían "salido" debido a la torpeza y la brutalidad. Eso puede ser, pero no cambia el hecho de que la mayoría de los alemanes finalmente se encontraron en peligro de muerte, incluso se sintieron "sofocados". Y con eso, "La necesidad no conoce ningún mandamiento" se convirtió en una palabra de moda importante en la planificación militar y la acción del gobierno.


Hoja extra del "Berliner Tageblatt" del 3 de agosto de 1914
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WELT: Una fórmula peligrosa.

Krumeich: Exactamente. Este estado de ánimo de "Ya no va bien" fue alimentado nuevamente por el anuncio de conversaciones secretas de armas entre Rusia y Gran Bretaña en la primavera de 1914. Como resultado, el ejército alemán también podría convencer al gobierno de usar el ataque de Sarajevo el 28 de junio de 1914 para "aclarar la situación". Entonces, por un lado, para probar cuán lejos estaba Rusia militarmente. Y, por otro lado, intentar si Rusia quiere arriesgarse a una "gran guerra" debido a Serbia. Si es así, entonces debería ser porque "mejor ahora que más tarde".

WELT: Este pensamiento atraviesa toda la crisis de julio ...

Krumeich: No se les ocurrió a las autoridades alemanas que esta "prueba" de la disposición de Rusia a la guerra provocó al menos a las otras naciones. Para mí, el peor fracaso del gobierno alemán en julio de 1914 es que permite a Austria-Hungría proporcionar a los serbios un ultimátum deliberadamente inaceptable.

 
Christopher Clark, agregó. 2018
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WELT: Christopher Clark lo ve de manera diferente en su éxito de ventas "The Sleepwalkers".

Krumeich: No puedo entender eso dada la situación de origen. Para mí es bastante claro: el Reichsleitung quiere poner de rodillas no solo a Serbia en 1914, sino también a Rusia. La única excusa que puede dar para este curso de guerra del Reich alemán es que en ese momento nadie esperaba millones de muertes por una larga guerra.

WELT: Algunos lo hacen, por ejemplo, en el SPD.

Krumeich: Sí, el presidente del SPD, August Bebel, quien murió en 1913, había tenido esta idea años antes. Pero no los políticos responsables y los militares. La mayoría, no solo los soldados comunes, creían que la "Guerra Europea" (como decían en ese momento) terminaría a más tardar en la Navidad de 1914. Por eso solo el material de guerra se mantuvo en stock durante un mes o dos. Todavía no se pensaba en una guerra mundial que lo consumiera todo, sino en la guerra como una continuación de una política que se salió de control.



Fritz Fischer, tomado en Hamburgo en 1979
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WELT: "Moore" escribe en su "Declaración" en la que también lo insulta como "revisionista", entre otras cosas, que hay "en Alemania" sobre el tema de 1914 "en silencio durante más de 20 años". Probablemente se perdió algunas cosas, ¿no?


Krumeich: Tengo la sensación de que "Moore" conoce muy bien la discusión de los años setenta; A menudo argumenta como Fritz Fischer y sus seguidores en ese momento. También descubrieron muchas cosas importantes que la generación anterior, en su mayoría historiadores conservadores, se habían perdido o lo que no querían ver. Pero esta afirmación del "silencio grave" de la investigación es estúpida. ¡Toda investigación en la década de 1980 y 1990 sobre la carrera armamentista se ha escapado de "Moore", y lo que hemos publicado, en casa y en el extranjero, dentro de los "100 años" de 1914!

viernes, 22 de mayo de 2020

Reconstrucción digital de 7 impresionantes castillos europeos

Siete imponentes castillos europeos en ruinas reconstruidos virtualmente


Javier Sanz — Historias de la Historia



En tiempos de reclusión, la tecnología se convierte en una gran aliada y, entre otras muchas cosas, hoy nos va a permitir hacer un viaje en el tiempo. Si me acompañáis, vais a poder contemplar, tal y como eran en su momento de máximo esplendor, siete de los castillos más imponentes y singulares de toda Europa. Ya fuese como consecuencia de las guerras o, simplemente, por el abandono, estos castillos, hoy en día, están en ruinas, pero gracias al trabajo de diseñadores y arquitectos, que han creado una serie de renders arquitectónicos y animaciones de reconstrucción, sabremos cómo eran.



Castillo de Dunnottar (Escocia)


Se encuentra asentado sobre un precipicio rocoso en un cabo en la costa nordeste de Escocia. Los edificios del castillo que han llegado hasta nosotros corresponden esencialmente a los siglos XIV y XV, aunque se sabe que fue construido con anterioridad.



Castillo de Samobor (Croacia)


Construido a mediados del siglo XIII en la cima de una colina en Samobor (Croacia), se convirtió en un enclave estratégico para controlar las rutas comerciales.



Castillo Gaillard (Francia)


Fortaleza medieval del siglo XII que se alza sobre un acantilado en el municipio de Les Andelys (Francia) y desde el que se controla el valle del Sena.



Castillo de Menlo (Irlanda)


Construido en el siglo XVI a orillas del río Corrib en el condado de Galway (Irlanda), fue el hogar de la familia Blake durante siglos. En 1910 un incendio lo destruyó, muriendo la hija de la familia y una criada. Desde aquel día, la hiedra ha crecido hasta cubrir el castillo.



Castillo de Olsztyn (Polonia)


Se encuentra en una colina escarpada con vistas al río Łyna en el noreste de Polonia. Se construyó a comienzos del siglo XIV.



Castillo de Spiš (Eslovaquia)


Construido coronando un monte durante el siglo XII en la región de Spiš (Eslovaquia), con sus cuatro hectáreas es uno de los complejos de castillos más grandes del mundo.


Castillo Poenari (Rumanía)


Construido en el siglo XIII sobre un acantilado, es famoso por ser la fortaleza de Vlad Tepes, el príncipe rumano que inspiró a Bram Stoker para su obra Drácula.



Fuente: Budget Direct.

jueves, 21 de mayo de 2020

Guerra Civil Rusa: El desempeño de Stalin

Stalin en la guerra civil rusa

W&W



El 17 de mayo de 1919, Stalin llegó a Petrogrado con plenos poderes para organizar las defensas de la región contra el ataque del ejército del general N. N. Yudenich, que avanzaba desde el noroeste. Permaneciendo en Moscú, Lenin mantuvo el control sobre el Consejo de Guerra Revolucionario y tuvo contacto directo con todos los frentes. A Stalin en Petrogrado, le envió una serie de telegramas, acosando, aconsejando, exigiendo información. En un telegrama del 20 de mayo, expresó la esperanza de que "la movilización general de Petersburgers resulte en operaciones ofensivas y no solo en los barracones".

Lenin estaba perturbado por la velocidad del avance de Yudenich. Desconfiaba de los comandantes y las tropas del Ejército Rojo en la región. El 27 de mayo, advirtió a Stalin que asumiera la traición, y como explicación de la derrota u otro fracaso, la traición se convertiría en una fobia en el partido. Stalin respondió con prontitud. El Cheka fue desatado y pronto afirmó haber descubierto una conspiración entre los empleados de los consulados suizo, italiano y danés. Stalin informó a Lenin que un complot contrarrevolucionario en apoyo de los blancos había sido aplastado y que el Cheka estaba investigando más. En un mensaje a Lenin, fechado el 4 de junio de 1919, escribió: “Te estoy enviando un documento de los suizos. Del documento se desprende que no solo el jefe de gabinete del Séptimo Ejército trabaja para los blancos. . . sino también a todo el personal del Consejo Revolucionario de Guerra de la República. . . . Ahora le corresponde al Comité Central sacar las inferencias necesarias. ¿Tendrá el coraje de hacerlo?

Stalin mismo no escapó a las críticas. Un viejo bolchevique hostil al grupo Tsaritsyn, AI Okulov, que era miembro político del Consejo Militar del Frente Oeste, se quejó ante el Comité Central de que, debido a las acciones de Stalin, el Séptimo Ejército estaba siendo separado del Frente Oeste, que estaba bajo el mando de DN Nadezhny, un ex comandante del cuerpo zarista, y que debería ser restaurado a su mando. Lenin le pidió a Stalin que comentara. "Mi profunda convicción", respondió, "es: 1, Nadezhny no es un comandante. Es incapaz de mandar. Terminará perdiendo el Frente Occidental; 2, los trabajadores como Okulov que incitan a los especialistas contra nuestros kommissars, que de todos modos están lo suficientemente desanimados, son dañinos porque debilitan el núcleo vital de nuestro ejército ". Okulov fue removido de su puesto.

Tras el rechazo del avance blanco sobre Petrogrado en junio, Stalin fue nombrado miembro político del Consejo Militar del Frente Oeste, y un nuevo comandante reemplazó a Nadezhny.

En el frente este, surgieron desacuerdos entre Vatsetis, el comandante en jefe, y S. S. Kamenev, el comandante del frente. Trotsky apoyó a Vatsetis, a quien había designado, y mostró hostilidad hacia Kamenev. En una ocasión en Simbirsk, Trotsky, vestido con un uniforme de cuero negro, como su escolta personal, y armado con una pistola, irrumpió en la oficina de Kamenev y lo amenazó con entusiasmo. Más tarde, a instancias de Vatsetis, Trotsky lo despidió sumariamente.





Kamenev era querido y respetado. El Consejo Militar del Frente Oriental protestó formalmente ante Lenin. Kamenev mismo fue a Moscú para presentar su caso. El 15 de mayo de 1919, fue entrevistado por Lenin, quien quedó impresionado y le dijo que volviera a su mando. Lenin solía ser cuidadoso y diplomático en sus tratos con sus socios más cercanos, y al anular públicamente a Trotsky, expresaba su más fuerte desaprobación. Había perdido la confianza en el juicio de Trotsky y estaba cada vez más impaciente por su comportamiento bombástico. Tampoco tenía una gran opinión de Vatsetis, quien, como Trotsky, se había opuesto a los trabajadores militares y políticos.

El clímax llegó en julio de 1919. Kamenev había elaborado un plan para avanzar más hacia el este en Siberia. Vatsetis vetó el plan. El Consejo Militar del Frente Este nuevamente protestó ante Lenin. Dos reuniones del Comité Central consideraron la evidencia y decidieron en contra de Vatsetis. En una reunión el 3 de julio, el comité revisó y aprobó su decisión. Trotsky, furioso, afligido por su orgullo, declaró que renunciaría a todos sus cargos, pero el comité rechazó su renuncia. Se decidió además que Kamenev debería ser nombrado comandante en jefe. Vatsetis fue arrestado, investigado por sospecha de traición, puesto en libertad y posteriormente se le asignó un puesto como instructor militar.

El Comité Central también reorganizó el Consejo de Guerra Revolucionaria, limitando su membresía a seis. Trotsky fue incluido, pero los otros cinco miembros no eran sus partidarios. Ya no podía dominar el consejo y salirse con la suya. Profundamente ofendido, Trotsky permaneció en el Frente Sur por el resto del verano. El Consejo de Guerra Revolucionario funcionó directamente bajo el control de Lenin y de manera más armoniosa.

Posteriormente, Trotsky responsabilizó a Stalin de este importante revés en su posición militar. Sostuvo que el antagonismo de Stalin hacia Vatsetis era bien conocido y que había apoyado al Consejo Militar del Frente Este como un medio para atacar al propio Trotsky. Era un reflejo de la egocentridad de Trotsky que tuvo que interpretar las acciones de Stalin en términos de hostilidad hacia sí mismo. Sin embargo, en este conflicto, las opiniones de Stalin eran las de Lenin y los otros miembros del Comité Central, y su principal preocupación era la victoria del Ejército Rojo.

A finales de junio de 1919, A. Denikin controlaba toda la región del Don y su ejército continuó su rápido avance. Sus fuerzas se habían extendido primero por Ucrania y el sur de Rusia y luego se habían desplazado hacia el norte. En Moscú, Lenin se puso cada vez más ansioso por la defensa de la ciudad. Kamenev, el comandante en jefe, había preparado un plan, concentrando fuertes fuerzas rojas para realizar un ataque de flanco desde el este. Un segundo plan, preparado anteriormente por Vatsetis, y que Trotsky posteriormente afirmó como su propio trabajo, propuso que los ejércitos del Frente Sur atacaran hacia el sur contra las fuerzas de Denikin. El Comité Central había aprobado el plan de Kamenev.

El ataque del flanco del Ejército Rojo no logró detener por completo el avance blanco. Perturbado por este fracaso, Kamenev revisó su estrategia y recomendó que, mientras se mantiene la presión sobre el enemigo desde el este, se deben concentrar fuerzas fuertes de reservas al sur de Moscú. La respuesta de Lenin y el Comité Central fue una sorprendente expresión de su confianza en Kamenev. Se le dijo que "no se considerara obligado por sus recomendaciones anteriores o por cualquier decisión previa del Comité Central" y que tenía "plenos poderes como especialista militar para tomar las medidas que considerara apropiadas".
El 27 de septiembre de 1919, el Comité Central aprobó el plan para publicar fuertes reservas al sur de Moscú. Decidió también enviar a Stalin a hacerse cargo del Frente Sur. Este fue un severo rechazo a Trotsky, que había estado allí durante los meses de desastre. Durante un corto período, Stalin y Trotsky estuvieron en la sede del Frente Sur, pero aparentemente no discutieron abiertamente.

El 11 de octubre de 1919, Yudenich lanzó un ataque sorpresa contra Petrogrado, y el Ejército Rojo comenzó a caer en desorden. Lenin consideró que la ciudad debería ser abandonada, ya que no permitiría que nada debilitara las defensas de Moscú. Sin embargo, el 15 de octubre, el Politburó envió a Trotsky a hacerse cargo de las defensas de Petrogrado. Reunió a las tropas y reorganizó las defensas de la ciudad, y Petrogrado no cayó. Más tarde se quejaría amargamente de que en los registros oficiales, Stalin había fusionado la primera y segunda campaña de Yudenich en una y "la famosa defensa de Petrogrado está representada como la obra de Stalin".

Poco después de llegar a la sede del Frente Sur, Stalin informó a Lenin y expuso la acción que propuso. Criticó a Kamenev por mantener su estrategia original. Argumentó que deben "cambiar este plan, ya desacreditado en la práctica, reemplazándolo con un gran ataque contra Rostov desde el área de Voronezh a través de Jarkov y la Cuenca de Donets". Expuso sus razones convincentemente y cerró su informe con el comentario de que “sin este cambio de estrategia, mi trabajo. . . será insensato, criminal y superfluo, dándome el derecho, obligándome a ir a cualquier parte, incluso al diablo, pero no a quedarme en el Frente Sur ".

Durante los seis meses comprendidos entre octubre de 1919 y marzo de 1920, mientras Stalin estaba en el cuartel general del Frente Sur y, como alardeó más tarde, "sin la presencia del camarada Trotsky", el Ejército Rojo logró aplastar a las fuerzas blancas. Denikin había avanzado de cabeza, agotando a sus hombres y dejándose expuesto a ataques en la retaguardia. Sus tropas fueron expulsadas de Orel el 20 de octubre de 1919 y de Voronezh cuatro días después; La moral de su fuerza se derrumbó. Él mismo perdió la confianza de sus oficiales y el apoyo de sus aliados cosacos. A principios de abril de 1920, después de nominar al general Peter Wrangel como su sucesor, escapó a Turquía.

En el avance de los ejércitos del Frente Sur contra los ejércitos de Denikin, Budënny desempeñó un papel conspicuo. Era un caballero arrogante, valiente y enérgico, pero de capacidad limitada. Fue incansable al presionar por la formación de un ejército de caballería bajo su mando. Stalin acogió con satisfacción la idea de la Caballería Roja en masa, pero Trotsky al principio se opuso. Desconfiaba de los cosacos, que serían la principal fuente de la caballería y que simpatizaban más con la causa blanca que con la roja. Con el apoyo de Stalin, se adoptó la propuesta de Budënny, al menos nominalmente. Trotsky cambió de opinión sobre la caballería en masa y emitió su proclamación "¡Proletarios a caballo!" Budënny y su Caballería Roja se convirtieron en una de las leyendas románticas de la Guerra Civil.

A principios de enero de 1920, Budënny había llevado a su caballería a las costas del mar de Azov. El Frente Sur se dividió en el Frente Sudoeste, bajo el mando de Egorov que operaba contra los blancos en Crimea, y el Frente Sudeste, comandado por V. I. Shorin e incluido el Ejército de Caballería de Budënny, que pasó a llamarse Frente Caucásico.

Shorin había sido oficial del ejército zarista, pero aunque tenía casi cincuenta años en el momento de la Revolución, nunca había superado el rango de capitán. El alto mando había acudido a él como a muchos otros, porque nadie más estaba disponible en el campo revolucionario en ese momento. A Budënny y Voroshilov no le gustaban, quienes planearon que lo despidieran. Stalin los apoyó, y Budënny dijo que le había dicho a Ordzhonikidze, recientemente nombrado miembro político del Frente Caucásico, que Shorin debía ser despedido "por adoptar una actitud de desconfianza y enemistad hacia el ejército de caballería". M. N. Tukhachevsky, un ex teniente segundo del Regimiento de Guardias de Semenovsky, entonces en sus veintes, quien luego fue designado para suceder a Shorin, debía descubrir que Budënny y Voroshilov eran rebeldes e indisciplinados, pero que debían ser manejados con cuidado porque tenían una protección influyente.

A principios de febrero de 1920, la Caballería Roja de Budënny sufrió una severa derrota de los cosacos. Este revés, que indica falta de disciplina y liderazgo pobre, perturbó a Lenin. De inmediato envió un telegrama a Stalin, firmado también por Trotsky, y lo nombró al Frente del Cáucaso para resolver cualquier problema que haya llevado a la derrota. El telegrama también lo dirigió a hacer un viaje al cuartel general del frente para concertar más acciones con Shorin y transferir tropas del Frente Sudoeste a su mando.

Evidentemente, Stalin estaba cansado y mal. Su respuesta fue irritante. Afirmó que las visitas de individuos eran, en su opinión, totalmente innecesarias, y agregó que "no estoy del todo bien y le pido al Comité Central que no insista en el viaje". Comentó además que “Budënny y Ordzhonikidze lo consideran. . . Shorin será la razón de nuestros fracasos. Prevaleció sobre la transferencia de tropas al Frente del Cáucaso. Cuando Lenin le envió instrucciones para llevar a cabo la transferencia sin más demora, respondió de manera cruzada que era un asunto del Alto Mando garantizar el refuerzo del frente. A diferencia del personal del Alto Mando, que gozaban de buena salud, estaba enfermo y sobrecargado. Aparentemente, sintió que había estado en el sur el tiempo suficiente y que había completado su tarea allí. Finalmente, el 23 de marzo de 1920, regresó a Moscú.

A Stalin solo se le permitió un breve respiro. El 26 de mayo de 1920, se le ordenó unirse al Frente Suroeste. Estaba en Jarkov al día siguiente. La posición del Ejército Rojo en el sur se había vuelto crítica. Wrangel, que había sucedido a Denikin, había restaurado la moral y la disciplina entre las fuerzas blancas en Crimea. Estaba construyendo el Ejército de Voluntarios con una fuerza de 20,000 hombres, apoyado por 10,000 cosacos. Sus fuerzas presentaron un severo desafío desde el sur.

En este momento, los polacos atacaron desde el oeste, se apoderaron de Kiev y asaltaron el Dnieper. Su objetivo era conquistar Bielorrusia y el oeste de Ucrania, vastos territorios que habían perdido en Moscú en el siglo XVII. Sin embargo, los polacos desconfiaban de cualquier alianza con los blancos, reconociendo que difícilmente aceptarían tal pérdida de territorio ante el enemigo tradicional polaco de Rusia. Los polacos también estaban en guardia contra el régimen soviético. Trotsky había amenazado públicamente con invadir Polonia tan pronto como los blancos habían sido derrotados en el sur.

Atacado en el sur, donde Wrangel logró avances tempranos, y en el oeste, el Ejército Rojo se encontró bajo una fuerte presión. El Comité Central aprobó el plan del Alto Mando de que el Frente Oeste, ahora comandado por Tukhachevsky, debería atacar en el norte de Bielorrusia para obligar a los polacos a alejar a las tropas del Frente Sudoeste. Significaba dar prioridad a la expulsión de los polacos. Egorov, al mando del Frente Suroeste, y sus oficiales no estaban de acuerdo con esta estrategia. Por esta razón, Stalin fue enviado apresuradamente a su cuartel general.

A los pocos días de su llegada, Stalin había visitado el Frente de Crimea e informó a Lenin. La situación dio lugar a una gran ansiedad. Había reemplazado al comandante del Decimotercer Ejército. Solicitó dos divisiones para reforzar el Frente Sudoeste, porque la ofensiva inicial de Egorov contra los polacos había fallado. En su respuesta, Lenin le recordó firmemente que copiara todas las comunicaciones sobre asuntos militares a Trotsky, el kommissar para la guerra. También repitió la decisión del Comité Central de que el Frente Suroeste aún no debería embarcarse en ninguna ofensiva en Crimea. Stalin inmediatamente protestó contra la negativa a enviar dos divisiones más y subrayó el peligro que representaba Wrangel para el sur. Sin embargo, Lenin no debía ser trasladado, y confirmó el plan original.
La orden de Kamenev el 2 de junio de 1920 fue que el Ejército de Caballería debería atacar las posiciones polacas y tratar de flanquearlas al sur de Kiev. Egorov y Stalin aparentemente modificaron la línea de ataque al pasar la orden a Budënny. El efecto de este cambio no puede ser juzgado. La Caballería Roja atacó, obligando a las fuerzas polacas al sur de las Marismas de Pripet a retirarse apresuradamente. Al norte, el Frente Oeste de Tukhachevsky abrió su ofensiva a principios de julio de 1920, obligando nuevamente a los polacos a retroceder. A finales de mes, el Ejército Rojo había cruzado la frontera hacia el norte de Polonia. Se estableció un gobierno provisional polaco bajo la presidencia de Dzerzhinsky. Los cuatro ejércitos de Tukhachevsky fueron reclutados en el Vístula, y la captura de Varsovia parecía inminente.

Lenin se dejó llevar por la visión del Ejército Rojo en Varsovia y de una Polonia comunista que brindaba todo su apoyo al movimiento revolucionario. Sintió agudamente el aislamiento de Rusia, que con todos sus problemas internos llevaba solo la bandera socialista. Esta visión fue compartida por muchos dentro del partido y dio lugar a una ola de entusiasmo, ya que los miembros se unieron al grito "¡Adelante a Varsovia!" Pero hubo realistas, Stalin entre ellos, que vieron los peligros de esta política. En junio de 1920, escribió que “la retaguardia de las fuerzas polacas es homogénea y está unida a nivel nacional. Su estado de ánimo dominante es "el sentimiento por su tierra natal". . . Los conflictos de clase no han alcanzado la fuerza necesaria para romper el sentido de unidad nacional ". Fue una advertencia clara en contra de aceptar la creencia fácil de Lenin de que el proletariado polaco estaba listo para la revolución.

Sin embargo, el Politburó decidió su política de conquistar Polonia a pesar de la oposición expresada por Stalin y otros. Stalin se había unido apresuradamente al Frente Sudoeste que cubría la parte sur de las líneas polacas y al mismo tiempo estaba en guardia contra Wrangel en el sur. El Politburó ahora decidió formar un frente especial contra Wrangel bajo la dirección de Stalin. Una parte importante de las fuerzas del Frente Sudoeste sería transferida al Frente Occidental de Tukhachevsky para avanzar en Varsovia, y las fuerzas restantes formarían el frente especial de Stalin. Enfurecido por estas instrucciones del Politburó, Stalin respondió groseramente que el Politburó no debería preocuparse por tales detalles. Lenin se sorprendió y le pidió una explicación de su oposición. En su respuesta, Stalin expuso las dificultades organizativas que conllevaban las instrucciones. Lenin quedó impresionado por su apreciación de la situación y permitió que el Frente Suroeste conservara sus compromisos anteriores; solo tres de sus ejércitos serían transferidos al Frente Occidental.

El problema básico era que el frente occidental de Tukhachevsky estaba separado por más de 300 millas de las marismas de Pripet del frente suroeste. Las comunicaciones y la pronta transferencia de fuerzas sobre tales distancias se complicaron aún más por la ausencia de un comando central fuerte. Trotsky y el Consejo Supremo de Guerra fueron ignorados. Kamenev, el comandante en jefe, emitió directivas pero no pudo hacerlas cumplir. El Politburó y, en particular, Lenin, actuando de manera independiente, intentaron resolver los conflictos, pero no pudieron estar seguros de que se cumplirían sus instrucciones. Además, las instrucciones de Lenin entraron en conflicto en ocasiones con los planes del comandante en jefe. Así, Kamenev confirmó que Tukhachevsky debería flanquear a Varsovia desde el norte y el oeste y tomar la ciudad antes del 12 de agosto de 1920. Esto dejó la gran brecha de Lublin desprotegida entre las fuerzas rusas y las marismas de Pripet. En este momento, Wrangel se estaba moviendo con cierto éxito, presentando una amenaza que alarmó a Lenin. El 11 de agosto, ordenó a Stalin que interrumpiera las operaciones contra los polacos en Lvov y se embarcara en una ofensiva inmediata para destruir el ejército de Wrangel y apoderarse de Crimea. El mismo día, Kamenev ordenó al Frente Sudoeste enviar "la mayor fuerza posible hacia Lublin para ayudar al flanco izquierdo de Tukhachevsky".

En este momento, se creía que el Ejército Rojo ya había ganado la batalla por Varsovia. Stalin y Egorov planeaban enviar su caballería no a Lublin, sino a Crimea, e ignoraron las instrucciones de Kamenev. El 13 de agosto, Kamenev envió órdenes de que los ejércitos de la Duodécima y Primera Caballería fueran transferidos al mando del Frente Occidental al día siguiente. Egorov sintió que tenía que cumplir. Pero Stalin se negó a firmar la orden y envió un telegrama enojado reprochando al comandante en jefe por tratar de destruir el Frente Sudoeste.

El avance de Tukhachevsky había progresado lentamente. Pero el 16 de agosto, los polacos contraatacaron, concentrándose en la brecha de Lublin, y en unos pocos días, habían destrozado el Frente Oeste. El 19 de agosto, el Politburó, incluido Stalin, se reunió en Moscú, aún sin saber que los polacos estaban a punto de derrotar a los ejércitos de Tukhachevsky. El Politburó, "habiendo escuchado los informes militares de los camaradas Trotsky y Stalin", decidió que la principal concentración de fuerzas ahora debería dirigirse a la recuperación de Crimea.

La responsabilidad por el desastre fue debatida con enojo entonces y más tarde. Lenin se abstuvo de culpar a nadie, pero está claro que él y todos los participantes tuvieron parte de la culpa. Lenin se había dejado llevar por la esperanza de una revolución polaca y calculó seriamente la fuerza de la resistencia polaca. Kamenev y Tukhachevsky deben asumir la responsabilidad militar ya que descuidaron garantizar la protección de sus flancos antes de avanzar. Además, incluso si Stalin y Egorov hubieran respondido con prontitud a las órdenes de transferir tropas de su frente para llenar el vacío de Lublin, es dudoso que tales tropas pudieran haber llegado a tiempo y en condiciones de lucha para haber resistido el ataque polaco.

La preocupación de Stalin por mantener la fuerza del Frente Suroeste era comprensible. Se enfrentaba a las fuerzas polacas en Lvov, el ejército de Wrangel al sur, y la posibilidad de una intervención rumana. Todas eran amenazas serias, que estaban causando ansiedad a Lenin y al Politburó, y la sabiduría de separar a cualquiera de sus ejércitos para reforzar el Frente Occidental era cuestionable. Correcta o incorrectamente, sin embargo, Stalin fue indudablemente culpable de insubordinación, como en otras ocasiones en la Guerra Civil cuando estaba seguro de que tenía razón. Pero también hubo una inevitabilidad en la derrota del Ejército Rojo. Las tropas estaban cerca del agotamiento. Habían luchado heroicamente en suelo ruso. Ahora se encontraron con los polacos, que defendían su capital y patria contra su enemigo ruso tradicional, y lucharon con valentía desesperada.

A finales de 1920, la Guerra Civil había terminado. Wrangel, su ejército voluntario superado en gran medida por las fuerzas rojas en el sur, sufrió una derrota desastrosa. Su ejército se desintegró, al igual que el ejército de Kolchak en Siberia unos meses antes. Pero los blancos habían estado condenados al fracaso desde el principio.

Lenin y su gobierno habían podido elevar al Ejército Rojo a una fuerza de más de 5 millones de hombres y garantizar el suministro de municiones básicas. Hubo fallas de organización, conflictos entre comandantes y kommissars, y frecuentes confusiones entre la sede de los frentes, el Alto Mando y el Comité Central del partido en Moscú. Los nuevos líderes soviéticos y el Ejército Rojo pudieron superar estos obstáculos, y unidos y disparados por el celo revolucionario, triunfaron.

Es difícil, si no imposible, penetrar la confusión endémica de las operaciones del Ejército Rojo en este período y el miasma de sospechas, antagonismos viciosos y reclamos conflictivos, muchos de ellos hechos más tarde, para evaluar la contribución de cada uno de los soviéticos. líderes para el triunfo. Lenin había estado al mando durante toda la guerra. Había seguido de cerca cada operación y había enviado órdenes, generalmente en nombre del Comité Central, pero eran sus órdenes. Había manejado personalidades problemáticas, especialmente Stalin y Trotsky, con tacto y firmeza. Todos habían aceptado su liderazgo supremo. Fue, de hecho, durante los años posteriores a la Revolución, y particularmente durante la Guerra Civil, que reveló la grandeza como líder.
El prestigio de Trotsky había disminuido considerablemente al final de la guerra. El fracaso de sus negociaciones con los alemanes y la aceptación forzada de los términos desastrosos del Tratado de Brest-Litovsk habían dañado su reputación. Renunció como kommissar para Asuntos Exteriores y se convirtió en kommissar para la guerra. En los primeros meses de la Guerra Civil, había ardido en el cielo como un cometa. Había sentado las bases del Ejército Rojo. Una pequeña figura vibrante con uniforme de cuero negro, era galante y ridículo al mismo tiempo. En cada oportunidad, arengó a las tropas. Era un excelente orador y muy consciente de este talento. A menudo, como en Sviyazhsk en agosto de 1918, sus palabras dramáticas y su presencia elevaron la moral de los hombres descorazonados, así como sus despiadados castigos restauraron la disciplina. Pero sobrevaloraba enormemente el poder de sus representaciones teatrales. Budënny escribió que para los soldados ordinarios, a menudo analfabetos, podría ser una figura extraña con sus brazos agitados y una serie de palabras, la mayoría de las cuales no entendieron. A veces, sus exhortaciones los hacían enojar. Además, como Lenin llegó a reconocer, se dejó llevar fácilmente por sus propias palabras, perdiendo contacto con las realidades de la situación. También fue poco sólido en sus nombramientos para puestos de mando. Su obstinado apoyo a Vatsetis había sido un ejemplo. Al comienzo de la guerra, Trotsky había ejercido una amplia autoridad independiente; para la época de la guerra polaca, se lo encontraba en Moscú y directamente bajo el control de Lenin.

Cada vez más, Lenin había llegado a confiar en Stalin, quien en la mayoría de los casos era la antítesis de Trotsky. Raramente se dirigía a las tropas o reuniones de ningún tipo, pero cuando lo hizo, habló en términos simples. Él era el realista, que evaluaba fríamente a los hombres y las situaciones, y generalmente era sólido en sus conclusiones. Permaneció tranquilo y poseído. Fue difícil solo en sus antagonismos hacia ciertas personas y cuando su consejo fue rechazado. Mientras exigía que otros obedecieran las órdenes, él mismo no dudó en ocasiones en ser insubordinado, ya que rápidamente puso su juicio por encima del de los demás. Pero también aprendió que en la guerra, un comandante supremo, que ejercía una autoridad incuestionable, era esencial para la victoria. Nunca olvidó esta lección.

En noviembre de 1919, Trotsky y Stalin fueron galardonados con la nueva Orden de la Bandera Roja. El premio a Stalin fue "por sus servicios en la defensa de Petrogrado y por su trabajo de sacrificio en el Frente Sur". Los dos premios fueron una indicación de que, en ese momento, Lenin y el Comité Central consideraban a ambos hombres igualmente valiosos.

En años posteriores, cuando buscaba todos los pretextos para denigrar a Stalin, Trotsky escribió con desprecio de su papel en la Guerra Civil. Sin embargo, está claro, de fuentes contemporáneas, incluidos los documentos de Trotsky, que calificó a Stalin como un organizador militar. En tiempos de crisis, cuando los intereses del partido y la causa revolucionaria trascendieron las rivalidades personales, se volvió hacia él. Durante la Guerra de Polonia, por ejemplo, cuando estaba ansioso por un ataque de Wrangel desde Crimea, Trotsky recomendó que "el camarada Stalin debería ser acusado de formar un nuevo consejo militar con Egorov o Frunze como comandante por acuerdo entre el Comandante en Jefe y Camarada Stalin. En otras ocasiones, hizo o apoyó propuestas similares para enviar a Stalin a resolver problemas cruciales en los frentes. Al igual que Lenin y otros miembros del Comité Central, había llegado a valorar las habilidades de Stalin.

Stalin surgió de la Guerra Civil y la Guerra de Polonia con una reputación enormemente mejorada. Había cometido errores, pero también otros. Para la gente en general, todavía no era muy conocido. Raramente estaba en el ojo público y, a diferencia de Trotsky, no cortejaba la publicidad. Dentro del partido, era conocido como el hombre de acción tranquilo e incisivo, un líder de decisión y autoridad. En la inmensa tarea que enfrenta el gobierno, de reorganizar el país después de los años de guerra y revolución, fue claramente un hombre con responsabilidades especiales.

La experiencia de la Guerra Civil tuvo un profundo impacto en Stalin. Amplió su conocimiento de sí mismo y sus habilidades. Por primera vez, tenía la responsabilidad a gran escala, y descubrió que podía llevarla y, de hecho, fue estimulado por ella. Pero este autoconocimiento se produjo en condiciones de completa brutalización. Había sido testigo de la guerra del pan cuando pueblos y ciudades enteras fueron aniquiladas en la lucha por garantizar la entrega de granos al norte. Había sido educado en el principio de que los propósitos del partido deben ser perseguidos, sin importar el costo en vidas humanas. Ahora había visto personas masacradas por miles en la lucha por la supervivencia del partido y su gobierno. La experiencia implantó más profundamente en él esa inhumanidad que marcaría su ejercicio de poder.