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sábado, 30 de agosto de 2025

Biografía: Históricas memorias del Almirante Manuel Domecq García

 CARAS Y CARETAS

Las memorias del almirante

escritas para "Caras y Caretas"

Antepasados. – Adolescencia. – Primeros maestros. – Condiscípulos. – Armada. – Expedición a Bahía Blanca. – Conquista del Desierto. Flameó sobre las cataratas. – La revolución– La Escuela Naval en su 1.ª y en su 2.ª fundación. – Bandidos en la Expedición al Iguazú. – La primera bandera argentina que flameó en 1880. – La fragata “Sarmiento”, etc., etc.

(Con esta primera serie de Memorias emocionantes aventuras vividas y narradas por los...)

por Juan José de Soiza Reilly


(Con estas memorias auténticas, iniciamos la publicación de las contemporáneos más ilustres de nuestro país).




El prócer de la independencia sudamericana, fiel compañero de San Martín y de Alvear, coronel Pedro Ramos Domecq, tío abuelo del almirante Domecq García.

 

Antepasados

¿Qué importancia puede tener la historia de mi vida? Es la historia de un hombre que se consagró con sencillez a servir a la patria. El primero de mis antepasados que se instaló en América fue don Manuel Miguel Domecq. Era francés, oriundo de Oloron (Pirineos). Arribó a Buenos Aires en 1750, a los 23 años de edad. Luego pasó al Paraguay, e hizo fortuna. Sus descendientes actuaron en las luchas políticas contra el tirano Francia. Los hermanos Robertson en su libro "Letters on Paraguay" mencionen en la Carta XLIX las rebeldías de don Manuel Domecq cuando el dictador le nombró miembro de aquel célebre Congreso paraguayo de mil legisladores. Otro de mis antepasados, fue el coronel de la independencia americana, don Pedro Ramos y Domecq, hermano de mi abuela materna, doña Hipólita Ramos. El coronel Ramos era natural de Buenos Aires. En 1813, cuando el general San Martín organizaba su regimiento de Granaderos a Caballo, el joven Ramos y Domecq presentó al jefe del Estado Mayor solicitando autorización para incorporarse en clase de cadete, al mencionado cuerpo. Daba como garantía de que sus servicios de soldado no serían gravosos para el erario público la fianza personal de su hermano político, Juan Porcel de Peralta. Este caballero —según consta en los documentos oficiales— se comprometía a pasarle a Ramos una pensión de diez pesos por mes. San Martín aceptó el ofrecimiento y, a partir de 1813, Ramos y Domecq fue compañero inseparable del Libertador. Estuvo con él en San Lorenzo, en Chacabuco, en Maipú, en Lima... Falleció en 1871. Mis padres fueron: doña Eugenia García y don Tomás Domecq.

Adolescencia

He recibido desde mi adolescencia educación británica. De ahí procede, sin duda, el deleite que me produce leer o hablar en la lengua de Shakespeare. Ahora más que nunca —cumplidos mis setenta años— mis libros favoritos son siempre los ingleses. La primera escuela que frecuenté estaba en la calle Tacuari entre Chile e Independencia. Era un colegio inglés, dirigido por un rector inolvidable: don Guillermo Parodi. En las aulas de esa casa de estudios se educaron varias generaciones de argentinos. Don Guillermo había nacido en Gibraltar. Recuerdo que uno de los buenos maestros de esa escuela era don Adolfo Negrotto, también gibraltareño, vinculado más tarde a la familia de los Mitre.

De la escuela de Parodi pasé a un instituto inglés del Caballito, “Seminario Anglo-Argentino”, ubicado sobre la calle Rivadavia, en el mismo sitio donde hoy está la Escuela para los huérfanos de los militares. Allí tuve como compañeros de estudio a Guillermo Udando, a José Manuel de Eizaguirre, a los Egaña, a los Montarcé, a los Amespil, a los Moyano...

La vocación

Hasta entonces no se había despertado en mí la vocación por la marina.
O, por lo menos, la pasión que más tarde sentí por el mar, debió estar oculta, a la espera de circunstancias favorables.
Y estas circunstancias se presentaron a su tiempo, con la arrogancia incontenible de las grandes pasiones.

Mi familia había hecho construir en el Tigre, a orillas del Luján, un chalet de verano. El encanto del agua me atrajo con el placer del niño que ensaya en los charquitos sus barcos de papel. Dio la casualidad que cerca de mi casa, frente a la quinta de Madero, vino a fondear, en 1873, el vapor “General Brown”, convertido por Sarmiento en Escuela Naval. Yo, sentado en el muelle de mi casa, seguía con los ojos los ejercicios o juegos que los alumnos practicaban desde el amanecer hasta la noche. Los contemplaba ir y venir sobre cubierta, en la faena cotidiana; los admiraba con envidia, en sus maniobras más difíciles, echándose al agua, nadando como peces; me divertía con sus placeres de muchachos robustos y sanos; me emocionaba hasta el éxtasis, cuando los veía rígidos, firmes, disciplinados, al toque del clarín, y vibraba de patriotismo viéndolos hacer la venia a la bandera de su buque.
Mi vocación salió a la superficie, invencible, violenta, sin ambages.
—Seré marino —dije categóricamente.
Tenía apenas doce años.



El hoy glorioso almirante argentino Manuel Domecq García, cuando, siendo capitán, asistió con los japoneses a la guerra de Rusia con el Japón, en 1904.


La primera Escuela Naval

La primera Escuela Naval fue fundada, como es bien notorio, en 1872, por el presidente de la Nación, don Domingo Faustino Sarmiento. Era ministro de Guerra y Marina el coronel Martín de Gainza. La flamante escuela fue instalada en el “General Brown”. Al frente de ella se puso a un marino de prestigio, el sargento mayor Clodomiro Urtubey, que organizó la institución contra viento y marea.
 

La primera bandera argentina fue enarbolada sobre las cataratas del Iguazú, en 1883, por el entonces alférez Domecq García. En esta fotografía aparecen, además del abanderado Domecq García, el jefe de la misión, ingeniero Hunter Davidson; el teniente Tomás Arana, que llegó a ser teniente general, y el naturalista Olaf Storm.


En aquellos tiempos era difícil encontrar muchachos de buena familia que quisieran seguir la carrera marítima. Un buque de guerra significaba para las gentes timoratas un castigo tremendo. La amenaza más dura de un padre hacia el hijo era siempre la misma:

Voy a meterte en un buque de guerra.

Para formar el primer núcleo de alumnos fue necesario recurrir a los muchachos vagabundos que la policía arriaba en las calles porteñas. La disciplina rígida de a bordo se consideraba el remedio más eficaz para corregir a los bandidos. Los jueces solían condenar a los delincuentes peligrosos a trabajar en los buques de guerra. Yo conocí en la armada a los hermanos Barrientos; dos terribles matreros, ladrones y asesinos, de vida tan novelesca, que Eduardo Gutiérrez escribió con ella una de sus novelas más interesantes. Habían sido condenados por la justicia a purgar a bordo todos sus delitos. A pesar de eso, no faltaron jovencitos decentes y cultos que, inspirados por la vocación y por la patria, desafiaron las críticas de sus familiares e ingresaron en la Escuela Naval. De estos últimos, algunos descollaron por su talento y por su dignidad, como Emilio Barilari, Oliva, Del Castillo, Picasso, Núñez, etc.

En 1877, la escuela fue disuelta por el presidente Avellaneda, a causa de un acto de insubordinación que se llamó “Sublevación de los capotes”. Los cadetes se habían negado a quitarse los capotes durante un día de invierno.

La segunda Escuela Naval

La segunda Escuela Naval fue refundada por don Adolfo Alsina a bordo de la “Uruguay”. Designóse director a un hombre de cualidades superiores: a don Martín Guerrico —mi maestro—, que falleció, no hace muchos años, siendo teniente coronel de marina. Para constituir el núcleo inicial de aspirantes, se cambió de táctica. Se excluyeron los elementos malos. Se eligieron muchachos de cultura, y así logró formarse un conjunto brillante de oficiales. Contábamos, además, con una pléyade de grandes profesores, como Luis Pastor, Pablo Conevali, Ángel Pérez, Estanislao Zeballos, Albit Schemerson, Enrique Stein, E. Reynolds, Emilio Sellstrom, Otto Grieben, M. Cantón, etc. Entre mis compañeros de estudios recuerdo a Dufour, Sáenz Valiente, Rojas Torres, Mayz, Barraza, Leroux, Betbeder, Scott Brown, Oliva, Durand, Funes, Barilari (E.), Belisario Quiroga, Cardoso, Twaites, Edman, etc.

En 1881, varios aspirantes egresamos de la Escuela Naval, 4.ª promoción, en el orden siguiente: Manuel Domecq García, Félix Duffour, L. Aguerreberry, F. Muzas, Eugenio Leroux, José Durand y Rodolfo Galeano. De éstos, han fallecido cuatro: Duffour, Aguerreberry, Muzas y Galeano.


La histórica carpa donde vivían en el Alto Iguazú los primeros argentinos que llegaron hasta la cumbre de las cataratas. De izquierda a derecha: Tomás Arana (después teniente general), alférez Domecq García (hoy almirante), ingeniero Hunter Davidson y el naturalista Olaf Storm.

Yo di mi último examen en el salón de la Municipalidad de San Fernando, pues en ese tiempo la escuela funcionaba, sin residencia fija, en unos casuchos del Tigre. El primer ex alumno de la Escuela Naval que llegó a almirante fue Onofre Betbeder. Yo fui el primero que tuvo el tercer entorchado.

El entierro de San Martín

En 1880, siendo yo alumno todavía de la Escuela Naval, Buenos Aires tributó un homenaje grandioso a las cenizas del Libertador. Los restos de San Martín, traídos de Boulogne-sur-Mer, fueron desembarcados y llevados hasta la Catedral, en medio de una muchedumbre emocionante. Llovía a torrentes. El cielo parecía asociarse a la solemnidad. Un gran carro alegórico —costumbre de la época— formaba en el cortejo. En cada uno de los cuatro ángulos de la enorme carroza iban, como adorno viviente, cuatro chiquilines: dos cadetes del Colegio Militar y dos aspirantes de la Escuela Naval. El público seguía con curiosidad las maravillas de equilibrio que los cuatro hacían para no caerse. La rudeza de los tumbos era de terremoto. Las piedras en punta del empedrado callejero producían la sensación de que las ruedas del monumento eran cuadradas. Empero, los cuatro muchachitos, orgullosos de su misión, manteníanse tiesos en sus uniformes, conservando su postura simbólica, bajo la lluvia torrencial.
Fue un milagro que alguno de los cuatro no se rompiera las costillas contra el pavimento.

Uno de los cuatro chicos era yo. Cuando me acuerdo, aún siento el orgullo de haber estado allí.

Revolución de 1880

Había estallado una revolución contra el presidente Avellaneda. La Escuela Naval funcionaba en un viejo caserón de La Boca, propiedad de un señor Fernández, caudillo popular del Riachuelo. Nos llegó la orden de marchar a Belgrano, en apoyo del primer magistrado. Las únicas fuerzas fieles al gobierno de la Nación fueron, en el primer momento, el Colegio Militar y la Escuela Naval. Los directores no nos acompañaron. Tomamos el tren en La Boca hasta la antigua estación del Bajo y de allí, también en tren, seguimos a Belgrano, cada cual con su uniforme y una buena provisión de proyectiles. Más allá de Palermo encontramos a los alumnos del Colegio Militar, que se habían apoderado por las ventanas. Una vez en Belgrano nos dieron alojamiento y dormimos sobre el piso de baldosas de la iglesia. Hacía frío. Encontramos en la sacristía una alfombra muy grande. La extendimos en el pavimento, y todos, alrededor de la alfombra, nos metimos debajo, asomando solamente las cabezas. 


Las mejores condecoraciones del almirante: sus nietos, Peggy, Carlos Manuel, José Roberto y Horacio Ford Domecq García.

Antecedentes tomados por “Caras y Caretas” de la foja de servicios del señor almirante Manuel Domecq García

“El almirante Manuel Domecq García ingresó en la Armada, como Aspirante de la Escuela Naval a bordo de la Cañonera Uruguay, el 11 de octubre de 1877, cumpliendo en la fecha de su retiro —12 de junio de 1927— 46 años, 7 meses y 29 días de servicios corridos, sin interrupción de un solo día y con solo 29 días de licencia. Sus servicios de campaña con abono representan 6 años, 11 meses y 14 días, que, agregados a los anteriores, hacen un resumen de 53 años, 7 meses y 15 días de servicios en la Armada Nacional.”

Bahía Blanca

El 24 de enero de 1881 fui designado miembro de la comisión hidrográfica de Bahía Blanca, a bordo de la cañonera Bermejo, que comandaba el sargento mayor de marina Enrique Howard.
Allá realizamos por primera vez el balizamiento de la ría… ¡Viera usted qué tarea! En aquellos tiempos, ¡cincuenta años!, para ubicar las boyas y hacer los sondajes, teníamos que recorrer largas distancias en bote. Eran las horas crudas de la marina nacional. Para elegir el sitio destinado a la instalación del primer muelle de Ingeniero White, no había otro remedio que hundirse en los cangrejales, buscando agua honda, marcando la línea con banderitas y con cañas.

En la Bermejo estaban destacados también: el teniente Federico Muller, el subteniente José Durand, el doctor Antonio Martínez Rufino, Eugenio Dessein. ¡Tantos otros nobles y fieles amigos!

Un día, en junio de 1881, hallándome a bordo, percibí desde lejos voces de socorro. Eran vecinos de Bahía Blanca que gritaban:
¡Los indios! ¡Vienen los indios!

Un malón amenazaba destruir aquel pequeño pueblito, convertido hoy en un sólido emporio de riqueza.

Mi jefe, Howard, me ordenó ir a tierra con una guarnición de 40 hombres. Desembarcamos en seguida.

Mientras íbamos en busca de la indiada, me encontré con una cuadrilla de obreros que instalaba tranquilamente las primeras líneas del telégrafo. La civilización, a pesar de la barbarie, entraba en el país con la tenacidad heroica de sus grandes “pioneers”. Se necesitaba coraje para llevar el telégrafo por esas regiones. Allí, al frente de la cuadrilla, estaba, en persona, el autor de aquella iniciativa: don Melitón Panelo.

En el Iguazú

En 1883, me incorporé, como oficial hidrógrafo, a la primera expedición argentina que, remontando el Alto Paraná, llegó al Iguazú. Después, pasando el Salto Grande, recorrimos más de 200 kilómetros arriba... Fuimos los primeros criollos que conquistamos el honor de llegar a esa altura. Los primeros que hicimos flamear sobre las cataratas la bandera argentina…

La expedición tenía como jefe al ingeniero Hunter Davidson, a quien yo había conocido en Bahía Blanca. Fue él quien pidió al gobierno que yo lo acompañara al Iguazú. Se complacía hablando conmigo en inglés. Había estado en la guerra de secesión y era un hombre de ciencia y de carácter. Iba también como jefe de la escolta el teniente Adolfo Arana —que llegó a ser teniente general en virtud de sus méritos, —y el naturalista Olaf Storm, un sabio conocedor de América.


Condecoraciones del señor almirante Domecq García

  • Medallas del Río Negro y Patagonia por las campañas de 1878-1879, como expedicionario del Desierto.

  • Medalla del Chaco (Expedición al Bermejo, en 1881).

  • Medalla de Guerra del Japón (Guerra Ruso-Japonesa, 1904-1905).

  • Comendador de la Corona de Italia, desde 1892.

  • Gran Cruz del Mérito Naval de España, desde 1892.

  • Comendador de la Orden de San Mauricio y San Lázaro, Italia, desde 1896.

  • Comendador de la Legión de Honor de Francia, desde 1909.

  • Cruz de Primera Clase de la Orden del Mérito de Chile (Comendador), desde 1913.

  • Gran Cruz de la Orden de la Espada de Suecia, desde 1909.

  • Gran Cruz y Banda de la Orden del Tesoro Sagrado del Japón, desde 1921.

  • Gran Cruz y Banda de la Orden del Sol Naciente del Japón, desde 1922.

  • Gran Cruz y Banda de la Orden de la Espada de Suecia, desde 1923.



El gran marino argentino, almirante Manuel Domecq García, en la actualidad, con su noble compañera, la distinguida señora Sara Girado, presidenta, desde hace veinte años, del Asilo Naval, a cuya institución consagra su actividad, su inteligencia y su corazón.

Antes de salir para el Iguazú, nos detuvimos en Posadas —que era una ranchería— para tomar una escolta de 10 hombres. Allí nos encontramos con el jefe del destacamento, teniente coronel Mariano Espina. Era famoso por su guapeza y por la energía de su brioso carácter. Nos trató amablemente y nos dijo: “¡Soldados... ¡Qué soldados!” Eran milicos a la antigua. Eran fieras educadas en la escuela del látigo. Espina, para disciplinarlos, pues solían ser más que feroces, los castigaba rudamente. A cada rato la banda de música organizaba conciertos. A cualquier hora, la banda ejecutaba en el cuartel ruidosas marchas, con bombos y platillos.

¿Y esa música?
Para tapar los gritos de los castigados.

De Posadas al Iguazú hicimos el trayecto en canoas. Los que conocen esas regiones podrán darse cuenta de las peripecias que habremos pasado, haciendo el viaje en esas condiciones. Para entretenernos llevábamos con nosotros un organito de manubrio. ¡Bastante nos sirvió para el aburrimiento su música monótona!

A 200 kilómetros arriba del Salto Grande, juramos la bandera, en una ceremonia emocionante. Éramos, repito, los primeros argentinos que logramos hollar esas alturas, tomando fotografías de las mismas. Desde la exploración española de Oyarbide, en 1777, nadie había pisado esas rocas. No encontramos a ningún ser humano. Las fieras eran tan salvajes que al oírnos huían a esconderse en el monte. ¡Cuántos momentos trágicos debimos soportar antes de vencer a la naturaleza! Un día vimos a la muerte que nos tendía la mano… El teniente general Arana narraba con frecuencia a sus hijos los detalles de aquello que pudo llegar a ser una catástrofe… Yo había salido esa mañana en una canoa para explorar la parte más elevada de la catarata. Llevaba como tripulantes a Arana y seis soldados de la escolta. De improviso una corriente violentísima arrastró nuestra embarcación hacia el abismo. Ya nos íbamos a despeñar aguas abajo, cuando una maniobra que hice nos salvó de la muerte. En seguida grité a los milicos:

¡Remen que nos vamos abajo!

El miedo de los remeros nos salvó. Dimos contra una piedra. Entretanto los demás, desde la orilla, nos arrojaron una soga, luego una soga y pudimos salvarnos…

Todos esos parajes, cuya conquista costó sacrificios heroicos, fueron bautizados por nosotros. Los dimos nombres de patriotas y de figuras célebres, tales como: Alsina, Piedrabuena, Oyarbide… ¡Ah! Pero los nuevos turistas, descubridores a la vuelta, han borrado esos nombres. A la “Restinga Piedrabuena” —homenaje al heroico centinela de los mares del sur —le llaman, por ejemplo, “Garganta del Diablo”. Y a todos los demás parajes les han cambiado el nombre. Ni siquiera se han acordado del gran oficial de la marina española, Andrés de Oyarbide, primer hombre blanco que descubrió el salto del Iguazú. Ni siquiera se acuerdan de la primera expedición argentina que, hace cincuenta años, llevó a aquellas alturas, por primera vez, los colores del alma nacional…


El almirante Domecq García con uniforme de contralmirante, al ser designado ministro de Marina, en cuyo cargo puso de relieve su sólida cultura y su dominio técnico.


“Un barco que no se dé vuelta”

El 6 de septiembre de 1895, siendo capitán de navío, se me encargó la construcción de un buque-escuela.
Debía trasladarme a Europa, elegir el tipo de nave más conveniente para el caso y vigilar su construcción. Puse en la tarea todo mi entusiasmo. Aquel buque, hecho bajo mis ojos y bajo mi cariño, ha dado a la Armada un resultado que me llena de orgullo: la fragata “Sarmiento”… Cada vez que la veo regresar más hermosa que nunca de sus expediciones a través de los mares, evoco con emoción los días de su infancia, cuando la vi nacer, crecer y venir a la patria con las alas abiertas…

Un día —antes de enterarme yo de mi nombramiento para dirigir la construcción del buque-escuela— el ministro de Marina, don Guillermo Villanueva, me llamó a su despacho. Villanueva no era marino, ni entendía de tecnicismos náuticos, pero era un estadista cuyo talento y buen sentido criollo le daban una clara visión de todos los problemas.

Quiero —me dijo— que vaya usted a Europa y me haga hacer un buque-escuela.
¿Un buque de qué tipo?
Un buque que no se dé vuelta, porque, de lo contrario, los políticos nos comerán a usted y a mí…


(El cronista detiene aquí su pluma. Otro día continuará la evocación de tan bellos recuerdos. El almirante Domecq García es una de las páginas más radiantes de la marina civilizadora).

Soiza Reilly

domingo, 3 de diciembre de 2023

Carrera armamentística Argentina-Chile: El abrazo del estrecho

El histórico abrazo del Estrecho: la muñeca diplomática de Roca cuando estuvimos por ir a la guerra con Chile

En 1899 el presidente Julio A. Roca decidió tomar el toro por las astas y viajar a Chile para coronar las negociaciones que se hacían a contrarreloj. Los reclamos de territorios en disputa habían llevado a ambos países a una carrera armamentística que por poco no terminó en un conflicto armado

 
Ya en su segundo mandato, Roca tenía más experiencia. Los que trabajaron entonces con él, lo encontraron más reflexivo y observador

Martín Rivadavia, un marino de 46 años ascendido a comodoro en octubre de 1896 y ministro de Marina en el segundo gobierno de Julio Argentino Roca, no se movía del puesto de mando del Acorazado General Belgrano, comprado a nuevo a Italia el año anterior. Llevaba un pasajero ilustre, al propio Presidente, que iba a reunirse con su par chileno, Federico Errázuriz.

El encuentro sería en Punta Arenas y el ministro tuvo una idea de la que se arrepintió cuando era demasiado tarde: en lugar de acceder a Chile por el Canal de Beagle y el Estrecho de Magallanes, le propuso a Roca hacerlo por los canales fueguinos, lo que representaba una navegación mucho más complicada y riesgosa, pero que sabía que sorprendería a los chilenos. Aclaró que él mismo respondería personalmente por la decisión tomada.

El Presidente aceptó gustoso y cuando llegaron a destino se enteró de que Rivadavia había sudado a mares y que guardaba una pistola con la que pensaba volarse la cabeza si se hundía el acorazado con el Presidente a bordo, en esos canales que no eran del todo conocidos.

Cuando la tensión con Chile iba en aumento, y muchos imaginaban una guerra, el presidente argentino decidió ir a encontrarse con Federico Errázuriz

Había asumido la primera magistratura el 12 de octubre de 1898. En la carrera hacia la Casa Rosada, asomaban dos candidatos potables: uno era él y otro Carlos Pellegrini. El general Bartolomé Mitre intentó cortar el avance de Roca a la presidencia al proponer una alianza entre radicales y nacionalistas. Pero Hipólito Yrigoyen la rechazó de plano. Él era el líder indiscutido desde el suicidio de su tío Leandro Alem el año anterior.

Lo que primó a la hora de ungir a Roca presidente fue la situación internacional, especialmente con nuestros vecinos los chilenos. Ese país venía de proclamarse triunfador en su guerra contra Perú y Bolivia y ese ambiente de un posible enfrentamiento por cuestiones limítrofes amenazaban la paz. Para algunos políticos, la guerra era un hecho, y quién mejor para conducirla que el único militar que nunca había sido derrotado. Así se afianzó la idea de su candidatura.

Invitación cursada por el gobierno de Chile, para participar de la histórica jornada (Gentileza Museo Roca)

Ya no era un joven de 37 años, sino que a sus 55 años se había convertido, según lo describe Ibarguren, en una persona flexible, tolerante, reflexiva y observadora.

Fue elegido gracias al voto de 218 electores. Su vice era Norberto Quirno Costa, con experiencia en política exterior.

“Felizmente, nos hallamos en paz y concordia con todas las naciones del mundo”, señaló Roca. “Las últimas cuestiones de límites, que heredamos del coloniaje, marchan a su solución, por los medios y procedimientos que presenten los tratados internacionales. La cuestión de Chile, resuelta desde 1891, ha sido entregada al arbitraje y de acuerdo con el tratado de este año y el de 1893. Esperamos tranquilos el fallo del árbitro, confiados en que nada turbará nuestras relaciones internacionales y en que la terminación pacífica de este largo pleito que será una victoria de la razón y del buen sentido, influirá en las relaciones de los estados sudamericanos”.

De etiqueta y ambos con la banda presidencial, en la cubierta del O'Higgins (Archivo General de la Nación)

Era consciente de la situación irresuelta con Chile. Unas de las cuestiones que se resolvería entonces sería la Puna de Atacama, un conflicto que se arrastraba desde el fin de la guerra del Pacífico, cuando Chile ocupó tierras que estaban en disputa entre Argentina y Bolivia. A partir de un laudo celebrado en Buenos Aires entre el 1 y el 9 de marzo de 1899, Argentina terminó quedándose con el ochenta por ciento y Chile con el veinte restante del sector en disputa.

De la mano de su ministro de guerra Pablo Riccheri modernizó el Ejército y adquirió armamento. También se creó el ministerio de Marina, a cuyo frente puso a Martín Rivadavia y compró barcos, en un vasto plan que incluyó la ley 4031 del servicio militar obligatorio.

Devolución de gentilezas. Luego del encuentro en el buque chileno, Errázuriz abordó el acorazado Belgrano. Fotografía revista Caras y Caretas.

El objetivo de Roca era mostrarse fuerte, en el ajedrez del cono sur, frente a Chile y a Brasil.

“Roca fue una figura central del proceso de consolidación del Estado nacional entre fines del siglo XIX e inicios del XX, y por aquellos años sus gobiernos tuvieron que enfrentar delicados conflictos con el Vaticano y con países limítrofes. También se retomaron antiguos reclamos de soberanía sobre las Islas Malvinas. Asimismo, se dio gran importancia a la organización y desarrollo de un cuerpo diplomático, enviado a diversas partes del mundo”, explican desde el Museo Roca.

Como los peritos de ambos países no lograban ponerse de acuerdo, Roca tomó el toro por las astas y decidió concretar un viejo anhelo, el de viajar al sur y cerrar él la cuestión.

A comer. El menú que se sirvió la noche del 16 de febrero (Gentileza Museo Roca)

No fue una decisión apresurada: daba el puntapié inicial de los presidentes argentinos que se involucraban personalmente en la solución de diferendos internacionales. Se la llamó la diplomacia presidencial, algo novedoso para la época. “Era consciente que la guerra había sido un impedimento en los procesos de modernización del Estado y de desarrollo económico”, se explica en un trabajo del citado museo. Sabía que su par chileno opinaba lo mismo.

Junto a su ministro de Marina y secretarios, el 20 de enero de 1899 partió en el ferrocarril del Sud hasta Bahía Blanca, donde abordó el acorazado Belgrano. Luego, el ministro de Relaciones Exteriores Amancio Alcorta lo alcanzó con el Transporte Chaco. Una comitiva de periodistas lo seguía en el crucero liviano Patria.

Junto al menú, se distribuyó el programa musical ejecutado en la cena (Gentileza Museo Roca)

En Puerto Belgrano -entonces se llamaba Puerto Militar- visitó las obras que se estaban realizando. A Puerto Madryn llegaron con lluvia y fueron en ferrocarril hasta Trelew. De ahí se trasladó en carruaje a Rawson y Gaiman.

Nuevamente a bordo, continuaron el viaje bordeando la costa patagónica. En Río Gallegos se hospedó en la casa del gobernador del territorio de Santa Cruz, Matías Mackinlay Zapiola. Cuando los pobladores se enteraron se concentraron y Roca les habló desde el balcón, donde prometió la concreción de obras. Era la primera vez que un Presidente los visitaba. Esa casa se demolió pero se conservó el balcón.

Cuando navegaban hacia Ushuaia, quiso visitar la estancia Haberton, donde fue agasajado por la viuda del dueño. El Presidente aprovechó a conversar con los indígenas onas y yaganes que trabajaban allí.

Debía cumplir con la agenda. Para el 15 de febrero al mediodía el mandatario chileno lo esperaba en Punta Arenas, tramo que cumplieron siguiendo la ruta propuesta por el comodoro Rivadavia. Al anochecer del 14, la comitiva argentina fondeó en Puerto Hambre, donde se sumó la fragata Sarmiento, el buque escuela que había decidido modificar su itinerario para sumarse al viaje.


El acorazado General Belgrano, comprado a Italia. En ese buque viajó Roca. Fue desguazado en el Riachuelo en 1947 (Wikipedia)

Los chilenos apostados en el muelle del puerto se sorprendieron al ver cerca de las dos de la tarde que la flota argentina aparecía por el sur y no por el este, el camino fácil y conocido. Junto al buque insignia O’Higgins, estaban los cruceros livianos Zenteno y Errázuriz y el transporte Argamos.

Apenas se avistó a los buques, en un día soleado en el que soplaba una brisa helada, fueron recibidos con interminables salvas de cañones. Había expectativa y ansiedad entre los funcionarios chilenos.

Errázurriz envió una embarcación con una comisión integrada por el general Vergara y el coronel Quintavalla para arreglar los detalles del ceremonial. El chileno ofrecía ir al buque argentino, pero Roca, vestido de civil y con banda presidencial -dejó a bordo su uniforme militar y medallas- se adelantó y abordó el O’Higgins, junto a sus ministros Alcorta y Rivadavia. Su par chileno estaba acompañado por sus ministros de Relaciones Exteriores, Guerra y Marina, Justicia e Instrucción Pública y por el director de la Armada, Jorge Montt, ex presidente.

Se saludó con Errázuriz con un apretón de manos, no con un abrazo. Igualmente pasó a la historia como “El abrazo del Estrecho”. La banda militar de la marina chilena ejecutó los himnos.

Luego, el chileno abordó el Belgrano y repitieron los saludos.

Hubo una reunión importante entre ellos al día siguiente, por la noche, en la que organizó un banquete. Se imprimió el menú, escrito en francés y con platos que aludían a la jornada, como “pigeons aux a vocats, a la Belgrano” y “soufflé de volaille, a la O’Higgins”. Una orquesta ejecutó diversas piezas musicales a lo largo de la velada.

A la hora de los brindis, el mandatario transandino expresó que “la paz, siempre benéfica, es fecunda entre naciones vecinas y hermanas, armoniza sus intereses materiales y políticos, estimula su progreso, da vigor a sus esfuerzos, hace más íntimos sus vínculos sociales y contribuye a la solución amistosa de sus dificultades y conflictos. La paz es un don de la Divina Providencia”.

Por su parte, Roca dijo que “la paz, como medio y como fin de civilización y engrandecimiento es, en verdad, un don de la Divina Providencia, pero es también un supremo deber moral y práctico para las naciones que tenemos el deber de gobernar. Pienso, pues, como el señor presidente de Chile y confundo mis sentimientos y mis deseos con los suyos, como se confunden en estos momentos las notas de nuestros himnos, las salvas de nuestros cañones y las aspiraciones de nuestras almas”.

Acordaron dirimir las disputas de límites por el camino diplomático. Tres años después se firmarían los Pactos de Mayo, donde ambos países renunciaban a reclamos de expansiones territoriales, que alejaron el fantasma de la guerra. Errázuriz falleció en julio de 1901 en el ejercicio de su cargo, y su sucesor Germán Riesco continuó con la misma política.

Roca permaneció tres días en Punta Arenas. El 22 de febrero ya estaba de regreso en Buenos Aires.

Ese mismo año viajó a Uruguay y Brasil. A este último país lo hizo acompañado, entre otros, por los generales Nicolás Levalle, José Garmendia y Luis María Campos, veteranos de la Guerra de la Triple Alianza.

El objetivo principal del viaje fue el encuentro con el presidente brasileño Campos Salles, con quien estableció muy buenas relaciones y le sirvió a Roca para estrechar lazos y mantener el equilibrio en la región.

Algo ducho en la materia debía ser, ya que cuando ya no era más presidente, le encomendaron dos misiones diplomáticas al Brasil, a fin de aquietar tensiones derivadas de la carrera armamentística y de ocupación de territorios. La última la cumplió en 1912, dos años antes de su muerte.

Tapa de Caras y Caretas del 25 de febrero de 1899, ironizando sobre el viaje del presidente. Roca se había transformado en un clásico en el semanario

Pasaron 124 años del aquel histórico encuentro entre Roca y Errázuriz, donde el sentido común solo estuvo ausente en el comodoro Martín Rivadavia, que sorprendió a propios y a extraños con sus dotes de navegante y experto conocedor de los peligrosos canales fueguinos. Todo lo vale para evitar una guerra.

Fuentes: Museo Roca – Instituto de Investigaciones Históricas; Félix Luna – Soy Roca; Carlos Ibarguren – La historia que he vivido; diario El Mercurio; revista Caras y Caretas



domingo, 20 de noviembre de 2016

Historia argentina: El Abrazo del Estrecho (1899)

 Abrazo en el Estrecho

Existen divergencias de interpretación respecto de quién partió la iniciativa de la entrevista entre ambos presidentes. Para algunos autores se debió a Roca, partidario de eliminar el largo diferendo bilateral a través del diálogo directo. Para otros, en cambio, la idea partió de Francisco P. Moreno, y fue acogida favorablemente por Roca. Sin embargo, para El Diario, de Buenos Aires, la iniciativa surgió de Chile, por su deseo de convenir entre ambos países "el condominio político internacional con proyecciones geográficas". Por su parte, La Nación, en su editorial del 18 de enero de 1899, sugirió que no sería ajena al encuentro de los presidentes la larga visita realizada a Roca, el día anterior, por el nuevo ministro de Chile en Buenos Aires, Du Putron, en un momento en que una violenta revolución en Bolivia y la posibilidad de una intervención chilena en el Altiplano impulsaban a la diplomacia chilena a buscar una conciliación con la Argentina, y así cerrar -o al menos postergar- un frente de conflicto para las autoridades de Santiago. En esta misma línea de razonamiento, La Prensa sostuvo que la entrevista tenía por objeto realizar la aspiración de Chile de que la República Argentina la dejara en completa libertad de acción para resolver a su manera sus problemas con Perú y Bolivia, aún sin definición después de la guerra sostenida con ambas naciones en 1879 y en la que resultara victoriosa.


Canciller chileno Juan José Latorre

El "Abrazo del Estrecho" fue un simple apretón de manos -ni Roca ni Errazuriz Echaurren querían la guerra. Errázuriz tuvo que deshacerse de su ministro de relaciones exteriores, Juan José Latorre, quien después hizo flotar una versión de que habia entregado un ultimátum al ministro argentino en Santiago en septiembre de 1898 -ultimátum que solo existió en la febril imaginación de su secretario, Phillips. El ministro chileno en Buenos Aires, Carlos Walker Martínez enviaba telegramas a Santiago con falsos reportes sobre la falta de preparación argentina, según él la ARA estaba por incorporar un buque lde 8.000-10.000 toneladas llamado "Juan de Austria", cuando el único buque de ese tipo existente era un crucero cañonero español que había sido hundido en la bahia de Manila en Julio de ese año por el escuadrón del Almirante Dewey.


Carlos Walker Martinez

Walker Martinez urgía a su gobierno a "declarar la guerra antes de que llegaran los nuevos barcos para la ARA, y atacar cuando la cordillera nevada aún nos protegía". Errázuriz desestimó los informes de su ministro. Despechado, Walker Martinez renunció, pasando a la oposición y desde su banco en el congreso de Chile continuó importunando al gobierno chileno denunciando invasiones de territorio chileno por tropas argentinas... lo que resultó ser un mero episodio policial pues se trataba de 5-7 soldados persiguiendo a cuatreros chilenos... Roca zarpo de Puerto Militar en Febrero de 1899, visitando a varios puertos patagónicos antes de llegar al estrecho. El ARA Belgrano, que conducia a Roca, y al Ministro de Guerra Gral. Luis Maria Campos, y al Ministro de Marina, Comodoro Martín Rivadavia. Acompañaban al ARA Belgrano el crucero-torpedero ARA Patria, en transporte ARA Villarino y la fragata ARA Sarmiento. En Punta Arenas se encontrarían con el crucero protegido "O Higgins" que llevaba al presidente de Chile, el crucero protegido "Ministro Zenteno" y el transporte "Angamos". Se hallaba asimismo en Punta Arenas el crucero protegido "Presidente Errázuriz", buque estacionado en esas aguas. El ARA Villarino llegó a Punta Arenas el 15 de Febrero anunciando a las autoridades chilenas que la escuadra argentina llegaría a las 12.00 horas del día. Mientras los binoculares de oficiales y civiles chilenos escudriñaban las aguas en dirección al Atlántico, y aquí cito a un historiador chileno:


"Pero en vano: fue por el Sur donde aparecieron los blancos perfiles de las naves de guerra del país vecino... El viaje desde Ushuaia lo había realizado la división naval por los canales fueguinos, ruta hasta entonces poco conocida y nunca recorrida por barcos de calado, haciendo en ello gala significativa de pericia profesional." (1)

El timonel del crucero acorazado ARA Belgrano, al llegar al Estrecho era nada menos que el Comodoro Martin Rivadavia, uno de muchos oficiales, que cuando eran cadetes se habían formado en la ruda escuela de la "Escuadrilla de Cutters", meras cascaras de nuez a vela de 40-75 toneladas de desplazamiento en mares donde, en invierno, las olas llegan a sobrepasar los 15 metros de altura.

Más allá de la discusión sobre el origen de la entrevista entre los presidentes argentino y chileno, lo cierto fue que durante la segunda administración de Roca se puso de manifiesto la voluntad de acercamiento con el gobierno de Chile. Claras demostraciones de esto fueron las decisiones de apelar al arbitraje de la reina británica, para resolver una parte de la cuestión limítrofe, y de aceptar el laudo Buchanan, sobre la Puna de Atacama.

Abordaje del buque chileno O'Higgins por parte del Gral Roca

El "Abrazo del Estrecho" 

Presidente Federico Errázuriz (Chile)

Presidente Julio Argentino Roca (Argentina)


Fuentes
Brunner
(1) Braun Menéndez, Armando , Pequeña Historia Magallánica (Editorial Francisco de Aguirre, Buenos Aires,, Santiago de Chile, pag.177
Historia de las Relaciones Exteriores de Argentina