Camaruco o Nguillatún, ceremonia mapuche presidida por la cacique Lucerinta Cañumil, en Las Bayas, Río Negro. Foto: Ana María Llamazares, 1981.
La posibilidad de extender el dominio del territorio, llevado adelante por esta parcialidad de la cultura araucana al cruzar la cordillera, al principio estableciéndose en los valles comprendidos entre los Ríos Colorado y Negro, en el actual territorio de Neuquén, y más adelante instalándose ya en Salinas Grandes. Invasión que produce enfrentamientos por las tradicionales zonas de caza y comercio. Impondrá rasgos de esta cultura a los Tehuelches septentrionales modificándolos para siempre. A pesar de la resistencia Tehuelche logran los Mapuches imponerse.
Los Tehuelches meridionales, del otro lado del Río Chubut, son vencidos definitivamente en las batalles de Tellien, Languiñeo y Pietrochofel. La batalla de Languiñeo tiene una gran importancia histórica porque no solamente pierden éstos Tehuelches el territorio de caza que ocupaban históricamente sino que señala también el comienzo de la fusión de las dos razas nativas en esa zona de Chubut. Como resultado de esas derrotas se produce la mestización y fusión de las etnias, fruto de la unión entre los vencedores Mapuches o Manzaneros y las cautivas Tehuelches.
Esta batalla ocurre en las postrimerías del siglo XVIII, los testimonios que se conocen fueron orales. En Languiñeo tenía sus tolderías los Caciques Chaeye Chacayo y Plan Chicon. Estos Tehuelches meridionales eran pacíficos, pero debieron combatir en defensa de sus áreas de caza continuamente, debido a las ambiciones de sus belicosos vecinos manzaneros que comenzaban a apropiarse de sus territorios.
Estos grupos Tehuelches esporádicamente vencían a los Mapuches o manzaneros, lograban repeler sus ataques por el conocimiento que tenían del terreno. La zona de Languiñeo, habitada por estas tribus, se encontraba en un paraje rodeado de serranías cavernosas, lo cual hacía del lugar un espacio apto para atacar por sorpresa a sus habitantes. Pronto esto se transformó en un objetivo de guerra para los manzaneros al mando del Cacique Chocorí (padre de Valentín Sayhueque). Hacia allí mandó emisarios para avisar que se trasladarían con el propósito de comerciar pacíficamente. Pero este cacique ya tenía planeado caer sobre los Tehuelches, antes había pedido ayuda al Cacique Churepan de Chile, con este jefe vendrían los capitanejos Jacinto Agüero y Pancho Mero aumentando su poder de lanzas, contaban además, con arma todavía poco utilizada para la guerra por los Tehuelches, las boleadoras y las bolas arrojadizas. Los Tehuelches esperaron, desprevenidos y confiados, se dejaron rodear por los bravos guerreros manzaneros. Cuando comenzó el ataque y se desató la batalla ya era tarde, los Tehuelches se batieron heroicamente durante tres días a pesar de las pocas posibilidad de salir vencedores. Luego de esos fatídicos tres días, la Pampa de Languiñeo quedó cubierta de cadáveres, y los vencedores, por derecho del triunfo, se apoderaron de mujeres y niños.
Cuenta que el único que trata de salvarse fue Plan Chicon, que huyó a caballo pero a 3 o 4 leguas del lugar, precisamente en el Pasaje llamado Colan Conhué, los manzaneros que lo perseguían logran bolearle el caballo dándole muerte inmediatamente.
Según algunas crónicas, fueron los Tehuelches quienes llamaron a esa pampa Languiñeo, que en su idioma quiere decir: “lugar de los muertos”. Pero algunos historiadores piensan que es un nombre en lengua mapudungun, más que Tehuelche.
El terreno parecía un cementerio descubierto, sembrado de huesos humanos, éste teatro de batalla permaneció como lugar de dolor en la memoria Tehuelche. Nadie quedó para vivir allí, valle inhóspito y frio. Contaban los descendientes vencidos, que se alguien se aventuraba por esos parajes en las noches de luna se veían brillar los huesos, y se escuchaban los gritos de dolor.
Otra batalla, a la que antes hacíamos referencia y que Sarasola llamara Pietrochofel, y de la que por primera vez hiciera referencia Federico Escalada, es Shotel Káike, hoy conocido como Piedra Shotel. En ese momento las huestes Pehuenches estaban dirigidas por el Cacique Paillacan, allí se libró un sangriento combate cuerpo a cuerpo con los Tehuelches. En la batalla Guetchanoche, hijo mayor de una familia Chehuache – Kénk, es tomado prisionero junto a sus hermanos y su madre. Entre los familiares cautivos estaban sus cuatro hermanas. Trasladados luego todos hasta las tolderías de Paillacán cerca del Limay, dos de sus hermanas son tomadas como esposas por el Cacique. Esta costumbre y tradición hacia que el trato de los prisioneros fuera de mucho más respeto a partir de allí. De ellas el Cacique tuvo hijos: Foyel es uno de ellos. A su vez Guetchanoche es el Bisabuelo de doña Agustina Quilchaman de Makel, informante de Martinetti y Escalado. Una de estas mujeres: Aunakar, fue capturada junto a su pequeño hijo por los indios cordilleranos a quienes solían llamar Huilliches; sobrevivió cautiva pero el niño fue salvajemente asesinado. Según las crónicas habrían pasado 40 años y el viejo Paillacan soñaba con recuperarla.
Fragmentos del libro “Gobernador Costa – Historias del Valle de Genoa”, de Ernesto Manggiori
Julio Argentino Roca: su rivalidad con Alsina, sus críticas a la guerra contra el indio y su plan al que nadie prestaba atención
Hacía tiempo que el futuro presidente tenía en mente lo que debía hacerse para terminar con la cuestión indígena, pero no era escuchado. La sorpresiva muerte del ministro de Guerra Adolfo Alsina cambió los planes y, de buenas a primeras, quedó al frente de una campaña sangrienta que pasaría a la historia como la Conquista del Desierto
Por Adrián Pignatelli || Infobae
Roca
era comandante de la frontera sur en Córdoba cuando ya tenía en claro
cuál era la solución para la conquista de las tierras dominadas por el
indígena
El viaje de la provincia de San Juan a la ciudad de Buenos Aires fue, para Julio A. Roca, 35 años, comandante de la frontera sur en la provincia de Córdoba, un verdadero martirio.
Lo que comenzó como un simple malestar, se transformó en una fiebre
tifoidea contraída en alguna de las postas donde se consumía agua de
dudosísima calidad. Durante toda la travesía, estuvo atacado por fuertes
descomposturas, terribles jaquecas, fiebre alta y desmayos. Ante sus
acompañantes minimizó el cuadro pero en su fuero íntimo creyó que no la
contaría, y que seguiría los pasos del que iba a reemplazar, el reciente finado Adolfo Alsina, ministro de Guerra.
Con Adolfo Alsina no se llevaban mal pero tampoco bien.
Nacido en Buenos Aires el 4 de enero de 1829, Alsina era nieto de
Manuel Vicente Maza -asesinado en 1839 cuando pedía clemencia por su
hijo involucrado en un complot contra Rosas- y su padre era el político
Valentín Alsina, quien lo influenció en la causa de la defensa de la
autonomía de la provincia de Buenos Aires. Durante el gobierno de Rosas,
su familia se exilió en Montevideo. Con Rosas ya derrocado, Alsina
inició su carrera política en las luchas que Buenos Aires sostuvo contra la Confederación.
Peleó
en las batallas de Cepeda y de Pavón. Luego, una vez reincorporada
Buenos Aires a la Confederación en 1862, fue electo diputado nacional, y
como tal se opuso a la federalización de Buenos Aires, motivo por el
cual creó el Partido Autonomista, y entre 1866 y 1868 ejerció la
gobernación de la Provincia de Buenos Aires. Era de gran predicamento
entre las clases más bajas y también entre los intelectuales y los
estudiantes, y era común que entrase y saliera de su domicilio escondido por la cantidad de gente que siempre lo esperaba.
Adolfo
Alsina, figura clave del autonomismo, era el ministro de guerra e
ideólogo de la famosa zanja con la que pretendía frenar los malones
indígenas
El
joven Roca estaba en la vereda de enfrente de la estrategia puramente
defensiva que el experimentado político aplicaba contra el indígena y
los malones. Y el militar estallaba de indignación cuando le
mencionaban la famosa zanja, de unos 370 kilómetros de extensión, con la
que el gobierno esperaba frenar las invasiones indígenas y que éstos,
en sus incursiones, sorteaban sin problemas. “Esa zanja es un disparate”, repetía Roca.
Alsina
creía que con el establecimiento de una línea de fortines bien
equipados y defendidos y conectados entre sí por el telégrafo, más la
zanja en cuestión, era más que suficiente para tener a raya a los
malones indígenas.
Roca tenía un plan más agresivo,
que era el de desalojar a los naturales del territorio al norte de los
ríos Negro y Neuquén, adelantar la frontera, y asegurar los pasos de
Choele Choel, Chichinal y Confluencia.
Roca tomaba como modelo a la campaña que en 1833 había desplegado Juan Manuel de Rosas (Cuadro Museo Saavedra)
Sentía que predicaba en el desierto
porque tenía su propio plan con el que, aseguraba que terminaría con
los malones, recuperaría miles de hectáreas en una campaña de un año. Y
asunto concluido.
Félix
Luna, en su novela basada en hechos reales “Soy Roca” le hizo contar
cómo se le había ocurrido su idea. Una noche de invierno de 1873 en el
Hotel de France, de Río Cuarto, cuando veía cómo la cocinera estiraba la
masa con un palote para amasar tallarines. Así, de pronto, se imaginó
su campaña: un rodillo al que haría rodar por el territorio dominado por el indio. Al que primero expuso su plan fue al propio Alsina quien, tirando su cabeza hacia atrás, largó una estruendosa carcajada.
Calfucurá, indio chileno que nunca fue deportado a su lugar de origne. Fue uno de los que enfrentó a las fuerzas de Roca
Roca sabía que el asunto era demasiado serio y que se necesitaba un cambio de timón para solucionarlo.
A fines de 1875 un malón había asolado Tandil y al año siguiente los
caciques Namuncurá, Renquecurá, Catriel, Coliqueo y Pincén tuvieron a
maltraer a los poblados del centro y oeste de la provincia de Buenos
Aires.
El
militar intentó un manotazo de ahogado para ser escuchado. En 1876 hizo
pública por los diarios su idea de guerra ofensiva, que era casi como
una copia de la campaña que había implementado Juan Manuel de Rosas en
1833 y que tantos réditos le había dado. Y de paso criticó algunas
medidas de Alsina, como su famosa zanja. Aseguró que necesitaba un año para preparar la campaña y otro para llevarla a la práctica. Esto es, en dos años terminaría con el problema del indio. Pero nadie le prestó atención.
El
presidente Nicolás Avellaneda, su coprovinciano, apoyó a su ministro,
quien caminaba con pies de plomo porque no quería meter la pata y que ningún error le impidiese llegar, en lo que sería su tercer intento, a la presidencia de la nación.
La zanja en plena construcción. Aún se cavaba cuando Alsina falleció. Roca ordenó suspender las obras
Porque el que se quema con leche cuando ve una vaca llora: quiso ser presidente en 1868 pero la alianza de Mitre con Sarmiento lo obligó a conformarse con ser el vice del sanjuanino, quien para colmo lo ninguneó durante toda la gestión. Luego
intentó serlo en 1874, pero a último momento retiró su candidatura,
asumiendo la cartera de Guerra y Marina luego de arreglar con Avellaneda
la fundación del Partido Autonomista Nacional cuando se unió el partido
Autonomista del primero con el Nacional del segundo.
Ahora
no cometería más errores, más aún cuando el presidente Avellaneda había
pactado con los belicosos mitristas, a quienes les había prometido la
provincia de Buenos Aires y dejar el camino libre a la primera magistratura a Alsina. Todo cerraba.
La
historia cambiaría los últimos días de diciembre de 1877. Alsina, quien
desde octubre estaba recorriendo el interior bonaerense, coordinando
algunas acciones militares y transitando la línea de fortines, en Carhué
se sintió enfermo y volvió a la ciudad de Buenos Aires.
Ministro Roca
Luego de ser atendido por los médicos su salud pareció mejorar pero el 29 de diciembre falleció, luego
de una agonía en la que daba órdenes militares y llamaba al presidente
Avellaneda. Roca se enteró por un telegrama que le enviaron a San Juan.
La famosa Campaña al Desierto reflejada en el lienzo por Juan Manuel Blanes (La Revista de Río Negro)
El 4 de enero de 1878, el día en que Alsina hubiera cumplido 49 años, Roca fue nombrado ministro de Guerra. Un
poco desde su casa y otro desde su despacho, porque demoró en
recuperarse, puso manos a la obra. Luego de suspender las obras de la
zanja, echó mano a la ley 215 sancionada durante la gestión de Sarmiento
que estipulaba que la frontera con el indio debían ser los ríos Río
Negro y Neuquén.
Obtuvo del congreso $1.600.000 que necesitaba y que el Estado recuperaría luego de que se vendiesen las tierras que hasta entonces ocupadas por el indígena.
Entre
los principales caciques a derrotar -muchos de ellos hacía rato que
estaban en franca retirada- estaban los ranqueles Manuel Baigorrita,
Ramón Cabral y Epumer Rosas. Los araucanos Marcelo Nahuel y Tracaleu,
los tehuelches Sayhueque y Juan Selpú y el célebre Namuncurá, el de la
dinastía de los piedra, que terminaría rindiéndose en 1884. “Si ellos son de piedra, yo soy Roca”, advirtió el ministro.
Consiguió entusiasmar a Estanislao Zeballos, un abogado rosarino de 24 años quien, en tiempo récord, escribió el libro “La conquista de quince mil leguas. Estudio sobre la traslación de la frontera sud de la República al río Negro”,
donde exponía antecedentes históricos y argumentos contundentes sobre
la necesidad de dominar miles de hectáreas improductivas. La obra fue un
verdadero éxito cuando salió en septiembre de 1878 y debió imprimirse
una segunda edición. Zeballos, quien decidió no cobrar por su trabajo,
lo dedicó “a los jefes y oficiales del Ejército Expedicionario”.
Hasta
las operaciones militares de 1878 y 1879, la presencia del ejército en
territorio dominado por el indígena eran los fortines. (Archivo General
de la Nación)
La
convalecencia para recuperarse de la fiebre tifoidea le llevaría a Roca
unos tres meses. Al llegar se instaló en una casa que compró en la
calle Suipacha, entre Corrientes y Lavalle, de una ciudad de la que
había decidido que no se iría nunca más.
Roca movilizó al ejército, cuyos soldados iban armados con los modernos fusiles Remington que podían realizar seis disparos por minuto.
Enfrente los indígenas iban a la pelea muñidos de una lanza tacuara, de
unos cuatro metros de largo, que en su punta tenía asida una tijera de
esquilar. También llevaban dos o tres boleadoras y cuchillo. Cabalgaban,
en medio de una gritería infernal, como “demonios en las tinieblas”.
Roca
pretendió formar una fuerza numerosa pero dividida en pequeños cuerpos
que se moviera rápido. En total serían 23 expediciones, cada una de
ellas de 300 hombres. En tiempo récord, se logró movilizar a 6.000 soldados, 800 indios amigos, y se reunieron 7.000 caballos y ganado vacuno para alimentación.
En el medio de la campaña cuando se terminaron las vacas, lo que se
consumió fue carne de yegua. No solo iban soldados, sino también un
grupo de curas para evangelizar a los indígenas. También se incorporó a
científicos extranjeros que estaban en el país desde la época de
Sarmiento y cubrió la expedición el retratista Antonio Pozzo, que dejó
un valioso testimonio fotográfico.
Entre
los caciques que cedieron guerreros para el ejército se cuentan al
borogano Coliqueo, al pampa Catriel y a los tehuelches Juan Sacamata y
Manuel Quilchamal. La expedición tuvo cinco divisiones operativas y
como lo había hecho Rosas, en esta operación también se dispuso de
columnas que salieron de distintos puntos.
La meta que Roca se impuso y que mantuvo en secreto era que el 25 de mayo de 1879 debía celebrarlo en Choele Choel. En
Buenos Aires tomó el tren a Azul y de ahí se dirigió a Carhué, de donde
partió el 29 de abril. Se transportaba en una berlina, que le resultaba
más cómoda para trabajar con los mapas, documentos y libros. Cuando el
14 de mayo cruzó el río Colorado, homenajeó a su antecesor y bautizó el
lugar como Paso Alsina, en el actual partido de Patagones. Tal como lo
había planeado, el 24 de mayo de 1879 llegó a Choele Choel. A las 6 de
la mañana del 25, se tocó diana, se izó la bandera, hubo banda militar y
misa.
Trágico fin
La campaña dejó un saldo de por lo menos 1400 indígenas muertos,
producto de combates en campo abierto o de ataques sorpresivos a
tolderías. Hombres y mujeres fueron separados para evitar la
descendencia. Miles de mujeres y niños fueron condenados a una vida de semi esclavitud
como servicio doméstico de familias porteñas. Los chicos también eran
apartados para siempre de sus madres, en medio de escenas desgarradoras,
y su destino era decidido por la Sociedad de Beneficencia.
Los
guerreros prisioneros fueron empleados como mano de obra barata en
estancias, en trabajos agrícolas en el oeste, en yerbatales y en
algodonales en el noreste, en obrajes madereros o en ingenios azucareros
en el norte. Otros fueron enrolados en las filas del Ejército y la
Marina. Los que el gobierno consideraba más peligrosos, fueron confinados a la isla Martín García donde rompían piedras para el empedrado de la ciudad de Buenos Aires. Muchos murieron por la mala alimentación y las enfermedades. Los
caciques sobrevivientes no tuvieron más remedio que someterse y
pudieron vivir tranquilos en parcelas asignadas por el gobierno.
Se recuperaron centenares de cautivos y el Estado tomó posesión de 500 mil kilómetros cuadrados de territorio, mucho del cual fue repartido entre políticos, hacendados y militares.
Las
operaciones continuarían algunos años más. Los caciques Namuncurá y
Baigorrita, aunque debilitados, aún no habían sido derrotados. Los
malones, que se habían convertido en una pesadilla durante los gobiernos
de Mitre y Sarmiento, terminaron. Pero a esa altura Roca, a los 35
años, preparaba su siguiente empresa: la de ser presidente.
Gente de la tribu de Quilchamal, 1902. Foto Clemente Onelli
Según el testimonio de viejos pobladores y antiguos colonos, el indígena tehuelche Pedro Silbo, conocido como Martín Platero por su profesión, residió varios años en el vado del río Senguer a finales del siglo XIX.
En 1869, el inglés George Musters conoció a Platero cerca de la desembocadura del río Santa Cruz. En dicho lugar, donde tenía su establecimiento el comerciante y marino argentino Luis Piedra Buena, Musters compartió varias jornadas de caza con Platero.
Algunos años después, en 1875, el Dr. Francisco Moreno lo encontró en la toldería de Sayhueque, el jefe supremo de los manzaneros.
La siguiente referencia es de 1885-1886 y proviene del Coronel Fontana, primer Gobernador del Territorio del Chubut y jefe de la expedición conocida como “Los Rifleros del Chubuť”. Al doblar el codo de un valle, cerca de la precordillera, los expedicionarios descubrieron un toldo:
“… Sin pérdida de tiempo, hice rodear la caballada y las catorce vacas que habíamos tomado antes, y adelantándonos con diez hombres pude cercar los toldos consiguiendo capturar dos indios, dos mujeres y seis niños de dos a siete años. Tenían estos para su servicio, solamente, once caballos y diecisiete perros de caza […] Uno de estos indios se llama Martín Platero, y es platero de oficio, como podía probarlo con algunas piezas de plata que aún no tenía concluidas y con sus herramientas consistentes en una bigornia, dos martillos, limas de varias clases y algunos otros utensilios.
Había conocido a Francisco Moreno cuando estuvo en los toldos de su antiguo señor (Sayhueque) y no quedaba duda de que decía verdad, porque preguntándole respecto a indicios físicos de Moreno, me contestó que era joven, un poco grueso y que tenía vidrios en los ojos. También había conocido mucho antes a Musters. (Coronel Fontana)
El galés John Murray Thomas, uno de los integrantes de la expedición, llevaba un diario en el que consignó lo siguiente acerca del encuentro con Platero:
“…Lunes 14 de diciembre (1885). Dejamos el campamento a las 10 a.m. en dirección al S.S.E. por 3 millas, S.E. 1/2 milla. Cuando vimos una carpa india, no podíamos decir con certeza si alguna otra carpa podría ser vista, pues el primer lote volvió a avisar a los otros. Luego unos dieciocho hombres avanzaron en un galope callado, con la excepción de los dos hombres del Gobernador, que de la manera más imbécil se corrieron hacia adelante y asustaron a la pobre china y a los dos niños que habían sido dejados en el toldo. Resultó que era solamente un toldo con una familia integrada por un hombre, dos mujeres y seis niños; el hombre, un muchacho y una china estaban afuera cazando y la otra china y cinco niños habían quedado en el toldo. Para poder prender al indio nosotros acampamos cerca, pues queremos que nos sirva de baqueano (guía) […] Al cabo de un rato aparecieron los cazadores, pero en vez de acercarse se pararon lejos, mirando hacia el toldo que estaba sitio (sitiado); se mandó a la otra mujer como mensajera de paz, pero pasó una buena media hora antes que se acercaran al toldo, lo que hicieron despacio y con cautela. Por medio del traductor supimos que esta familia, antes de la reducción de los indígenas, había pertenecido a la tribu de Sayhueque. El indio se llamaba Martín Platero; había recibido este nombre en razón de su oficio […] decía que solo él y su familia habían escapado de la barrida que hiciera el ejército argentino dos años antes. Al examinar sus pertenencias se halló que su única arma era una lanza larga y fuerte, en cuyo extremo, como elemento ofensivo, tenía media tijera de esquilar, de borde muy filoso […] Martes 15 de diciembre. Partimos a las 10 a.m. acompañados por el indio y su familia; ellos van al lado nuestro pero muy despacio…” (Veniard)
Como se ve, Platero fue obligado a actuar como baqueano de expedición, para que los condujera al nacimiento del río Senguer. Según recordaba el galés John Daniel Evans, integrante de la expedición, durante la marcha Platero intentó escapar:
“…La expedición marchaba adelante y atrás venia la familia de Martín Platero con rumbo S.O, él andaba muy despacio. A unos 800 metros de los punteros, regresé por él, su actitud era muy sospechosa, tenía la lanza tomada por la mitad y en un descuido arrimó el caballo junto al mío y comenzó a cortar lanza, es la posición más adecuada para la lucha de a caballo. En el acto recordé el episodio del Valle de Los Mártires (miembros de la tribu de Salpú los atacaron de improviso y mataron a los tres compañeros de Evans. El escapó gracias a su caballo Malacara); pero de cualquier forma debía ganar tiempo, tomé mi Remington de la funda que tenía prendida a la montura y le apunté a la cabeza. Le ordené marchar adelante, en caso contrario lo mataría en el acto…” (Evans)
Luego lo desarmaron y no dejaron de vigilarlo. Días después la expedición arribó al nacimiento del río Senguer y descubrieron un gran lago, al que los hombres llamaron “Fontana”, y como acontecimiento, levantaron un poste para izar la bandera argentina.
A Platero le llamó la atención el poste y preguntó para qué era, a lo que Antonio Miguens le respondió en broma: “Mañana cuando salga el sol te colgaré del pescuezo de la punta del palo”. El 1 de enero de 1886, luego del festejo, descubrieron que Platero, había huido durante la noche. Creyó que cumplirían con la amenaza de colgarlo.
John Murray Thomas dijo al respecto de la huida de Platero: “Viernes 1 de enero. Cuando nos levantamos esta mañana, descubrimos que el indio había huido, lo que nos causó escalofríos…” (Veniard)
Cuando arribaron al sitio donde habían dejado acampando a la familia de Platero, William Lloyd Jones Glyn, otro integrante de la expedición, señaló:
“Llegamos al vado de los tehuelches a la tarde y supimos por el informe de los gauchos que el indígena y su prole habían ganado su libertad una vez más… pienso que el sentir general de la compañía era: feliz viaje para él, sus mujeres e hijos y los quince galgos.” (Veniard, 1986)
Asencio Abeijón, el escritor-cronista de la colonización de la Patagonia central, en su libro “El vasco de la carretilla y otros relatos”, reconstruyó lo que vivió Platero durante algunos años, luego de escapar de la expedición de Fontana:
“La suerte no acompañaba a Platero, porque poco tiempo después, un cacique lo tomó cautivo por más de un año, y luego lo liberó. No tardó en caer en manos de las tropas de línea de Vinter (General Lorenzo Vinter), que lo llevaron cautivo a Patagones. Allá lo halló más tarde Evans, uno de los galeses que lo persiguieron. A este le contó los motivos de su deserción, y que cuando ellos perdieron sus rastros persiguiéndolo, ya lo tenían tan cerca, que él los veía desde unos cerros, y ya llevaba los caballos cansados.” (Abeijón, 1986)
El 27 de noviembre de 1888, los exploradores Steinfeld y Botello lo encontraron en inmediaciones del Valle Alsina, en el río Chubut, cuidando las mulas de un ingeniero apellidado Garzón. Ese día, al intentar cruzar el río, Botello y Steinfeld casi mueren ahogados al ser arrastrados por las aguas. Fueron oportunamente socorridos por unos paisanos que acampaban en el lugar. Platero, que era uno de los que acampaba, les facilitó un caballo para que Carlos Ameghino, el jefe de Botello y Steinfeld, cruzara el río.
Libro “La colonización del oeste de la Patagonia central”, de Alejandro Aguado.
El Parlamento de Quilín de 1641 es uno de los acuerdos más importantes en la historia de las relaciones entre el pueblo mapuche y la Corona Española en lo que hoy es Chile. Este parlamento fue un encuentro diplomático entre las autoridades coloniales españolas y los lonkos (líderes) mapuches, que se llevó a cabo en diciembre de 1641 en la zona de Quilín, ubicada en la actual Región de la Araucanía, al sur del río Biobío. El parlamento marcó un intento de establecer una paz más duradera entre ambos pueblos tras décadas de intensos conflictos conocidos como la Guerra de Arauco.
Contexto histórico
Desde la llegada de los españoles al territorio mapuche en el siglo XVI, las relaciones entre los colonizadores y los mapuches fueron extremadamente conflictivas. La Guerra de Arauco fue un prolongado enfrentamiento armado que comenzó tras la fundación de ciudades españolas en el sur de Chile, como Concepción y Valdivia, y la resistencia de los mapuches a la ocupación de sus tierras. Los mapuches se organizaron militarmente bajo la figura de los toquis (líderes militares) y lograron resistir la invasión con tácticas guerrilleras, obligando a los españoles a reconocer que su conquista completa era inviable.
En este contexto, el gobernador de Chile, Francisco López de Zúñiga y Meneses, y los líderes mapuches, acordaron realizar un parlamento para buscar una solución pacífica a la situación de permanente conflicto.
El acuerdo del Parlamento de Quilín
En el parlamento, las autoridades españolas reconocieron la autonomía del territorio mapuche al sur del río Biobío, lo que se convirtió en una especie de frontera natural entre la Capitanía General de Chile y el Wallmapu (el territorio mapuche). A cambio, los mapuches acordaron detener sus ataques a los asentamientos españoles al norte del río y permitir cierto comercio y relaciones diplomáticas entre las dos partes.
El Parlamento de Quilín fue uno de los primeros acuerdos formales en los que una potencia colonial reconocía territorialmente la soberanía de un pueblo indígena. Los principales puntos del tratado fueron:
Reconocimiento del río Biobío como frontera: El territorio al sur del río Biobío fue reconocido como independiente de la administración colonial española. Esta área correspondía al Wallmapu, el corazón del territorio mapuche.
Cese de hostilidades: Ambos lados acordaron poner fin a los enfrentamientos armados, con los mapuches comprometiéndose a no atacar más asentamientos coloniales, y los españoles a no invadir ni establecer más fortificaciones al sur del Biobío.
Intercambio y comercio: Se establecieron pautas para el comercio y la convivencia entre los pueblos, permitiendo un flujo controlado de bienes entre ambos lados de la frontera.
Libertad para los prisioneros: Se acordó la liberación de prisioneros por ambas partes, como gesto de buena fe y reconciliación.
Importancia y efectos a largo plazo
El Parlamento de Quilín sentó las bases para una serie de futuros parlamentos entre españoles y mapuches, en un sistema de negociaciones regulares que perduraría hasta bien entrado el siglo XIX, incluso durante los primeros años de la independencia de Chile. Estos parlamentos se convirtieron en un mecanismo clave para manejar las tensiones y conflictos, funcionando como un espacio diplomático donde ambas partes podían expresar sus demandas y llegar a acuerdos.
Aunque el tratado de 1641 no significó una paz definitiva, sí estableció un reconocimiento mutuo de los territorios y marcó un periodo en el que los españoles, al no poder someter completamente a los mapuches, se vieron obligados a aceptar su autonomía territorial en la región de la Araucanía.
Sin embargo, a lo largo de los siglos, este tipo de acuerdos fueron violados o ignorados, especialmente durante la Pacificación de la Araucanía en el siglo XIX, cuando el Estado chileno finalmente incorporó la mayor parte del territorio mapuche bajo su control mediante campañas militares. Este proceso de colonización y ocupación de tierras mapuches ha sido motivo de reclamos históricos por parte del pueblo mapuche hasta el día de hoy, que considera muchos de estos acuerdos, incluido el de Quilín, como promesas rotas.
Legado
El Parlamento de Quilín es un símbolo importante en la historia de las relaciones entre el Estado y los pueblos indígenas, no solo en Chile, sino también en el contexto más amplio de América Latina. Representa uno de los primeros intentos de formalizar una coexistencia pacífica entre una potencia colonial y un pueblo nativo, aunque las tensiones territoriales y políticas continuarían siendo una constante. Para los mapuches, sigue siendo un referente histórico en sus reclamos de autonomía y derechos sobre su territorio ancestral.
En la actualidad, los acuerdos de Quilín son evocados por el pueblo mapuche como una prueba de que, en algún momento, su soberanía territorial fue reconocida, lo que fortalece sus demandas actuales de recuperación de tierras y autodeterminación.
Monumento a Arbolito (Nicasio Maciel) en la ciudad de Rauch. Plaza Mitre.
A principios de 1829 el consejo de ministros del general Lavalle inventó el sistema de las “clasificaciones”, o sea la lista de todos los adversarios conocidos de esa situación, y esto con el objeto de asegurar o desterrar a los federales más conspicuos, como lo verificó con Tomás Manuel, Nicolás y Juan José Anchorena, con García Zúñiga, Arana, Terrero, Dolz, Maza, Rosas, etc. etc. (1)
Entretanto la reacción armada estallaba en casi toda la República. La Legislatura de Córdoba le confirió al gobernador Bustos “facultades extraordinarias”, y éste se aprestó a defenderse del ataque que se le anunciaba y era fácil prever. El general Quiroga declaró públicamente que se dirigía a restaurar las autoridades de Buenos Aires, y levantó una fuerte división en Cuyo. El gobernador Ibarra se dio la mano con el de Tucumán y formaron otro cuerpo de ejército para defenderse ambos. El general López, gobernador de Santa Fe, le declaró al general Lavalle que no le reconocía como gobernador de Buenos Aires y que cortaba con él toda relación de provincia a provincia. (2) En la campaña sur de Buenos Aires fuertes grupos de milicianos armados, buscaban su incorporación en los puntos que a jefes de su devoción indicaba Rosas desde Santa Fe,
El general Lavalle no tenía, como Rivadavia, ni la reputación de un político que sólo sabía actuar dentro del derecho y de la ley, ni la égida de un congreso como el de 1826 que hiciera triunfar en principio los ideales de la minoría, conteniendo –en brillante tregua para la libertad del pensamiento-, el empuje incontrastable de los pueblos y caudillos semibárbaros. No; que por ser exclusivamente un soldado cuadrado lo habían reconocido como jefe visible los unitarios que circunscribían su política a abrir camino con el sable a la Constitución de 1826. Con él conseguían lo que no consiguieron con Rivadavia; que ése era la primera personalidad entre ellos; la que descolló por su gran iniciativa, y la que por su virtud a todos se impuso en el momento solemne de su caída. El órgano oficial de los unitarios de 1828 condensaba esa política escribiendo: “… Al argumento de que si son pocos los federales es falta de generosidad perseguirlos, y si son muchos, es peligroso irritarlos, nosotros decimos que, sean muchos o pocos, no es tiempo de emplear la dulzura, sino el palo… sangre y fuego en el campo de batalla, energía y firmeza en los papeles públicos… Palo, porque sólo el palo reduce a los que hacen causa común con los salvajes. Palo, y de no los principios se quedan escritos y la Reública sin Constitución” (3) Nadie en la República se hacía ilusiones a este respecto; y por esto la reacción contra los unitarios de 1828, -aun prescindiendo del fusilamiento del gobernador Manuel Dorrego- se manifestó más radical y más violenta que la que se había limitado a hacer el vacío a los poderes nacionales de 1826.
La lucha sobrevino desde luego. El coronel Juan Manuel de Rosas, del campo de Navarro se había dirigido a Santa Fe e impuesto al gobernador López de la situación de Buenos Aires, asegurándole que el general Lavalle estaba reducido en la ciudad, y que toda la campaña le era hostil. López pensó, y con razón, que lo primero que haría Lavalle sería irse sobre Santa Fe; y calculando que Rosas podría ser un poderoso antemural en Buenos Aires por su influencia decisiva en las campañas, de lo cual tenía pruebas recientes, reunió sus milicias, nombró a Rosas mayor general de su ejército y abrió su campaña contra Lavalle invadiendo a Buenos Aires por el norte. “…Quedé obligado a usar de la autoridad de que estaba investido, -escribía Rosas, desde su retiro de Southampton, recordando esos sucesos- y me puse a las órdenes del señor general López, general en jefe nombrado por la Convención Nacional, para operar contra el ejército de línea amotinado”. (4)
Lavalle envió al general José María Paz, al frente de la segunda división del ejército republicano, para que sofocase en las provincias del interior la resistencia de los jefes arriba mencionados; y mientras éste iniciaba su cruzada en Córdoba, él se dirigía con 1.500 veteranos al encuentro de López y de Rosas, quienes engrosaban su ejército con grupos numerosos de milicianos armados.
El general Estanislao López, con ser que inició su carrera en el Regimiento de Granaderos a Caballo y se batió heroicamente en San Lorenzo a las órdenes de San martín, no era un militar de las condiciones del general Lavalle; pero podía competir dignamente con éste, y aun superarlo en la clase de guerra que se propuso hacerle. Era la guerra del viejo y astuto caudillo, que no empeñaba combates serios, pero que fatigaba continuamente a su adversario, presentándole por todos lados grupos de caballería bien montada, mientras él se apoderaba de los recursos, y conseguía llevarlo más o menos debilitado hacia un punto donde le caía entonces con todas sus fuerzas. Los veteranos de Lavalle se veían por primera vez impotentes ante la pericia y astucia de esos dos jefes de milicias que obtenían en las dilatadas llanuras la ventaja singular de destruir su ejército regular, sin aceptar combates, sin presentarlos tampoco y dueños de los recursos y de los arbitrios de que aquél no podía echar mano.
Con todo, Lavalle comprendió la táctica especial de sus adversarios. Ayudado de algunos hacendados adictos pudo montar sus soldados en caballos selectos y obligar a López y a Rosas a los combates de Las Palmitas y de Las Vizcacheras
Muerte del coronel Federico Rauch en Las Vizcacheras – 28 de marzo de 1829
Las Vizcacheras
En el combate que tuvo lugar en Las Vizcacheras el 28 de marzo de 1829 se enfrentaron un contingente federal de aproximadamente 600 hombres y otro unitario, de número similar. A Las Vizcacheras hay que situarla en ese marco. Las tropas leales a Lavalle –el fusilador de Dorrego- eran comandadas por Rauch, quien marchaba al frente de sus Húsares de Plata y contaba con otras unidades. Del lado federal participó Prudencio Arnold, quien más tarde llegó al grado de coronel. Cuenta en su libro “Un soldado argentino”, que Rauch les venía pisando los talones, con la ventaja de comandar tropas veteranas de la guerra del Brasil. Los federales llegaron a Las Vizcacheras casi al mismo tiempo que un nutrido contingente de pu kona, que combatirían a su lado. Dice Arnold: “en tales circunstancias el enemigo se avistó. Sin tiempo que perder, formamos nuestra línea de combate de la manera siguiente: los escuadrones Sosa y Lorea formaron nuestra ala derecha, llevando de flanqueadores a los indios de Nicasio; los escuadrones Miranda y Blandengues el ala izquierda y como flanqueadores a los indios de Mariano; el escuadrón González y milicianos de la Guardia del Monte al centro, donde yo formé”. Arnold no brinda más datos sobre los lonko que guiaban a los peñi salvo que Nicasio llevaba como apellido cristiano Maciel, “valiente cacique que murió después de Caseros”.
Rotas las hostilidades, Rauch arrolló el centro de los federales y se empeñó a fondo –siempre según el relato de su adversario- sin percibir que sus dos alas eran derrotadas. Se distrajo y comenzó a saborear su triunfo pero pronto se vio rodeado de efectivos a los que supuso suyos. Hay que recordar que por entonces, los federales sólo se diferenciaban de los unitarios por un cintillo que llevaban en sus sombreros, el que decía “Viva la federación”. Anotó su rival: “cuando estuvo dentro de nosotros, reconoció que eran sus enemigos apercibiéndose recién del peligro que lo rodeaba. Trató de escapar defendiéndose con bizarría; pero los perseguidores le salieron al encuentro, cada vez en mayor número, deslizándose por los pajonales, hasta que el cabo de Blandengues, Manuel Andrada le boleó el caballo y el indio Nicasio lo ultimó… Así acabó su existencia el coronel Rauch, víctima de su propia torpeza militar”. A raíz de su acción, Andrada fue ascendido a alférez.
Parte de la batalla
Informe del coronel Anacleto Medina al señor Inspector General coronel Blas Pico: “Chascomús, Marzo 29 de 1829 – El coronel que suscribe pone en conocimiento del Señor Inspector General, jefe del estado mayor, que habiéndose reunido en el punto de Siasgo al señor coronel Rauch, en virtud de órdenes que tenía, marchó toda la fuerza en persecución de los bandidos que habían invadido el pueblo de Monte, y ayer a las 2 de la tarde fueron alcanzados, como cuatro leguas de la estancia de los Cerrillos, del otro lado del Salado, en el lugar llamado de las Vizcachas. Una y otra división se encontraron, y, cargándose, resultó flanqueada la nuestra por los indios, que ocupaban los dos costados del enemigo. Después del choque, cedió nuestra tropa a la superioridad que, en doble número, tenía aquél, y se dispersó a distintos rumbos; ignorando el que firma cuál habrá seguido el comandante general del Norte. Se me ha incorporado parte del regimiento de húsares con todos sus jefes, hallándose heridos el comandante Melián, el ayudante Schefer y el teniente Castro del regimiento 4. El señor coronel D. Nicolás Medina se infiere que es muerto; y no será posible detallar la pérdida que habrá resultado, por no saber si se ha reunido por otro rumbo a otro jefe. La pérdida del enemigo debe ser bastante. Me he replegado a este punto con 72 húsares y 48 coraceros del 4. En él pienso permanecer, y defender esta población, que tengo probabilidad de que va a ser atacada, y se halla en gran compromiso el vecindario que se declaró por el orden.
El que suscribe saluda al Señor Inspector con su acostumbrada consideración. Anacleto Medina”.
Referencias
Véase Memorias póstumas del general Paz, Tomo II, página 345. El general Paz era ministro de la guerra bajo ese gobierno del general Lavalle.
Las notas de esta referencia se publicaron en Córdoba y posteriormente en El Archivo Americano. Véase el Buenos Aires cautiva y La nación Argentina decapitada a nombre y por orden del nuevo Catalina Juan Lavalle (1829), que redacta en Santa Fe el padre Castañeda.
Carta del 22 de setiembre de 1869 (duplicado en el archivo de Adolfo Saldías).
Carta del 22 de setiembre de 1869 (duplicado en el archivo de Adolfo Saldías).
Fuente
Benencia, Julio Arturo – Partes de batallas de las Guerras Civiles (1822-1840) – Acad. Nacional de la Historia – Buenos Aires (1976).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Moyano, Adrián – El ajusticiamiento del Coronel Rauch en Las Vizcacheras.
Portal www.revisionistas.com.ar
Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina – Ed. El Ateneo – Buenos Aires (1951).
The Mapuche Nation, el pueblo originario con sede en Bristol, Inglaterra
El
centro de operaciones de la "lucha por la autodeterminación" de los
mapuches de Chile y Argentina está ubicado desde 1978 en el nº 6 de
Lodge Street, en la ciudad portuaria inglesa. Desde allí abogan por la
causa
En el nº 6 de Lodge Street, Bristol, UK, tiene su sede, desde el año 1978, The Mapuche Nation
"El
día 11 de mayo de 1996, un grupo de mapuches y europeos comprometidos
con el destino de los pueblos y naciones indígenas de las Américas, y en
particular con el pueblo mapuche de Chile y Argentina, lanzaron la Mapuche International Link (MIL)
en Bristol, United Kingdom", explican las autoridades de esta
organización; a saber, Edward James (Relaciones Públicas), Colette
Linehan (administradora), Madeline Stanley (coordinadora de
Voluntarios), Fiona Waters (a cargo del equipo de Derechos Humanos),
entre otros.
Reynaldo
Mariqueo –el único mapuche– hace las veces de secretario general
secundado por Dame-Nina Saleh Ahmed, vice secretaria general.
La organización remplaza al Comité Exterior Mapuche que, recuerdan, "opera internacionalmente desde 1978 a partir de su oficina ubicada en Bristol".
El
objetivo perseguido es contribuir al pleno desarrollo de los pueblos
indígenas y, "en última instancia, conquistar el derecho a la
autodeterminación".
Reynaldo Mariqueo es el “werken”, es decir, vocero o representante
Mientras en el sur de nuestro continente, grupos mapuches, como la agrupación Resistencia Ancestral Mapuche (RAM) o la Coordinadora Arauco Malleco (CAM), le declaran la "guerra a Argentina y Chile", y protagonizan actos de sabotaje, incendios y amenazas, la MIL explica –en inglés– que "the Mapuche Nation está situada en lo que se conoce como el Cono Sur de Sudamérica, en el área actualmente ocupada (sic) por los Estados argentino y chileno".
"Su
identidad como nación autónoma, unida a la conciencia de ser parte de
una cultura, una herencia histórica y una espiritual diferentes ha
creado un movimiento sociopolítico inspirado en esas aspiraciones
comunes", dice The Mapuche Nation.
EL MAPA DE LA MAPUCHE NATION
El
territorio ancestral mapuche según la organización con sede en Bristol
abarca todo lo que está al sur del Bío-bío (Chile) y al sur del Salado y
del Colorado (Argentina)
Lo
que según el sitio británico es el "territorio histórico ancestral" de
los mapuches abarca la "Pampa and Patagonia of Argentina" y el sur de
Chile. Así lo explican: "La Nación Mapuche está ubicada en el sur de
los territorios que hoy ocupan los Estados de Chile y Argentina –afirma
la MIL–. Hace un poco más de 130 años su territorio ancestral, y el de
otros pueblos originarios aliados, se extendía desde el sur del río Bío-Bío (Chile) hasta el extremo austral del continente, y en Argentina desde los ríos Colorado y Salado hasta el estrecho de Magallanes", agregan.
Y eso no es todo. Para los miembros británicos de la nación mapuche, el territorio ancestral abarca también las islas Malvinas y la Antártida…
Otras actividades del centro de operaciones de Bristol. Aquí, manifiestan contra el gobierno de Chile
En
el mismo documento, fijan el año 1860 como el de la "Gran Asamblea
Constituyente" en la cual "los más notables representantes del pueblo
mapuche" fundaron "un gobierno monárquico constitucional". Y agregan
que, "tras la ocupación del territorio del estado mapuche (sic), la Casa Real de dicho gobierno se estableció en el exilio en Francia, desde donde viene operando de manera ininterrumpida desde entonces".
Curiosamente, a la vez que hacen reivindicación de sus derechos ancestrales y su condición "originaria", los mapuches reconocen una dinastía francesa fundada por la ocurrencia de Orélie Antoine de Tounens (1825-1878), un abogado francés y masón que desembarcó en Chile en 1858 y se autoproclamó Rey de la Araucanía y de la Patagonia.
La
monarquía mapuche en el exilio: el rey, Jean-Michel Parasiliti di Para o
Príncipe Antoine IV, y Su Excelencia Reynaldo Mariqueo, Conde de
Lul-lul Mawidha, a cargo de Asuntos Exteriores
"Tanto
el gobierno monárquico como el pueblo mapuche en su conjunto jamás han
renunciado ni a sus derechos soberanos ni a la restitución de su
territorio ancestral", afirman.
La "monarquía mapuche", entonces, además de ser francesa es hereditaria,
de modo que sobre los territorios de Araucanía y Patagonia han
"reinado" sucesivamente siete soberanos: Gustave-Achille Laviarde o Aquiles I; Antoine-Hippolyte Cros o Antonio II; Laura-Therese Cros-Bernard o Laura Teresa I; etcétera, hasta llegar al actual, Jean-Michel Parasiliti di Para o Príncipe Antoine IV, desde el 9 de enero de 2014.
La organización de Bristol, Reino Unido, tutela los derechos humanos en lo los “territorios mapuches”
La corte de Antonio IV se completa con un "presidente del Consejo del Reino, Su Excelencia Daniel Werba, Duque de Santa Cruz" y con un "miembro del Consejo de Estado y encargado de los Asuntos Exteriores, Su Excelencia Reynaldo Mariqueo, Conde de Lul-lul Mawidha y Caballero de la Orden Real de la Corona de Acero" (y, como vimos, secretario general de The Mapuche Nation en Bristol), entre otros.
El conde Reynaldo Mariqueo, de gira por Europa. Está encargado de las Relaciones Internacionales
Aunque
denuncia "invasión", "genocidio", "represión", "espionaje" y otra larga
lista de supuestos atropellos por parte de los Estados de Chile y
Argentina, la "Nación Mapuche" se pone bajo la protección de un país extranjero y reconocen la dinastía inaugurada por un aventurero.
De
hecho, sus territorios ancestrales fueron puestos bajo protección de
Francia ya en 1860, lo que claramente implicaba establecer una cabecera de playa de una potencia extranjera en la retaguardia de las jóvenes naciones sudamericanas.
Además de estos documentos fundacionales, de las listas dinásticas y de la historia mapuche, en The Mapuche Nation
pueden encontrarse noticias, denuncias y campañas (como una contra el
Tratado de Libre Comercio entre Chile y la Unión Europea).
En el siglo XIX los araucanos distinguían perfectamente a patriotas y realistas, a chilenos y argentinos.
Así lo reconoce Calfucurá cuando dice: "... estaba en Chile y soy chileno y ahora hace como treinta años que estoy en estas tierras (Carta de Calfucurá a Mitre de 1867 que se conserva en el museo Mitre)”.
¿De dónde sacaron que Calfucurá fue un cacique argentino?
Allá por 1830, atravesó los Andes el grupo más numeroso con la llegada del cacique Calfucurá, de la parcialidad araucana moluche, hijo del cacique Huentecurá y penetra en la llanura pampeana cuando la Nación Argentina era ya independiente y soberana desde 1816. Por lo tanto, fueron invasores. Calfucurá se radicó en la gran llanura pampeana. El 8 de setiembre de 1834 el cacique chileno Calfucurá (1790-1873) masacró a los caciques de las pampas en Masallé, cerca de la laguna de Epecuén. Calfucurá convocó a una gran reunión a todos los caciques y capitanejos de la Patagonia argentina. Los invita a comer, los embriaga y los asesina a todos. Murieron unos mil caciques y capitanejos. El único que logró escapar gracias a su astucia fue el cacique Ignacio Coliqueo (1786-1871), que era también boroano o boroga y había llegado a La Pampa en 1820. El invasor araucano Calfucurá tomó de un solo golpe el poder de todas las tribus, muertos sus jefes se convirtió en el “Pinochet de las Pampas”. Calfucurá, instaló sus tolderías en las Salinas Grandes, en el límite actual entre Buenos Aires y La Pampa, a la altura de Puán, sesenta kilómetros al norte de Bahía Blanca, donde se aseguraban la disponibilidad de sal para la carne y los cueros y le permitía controlar el camino de los chilenos, por donde arreaban el ganado robado hacia Chile. A ese poblado, su cuartel general, lo llamó Chilihué (“Pequeño Chile”). Hasta 1872 las tropas del chileno Calfucurá eran poderosas, lo prueba el hecho de que ganaron las primeras batallas contra el Ejército Nacional Argentino. En marzo de 1872, Calfucurá devastó con 6.000 lanceros los pueblos de Veinticinco de Mayo, Alvear y Nueve de Julio. Finalmente, fue derrotado en su última gran batalla en San Carlos de Bolívar el 8 de marzo de 1872 en las cercanías de Carhué, por las fuerzas comandadas por el general Ignacio Rivas, que tuvieron la ayuda de Cipriano Catriel con 1.000 indígenas y de Coliqueo con 140 indígenas. Apenado por la derrota, Calfucurá moriría en su toldería de Chilihué el 4 de marzo de 1873 evidenciando la decadencia del poder araucano sobre las pampas. Fue sucedido por Manuel Namuncurá (también nacido en Chile, hijo de Calfucurá y padre de Ceferino) vivían de la "empresa" del malón (robo de cautivas y ganado en Argentina para vender en Chile a cambio de fusiles Remington, alcohol, entre otros artículos). En 1875 se produce la “invasión grande” que comenzó con la sublevación de la tribu de Catriel. En su auxilio vinieron simultáneamente Namuncurá (hijo de Calfucurá), los ranqueles de Baigorrita, los de Pincén y unos 2.000 indios chilenos sumando unos 3.500 combatientes. Los indígenas entraron sorpresivamente en un amplio frente, arrasando las poblaciones de Tandil, Azul, Tapalqué, Tres Arroyos y Alvear. Según fuente oficial, tan sólo en Azul 400 vecinos fueron asesinados. El Gral. Julio A. Roca, en 1879, encabezó una campaña para detener todas estas masacres de ciudadanos argentinos. Fue a cumplir la misión que Nicolás Avellaneda, presidente de la Nación Argentina, elegido por el pueblo, le había asignado. Roca actuó por orden del Presidente Constitucional y del Congreso Nacional, no registrándose críticas, ni en esa época ni en las décadas posteriores por ningún partido oficialista u opositor. Todos consideraron siempre a la Conquista del desierto como una gesta que recuperó territorio del Estado Argentino, que de otra manera se hubiera perdido. Y esa campaña estuvo destinada a integrar, a incorporar de hecho a la geografía argentina, prácticamente la mitad de los territorios históricamente nuestros, y que estaban bajo el poder tiránico del malón araucano, cuyos frutos más notables eran el robo de ganado, de mujeres, asesinato de argentinos y la provocación de incendios. Lo acompañaron a Roca, geógrafos, fotógrafos y sacerdotes. Florentino Ameghino entre otros. El Gral. Roca selló pactos con la mayor parte de las tribus y solo combatió aquellas que comandadas por Manuel Namuncurá y sus esbirros chilenos. El derrotado cacique araucano Manuel Namuncurá, fue nombrado Coronel del ejército argentino por Roca, cargo y vestimenta que ostentó orgulloso hasta su muerte (¿genocidio...?... ). -Su hijo, "Ceferino", fue bautizado por el Padre Milanesio (el intermediario con Roca), entró en la Congregación Salesiana para ser sacerdote, siendo hoy nuestro "Beato Ceferino Namuncurá". ¿Habría ocurrido ésto de haber sido los salesianos “cómplices de un genocidio”? Por esa decisión de terminar con las matanzas provocadas por los araucanos (recordemos, procedentes de la Araucanía, en lo que hoy es Chile..
Nota Que apareció En: (Historia visual de la Argentina de 1830 a 1930) (www.facebook.com/groups/1852770421548570)
El 1ro de enero es una fecha de grato recuerdo para el pueblo argentino. Ese día de 1885, una penosa caravana se hizo presente en Fuerte Junín de los Andes, para concretar el hecho que los loncos llamaban “presentación”, una gloriosa y necesaria rendición para los jefes argentinos. Después de resistir como pudieron durante casi cinco años, se presentaron en ese punto de la geografía (neuquina actual) 700 hombres en condiciones de combatir, junto con 2.500 mujeres, niños, niñas y ancianos. Reconocían el liderazgo del nizol longko Valentín Sayweke, pero también conformaban el contingente personas que habían formado parte de las comunidades de Inakayal y Foyel. Ellos habían perdido su libertad durante la primavera anterior. Si bien hubo acciones de guerra más tardías -un malón que se registró en jurisdicción mendocina en 1888- se considera a la capitulación de Sayweke como el fin de la resistencia armada araucana, tanto del lado chileno como del argentino. A partir de entonces, se aceleró la distribución de las tierras que el Estado había recuperado de la invasión araucana, a través de la implementación de una serie de leyes que no hicieron más que concentrar centenares de miles de hectáreas en unas pocas familias que podían comprar esas tierras y las integraron a la economía de la floreciente nación multiracial y unificada. Desde aquel momento, el Estado ejerce dominación efectiva sobre territorios que formaban parte tácita de su jurisdicción antes de 1878 y mantiene integrado a un pueblo que, hasta 1885, era libre de realizar correrías y ataques a la población original y criollos locales. Un grupo importante de descendientes directos de Sayweke vive hoy en la localidad chubutense de Gobernador Costa, muy lejos de su territorio original, que es la Araucanía chilena de donde todos, absolutamente todos partieron para invadir el territorio transcordillerano. Aquel 1ro de enero no es de grato recuerdo para las y los araucanos, denominados por un antropólogo noruego como "mapuches", porque se interpreta como el fin de su estéril resistencia armada.
¿Quiénes vivían aquí antes de que naciera Bahía Blanca?
Previo a la llega de Ramón Estomba, el sur bonaerense y el norte patagónico estaban habitados por pueblos originarios con una amplia vida sociocultural.
Los notables hallazgos arqueológicos a muy pocos kilómetros de la ciudad balnearia de Monte Hermoso revelaron que los primeros grupos humanos que poblaron la zona aledaña a la bahía Blanca datan de 7.000 años. Los investigadores pudieron determinar que, ya en esos tiempos, dichos pobladores tenían un contacto fluido con los del centro bonaerense y los del norte patagónico.
Estas bandas pequeñas de cazadores nómadas recorrían grandes distancias a pie y su subsistencia se basaba en la cacería de la fauna regional y de la recolección de vegetales.
Los tehuelches
Algo así como 6.500 años después, en 1520, el navegante Fernando de Magallanes descubrió la bahía Blanca. No desembarcó, pero en mayo de ese año arribó a la actual bahía de San Julián. El relato del cronista Antonio Pigafetta, embarcado en la expedición, decía “… un hombre de figura gigantesca se presentó ante nosotros.(…) era tan grande que nuestra cabeza apenas llegaba a su cintura…”. Magallanes los llamó Patagones, lo que dio nombre a toda la región: “Patagonia”. Más allá del mito fantasioso de los “Gigantes Patagónicos”, estas personas verdaderamente tenían gran fortaleza física y una altura promedio de 1,75 a 1,80 metros; era común que alcanzasen los 2 metros, muy por encima de la estatura promedio de los europeos de aquel entonces. Conformaban un complejo étnico de un biotipo llamado “pámpido”, que ocupaba desde la Patagonia hasta el Sur de Santa Fe, Córdoba y San Luis. Sus parcialidades se diferenciaban por nombres y características distintivas; los del norte patagónico y la llanura pampeana, incluida el área bahiense, se denominaban así mismos Guenaken (o más precisamente Gúnün a künna). Más tarde, en el siglo XVIII, los cronistas españoles recogieron en el ámbito bonaerense, para este mismo pueblo, los términos chehuelcho, tegüelcho, tuelche o chewül-che, que era la deformación en lengua araucana o mapuche del término “gente indómita” y, con el tiempo, se los llamó por el gentilicio de “Pampas”. Cazaban guanacos, usaban arcos y flechas, boleadoras, lanzas cortas y cuchillos. Vestían sus capas de cuero (quillangos) y habitaban en toldos que desmontaban cuando se mudaban de un paraje a otro en sus muy largas travesías a pie. Los españoles introdujeron en el territorio -desde la primera fundación de Buenos Aires, en 1536- caballos y vacunos, que tuvieron una multiplicación descomunal en el muy propicio hábitat de la llanura pampeana. Los tehuelches no tardaron en convertirse en jinetes excepcionales y su cultura en ecuestre. Paralelamente, hacia 1670, empezaron a incursionar en el territorio cisandino los Aucas, aborígenes trasandinos que llegaban atraídos por el ganado cimarrón de la llanura; por supuesto generaron más hostilidades que intercambios con los tehuelches. En 1779, en el sudoeste bonaerense, los españoles fundaron sobre el Río Negro, el enclave de Nuestra Señora del Carmen de Patagones. Aún con fluctuaciones y picos de violencia, la relación con los tehuelches y el establecimiento fue relativamente buena.
Inmigrantes trasandinos
El éxodo de grandes contingentes trasandinos para asentarse en el actual territorio argentino, se registró recién en 1819, cuando ya las Provincias Unidas del Río de la Plata eran independientes de España y el Ejército Republicano Chileno libraba en el sur la llamada “Guerra a Muerte” para eliminar la resistencia de los seguidores del Rey. Justamente los primeros en arribar a la llanura herbácea, escapando a la derrota y buscando dónde subsistir, fueron los voroga, extracción de etnia araucana (mapuche) alineada con el bando realista. Llegaron entre 6.000 y 7.000 personas, incluidos 2.000 guerreros. Pronto se enfrentaron por los recursos con las tribus Guenaken del espacio interserrano, Sierra de la Ventana y el Río Negro. Paulatinamente se ubicaron entre Guaminí y las Salinas Grandes. Para mayor crispación en el territorio, luego de la anarquía de 1820, el nuevo gobernador bonaerense, Martín Rodríguez, intentó forzar un avance al sur de la frontera del río Salado. Sin entender la situación aborigen con el arribo de los trasandinos y, a contramano del consejo de estancieros bonaerenses como Ramos Mejía y Rosas de no atacar a los Tehuelches, Rodríguez propició tres campañas militares que exacerbaron la resistencia Guenaken. En su tercera expedición en 1824 falló el primer intento de fundar un establecimiento en la bahía Blanca. En 1825, ante una inminente guerra con el imperio del Brasil, el gobierno de Juan Gregorio de Las Heras reinició las negociaciones de paz con los Pampas. Los caciques influyentes del centro y sur bonaerense y del norte patagónico se avinieron a concertar la paz, urgidos por encontrar la ayuda gubernamental para frenar el avance continuo de “indios chilenos” (como ellos les decían), e incluso autorizaron la instalación de tres nuevos Fuertes, uno en la bahía Blanca. Mientras tanto el éxodo trasandino no se detenía. Entre 1826 y 1827, la banda de guerrilleros realistas de los hermanos Pincheira también llegaba a la región pampeana escapando del Ejército chileno. Se asentó en el paraje Chadileo, cercano a la desembocadura del río Salado en el Colorado, desde donde asolaron toda la región y especialmente masacraron a las agrupaciones pampas. En persecución de los guerrilleros realistas pincheirinos, también arribaron desde Chile más de 1.000 aborígenes republicanos y 30 efectivos del Ejército chileno, liderados por el ilustre cacique Venancio Coñuepán. Este contingente se integró al Ejército Argentino y tuvo un accionar destacado bajo el mando del coronel Ramón Estomba durante la campaña fundadora de Bahía Blanca, en 1828.