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domingo, 10 de noviembre de 2024

Guerra del Paraguay: El terror a las enfermedades

 

El terror de las enfermedades en la Guerra del Paraguay

La mayoría de los soldados que participaron en el mayor conflicto armado de América del Sur murieron a causa del cólera y otras dolencias infecciosas, no por las heridas de la batalla

Batalha do Avaí, librada en diciembre de 1868 y retratada en esta pintura al óleo realizada por Pedro Américo entre 1872 y 1877

Wikimedia Commons

Carlos Fioravanti
Revista Pesquisa




En 1982, el historiador Jorge Prata de Sousa encontró en el Archivo Histórico del Ejército de Brasil, en el centro de la ciudad de Río de Janeiro, una colección con 27 libros, cada uno con entre 100 y 370 páginas, que registraban los movimientos en los 10 hospitales y enfermerías de campaña que atendieron a los enfermos o heridos durante la Guerra del Paraguay, el mayor conflicto bélico entre países sudamericanos, que tuvo lugar entre diciembre de 1864 y abril de 1870. Prata de Sousa no pudo evaluarlos de inmediato porque estaba yéndose a hacer una maestría en México, pero volvió a ellos en 2008, durante su investigación posdoctoral en la Escuela Nacional de Salud Pública de la Fundación Oswaldo Cruz (Ensp/Fiocruz), y desde 2018 los está estudiando nuevamente, ahora intercambiando información con la historiadora Janyne Barbosa, de la Universidad Federal Fluminense.

Los análisis de los registros que contienen nombres, edades, grados militares, motivos de la hospitalización, tratamientos, fechas de ingreso y egreso de los hospitales y cantidades de curados o fallecidos, de lo cual se ocupó Barbosa, dimensionaron por primera vez el impacto de las enfermedades en esa guerra: alrededor del 70 % de los integrantes de las tropas aliadas (Brasil, Argentina y Uruguay) habrían muerto a causa de enfermedades infecciosas, principalmente cólera, paludismo, viruela, neumonía y disentería.

El trabajo de ambos aporta un enfoque amplio sobre las causas de la mortandad en la guerra que unió a la llamada Triple Alianza –conformada por Brasil, Uruguay y Argentina– contra Paraguay y, sumado a otros, da cuenta de la precariedad de las condiciones sanitarias en que vivían y luchaban los soldados. Antes, los historiadores tan solo disponían de una conclusión genérica de que las enfermedades habían causado más muertos que las heridas de batalla. La guerra concluyó con unos 60.000 decesos para el bando brasileño, mientras que Paraguay, derrotado en el conflicto que inició al invadir lo que entonces era la provincia de Mato Grosso, perdió alrededor de 280.000 combatientes, más de la mitad de su población.

Una iglesia adaptada para funcionar como hospital de campaña en Paso de Patria (Paraguay), sin fecha
Excursão ao Paraguay
/ Biblioteca Nacional

“Las altas tasas de mortalidad por enfermedades infecciosas también caracterizaron a otras guerras de la misma época, tales como la de Crimea, en Rusia (1853-1856), y la Guerra de Secesión, en Estados Unidos (1861-1865)”, dice Prata de Sousa, autor del libro intitulado Escravidão ou morte: Os escravos brasileiros na Guerra do Paraguai [Esclavitud o muerte. Los esclavos brasileños en la Guerra del Paraguay] (editorial Mauad, 1996). Fueron lo que se conoció como guerras de trincheras, zanjas excavadas que servían de cobijo a las tropas, pero facilitaban la propagación de enfermedades infecciosas, a causa de la falta de higiene, la abundancia de roedores e insectos y las inundaciones.

“La Guerra del Paraguay fue una guerra epidémica”, concluye Barbosa. “Las enfermedades infecciosas eran parte del conflicto, de principio a fin, sin contar los brotes, como fue el caso del cólera”. El historiador Leonardo Bahiense, quien realiza una pasantía posdoctoral en la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), reitera: “Tan solo el cólera fue responsable, como mínimo, de 4.535 muertos entre los soldados brasileños durante el tiempo que duró la guerra”. Según él, con base en documentación que se conserva en el Instituto Histórico y Geográfico Brasileño, durante el primer semestre de 1868, el 52,5 % de los decesos entre las tropas aliadas obedeció a la grave deshidratación causada por la bacteria Vibrio cholerae y un 3,6 % al paludismo y otras enfermedades caracterizadas genéricamente como fiebres. “A menudo”, añade la investigadora de la UFF, “los soldados y prisioneros paraguayos con cólera eran abandonados en los caminos por orden de los comandantes, cuando las tropas se desplazaban de un campamento a otro”.

Los relatos de quienes vivieron la guerra respaldan sus conclusiones. En el libro A retirada da Laguna, publicado en francés en 1871 y en portugués tres años más tarde, el ingeniero militar Alfredo Taunay (1843-1899) describió a los brotes de cólera como “el adversario oculto”, “que no perdonaba a nadie”. “La peste es la mayor enemiga que tenemos”, informó el mariscal de campo Manuel Luís Osório (1808-1879) al ministro de Guerra, Ângelo Muniz da Silva Ferraz (1812-1867), al asumir el mando de las tropas, en julio de 1867.

Registro del Archivo Histórico del Ejército de Brasil de soldados atendidos en hospitales
Carlos Cesar / Biblioteca Nacional

En los libros del Archivo del Ejército, Barbosa halló registros de una categoría de enfermedades infecciosas raramente recordada en los relatos de la época, las enfermedades de transmisión sexual: “La sífilis era habitual. Los oficiales acusaban a sus esposas o amantes que convivían con los soldados. En los campamentos había prostitución, principalmente con las paraguayas, a causa del hambre”. Una peculiaridad de esta guerra residió en que las mujeres que acompañaban a la tropa eran las madres, hijas, hermanas o las parejas de los soldados, para quienes lavaban los uniformes y cocinaban.

Incluso los desplazamientos eran riesgosos. “Un grupo de médicos y enfermeros que partió en abril de 1865 desde la ciudad de Río de Janeiro se unió a un batallón de 500 soldados en la ciudad de São Paulo, pero tuvieron que detenerse dos semanas después en Campinas, donde había un brote de viruela que causó la muerte de seis integrantes de la tropa”, relata el médico intensivista José Maria Orlando, autor de Vencendo a morte – Como as guerras fizeram a medicina evoluir (editorial Matrix, 2016). Tras ello, el grupo debió enfrentarse al paludismo que transmitían los insectos que proliferaban en las ciénagas del Pantanal, que debían atravesar para llegar a los campos de batalla, casi nueve meses después.

“Muchos de los soldados no estaban vacunados contra la viruela y eran portadores de enfermedades propias de sus regiones”, comenta la historiadora Maria Teresa Garritano Dourado, del Instituto Histórico y Geográfico de Mato Grosso do Sul, basándose principalmente en los documentos del Archivo de la Marina, también de Río de Janeiro. Autora de A história esquecida da Guerra do Paraguai: Fome, doenças e penalidades [La historia olvidada de la Guerra del Paraguay: Hambre, enfermedades y penurias] (editorial UFMS, 2014), ella identificó otro enemigo: el clima. “Ante la falta de ropa adecuada y al no estar acostumbrados al clima del sur, los soldados del norte se morían de frío”, relata. “La lucha no era solamente contra el enemigo, sino también por la supervivencia en los campamentos”.

El general Dionísio Evangelista de Castro Cerqueira (1847-1910), quien estuvo en el frente y escribió Reminiscências da campanha do Paraguai, 1865-1870 (Biblioteca do Exército, 1929), relató que en los campamentos se bebía “agua espesa y amarillenta, contaminada por la proximidad de los cadáveres”. Los muertos se amontonaban o se los arrojaba a los ríos, contaminando el agua. Otro problema era la faena y la preparación de los animales con los que se alimentaban: las vísceras y otras partes que no se aprovechaban se dejaban expuestas al sol, generando mal olor. “Los buitres y los caranchos [aves de rapiña] se encargaban de la limpieza, devorando los restos”, describió el oficial.

Registro del Archivo Histórico del Ejército de Brasil de soldados atendidos en hospitales
Archivo Histórico del Ejército / Reproducción Janyne Barbosa / UFF

Los heridos en combates
Los cirujanos civiles que fueron al frente de batalla, concluyó Bahiense, inicialmente aprendieron con los informes de los equipos médicos que habían servido en guerras anteriores. En las Guerras Napoleónicas (1803-1815), Dominique Jean Larrey (1766-1842) cirujano en jefe del ejército francés, insistió en ubicar a los equipos quirúrgicos cerca del frente de batalla, para asegurar una atención de prisa y el rápido retiro de los hombres heridos en ambulancias, en ese entonces tiradas por caballos. En la Guerra de Crimea, la enfermera inglesa Florence Nightingale (1820-1910) implementó lo que Orlando denominaba “filosofía de la UTI [unidad de terapia intensiva]”: ubicar a los pacientes más graves cerca del puesto de enfermería, para su atención permanente, y a los menos graves más lejos.

“Durante la Guerra del Paraguay, se suscitó un fructífero debate al respecto de las técnicas quirúrgicas”, recalca Bahiense. Se discutió, por ejemplo, si el mejor momento para amputar un brazo o una pierna [afectados por balas, machetes o bayonetas] era inmediatamente después de ser heridos o si se debía esperar a que el combatiente asimile que había sido herido. Aunque las intervenciones quirúrgicas fueran bien hechas, los soldados podían morir poco después debido a una infección generalizada, a causa de la escasa preocupación –y conocimientos– acerca de la asepsia. Él comprobó que los medicamentos –principalmente el cloroformo, que se usaba como anestésico, y el opio, para el dolor–, los vendajes y la ropa para los pacientes hospitalizados tenían gran demanda, porque siempre se agotaban las existencias.

El general argentino Bartolomé Mitre junto a sus oficiales en la región de Tuyutí, escenario de la batalla más encarnizada de la guerra, en mayo de 1866, que dejó un saldo de 7.000 muertos y 10.000 heridos

Excursión al Paraguay / Biblioteca Nacional

“Las guerras, al igual que las epidemias, han hecho del mundo un campo de experimentación y, aún a costa de un inmenso sufrimiento, han acelerado el descubrimiento de nuevas técnicas quirúrgicas, el tratamiento de las quemaduras o de las enfermedades infecciosas”, comenta Orlando. Según él, solo a partir de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) fue que el número de muertes por heridas en combate comenzó a ser mayor –en este caso, el doble– que las causadas por enfermedades infecciosas.

Las razones de este cambio han sido la mejora de las condiciones de higiene y la adopción de técnicas de tratamiento: se les inyectaba a los heridos una solución salina directamente en sus venas para compensar las consecuencias de la gran pérdida de sangre. A partir de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), el uso de antibióticos como la penicilina redujo aún más la mortandad de los soldados a causa de las infecciones generadas por las heridas. Durante la Guerra de Corea (1950-1953), las amputaciones se hicieron menos necesarias con el desarrollo de las técnicas de cirugía vascular.

Bahiense apunta otra razón para la elevada mortalidad debido a las enfermedades infecciosas durante la Guerra del Paraguay: “En Brasil todavía no existía la enfermería profesional, como en Estados Unidos y en Europa”. El equipo de asistencia de los cirujanos estaba integrado por soldados, cabos o prisioneros paraguayos adiestrados a toda prisa con un curso rápido de enfermería y luego reemplazados por las religiosas o las mujeres que acompañaban a los militares.

Entre ellas se destacó Anna Nery (1814-1880) quien se convirtió en una referente del área en Brasil. A disgusto por tener que separarse de dos de sus hijos, ambos reclutados para marchar al frente, se alistó como voluntaria para cuidar a los heridos. Tras conseguir la autorización del gobierno de Bahía, Nery los acompañó, aprendió nociones de enfermería con unas monjas en Rio Grande do Sul y trabajó como enfermera en los hospitales del frente de batalla. En reconocimiento a su labor, el emperador Pedro II le concedió una pensión vitalicia, con la cual pudo educar a sus otros hijos.

En marzo y abril de 2022, la Universidad Federal de Mato Grosso do Sul, campus de Aquidauana, celebrará un congreso internacional para debatir sobre el 150º aniversario del final de la guerra, que se cumplió el año pasado.


viernes, 1 de noviembre de 2024

Historia alternativa: ¿Paraguay pudo haber ganado la guerra?

¿Cómo pudo haber ganado el Paraguay?


 



La Guerra del Paraguay, también conocida como la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), fue un conflicto en el cual Paraguay se enfrentó a una coalición formada por Brasil, Argentina y Uruguay. Fue uno de los conflictos más devastadores en la historia de América del Sur, y Paraguay sufrió una derrota catastrófica.

Imaginar un escenario en el que Paraguay hubiera ganado la guerra requiere considerar varios cambios importantes en las circunstancias políticas, militares y diplomáticas de la época. Aquí algunos escenarios posibles que podrían haber llevado a una victoria paraguaya:

1. Alianzas Diplomáticas Favorables

Si Paraguay hubiera logrado formar alianzas con otras naciones, podría haber equilibrado la balanza del poder. Por ejemplo:

  • Alianza con Bolivia y Chile: Si Paraguay hubiera conseguido una alianza militar con Bolivia y Chile, ambos con intereses en la región, esto podría haber proporcionado apoyo adicional en términos de tropas y recursos.
  • Intervención Europea: Una intervención de potencias europeas, interesadas en mantener un equilibrio de poder en América del Sur, podría haber desviado recursos y atención de los aliados.

2. Mejor Estrategia Militar

Paraguay podría haber adoptado una estrategia militar diferente:

  • Guerra de Guerrillas: En lugar de enfrentamientos directos, Paraguay podría haber optado por una guerra de guerrillas, utilizando el conocimiento del terreno para desgastar a las fuerzas aliadas.
  • Defensa en Profundidad: Fortalecer las defensas en el interior del país, dificultando el avance enemigo y prolongando la guerra hasta que los aliados se vieran forzados a negociar.

3. Situaciones Políticas Internas en los Países Aliados

Problemas internos en los países aliados podrían haber favorecido a Paraguay:

  • Conflictos Internos en Brasil, Argentina y Uruguay: Si los aliados hubieran enfrentado conflictos internos significativos, como rebeliones o guerras civiles, sus capacidades para mantener una guerra prolongada contra Paraguay se habrían visto mermadas.
  • Cambios de Gobierno: Cambios políticos que resultaran en gobiernos menos beligerantes o menos interesados en la guerra.

4. Liderazgo Paraguayo Diferente

Un liderazgo paraguayo diferente podría haber llevado a una gestión más efectiva de la guerra:

  • Liderazgo Militar y Político: Un líder más cauteloso y estratégico que Francisco Solano López, con una visión más clara de las limitaciones y fortalezas de Paraguay, podría haber evitado errores cruciales.
  • Mejor Gestión de Recursos: Una administración más eficiente de los recursos económicos y humanos de Paraguay.

5. Innovaciones Tecnológicas

La adopción de nuevas tecnologías y tácticas militares podría haber dado a Paraguay una ventaja:

  • Armamento Moderno: Acceso a armas más modernas y eficaces podría haber permitido a Paraguay resistir mejor los ataques aliados.
  • Fortificaciones: Construcción de fortificaciones más avanzadas para proteger posiciones clave.

6. Apoyo de la Población

El apoyo incondicional de la población paraguaya y una movilización masiva podría haber proporcionado los recursos humanos necesarios para sostener la guerra.

7. Errores de los Aliados

Errores estratégicos o logísticos graves por parte de la Triple Alianza podrían haber dado una ventaja a Paraguay:

  • Subestimación del Enemigo: Si los aliados hubieran subestimado la capacidad de resistencia de Paraguay, podrían haber cometido errores estratégicos cruciales.
  • Problemas de Coordinación: Dificultades en la coordinación entre las fuerzas aliadas podrían haber sido explotadas por Paraguay.

Conclusión

Para que Paraguay hubiera ganado la Guerra de la Triple Alianza, habría necesitado una combinación de alianzas diplomáticas favorables, estrategias militares innovadoras, un liderazgo efectivo, y quizás una dosis de fortuna en forma de errores por parte de sus adversarios. Aunque estos escenarios son hipotéticos, ayudan a entender la complejidad y las múltiples variables que influyeron en el resultado real del conflicto.


sábado, 3 de febrero de 2024

Guerra del Paraguay: Subteniente Cleto Mariano Grandoli, el abanderado de Curupayti

Guerra de la Triple Alianza 1864-1870:

El Subteniente Cleto Mariano Grandoli del Ejército Argentino, el abanderado de Curupaytí






El subteniente Cleto Mariano Grandoli, de tan solo 17 años de edad, era el Abanderaro del Batallón N°1 de Santa Fe, perteneciente al Ejército Argentino.

El 21 de septiembre de 1865 ni andaba escabiando en el Día de la Primavera por el Planetario si este hubiese existido, ni estaba drogado haciendo "cortes" con la Motomel 110 frente a un móvil policial de la Bonaerense cuyos efectivos tienen terminantemente prohibido por la superioridad hacer respetar la Ley defendiendo inocentes para así salvaguardar la vida de un energúmeno que puede accidentarse al huir en desobediencia y resistencia a la autoridad; el joven de 17 años Cleto Mariano Grandoli estaba sirviendo a la Patria como digno argentino. En esa jornada, durante la devastadora Batalla de Curupaytí, cayó en combate portando la Bandera que se le había confiado. Cayó al pie de las murallas paraguayas. Su bandera pudo rescatarse, y se descubrió que había sido atravesada por catorce balazos, y bendecida con la sangre de Grandoli. Su cuerpo sin vida nunca pudo recuperarse del campo de batalla.



 En víspera de la batalla, Cleto pensando en su querida mamá, le escribió una carta:
"... El argentino de honor debe dejar de existir antes de ver humillada la bandera de la Patria. Yo no dudo que la vida militar es penosa, pero, ¿qué importa si uno padece defendiendo los derechos y la honra de su país? Mañana seremos diezmados, pero yo he de saber morir defendiendo la bandera que me dieron".
  Si hoy en Argentina fuésemos una sociedad culta, digna, y de altos principios patrióticos, soberanos y morales, ya tendríamos nuestro film rememorando el desgarrador asalto al fortín paraguayo de Curupaytí con alguna estrella representando el papel de Grandoli y rememorando la gesta del 1er Batallón de Santa Fé en aquella trágica pero gloriosa jornada para las Armas Argentinas en haras de la Patria, como en los Estados Unidos ya tienen su "Glory" con Denzel Washington haciendo de Abanderado y Mathew Broderick de jefe rememorando al 54º Regimiento de Infantería de Voluntarios de Massachusetts y el coronel Robert Gould Shaw durante el asalto al fuerte Sumter durante la Guerra de Secesión, cuyos hechos, situación y contexto son casi exactos, en tiempo y forma, al asalto argentino de Curupaytí y el abanderado subteniente Grandoli; pero en cambio sí tenemos la mentira de "La Noche de los Lapices", la desmalvinizadoras antinacionalistas de "Los Chicos de la Guerra" o "Iluminados por el Fuego", o series de ideológico apologismo antisocial y apátrida como "El Marginal". ¿Será que somos nosotros mismos quienes nos condenamos a perderlo todo por tolerar o hasta bendecir cualquier infamia contra la Nación Argentina, contra las Gestas Patrias, contra nuestros valores y contra nosotros mismos como argentinos?



SUBTENIENTE CLETO MARIANO GRANDOLI, ¡SALUDO UNO!
El 22 de septiembre de 1866 el Ejército Argentino sufre la peor y más sangrienta derrota de toda su historia, en la Batalla de Curupaytí, frente a un aguerrido y prevenido Ejército Paraguayo
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sábado, 23 de septiembre de 2023

Argentina: "Macoco" Alzaga Unzué y la fortuna de la guerra del Paraguay

 

Gloria, lujo, dinero a dos manos y sexo: las peligrosas aventuras del último playboy argentino con fama mundial

Macoco Álzaga Unzué nació y vivió como millonario, y murió pobre y sin más compañía que tres gatas

Una noche de 1967, en un viejo almacén porteño "donde van los que tienen perdida la fe", según la letra del tango Sentimiento gaucho, un bicho nocturno con más copas que memoria, sin conocerme, me preguntó:

–¿Vos que hacés, pendejo?

–Soy periodista.

–Te canto la justa. ¿Sabés quién fue Macoco?

–Sí, más o menos…

–Todos creen que está muerto…, pero vive. Buscálo por la calle Peña. No le quedó ni un mango…

"La calle Peña" me pareció una vaguedad. Pero tuve suerte. Imaginé que Martín de Álzaga Unzué, Macoco, aun sin un mango, no viviría lejos de la mejor esquina de Peña.

Breve rastreo por la cuadra, y ¡bingo!

A Macoco se lo vinculó con las mujeres más bellas de su época

Toqué un timbre al azar en el portero eléctrico de un edificio, Peña al tres mil cien, y una voz (de mala gana), ajustó mi brújula:

–Es en la planta baja.

Timbre otra vez, y apareció. No era el galán engominado, con raya al medio, de los años locos, los 20, pero sobrevivían en él sus ojos celestes, fino remate de ese metro ochenta que –con tres fortunas de por medio que pulverizó en tres toques de magia– lo erigieron en Rey de París…

Lo envolvía una bata de seda azul con pintas blancas: un clásico de ayer.

Las grandes hazañas de Álzaga Unzué en un número de revista Caras y Caretas de 1939

Me tendió la mano con ademán de caballero nacido y entrenado para ese rol…, más allá de los zafarranchos de su vida.

Fui al grano.

–¿Usted fue realmente el último playboy nacional e internacional?

–Nadie lo discute.

–¿Qué se necesita para serlo?

–Tener mucha plata, cultura, amistades, simpatía, decencia y mundo. Y viajar: algo imprescindible.

–Pero los muchachos de hoy, los corredores de autos de doble apellido que terminan la noche en La Biela, ¿no lo son?

–¡Qué van a ser playboys! Son garuferos, garuferos locales. Una carrera de autos cada tanto, y después a emborracharse en Cero Cinco (Nota: boliche de onda en el Pasaje Schiaffino, frente al edificio en que vivían Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, su mujer).

–¿Qué lo diferencia a usted de ellos?

–Un playboy no es tal hasta que participe de un safari africano y pegue una vuelta al mundo en el yate de un príncipe hindú.

“Macoco” en la revista Caras y Caretas del 29 de enero de 1921

Pausa. Con el dedo índice de la mano derecha revuelve unos agónicos cubos de hielo en un vaso con más agua que whisky.

Filmo con los ojos el departamento.

Es inútil buscar huellas de excitantes batallas sexuales: no hay botellas vacías en el suelo, vasos con huellas de rouge debajo de los sillones, ceniceros intoxicados de puchos, prendas íntimas de damas y damitas asomando por cajones mal cerrados.

No es la celda de un monje cartujo, pero tampoco la sombra de un harén…

Los muebles delatan un antiguo esplendor. Pero tres personajes de sexo femenino, Isabel, Alicia y Rayita, las tres gatas que desde hace un lustro son su única compañía, se empeñan en martirizar los sillones de terciopelo rojo a pesar de los golpes de fusta con que Macoco intenta ahuyentarlas.

Hombre tan sabio, e ignora que gatos y sillones son una ecuación imposible…

Cierto desorden aristocrático mezcla pesadas piezas de plata vieja con fotos amarillentas de mujeres bellísimas con dedicatorias que no exigen explicación: Darling Mac, I love you, Remember Paris?

El piloto participó en numerosas competencias automovilísticas como la “carrera de la milla”, la “carrera internacional Montevideo/Punta del Este”, el “Gran Premio del Automóvil Club Argentino”, el “Gran Premio de San Sebastián” y las 500 Millas de Indianápolis, entre otras (www.retrovisiones.com)

–Usted estudió en los mejores colegios de Buenos Aires y de Londres, pero lo expulsaron de todos. ¿Por qué?

–Porque era un demonio. En la primavera europea, dos de mis tías millonarias, Cochonga Unzué de Casares y Manita Unzué de Alvear, iban a revolear las polleras –usted me entiende–, y me dejaban pupilo en algunos colegios de alto nivel. Encerrado. Preso. Yo, que tenía doce años y era capaz de todo para fugarme…

–Capaz de todo, ¿hasta qué punto?

–Un domingo, solo, asfixiado, para escapar… ¡incendié el colegio!

–¿Mal alumno, buen alumno?

–Me gustaba la literatura. Nada más. Un día, el profesor de geografía nos enseñaba cómo medir una montaña. Me levanté y salí del aula. Me reprendió:

–No sea irrespetuoso. Estoy enseñando algo muy útil para el futuro.

–Vea, profesor, no sé qué haré en mi vida. ¡Pero cualquier cosa menos medir una montaña!

–¿Le gustaba el campo?

–Antes, mucho. Pero hoy no lo soporto.

Me pone melancólico.

–¿Un recuerdo querido?

–Una tarde, en su casa, María Paz de Gainza me enseñó a bailar el foxtrot. Hoy, esa casa es el Círculo Militar…

–¿Quién le puso Macoco?

–Mi padre, Félix David de Álzaga, no sé por qué. Pero con los años me enteré de que hay (o hubo) un reino africano llamado Macoco, poblado por caníbales…

–A su modo, ¿usted no fue un caníbal?

–Bueno, atrapaba mujeres, pero no las comía.

 

–¿Cuánto hay de cierto y cuánto hay de leyenda en su infinita colección de mujeres famosas? Notas y biografías de dudosa veracidad anotan los nombres de Rita Hayworth, Claudette Colbert, Greta Garbo, Ginger Rogers, Olivia de Havilland… ¡Gina Lollobrigida!

La mente de los ignorantes vuela muy rápido. Además, un caballero, respecto de sus amoríos, debe ser mudo…

–¿Qué descubrió primero, ¿las mujeres o los autos?

–Corrieron parejos. Pero los autos fueron mi locura. Sin un volante en las manos me sentía muerto. Era parte de mi cuerpo.

–Pero no fue un crack. Algunos dicen que su mayor hazaña fue arruinar con el escape abierto las siestas del presidente Marcelo de Alvear…

–(Se ríe) No tuve suerte. Una vieja publicación, Almanaque de la Mujer 1929, me pidió la historia de mi carrera deportiva. Y escribí, aunque mi pluma nunca fue mi fuerte: "Corrí por primera vez una carrera a los diecisiete años…, en 1917, en el circuito de Morón, y rompí el coche, un Ford".

–¿Se deprimió?

–Al contrario. Al otro año salí segundo en el Gran Premio de Rosario. No gané por una serie de percances: ¡seis pinchaduras! Lo único que limitaba mi poder eran los malos caminos y la torpeza de los que manejan, su falta de sangre fría.

–¿Alguna buena?

–Europa 1922: Gané el campeonato de la Cuesta del Faro Biarritz. En Monza no gané: volqué y quedé último. En el Gran Premio de los Ángeles me acercaba a los primeros…, pero se rompió una biela y quedé en la estacada. Tengo un récord de vuelta en Indianápolis, con pista mojada: ¡144 kilómetros por hora de promedio! Abandoné las carreras después de un vuelco en San Sebastián, y empecé a correr en lanchas. También muy peligrosas: en cualquier momento el barquito se da vuelta o se prende fuego…

Para muchos, Álzaga Unzué fue el último gran playboy  argentino (www.retrovisiones.com)

–Hablemos de sus amistades non sanctas. ¿Al Capone?

–Lo conocí, y casi hacemos un negocio. Pero me advirtieron que era el hombre más peligroso del hampa norteamericana, y me abrí.

–Pero hizo negocios con otro gángster: John Perona.

–Sí. Dirigimos juntos un cabaret de lujo en Nueva York: el Bath Club. Superlujo puro. Bar giratorio: de un lado, despacho de bebidas, y del otro, con sólo apretar un botón, espejos y bailarinas. Lo hicimos así para eludir la Ley Seca, y funcionó hasta 1928. Tuvimos que cerrar por problemas con los pistoleros locales. Una noche nos destrozaron el local porque nos negamos a comprarles su asquerosa bebida.

–Pero no fue mal que por bien no viniera…

–¡Nuestro golpe maestro! En 1931 abrimos El Morocco. El cabaret más exclusivo del mundo. Todo tapizado con pieles de cebra cazadas por mí en un safari. ¡Qué noches! Llegaban Humphrey Bogart, Marilyn Monroe, Truman Capote, Carmen Miranda, Maurice Chevalier, Chaplin, la Mistinguette –las piernas más perfectas del mundo–, los Windsor, Ginger Rogers… Además, fue el negocio que más dólares nos hizo ganar.

–Sin embargo, el soltero empedernido, el galán de medio mundo… hocicó.

–Sí. Me casé con una norteamericana angelical: Gwendolyn Robinson. El matrimonio duró ocho años y nos dio una única hija: Sally (Nota: murió en 2011, a los 84 años).

Macoco fue educado en los mejores colegios de su época, tanto de la Argentina como de Europa (www.retrovisiones.com)

–Pero hubo reincidencia.

–Sí. Segundo matrimonio con Kay Williams, una modelo de Vogue, y la más cotizada figura de la publicidad de los cigarrillos Chesterfield, que más tarde se casó con Clark Gable.

–Hay una Mitología Macoco. Que entró a Harrod's, pero no por la puerta. En auto, por una vidriera, y pagó los destrozos. Que una noche se lavó los pies en un balde de champagne. Que en el célebre restaurante Maxim´s de París inventó aquello de tirar manteca al techo, con la punta de un cuchillo, tratando de embocarla en los ampulosos senos de unas valkirias pintadas que decoraban el techo de uno de los salones…., una rubia despechada que quiso tirarse del piso veinticinco, que le regaló un yate a Errol Flynn, etcétera. ¿Cuánto es cierto y cuánto es puro cuento?

–Algo cierto, mucho puro cuento. Pero lo muy-muy-muy cierto es que heredé de mi padre cinco mil hectáreas, y la fortuna de dos tías millonarias…¡dueñas de tres estancias! Lo de mis tías lo perdí en tres segundos: lo que tardó el escribano en firmar el nuevo testamento…

–¿De qué lo acusaron sus tías?

–De casarme siete veces, cuando sólo fueron dos.

–¿Por qué eligió Europa y los Estados Unidos para sus negocios y aventuras?

–Porque Buenos Aires era irremediablemente aldeana, primitiva, aburrida. Me asfixiaba…Después del glorioso Armenonville, todo se acható.

–¿Cuántos viajes ida y vuelta Buenos Aires, París y otras latitudes llegó a hacer?

–No menos de cuarenta.

–A pesar de su discreción, ¿con quién hablaba de sus conquistas con nombre y apellido?

–En La Biela, en una mesa bien alejada de la puerta, con Adolfito Bioy Casares…

En este momento de la tarde que empieza a hacerse noche cabe recordar la letra del tango Shusheta, de Cobián y Cadícamo, inspirado en Macoco: "Pobre shusheta, tu triunfo de ayer / hoy es la causa de tu padecer… / Hoy la vejez el armazón te ha aflojao / y parecés un bandoneón desinflao" (Nota: shusheta, palabra lunfarda, significa elegante, petimetre, pintón).

El departamento entra en sombras: anochece. Del segundo whisky –escaso– y sus cubos de hielos sólo queda un pequeño lago turbio.

Me voy.

Las tres gatas siguen dueñas y señoras del sillón, pero la fusta descansa: han ganado por cansancio.

Macoco morirá quince años después de este encuentro, el 15 de noviembre de 1982.

Tenía 81 años.

Pero con él no desaparecía sólo un cuerpo: también un tiempo irrepetible. La Belle Èpoque.

Como escribió Charles Dickens mucho antes, en Historia de dos ciudades, ese también "era el mejor de los tiempos y el peor de los tiempos".

Según en qué palacio o en qué andurrial del mundo tocara en suerte.






jueves, 21 de septiembre de 2023

Guerra del Paraguay: Batalla de Yatay


Batalla de Yatay





Batalla de Yatay - 17 de agosto de 1865


La Guerra del Paraguay puede dividirse en cinco campañas: la de Matto Grosso, la del Uruguay, la de Humaitá, la de Pikysyry y la de las Cordilleras. En la campaña de Matto Grosso los paraguayos se apoderaron de la fortaleza de Coimbra, Alburquerque, Corumbá, Miranda y Dorados. La segunda tuvo por objetivo el Uruguay, hacia donde se dirigieron dos columnas del ejército paraguayo, por Corrientes y Río Grande, para expulsar a los brasileños y sostener la soberanía de ese país. El objetivo de la tercera -para los aliados- era la toma de la plaza fuerte que fue el centro de la resistencia paraguaya. La cuarta se llama así porque se desarrolló sobre la línea fortificada del arroyo Pikysyry, segundo centro de la resistencia del Paraguay. La quinta fue la que se llevó a cabo después de la batalla de las Lomas Valentinas, al otro lado de las Cordilleras, hasta Cerro Corá.

Al iniciarse la segunda campaña, abandonó Solano López la capital, para ir a ponerse al frente de sus ejércitos. Dejaba así la Asunción para siempre. Nunca más entraría en ella, no permitiéndole los azares de una guerra a muerte ni siquiera volver a contemplarla a la distancia.

En realidad, en aquel momento -8 de junio de 1865- empezaba su agonía, que era la de su patria, como él condenada a una muerte cruel e irremediable. Antes de partir dirigió al pueblo una proclama, en el que daba a entender que iba resuelto a abandonar “el seno de la Patria”, para incorporarse “a sus compañeros de armas en campaña”

Pero llegó a Humaitá y cambió de opinión, bajo la influencia de insinuantes cortesanos, como el obispo Palacios, que acabaron por convencerle de que no debía imponerse ese inútil sacrificio, teniendo a su lado tantos hombres capaces que podían muy bien reemplazarle… Instaló, pues, allí su cuartel general, estableciendo una activa comunicación telegráfica con la ciudad de Corrientes, donde José Berges ejercía su representación.

El general Wenceslao Robles había reunido, entretanto, 30.000 hombres de las tres armas y estaba en condiciones de marchar, sin dificultad alguna, arrollando los pequeños obstáculos que encontrase en su camino. En aquellos momentos aún no se había establecido el campamento general de los aliados en Concordia, ni éstos disponían de tropas capaces de contrarrestar la acción del Paraguay. Ningún paraguayo dudaba del éxito de la empresa confiada a Robles, experimentado militar, que había dado tantas pruebas de sus aptitudes de brillante organizador. Pero los hechos desvanecieron bien pronto tan optimistas esperanzas.

Al frente de aquella poderosa columna, Robles se sintió inferior a su cometido, no atinando a obrar con la resolución y la pericia que le imponían las circunstancias. Perdió su tiempo con fútiles pretextos, avanzando con lentitud extrema, distraído por pequeñas guerrillas sin importancia. Así perdió la oportunidad única que se le brindaba, dando todas las ventajas a los oponentes. Finalmente, entró en tratos con los aliados, pagando con su vida los graves errores cometidos.

Lo reemplazó el general Francisco Isidoro Resquín, quien hizo contramarchar a su ejército, regresando con él a territorio paraguayo. El fracaso de la expedición de Robles determinó el fracaso de la expedición de Estigarribia. Este, al frente de 12.000 hombres, invadió el Estado de Río Grande del Sud, siguiendo la línea del Uruguay, para ir a encontrarse con la otra columna expedicionaria en la frontera de la República Oriental.

La llegada oportuna de Robles debió impedir la formación del ejército aliado que salió a batirle permitiéndole someter holgadamente a los brasileños. Pero no sucedió así. Robles no llegó nunca a la frontera oriental, no pasando más allá de los límites de Corrientes. Gracias a esto, Mitre pudo organizar el ejército hasta encontrarse en situación de batir a los paraguayos.



Realmente Estigarribia debió retroceder al ver que había fracasado el plan convenido. Pero lo empujaron adelante, los numerosos jefes orientales que lo acompañaban, los cuales le aseguraban que, al llegar a la frontera de su país, contaría con el franco apoyo de todos los compatriotas uruguayos.

Entrar en Uruguayana fue para él entrar en una ratonera. Pronto fue allí rodeado por el ya poderoso ejército aliado, teniendo que sucumbir, vencido por el hambre y por la muerte. Una parte de su ejército, que marchaba por la orilla derecha del río Uruguay, a las órdenes del mayor Pedro Duarte, sucumbió también, aplastado por fuerzas muy superiores.

En efecto, el 17 de agosto de 1865 libraron batalla 3.500 paraguayos, de caballería e infantería, con 11.000 aliados de las tres armas, a las órdenes del general Venancio Flores.

Pese a la abrumadora superioridad enemiga, Estigarribia rechazaba con ironía la propuesta de rendirse a los “libertadores de su patria”. “Si VV.EE. (decía a los jefes aliados) se muestran tan celosos por dar libertad al pueblo paraguayo, ¿por qué no empiezan por dar libertad a los infelices negros del Brasil, que componen la mayor parte de la población, y gimen en el más duro y espantoso cautiverio para enriquecer y estar en la ociosidad a algunos de cientos de grandes del Imperio?”

Luego de la derrota de los paraguayos, Flores declaró: “Los paraguayos son peores que salvajes para la pelea, prefieren morir antes que rendirse…”

La mayor parte de los prisioneros fueron pasados a cuchillo (se calcula que eran alrededor de 1.400) y los soldados sobrevivientes fueron alistados en los batallones del ejército aliado, obligándoseles así a ir contra su patria. Decía Flores: “Los batallones orientales han sufrido en Yatay una gran baja, y estoy resuelto a reemplazarla con los prisioneros paraguayos, dándole una parte al general Paunero para aumentar sus batallones, que están pequeños algunos¨. Mientras tanto el vicepresidente argentino Dr. Marcos Paz agrega: “El general Flores ha adoptado por sistema incorporar a sus filas a todos los prisioneros, y después de recargar sus batallones con ellos ha organizado uno nuevo de 500 plazas con puros paraguayos”.

El gran publicista oriental, Carlos María Ramírez protestó en 1868, contra la repetición sistemática del mismo hecho: “Los prisioneros de guerra –decía- han sido repartidos entre los cuerpos de línea y, bajo la bandera y con el uniforme de los aliados, compelidos a volver sus armas contra los defensores de su patria. ¡Jamás el siglo XIX ha presenciado un ultraje mayor al derecho de gentes, a la humanidad, a la civilización!.

En la Quinta Sección, chacra el Ombucito, existe un monolito que evoca la Batalla de Yatay. Este sitio fue declarado Lugar Histórico el 4 de febrero de 1942, por la Ley 12665, según consta en “Monumentos y Lugares Históricos” de Hernán Gómez. Allí serpentea un arroyo, entre arbustos y pajonales, que se vuelca en el río Uruguay. Este paisaje está adornado con elegantes palmeras Yatay (Yatay significa Palmera en guaraní). Ellas dieron su nombre al arroyo y al lugar. El topónimo dio el nombre a la batalla.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
O’Leary, Juan E. – El Mariscal Solano López – Asunción (1970).
Portal www.revisionistas.com.ar
Rosa, José María – La Guerra del Paraguay y las Montoneras Argentinas – Buenos Aires (1985).
Turone, Gabriel O. – La Batalla de Yatay – (2007)

Fuente: www.revisionistas.com.ar





martes, 14 de septiembre de 2021

Biografías: Gral. Brig. Antonio Dónovan (EA)

General de Brigada Antonio Dónovan



Dibujo del General de Brigada Antonio Dónovan de la portada del Diario “El Mosquito” - Año: 3 de Octubre de 1886.

Antonio Dónovan (Nació: el 26 de abril de 1849 en Buenos Aires - Falleció: el 14 de agosto de 1897 en Federal, provincia de Entre Ríos), militar argentino que participó en la Guerra del Paraguay, en las últimas guerras civiles argentinas y en las campañas previas a la Conquista del Desierto. Fue el segundo gobernador del Territorio Nacional del Chaco, desde la Organización de los Territorios Nacionales de 1884 (Ley 1532), entre el 15 de abril de 1887 al 18 de agosto de 1893 (Dos períodos).
Hijo del doctor Cornelius Donovan Crowley y de Mary Atkins Brown, en 1863 - tras la muerte de su padre - se enroló en el Batallón de Infantería Nº 2 sin autorización de su madre, por lo que fue dado de baja por orden directa del ministro de Guerra y Marina, general Gelly y Obes. Poco después logró conseguir la autorización materna y se incorporó al Regimiento de Artillería Ligera, en julio de 1864, y fue destinado a la isla Martín García.
Tras la INVASIÓN PARAGUAYA DE CORRIENTES participó en la efímera reconquista de esa ciudad por las fuerzas del General Wenceslao Paunero. A sus órdenes participó en la BATALLA DE YATAY, del 17 de agosto de 1865. Participó también en el SITIO DE URUGUAYANA
En abril del año siguiente participó en la captura de la FORTALEZA DE ITAPIRÚ, y en las batallas de: ESTERO BELLACO, TUYUTÍ, YATAYTY CORÁ, BOQUERÓN, SAUCE y CURUPAYTI.
El 31 de octubre fue dado de baja del Ejército Argentino, sin que haya quedado referencia de la causa.
Se incorpora al Ejército en junio del año siguiente, en el Batallón de Infantería de Línea Nº 2, con el grado de capitán. Participó en la campaña en que fuerzas nacionales enfrentaron y derrotaron al General Nicanor Cáceres, defensor del gobierno legal de esa provincia.
En 1869, su regimiento pasó a Córdoba.
Regresó al frente paraguayo en mayo siguiente, destinado en varios destinos, pero no alcanzó a combatir. Regresó a Buenos Aires a fines de ese año.
Al estallar en la provincia de Entre Ríos la rebelión de Ricardo López Jordán, acompañó al coronel Luis María Campos como ayudante, sin haber comunicado esta decisión a su regimiento, que lo dio de baja del mismo. No obstante, a órdenes de Campos participó en la BATALLA DE SANTA ROSA y en otros combates menores.
En mayo de 1871, recién llegado a la provincia de Buenos Aires, combatió contra los indígenas en la zona de Tapalqué. Posteriormente pasó a Martín García.
En junio de 1873 fue destinado a Paraná, participando en la lucha contra la segunda rebelión de López Jordán. En la BATALLA DE DON GONZALO, del 9 de diciembre de ese año, la infantería al mando del mayor Dónovan tuvo una actuación decisiva para hacer retroceder a los federales.

En febrero del año siguiente pasó a ser ayudante del ministro de guerra, Martín de Gainza. A órdenes del coronel Julio Campos participó en la campaña contra los revolucionarios del año 1874.
Por esos años compró un campo en la zona norte de la provincia de Entre Ríos, donde sería fundada la localidad de Federal.
En febrero de 1875 pasó a Gualeguaychú, en Entre Ríos, ascendiendo al grado de teniente coronel. En enero del año siguiente, trasladado nuevamente a Buenos Aires, participó en el avance de las fronteras ordenado por el ministro Adolfo Alsina, participando en la ocupación del punto estratégico de Carhué, pasando después a las guarniciones de Puán, Azul y Olavarría. En este último lugar dirigió las tropas nacionales en una batalla contra los jefes indígenas Namuncurá y Juan José Catriel, el 6 de agosto de 1876, recuperando unas de 50.000 cabezas de ganado vacuno.
Fue ascendido al grado de coronel en junio de 1877. Participó en varios combates más contra los indígenas en los años siguientes, y en las expediciones de avanzada que prepararon la CONQUISTA DEL DESIERTO del año 1879, de la que no participó por haber sido incorporado al Colegio Militar de la Nación y ocupar la guarnición de la ciudad de Zárate.
Participó en la represión de la revolución porteña de 1880, comandando el Regimiento de Infantería Nº 8 en las batallas de Puente Alsina y Corrales.
En febrero de 1883 fue nombrado Jefe del Regimiento de Infantería Nº 1. Dos años antes había sido uno de los fundadores del Círculo Militar.

En agosto de 1886 fue ascendido al grado de General, y provisoriamente puesto al mando de la 1ª División de Ejército; fue posteriormente director del Parque de Artillería, Jefe de Estado Mayor de las fuerzas destacadas en el Chaco, con sede en Resistencia. Entre 1897 y 1891 fue gobernador del Territorio Nacional del Chaco, y hasta fines del año 1895 continuó siendo el comandante de todas las tropas militares del Chaco, pasando posteriormente a retiro.
Durante su gobernación creó el escudo del Territorio Nacional del Chaco Austral por Decreto del 12 de octubre de 1888, que en su artículo 2º dispuso: Adoptar como escudo del Territorio sobre fondo azul en los dos cuarteles superiores, y blanco en los inferiores, tintas de la Bandera Nacional, una palmera, símbolo de la fertilidad y clima del Chaco, a cuyo pie se colocará un arado, representando la agricultura, el trabajo y la civilización a que el hombre debe y de los que espera todos sus progresos
En ocasión de la visita del entonces gobernador del Territorio Nacional del Chaco Austral, General Antonio Donovan a la localidad de General Vedia, los habitantes de la nueva colonia adornaron el camino de acceso brindándole así su caluroso homenaje. Utilizaron como motivo ornamental dos palmeras que existían a ambos lados del camino y al pie de cada una fue colocado un arado completando el conjunto con banderas argentinas. Sorprendido y emocionado por la sencilla y emotiva expresión de los hombres de trabajo el General Antonio Donovan manifestó su interés por utilizar ese motivo para la creación del escudo del Chaco.

viernes, 10 de septiembre de 2021

Biografía: Gral. Luis María Campos (Argentina)

General Luis María Campos





Luis María Benito Campos (Nació: el 21 de junio de 1838 en Buenos Aires - Falleció: el 15 de octubre de 1907 en Buenos Aires).
Era hijo del coronel Martín Teodoro Campos y hermano de los generales Julio y Manuel J. Campos.
Inició su carrera militar en el ejército del Estado de Buenos Aires, en 1856. Combatió en: la Batalla de Cepeda, la Batalla de Pavón y la Batalla de Cañada de Gómez.
Reunió un grupo de alrededor de cien bandoleros, gauchos desocupados dedicados al robo, con los cuales formó un escuadrón de caballería, que él mismo entrenó y formó. Se le reconoció el grado de capitán y el mando de ese escuadrón, con el cual acompañó al coronel José Miguel Arredondo en la campaña contra el caudillo Ángel Vicente Peñaloza.
Destinado al fuerte de Río Cuarto, se destacó en la defensa contra un gran ataque de indígenas ranqueles.
Participó como Jefe del Regimiento de Infantería de Línea N° 6 en la Guerra del Paraguay, en la que combatió en: la Batalla de Yatay, la Batalla de Uruguaiana, la Batalla de Estero Bellaco, la Batalla de Tuyutí y la Batalla de Curupayti; en esta última fue seriamente herido. Antes había organizado un intento de ataque hacia Asunción a través del Chaco, que fracasó debido a la falta de apoyo.
Pasó un tiempo reponiéndose de sus heridas en Buenos Aires, y luego fue enviado con el cuerpo de Arredondo al interior, a luchar contra las últimas montoneras federales: comandando el Regimiento de Infantería Nº 6, fue el héroe de la Batalla de San Ignacio, derrota clave de las fuerzas federales al mando de Juan Saá.
Regresó al Paraguay para participar en la toma de Humaitá. Fue ascendido a coronel, y luchó en Lomas Valentinas. Fue el jefe de todas las fuerzas argentinas en la captura de la fortaleza de Piribebuy y comandó tropas de apoyo en la Batalla de Acosta Ñu.
Desde antes de la guerra y durante ella, se hizo conocer como un militar brillante en cuanto a disciplina, capaz de impartírsela a sus hombres por la dureza con la que los trataba y se trataba a sí mismo.
Después de terminada la guerra, acompañó al presidente Sarmiento en su famosa entrevista con Urquiza, que fue una de las causas de su asesinato, ocurrido poco después. Participó en la represión del alzamiento del caudillo entrerriano Ricardo López Jordán, destacándose en la batalla de Santa Rosa. Fue nombrado comandante de Concepción del Uruguay, cargo que ocupaba aun cuando estalló la segunda guerra contra López Jordán. Contra este peleó en Gualeguaychú y Yuquerí.
Al estallar la revolución de 1874, formó en el ejército dirigido por Julio Argentino Roca, en su persecución de las fuerzas del general Arredondo; fue el segundo de Roca en la victoria de Santa Rosa. Poco más tarde fue ascendido a general y nombrado inspector de armas de la provincia de Buenos Aires, para ser después Jefe de Estado Mayor General.
Por dos veces fue ministro interino de guerra, a la muerte de Adolfo Alsina, y cuando Roca marchó a la Conquista del desierto.

lunes, 12 de julio de 2021

Biografía: General de Brigada José Ignacio Garmendia (EA)

General José Ignacio Garmendia






Dibujo de la portada del General de Brigada José Ignacio Garmendia, Publicación del Día “El Mosquito” - Año: 2 de Noviembre de 1890.


José Ignacio Garmendia (Nació: el 19 de marzo de 1841 en Buenos Aires - Falleció: el 11 de junio de 1925) fue un militar, pintor, escritor y diplomático argentino. Se le debe una extensa obra pictórica sobre la Guerra del Paraguay y numerosas crónicas de campaña y obras técnicas sobre arte militar. Fue un notable historiador y numismático en los años de su retiro, dejando amplia obra, buena parte de la cual aún permanece inédita.
En su adolescencia se incorporó al Regimiento N°1 de Buenos Aires; destinado a la isla Martín García, recibió el grado de Subteniente a su regreso de las operaciones.
Con 20 años tomó parte en la Batalla de Pavón en el bando porteño; la victoria de la facción mitrista le facilitó la carrera militar y en 1864 fue destacado como oficial, con el grado de Capitán, en la legación diplomática de Montevideo.
Fue trasladado a Río de Janeiro antes de ser llamado a filas para tomar parte en la Guerra del Paraguay.
Al frente del I° Batallón de la División Buenos Aires de la Guardia Nacional, tomó numerosos apuntes y esbozos durante el conflicto. Contrajo el cólera durante las acciones, y enfermó gravemente, pero pudo recuperarse.

Tras el fin de la guerra, Garmendia continuó su carrera militar. Fue destinado a la frontera sur en las primeras campañas para batir a los pampas y ranqueles; continuó allí su estrecha relación con Lucio V. Mansilla, con quien ya había fraternizado en el Paraguay, y con quien compartía el talante de escritor. Aparece mencionado en la “Excursión a los indios ranqueles” de este último. A su regreso a Buenos Aires, acometió la carrera política y fue elegido diputado nacional. Acabado su mandato, volvió al sur, esta vez como jefe del Estado Mayor del Ejército que emprendió la Conquista del Desierto. En 1875 fue nombrado jefe de las Fuerzas de Reserva, cuya sede estaba entonces en el Partido de 9 de julio.

En 1880, cuando la federalización de Buenos Aires topó con la oposición del gobierno provincial de Carlos Tejedor, Garmendia pidió la baja del ejército nacional para sumarse a las milicias. Tras la derrota de los mitristas, y ya en retiro, comenzó a dar forma a sus notas del Paraguay, que cobrarían forma de libro en Recuerdos de la Guerra del Paraguay.

En 1882 se le concedió la reincorporación al Ejército; tomó parte en la campaña del Chaco.
En 1890 fue designado director del Colegio Militar de la Nación. Ese mismo año tomó parte en la represión del alzamiento radical, y obtuvo los galones de general.
Sería jefe del Estado Mayor General y Ministro de Guerra antes de pedir la baja definitiva en septiembre de 1904.