Los alemanes ya habían notado el éxito ruso con las metralletas (subfusiles). La principal desventaja de la metralleta residía en que, de hecho, se trataba de una pistola con un cañón más largo y un cargador más grande (treinta o más balas). A pesar de su cañón más largo, el cartucho de la pistola carecía de precisión, incluso al dispararse desde la cadera en ráfagas de fuego automático. Además, el cartucho de la pistola carecía de pegada. Donde una bala de fusil mataba a un hombre, una bala de pistola solo hería. Y el soldado herido a menudo respondía al fuego. El cartucho de fusil de asalto (a partir del MP-43/StG-44) no era tan potente como el de fusil estándar, pero sí más potente que el de pistola. Esto marcó una gran diferencia para la infantería, ya que el fusil de asalto podía disparar a mayores distancias con mayor precisión y potencia de frenado. La Segunda Guerra Mundial comenzó con la mayor parte de la infantería operando igual que en los últimos días de la Primera Guerra Mundial. Cuatro años después, se hizo evidente que las operaciones de infantería debían experimentar una nueva transformación, al igual que en el último año de la Primera Guerra Mundial. Al final de la guerra, finalmente se comprendió que la infantería no podía simplemente avanzar a través del fuego de artillería y ametralladoras enemigas. Primero, había que aplastar al enemigo con fuego de artillería preciso y rápido. La infantería podía entonces avanzar rodeando los puntos fuertes enemigos restantes y adentrándose en la retaguardia. Los tanques se habían introducido a finales de la Primera Guerra Mundial y se convirtieron en la principal arma ofensiva a principios de la Segunda Guerra Mundial. La potencia de fuego había aumentado desde la Primera Guerra Mundial. El gran problema alemán era que se estaba quedando sin infantería. Los alemanes se quedaron sin tropas primero, pero los rusos estaban en la misma situación y estaban en la escoria al final de la guerra. Ambos bandos llegaron a la misma conclusión sobre cómo resolver la escasez de infantería y utilizar más potencia de fuego y menos tropas. Para los rusos, esto significó bombardeos masivos de artillería contra las líneas alemanas antes de que la infantería rusa entrara en acción. Los rusos también concentraron tanques, moviéndolos delante y entre la infantería para brindar protección adicional a las tropas de infantería. La infantería rusa recibió mayor potencia de fuego personal al aumentar el número de ametralladoras y subfusiles (pistolas automáticas, rifles pequeños que disparaban cartuchos tipo pistola) en las divisiones de infantería. El aumento de ametralladoras y subfusiles en las divisiones rusas fue el siguiente:
Armas por cada 1000 hombres en las organizaciones divisionales rusas
Subfusiles Ametralladoras
Mayo 1941 83 44
Diciembre 1942 234 69
Junio 1944 250 68
Las pérdidas de la infantería rusa seguían siendo horrendas, pero sin estas armas adicionales, las bajas habrían sido peores, principalmente porque menos alemanes habrían muerto o herido. También se incrementaron los morteros y cañones, así como el número de tanques y cañones de asalto añadidos a las divisiones de infantería asignadas a ataques importantes.
De hecho, los rusos presenciaron estos cambios antes del inicio de la guerra. Su organización de divisiones de infantería de 1939 no contaba con subfusiles y solo contaba con cuarenta y una ametralladoras por cada 1000 soldados. La desastrosa guerra con los finlandeses en 1940 tuvo algo que ver con esto, pero gran parte del mérito debe atribuirse a un brillante grupo de altos oficiales soviéticos (que habían logrado sobrevivir a las purgas de Stalin a finales de la década de 1930).
Al comienzo de la guerra en Rusia, los alemanes contaban indiscutiblemente con una infantería superior, y tardaron un tiempo en darse cuenta de que tenían un problema con las pérdidas de infantería, más allá de las causadas por las duras condiciones en Rusia. Los oficiales alemanes notaron la mayor proporción de subfusiles en las divisiones rusas (más del doble de la que tenían los alemanes, hasta 1945, cuando estos acortaron la distancia). Los generales exigieron mayor potencia de fuego para la infantería, desde metralletas hasta morteros, artillería, cañones de asalto y tanques. Pero aún más crítica era la escasez de buenos oficiales para la infantería. Este era un problema en todos los ejércitos. Incluso los alemanes, que contaban con los mejores oficiales de infantería de cualquier ejército, vieron la necesidad de un mejor liderazgo en las compañías de infantería. El problema se agravó por las elevadas bajas en la infantería. Los oficiales se perdían incluso más rápido que las tropas debido a la práctica alemana de estar al frente la mayor parte del tiempo. Dado que los oficiales eran la principal fuerza para elevar el nivel de entrenamiento de las tropas, la falta de suficientes oficiales supuso una mayor carga para los suboficiales y gradualmente provocó que la ventaja cualitativa de los alemanes en la infantería disminuyera. Si bien los rusos nunca pudieron igualar las habilidades de infantería de los alemanes y los rusos acortaron distancias a medida que la guerra avanzaba y, hasta el final, mantuvieron una superioridad numérica.
La solución definitiva residía en las divisiones Panzergrenadier (infantería motorizada). Estas unidades podían transportar todas las armas y municiones adicionales que la infantería necesitaba para sobrevivir en el campo de batalla, y contaban con una fuerza blindada propia (generalmente en forma de cañones de asalto blindados, pero ocasionalmente en forma de tanques). Quizás lo más importante es que estas unidades de infantería motorizada podían mantener el ritmo de las divisiones Panzer (tanques) y realizar tareas que los tanques no realizaban bien, como ocupar terreno, expulsar a la infantería enemiga de fortificaciones y zonas urbanizadas, y repeler contraataques. Pero Alemania no contaba con los recursos necesarios para formar muchas de estas unidades. El ejército alemán siguió siendo, hasta el final de la guerra, un ejército principalmente tirado por caballos. A finales de 1944, se añadieron muchos más subfusiles a las divisiones de infantería alemanas, así como una mayor proporción de morteros y cañones de asalto. Pero no fue lo suficientemente rápido. La infantería alemana se desintegró en combate a un ritmo mayor del que podía ser reemplazada o reorganizada.
“Urgente
y confidencial”: cómo obligaron a un empresario a venderle 5000
pistolas a la Fundación Eva Perón para crear una milicia obrera
La pistola Ballester Molina Cal.45 junto a un libro que habla de sus características
Una
carta de puño y letra de Carlos Ballester Molina, a cargo de la empresa
Hafdasa, cuenta cómo en 1951 lo conminaron a vender armamento a la
Fundación de la esposa del presidente para proteger a Perón de posibles
ataques
Germán Wille
El 28 de noviembre de 1951, a las 8.30 de la mañana, Carlos Ballester Molina hijo, presidente de la fábrica de armas Hafdasa, ingresó a un despacho del Ministerio de Hacienda donde había sido citado, de manera urgente, una hora antes. Allí fue recibido por un subsecretario de esa cartera de apellido Cicarelli que, sin demasiado preámbulo y de manera imperativa, le dijo: “Tengo la orden de la señora Eva Perón de
adquirir a ustedes la provisión de 5000 pistolas y 2000 ametralladoras,
entrega que deberá hacerse de inmediato y en la forma más
confidencial”. La transmisión de esa orden, añadió entonces Cicarelli,
provenía directamente del administrador de la Fundación Eva Perón (FEP), a la sazón el ministro de Hacienda del primer gobierno de Juan Domingo Perón, Ramón Cereijo.
El episodio está narrado en una carta que dejó escrita de puño y letra a su familia el propio Carlos Ballester Molina,
fallecido en 1997, y a la que LA NACION tuvo acceso de forma exclusiva.
En ella, el ingeniero y empresario cuenta, con lujo de detalles, cómo
fue “obligado” a vender armas fabricadas por su empresa -las famosas
pistolas semiautomáticas Ballester Molina- a la Fundación Eva Perón. Y como, además, hubo gente que le pidió “comisiones” durante la transacción.
Primeras líneas de la carta que Carlos Ballester Molina hijo dejó a sus familiares, escrita en una hoja con membrete Gentileza Ignacio Ballester Molina
Si
bien la carta no lo dice, el armamento solicitado tenía como destino
proteger a Perón de posibles ataques o tentativas para derrocarlo. De
hecho, dos meses antes del encuentro en el Ministerio de Hacienda, el 28 de septiembre de 1951, el general Benjamín Menéndez
había encabezado un conato de levantamiento contra el presidente. “A
partir de ese intento revolucionario, salió la idea, no se sabe si por
parte de Eva, que estaba muy enferma, o de alguien que la rodeaba, de
que había que dar armas a la CGT a través de la Fundación para hacer una milicia para defender a Perón”, explica a este medio Roberto Azaretto, presidente de la Academia Argentina de Historia y miembro de la Comisión Directiva del Instituto de Historia Militar.
“Sufrí con todo esto durante toda mi vida”
“Obviamente las armas eran para armar la milicia de Perón”, asevera en el mismo sentido Ignacio Ballester Molina, de 51 años, abogado con una maestría en Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas, hijo de Carlos y
poseedor de la carta que su papá dejó a su familia para contar la
verdad de lo que había pasado con la Fundación. “Las escribió para sus
hermanos y para todos en general, porque lo acusaban de ‘peronista’, que
él no lo era, por el tema de la FEP y de que él había armado la venta
de armas. Incluso se peleó a muerte con uno de sus hermanos”, dice Ignacio, a quien su padre también le dejó documentos oficiales que certifican lo que él había escrito en su misiva.
Ignacio
Ballester Molina recibió de manos de su padre la carta en la que este
último explicaba cómo lo obligaron a vender armas a la Fundación Eva
Perón Gentileza Ignacio Ballester Molina
“Yo
te voy a dar esto solo a vos, porque sabés guardar secretos. No se lo
di ni se lo dije a nadie. Pero esto fue lo que pasó y yo sufrí mucho con
todo esto durante toda mi vida. Hacé lo que quieras con esto”, le dijo
Carlos a su hijo al entregarle la carta en sobre lacrado, apenas unos
meses antes de su muerte. “Mi viejo en el momento en que lo llaman de la
Fundación tenía 27 años. Se c... todo. Y mi abuelo (Carlos Ballester
Molina padre, entonces dueño de Hafdasa) se había ido a Uruguay, porque se había peleado con Perón”, añade Ignacio.
Para poner la situación en contexto, vale decir que para el año 1951, la fábrica Hafdasa, ubicada en la calle Campichuelo 250, en el barrio porteño de Caballito, fabricaba, entre otro tipo de armas, las pistolas Ballester Molina que eran, desde 1938, las de uso oficial del Ejército Argentino y de una gran cantidad de fuerzas de seguridad del país.
Carlos Ballester Molina hijo junto a la pistola semiautomática Ballester Molina en el Museo de Armas de Buenos Aires Gza. Ignacio Ballester Molina
Nacimiento y evolución de una empresa argentina
La
historia de esta compañía había arrancado a principios de la década del
‘20, cuando dos inmigrantes mallorquíes que eran cuñados, Arturo Ballester Janer y Eugenio Molina
abrieron en Buenos Aires una subsidiaria de la firma europea
Hispano-Argentina para poder importar autos. Pero pronto, estos
españoles no se contentaron con la mera importación y pensaron en crear
una fábrica para hacer sus propios vehículos y motores. Así es como nace
Hispano Argentina Fábrica de Automóviles Sociedad Anónima (Hafdasa) con su sede de una manzana en Caballito, donde se contaba con la máxima tecnología.
“Esta
fábrica va con la historia de la época, en los años 30, de la
sustitución de importaciones, que después enganchó con el peronismo.
Imperaba la ideología de ‘hagamos las cosas nosotros por una cuestión de
soberanía’”, explica Ignacio Ballester Molina y luego
añade que, si bien Hafdasa fue creada por Arturo Ballester y Eugenio
Molina, el gerente de la fábrica, desde el principio, fue Carlos Ballester Molina (padre), hijo de Arturo, padre de Carlos y el abuelo de Ignacio.
Una postal de la fábrica Hafdasa, ubicada en Campichuelo 250, en el barrio porteño de Caballito Gentileza Ignacio Ballester Molina
Al
comienzo, en la fábrica se producían motores diésel y a nafta, de
diferentes potencias “íntegramente fabricados en Campichuelo”, asevera Ignacio.
También hicieron camiones con motores diésel para el ejército y
llegaron incluso a crear varios prototipos de autos, como el PBT, que no
pudo desarrollarse más por el estallido de la Segunda Guerra Mundial, y
los problemas para conseguir insumos.
Pero,
más allá de la buena producción de motores y algunos vehículos que
sostenía la firma, pronto pasaría a dedicarse a la fabricación de armas,
rubro en el que se destacaría fuertemente. Primero, según cuenta Ignacio,
se empezaron a confeccionar en la empresa los fusiles. “Bajo la
licencia de Mauser, lo hacían en Hafdasa y lo proveían al ejército. Y
les salían muy bien”, asegura el descendiente de los creadores de
aquella empresa.
Carlos Ballester Molina padre prueba uno de los motores y chasis construidos en Hafdasa Gentileza Ignacio Ballester Molina
Carlos
Ballester Molina, uno de los creadores de la pistola argentina usada
oficialmente por el Ejército Argentino, prueba un motor diesel también
realizado en Hafdasa AGN
Se crea la pistola Ballester Molina
Con este buen antecedente en su historial, para mediados de la década del ‘30, la Dirección General de Material del Ejército Argentino (DGME) encargó a Hafdasa la fabricación de armas portátiles. La idea era tener una pistola semiautomática
calibre 45 que suplantara a la Colt M1911 1, el arma de puño que hasta
entonces utilizaban las Fuerzas Armadas y la policía de la Argentina.
Así, con la base de los diseños de pistolas españolas de las marcas Llama y Star y con muchas similitudes a la mencionada Colt1911, nació la pistola Ballester Molina. En rigor, los primeros dos años, entre 1938 y 1940, el arma se llamó Ballester
Rigaud, en homenaje al ingeniero francés Rorice Rigaud, que participó
en el diseño de las pistolas. Pero pronto este profesional galo abandonó
la fábrica (“maltrataba al personal”, asevera Ignacio) y el arma de
puño pasó a tomar el nombre del dueño de la fábrica, con el que se
harían célebres: pistolas Ballester Molina.
Carlos Ballester Molina (h.) habla a los operarios de Hafdasa Gentileza Ignacio Ballester Molina
Juan Manuel Fangio visita Hafdasa y sonríe con los Ballester Molina, Carlos padre y Carlos hijo Gentileza Ignacio Ballester Molina
Las armas tenían la característica de que podían intercambiar sus cargadores y cañones con las Colt que
utilizaban hasta entonces los uniformados argentinos. La Ballester
Molina tenía, entre otras de sus características, un rombo grabado en la
base del cargador con las letras HA, correspondientes a Hispano Argentina.
El
tema es que, luego de superar exigentes pruebas de calidad, entre 1938 y
bien entrada la década del ‘50, la pistola Ballester Molina, se
convirtió en el arma de puño oficial de varias fuerzas de seguridad del
país. Entre ellas, el Ejército, la Policía Federal, la Policía Aduanera,
la Gendarmería Nacional, la Armada Argentina.
El
general Juan Domingo Perón bebe una copa con Arturo Ballester Janer
(con canas, barba y bigote) y Carlos Ballester Molina padre (traje
negro, de frente) Gentileza Ignacio Ballester Molina
Ignacio Ballester Molina asevera que en Hafdasa había
una “conexión genuina entre la patronal y los obreros: había 600
operarios industriales y nunca hubo un problema sindical”. Destaca,
además, que cada parte de la pistola, “hasta el último tornillo” se
realizaba en la Argentina.
El hijo y
nieto de los que llevaron adelante aquella fábrica de armas cuenta una
curiosidad más, que tiene que ver con la historia del peronismo, y
también de la Argentina: “José Ignacio Rucci, con su
bolsito que venía de Navarro, cayó a la fábrica a buscar laburo. Ahí
empezó a hacer sus primeras armas, literal y metafóricamente, y empezó a
hacerse conocido... se convirtió en el delegado gremial de la fábrica”.
El rombo con las letras HA, de Hafdasa, en la base del cargador de la Ballester Molina Forgotten Weapons
Proteger a Perón
Fue a finales de noviembre de 1951 cuando Carlos Ballester Molinahijo
recibió la invitación telefónica para asistir al Ministerio de
Hacienda. Para aclarar los términos entre los dos empresarios con el
mismo nombre. Carlos Ballester Molinapadre, nacido en 1898, ingeniero industrial y pionero en el desarrollo de Hafdasa, se había ido unos años antes a vivir a Uruguay y había dejado a cargo de la compañía a su hijo Carlos, nacido en 1925 -tenía solo 27 años- y graduado de ingeniero aeronáutico en la provincia de Córdoba.
En ese entonces, el general Juan Domingo Perón
estaba en las postrimerías de su primer mandato presidencial y ya había
lanzado su candidatura para la reelección. En principio, hubo una gran
movida para que Eva Perón, su esposa, fuera su
compañera de fórmula -hubo un anuncio multitudinario en la 9 de julio en
agosto de ese año-, pero finalmente, la misma Eva anunció la renuncia a su candidatura. Se encontraba gravemente enferma.
La actriz Eva Perón junto a su esposo y presidente de la Argentina, general Juan Domingo Perón Getty Images
Primera
plana de La Nación que reporta que fue sofocado un intento de golpe de
estado contra Perón del 28 d septiembre de 1951, posiblemente el hecho
que dio pie a la compra de armas por parte de la Fundación Eva Perón Archivo Nacional de la Memoria
A
su vez, grupos opositores al gobierno, en especial dentro de las
Fuerzas Armadas, planificaban acciones para la caída del gobierno, como
la de septiembre del ‘51, cuando el general Menéndez a la cabeza de varios uniformados intentó dar un golpe de estado.
Si
bien el gobierno contaba con fuerte apoyo de buena parte de la
población, había también distintos sectores dispuestos a terminar con
él. Por ello fue que alguna persona relacionada a la Fundación Eva Perón
(¿la misma Evita?) tuvo la idea de formar milicias obreras para
proteger al líder. Y allí se produjo el “pedido” de armas a Hafdasa. Un
pedido del que el propio Carlos Ballester Molinahijo
dejó constancia a través de una carta, fechada en febrero de 1953, y
varios documentos probatorios, que quedaron en posesión de su hijo Ignacio.
Eva
Perón en un acto por el día de la minería; detrás suyo se encuentra
Ramón Cereijo, ministro de Hacienda del primer gobierno de Juan Domingo
Perón y administrador de la Fundación Eva Perón Fundación Ceppa
Un pedido y una amenaza
En la misiva, Carlos Ballester Molina asegura que la primera reacción que tuvo ante la exigencia de Cicarelli de vender las pistolas y ametralladoras a la Fundación Eva Perón
fue negarse: “Al recibir esta orden y ver los efectos que dichas armas
podían producir, objeté”, escribió el ingeniero. Luego, el empresario le
aseguró a su interlocutor que responder a esa solicitud era
“completamente imposible” ya que no tenían en los almacenes los
materiales necesarios para la producción de esas unidades.
Entonces,
el ingeniero recibió una respuesta cargada de ironía por parte de
Cicarelli, quien se mostró extrañado por la respuesta evasiva de
Ballester Molina, pues él tenía “toda la documentación pertinente” a las
declaraciones juradas al Ministerio de Industria donde se hacía mención
de los aceros al cromo-níquel y demás herramientas que tenía la fábrica
para le ejecución de eventuales trabajos. Esta intervención del hombre
de Hacienda sería lo que hoy se llama “un carpetazo”.
Aviso
de General Electric sobre su trabajo en el edificio de la Fundación Eva
Perón, que tenía su sede donde hoy se encuentra la Facultad de
Ingeniería, en Paseo Colón al 800.
Revista de Arquitectura 1953
A continuación, el subsecretario de Hacienda soltó una frase que al empresario le sonó como una velada amenaza: “Claro que si ustedes no quieren colaborar, nosotros le agradecemos de igual forma”.
En otro párrafo de la carta, Ballester Molina
señala que se dio cuenta que el hecho de no aceptar llevar a cabo la
operación “traería por consecuencia la clausura del establecimiento,
quedando todo el personal obrero, muchos de los cuales tenían 30 años de
servicio, en la calle y sin trabajo”. De modo que él decidió “‘agachar
la cabeza’, como en tantas ocasiones la fuerza lo impone y realizar el
convenio”.
La inscripción con los datos básicos en la corredera de la pistola Ballester Molina, un arma de industria argentina Forgotten Weapons
El permiso del ejército
Cicarelli le dijo al empresario que recibirían un 30 por ciento de anticipo por la adquisición, pero también le informó que Hadfasa tendría la “obligación de un ‘descuento’ del cinco por ciento que diera en forma de donación” a la Fundación.
Otro
pedido del funcionario preocupó seriamente al joven empresario, y así
lo escribió en su carta: “Me dijeron así mismo que debía entregarlas
(las armas) sin autorización del ejército, cosa que me opuse
terminantemente, haciéndole saber que antes prefería ir preso o que me
cerraran la fábrica como él me había amenazado”.
Humberto
Sosa Molina (segundo desde la izquierda) junto a Juan Domingo Perón y
otros militares en el USS Huntington, en el año 1948 wikicommons
La autorización del ejército que solicitaba Ballester Molina llegó tiempo más tarde, a través de una carta firmada por el ministro de Defensa de la Nación, general José Humberto Sosa Molina. Allí podía leerse: “Este
Ministerio acuerda el permiso para que esa firma provea a la Fundación
Eva Perón las 5000 pistolas automáticas con firma Ballester Molina,
calibre 45, que oportunamente fueron solicitadas”.
Esta carta estaba dirigida a Industria General Argentina (IGA), una distribuidora de Hafdasa, que el propio Carlos Ballester Molina
utilizó para realizar esta operación. “Mi viejo tuvo que inventar una
empresa, que era IGA, para terciarizar el asunto”, señala Ignacio. A
cargo de esa firma, el ingeniero puso a Carlos Stehlin, a quien describió en su carta como “de nacionalidad americana y que poseía la medalla de la lealtad peronista”.
Documento
con la firma del Ministro de Defensa, General Sosa Molina, en el que se
autoriza, por parte del Ejército Argentino, la venta de armas a la
Fundación Eva Perón Gentileza Ignacio Ballester Molina
La pistola Ballester Molina cal.45 fue utilizada oficialmente por el Ejército Argentino entre 1938 y fines de la década del '50 Facebook / Albumes de armamento y munición
¿Perón lo sabía?
En este punto de la carta, vale preguntarse si el general Perón podía
haberse mantenido al margen de esta operación, si en verdad se trató de
un operativo hecho a sus espaldas. De acuerdo con el historiador Roberto Azaretto,
todo esta adquisición de armas se realizó “sin que se entere Perón”. El
historiador asevera: “Cuando él se entera, lo impide y ordena que esas
armas vayan al ejército”.
Carolina Barry, que es doctora en Ciencias Políticas, Investigadora Principal del Conicet y que realizó exhaustivos trabajos enfocados en Eva Perón
y la rama femenina del peronismo, en diálogo con LA NACION, dio su
propia versión al respecto: “Es muy difícil que Perón no lo supiera.
Muchas veces se hacía el tonto. Estas eran cosas de Eva, pero difícil que no lo supiera”. Por otra parte, la académica coincide con Azaretto en que las armas fueron secuestradas por el líder justicialista. Según lo que investigó ella, luego las destinaron al arsenal Esteban de Luca y finalmente las entregaron a Gendarmería.
Los
que estudiaron el tema de la compra de armas por parte de la Fundación
Eva Perón opinan que Perón no sabía lo que estaba ocurriendo o que sabía
y se hizo el desentendido Archivo General de la Nación
Roberto
Azaretto, presidente de la Academia Argentina de Historia, cree que la
compra de armas para la Fundación Eva Perón se hizo a espaldas del
mandatario Gza. Roberto Azaretto
La versión de Ignacio Ballester Molina
es similar: “Perón, enterado de la operación por Rucci y por Carlos
Ballester Molina, esperó a que se hiciera, las secuestró de la Fundación
y se las dio al Ejército”. El hijo del empresario añade algo en que
coincide con Azaretto y Barry: “Jamás un militar como Perón hubiera permitido armar civiles”.
En
ese sentido, Azaretto dice: “Para entender a Perón hay que tener claro
que era un hombre del ejército, lo demostró cuando retornó en el ‘73, lo
primero que hizo fue ponerse el uniforme, en ningún momento admitía el
tema de la milicia”.
Como todo militar, el general Perón estaba en contra de que el pueblo se arme, coinciden los historiadores Universal History Archive - Universal Images Group Editorial
“Como buen militar, a Perón no
le pareció adecuado el tema de armar al pueblo, ya que contradice
cualquier principio militar, del ejército sobre todo”, asevera Barry,
aunque añade: “Pero también, según los cables de la CIA, es interesante
ver la cantidad de intentos de asesinato que hay en esos tiempos contra
Perón. El de septiembre del ‘51 es solo uno. En esa lógica, no me
extraña que la misma Eva pensara en las armas y que Perón se hiciera el desentendido... después reaccionó”.
“Nosotros, los de la CGT”
La carta del ingeniero Ballester Molina tampoco lo dice, pero los historiadores coinciden en que las armas exigidas por la Fundación Eva Perón serían para repartir a través de la CGT, que en ese momento estaba a cargo de José Espejo,
un hombre muy vinculado a la esposa del presidente. “Eran la mano
derecha uno de otro -asegura Barry-. Espejo era más leal a Eva que al
mismo Perón, es él el que plantea la vicepresidencia de ella para el
segundo mandato. La CGT es la principal entidad que le da recursos a la
Fundación Eva Perón, y ella se presentaba casi como diciendo: ”Nosotros, los de la CGT".
El secretario general de la CGT, José Espejo (tercero desde la izquierda), tenía un vínculo muy fuerte con Eva Perón Gentileza Fundación Ceppa
La investigadora de Conicet deja
otro dato interesante en relación con las armas que tenían como destino
la CGT: “Tuve la oportunidad de conversar con gente cercana de Eva Perón, como la hija de José Espejo y la hija de Atilio Renzi,
que era el intendente de la residencia presidencial en el Palacio
Unzué, y ellas tenían el mismo tipo de arma que les había regalado la Fundación. Ambos tenían borrado en la empuñadura una inscripción que habían limado”.
Según lo que cuenta Ignacio Ballester Molina,
las armas con destino a la Fundación, tenían marcada una letra “F” en
el guardamonte, que es la pieza de metal que protege al gatillo. “La ‘F’
por la fundación”, aclara". Y Barry acota otro dato respecto a las
pistolas: “Ya muerta Eva, la Fundación le entrega a las diferentes
dependencias, como directoras de los hogares de tránsito, un arma para
defenderse. Si son estas mismas pistolas o son otras, no lo sé”.
Carolina Barry, investigadora principal del Conicet, realizó un exhaustivo trabajo sobre la relación entre Eva Perón y la CGT Gza. Carolina Barry Eva Perón, José Espejo y Juan Domingo Perón, cuando todo era sonrisas Ig @lo.invento.peron
Lo cierto es que, luego de la muerte de Eva Perón, el 26 de julio de 1952, es el propio general Perón el que decide desprenderse de todos los hombres que habían estado cerca de ella. “Se los saca de encima”, dice Azaretto y
añade: “A los pocos meses los hace renunciar. En el 17 de octubre
posterior a la muerte de Evita, en el acto, hay una silbatina enorme
contra Espejo que hace que esa misma noche renuncie a
la secretaría general de la CGT. En pocos meses, no queda nadie de los
que habían llegado a posiciones con el influjo de Evita”.
“Según la familia de Espejo, antes de morir, Eva le había pedido al dirigente que se exiliara porque la iba a pasar muy mal”, dice Barry, en el mismo sentido.
Documento donde IGA detalla los plazos de entrega de las pistolas Ballester Molina a la Fundación Eva Perón Gentileza Ignacio Ballester Molina
El Príncipe de Holanda
La carta de Ballester Molina
contradice también otra versión que existía entonces y subsistió en el
tiempo que decía que, en realidad, el que había provisto las armas para
las milicias obreras había sido el príncipe consorte Bernardo, de Holanda.
Esto se refleja en una escena de la película Eva Perón,
de Juan Carlos De Sanzo, cuando la mujer del general -interpretada por
Esther Goris-, sabiendo que no le queda mucho de vida, le dice a Espejo y
a otros dirigentes: “Yo no sé qué va a ser de mí ahora, Dios dirá, pero
por sobre todas las cosas quiero que nunca lo dejen solo a Perón (...) yo le compré al príncipe de Holanda 5000 pistolas automáticas y 1500 ametralladoras. Son para ustedes, muchachos, que sirvan para defender a Perón". El
príncipe consorte Bernardo de Holanda, marido de la reina Juliana,
ayuda a Eva a ponerse su abrigo en una cena íntima en la residencia
presidencial. Gentileza Fundación Ceppa
Si bien se trata de un diálogo ficcionado escrito por el guionista José Pablo Feinmann, la relación entre el príncipe consorte Bernardo -abuelo del actual rey de Holanda- y las armas no era algo descabellado: “Mi pista venía por ese lado”, señala Barry y añade: “Él príncipe estuvo en la Argentina en
abril de 1951, la condecoró a Eva con la Gran Cruz de la Orden de
Orange-Nassau, parte de sus negocios era el tráfico de armas... pero no
es fácil de comprobar en documentación”.
Azaretto,
por su parte, niega esta posibilidad, y la considera una “leyenda”. “No
es cierto que las armas las haya vendido el príncipe. Fue Ballester Molina.
Bernardo visita por esa época la Argentina, acá lo agasajaron, lo
llevaron a la Ciudad Infantil, lo que hacía el peronismo en esa época,
pero en realidad él lo que concreta es la venta de material ferroviario
muy importante”.
Fragmento del filme Eva Perón, de Juan Carlos Desanzo
El historiador tiene una explicación para esta versión: “Usaban eso como nombre clave para la compra de armas, se decía Operación Príncipe de Holanda, de ahí viene la confusión de que las armas las vendía él”.
Tras
la caída de Perón en septiembre de 1955, el gobierno que lo derrocó
comenzó a investigar las acciones ilícitas o sospechosas de serlo
realizadas por el gobierno peronista. Una de estas acusaciones puede
leerse en la primera plana del diario Clarín, del 30 de septiembre de
1955, donde se informa: “Por orden del entonces ministro de Defensa,
general Sosa Molina, se entregaron en 1952 a la
Fundación Eva Perón 5000 pistolas calibre 45 Ballester Molina”. El que
había informado a la comisión investigadora sobre esa entrega de armas,
según el mismo periódico, era el exministro de Hacienda, Ramón Cereijo.
Carlos Ballester Molina hijo recibió el pedido de suministrar armas a la Fundación Eva Perón Gentileza Ignacio Ballester Molina
Aquí
no se hace mención al príncipe de Holanda pero, así como Barry, hay
historiadores del peronismo, como Norberto Galasso, que sugieren que el
noble neerlandés tuvo alguna participación en esta operación. Pero la
carta de Ballester Molina no lo menciona en modo alguno.
El pedido de “comisiones”
Con respecto a las ametralladoras mencionadas en la carta de Ballester Molina, es menester aclarar que esas efectivamente nunca llegaron a la Fundación Eva Perón. De hecho, entre los documentos que tiene Ignacio Ballester Molina,
hay uno, con fecha del 6 de agosto de 1952, que corresponde a la
rescisión de contrato por la compra de esas armas de común acuerdo entre
IGA y la FEP.
Además
de la manera imperativa en que se exigen las armas y el pedido de aquel
“descuento” de 5 por ciento en favor de la FEP, en la transacción hay
otro detalle curioso que remarca Ballester Molina en su carta. Esto es
un llamativo pedido de “comisiones” para dos personas.
Se lee en la carta: “He aquí que aparece un señor Henry Frank, sabedor de esta negociación, diciéndonos que era (indispensable) otorgarle a favor de él y de una señorita Raquel Rubin
una bonificación del 2 y medio por ciento para él y del 5 por ciento
para la segunda”. El empresario acota que si eso se suma al 5 por ciento
de donativo exigido por Cicarelli llega todo al 12 y medio por ciento, lo que reducía la ganancia por cada pistola de 800 pesos a prácticamente 700 pesos.
Documento donde queda asentada la contribución a la señorita Raquel Rubin por su intervención en la compra de armas Gentileza Ignacio Ballester Molina
Dos cartas dirigidas respectivamente a Rubin y a Frank por parte de IGA confirman
el acuerdo por el pago de estas “comisiones” a ambos personajes, por
sus supuestas tareas para contribuir en la operación de la compra de
armas. Para Ignacio Ballester Molina, esto se trató, lisa y llanamente de un “pedido de coima”.
La
entrega de las armas a la Fundación entra en una nebulosa. De acuerdo
con uno de los documentos, el envío final de las pistolas estaba
estipulado para el 31 de julio de 1952. Pero lo más seguro es que los
tiempos se hayan dilatado o que, teniendo en cuenta la muerte de Evita y
la caída en desgracia de sus allegados, las últimas entregas nunca se
hayan producido.
La
firma de Carlos Ballester Molina hijo en la carta que dejó para que sus
familiares conocieran la verdad sobre la venta de armas a la Fundación
Eva Perón Gentileza Ignacio Ballester Molina
En la carta, Ballester Molina
informa que el 1 de abril de 1952 se fue de viaje a los Estados Unidos,
donde llegó en agosto, previa recorrida de latinoamérica. El empresario
aclara en su carta: “En ese lapso de tiempo parece que unos componentes
de IGA realizaron negocios con el gobierno, ejecutando con la Fundación
negocios a los que me encontraba completamente ajeno”.
“Las
armas se vendieron cuando mi viejo se fue a ese viaje”, asegura
Ignacio, en consonancia con lo que escribió su padre en la carta. El
hijo de Carlos Ballester Molina cierra este tema con un pensamiento
paradójico: “A mi viejo y a mi abuelo jamás les importó hacer armas.
Empezó por un encargue que les salió demasiado bien. El vector de su
vida era ser un fabricante de vanguardia de autos y de aviones....emular
a (Henry) Ford y a (Howard) Hughes”. Pero la historia se disparó hacia
otro lado...
Las fotografías de esta historia fueron tomadas durante el despliegue de 1965-1966 en la estación de Extremo Oriente por el destructor de la Royal Navy HMS Barrosa.
Barrosa fue parte de un grupo de trabajo que apoyó las operaciones británicas en Borneo durante la confrontación entre Indonesia y Malasia, una guerra no declarada a lo largo de la frontera entre Indonesia y el este de Malasia que surgió de la oposición anterior a la creación de este último.
Los marineros tenían la tarea de llevar a cabo patrullas de detención y registro de embarcaciones locales que sospechaban que habían traficado con armas y equipo a los insurgentes respaldados por Indonesia. En la costa del norte de Borneo y en el oeste de Malasia, Barrosa detuvo embarcaciones en el mar, mientras que grupos de marineros usaban pequeñas embarcaciones para patrullar las aguas costeras.
Las fiestas de embarque del HMS Barrosa se preparan para buscar barcos nativos en busca de armas ilícitas. Tenga en cuenta el marinero que cubre la tripulación con su Lanchester.
El arma principal de los marineros fue la Lanchester, una ametralladora de la época previa incluso a la Segunda Guerra Mundial. Producido por Sterling, el Lanchester fue una copia del MP 28 / II de Bergmann. Inicialmente, la Royal Air Force y la Royal Navy utilizaron el arma. La RAF finalmente pasó todas las 80,000 armas a la Armada.
El Lanchester fue nombrado por George Lanchester, el ingeniero que supervisó su producción. Era un arma grande, bien construida pero voluminosa. Caro de producir a £ 14 por arma, pronto fue superado por el más barato Sten.
A pesar de esto, el Lanchester sobrevivió al Sten en el servicio británico. La Royal Navy finalmente los declaró obsoletos en 1978.
El 31 de octubre de 1984, la primera ministra india Indira Gandhi fue asesinada a tiros por dos de sus guardaespaldas, Satwant Singh y Beant Singh, ambos sijs que buscaban venganza por el trato de Gandhi con el líder religioso militante Sikh Jarnail Singh Bhindranwale y sus seguidores.
Gandhi había ordenado la Operación Estrella Azul, el asalto del Ejército Indio del Templo Sikh Dorado en Amritsar, a principios de junio de 1984. El objetivo de la operación era capturar Bhindranwale. Se intensificó. Bhindranwale y muchos Sikhs fueron asesinados.
Esto causó una gran indignación entre la comunidad sij de la India. Satwant Singh y Beant Singh, ambos miembros del grupo de trabajo especial de la Oficina de Inteligencia de la India para la protección del primer ministro, tramaron venganza. Estaban armados con una carabina de máquina 1A y un revólver calibre .38.
Gandhi recibió un disparo mientras caminaba por el jardín de su residencia en Nueva Delhi en camino a una entrevista de televisión con Peter Ustinov. Cuando se acercó a una puerta custodiada por los dos guardaespaldas, Beant Singh dio un paso adelante y disparó tres balas desde su 38, golpeando a Gandhi en el abdomen. Satwant Singh luego vació su revista completa de 30 rondas de 1A en el primer ministro.
Arriba - Indira Gandhi.
El 1A es una copia india de la ametralladora británica L2A3 / Mk4 Sterling. Sterling acordó una licencia de producción con la India a principios de la década de 1960, firmando un contrato de £ 16,000 para producir las primeras 60,000 armas de fuego y proporcionar los dibujos técnicos y las herramientas para que India fabrique las armas. En los últimos 50 años, las fábricas de armas pequeñas de la India han producido alrededor de un millón de carabinas mecánicas de 1A, muchas más incluso que Sterling.
Según los informes, el primer ministro murió casi instantáneamente, aunque otras fuentes sugieren que murió más tarde en el hospital. Sus asesinos arrojaron sus armas y fueron arrestados. Fueron llevados a un cuarto de guardia, donde en una lucha subsiguiente por una de las armas de su captor, Beant Singh fue asesinado por una ráfaga de fuego de otro Sterling hecho en la India.
Tras el asesinato, India fue barrida por una ola de disturbios anti-sijs. Miles murieron. Satwant Singh fue sentenciado a muerte y ahorcado en enero de 1989. La Operación Blue Star y el asesinato siguen siendo eventos profundamente decisivos.
Una espectacular operación de contrainteligencia Las Finanzas Montoneras Diario ¨La Nueva Provincia¨: Tras el rastro del dinero El operativo había sido planeado para el 2 de enero de 1977, pero la lluvia hizo que fuera suspendido. El domingo 9, en cambio, amaneció con un sol espléndido y fue puesto en marcha. A primera hora de la tarde los autos partieron hacia Tigre. El grupo de tareas sabía que Montoneros recomendaba a sus cuadros tratar de hacer actividades al aire libre durante los fines de semana, para compensar el stress de la vida clandestina. Pero el operativo de aquel día no tenía un objetivo puntual, era como arrojar la red en un lugar donde se suponía que habría algo para recoger. Al promediar la tarde, los embarcaderos de las lanchas colectivas de la principal estación fluvial del delta, unos 30 kms. al norte de la Capital Federal fueron clausurados y todas las embarcaciones dirigidas hacia el único que quedó habilitado, el que utilizaban las lanchas provenientes de Carmelo, Uruguay. Las embarcaciones colectivas esperaban turno y la gente descendía y pasaba frente a un control donde debían exhibir sus documentos de identidad. Los papeles eran controlados por un civil, apoyado por un grupo de aspecto militar, pero vestido de manera informal. En realidad, el control era un montonero especializado en falsificar documentos (Lauletta), que habían sido "quebrado" en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) y convertido en colaborador. Después de mostrar sus documentos, la gente se dispersaba rumbo a la estación de ferrocarril o las paradas de ómnibus. Del otro lado de la calle, a cierta distancia, estaban discretamente estacionados varios autos. Los ocupaban hombres del grupo de tareas y "marcadores", como eran denominados los montoneros quebrados que señalaban a otros miembros de la "orga". En la euforia de 1971-74, cuando el "socialismo nacional" parecía una alternativa inmediata y Montoneros crecía aceleradamente, el auge había desbordado las técnicas de aislamiento y compartimentación propias de la clandestinidad. Mucha gente conocía a mucha gente y eso fue muy costoso para ellos. Cuando los"interrogatorios compulsivos"- eufemismo por tortura - y los problemas internos de la organización comenzaron a doblegar a los militantes capturados, el sistema de recorrer los lugares de concentración de gente, como estaciones y algunas avenidas, arrojó resultados muy importantes, según reconocieron los protagonistas de ambos bandos. En lo esencial el método no variaba: en un vehículo viajaba un"quebrado"con custodia y en otro u otros los"grupos de captura", que entraban en acción cuando el "marcador" creía reconocer a alguien. Aquel domingo en Tigre, una pareja joven presentó pasaportes al control y pasó sin problemas. Habían recorrido unas decenas de metros, cuando el "marcador" dijo conocer al varón. Los grupos de captura se arrojaron sobre la pareja, que fue sorprendida y no opuso resistencia. No llevaban armas, pero ambos tenían pastillas de cianuro, que eran una especie de certificado de pertenecer a Montoneros y son un capítulo especialmente dramático de esta historia. A esta altura es conveniente puntualizar una de las características de la lucha entre organizaciones como Montoneros y el ERP y el aparato defensivo-represivo del Estado. Las técnicas de clandestinidad, que resumían décadas de experiencias internacionales, prescribían mecanismos cotidianos de contacto y control entre los integrantes de cada eslabón orgánico, que permitían detectar rápidamente la caída de un miembro del grupo y dar el aviso para que los restantes huyeran.La conducción de Montoneros pedía a sus integrantes que eran capturados, sólo 24 horas de silencio.
Los militares y policías sabían eso, por supuesto, y aplicando también la experiencia internacional, corrían contra el tiempo para obtener información rápidamente de los detenidos. El método utilizado fue la tortura, o como se dijo "interrogatorio compulsivo"y resultó letal para las organizaciones guerrilleras, pues las "cadenas" de detenciones a partir de cada captura llevaron a la desarticulación de sus estructuras. En sus relatos, los hombres de los grupos de tareas reconocieron la utilización de la picana eléctrica, pero subrayaron que fue importante la proporción de detenidos que colaboraron sin llegar a ser torturados y enfatizaron la importancia de la desmoralización de los guerrilleros a medida que se generalizaba el desplome de sus organizaciones. En el otro bando, uno de los máximos dirigentes montoneros, reconoció que la conducción consideraba inevitable la tortura, como un riesgo asumido, de los militantes que eran capturados. "Por razones políticas - explicó -, nosotros teníamos que condenar duramente la entrega de información bajo tortura, pero sabíamos que era casi imposible resistir. De todas maneras, hubo actitudes muy distintas entre los compañeros que fueron capturados". La pista del oro Los dos jóvenes atrapados en el embarcadero de Tigre fueron subidos a sendos autos que partieron a gran velocidad hacia la Escuela de Mecánica de la Armada, donde operaba el grupo de tareas que asestó los golpes más duros a Montoneros en el área metropolitana. El varón habría reconocido rápidamente que trabajaba con sus compañeros en el "ámbito" - como se denominaba en la jerga a cada sector específico - de "finanzas internacionales". El grupo de tareas no poseía hasta ese momento ninguna información sobre esa estructura. El operativo de aquel domingo 10 puso sobre el rastro de enormes sumas de dinero y de una sofisticada organización logística que tenía avanzadas las tratativas para concretar en Europa un muy importante compra de armas a traficantes alemanes. Para Montoneros, el embarcadero de Tigre marcó el comienzo de una cadena de pérdidas muy importantes. Al día siguiente, lunes 10, el montonero de baja graduación atrapado permitió trepar un importante escalón en las finanzas guerrilleras. Desde un auto "marcó" a Juan Gasparini (a) "Pata" o "Gabriel" cuando, portafolio en mano, entraba al edificio donde alquilaba oficinas, casi en la esquina de Santa Fe y Callao. Gasparini es un personaje central y trágico de esta historia. Sobrevivió a la ESMA y denunció a sus hombres en el juicio que el presidente Raúl Alfonsín, ordenó contra los comandantes en jefe responsables del último gobierno militar. Ahora vive en Suiza, donde se gana la vida como periodista. Había sido intermediario entre Montoneros y David Graiver, después de que éste recibiera a mediados de 1975, poco menos de 17 millones de dólares, provenientes del secuestro de los hermanos Born (60 millones) y de un directivo de Mercedes Benz Argentina (casi tres millones). En 1990 escribió un libro titulado "El crimen de Graiver", con minuciosa información sobre las relaciones entre Montoneros y el empresario muerto al estrellarse su avión en México en agosto de 1976. Gasparini entregó la dirección del departamento donde vivía con su esposa y sus dos hijos, en el barrio de Almagro, pero se negó a trasmitirle por el portero eléctrico una intimación a que se rindiera, pues el edificio había sido copado. La mujer se resistió a balazos junto con otra militante que se hallaba en la casa y tuvo tiempo de quemar los papeles y documentos, Ambas mujeres fueron abatidas tras un prolongado tiroteo. En el baño del departamento, metidos en la bañera y cubiertos con colchones y mantas, fueron encontrados, llorando aterrados, los dos niños que fueron entregados a sus abuelos y viven ahora en Suiza, con Gasparini. En rápida sucesión cayeron otras tres figuras principales del ámbito de finanzas y logística de la Organización. Pablo González de Langarica y Martín Grass pusieron al grupo de tareas sobre el rastro seguro de Fernando Vaca Narvaja y sus hombres viajaron a Suiza con el primero de ellos, apropiándose de una suma millonaria y montando un operativo cinematográfico que les permitió apoderase de un importante cargamento de armas más modernas y sofisticadas que las que poseían las fuerzas armadas y de seguridad. La tercera captura importante se produjo el 15 de enero, cuando fueron atrapados Carlos Torres (a) "Ignacio" y dos asistentes. Torres era muy importante en el manejo de los fondos y había jugado un rol principal en la relación de Montoneros con Graiver, y después de su muerte, con su viuda Lidia Papaleo. En la serie de operativos realizados en la Capital Federal, y el Gran Buenos Aires fueron atrapados varios miembros de la cadena de pagadores y fueron confiscados unos 400 mil dólares de los sueldos de enero de una parte importante de la organización. A esta altura de los acontecimientos, hacía 110 meses que gobernaba la Junta Militar, la gran mayoría de los cuadros montoneros estaban "profesionalizados", es decir que se dedicaban sólo a su militancia y sus gastos eran pagados por la organización. La pérdida del dinero provocó, en consecuencia, un amago de colapso, pues los miembros de las distintas estructuras no podía afrontar sus obligaciones cotidianas -alquileres, gastos de movilidad, alimentación, etc. - y corrían riesgos de ver desbaratadas las coberturas bajo las que se ocultaban. La conducción de Montoneros utilizó mecanismos de emergencia que le permitieron sortear la crisis y en algunos de los militares que seguían el hilo del dinero montonero, quedó la sospecha muy fuerte de que la embajada cubana en Buenos Aires había prestado una ayuda esencial a la organización guerrillera. Desde uno de los grupos de tarea se propuso detener en Ezeiza a un funcionario importante de esa representación diplomática y revisar su equipaje - valija diplomática - cuando regresaba de un rápido e inesperado viaje al exterior, pues se creía que podía traer los fondos para mantener el funcionamiento de Montoneros hasta que fuera reparado su sistema de finanzas. Pero el temor a un fiasco y el escándalo internacional previsible hizo que en los niveles con la autoridad decisiva, la propuesta fuera rechazada. En las semanas siguientes, la Conducción Nacional - Carolina Natalia la llamaban en la jerga - de Montoneros comenzó a salir del país. Huyeron. Una fuga milagrosa y armas en Europa En la primera mitad de octubre de 1976 fue atrapada una militante montonera, en una acción a la que en un principio no se adjudicó trascendencia. A poco de iniciado el interrogatorio, la mujer pidió que le llevaran la cartera que tenía consigo cuando la capturaron. En el forro había una tira de papel cuidadosamente enrollada, con anotaciones en código: eran las "citas nacionales". En el momento, los hombres del grupo de tareas no entendieron; después entraron en un frenesí operativo que culminó con uno de los grandes desastres sufridos por Montoneros en el primer año del gobierno militar . Desde el punto de vista de la seguridad, el punto más frágil y peligroso de una organización clandestina eran los enlaces o contactos entre sus eslabones compartimentados, por lo que Montoneros trataba de reducirlos todo lo posible. El mantenimiento de enlaces mínimos planteaba, como contrapartida, el riesgo de que personas o estructuras enteras quedaran aisladas si el enlace se rompía por la acción represiva o por accidente. Para cubrir esa eventualidad se establecían citas fijas, en días fijos, para los distintos grupos a los que se podía acudir en determinadas circunstancias, como cuando se rompía un contacto. Esas citas, correspondientes a la organización en el orden nacional, era lo que contenía la tira de papel - semejante un largo ticket de cafetería- que estaba oculta en la cartera de la mujer. El código era de una sencillez elegante y se basaba en la utilización de guías de uso común con planos y calles de la ciudad. En Buenos Aires y alrededores, por ejemplo, se utilizaba la guía Filcar. Debajo de la identificación cifrada de la ciudad, un número indicaba la página del plano a utilizar. Después una letra y otro número identificaban - como es usual en esas guías- un cuadrante del plano. Finalmente, otra letra o número indicaba un vértice del cuadro elegido- superior derecho o izquierdo, inferior derecho o izquierdo -, que caía claramente sobre una esquina. Allí era la cita, cada miércoles, por la mañana temprano. En algunos casos, cuando los miembros de la organización podían no conocerse, se añadía una contraseña o señal de identificación clara, pero no llamativa, como llevar un diario determinado, doblado de cierta manera, en tal mano. En dos miércoles sucesivos y en alrededor de 10 días, fueron capturados entre 60 y 70 miembros de la organización. Sólo en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires fueron atrapados 33 cuadros, casi todos oficiales, que era un grado bastante importante en Montoneros. Al día siguiente de la primera redada y como consecuencia de ella, cayó Norma Arrostito, una de las figuras "históricas" de la guerrilla - aunque para esa época no integraba la cúpula - quien había estado en el grupo original que secuestró y asesinó al ex presidente, general Pedro Eugenio Aramburu en 1970. La caída de las "citas nacionales" causó un severo trastorno de funcionamiento a Montoneros y se sumó a otros golpes exitosos de las fuerzas armadas y de seguridad, lanzadas a una represión masiva de las organizaciones guerrilleras, cada vez más aisladas políticamente. La dirección montonera comenzó a analizar la conveniencia de que el jefe máximo, Mario Firmenich, saliera del país para "preservar la conducción". Al parecer el dirigente se negó al principio, pero finalmente acordó a marchar al exterior para buscar "solidaridad internacional". Mientras se desarrollaba esa discusión, poco antes de finalizar 1976, Montoneros sufrió otra grave pérdida. A fines de noviembre o principios de diciembre, el jefe de la Regional Buenos Aires y virtual número tres de Montoneros, Carlos Hobert (a) "Pingulis" -quien en 1974 había seleccionado con Roberto Quieto a los integrantes del grupo que secuestró a los hermanos Born -, asistió a una reunión de Unidad Básica Revolucionaria (UBR), estructura de base que periódicamente "bajaba" algún miembro de la conducción. A los pocos días, cuando salía de su casa - obviamente clandestina - "Pingulis" se encontró de lleno con un joven militante que había asistido a aquella reunión y pasaba casualmente por el lugar. Las normas de seguridad prescribían que Hobert debía mudarse inmediatamente, por el riesgo que un joven subordinado fuera capturado - "en aquella época caían como moscas", recordó un dirigente montonero - y terminara entregando la dirección del jefe, como moneda de cambio por su vida o, por lo menos, para no ser sometido a tormento. Hobert no aplicó las reglas y prometió cambiarse de casa después de Navidad. Como medida de precaución, estableció un sistema semanal de control con el joven, para verificar que no había sido detenido. Entre un control y otro, el joven militante de la UBR fue atrapado y el 22 de diciembre el Ejército rodeó la casa de "Pingulis" con poderosos efectivos y la tomó por asalto, matándolo en el enfrentamiento. | Al mes siguiente - enero de 1977 - luego del operativo en el Tigre comenzó a caer la cadena de finanzas y logística, mientras "Carolina Natalia" (la Conducción Nacional de Montoneros) decidía abandonar el país, dejando por turno a sólo uno de sus integrantes. Casi simultáneamente, Fernando Vaca Narvaja salvó su vida de una manera increíble, cuando uno de los cuadros que tenía contacto con él fue atrapado, siguiendo el hilo que el grupo de tareas de la ESMA había aferrado aquel domingo de ese enero, en el Tigre. Quebrado rápidamente, el oficial guerrillero entregó su cita con el miembro de la conducción nacional, pero Vaca Narvaja no acudió a dos encuentros sucesivos que deberían haberse concretado en la zona del barrio de Colegiales. La tercera alternativa, en la que ya nadie tenía mucha confianza, fue en Avellaneda, cerca del viaducto de Sarandí, a unos tres kilómetros del limite sur de la Capital Federal. El "marcador" aguardó en un auto con un acompañante, que se comunicaba por radio con los restantes miembros de equipo que participaba en la emboscada. Vaca Narvaja llegó en un Renault 6, color verde, pero cuando estaba entrando en la encerrona algo lo alertó - podría haber sido un hombre que se asomó desde un techo con un arma larga - y aceleró, iniciando la huida. Los miembros del grupo de tareas no estaban aún seguros de su identidad por lo que no abrieron fuego a tiempo. Sólo uno de los emboscados saltó a la calle y disparó con un revólver calibre 357 Mágnum contra el Renault 6 que ya doblaba en la esquina. Era un buen tirador y Vaca Narvaja es un hombre con mucha suerte. Uno de los proyectiles rompió la luneta del auto, pegó aparentemente en una rueda de auxilio parada tras el asiento trasero y se desvió, hiriendo al jefe montonero en el músculo trapecio, entre el hombro y el cuello. Herido, pero conservando su movilidad, siguió conduciendo y la fortuna volvió a protegerlo. El Falcon que había partido en su persecución chocó con un ómnibus. Algunos centenares de metros más adelante, arma en mano, el dirigente detuvo un Citroën marrón conducido por una mujer. La obligó a descender y logró desaparecer al volante del pequeño vehículo. Dinero y armas Otro capítulo verdaderamente cinematográfico derivado de la captura de la joven pareja en Tigre, que condujo a las caídas de Martín Grass y Pablo González Langarica, se desarrolló en Europa. Oficiales de la Armada viajaron a Suiza con uno de los guerrilleros quebrados, que tenía acceso a cierta caja de seguridad de un banco en Ginebra y se apoderaron de un millón y medio de dólares. También fueron presentados por el montonero a traficantes alemanes de armas y, haciéndose pasar por miembros de la organización, iniciaron una complicada negociación, que llevó largos meses y se desarrolló en París, Madrid y Hamburgo Por fin, durante 1978 recibieron de los alemanes un impresionante cargamento que incluía mil pistolas ametralladoras Steyr austríacas y quinientos fusiles Heckler & Koch alemanes, armas de gran calidad de sofisticación que aún en los ejércitos y fuerzas de seguridad de los países más desarrollados sólo se proveen a los grupos de elite.
Pistola ametralladora Steyr MPi 69 El lote se completaba con doscientas pistolas Browning, veinte pistolas Walther con silenciador, veinte pistolas ametralladoras UZI, también con silenciador y un buen número de fusiles pesados y granadas. Montoneros había buscado asesoramiento sobre cómo introducir el cargamento al país y uno de los consultados - aparentemente sin enterarlo del contenido - había sido el célebre "Cacho" Otero, figura casi mítica, ya fallecido, a quien se adjudicaban muy sólidos conocimientos en materia de introducir mercaderías en el país sorteando controles. Cuando fue derrumbada la estructura de logística de la organización, Otero fue "desaparecido" durante un corto período pero recuperó la libertad sin grandes problemas. De sus consultas, los montoneros llegaron a la conclusión de que la manera menos arriesgada de traer las armas era en avión, descendiendo en alguna pista clandestina. Para ello habían comprado y tenían aprestado en Miami un viejo pero confiable Super Constellation, cuyo destino final se perdió en la confusión de la derrota guerrillera. Tras analizar y descartar varias alternativas, los hombres del grupo de tareas metieron las armas en un contenedor rotulado como "maquinaria industrial", lo cargaron en Hamburgo en un barco de ELMA y lo fletaron a Buenos Aires.
Avión de transporte Super Constellation En el puerto de destino sólo fue advertido el jefe de la Prefectura Naval, pero se le pidió que guardara el secreto, para probar si el contenedor pasaba los controles regulares. Para mortificación de unos cuantos, diversión momentánea de otros y preocupación de todos, la "maquinaria industrial" entró sin problemas. A esta altura de 1978 crecía aceleradamente la probabilidad de un enfrentamiento bélico con Chile y las armas fueron distribuidas en unidades navales, preferentemente en la Infantería de Marina y comandos anfibios, donde aún estarían inventariadas.
Buzos tácticos de la ARA utilizan todavía las Steyr MPi capturadas a Montoneros Los hombres del grupo de tareas también descubrieron que Montoneros había comprado sesenta morteros - mucho más que la dotación de cualquier regimiento argentino - y que se hallaban en un puerto del norte de Arica, desde donde tratarían de enviarlos a Buenos Aires. En este caso no lograron apoderarse del cargamento, pero "pudrieron" la operación de manera tal que la organización guerrillera perdió los morteros. Cómo la plata llegó a Graiver En una de sus últimas gestiones oficiosas como ministro del Interior, José Luis Manzano pidió el primero de diciembre de 1992 -lo renunciaron al día siguiente - a la Policía federal que atendiera la situación de Juan Gasparini , quien tenía dificultades para renovar su pasaporte. En la jefatura de policía le mostraron al ex montonero que el último documento que figuraba en su legajo era una orden de detención. Gasparini exhibió, entonces, el Boletín Oficial en que fue publicado el decreto del presidente Menem que lo indulta. Los policías reconocieron que tenía razón, agregaron el Boletín Oficial al legajo y le revalidaron el pasaporte en unas horas. Pocos días después volvió a Suiza. Gasparini es, sin duda, una de las personas que mayor conocimiento de las finanzas montoneras. Era un oficial importante en ese ámbito de la organización y fue enlace con Graiver -en cuyas oficinas de Nueva York tenía un escritorio- y con su viuda Lidia Papaleo. Además, es un sobreviviente de la ESMA, donde permaneció desde el 10 de enero del '77 hasta muy avanzado el '78, cuando viajó a Bolivia por cuenta y cargo del grupo de tareas. Tres prisioneros fueron enviados a La Paz - ante un pedido de colaboración de otro organismo del gobierno militar argentino -, para montar una agencia de publicidad que hizo campaña electoral por el candidato del oficialismo militar boliviano, Coronel Pereda Asbún. Después, liberado, Gasparini viajó primero a Panamá y, luego, a Suiza, donde reside y trabaja como periodista. Su experiencia personal le ha permitido conocer, por lo tanto, una parte importante de los hechos, pero no la totalidad, debido a la fragmentación de las historias por el carácter clandestino que tenía la subversión y la represión, pero de lo que sabe cuenta sólo una parte en su libro, muy reveladora, de todas maneras. Obviamente, los tres sobrevivientes de la conducción de Montoneros - Mario Firmenich, Roberto Cirilo Perdía y Femando Vaca Narvaja - conocen mejor que nadie el manejo de las enormes sumas de dinero de que dispuso la organización y lo que queda -que no debe ser poco, puesto que hasta movió el interés político del presidente Menem-, pero se han refugiado en el beneficio del silencio. A principios de 1974, Montoneros era la guerrilla más poderosa del continente y a esa altura financiaba sus gigantescos gastos en personal e infraestructura -sueldos, casa, locales, imprentas, fábricas de armas y explosivos, etcétera-, básicamente, mediante secuestros extorsivos. En enero de aquel año, Roberto Quieto -número dos de Montoneros, detrás de Firmenich y delante de Perdía-, comenzó a planificar con el "Pingulis" Hobert, quien después se desvinculó de la operación, el secuestro de los hermanos Jorge y Juan Born, herederos de una parte sustancial de las acciones del holding Bunge y Born, el grupo económico internacional más grande del hemisferio sur. Quieto quedó al mando de la operación y eligió como segundo a "Quique" Miranda, secretario militar de la columna Norte, quien se encargó de la construcción de una "cárcel del pueblo", de dos subsuelos, bajo una pinturería de fachada instalada en Martínez, en el norte del Gran Buenos Aires. El secuestro debía concretarse un martes o un jueves, los días de menos tránsito, cuando los Born viajaban juntos desde la provincia hacia la sede de la empresa, en plena city porteña, después de dejar a sus hijos en el colegio. - Hubo un intento fallido un martes, pero dos días después, el 19 de setiembre de 1974, el comando montonero atravesó un cartel de ENTEL en la avenida Libertador - a la altura de Olivos - y desvió el tránsito por la calle San Lorenzo hacia la avenida Effling, paralela a Libertador, a una cuadra. Otro cartel, en el medio de la calzada, obligaba a los vehículos a reducir su marcha. - Cuando los dos Falcon celestes de Bunge y Born tomaron por avenida Effling, dos pick-ups - una Dodge azul y una Chevrolet color claro - embistieron frontalmente los autos, haciéndolos detener. Los guerrilleros rodearon los dos autos y encañonaron a sus ocupantes. En el asiento trasero del primer coche viajaban los Born. - Como el chofer - custodio, Juan Carlos Pérez, de 35 años, y Alberto Bosch, de 40, gerente de Molinos Río de la Plata, que ocupaban el asiento delantero, no respondieron con rapidez las órdenes de los montoneros, fueron ultimados a escopetazos. Jorge Born, entonces de 40 años, y su hermano Juan, de 39, fueron subidos a otros dos autos y llevados a la "cárcel del pueblo". - La acción del secuestro propiamente dicha demoró 38 segundos y participaron en forma directa 19 montoneros. Al cabo de media docena de años todos ellos estaban muertos, pero la Operación Mellizas, como la denominaron, resultó un impresionante éxito económico para la organización. Montoneros pidió 100 millones de dólares de rescate y Jorge Born padre rechazó la demanda, ofreciendo 10 millones. La situación se complicó y las tratativas se prolongaron, hasta que la organización proporcionó evidencias de que Juan, el menor de los hermanos, estaba perdiendo la razón y caía en un autismo progresivo. Llegó un momento en que no reconocía a su hermano Jorge, que, por el contrario, nunca se quebró. Finalmente, se acordó un rescate de 60 millones de dólares en efectivo - verdadero record mundial y entonces una cifra mucho más impresionante que ahora - y alrededor de 3,5 millones más en alimentos y otros bienes repartidos en barrios populares. El 23 de marzo del '75 fue dejado en libertad Juan Born, tras el pago de 25 millones de dólares, quedando Jorge como rehén. El resto del rescate se completó en pagos escalonados y al menos en una ocasión se produjo un incidente en Ezeiza, cuando hombres de los servicios de inteligencia detuvieron a momentáneamente a cuatro empleados de Bunge y Born que traían casi cinco millones de dólares desde Zurich. Las entregas las hacía un alto funcionario del holding, que se reunía a almorzar en distintos lugares del Gran Buenos Aires con "Ignacio" Torres - entonces jefe de finanzas de Montoneros - y le dejaba una valija con el dinero, que el montonero metía en el baúl de su Falcon, al que había forrado con una malla de alambre de cobre, para bloquear las eventuales emisiones de un mini transmisor que pudiera haber sido ocultado entre los billetes. Aquí comenzó a jugar un papel importante David Graiver, una especie de precursor de cierta clase de hombres de negocios argentinos que armaron en muy poco tiempo grandes grupos de empresas que se derrumbaron más velozmente aún. Su hermano menor, Isidoro, había sido secuestrado en agosto del '72 por las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL) y la familia pagó 150 mil dólares para que fuera liberado. Tres años después, David Graiver se convertiría en el banquero de los Montoneros. El empresario fue vinculado con la conducción guerrillera por intermedio de Enrique Juan Walker (a) "Jarito", periodista que había sido secretario de redacción de la revista Gente y había sido pareja de la psicóloga Lidia Papaleo, convertida, luego, en mujer de Graiver. Roberto Quieto tomó a cargo de la vinculación, entre agosto del '74 y mayo del '75, se reunió varias veces con el banquero en una quinta de San Isidro alquilada por éste a una señora de patricios antecedentes. En uno de esos encuentros, el jefe montonero ofreció a Graiver entregarle como inversión 14 millones de dólares del total obtenido de Bunge y Born. El empresario aceptó de inmediato, contra ofertando una tasa del 9,5 % anual de interés. A mediados de mayo de aquel año, Graiver logró zafar de un intento de secuestro y, asustado porque los guerrilleros le aseguraron que no habían sido ellos, decidió radicarse en los Estados Unidos, donde estaba intentando que le permitieran comprar un banco. Antes de viajar, en ese mismo mes de mayo, mantuvo dos reuniones en las que lo acompañó Jorge Rubinstein, su hombre de confianza, con los representantes montoneros, para recibir los 14 millones una semana más tarde. Por los guerrilleros asistieron a esos cónclaves Quieto, "Ignacio" Torres y "Antonio" Salazar, coordinador internacional de la organización en Europa. El 25 de junio de 1975, un funcionario de Bunge y Born entregó en Ginebra, Suiza, a "Ignacio" Torres los 14 millones de dólares que faltaban para completar el rescate y Jorge Born fue dejado en libertad en la zona norte del Gran Buenos Aires. Inmediatamente, en la misma ciudad, Torres y Salazar entregaron las valijas llenas de billetes a Jorge Rubinstein. Tras algunos inconvenientes técnicos y burocráticos - que solucionó Graiver -, los fondos fueron depositados en un banco y pasados a otros, para ser retirados, cargados en una avión alquilado y trasladados a Bruselas, donde ingresaron al BAS, pequeño banco belga adquirido por el empresario. Posteriormente, el banquero recibiría de Montoneros dos 2.825.000 dólares más, provenientes de un total de 4 millones obtenidos por el secuestro de Heinrich Metz, directivo de Mercedes Benz Argentina. De esta manera, el total entregado por Montoneros fue de 16.825.000 dólares, por los cuales Graiver se comprometió a pagar un interés mensual de 196.300 dólares. El acuerdo se cumplió sin inconvenientes durante varios meses, mientras el acelerado deterioro de la situación política y socioeconómica, sumado a la creciente violencia de Montoneros y el ERP y la contrapartida represiva, desembocaron en el golpe militar de marzo de 1976. Aparentemente en los meses previos habían comenzado a producirse diferencias en la cúpula de Montoneros y, en octubre del '75, Quieto había planteado que quería dejar la conducción. Pero no lo hizo y el 28 de diciembre de ese año, domingo, fue capturado y desaparecido cuando descansaba con su familia en una playa de Olivos. La caída y el intento de Menem Con las Fuerzas Armadas en el gobierno la represión se hizo masiva y el cerco fue cerrándose de manera inexorable. A mediados del 76 un grupo de tareas - aparentemente del Ejército - capturó a Ramón Neziba (a) "Moplo", quien fue reconocido por una montonera quebrada y había actuado como cobrador de los intereses que pagaba Graiver a Montoneros. No había llegado a conocer al banquero, pero recibía el dinero de Jorge Rubinstein cada mes. Se encontraban en una confitería e intercambiaban un portafolios vacío por otro con el dinero. Algunas semanas mas tarde, el 17 de julio de aquel año, "Jarito" Walker fue atrapado en un cine del barrio de Caballito en la Capital Federal. Poco después "Antonio" Salazar, el coordinador de Montoneros en Europa, que había participado en Suiza en el traspaso de los 14 millones de dólares entregados, por Bunge y Born a Graiver, dejó un mensaje en clave, en una mensajería telefónica a la que el banquero llamaba regularmente desde Nueva York. Traducido, intentaba ser tranquilizador y significaba que Walker no había hablado. Muy poco después, el 7 de agosto, cuando su grupo económico crujía por todas partes, el avión alquilado en el que Graiver viajaba desde Nueva York hacia el balneario de Acapulco en México, se estrelló en las montañas de ese país, muriendo el empresario y los dos pilotos. A las pocas horas "Ignacio" Torres, jefe de finanzas de Montoneros habría llamado por teléfono a la viuda Lidia Papaleo, quien estaba en México - donde Graiver los había presentado dos meses antes -; para expresarle sus condolencias y manifestarle que, en su opinión, había sido un atentado, como siguen creyendo hasta hoy los dirigentes montoneros y Gasparini, quien en su libro atribuye a la CIA la muerte del banquero. Dos meses y medio más tarde, el 22 de octubre, tras cumplirse minuciosamente un complejo recorrido por el centro de Buenos Aires, indicado por los montoneros para controlar que no era seguida, Lidia Papaleo almorzó en el restaurante del tercer piso de Harrods con dos jefes de la organización. "Ignacio" Torres la presentó al "oficial superior" y miembro de la Conducción Nacional, Julio Roqué (a) "Lino" un cordobés que venía de las F AR izquierdistas y había disparado el F AL cuyos proyectiles asesinaron al general Juan Carlos Sánchez en Rosario, a mediados de abril de 1972. La mujer explicó que el grupo empresario armado por su esposo se estaba derrumbando y que no podía pagar los casi 200.000 dólares mensuales de interés. Comprensivos, los dos jefes montoneros acordaron concederle un período de gracia. En aquellos momentos, el dinero no era el problema principal para ellos. En un momento en que "Ignacio" fue al baño, "Lino" Roqué y la viuda de Graiver acordaron una clave de emergencia para encontrarse. El jefe guerrillero llamaría "de parte del doctor Linares" y se encontrarían tres días y tres horas más tarde de la fecha que se dirían por teléfono. En ese terrible año '76 aún habría una reunión más entre Lidia Papaleo y dos emisarios montoneros - uno era el "Doctor Paz", quien sería en realidad Juan Gasparini -, en el departamento de su colaboradora Lidia Angarola, en Junín y Peña, durante la mañana de un domingo de diciembre. Pocas semanas después, el domingo 9 de enero del '77, uno de los grupos de tareas encontró en el embarcadero de Tigre el hilo de las finanzas de Montoneros. Al día siguiente fue atrapado Juan Gasparini, en Callao y Santa Fe, y el sábado 15 cayeron "Ignacio" Torres y dos de sus asistentes. El miércoles siguiente, utilizando el procedimiento de emergencias, acordado en el almuerzo de Harrods, "Lino" Roqué se encontró con Lidia Papaleo en el Parque Lezama y le aconsejó que tratara de irse del país, pues Torres y Gasparini conocían todos los detalles del acuerdo por los 16.825.000 dólares. Acordaron mecanismos para establecer contacto en Madrid y en México DF, y se despidieron. No volverían a verse. El 29 de mayo, uno de los grupos de tareas llegó al domicilio donde estaba escondido Roqué y se produjo un largo tiroteo que finalizó cuando al montonero se le acabaron las municiones y se suicidó con una cápsula de cianuro. Lo demás es historia mas o menos conocida, en la primer semana de marzo de ese año el entonces jefe de la Policía de Buenos Aires, coronel Ramón Camps, aparentemente autorizado por el comandante del primer cuerpo de Ejército, general Guillermo Suárez Mason, lanzó el operativo "amigo". Los miembros de la familia Graiver y sus colaboradores cercanos fueron detenidos y permanecieron desaparecidos varias semanas, hasta que la situación fue "blanqueada" el 19 de abril por el presidente y comandante del ejército teniente general Jorge Rafael Videla, mediante una conferencia de prensa ofrecida en la sede de esa fuerza. Nunca se tuvieron datos precisos de 10 ocurrido a Jorge Rubistein - que jugó un rol central en los tratos de Graiver con Montoneros-, ni siquiera Edgardo Sajón, Subdirector del diario "La Opinión" y secretario de prensa durante la presidencia del teniente general Alejandro Agustin Lanusse. Aunque todo indica que murieron mientras eran sometidos a "interrogatorios compulsivos." Más adelante, un Consejo de Guerra Especial condenó a 15 años de prisión a Juan e Isidoro Graiver y a Lidia Papaleo - con penas menores para otros miembros del grupo -, quienes apelaron ante el Consejo Supremo de las fuerzas Armadas que redujo las condenas principales a 12 años de prisión. Ante una nueva apelación, la Corte Suprema de Justicia - aún bajo el gobierno militar y en un notable acto de independencia- dejó sin efecto la sentencia de la justicia militar y dispuso que la causa pasara a la justicia civil. El entonces fiscal Julio César Strassera, quien después lo seria de los ex comandantes en jefe, pidió 5 años de prisión para Isidoro Graiver y Lidia Papaleo, sobreseyendo al resto. Pero el juez falló anulando todo 10 actuado por la justicia militar y dispuso la libertad de todos los miembros del grupo Graiver. Después, en 1984, ya en el gobierno de Raúl Alfonsín, la familia Graiver se presentó en el fuero contencioso administrativo reclamando al Estado daños por cifras enormes y los bienes del grupo empresario que habían sido incautados. Después de que ganaran el juicio en primera instancia, el presidente Alfonsín ordenó al procurador del Tesoro, Héctor Pedro Fassi, que negociara un acuerdo. Los Graiver reclamaban un total aproximado de 155 millones de dólares y un gran número de propiedades. Finalmente, el gobierno y el grupo transaron en 84 millones y unas cuarenta propiedades. En marzo del '86, el Tesoro les pagó el 40 % de esa suma y desde mayo de ese año comenzaron a recibir pagos trimestrales. El 63 % de 10 que recuperaron correspondía a Isidoro y Juan Graiver y a su esposa Eva Citnach. El 37 % restante era del Lidia Papaleo y de su hija María Sol Graiver. En su libro "El crimen de Graiver", Gasparini afirma que Juan e Isidoro Graiver -radicados entonces en España- hicieron un rápido viaje a Suiza en julio del '87 para depositar allí una parte importante de los fondos que habían recibido del Estado argentino. Al mes siguiente, actuando como representantes autorizados de Montoneros, un pastor protestante homosexual con status de refugiado político en Noruega, acompañado por una redactora argentina de la revista pro-guerrillera Triunfar, editada en México, retiraron 400 mil dólares de un banco en Ginebra y los traspasaron a otra entidad. Sería el primero de una serie de pagos - los otros habrían sido mucho menores - de la familia Graiver a los montoneros que mostrarían que la "Operación Mellizas" seguía viva a mas de trece años del secuestro de los hermanos Born. Mientras tanto, como parte de su teoría de los "dos demonios" - uno subversivo y el otro represivo - el presidente Raúl Alfonsín logró que Mario Firmenich fuera detenido en Brasil y extraditado a la argentina, donde la justicia lo condenó a una larga pena de prisión. La cúpula sobreviviente de Montoneros, comenzó su aproximación durante la interna del justicialismo en 1988, después de ser rechazados por los renovadores de Cafiero, según explicó un miembro de la conducción nacional. Como "Peronismo Revolucionario" hicieron campaña por el menemismo y propusieron repatriar fondos que tendrían en Cuba para un programa de reactivación económica basado en la construcción de viviendas populares. Más adelante, ya presidente, Menem incluyó a los dirigentes montoneros en el indulto y Firmenich salió en libertad, algún tiempo después de que Roberto Perdía, Fernando Vaca Narvaja y Rodolfo Galimberti -este último ferozmente enemistado con el resto- regresaran al país. El empresario Mario Rotundo, que fue amigo cercano de Menem durante la primer campaña electoral, participó al menos en tres reuniones en las que se trató el aludido programa económico y la manera de recuperar los fondos montoneros llevados a Cuba. Uno de esos cónclaves fue el 17 de agosto de 1989, en un complejo turístico que Rotundo posee en Corrientes, por el Peronismo revolucionario asistieron Mario Montoto y Pablo Unamuno hijo. La reunión había sido rodeada de secreto, pero el jefe de Inteligencia de la Policía correntina la detectó y debió ser emplazado a mantener el asunto en reserva. El segundo encuentro se habría producido, un mes más tarde, en el despacho presidencial de la casa Rosada y el jefe de gobierno habría manifestado que ya había hablado con el empresario Jorge Born quien se habría comprometido a no entorpecer con reclamos la autorización de los fondos eventualmente recuperados en un programa de desarrollo; según Rotundo, se hablaba entonces de 20 millones de dólares. Pero nada se concretó. En 1989, ya con el presidente Menem en el gobierno, el entonces fiscal del juzgado Federal de San Martín, Juan Martín Romero Victorica, logró que el titular de ese juzgado, Carlos Lutz, embargará bienes de los Graiver por 46 millones de dólares, por considerarlos "verdaderos socios de una asociación subversiva". Comenzó, entonces, una serie de pasos judiciales que convirtieron la cuestión en un complejo galimatías legal, donde lo importante fueron las transacciones económicas -básicamente entre los Graiver y los Born- y molestias prácticas, como allanamientos, para Mario Firmenich. De aquellos años de dramática violencia, tras el indulto, aparentemente sólo queda como secuela legal - y ya prácticamente agotada - una serie de pleitos donde lo importante fueron pactos económicos. Una conclusión triste para una historia con miles de muertos e incontables vidas afectadas.