Es increíble, original ¡fantástico! la cantidad de localidades con nombres llamativos que existen en nuestro país. El primero que me asiste es “Venado Tuerto”, en Santa Fe, fácil de suponer el porqué. Es simpático “Salsipuedes”, en Córdoba, pero me parece que el que lleva la delantera es “Cajón de Ginebra Grande” … ¡sí, sí aunque no lo crea! Doy las razones porque, sinceramente, hasta que por curiosidad casualmente encontré la histria, ni idea tenía de su existencia. “Cajón de Ginebra Grande” es una localidad del departamento Paso de Indios, Provincia del Chubut. Se encuentra sobre la Ruta Nacional 25 a unos 7 km al oeste, de su casi homónima “Cajón de Ginebra Chico”. El paisaje se distingue por el cordón montañoso y un manantial del departamento “Languiñeo”.
Según la historia, entre los años 1880 y 1890, eran comunes los viajes entre los valles 16 de Octubre y el inferior del río Chubut. En uno de esos trayectos, con carros cargados para las viviendas que se estaban levantando en el valle de los Andes, cayó un cajón de ginebra. Con los años, si algo ocurría cerca de allí, se decía que había pasado más acá o más allá del “cajón de ginebra”. Un tiempo después ocurrió otro hecho similar: otro cajón de ginebra, más grande, fue a dar al suelo. Así los parajes pasaron a denominarse, el primero, “Cajón de Ginebra Chico”, y el otro “Cajón de Ginebra Grande”.
La abundante colonia galesa de la región llamaba a la zona “Bocs Gin”, que traducido a nuestro idioma es “Ginebra triste”. En enero de 1897, “Francisco Pietrobelli”, en su recorrido por el territorio del Chubut pasó por este lugar. 11 años después, en 1908, se estableció en la localidad un Almacén de Ramos Generales llamado "Los Mellizos" y, 14 años más tarde, se inauguró la Escuela Nacional N° 64, a la que llegaron asistir unos 20 alumnos de la zona. Con el paso del tiempo, “Cajón de Ginebra Grande” se fue despoblando y actualmente está casi totalmente deshabitado. Se mantienen las calles y algunas construcciones abandonadas. Es lo que habitualmente llamamos un pueblo fantasma.
En la oscura y tensa Europa de 1939, las sombras de la guerra ya se cernían con fuerza. Espías, traiciones y secretos cruzaban fronteras en la penumbra, y en ese mundo incierto, la inteligencia británica buscaba desesperadamente formas de debilitar al régimen nazi. Fue entonces cuando dos experimentados agentes del MI6, Sigismund Payne Best y Richard Henry Stevens, recibieron una noticia intrigante. En la frontera entre Alemania y los Países Bajos, un oficial alemán disidente buscaba negociar la paz con Inglaterra y derrocar a Hitler. La reunión estaba concertada para el 9 de noviembre de ese mismo año en la ciudad fronteriza de Venlo, una localidad holandesa que parecía el lugar perfecto para una operación tan delicada.
Sin embargo, no sabían que estaban caminando directo hacia una trampa letal. La inteligencia nazi había orquestado cada detalle con precisión meticulosa, y Heinrich Himmler, el implacable jefe de la Gestapo, había autorizado la operación con el fin de capturar a estos agentes británicos y conseguir información valiosa. En aquel momento, Best y Stevens eran figuras clave de la inteligencia aliada en Europa, portadores de secretos que podrían comprometer estrategias y nombres cruciales.
Al llegar a Venlo, los británicos esperaban encontrar a oficiales alemanes descontentos que los llevarían a una conversación confidencial, pero en cambio, el destino les deparaba una emboscada. La trampa se desató en un instante: hombres armados de la Gestapo los rodearon y, antes de que pudieran reaccionar, fueron tomados prisioneros. A punta de pistola y en medio de un caos calculado, Best y Stevens fueron obligados a subir a un vehículo que rápidamente cruzó la frontera hacia Alemania. Allí, comenzaron los interrogatorios.
A principios de septiembre de 1939, se organizó una reunión entre Fischer y el agente británico del SIS, el capitán Sigismund Payne Best. Best era un oficial de inteligencia experimentado que trabajaba bajo la cobertura de un hombre de negocios que residía en La Haya con su esposa holandesa.
En las reuniones posteriores participó el mayor Richard Henry Stevens, un agente de inteligencia con menos experiencia que trabajaba de forma encubierta para el SIS británico como oficial de control de pasaportes en La Haya. Para ayudar a Best y Stevens a atravesar las zonas movilizadas holandesas cerca de la frontera con Alemania, el jefe de la inteligencia militar holandesa, el general Johan van Oorschot, reclutó a un joven oficial del ejército holandés, el teniente Dirk Klop. Van Oorschot permitió que Klop asistiera a reuniones encubiertas, pero no pudo participar debido a la neutralidad de su país.
Teniente Dirk Klop
En las primeras reuniones, Fischer llevó a participantes que se hacían pasar por oficiales alemanes que apoyaban un complot contra Hitler y que estaban interesados en establecer condiciones de paz con los Aliados si Hitler era depuesto. Cuando se supo que Fischer había conseguido concertar reuniones con los agentes británicos, el Sturmbannführer Walter Schellenberg, de la sección de inteligencia exterior del Sicherheitsdienst, empezó a asistir a las reuniones. Schellenberg, que se hacía pasar por un "Hauptmann Schämmel", era en aquel momento un agente de confianza de Heinrich Himmler y mantenía estrechos contactos con Reinhard Heydrich durante la operación de Venlo.
En la última reunión entre los agentes británicos del SIS y los oficiales alemanes del SD, celebrada el 8 de noviembre, Schellenberg prometió llevar a un general a la reunión del día siguiente. Sin embargo, los alemanes pusieron fin abruptamente a las conversaciones con el secuestro de Best y Stevens.
Richard H. Stevens (abajo) y Sigismund P. Best (arriba), en 1939
Los nazis encontraron en sus documentos y notas una mina de información sobre las redes de espionaje aliadas y sus operaciones. Las secuelas del incidente de Venlo se sintieron de inmediato: la inteligencia alemana logró debilitar y desbaratar varias células de espionaje británicas en el continente. Pero la Gestapo no se conformó solo con el conocimiento ganado. Al día siguiente, la maquinaria de propaganda nazi se puso en marcha, urgiendo al pueblo alemán y al mundo a creer que la captura de estos agentes confirmaba una conspiración británica para asesinar a Hitler. Fue un recurso perfecto para sembrar desconfianza y presentar al régimen nazi como la víctima de una red global de traición y sabotaje.
Walter Schellenberg
Sin embargo, el verdadero objetivo era mucho más grande y ambicioso: el incidente de Venlo fue uno de los puntos que Alemania utilizó como excusa para justificar la invasión de los Países Bajos en mayo de 1940. Los nazis argumentaron que la neutralidad de los Países Bajos era una fachada, mientras que el gobierno de Londres urdía complots en suelo holandés para asesinar al Führer. Fue una excusa conveniente, aunque absurda, que Hitler utilizó para justificar el avance militar en una Europa que ya comenzaba a ceder a la ferocidad de sus tanques.
Best y Stevens pasaron el resto de la guerra en cautiverio, su misión convertida en un símbolo de la brutalidad de los métodos nazis y un recordatorio de los peligros de operar en un continente plagado de traición y engaños. El incidente de Venlo se convirtió en una de las historias más amargas del espionaje británico en la Segunda Guerra Mundial, una advertencia de que, en un mundo en guerra, incluso los mejores pueden ser presa de la trampa más calculada.
El 19 de octubre próximo se cumplirán 110 años del fallecimiento del general Julio Argentino Roca.
Aquella Argentina de 1843 era bien distinta a la que dejó en 1914. El
epopéyico protagonismo del estadista y militar tucumano había permitido
construir una nación moderna en un desierto en solo una generación.
En años más recientes, el escritor anarquista Osvaldo Bayer
lanzó una campaña facciosa y difamatoria del dos veces presidente de la
República. Su despiadada crítica al rol que le cupo en la ocupación del
espacio territorial argentino soslaya los méritos respecto de la ley 1420 de enseñanza primaria obligatoria y gratuita de quien fuera también el fundador de las primeras escuelas industriales, el que hizo llegar el ferrocarril a San Juan o a la quebrada de Humahuaca e iniciado las obras para llegar tanto a La Paz, Bolivia, como a Neuquén. Omite también que se trata del presidente que evitó la guerra con Chile por cuestiones limítrofes, generó los derechos argentinos en la Antártida
con la base en las Islas Orcadas, proyectó el Código del Trabajo y creó
las primeras cajas de jubilaciones. Nos referimos también al presidente
cuyo canciller, Luis María Drago, fijó un hito en la
historia diplomática argentina con la doctrina que lleva su nombre,
estableciendo que las deudas de un país no podían ser reclamadas por la
fuerza militar. Fue quien hizo construir la primera flota de mar de nuestra marina de guerra
y modernizó al ejército con la Escuela de Guerra y el servicio militar.
El mismo presidente que inició las obras del puerto de Buenos Aires y
nombró primer intendente a Torcuato de Alvear, responsable de la transformación urbana de la Ciudad de Buenos Aires.
El general Roca no decapitó a ningún indio como con ligereza y llamativo desconocimiento afirmó el papa Francisco.
De hecho, en los combates en los que triunfó terminó con los
degollamientos, que eran práctica común en esas guerras civiles
fratricidas. Episodios aislados de violencia de alguna fracción de sus
columnas fueron inevitables como en cualquier acción de guerra.
Roca
planeó y ejecutó la operación militar para que la jurisdicción del
Estado nacional llegara a sus límites territoriales, abriendo la
posibilidad de transitar con seguridad. Pocos recuerdan que hasta 1880
la ruta nacional 8, desde Pergamino a Villa Mercedes, era intransitable
por los peligros de malones; o que recién con la inauguración del
ferrocarril Rosario-Córdoba, en 1870, se pudo viajar sin riesgos entre
ambas ciudades.
Ya el virrey Vértiz
había planeado llevar la frontera hasta el río Negro, algo que por
falta de recursos y escasa población era poco viable. En la Patagonia,
más precisamente en Neuquén, intentos de instalar misiones jesuíticas en
los siglos XVII y XVIII concluyeron con el incendio de las capillas y
el asesinato de sacerdotes como el padre Nicolás Mascardi.
La
guerra de la independencia trajo la violencia indígena desde Chile a
nuestras Pampas por la alianza de oficiales españoles con tribus
araucanas. Al grito de ¡Viva Fernando VII! pueblos como Pergamino, Salto
y Rojas fueron asaltados en 1820. Las disputas entre tribus trasandinas
y las que estaban asentadas de este lado de la cordillera tuvieron a
los tehuelches como principales víctimas.
El general Roca no decapitó a ningún indio como con ligereza y llamativo desconocimiento afirmó el papa Francisco
Terminar
con los ataques a las poblaciones y permitir el transporte de personas y
mercaderías era una necesidad impostergable, tanto como evitar que las
tierras al sur del río Colorado fueron ocupadas por potencias
extranjeras cuando en Europa se repartían el mundo, sin olvidar las
pretensiones de Chile.
En 1867, durante la presidencia de Bartolomé Mitre,
el Congreso aprobó por ley 215 avanzar la frontera hasta el río Negro.
La guerra de Entre Ríos –desatada por el asesinato del general Justo José de Urquiza– obligaría a desviar tropas y a afrontar los gastos por ese conflicto.
En
1872, en la batalla de San Carlos, localidad cercana a la ciudad de
Bolívar, se enfrentaron dos mil soldados –la mitad eran indios– contra
cinco mil lanzas de Calfucurá, quien termina derrotado.
Poco antes, este cacique había llegado con sus malones a doscientos
kilómetros de la ciudad de Buenos Aires.
En algunas de esas incursiones hubo saqueos como el del llamado Malón Grande, ya dirigido por Namuncurá;
unas 200 mil cabezas de ganado fueron arreadas para su comercialización
en Chile. Se llevaran también cautivos y cautivas para el servicio en
las tolderías o la venta.
En el gobierno de Nicolás Avellaneda, el ministro de Guerra, Adolfo Alsina,
estableció un plan de avance paulatino, reforzando la frontera con más
fortines y cavándose una zanja a lo ancho de la provincia de Buenos
Aires conocida por su nombre, precisamente para dificultar los
movimientos de ganado por parte de los malones, y respondiendo al pedido
de colonos que poblarían las cercanías de la línea.
Al
fallecimiento de Alsina, ocurrido en 1878, asumió el ministerio el
general Roca quien propuso una campaña a lo largo de toda la frontera
que iba desde el Atlántico hasta los Andes, llegando hasta el río Negro.
El Congreso aprobó este plan y su financiación mediante la venta de
hasta cuatro millones de hectáreas de las tierras a ganar con el avance.
Pocos
recuerdan que hasta 1880 la ruta nacional 8, desde Pergamino a Villa
Mercedes, era intransitable por los peligros de malones
Cabe
destacar que, de los cinco mil hombres que integraban las distintas
columnas, alrededor de mil eran soldados indígenas. Las bajas
contabilizaron 1240 indios, una tercera parte de los muertos en la
campaña de Rosas en 1833. La frontera no constituía una barrera
infranqueable, como evidenciaron las guerras civiles en las que tribus
indígenas participaban en ambos bandos y ofrecían refugio a los
vencidos, tal el caso de los oficiales unitarios Manuel Baigorria y los hermanos Saá.
La
columna con la que Roca marchó desde Azul, pueblo que era punta de
rieles en el sur, hasta el río Negro, iba acompañada con científicos y
sacerdotes. Esta obra de evangelización se consolidará en la primera
presidencia del general Roca con la instalación de la orden salesiana en
aquellos territorios, con Ceferino Namuncurá como uno de los primeros alumnos.
Manuel Namuncurá, su padre, recibió ocho leguas. No fue el único. Los Ancalao,
tribu de origen Boroga a la que se enfrentó Calfucurá al poco tiempo de
ingresar a la provincia de Buenos Aires proveniente de Chile,
colaboraron con el gobierno nacional en la defensa de Bahía Blanca y
recibieron en Norquinco 114 mil hectáreas. Para Nahuelquin, quien ayudó al perito Moreno
en la demarcación de los límites con Chile en Cuyame, fueron 125 mil
hectáreas. La política de conceder tierras a caciques para que se
integraran a la sociedad benefició a Coliqueo con Los
Toldos y a otros que se asentaron en Azul y en 25 de Mayo. Evitar los
guetos contribuiría con el tiempo a conformar el pueblo de la nación
integrando a todos, indios, criollos e inmigrantes.
Personas de distintas filiaciones intelectuales y políticas, como Arturo Frondizi, Arturo Jauretche, Jorge Abelardo Ramos y Oscar Alende,
reconocieron la obra de Roca, que en su primera presidencia abarcó la
totalidad del sur argentino hasta las islas cercanas a Tierra del Fuego y
que emprenderá la ocupación del Chaco, inmensos territorios que hasta
entonces solo habían sido nominalmente argentinos, procediéndose a su
organización institucional con la ley de territorios nacionales
promulgada en su primera presidencia. La paz, el orden y la libertad fueron para Roca piezas clave que, acompañadas de un intenso activismo legislativo digno de ser imitado, condujeron al afianzamiento soberano del territorio de la República
y a su integración mediante una amplia infraestructura, todo lo cual
promovió la llegada de inmigrantes e inversiones extranjeras.
El presente nos demanda reeditar muchos de aquellos logros. El legado de Roca conserva hoy gran parte de su vigencia.