domingo, 10 de enero de 2016

Guerra del Pacífico: La batalla de Arica



La batalla de Arica 

Junio de 1880 


1. Antecedentes 
La victoria peruana en Tarapacá no cambió los resultados estratégicos de la invasión chilena y el I Ejército del Sur, por una serie de circunstancias, se vió en la imperiosa necesidad de emprender la retirada hacia la ciudad de Arica. La difícil marcha sobre áridos desiertos duraría veinte días, pero finalmente, el 18 de diciembre, el general Buendía arribó a su destino con un total de 3,416 hombres, incorporándose luego 634 dispersos. 

Consolidada la ocupación de la provincia de Tarapacá, el ejército chileno emprendió la segunda fase de la guerra terrestre, que denominaría Campaña de Tacna, la cual se desarrollaría en un vasto escenario que abarcaba los límites de los ríos Ilo y Moquegua por el norte y los ríos Azapa y Azufre por el sur. 

Los peruanos aun controlaban esa región a través del I y el II Ejército del Sur, dividido entre Arica y Arequipa, mientras que los bolivianos guarnecían el departamento de Tacna. Sin embargo, los aliados, faltos de armamento y provisiones, no estaban aptos para sostener una campaña tan difícil como la que se avecindaba. Los chilenos, por el contrario, se fueron revitalizado con refuerzos y con el buen servicio de abastecimientos proporcionado por su escuadra. 

A inicios de 1880 el comando militar chileno aprobó un nuevo plan de operaciones para sus fuerzas expedicionarias. El plan contemplaba invadir los territorios al norte de Pisagua, es decir las localidades de Ilo, Pacocha e Islay, con objeto de aislar Tacna del resto del Perú y posteriormente atacar y ocupar dicho departamento. En consecuencia, el alto mando chileno concentró veinte transportes en Pisagua y el 24 de febrero de 1880, frente a la bahía de Pacocha, en Moquegua, al norte de Arica, desembarcó un ejército de doce mil hombres. Asumió el mando de aquel ejército el general de brigada Manuel Baquedano, asistido por el coronel José Velázquez como su jefe de Estado Mayor y otros oficiales de primer nivel. La autoridad política se veía encarnada con la presencia activa del ministro de guerra en campaña, Rafael Sotomayor. Sin embargo, el plan, que había sido estudiado hasta el detalle, ignoraba la presencia de Arica como una posición intermedia pero crucial. 

En abril de 1879, iniciado el conflicto, el Presidente peruano Mariano Prado, había decidido, por razones estratégicas, convertir a Arica, próspera ciudad sureña de 3,000 habitantes y muy cercana de territorio chileno y de las salitreras, en el segundo puerto artillado de importancia del Perú y en su cuartel general. El puerto, ubicado a 65 kilómetros al sur de Tacna, había sido fundado en tiempos de la colonia española y siempre estuvo fortificado, ya que desde fines del siglo XVI por allí se embarcaba la plata proveniente de las ricas minas de Potosí. Cuando Prado abandonó el teatro de operaciones del sur, el mando de la posición recayó en el contralmirante Montero, quien a su vez, en cumplimiento de órdenes superiores, relevó al general Buendía por errores cometidos durante la campaña, asumiendo el comando del I Ejército del Sur. 

Los trabajos defensivos de la plaza fueron encomendados a dos militares y a un civil, el ingeniero Teodoro Elmore. El grupo trabajaría con dedicación pero no alcanzaría los resultados esperados por falta de recursos (1). 

El Estado Mayor General y el I Ejército del Sur permanecieron cerca de cuatro meses en Arica hasta que en los primeros días de abril de 1880 el contralmirante Montero, enterado de los planes chilenos, se dirigió hacia el norte para unirse con las fuerzas bolivianas en Tacna, lugar que se presentaba como el nuevo frente de guerra. El adversario ahora ocupaba la ciudad de Moquegua así como el estratégico paso de Los Angeles, posición situada entre Moquegua y Torata. 

Montero dejó en Arica una pequeña guarnición de guardias nacionales que estaba al mando de un oficial naval, don Camilo Carrillo, pero como aquel debió dejar su puesto por razones de enfermedad, el comando recayó en un viejo oficial retirado, adicto a la ordenanza y muy patriota, cuyo nombre, en aquellos momentos, no decía mucho: Francisco Bolognesi, un coronel de 64 años de edad, solemne, de baja estatura y muy acabado para su edad. Las tensiones propias del conflicto habían menguado su físico. Ojeras pronunciadas, cabello cano y blanca barba, eran el marco de un hombre cansado pero de espíritu combativo, quien había participado valientemente en las batallas de San Francisco y Tarapacá. Sobre su actuación en esta última acción, el Parte Oficial del coronel Belisario Suárez, jefe de Estado Mayor del I Ejército del Sur señaló: 


“El señor comandante general don Francisco Bolognesi, estuvo a la altura de esos soldados que caracterizaron a aquellos, cuya presencia en las filas enemigas hacía rendir banderas” 

Por su parte, el historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna escribió: 


“Su designación, bajo el punto de vista militar, había sido, por tanto, perfectamente acertada”. 

Tan pronto recibió el comando de Arica, Bolognesi dispuso intensificar los trabajos defensivos, pues pese a que el lugar era de particular importancia estratégica, aún persistía el problema de que no se le había equipado convenientemente para encarar el muy viable escenario de un ataque por tierra. Por lo expuesto, jamás llegó a ser la fortaleza inexpugnable que han presentado los historiadores chilenos –que llegaron a llamarla el Gibraltar de América- pero tampoco estaba desguarnecida como pretenden algunos historiadores peruanos. Arica no era una posición militar sólida, pero gracias a las obras realizadas ostentaba algunos dispositivos disuasivos importantes. Por mar, bloqueada como se encontraba por la escuadra chilena, si era impenetrable y si bien al inicio de la guerra las defensas habían sido orientadas especialmente para resistir un ataque de artillería naval, en los meses subsiguientes se fueron adoptando las previsiones para contener un eventual asalto de infantería, siempre teniendo en cuenta las difíciles condiciones del terreno y la gran extensión de las aéreas a defender. 

2. Las defensas de la plaza 

En la cumbre del morro, que era una plaza natural, de unos 10,000 metros cuadrados de extensión y 260 metros de altura, los peruanos habían construido frágiles cuarteles y colocado nueve cañones para defender el avance de la escuadra. Estos eran conocidos como las Baterías del Morro, divididas a su vez en Batería Alta y Batería Baja. El arma fundamental eran los cañones Vavausser de avancarga, de 9 pulgadas de calibre, peso de munición 250 libras y alcance nominal de 4,300 metros, construidos en Gran Bretaña en 1867. Los otros modelos empleados eran Parrots y Voruz de diferente calibre. La Batería Alta contaba con un Vavausser, dos Parrot de 100 mm y dos Voruz de 70 mm. La Batería Baja disponía de cuatro Voruz de 70 mm. Asimismo, para defender la rada, se habían colocado fuertes artillados en el flanco norte, considerado como él más bajo de la plaza. Estos fuertes eran el Santa Rosa y el Dos de Mayo, armados cada cual con un Vavausser, y el San José, provisto de un Vavausser y un Parrot de 100 mm. Bajo cada uno de los cañones, protegidos por muros de barro, reforzados y solidificados con césped, yacían cinco quintales de dinamita para hacerlos volar en caso de que el enemigo tomase las posiciones. Como característica particular, el Vavausser del fuerte Dos de Mayo poseía una base circular que le permitía disparar indistintamente hacia el mar o al valle de Chacalluta. 

El sector este de Arica, es decir el segundo flanco de defensa, ubicado en la parte alta y escarpada de la zona, contaba con un total de siete cañones y era defendido por dos fortines, llamados Este y Ciudadela. El último era un reducto cuadrado, fosado por los lados y sus muros estaban construidos por sacos de arena solidificados por la humedad y el césped. Su defensa estaba constituida por tres cañones -dos Parrot de 100 mm y un Voruz de 70 mm- y un conjunto de casamatas con mechas de tiempo e hilos eléctricos. 

El fortín Este se ubicaba a 800 metros al sudeste del Ciudadela. Era también cuadrado y fosado e igualmente protegido por sacos de arena. Sus dos cañones Voruz de 100 mm eran estáticos, y según la orientación podían disparar bien hacia el mar o hacia el valle del Azapa. Detrás del fuerte Este se levantaban un total de 18 reductos y trincheras unidas entre sí. Más atrás se ubicaba Cerro Gordo, y tras él, la ciudad de Arica. 

En total la plaza estaba protegida por diecinueve cañones de tierra. Contaba adicionalmente con dos potentes cañones Dahlgren de 15 pulgadas, pertenecientes al monitor clase Canonicus Manco Capac, inmovilizado hacía más de un año en la rada del puerto. Si bien los gruesos calibres daban la superioridad artillera a los peruanos, su lentitud de recarga y la perdida de la posición de disparo después del tiro los harían ineficaces ante los cañones de retrocarga chilenos, que podían disparar hasta ocho tiros por minuto contra un tiro cada cinco minutos de los peruanos. 

Además de las baterías, la considerable cantidad de dinamita y el sistema eléctrico de minas, constituían el principal obstáculo para contener un asalto (3). 

Sobre el papel, la fuerza defensiva de Arica, incluyendo al personal naval del Manco Capac, ayudantía y comisariato, bordeaba los 1,700 hombres. Sin embargo, excluida la marina y la ayudantía, alrededor de 1,450 soldados, en su mayoría noveles guardias nacionales, estaban en capacidad de hacer frente a un ataque terrestre. La tropa estaba agrupada en dos divisiones, que en términos reales no lo eran por ser muy reducidas en número. La Octava División estaba compuesta apenas por dos batallones: El Iquique, con 310 hombres y el Tarapacá, con 219, un total de 529. Sus integrantes si eran soldados fogueados en combate al haber participado en la campaña del sur y su misión era defender los fuertes ubicados al norte de Arica, lugar que era considerado como el más probable para un ataque enemigo. La Séptima División por su parte, más numerosa aunque conformada casi en su mayoría por voluntarios, tenía tres batallones: Granaderos de Tacna y el Cazadores de Piérola, que sumaban unos 580 hombres, responsables de la defensa del fuerte Ciudadela y el Artesanos de Tacna, con 380 soldados, que defendía el fuerte Este. En total, 960 efectivos. La dotación del monitor Manco Capac ascendía a 100 hombres. La tropa estaba uniformada con traje de bayeta blanca, y armada indistintamente con fusiles Peabody, Remingtons y Chassepots. También poseía carabinas Evans, Winchesters, Chassepots antiguos, el Chassepot reformado conocido como “rifle peruano” y Comblains. No contaba con un tipo unificado de fusil, lo que dificultaba la distribución de munición y que los oficiales instruyeran a la tropa sobre un manejo uniforme. 

Varios de los oficiales de la plana mayor pertenecían al ejército regular del Perú y algunos como el coronel Bolognesi estaban ya retirados, pero un buen número eran civiles asimilados voluntariamente a quienes se había otorgado rango militar. El coronel José Joaquín Inclán, comandante de la Séptima División, era un veterano militar profesional, mientras que los coroneles Alfonso Ugarte, comandante de la Octava División, Ramón Zavala, jefe del batallón Tarapacá y el ciudadano argentino Roque Sáenz Peña, jefe del batallón Iquique, eran civiles jóvenes, algunos de fortuna, que se habían incorporado voluntariamente al ejército y recibieron grados militares. Alfonso Ugarte y Ramón Zavala por ejemplo, eran ricos salitreros que armaron y equiparon sus batallones con recursos propios. 



Tropas asaltantes chilenas

Inicio de las hostilidades 
El 27 de febrero de 1880, varias naves de combate chilenas atacaron Arica por mar. Las baterías peruanas respondieron los fuegos y alcanzaron cinco veces al blindado Huáscar, removiendo los remaches y planchas de su coraza. Luego, mientras el Huáscar se acercaba para neutralizar un tren de tropas de refuerzo, otra granada peruana impactó en uno de sus cañones de babor matando a seis tripulantes e hiriendo a otros catorce. Poco después el monitor Manco Capac salió de la rada y uno de sus proyectiles volvió a dar en el porfiado Huáscar, matando a su nuevo comandante, Manuel Thomson. 

Las acciones navales continuaron en marzo, cuando el día 15 el Huáscar y el Cochrane volvieron a bombardear Arica. La defensa peruana con sus naves y baterías de tierra fue impecable. El Cochrane recibió seis cañonazos, cuatro de los cuales le causaron daños de consideración, mientras que el Huáscar asimiló cuatro impactos, debiendo retirarse del combate para reparar sus maquinas. 

El 17 de marzo, la corbeta peruana Unión logró romper el bloqueo impuesto sobre Arica, trayendo consigo provisiones y municiones, una lancha torpedera –la Alianza- para la defensa de la rada, así como a la dotación que perteneciera al blindado Independencia. Entre aquellos hombres se encontraba Juan Guillermo Moore, quien fuera el capitán de aquella nave perdida en Punta Gruesa el 21 de Mayo de 1879. Los chilenos sólo comprendieron lo que había ocurrido a primera luz del día, cuando observaron a la Unión descargando suministros. 

En poco tiempo El Huáscar, el Matías Cousiño, el Loa el Cochrane y el Amazonas atacaron con intención de destruir a la corbeta, la cual, no obstante sufrir algunas bajas y graves daños como la destrucción del puente de mando, los botes salvavidas y los suministros de carbón, en horas de la tarde logró levar anclas, se desplazó hacia la isla del Alacrán y emprendió rumbo al sur, eludiendo por segunda vez consecutiva el bloqueo chileno mediante las maniobras más increíbles. 

Bolognesi dispuso que los hombres de la Independencia, unos 200, sirvieran en las Baterías del Morro. Con ellos el número de defensores se incrementó a 1,650. El comandante Moore fue puesto al mando de las mismas. Su caso era muy particular; hijo de padre británico y madre peruana, fue al inicio de la guerra skipper del entonces considerado más poderoso blindado de la escuadra, que en tonelaje superaba al célebre Huáscar. Sin embargo, había encallado su nave al pretender cazar a la goleta chilena Covadonga en Punta Gruesa. La pérdida de la nave apenas a un mes de iniciada la guerra, fue catastrófica para el Perú. Moore cayó en desgracia y presa de una crisis depresiva estuvo a punto de suicidarse. Alejado de todo puesto de comando en la marina y en el anhelo de expiar su fatal error, el atormentado oficial buscó ser destacado a un puesto de riesgo como Arica, donde mostró gran entusiasmo y coraje, que reafirmaría al momento de decidirse la resistencia de la plaza. 

Dos meses después, el 27 de mayo, luego de la batalla del Alto de la Alianza, que sería hasta entonces la acción de armas más trascendental y de mayor envergadura de la guerra, los victoriosos chilenos procedieron a ocupar la ciudad de Tacna. De este modo el ejército del Mapocho cumplió con el objetivo trazado, logró una continuidad territorial entre su país y el departamento de Moquegua, y virtualmente consolidó la ocupación de todo el sur del Perú, desde el río Moquegua por el norte y Tarata por el este. 

Sin embargo, aún persistía el escollo de Arica, que una vez concluida la batalla se mostró en su verdadera magnitud. En aquel lugar, el destacamento al mando de Bolognesi sostenía el que había pasado a convertirse en el último reducto peruano en la región y en el enclave que interrumpía la continuidad geográfica entre el territorio ocupado y el chileno e impedía la comunicación entre el ejército y la escuadra que bloqueaba la plaza peruana. 

Ese mismo día, el nuevo ministro de guerra en campaña de Chile, José Francisco Vergara, envió desde Iquique una comunicación al ministro de guerra en Santiago, dando cuenta de la situación tras la batalla del Alto de la Alianza. En el referido telegrama, Vergara expresó: 


“... Si Campero y Montero se rehacen en el pie de la cordillera donde tienen posiciones casi inexpugnables y sí, como me informó el coronel Urrutia había en Moquegua 1,500 hombres, mientras no tomemos Arica nuestra situación se hace crítica porque con la posesión de Tacna no adelantamos mucho y nuestros aprovisionamientos por Ilo e Ite principiarán a correr riesgo. La resistencia de Arica depende de la entereza del jefe de la plaza, que si es de buen temple nos puede resistir muchos días. Por los informes recogidos se sabe que tienen algunos hombres y desde el mar se ve alguna caballería...” 

Consolidada la ocupación de Tacna, el Estado Mayor chileno consideró fundamental obtener una salida necesaria hacia la costa, separados como estaban por decenas de kilómetros de desierto, faltos de alimentos y con las tropas esparcidas por caseríos y pueblos. La idea era ocupar de inmediato esa plaza con el fin de dominar por completo el teatro de operaciones y desalojar a los peruanos de su último baluarte en la región. La salida al mar por Arica se hacía imprescindible para recobrar la línea de comunicaciones y adelantar al norte la base de operaciones de Pisagua, rompiendo de paso, el enlace entre las fuerzas aliadas. Por otra parte, el escenario en el bando aliado era el más desolador. Tras el catastrófico revés militar del Alto de la Alianza, el ejército regular peruano había cesado de existir como una fuerza operativa, las desmoralizadas tropas bolivianas se retiraron para siempre hacia el altiplano y la guarnición de Arica quedó aislada y rodeada por mar y tierra. 

Al conocer de la derrota en Tacna, Bolognesi y sus oficiales anticiparon, acertadamente, que el siguiente movimiento del ejército chileno sería atacarlos, aunque ignoraban que se habían quedado solos y sin posibilidad de refuerzos, pues las tropas del contralmirante Montero se dirigían hacia Arequipa a reorganizarse, en vez de retornar a Arica como al parecer había sido previamente acordado (4). 


3. Las comunicaciones de la plaza 
Todo indica que al principio los oficiales de Arica no comprendieron la real magnitud de la derrota de Tacna. Tampoco tuvieron conocimiento del desbande del ejército peruano ni de la deserción del boliviano, lo que se explica por el hecho que las comunicaciones enviadas solicitando información jamás fueron contestadas y que los únicos datos disponibles provenían de soldados dispersos incapaces de dar un panorama real de la situación. Aún así, aunque presas de incertidumbre, los oficiales eran conscientes que debían mantener aquella posición a la cual asignaban, y no sin razón, un gran valor estratégico (5). 

El contenido del primero de los telegramas de Arica, suscrito por su jefe de Estado Mayor, coronel Manuel C. La Torre sustenta lo afirmado: 


“Arica, 26 de mayo. Señor general Montero, Pachía.- Dice el coronel Bolognesi que aquí sucumbiremos todos antes de entregar Arica. Háganos propios. Comuníquenos órdenes y noticias del ejército y de los auxilios de Moquegua”. 

Frente a las circunstancias poco claras Bolognesi vislumbró dos posibles escenarios a encarar en los próximos días. El primero, habría sugerido un plan de operaciones mediante el cual el ejército chileno avanzaría desde Tacna hacia Arica, en cuyo proceso Montero o el II Ejército del Sur lo hostilizarían por los flancos. Esto obligaría a los chilenos a batirse en retirada, encontrándose con la guarnición de Arica, donde serían derrotados. El segundo, pudo basarse en la siguiente hipótesis: El ejército chileno sitiaría la plaza o la atacaría; la guarnición resistiría con todos los recursos a su disposición, causando bajas y agotando al adversario y tropas peruanas en avance sobre Arica sorprenderían al diezmado ejército chileno. La idea, en consecuencia, habría sido intentar mantener la posición hasta que llegasen las fuerzas que con tanta insistencia Bolognesi solicitaría en sus mensajes. 

Sin embargo la posible estrategia de formar un triángulo de fuerzas peruanas fracasaría. Como el contralmirante Montero jamás pensó en retornar hacia Arica, y dio el puerto por perdido, era imposible que flanqueara al enemigo como lo suponía la primera hipótesis. La destrucción del telégrafo de Tacna le impidió informar a Bolognesi de su decisión. En todo caso, ambos escenarios sustentan el hecho de porqué Bolognesi desplegó sus esfuerzos en reforzar las defensas en el área norte, colocando ahí a la más fogueada y disciplinada Octava División, al considerar que los chilenos aparecerían por ese lugar ante el supuesto empuje de las tropas peruanas. En la mañana del 27 de mayo, Bolognesi despachó al coronel Segundo Leiva, jefe del II Ejército del Sur, por intermedio del prefecto Orbegoso de Arequipa, el primer mensaje de una serie que no tendrían respuesta. 


“Esfuerzo Inútil, Tacna ocupada por el enemigo. Nada oficial recibido. Arica se sostendrá muchos días y se salvará perdiendo enemigo si Leiva jaquea, aproximándose a Sama y se une con nosotros”. 

Dentro de esta difícil situación, ante falta de instrucciones precisas, pero teniendo en cuenta ordenes impartidas por Montero dos días antes de la batalla del Alto de la Alianza, la noche del 28 de mayo los peruanos celebraron un consejo de guerra, en el cual todos los oficiales -con una sola excepción- acordaron resistir y aprobaron el plan de defensa. Cada uno de ellos quedó pues resuelto al sacrificio. El coronel Agustín Belaúnde, un decidido pierolista arequipeño a quien se otorgó rango militar y el cargo de primer jefe del batallón Cazadores de Piérola no sólo fue la voz discordante en el referido consejo, sino que poco después desertó y con él arrastró a algunos oficiales de su entorno, evadiendo la batalla (6). 

Para esa fecha la guarnición ya había quedado totalmente aislada de los remanentes del ejército peruano, pero aun mantenía comunicaciones por telégrafo con la prefectura de Arequipa y todavía le era posible un repliegue a otras áreas. A efecto de frenar el previsible avance chileno, Bolognesi ordenó al ingeniero Teodoro Elmore que destruyera el puente Molle, cerca a Tacna, y que hiciera lo propio con el puente de Chacalluta, los terraplenes cercanos a la estación de Hospicio y la línea férrea que comunicaba con Tacna. Un documento que puede dar idea del desconcierto con respecto a Arica lo constituye la carta dirigida desde Tarata por el prefecto de Tacna, Pedro A. del Solar al Director Supremo Nicolás de Piérola, con fecha 31 de mayo, es decir siete días antes de la batalla, donde escribió: 


“Nada sabemos hasta ahora de Arica, pero su perdida es inevitable” 

En aquellos momentos Arica venía sufriendo además el bloqueo naval por parte de las naves Cochrane, Covadonga, Magallanes y Loa, aunque desde el combate del 15 de marzo no se había vuelto a repetir un cruce de fuego entre la escuadra chilena y las defensas. Aquellos hechos no hicieron sino confirmar que Arica era impenetrable por mar y que los barcos de guerra sólo podían limitarse a aislar las comunicaciones marítimas y dar apoyo de artillería ante un ataque de sus ejércitos. Pero el bloqueo no afectaba en mucho la vida en Arica, habido cuenta del aprovisionamiento natural proveniente de los valles del Azapa y Chacalluta. 

El 28 de mayo el general Manuel Baquedano, ordenó una avanzada de reconocimiento de caballería sobre Arica, compuesta por cincuenta Carabineros de Yungay al mando del capitán Juan de Dios Dinator, la cual llegó hasta la estación de Hospicio y la ocupó. Asimismo, dispuso que los oficiales del batallón de ingenieros militares tomaran posesión de la estación del ferrocarril y avanzaran hacia los puentes del Molle y de Chacalluta. Ambos puentes y los terraplenes del ferrocarril destruidos previamente por Elmore, fueron reparados el primero de junio por los pontoneros chilenos. El dos de junio, en coordinación con el ministro de guerra en campaña, Baquedano ordenó movilizar las tropas de reserva que no combatieron en el Alto de la Alianza más algunos cuerpos de elite y marchar hacia Arica para capturarla. Aquella fuerza quedó compuesta de la siguiente forma: 

INFANTERIA Regimiento Buin 1º de Línea (885 hombres); Regimiento 3º de Línea (1053); Regimiento 4º de Línea (941); Regimiento Lautaro (1000). 

CABALLERIA Batallón Bulnes (400); Carabineros de Yungay (300); Cazadores a Caballo(300). 

ARTILLERIA 1 brigada (500 hombres) 

Total de combatientes: 5,379 efectivos 

La artillería de campaña constaba de 28 cañones y 2 ametralladoras. Si al total de efectivos militares se agregaban los zapadores, pontoneros y auxiliares, podría concluirse que la fuerza que marchó sobre Arica bordeaba los 6,000 efectivos (7). 

Los regimientos de infantería estaban integrados por fornidos ex obreros salitreros, de notoria fortaleza física y conocedores del terreno, quienes se encontraban ansiosos de entrar en combate. 

La inteligente estrategia de Baquedano, contemplaba avanzar rodeando la cordillera, de manera tal que sus fuerzas aparecieran sobre el valle de Chacalluta y no por el norte, como esperaban los oficiales peruanos. Paulatinamente, éstas fuerzas iniciaron el avance de 65 kilómetros desde sus posiciones en Tacna hasta apostarse al norte del río Lluta, dónde sitiaron el objetivo. 

El inicio del drama 

El dos de junio, un destacamento de caballería chilena al mando del mayor Vargas Pinochet capturó al ingeniero Elmore y a su ayudante, el teniente Pedro Ureta, cuando emprendían una arriesgada acción de sabotaje con minas eléctricas. Ureta, víctima de sus heridas, murió posteriormente y Elmore, que por su condición de civil estuvo a punto de ser fusilado en el lugar, fue llevado a interrogatorio. 

Desde sus posiciones de avanzada los peruanos observaron la llegada del enemigo, aún aguardando los refuerzos y con la esperanza que se concretaría alguno de los escenarios señalado en páginas precedentes. Sin embargo ni las fuerzas de Montero ni las de Leiva avanzarían hacia Arica. Corolarios de la tragedia, las decisiones adoptadas por sus respectivos comandantes constituyeron la sentencia de muerte de la plaza. Bolognesi por cierto ignoraba lo que ocurría e insistía en solicitar órdenes e información, elementos fundamentales para la suerte de la plaza. En tales condiciones dirigió a Montero un telegrama que no hacía sino reflejar la total incomunicación de la guarnición: 


“He hecho a US, cuatro propios, sin que ninguno haya regresado con su contestación. No he recibido dato ni orden oficial de usted, de manera que me encuentro a oscuras. Necesito usted me comunique el estado de su ejército, su posición, sus determinaciones y planes, y sobre todo, sus órdenes. Arica resistirá hasta el último y creo seguirá su salvación si usted, con el resto del ejército o unido a las fuerzas de Leiva, jaquea en Tacna o en Sama o Pachía o hace esfuerzo para unirse con nosotros. Tenemos víveres. Necesito urgentemente clave telegráfica. Sólo han llegado cinco dispersos. Camino férreo inutilizado. Todo listo para combatir. Dios guarde a usted”. 

El contralmirante Montero al frente de los restos del I Ejército del Sur, había organizado en las breñas de Tarata un consejo de guerra para decidir las acciones a adoptar. Este consejo, resolvió por unanimidad proseguir la marcha hacia Arequipa vía Puno. La única excepción fue la del coronel Andrés Avelino Cáceres quien insistió ante Montero bajar hacia Arica y socorrer a Bolognesi. En clara minoría, los intentos del futuro “Brujo de los Andes” fueron vanos (8). 

Por su parte, Leiva había dispuesto que el II Ejército del Sur se alejara de Sama y marchase hacia la cordillera supuestamente para ponerse en contacto con los dispersos de Tacna y recoger armas y municiones. Lo que en realidad hizo fue emprender una serie de patéticas marchas y contramarchas que culminarían con el regreso de sus tropas a Arequipa. El dos de junio Leiva acampó en Mirave, más lejos aún del teatro de operaciones. De ahí envió un telegrama a Montero solicitando noticias. Al no recibirlas, regresó a Tarata. La fuerza del II Ejército del Sur que dirigía Leiva en aquellos momentos estaba conformada por los batallones Legión Peruana de la 3ra División (500 hombres), el Huancané (535 efectivos), 2 de Mayo y Apurimac; las columnas Grau y Mollendo; una batería de 107 efectivos compuesta por dos cañones de 4 pulgadas y dos de 9 pulgadas; dos ametralladoras; y, un escuadrón de caballería. Para tener una mejor idea de la composición de este ejército, entre sus comandantes se encontraba el tristemente célebre Marcelino Gutiérrez, único sobreviviente del clan de los coroneles Gutiérrez, cuyos tres hermanos, fueron linchados por el pueblo a raíz de una asonada golpista que en 1872 costó la vida al presidente constitucional José Balta. 

Luego de que los vigías de Arica comunicaron los desplazamientos de las fuerzas chilenas en Chacalluta el coronel Bolognesi envió un nuevo mensaje al prefecto de Arequipa: 


“Toda caballería enemiga en Chacalluta. Compone ferrocarril. No posible comunicar Campero. Sitio o ataque resistiremos”. 

Era evidente que el comando de Arica también ignoraba que las fuerzas bolivianas habían retornado al altiplano. La lejana pero viable posibilidad de que los remanentes del ejército boliviano comandado por el general Narciso Campero de algún modo hubieran asistido a la guarnición, también se esfumaron. Respondiendo a una comunicación del coronel Leiva fechada 31 de mayo, en la que éste solicitaba instrucciones, Campero expresó que después del desastre del 26 se había visto obligado a retirarse a Bolivia con el resto de su ejército, que había cesado en sus funciones como comandante de los ejércitos al sur del Perú y que por tanto Leiva debía obrar de acuerdo a instrucciones provenientes de Lima. Luego señaló con equivocado criterio: 


“En mi concepto, el enemigo aprovechando el triunfo obtenido el 26, se propondrá como inmediato objetivo la toma de Lima o Arequipa; en ésta segunda hipótesis, debe Ud. tomar todas las medidas que crea convenientes para defender esa ciudad” 

El general boliviano no tomó en cuenta la dramática situación de Arica, sea por desconocimiento o porque su preocupación natural ahora se centraba en cerrar al ejército chileno la posible entrada a su país. El valiente desempeño de los batallones Colorados y Amarillos del Sucre, este último integrado por soldados quechuas, así como el galante comportamiento en combate de distinguidos oficiales como el propio Campero, Eliodoro Camacho y José Joaquín Pérez, atenuó los errores, deserciones y la poca motivación de un ejército liderado por un Presidente como Hilarión Daza, cuya actitud contribuyó a los reveses militares sufridos en la campaña del sur. Ahora, tras el Alto de la Alianza, apenas a un año de iniciada la guerra, las fuerzas bolivianas retornaban a su país, dejando que peruanos y chilenos decidieran a solas la suerte del conflicto. Volviendo a Arica, la tarde del dos de junio, la guarnición transmitió un nuevo mensaje a Arequipa: 


“Enemigos todas armas a dos leguas acampado. Espero mañana ataque” 

De acuerdo a este mensaje, la hipótesis del sitio prolongado había sido descartada. Los movimientos de las tropas chilenas eran la señal de que pronto se iba dar inicio al asalto. A partir de ese momento el comando se concentró en aguardar. La decisión había sido tomada y para muchos oficiales era obvio que no podrían resistir indefinidamente y que, finalmente abandonados a su suerte, sucumbirían. El tenor de las cartas escritas durante esos días por Bolognesi, Ugarte, Zavala, O’Donovan y otros oficiales reflejaban claramente tal presentimiento (9). 

El 4 de junio, el jefe de Estado Mayor chileno, coronel José Velásquez elevó al contralmirante Patricio Lynch un informe sobre la batalla de Tacna, cuyo último párrafo decía lo siguiente: 


“Los restos peruanos tomaron distintos rumbos pero nadie se replegó a Arica. Los regimientos Buin, 3ro y 4to de línea, el Bulnes, veintidós piezas de artillería y cuatrocientos hombres de caballería están hoy a dos leguas de Arica. Mañana atacaremos por la retaguardia conjuntamente con la escuadra. Sabemos que hay muchas minas. Hemos tomado a un ingeniero peruano (Elmore) encargado de hacer las minas. Las fuerzas que hay en la plaza alcanzan a mil setecientos hombres con los sirvientes de los cañones. Bolognesi y Moore se obstinan en no rendirse. Tenemos bastante carne y víveres. Tenga usted la bondad de trasmitir los datos que le adjunto para satisfacer la justa ansiedad del gobierno y de las familias y de apreciar las consideraciones de aprecio de su obsecuente servidor” 

Desde el morro se podía observar el despliegue de la artillería chilena, y de los regimientos de infantería y caballería. De primera impresión se calcularon más o menos en cuatro mil hombres. Inclusive tropas chilenas habían incursionado por el Azapa, revisado el terreno y luego retornado a sus posiciones. La flota por su parte se desplazó para tomar posición de combate. Un nuevo mensaje fue cursado a Arequipa. 


“Avanzadas enemigas se retiran. Continúan siete buques. Apure Leiva para unírsenos. Resistiremos”. 

 


Mientras esto ocurría, el tres de junio, desde Tarata y con un animo contradictorio al de los jefes de la plaza, el Prefecto de la ocupada Tacna, Pedro Alejandrino del Solar escribió al Director Supremo Piérola: 


“Hoy he mandado a un jefe intrépido, el coronel Pacheco a Arica, dándole cuenta a Bolognesi de lo que ocurre y dándole mi opinión sobre la situación en que se encuentra. Le digo que destruya los cañones y cuanto elemento bélico hay en Arica y que salve los hombres que allí tiene para pasar ese ejercito a Moquegua y unirlo al Coronel Leiva. No sé si lo hará ni si le parecerá a Ud. bien”. 

Pacheco Céspedes, un oficial cubano, jamás llegó a Arica por la sencilla razón que el lugar estaba virtualmente cercado por el adversario. El cuatro de junio, tras el reconocimiento el día anterior del terreno, el Estado Mayor chileno, basado en las noticias que había recibido sobre los elementos de defensa de la posición peruana, abandonó su idea de atacarla por el norte y más bien optó por ejecutar el asalto desde el sector este. Acto seguido dispuso que el Buin y el Cuarto de Línea se ubicaran en el oriente de Arica. Estas tropas avanzaron ocultas detrás de las cadenas de los cerros del este, acompañados por un destacamento del regimiento Cazadores del Desierto. Por su parte, la artillería, conjuntamente con los regimientos Bulnes, Buin y Cuarto de Línea y el Cazadores a Caballo, se desplazó por el norte del río Lluta, para colocarse detrás del cordón de los cerros, sobre las lomas del Condorillo. Se dispuso entonces que las baterías de montaña, apuntaran hacia el sector sur de Arica y las baterías de campaña hacia el centro, a una distancia aproximada de cuatro kilómetros de las posiciones peruanas. 

A continuación se ordenó al Tercero de Línea y a dos escuadrones del Carabineros de Yungay desplegarse por el sector norte. Al haberse virtualmente completado el cerco sobre las fuerzas peruanas, la única ruta remanente para una eventual evacuación hubiera sido hacia el sur, bordeando la costa, rumbo a Camarones. Sin embargo, más allá, en la línea Pisagua-Dolores, permanecía una fuerza chilena al mando del general Villagrán que hubiera cortado una hipotética retirada. En todo caso, ni Bolognesi ni sus oficiales habían pensado en evacuar la plaza. Por el contrario, estaban más decididos que nunca a defenderla. Ese mismo cuatro de junio, Bolognesi transmitió un extenso y dramático mensaje, que reflejaba los difíciles momentos que atravesaba Arica, la impotencia de no recibir respuesta a sus pedidos y la firme determinación de sus defensores: 


“Señor General Montero o Coronel Leiva:
“Este es el octavo propio que conduce, tal vez, las últimas palabras de los que sostienen en Arica el honor nacional. No he recibido hasta hoy comunicación alguna que me indique el lugar en que se encuentra, ni la determinación que haya tomado. El objeto de ésta es decir a U.S. que tengo al frente 4,000 enemigos poco más o menos, a los cuales cerraré el paso a costa de la vida de todos los defensores de Arica, aunque el número de los invasores se duplique. Si U.S. con cualquier fuerza ataca o siquiera jaquea la fuerza enemiga, el triunfo es seguro. Grave, tremenda responsabilidad vendrá sobre U.S. si, por desgracia no se aprovecha tan segura, tan propicia oportunidad.
“En síntesis, actividad y pronto ataque o aproximación a Tacna, es lo necesario de U.S. Por la nuestra, cumpliremos nuestro deber hasta el sacrificio. Es probable que la situación dure algunos días más, y aunque hayamos sucumbido, no será sin debilitar al enemigo, hasta el punto en que no podrá resistir el empuje de una fuerza animosa, por pequeño que sea su número.
“El Perú entero nos contempla. Animo, actividad, confianza y venceremos sin que quepa duda. Medite usted en la situación del enemigo, cerrado como está el paso a sus naves. Ferrocarril y telégrafos fueron inutilizados, pero hoy ya funcionan los trenes para el enemigo. Todas las medidas de defensa están tomadas. Espero ataque pasado mañana. Resistiré”. 

El cinco de junio, la infantería chilena terminó de ocupar el valle del Azapa. Así, el objetivo quedó prácticamente encerrado. A las ocho de la mañana de ese día, con las baterías ya ubicadas en las lomas del Condorillo y de la Encañada, se procedió a bombardear las posiciones peruanas. Los cañones de campaña abrieron fuego contra las baterías del norte y los de montaña centraron sus disparos contra el fuerte Ciudadela. Este ablandamiento a cargo de los potentes Krupp y Armstrong no causó sin embargo ningún efecto. Las baterías en el morro y los fuertes San José y Santa Rosa, apenas contestaron el fuego. Al parecer, el cañoneo, además de intentar intimar al adversario, tuvo como objeto apreciar la distancia y situación de sus baterías, pero por el contrario, contribuyó a encender el ánimo de la guarnición y mostró su férrea determinación. 

A poco de iniciado el cañoneo, Bolognesi transmitió un nuevo mensaje a través del prefecto de Arequipa: 


“Apure Leiva. Todavía es posible hacer mayor estrago en el enemigo victorioso. Arica no se rinde y resistirá hasta el sacrificio”. 

El Estado Mayor chileno, que tenía intención de apoderarse del armamento, la artillería, las municiones, los explosivos, los torpedos, el monitor Manco Capac y hasta los víveres, tenía pleno conocimiento de la red de minas eléctricas y dinamita que rodeaba las defensas peruanas y concluyó que asaltar sus posiciones en tales circunstancias causaría innumerables bajas en ambos bandos. Sabía también que tarde o temprano tomaría Arica, pero no a un costo tan alto. Razones prácticas y de carácter humanitario motivaron a que los jefes de la fuerza sitiadora decidieran solicitar la rendición de la plaza. Los jefes chilenos concluyeron que la disuasión con su formidable fuerza militar, el aislamiento del destacamento, la destrucción de los ejércitos aliados en Tacna, y el hecho de que jamás llegarían refuerzos, eran argumentos más que suficientes como para inducir a los peruanos a capitular. Suspendido el cañoneo, se dispuso entonces que un oficial -el sargento mayor de artillería Juan de la Cruz Salvo- hombre de finos modales y fácil palabra, solicitara, a título de parlamentario, la rendición de la plaza. En cumplimiento de sus órdenes, el joven oficial de 33 años, acompañado de dos subalternos, el capitán Salcedo y el alférez Faz y cuatro hombres de tropa, alcanzó las posiciones peruanas antes del mediodía. Fue recibido por el coronel Ramón Zavala, jefe del batallón Tarapacá, quién tras disponer que su escolta permaneciera en el lugar, lo acompañó al cuartel general peruano, ubicado en el Jirón Ayacucho. A este respecto, el coronel chileno Pedro Lagos señaló: 


“Abrigábamos entonces la esperanza de que con esta tentativa los peruanos desistirían del propósito de seguir resistiendo inútilmente, sin probabilidades de triunfo. Al mismo tiempo obligándoles a batirse (con el cañoneo), les dábamos oportunidad para salvar el honor de su país y entrar en honrosa y cuerda capitulación. La sangre preciosa derramada en Tacna y los horrores que trae consigo un combate, nos había hecho desistir antes del asalto, esperando arreglarlo todo por la vía tranquila y sensata de la palabra”. 

De inmediato De la Cruz Salvo ingresó a un salón austero, adornado apenas por un reloj de pared, cuatro sillas de madera, una pequeña mesa y un sofá. Una ventana alta permitía el ingreso de luz a la lúgubre habitación. El comandante de la guarnición recibió al parlamentario con toda cortesía y luego de un breve preámbulo protocolar, escuchó atentamente la propuesta que por su intermedio le formulaba el alto mando chileno. De la Cruz Salvo expresó que la plaza estaba totalmente rodeada, que el ejército de Chile era tan poderoso que podía sitiarla indefinidamente o tomarla por la fuerza, que el resto del ejército peruano había sido prácticamente aniquilado en Tacna, que no había posibilidad de recibir refuerzos y que en consecuencia toda resistencia era inútil. Encomió la enérgica actitud de la plaza y expuso razones humanitarias para evitar un inútil derramamiento de sangre. Asimismo transmitió el compromiso de que el destacamento peruano, en su totalidad, podría retirarse portando armamento ligero sin ser molestado por las tropas chilenas. Bolognesi se mostró sereno y sin perder la compostura replicó que tenía órdenes precisas y que no podía entregar la ciudad. Entonces el oficial chileno decidió retirarse argumentando que su misión estaba cumplida. El coronel peruano respondió sin embargo que aquella era una decisión personal, no obstante las circunstancias, debía consultarla con los demás jefes y se comprometió a enviar una respuesta a las dos de la tarde. Salvo expresó que no era posible pues la suerte de la plaza podía decidirse en pocas horas. Entonces Bolognesi le preguntó si tenía inconveniente en formular la consulta, ahí mismo, en su presencia. Salvo respondió afirmativamente, indicando que podía contar con media hora más. En pocos minutos los principales oficiales peruanos, un total de quince, se reunieron en el cuartel general para debatir el planteamiento del comando chileno. Para los peruanos resistir o capitular se había convertido en un asunto de honra, ya que muchos consideraban que su posición continuaba siendo un elemento esencial en el desarrollo inmediato de las operaciones de la guerra. Reafirmando el criterio asumido en días previos, todos los oficiales coincidieron con la posición de su comandante. Entonces un emocionado Bolognesi se dirigió al emisario chileno para expresarle que los presentes estaban decididos a salvar el honor del país. Luego agregó en términos solemnes: 


“Puede usted decir a su comandante que Arica no se rinde. Tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el último cartucho”. 

Sin más que añadir De la Cruz Salvo se retiró para comunicar la firme respuesta peruana a su Estado Mayor (10) 

  

Arriba, coronel de artillería don Francisco Bolognesi, comandante en jefe de la guarnición peruana de Arica. Pese a su desventajosa situación, decidió defender la posición que el país le confió hasta las últimas consecuencias, aun a costa de su propia vida. Abajo, general de brigada don Manuel Baquedano, comandante en jefe de las fuerzas expedicionarias chilenas. Su misión era capturar Arica y ejecutó su estrategia con inteligencia y determinación. 

  


Tarapacá y Tacna había caído en manos chilenas, Arica estaba cercada por el sur y por el norte. Al oeste, poderosas naves en la bahía hacían imposible cualquier intento de escapatoria. Se podía abandonar el territorio marchando rumbo al este, internándose en la sierra, para, rodeando las fuerzas chilenas, alcanzar Arequipa o eventualmente Lima. Había también otra opción: quedarse en Arica, donde sin duda morirían.


 
Pocos minutos después de la batalla, los chilenos izan la bandera en el Morro y le rinden honores. En primer plano un cañón de artillería ligera y los cadáveres de los defensores peruanos. El 7 de junio es para las FFAA peruanas el día del juramento de la bandera.



Roque Sáenz Peña en la batalla de Arica
Al declararse la guerra del Pacífico entre Chile y Perú, en 1879 se ausenta silenciosamente de su país viajando hacia Lima. Ofrece sus servicios al Perú, que le otorga el grado de Teniente Coronel (Comandante). En la batalla de Tarapacá; sirve al mando del coronel Andrés Avelino Cáceres, donde su bando obtiene un triunfo transitorio sobre Chile. En la batalla de Arica estuvo al mando del batallón Iquique, después de ser herido en el brazo derecho y contemplar impotente la muerte de muchos de sus camaradas peruanos, cae prisionero en manos del Capitán del 4º de Linea del ejército chileno Ricardo Silva Arriagada, quien le salva de la tropa chilena que le perseguía mientras huía junto a los otros oficiales peruanos sobrevivientes (De La Torre y Chocano) y no lo ejecuta por haber mostrado Saenz Peña el valor de no suplicar por su vida. (Relato de la época de Ricardo Silva Arriagada, de Asalto y Toma del Morro de Arica de Nicanor Molinare)


"Don Roque Sáenz Peña sigue tranquilo, impasible; alguien me dice que es argentino; me fijo entonces más en él; es alto, lleva bigote y barba puntudita; su porte no es muy marcial, porque es algo gibado; representa unos 32 años; viste levita azul negra, como de marino; el cinturón, los tiros del sable, que no tiene, encima del levita; pantalón borlón, de color un poco gris; botas granaderas y gorra, que mantiene militarmente. A primera vista se nota al hombre culto, de mundo. Más tarde entrego mis prisioneros a la Superioridad Militar, que los deposita, primero en la Aduana, y después los embarcan en el Itata." Ricardo Silva Arriagada

Roque Sáenz Peña es sometido a un Consejo de Guerra y se lo confina cerca de la capital chilena. Puesto en libertad luego de seis meses, a instancias de su familia y del gobierno argentino, regresa a Buenos Aires en septiembre de 1880. El Congreso de la Nación Argentina, en voto unánime, le devuelve la ciudadanía argentina, que había perdido de jure al incorporarse al ejército peruano. Más tarde, en 1910 sería presidente de la República Argentina.

 

Roque Saenz Peña (primero de derecha a izquierda) junto a los oficiales del Coronel Francisco Bolognesi del ejército peruano (Foto de 1913),Representación teatral peruana, que los muestra previo a la batalla del Morro de Arica, ver Batalla de Arica.


Desde 1981, Roque Sáenz Peña tiene su estatua en Lima



Fuente
Wikipedia








sábado, 9 de enero de 2016

SGM: Archivo sobre la Francia de Vichy sale a la luz

Este archivo de la era Nazi ha hecho llorar a la gente. Ahora bien, está abierto al público.


Por Rick Noack - The Washington Post


Esta foto de archivo del 24 de octubre 1940 muestra a Adolf Hitler, a la derecha, dando la mano a Jefe de Estado de la Francia de Vichy Marshall Philippe Petain en la Francia ocupada. (Foto AP, archivo)

Han pasado más de 70 años desde el final de la guerra, pero las emociones han estado funcionando alta en Francia desde que el gobierno anunció que iba a abrir los archivos del llamado régimen de Vichy que colaboró ​​con la Alemania nazi. Los archivos se habían programado para el lanzamiento en cinco años a la mayor brevedad. Sin embargo, funcionarios anunciaron el domingo que los archivos estarán abiertas al público a partir Lunes.

Se espera que los pocos grandes revelaciones, según la emisora ​​de radio francesa RFI, porque las autoridades e investigadores ya habían sido capaces de leer algunos de los documentos. Pero el régimen de Vichy sigue siendo una parte muy sensible de la historia de Francia. En particular, ¿cuántas francés apoyó el régimen de Vichy ha seguido siendo un tema controvertido que ha interferido con la comprensión de Francia de sí mismo como una nación que incondicionalmente y unidos se opuso a los nazis.

Dado que los historiadores y algunos otros han tenido acceso a los archivos durante años, es poco probable que los franceses tendrá que reescribir partes de su historia. Sin embargo, el impacto en las personas podría ser enorme.

"He visto a personas que salen de los archivos en las lágrimas ... Porque ellos habían encontrado en los detalles de un arresto, una ejecución, una traición, por ejemplo. Algunos vinieron con la idea de que su abuelo había estado en la resistencia, pero descubierto eso no era del todo cierto ", RFI y el diario francés Le Figaro citó el historiador Jean-Marc Beliere por el diario.

Las autoridades teóricamente todavía será capaz de evitar que el público de ver algunos de los documentos que se consideran de importancia para la seguridad nacional del país.

En más de 200.000 documentos, los archivos Vichy proporciona una visión de los procesos judiciales, la batalla del régimen contra combatientes de la resistencia, detalles del aparato de vigilancia, así como las denuncias de los ciudadanos franceses - siendo esta última quizás la parte más impactante de los archivos.

La sensibilidad de todo lo relacionado con el régimen de Vichy del país, que lleva el nombre de la ciudad se basa en, otra vez se destacó el año pasado cuando su compañía de ferrocarriles del Estado se vio obligado a pagar compensaciones. Durante mucho tiempo había sido acusado de haber transportado Judios de Francia a los campos de concentración nazis, pero se había negado esas acusaciones durante décadas.

El régimen de Vichy gobernó sobre una "zona libre" en el sureste de Francia entre 1940 y 1944 y colaboró ​​con la Alemania nazi, que ocupaba gran parte del resto del país - incluyendo París - en ese momento. Dirigido por Philippe Pétain, que era considerado un héroe de la Primera Guerra Mundial, el régimen ayudó a los nazis deportan a más de 70.000 Judios.

Algunos historiadores franceses han instado a la precaución en el tratamiento de los documentos. "Hay una obligación - que se aplica no sólo a los historiadores -, sino a todos los que tienen el privilegio de acceder a estos documentos, a respetar el honor de las personas", el historiador Jean-Pierre Azéma dijo France24 un canal de televisión.

"Cuando utilizamos estos documentos de archivo para entender el pasado, tenemos que tener cuidado sobre el tipo de conclusiones que sacamos", fue citado por el diario.

Archivos de otro período histórico controvertido del país, la guerra de Argelia por la independencia, seguirán siendo cerrada al público. Al principio, los franceses llevó una lucha feroz contra los movimientos independentistas. Pero ambas partes presuntamente torturado a sus enemigos, y los franceses finalmente tuvo que retirarse de Argelia como el apoyo a las fuerzas de ocupación se redujo en Europa, así como en Argelia.

viernes, 8 de enero de 2016

Colonialismo: La batalla entre Gran Bretaña y Zanzíbar

La batalla Anglo-Zanzíbar: la guerra más corta de la historia que duró 40 minutos

Miguel Jorge - Gizmodo


La batalla Anglo-Zanzíbar: la guerra más corta de la historia que duró 40 minutos

Lo normal en la historia cuando hablamos de una batalla o una guerra es que como mínimo le lleve a los bandos horas, días, semanas o incluso años y décadas. Este no fue el caso del conflicto militar que libraron Gran Bretaña y Zanzíbar. Se trata de la batalla más corta de la historia con un tiempo récord.

Para hablar de esta guerra inusual habría que situarnos en el contexto de la época. A finales del siglo XIX la costa africana era el lugar donde las grandes potencias europeas se jugaban su “liderazgo”, entendido este como una partida de poder donde aquel que tuviera más territorios conquistados era considerado el bando más fuerte.

No sólo eso, las “colonias” europeas conseguían llevar a los países originales toda la materia prima una vez tenían el territorio africano en su poder. Dos potencias, Gran Bretaña y Alemania, se repartían las zonas en este “tablero”.


Zanzíbar antes del récord




Foto: Wikimedia Commons

Así llegamos a un 25 agostos en Zanzíbar, el que fuera un país en el océano Índico (actualmente parte de Tanzania) había estado bajo el control de los sultanes de Omán desde 1698. Un período, hasta ese 25 de agosto, en el que el Imperio británico había tenido una buena relación con la nación, incluso habían reconocido la soberanía de la isla en 1886.

Tras la muerte del sultán Khalifah ibn Said de Zanzíbar en 1890, Alí ibn Said de Zanzíbar ascendería al trono, dándole aún mayor poder a los británicos declarando Zanzíbar un protectorado británico, además nombró a un primer ministro de las islas para liderar su gabinete, pero sobre todo, los británicos se garantizaron el derecho de veto sobre el futuro nombramiento de sultanes.

Tras Alí llegaría al poder Hamad ibn Thuwaini de Zanzíbar en 1893, el cual mantuvo una gran relación con Gran Bretaña, aunque también hubieron conflictos con los límites y el exceso de control que ejercían los británicos en el país. Por esta razón y para que hubiera cierta paz, Gran Bretaña propuso y autorizó al sultán a crear una guardia de palacio de 1000 hombres. De esta forma tendían la mano y le daban “seguridad” a Hamad.

Muerte de Hamad, comienza el conflicto




Foto: Zanzíbar tras la toma de los británicos. Wikimedia Commons

Un 25 de agosto de 1896 muere el sultán Hamad. Su sucesor legítimo era su sobrino Khalid ibn Barghash, lo que ocurre es que los británicos tenían a otro “elegido” Hamud ibn Muhammad, un hombre supuestamente más dócil para los intereses británicos.

Si bien los ingleses tenían la potestad para decidir al siguiente sultán, Khalid no espero y se auto-proclamó nuevo sultán mudándose al palacio y violando el tratado acordado con Alí. Esta acción tuvo su rápida respuesta a través del cónsul Basil Cave y el general Mathews, quienes intentaron dialogar con Khalid para evitar un conflicto.

El autopro-clamado nuevo sultán ignoró las advertencias y juntó a sus tropas alrededor del Palacio bajo el mando del capitán Saleh, de la guardia de palacio. Ese mismo día se calcula que Khalid contaba con alrededor de 2.800 hombres armados con fusiles y mosquetes junto a artillería que apuntaba a los navíos británicos que se encontraban en el puerto.



Foto: Situación durante el conflicto. Wikimedia Commons

Por su parte los británicos, de la mano de Mathews y Cave, comienzan a organizarse. A los navíos con los que ya contaban en el puerto se van sumando marineros y fusileros de otros barcos. Luego se unirían el crucero protegido de clase Pearl HMS Philomel y el cañonero HMS Thrus. Durante el día entero los británicos intentaron hablar con Khalid sin éxito.

Al día siguiente, el 26 de agosto, llegaría el crucero HMS Racoon (tras el Thrush y el Sparrow), más tarde sería el crucero protegido de clase Edgar HMS St George. El contingente era evidentemente de 1000 contra 1, pero aún así Khalid seguía obviando los intentos de tregua. Al final de este día llegaría un telegrama que instaba al ejército británico a adoptar las medidas necesarias si el 27 de agosto (al día siguiente) a las 9:00 de la mañana Khalid no abandonaba el palacio.

Principio y fin de la guerra más corta de la historia



Foto: El palacio tras el bombardeo. Wikimedia Commons

Llegados al 27 de agosto, una hora antes de que finalizase el ultimátum, a las 8:00 el cónsul le envía a Khalid un mensaje donde le explica que si no se ajusta a los términos del ultimátum responderían. El autoproclamado cónsul hace oído sordos y comunica que no cree que les vayan a atacar.

Con exactitud británica (nunca mejor dicho), a las 9:00 en punto el general Mathews da la orden a los navíos para que inicien los bombardeos. Los primeros disparos (sobre las 9:02) dejan muy tocado las barricadas y los cañones árabes en poder de Khalid. Se piensa, aunque hay varias versiones, que tras iniciarse los primeros disparos por parte de los británicos, Khalid huyó con todos los líderes árabes, dejando a su guardia y esclavos solos ante el ataque británico.

A las 9:40 cesa el bombardeo con el palacio en llamas y toda la artillería de Khalid silenciada junto a la bandera derrumbada. El combate acaba y los británicos toman la ciudad y el palacio. Cuando llega la tarde Hamud ibn Mohammed de Zanzíbar, el preferido de los británicos, sube al trono como sultán, aunque con muy pocos poderes.

Resultados y estadísticas de una guerra récord



Foto: El palacio. Wikimedia Commons

Se calcula que la armada británica disparó cerca de 500 bombas, más de 4.000 cartuchos de ametralladoras y 1000 cartuchos de rifles durante la contienda en esos 40 minutos de guerra. Murieron alrededor de 500 hombres de Khalid, por el contrario la historia sólo tiene constancia de un herido grave por el bando británico. En cuanto a Khalid, tras huir del Palacio buscó refugio en el consulado alemán donde estuvo un largo período, ya que los alemanes no aceptaron la extradición.

Finalmente y en cuanto a la batalla en sí, los historiadores hablan de ella como la más corta de la historia, aunque existen pequeñas variaciones sobre su duración exacta variando entre 38, 40 y 45 minutos. Los que apuntan a 38 minutos dan por válida como el inicio los primeros disparos a las 9:02, mientras que los que apuntan a 40 minutos lo hacen dando por válido el inicio con la orden del general Mathews. Por último, los que apuntan a 45 minutos indican que existieron 5 minutos más de guerra que no se contabilizaron.

jueves, 7 de enero de 2016

Escocia: La carga highlander en la rebelión jacobita de 1745

La imparable carga de los Highlanders - Acorralado en el levantamiento jacobita de 1745



Charles Edward Stuart aterrizó en una pequeña isla frente a la costa noroeste de Escocia, con otras siete personas, en julio del año 1745. Fue recibido por un grupo pequeño del clan MacDonald y comenzó a moverse hacia el sur y el este.

Él reunió a los clanes de su bandera mientras viajaba. En septiembre, se había ocupado de Edimburgo y se disponía a marchar hacia el sur a la cabeza de un ejército cada vez mayor.

Su queja era una vieja. Había sido agravio de su padre, y su padre antes que él. A los ojos de Carlos, la corona de Escocia, Inglaterra e Irlanda (como lo era entonces) era su derecho de nacimiento, de una larga lista de padres a hijos durante cientos de años. Su padre había luchado para recuperar esta corona, y así, cuando llegó su tiempo, ¿verdad. Se vio a sí mismo y su padre como reyes en el exilio. La religión y la política se habían utilizado para deponer a su abuelo, y él debe haber sentido, como muchos lo hacen a menudo, que su causa - la causa jacobita - era a la vez santa y justa.

Había lealtad todavía en los clanes escoceses, tanto a la antigua Casa de Stuart y de la religión de los antiguos reyes. Muchos Clansmen sentían agravio de Carlos y de buen grado lanzaron su peso detrás de él. En septiembre del '45 Charles estaba al mando de un ejército, al menos, dos mil hombres, compuesto por hombres de siete clanes altiplano diferentes.

Ocuparon Edimburgo el 16 de septiembre, después de que el hombre a cargo de las fuerzas del gobierno, el general Sir John Cope, se había retirado con sus tropas desorganizadas y sin experiencia. Sir John estaba en una especie de situación difícil, la mayor parte del ejército real de estar en Francia en ese momento, y él estaba inicialmente dispuesto a enfrentarse a los montañeses en la batalla. Sir John y Charles jugaron gato y el ratón durante algunos días, hasta que finalmente se conocieron en Prestonpans, al oeste de Edimburgo y cerca del mar, el 21 de septiembre.

Era totalmente oscuro. Por debajo de ellos, los jacobitas podía ver los fuegos que queman a lo largo de la parte delantera del general del ejército de Cope. Joven Sir John no era tonto. Él temía un ataque sorpresa en la noche, por lo que tuvo incendios provocados y se coloca a muchos hombres en el frente de su ejército para advertir de cualquier avance desde el lado jacobita. Él había añadido a su ejército y su fuerza ahora superados en número Charles 'por algunos pocos cientos de hombres. Había dragones-carabina armados en sus flancos izquierdo y derecho. Su principal línea de batalla estaba formado por cuatro regimientos armados de fusil de pie, con las pocas piezas de artillería tripulada mal que había podido reunir a reforzar el centro.


En ese momento de la historia, el cañón y el mosquete habían hecho mucho su marca sobre la guerra. El poder de las piezas de artillería y fuego de mosquete dictado la armadura de cuerpo del viejo mundo casi inútil, y en muchos casos, la bayoneta había reemplazado a la espada como el arma principal para la infantería. Este fue ciertamente el caso de las tropas del gobierno en 1745, pero los jacobitas todavía estaban armados en un estilo antiguo.


Un soldado y un cabo de un regimiento de montaña, alrededor del año 1744. El Highland unidades del ejército jacobita habría puesto algo muy similar a la ilustrada, en particular el de la tela escocesa con cinturón privado. (Wikipdia)


Tenían mosquetes y pistolas en abundancia, por supuesto, pero el arma de la firma del Highlander era todavía una recta, espada fina, con una sola mano con una empuñadura cesta, acompañado de una ronda, tachonado pantalla de luz de madera y cuero. Llevaban poco armadura, excepto tal vez un poco de cuero en el torso, y se fueron a la batalla con las piernas desnudas, con faldas escocesas de lana pesados ​​alrededor de sus cinturas. Ellos eran tranquilas y movimiento rápido, resistente, fiero y orgulloso.

Charles les había ataviado con dos líneas. Él llevó a cabo la tierra alta, pero sus oficiales le ofreció pocas esperanzas si quería enviar sus tropas armadas espada en una carga frontal contra la Cope línea. Había una gran zanja para cruzar, y pantanos húmedos, profundo y frío. Las pérdidas serían pesado. Por otro lado, Charles era reacio a permitir la posibilidad de que Cope fuerzas dándole el deslizamiento en la noche y estaba decidido a dar la batalla antes de que eso suceda.

Había un joven entre sus oficiales, un hombre de la localidad, el hijo de un granjero. Conocía bien la zona y habló convincentemente de un pase a través del pantano que se podría utilizar para llevar Charles 'ronda ejército cerca flanco derecho de Cope. Scouts fueron enviados a investigar, y pronto regresaron llevando la noticia de que el camino estaba sin vigilancia.

Sin demora, 500 hombres fueron enviados a custodiar de Cope única línea de escape, la carretera desierta al oeste del campo de batalla. Entonces el ejército comenzó a moverse. Una bruma húmeda empezó a arrastrarse por el suelo bajo, y era muy frío. El ejército jacobita se posicionó en el flanco derecho de las tropas gubernamentales, que, pensando que iban a ser atacados directamente, lograron una rueda media hacia su enemigo. Pero Charles no le dio la orden de atacar.


Detalle de la Prestonpans Tapestry, una representación moderna de la batalla. Fuente: STV

Sus hombres del clan estaban de muy buen humor, y con ganas de participar, pero era cauteloso de la oscuridad. Los montañeses podría derrotar a sus enemigos con una carga feroz, pero podía confiar en ellos para mantener el orden después de que el compromiso? Él no pensó, y si, en la oscuridad y la confusión, Sir John Cope reunió a sus tropas y atacó, a su vez, los resultados para Charles podría ser desastroso.

Un mensajero llegó. Parecía que el grupo que había sido enviado para proteger la ruta de escape de Sir John había reunido con la fuerza principal, dejando el camino sin vigilancia. Charles estaba disgustado por esto, y teme la fuga de su enemigo de regreso a Edimburgo, pero él dio la orden de estar tranquilo y esperar.

Se quedó con la moral alta y bien pegado en el suelo empapado con sus oficiales, alrededor de medio kilómetro de las tropas del gobierno. Los dos ejércitos se esperaban.

En la hora oscura antes del amanecer, Charles comenzó su avance secreto. Bajo el amparo de la oscuridad, el silencio y la niebla de la recopilación, el ejército jacobita se adelantó en tres columnas a lo largo del camino que el joven oficial local había señalado a su atención. Pasaron los pantanos profunda sin incidentes, y las dos primeras columnas se encontraron yacía oculto, a menos de cincuenta yardas del enemigo. Amanecer comenzó a romper en el cielo claro, y de inmediato comenzó a moverse.

Las columnas de la izquierda, ya la derecha de los Highlanders marcharon hacia adelante rápidamente. El centro se apresuró atrás. Las tropas del gobierno intentaron un turno. La columna de la derecha acusado de un rugido hacia la artillería, cuyos tripulantes huyeron despavoridos ante la vista de ellos. Los oficiales a cargo de las piezas de cañón mantuvieron su posición y dejar que fuera una salva ensordecedor. El hedor de polvo llenó el aire de la mañana como dragones y línea de infantería a la derecha disparó a través de la niebla en el cargo aterrador.

La embestida Highland desaceleró el tiempo suficiente para devolver el fuego a los Dragones, y luego tiró sus mosquetes cuando se reunieron velocidad. Hubo un anillo y ruido, y el acero de sus espadas brilló a través de la bruma de la niebla y el humo. Sir John Cope del flanco derecho comenzó a derrumbarse. El Dragones dio la vuelta y huyó. Los montañeses soltó un gran grito, y la infantería gobierno deje llevar por el impacto de la carga, vaciló, luego se rompió.


La línea se arrugó. Los Dragones y la infantería en el flanco izquierdo de Sir John disparó antes de tiempo, y luego se volvieron y huyeron antes de la segunda columna de Charles 'podría llegar a ellos. La derrota fue total y Sir John vio con horror como los montañeses limpió el resto de sus tropas a la luz reunión mañana. General Cope mismo se mantuvieron firmes con un pequeño número de sus oficiales que lo rodeaban.

En ese momento, todo el orden se había derrumbado en las filas jacobitas, y los montañeses corrió de aquí para allá, matando a voluntad. Ellos hicieron un breve soporte por un árbol de la espina a la vista de la carretera, pero se dieron por vencidos después de perder dos de sus grupos pequeños para una andanada de disparos de pistola de un nudo del enemigo. De nuevo en la carretera, Cope reunido unos 200 de sus enrutados hombres a su alrededor y se habría dado vuelta y luchó hasta el final, pero el resto de su fuerza destrozada quemarropa para luchar negó. Sir John Cope volvió los pocos hombres que quedaban e hizo velozmente.

De los más de 2.300 hombres desplegados en el lado del Gobierno, solamente 170 sobrevivieron a la furia de los montañeses. Los jacobitas reportaron menos de 200 víctimas. Es un testimonio de su ferocidad, y la capacidad táctica de los oficiales de Charles, que el compromiso real había terminado en menos de un cuarto de hora. La victoria fue tan completa que cuando los jacobitas vino sobre el campamento de equipaje del ejército del Gobierno, sus guardias se rindieron de inmediato, y Charles dio un valioso premio de armas, municiones, alimentos y artículos diversos, y £ 5000 en oro.
Jacobitas


La batalla fue un gran impulso a la causa jacobita, y el ejército de Carlos continuó creciendo y avanzando por algunos meses hasta que el compromiso desastroso en Culloden en abril del año siguiente. En Culloden, como es bien sabido, el ejército de Charles Edward Stuart fue completamente derrotado, y la rebelión había terminado. Luego pasó a vivir una vida de colores en el exilio en Francia, y después en Roma, donde murió en 1788.

Sus restos son hoy enterrado en la cripta de la Basílica de San Pedro en el Vaticano.

Por Barney Higgins para la Guerra Historia Online

War History Online

miércoles, 6 de enero de 2016

SGM: La ejecución de Anton Dostler

General nazi Anton Dostler está atado a una estaca antes de ser ejecutado por matar a 15 hombres del OSS


The Vintage News

El 22 de marzo de 1944, quince soldados del Ejército de Estados Unidos, entre ellos dos oficiales, desembarcaron en la costa italiana a unos 15 kilómetros al norte de La Spezia, a 400 km (250 millas) detrás del frente y luego establecido, como parte de la Operación Ginny II. Todos estaban adecuadamente vestidos con el uniforme de campo del ejército de Estados Unidos y no llevaban ropa civil. Su objetivo fue demoler un túnel en Framura en la línea de ferrocarril importante entre La Spezia y Génova. Dos días más tarde, el grupo fue capturado por un grupo de soldados y miembros de la Heer alemán fascistas italianos. Fueron llevados a La Spezia, donde fueron confinados cerca de la sede de la 135ª Brigada de la fortaleza, que estaba bajo el mando del coronel alemán Almers. El mando inmediato, superior fue el de la 75a Cuerpo de Ejército, comandado por Dostler.

Los soldados estadounidenses capturados fueron interrogados y uno de los oficiales estadounidenses revelaron la historia de la misión. La información, incluyendo que se trataba de una incursión de un comando, fue enviado a Dostler en el Cuerpo de Ejército 75a. Al día siguiente (25 de marzo), Dostler informó a su superior, el mariscal de campo Albert Kesselring, comandante general de las fuerzas alemanas en Italia, acerca de los comandos estadounidenses capturados y le preguntó qué hacer con ellos. De acuerdo con el oficial ayudante de Dostler, Kesselring respondió ordenando la ejecución. Más tarde ese día, Dostler envió un telegrama a la 135a Brigada Fortaleza ordenando que se ejecutarán los soldados capturados. Esta orden fue una implementación del secreto Comando Orden de 1942 de Hitler que exigía la inmediata ejecución sin juicio de comandos y saboteadores. Oficiales alemanes en la 135a Brigada Fortaleza contacto Dostler en un intento de lograr un retraso de su ejecución. Dostler entonces envió otro telegrama ordenando Almers para llevar a cabo la ejecución. Dos últimos intentos fueron hechos por los oficiales en la 135a para detener la ejecución, incluyendo algunos por teléfono, porque sabían que la ejecución de prisioneros uniformados de guerra era una violación directa de la Convención de Ginebra de 1929 sobre prisioneros de guerra. Estos esfuerzos no tuvieron éxito y los quince estadounidenses fueron ejecutados en la mañana del 26 de marzo de 1944, en Punta Bianca sur de La Spezia, en el municipio de Ameglia. Sus cuerpos fueron enterrados en una fosa común que luego fue camuflado. Alexander zu Dohna-Schlobitten, un miembro del personal de Dostler que no tenía conocimiento del Comando Orden secreta y que se había negado a firmar la orden de ejecución, fue despedido de la Wehrmacht por insubordinación.
Trial, ejecución y notoriedad
Dostler convirtió en un prisionero de los americanos el 8 de mayo 1945 y fue puesto ante un tribunal militar en la sede del Comandante Supremo Aliado, el Palacio Real de Caserta, el 8 de octubre de 1945. [4] En el primer ensayo de guerra aliado, fue acusado de llevar a cabo una orden ilegal. En su defensa, sostuvo que él no había dado la orden, pero sólo había pasado a lo largo de un fin de Coronel Almers del mando supremo, y que la ejecución de los hombres OSS fue una represalia legal. La súplica de Dostler del Orden Superior falló debido a ordenar la ejecución, que había actuado por su cuenta fuera de la orden del Führer. La comisión militar también rechazó su petición, declarando que la ejecución de Dostler de soldados estadounidenses estaba en violación del artículo 2 de la Convención de Ginebra de 1929 sobre prisioneros de guerra, que prohíbe los actos de represalias contra los prisioneros de guerra. La comisión señaló que "Ningún soldado, y menos aún un comandante general, se puede escuchar decir que él consideraba el tiroteo resumen de los prisioneros de guerra legítima, incluso como represalia."


Anton Dostler a juicio en 1945 - en el Palacio de Caserta, en Italia. Su intérprete es Albert O. Hirschmann.

Bajo la Convención de La Haya de 1907 sobre la guerra terrestre, que era legal para ejecutar espías y saboteadores disfrazados de civil o uniformes enemigos, pero excluye los que fueron capturados en adecuadas soldados uniforms.Since de quince estadounidenses estaban vestidos adecuadamente con uniformes estadounidenses tras las líneas enemigas y no disfrazados en la ropa o uniformes enemigos civil, fueron no ser tratadas como espías, pero los prisioneros de guerra, que Dostler violó.

El ensayo encontró general Dostler culpable de crímenes de guerra, rechazando la defensa de las órdenes superiores. Fue condenado a muerte y ejecutado por un pelotón de fusilamiento el 12 hombre en 0800 horas el 1 de diciembre de 1945 en Aversa. La ejecución fue fotografiado en fijas y películas cámaras en blanco y negro. Inmediatamente después de la ejecución del cuerpo del Dostler fue levantada en una camilla, envuelto dentro de una funda de colchón de algodón blanco y expulsados ​​en un camión del ejército. Sus restos fueron enterrados posteriormente en Grave 93/95 de la Sección H en cementerio de la guerra Pomezia alemán.

Muchas personas que participan en los pelotones de fusilamiento erran intencionalmente su objetivo, ya que no quieren ser el responsable de la muerte de los individuos. Muchas veces, ellos ni siquiera aspiran a pegarle a zonas no vitales del cuerpo por las mismas razones, a sabiendas de que la persona que iba a morir sin tener en cuenta, y no querían matada con tiro consciente. Otra razón es que una gran cantidad de soldados sienten que es inmoral ejecutar a un prisionero indefenso o capturado, a pesar de los crímenes de la persona haya cometido. Esto es por qué hay tanta gente utilizados en un pelotón de fusilamiento. Para asegurar una muerte rápida. El menor número de participantes, es más probable es que cause trauma mental de los hombres armados. Hay algo sobre el alivio de saber que otros están allí para compartir la carga de tener que acaba de tomar una vida. Está relacionado con la difusión de la responsabilidad.

Un método usado para aliviar esa carga es tener algunas de las armas cargadas con balas de fogueo, por lo que ninguno de los participantes están absolutamente seguros de que son responsables de la muerte. Aunque la carga de un arma con una bala de fogueo no alivia los tiradores de un sentido de responsabilidad. La persona que tiene la de fogueo sabe quién disparó el espacio en blanco, debido a la diferencia noche y día en el retroceso sentido. Los balas de fogueo no crean retroceso ya que no hay masa en frente de la carga propulsora. El propósito de la carga de una munición de fogueo es para que ninguno de los otros soldados en el pelotón sepan que uno de ellos tenía el fogueo en su rifle. Esto crea un sentido común de saber que al menos uno de los tiradores no formó parte de la ejecución, pero no se sabe quién, excepto para el hombre con el fogueo cargado en su rifle, lo que permite cualquiera de ellos para aliviar psicológicamente a sí mismos de toda culpa que puedan tener, ya que por lo que saben que sus compañeros; que no dispararon un tiro letal.