martes, 17 de noviembre de 2020

Guerras contra el peronismo: 1094 ciudadanos decentes asesinados vs 7300 asesinos terroristas

“Fueron 7300 las víctimas de la dictadura y 1094 los muertos de los guerrilleros”

“Los 70”, el nuevo libro del periodista Ceferino Reato, brinda cifras y puntos de vista sobre los muertos del terrorismo -de Estado y subversivo- de la época más violenta de la Argentina en el siglo XX
Por Ceferino Reato || Infobae




Los 70 fueron una orgía de pasiones e ideales, pero también de sangre y muerte; tanto que se pueden expresar en números, ciertamente dolorosos: fueron 7300 las víctimas de la última dictadura y 1094 los muertos de los grupos guerrilleros, según los últimos registros.

Una gran matanza, una cifra enorme y, en ese sentido, un genocidio perpetrado desde el Estado, y una cantidad de víctimas mayor a las del grupo terrorista vasco ETA: nuestros grupos guerrilleros, los argentinos, mataron a 230 personas más y en mucho menos tiempo: 11 años contra 50 de los separatistas.

En el caso de las víctimas de la dictadura, esos registros son públicos: fueron elaborados y revisados por el Estado en 1984, 2006 y 2015, que, lógicamente, los recuerda en monumentos; sus herederos fueron indemnizados y sus victimarios han sido juzgados y, en general, condenados.

Dado el tiempo transcurrido, es improbable que se llegue a la cifra de 30.000 a la que todavía se aferran los organismos de derechos humanos y la mayoría de los dirigentes políticos, encabezados por la izquierda y el kirchnerismo. También buena parte del periodismo.

Muchos de esos dirigentes políticos no solo defienden ese número: también amenazan con una ley que meta en prisión a quienes no lo repitan en público por el presunto delito de “negacionismo”.


La mierda histórica peronista


Una iniciativa semejante fue presentada en 2019 por los organismos de derechos humanos con un castigo de dos meses a dos años de prisión; en febrero de este año el presidente Alberto Fernández admitió en París que podría impulsarla en cualquier momento.

Los muertos de las guerrillas, en cambio, no fueron contados por ningún gobierno de la democracia; no hay monumento que los recuerde; sus parientes no fueron indemnizados y sus victimarios no han sido juzgados porque no se considera que hayan cometido crímenes de lesa humanidad; es decir, que ya prescribieron.

Mirados los hechos por encima de los intereses de bando y considerando que todas las personas tienen o deberían tener derechos humanos, los muertos de la guerrilla parecen víctimas menores, de segundo nivel.

Claro que esto no significa igualar la violencia ejercida desde el poder del Estado —el garante teórico de las leyes y de la vida de todos los ciudadanos— con la violación de los derechos humanos más fundamentales por parte de los grupos guerrilleros.

La teoría de los dos demonios es un artificio hueco. La represión ilegal del Estado tiene una gravedad única. Que impacta aún más cuando se repasa el circuito infernal de la “Disposición Final” descripto por el ex dictador Jorge Rafael Videla: secuestro, cautiverio, tortura, asesinato y desaparición del cuerpo de la mayoría de las víctimas.

Aun las últimas cifras no pueden ser consideradas definitivas. Los listados de los desparecidos y muertos del Terrorismo de Estado dependen de las denuncias de parientes, amigos, compañeros y abogados, que pueden ser presentadas en cualquier momento.

De acuerdo con el último informe del Estado, hubo en la dictadura 6348 desaparecidos más 952 muertos, 7300 personas en total.

La fuente es inmejorable: el Registro Unificado de Víctimas del Terrorismo de Estado (RUVTE), elaborado en septiembre de 2015 y publicado por la secretaría de Derechos Humanos tres meses después, unos días antes del final del segundo mandato de la presidenta Cristina Kirchner.

El número es similar a la que ya había registrado el Estado en 2006, durante el gobierno de Néstor Kirchner, que revisó el Nunca Más, el informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep).

En realidad, el kirchnerismo no solo volvió a contar las víctimas de la dictadura, en 2006 y 2015, sino que también fue estirando el concepto original; de esta manera, abarcó otros 1500 nuevos casos, muchos de ellos muy polémicos, cuyos parientes pudieron cobrar la indemnización prevista por la ley.



No son víctimas de la dictadura, como era el propósito de la Conadep, sino de gobiernos anteriores.

En silencio, sutilmente, el concepto de víctimas del terrorismo de Estado fue estirado para incluir a todos los caídos en la lucha por la liberación o la Revolución —a los “combatientes”—; no importa cuándo, ni cómo ni dónde murieron.

La modificación les permitió trascender los límites del gobierno militar, y extender los listados hacia atrás, primero a 1969; luego, a 1966, y por último, a 1955.

Por el contrario, los muertos de los grupos guerrilleros se mantienen invisibles para los gobiernos, el Congreso y el Poder Judicial. Invisibles también para la mayoría de los medios de comunicación y de los periodistas.



Hasta que llegue, algún día, una lista del Estado, se cuenta con algunos pocos registros privados. El más completo fue realizado por el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (CELTYV) —su presidenta es la abogada y escritora Victoria Villarruel— que durante más de tres años analizó información publicada por cuatro diarios nacionales y diversos libros, así como revistas de los grupos guerrilleros.

El periodo analizado fue acotado a once años —del 1° de enero de 1969 al 31 de diciembre de 1979— por una cuestión metodológica.

De esa manera, la investigación dejó afuera a las víctimas anteriores, que comenzaron el 12 de marzo de 1960 con una bomba que explotó en La Lucila en la casa del mayor David René Cabrera. El primer muerto de la guerrilla fue una nena de 3 años, María Guillermina Cabrera Rojo, que estaba durmiendo junto a sus padres y tres de sus hermanitos. El atentado fue reivindicado por los Uturuncos, una mezcla precoz de peronistas radicalizados y marxistas guevaristas.



El informe se refiere solo a la “población civil”, a las personas que, según los Convenios de Ginebra, “no participan directamente en las hostilidades, incluidos los miembros de las fuerzas armadas que hayan depuesto las armas y las personas puestas fuera de combate por enfermedad, herida, detención, o por cualquier otra causa”.

No están incluidos los militares y policías que cayeron en tiroteos en la calle o en el ataque a cuarteles y comisarías. Por ejemplo, no cuentan los muertos en la defensa del cuartel de Formosa, en 1975.

Aún con este recorte, el número de víctimas de la “población civil” es de 1094 muertos, 2368 heridos y 758 secuestrados.

Para tener una dimensión de estas cifras, se puede recordar que la organización terrorista vasca ETA mató a 864 personas, pero en cincuenta años, entre 1961 y 2011. En la quinta parte de ese tiempo, Montoneros, el ERP y otros grupos menores liquidaron a 230 personas más.

Los números tienen algo esencial, que permite revelar la verdad y eludir la manipulación política: no mienten.Uno de los atentados de Montoneros en la década del 70: la Operación Gardel, que derribó un avión que llevaba 114 gendarmes a bordo

domingo, 15 de noviembre de 2020

Guerra ruso-turca: Las incursiones de Batumi

Incursiones de Batumi

W&W



Infantería de línea rusa durante la guerra ruso-turca de 1877

Pie Bashi-Bazouk

La guerra ruso-otomana de 1877-1878 tuvo un gran impacto tanto en los países involucrados en el conflicto como en las diferentes naciones que vivían allí.

Los 300 años del llamado "yugo otomano" no lograron matar el espíritu georgiano entre la población de Ajarian Sanjak (Ajaristan). La victoria en la guerra ruso-otomana de 1877-1878 y la reunión de Ajara con Georgia jugaron un papel vital en la restauración de la autoconciencia nacional de los georgianos a fines del siglo XIX. El folclore, la ficción, el periodismo social y político demuestran la alegría por el reencuentro de Ajara con su "patria" y elogian a los soldados georgianos y rusos. El mismo patetismo se puede ver en los libros de texto publicados para las escuelas georgianas justo después del final de la guerra, como antes de la guerra y, por lo tanto, en el período del dominio otomano no había escuelas rusas o georgianas en Batumi.

El folclore georgiano, así como el periodismo social y político georgiano, también muestran un tema importante que estuvo directamente relacionado con el final de la guerra ruso-otomana de 1877-1878: el tema del muhajirismo. Dejar la patria, los parientes cercanos y la propia casa se convirtió en una herida sin cicatrizar que no se menciona en los libros de texto soviéticos. Solo cuando se estableció la perestrojka, ciertos cambios ideológicos y desarrollos en la situación sociopolítica de Georgia y particularmente en Ajara afectaron también a los libros de texto escolares y universitarios, ya que comenzarían a imprimir materiales que mostraban las ambiciones imperiales de Rusia y describían que el proceso del muhajirismo estaba en camino. favor de ambos lados - de rusos y otomanos.

Las operaciones militares se llevaron a cabo principalmente en los territorios alrededor de Khutsubani, Tsikhisdziri, Mukhaestate, Kvirike y Zeniti. En otras ocasiones, las tropas rusas y georgianas también estaban estacionadas en varios otros lugares como Ozurgeti, Nagomar-Orpiri, Mukhaestate y Choloki.

Durante las operaciones militares en 1877, las fuerzas ruso-georgianas no lograron liberar Batumi y Ajara en general, pero fue el éxito del ejército ruso en Anatolia y los Balcanes lo que decidió el resultado final de la guerra. El 15 de noviembre de 1877, las fuerzas conjuntas recuperaron Khutsubani.



Al frente en Batumi, los otomanos tenían un ejército de 40.000 soldados, mientras que las fuerzas conjuntas de rusos y georgianos eran solo de 25.000 soldados. Según Sergej Meschi: “Solo 5.000 de ellos son militantes en el campo de batalla. Por supuesto, serán ellos los que pelearán, pero el resto no podrá unirse a la batalla de acuerdo con las leyes militares, ya que las personas desarmadas no tienen derecho a luchar contra su enemigo ".

El 25 de agosto de 1877, las fuerzas rusas entraron en Batumi. Fueron dirigidos por la delegación de los territorios reunidos: Sherif Khimshiashvili de Upper Ajara y Nuri Khimshiashvili de Shavsheti. En la plaza Azizie (hoy plaza Gamsakhurdia) organizaron una fiesta para los oficiales rusos al mando. Sherif Khimshiashvili propuso muchos brindis y al final dijo: “Este es el brindis por los que participaron en esta guerra para unir a los georgianos viejos y recién divididos. Deseémosles felicidad y que vivan muchos años. Que nosotros o nuestros descendientes no olvidemos nunca sus hechos ".

(1) Operaciones de combate del grupo de trabajo Rioni (desde mayo de 1877, Kobuleti) de las tropas rusas durante la guerra ruso-turca de 1877-1878. Derrotar al cuerpo turco de Darwish Pasha, tomar Batum (Batumi) y evitar el desembarco del grupo anfibio del enemigo en la retaguardia de las tropas rusas. El cuerpo de tropas de Rioni (24.000 soldados, 96 cañones) inició un ataque el 12 (24) de abril de 1877. Moviéndose en las duras condiciones del terreno montañoso-boscoso y campo a través, el grupo de trabajo logró superar la tenaz resistencia de la enemigo y el 14 de abril (26) se apoderó de las alturas de Mukhaestate, Khutsubanskoe. y el 19 de mayo (31) ocupó las alturas de Sameba. El segundo intento de apoderarse de Batum se llevó a cabo en enero de 1878. La fuerza de Kobuleti avanzó nuevamente hasta Tsikhisdziri y se retiró nuevamente. Su actividad ató grandes fuerzas del enemigo, contribuyendo así al éxito de las fuerzas principales del Ejército Caucásico.





Fue el último puerto del Mar Negro anexado por Rusia durante la conquista rusa de esa zona del Cáucaso. En 1878, Batumi fue anexada por el Imperio Ruso de acuerdo con el Tratado de San Stefano entre Rusia y el Imperio Otomano (ratificado el 23 de marzo). Ocupada por los rusos el 28 de agosto de 1878, la ciudad fue declarada puerto libre hasta 1886. Funcionó como centro de un distrito militar especial hasta que fue incorporada al gobierno de Kutaisi el 12 de junio de 1883. Finalmente, el 1 de junio, 1903, con el Okrug de Artvin, se estableció como la región (oblast) de Batumi y se colocó bajo el control directo del Gobierno General de Georgia.

La expansión de Batumi comenzó en 1883 con la construcción del ferrocarril Batumi-Tiflis-Bakú (completado en 1900) y la terminación del oleoducto Bakú-Batumi. De ahora en adelante, Batumi se convirtió en el principal puerto petrolero ruso en el Mar Negro. La población de la ciudad aumentó rápidamente duplicándose en 20 años: de 8.671 habitantes en 1882 a 12.000 en 1889. En 1902 la población había llegado a 16.000, con 1.000 trabajando en la refinería de la Caspian and Black Sea Oil Company de Baron Rothschild.

A finales de la década de 1880 y después, más de 7.400 emigrantes de Doukhobor zarparon hacia Canadá desde Batumi, después de que el gobierno accediera a dejarlos emigrar. Los cuáqueros y los tolstoyanos ayudaron a recolectar fondos para la reubicación de la minoría religiosa, que había entrado en conflicto con el gobierno imperial por su negativa a servir en el ejército y otros puestos. Canadá los instaló en Manitoba y Saskatchewan.


Ataque ruso 15 de mayo de 1877

“El hundimiento de los barcos del vapor“ Grand Duke Constantine ”, el barco turco“ Intibah ”en el Batumi RAID en la noche del 14 de enero de 1878

(2) Ataques de los lanzamientos de minas rusas contra los barcos turcos en el puerto de Batumi durante la guerra ruso-turca de 1877-1878. En la noche del 16 (28) de diciembre de 1877, el barco "Velikiy Knyaz Konstantin" (comandante-Capitán de segundo rango SO Makarov se acercó a Batum de forma encubierta, lanzó 4 barcos, de los cuales "Chesma" y "Sinop" tenían cada uno como armamento un Robert Mina autopropulsada Whitehead (torpedo). Después de la medianoche, los lanzamientos de la mina penetraron en el puerto y atacaron al acorazado turco blindado "Mahmudiye" (el buque insignia turco fue durante muchos años el buque de guerra más grande del mundo), pero el ataque resultó abortado como un torpedo, habiendo pasado a lo largo del tablero del acorazado, saltó a la orilla, y el otro golpeó contra la cadena del ancla del acorazado y explotó en el suelo. El 14 (26) de enero de 1878, "Velikiy Knyaz Konstantin" repitió una incursión en Batum. Los lanzamientos "Chesma" y "Sinop" al golpear al vapor armado turco "Intibah" con dos torpedos simultáneamente desde una distancia de unos 80 m destruyeron el barco. Este fue el primer lanzamiento exitoso registrado en el mundo de torpedos de un torpedo b avena.

Durante 1877-1877, los rusos habían estado proporcionando algunos datos de acción de torpedos durante su lucha con los turcos alrededor del Mar Negro. La flota turca dominaba ese mar simplemente por estar anclada, ya que los rusos no tenían acorazados marítimos ni posibilidades de entrar mientras los fuertes turcos y los cañones de los barcos dominaban los estrechos de Constantinopla; de modo que los rusos no tenían otra alternativa que usar torpederos para operaciones ofensivas, y llevaron a cabo una serie de incursiones nocturnas con botes de 15 nudos especialmente construidos de unos 50 o 60 pies de largo, transportados por barcos nodriza, generalmente buques mercantes rápidos. Sin embargo, los ataques anteriores se hicieron con mástil y torpedos de remolque, y para acercarse lo suficiente sin alertar al enemigo con chispas de los embudos y un ruido considerable del motor, tuvieron que reducir su velocidad al paso y entrar sigilosamente. Aun así, no escaparon. detección, y solo tuvieron éxito en una ocasión cuando encontraron al monitor costero Siefé desprotegido por las obstrucciones habituales de los torpederos colocados alrededor de los barcos turcos. A pesar de ser detectados por el centinela, presionaron bajo sus cañones de la torreta cuando fallaron tres veces y tocaron un torpedo de mástil cerca del poste de popa; el Siefé se hundió en poco tiempo. En cuanto al "Whitehead", también se intentó y, en una ocasión, la noche del 25 al 6 de enero de 1878, los rusos afirmaron haber hundido un barco de guardia turco anclado en la entrada del puerto de Batum desde un radio de 80 yardas; aunque los turcos negaron cualquier derrota, es posible que este fuera el primer éxito de Whitehead en acción. A pesar del mal estado de la flota turca y la gran resolución de los oficiales rusos, estos fueron los únicos ataques con torpedos efectivos de la guerra. Fueron éxitos modestos, y era evidente que los torpedos serían de poca utilidad contra una flota eficiente anclada y custodiada según lo recomendado por el Comité de Torpedos británico de 1875, mediante redes, luces, cañones Gatling y botes de guardia.

jueves, 12 de noviembre de 2020

Europa 1945: El punto de quiebre

Europa 1945, los dramas después de la gran guerra: violaciones, venganzas, los sobrevivientes de los campos y mucho dolor 

La Segunda Guerra Mundial había llegado a su fin después de casi seis años. Era el turno de la paz. Comenzaba un proceso de sanación, pero también de horror, muerte e injusticias. Llegaron los acusados de colaboracionistas, los abusos a millones de mujeres, más hambre y más espanto. Cómo se reconstruyó Europa después de haberse hecho jirones

Por Matías Bauso || Infobae





1945 fue el año en que empezó la sanación pero también el de la revancha y el dolor. Fue necesariamente un tiempo de confusión y de reparación, de horror y de esperanza (Granger/Shutterstock)

Hitler se había suicidado una semana antes. Los soviéticos ya estaban en Berlín. La rendición alemana es cuestión de horas. La guerra llegará a su fin después de casi seis años. Era el turno de la paz. Pero los procesos históricos son complejos, varias situaciones contradictorias pueden convivir en un mismo momento. Los cambios no son automáticos ni las soluciones mágicas.

El fin de la guerra era el primer paso para llegar a la tranquilidad. Pero que terminaran los enfrentamientos armados no implicaba que el mundo a partir de ese momento sería un lugar idílico. El fin de la guerra también tuvo mucho dolor, venganza, violaciones, muerte e injusticias. Faltaba mucho trabajo y mucho sufrimiento para acceder a una nueva normalidad. 1945 fue el año en que empezó la sanación pero también el de la revancha y el dolor. Fue necesariamente un tiempo de confusión y de reparación, de horror y de esperanza.

El mundo debía reconstruirse luego de haberse hecho jirones. Esa reconstrucción no fue ni inmediata ni pareja. El recuento de los grandes hechos políticos -establecimientos de gobiernos, juzgamientos, ocupaciones, rehabilitaciones- muchas veces hace que se olviden los profundos dramas humanos. La visión global, el movimiento en ese tablero que es el mundo, pierde de vista las individualidades, los dramas personales por más masivos y similares que fueran.

Muchos se mostraron ilusionados con el regreso a los viejos tiempos. Eso significaba para ellos la firma de la capitulación. Pero habían sucedido demasiadas desgracias, había habido mucha muerte, la locura y la abyección habían permanecido demasiado tiempo como para que todo volviera a ser como antes.

El pasado no volvería. Un nuevo mundo empezaba. Pero esa nueva normalidad, con muchos elementos muy superadores del pasado y con otros que significan un retroceso, todavía requeriría muchos sacrificios y mucho trabajo para instalarse.

  El fin de la Segunda Guerra Mundial

Algo de eso muestra una escena que muchas veces ha pasado desapercibida. En el momento de la firma de la rendición alemana, el mariscal Wilhem Keitel sin dejar que ninguna emoción se filtrara en su expresión le dijo secamente a los comandantes soviéticos que estaba horrorizado por la dimensión de la destrucción de Berlín. Uno de los oficiales del Ejército Rojo le respondió con la misma parquedad: “¿Usted mostró el mismo horror por los cientos de pueblos y ciudades soviéticas que fueron arrasadas tras sus órdenes? Decenas de miles de niños quedaron sepultados bajo las ruinas de esos lugares”. Keitel no respondió nada.

La alegría inicial se transformó en euforia. La guerra había terminado. El mundo sería distinto. Era el momento de la paz. Sin embargo, los ánimos exultantes de algunos debían convivir con el hambre, la enfermedad, la pobreza, la lejanía del hogar o la ausencia de este. Y ninguno de esos eran estados intermedios. Había demasiada enfermedad. Demasiada pobreza. Demasiada hambre. Nada extraño: lo que las guerras suelen provocar.

La capitulación de unos, la victoria de otros no significaron la prosperidad inmediata. El fin de la guerra no funcionó como un interruptor que al apretarlo cambió de inmediato el estado de las sociedades.

En muchas grandes ciudades europeas hubo desfiles victoriosos, fiesta en las clases, bailes y besos. En otras sólo había desolación. En el mismo lugar un ejército podía ser visto como una fuerza de liberación o como despiadados conquistadores.

La libertad no era la solución a todos los problemas. La miseria seguía allí. Los familiares muertos no resucitaban y se iba a necesitar de mucho dinero y mucho trabajo para volver a levantar las ciudades arrasadas por las bombas.


En Berlín y en las otras ciudades alemanas por las que pasó el Ejército Rojo la norma fueron las violaciones masivas. Más de dos millones de mujeres ultrajadas. De los 12 a los 70 años. Las mujeres eran objetos, medios para consumar la venganza (Northcliffe Collection/ANL/Shutterstock)

Creer que en Europa, la firma de la rendición alemana hizo cesar las muertes es un error. La cantidad de enfermos y heridos, la diseminación de enfermedades que no podían enfrentarse. No había ni equipos médicos, ni personal ni medicamentos para tanta población. Y, hasta en los casos en que esa ayuda llegaba y era abundante, podía resultar perjudicial. Muchos murieron tras darse atracones con la comida que les proporcionaron los aliados: sus organismos no estaban preparados para comer raciones razonables de alimentos.

La guerra había dejado destrucción y dolor. Con la exaltación del triunfo, la tranquilidad de que el peligro de ser asesinado por una bomba hubiera quedado atrás, la posibilidad de vislumbrar un futuro por primera vez en cinco años. Pero con ese entusiasmo convivía la sed de venganza.


Los sobrevivientes de Auschwitz eran espectros humanos, ya no tenían hogar. Volver a sus países fue una tarea mucho más difícil de la que se había pensado (Shutterstock)

Una foto de Robert Capa, sacada unos meses antes, grafica la situación. Es de la liberación de la ciudad francesa de Chartres. Una mujer camina en medio de una multitud, en sus brazos un bebé envuelto en una manta. Delante de ella camina un hombre con un hatajo de ropa; el hombre, presumiblemente el padre de la mujer, con una boina en su cabeza lleva la vista clavada en el piso y un gesto amargo en la cara. La mujer, detalle fundamental, está rapada. Alguien rasuró a cero su pelo. El signo de la ignominia, la marca de la colaboración con los ocupantes nazis. El bebé en sus brazos parece ser la prueba más cabal de ello. Dos policías la llevan detenida o la escoltan, no sé sabe. Alrededor y detrás de ella centenares de habitantes del pueblo. Se burlan de ella, sonríen con satisfacción, disfrutan de la situación. En sus caras hay deleite, una furiosa alegría por el cambio de destino de la mujer.

Momentos similares ocurrieron en todas las ciudades europeas tras el fin de la guerra. Los acusados de colaboracionistas, las mujeres que habían entablado relaciones con el enemigo eran castigadas, lapidadas.

En Berlín y en las otras ciudades alemanas por las que pasó el Ejército Rojo la norma fueron las violaciones masivas. Más de dos millones de mujeres ultrajadas. De los 12 a los 70 años. Las mujeres eran objetos, medios para consumar la venganza. La retribución de lo que los nazis habían hecho en sus tierras. Nadie ponía freno a la situación.

Las calles vacías, cubiertas de escombros, con el humo saliendo de los restos todavía calientes de muchas edificaciones, fueron el escenario de múltiples atrocidades. El vencedor imponía su ley, la del Talión. Faltaba mucho tiempo para que la razonabilidad se impusiera.

Del lado de las tropas aliadas también existen registros de abusos y violaciones aunque no tan masivos ni sistemáticos. No estaba tan acendrado el sentido de venganza y las autoridades militares impusieron límites disciplinarios con mayor velocidad.


 
El mercado negro era el único lugar en que se conseguían productos de primera necesidad. Arroz, un jabón, pan. Se saqueaban ruinas, se atacaba a una anciana que caminaba por la calle con una bolsa de verduras (Sovfoto/Universal Images Group/Shutterstock)

La desesperación y la escasez hizo que muchas mujeres y también muchos hombres se entregaran a los soldados enemigos. Era una forma de conseguir alimentos y otros bienes que en medio de tantas carencias se convertían en mercancías muy valiosas. La miseria era abrumadora. Parecía faltar todo. Sociedades enteras martirizadas por el hambre. El mercado negro era el único lugar en que se conseguían productos de primera necesidad. Arroz, un jabón, pan. Se saqueaban ruinas, se atacaba a una anciana que caminaba por la calle con una bolsa de verduras, o una pandilla de chicos de 11 años tiraba al piso a una mujer para quedase con un pedazo de pan.

En el otro frente, en el Pacífico, uno de los argumentos con el que los líderes japoneses motivaban a su pueblo a luchar hasta las últimas consecuencias era el de que en caso de derrota sus mujeres serían mancilladas por el enemigo. Lo que los japoneses hacían no era más que recordar su propia experiencia como invasores de China una década antes. Para ellos no había otra forma en que un ejército invasor (o conquistador) pudiera comportarse. En Japón los excesos y los abusos fueron menores. Pero la guerra finalizó luego del lanzamiento de dos bombas atómicas que mataron cientos de miles de personas y que dejaron como herencia a varias generaciones diezmadas por la radiación.

Estaban también los sobrevivientes de los campos de concentración. Espectros, con un número tatuado en el brazo, con un delgado hilo de vida habitando su cuerpo. Arriados como ganado hacia alejados lagers en Europa Oriental, los escasos que escaparon del horror debían regresar a sus tierras, no ya a sus casas que habían sido saqueadas o asignadas a otros. Pero primero debían estabilizarse. Recuperar peso, regularizar comidas, dejar atrás enfermedades. Las repatriaciones fueron más complejas de lo recordado. Algunos desde un campo situado en la actual Polonia eran derivados a localidades rusas y de ahí recién emprendían el regreso a Italia u Holanda. Una odisea que duró meses y que se cobró también muchas vidas. Mientras tanto sus familiares esperaban, cada vez con menos ilusiones, alguna noticia.

“La libertad, la improbable, imposible libertad, tan lejana de Auschwitz que sólo en sueños osábamos esperarla, había llegado; y no nos había llevado a la Tierra Prometida. Estaba a nuestro alrededor, pero en forma de una despiadada llanura desierta. Nos esperaban más pruebas, más fatigas, más hambres, más hielo, más miedo”, escribió Primo Levi en La Tregua. Los sobrevivientes estaban regresando a la superficie, saliendo a flote en un camino que había que sortear, no libre de dolor y crueldad.

Mujeres llevando flores a soldados soviéticos en Berlín (Northcliffe Collection/ANL/Shutterstock)

El caos dominaba. Los eventos sucedían azarosamente, casi sin lógica, como si se tratara de un misterio a resolver. Un campo de refugiados al que llegó un cargamento de raciones. Además de algunos medicamentos y de latas de comida, casi sin razón de ser, entre los paquetes se habían colado dos grandes cajas con lápices labiales. Luego de la sorpresa el oficial británico a cargo, el teniente coronel Gonin ordenó distribuirlos entre las mujeres. Las mujeres yacían en las camas sin sábanas, no tenían nada de nada. Las costillas amenazaban con cortar la delgada piel que las recubría, muchas respiraban con dificultad pero tenían los labios pintados de un carmesí intenso.

“Creo que nada hizo más por esas mujeres que el lápiz labial. Ya no eran un número. Esa nimiedad les mostraba que volvían a ser individuos. Ese mínima posibilidad de prestar atención a la apariencia, en darse un pequeño gusto, les devolvía la humanidad que habían tratado de quitarles”, escribió el oficial británico años después.

Se vivió también una notable liberación sexual. Los índices de nacimiento en los meses posteriores son de los más altos de la historia europea. Luego de tantas privaciones y sufrimientos, el sexo era una manera contundente de recuperar, de reafirmar la humanidad que los nazis habían tratado de quitarles. Algunos se sobresaltaron y hablaron de indecencia y de libertinaje. La mayoría lo vivió con naturalidad e intensidad. Había otro motivo importante: oponerle vida a tanta muerte. Los nacimientos eran una confirmación contundente, irrefutable de vitalidad. Una manera de ir reconstruyendo lo derruido. Ian Buruma escribe en su libro Year Zero. A History of 1945: “El sexo no era sólo cuestión de placer; era, una desafío, una muestra de rebeldía contra la extinción”.

  Las calles vacías, cubiertas de escombros, con el humo saliendo de los restos todavía calientes de muchas edificaciones, fueron el escenario de múltiples atrocidades (Northcliffe Collection/ANL/Shutterstock)

En 1945 el mundo adquirió su nueva forma. Lo ocurrido ese año sentó las bases de todo lo bueno y lo malo que vino después. El transcurso del tiempo mostraría que el regreso al mundo anterior a la guerra era imposible. Los equilibrios se habían modificado pero también había cambiado la gente.

Los países que salieron victoriosos verían caer sus colonias en los años siguientes; Japón y Alemania empezaban la recuperación desde cero. Las mujeres empezaban a tener otro papel en la sociedad; la ausencia de los hombres durante tantos años habían demostrado lo que durante tanto tiempo no se había querido ver: sus condiciones, su fortaleza, sus habilidades, la igualdad de condiciones (aunque todavía se estaba muy lejos de la igualdad de oportunidades: tan lejos que todavía, 75 años después, no se alcanzó).

Pero no sólo la liberación femenina salió a la luz dentro de las ideas, instituciones y conflictos que definirían las siguientes décadas (probablemente, al menos, hasta la caída del Muro en 1989) están las Naciones Unidas, el comunismo como posibilidad en muchos países, el pacifismo japonés, la unidad europea, la hegemonía norteamericana, el estado de bienestar y, por supuesto, la Guerra Fría.

martes, 10 de noviembre de 2020

República de Weimar: El comisario socialista de Berlín que provocó un "levantamiento popular"

El jefe de policía izquierdista comenzó el levantamiento de Spartacus

Como jefe de policía de Berlín, se suponía que Emil Eichhorn debía proteger la democracia. De hecho, promovió las fuerzas izquierdistas radicales que declararon la guerra a la joven república. La situación se intensificó en enero de 1919.
Die Welt


El 5 de enero de 1919, el llamado levantamiento de Espartaco estalló en Berlín, con el cual los comunistas y el ala izquierda del Partido Independiente Socialdemócrata (USPD) querían derrocar al gobierno. El levantamiento fue sofocado el 12 de enero de 1919.


La policía debe garantizar la seguridad y el orden, no difundir la incertidumbre y el desorden. Pero este último hizo exactamente lo último en Berlín a fines de 1918/19. Más precisamente: el cuartel general de la policía, el desafiante "castillo rojo" en Alexanderplatz, que durante décadas fue considerado con razón una fortaleza de la dinastía Hohenzollern por el movimiento obrero.

Ya durante las luchas navideñas por el castillo de Hohenzollern y el vecino Marstall, la "fuerza de seguridad policial", una milicia armada paramilitar compuesta por ex soldados de izquierda, creada por el actual jefe de policía Emil Eichhorn, del lado de la amotinada división de la Marina Popular.

Además, el político de la USPD, que había caído más accidentalmente en el papel de jefe de policía en la capital imperial el 9 de noviembre de 1918, mantuvo abiertamente su cargo en términos de política de partidos: el ala radical del movimiento sindical recibió todo el apoyo, todas las demás fuerzas políticas no recibieron ni se vieron obstaculizadas. El documento del partido SPD "Forward" en el día de Año Nuevo fue solo un poco puntiagudo: "Todos los días en que Eichhorn permanece en el cargo es un peligro para la seguridad pública".

Cuando el 3 de enero de 1919 los ministros del USPD en el gobierno prusiano renunciaron en protesta por la represión del motín en Navidad, Eichhorn fue el último independiente en un puesto importante en Berlín. El jefe de policía no ocultó su actitud: favoreció la conexión de toda la izquierda con la Liga Bolchevique Espartaco fundada por Karl Liebknecht.


Desde noviembre de 1918 hasta enero de 1919, Emil Eichhorn controló el cuartel general de la policía de Berlín, el "Rote Burg"
Fuente: picture-alliance / akg-images; Manual del Reichstag 1907, duodécimo período legislativo, Berlín 1907 / en el dominio público

Fue una situación grotesca: el jefe de policía designado por el gobierno interino apoyó al grupo que exigía que se retirara al gobierno interino. Eichhorn no estaba impresionado por las críticas a su oficina. Cuando fue convocado por el primer ministro y ministro del Interior de Prusia, Paul Hirsch, un hombre del SPD, Eichhorn se retiró y anunció que haría comentarios por escrito sobre las acusaciones.

También respondió sin rodeos que no reconocía al Ministerio del Interior como superior, sino solo a los consejos de trabajadores y soldados. Cuando se le preguntó qué pensaba de la Asamblea Nacional, el Independiente respondió rápidamente que su punto de vista político no preocupaba al Ministerio. Hirsch no podía dejar que el oficial político Eichhorn esperara.


Tropas leales en una barricada en Berlín en enero de 1919
Fuente: UIG a través de Getty Images

El sábado 4 de enero de 1919, el jefe de policía retirado fue liberado formalmente; sin embargo, el anuncio se hizo en breve, lo que tuvo que provocarlo. El Consejo Central y el Consejo Ejecutivo del Gran Berlín confirmaron el despido. Solo el jefe del caudillo revolucionario, Richard Müller, y Ernst Däumig, el líder del ala izquierda del USPD, votaron en contra.

La decisión se publicó de inmediato, lo que alimentó aún más el estado de ánimo. Eichhorn todavía no pensó en ceder y se aseguró de respaldar a su grupo. La junta de la USPD en Berlín y los jefes revolucionarios llamaron al reemplazo un "ataque base contra los trabajadores revolucionarios" y convocaron a una manifestación el domingo siguiente.

Cuando el nuevo jefe de policía Eugen Ernst apareció en el presidium de Alexanderplatz y le pidió amablemente a Eichhorn que entregara su oficina, el revolucionario depuesto se negó. Un testigo recordó haber escuchado: "¡Estoy construyendo el nuevo estado popular!" Ernst tuvo que retirarse porque los soldados y los manifestantes entusiasmados apoyaban a Eichhorn. Un desastre.


Gustav Noske dando un discurso en 1918/19
Crédito: picture-alliance / dpa

Gustav Noske, que había sido responsable de la seguridad militar e interna en el Consejo de Representantes del Pueblo durante unos días, había aconsejado urgentemente a su amigo del partido Eugen Ernst que solo fuera al Presidium con tropas leales. Cualquier otra cosa minaría la autoridad del estado. Eso era exactamente lo que había sucedido ahora.

Sin embargo, el 4 de enero de 1919, Noske no pudo intervenir porque estaba ocupado con otras cosas: con Friedrich Ebert, el presidente del Consejo de Representantes del Pueblo, el gobierno de transición al nivel del Reich, visitó a las tropas en Zossen, cerca de Berlín. Los soldados tenían curiosidad por los políticos; pero, sobre todo, querían ver cómo reaccionaban sus superiores a los dos socialdemócratas.

El mayor general Georg Maercker, naturalmente, rindió homenaje al Representante del Pueblo, pero no ocultó su espíritu monárquico. Dijo que un hombre como Noske con una postura política firme "no podía encontrar camaleones políticos para complacer". El socialdemócrata, a su vez, sabía que sin un poder militar confiable, el gobierno se convertiría en una bola de juego para los grupos radicales.




A principios de enero de 1919, la guerra civil se desencadenó en el centro de Berlín.
Fuente: UIG a través de Getty Images

La respuesta a una ley sobre un ejército popular de voluntarios fue baja, aunque cumplió con todos los criterios de la nueva era: los voluntarios se comprometieron por un apretón de manos a la república socialdemócrata y eligieron a sus propios líderes.

Sin embargo, los soldados del ejército de campo que habían regresado del frente no estaban interesados ​​en gran medida en un servicio adicional en casa. En lugar de mantener el orden y la seguridad, querían irse a casa. Por lo tanto, Noske consideró conveniente que Maercker había formado el "Landesjäger" de Freikorps con una gran parte de los equipos de su 214ª división, 5000 hombres fuertes. No se veían a sí mismos como una unidad paramilitar, sino como parte del ejército imperial, no democráticos, pero al menos leales al gobierno actual.

Mientras tanto, el KPD, que solo había sido fundado unos días antes, había reconocido que la disputa sobre el presidente de la policía le ofreció una oportunidad perfecta para escalar. Era indiferente al personal de Emil Eichhorn; más bien, su despido correspondió a su convicción de que ningún enlazador podría trabajar con el SPD. Sin embargo, el proceso podría usarse extremadamente bien para obstaculizar o incluso evitar la elección a la primera Asamblea Nacional prevista para el 19 de enero de 1919. Esto es exactamente lo que quería el KPD porque no votó, en el que solo podía esperar unos pocos votos.

Las fuerzas del gobierno alemán arrestan a los espartaquistas en 1919. El levantamiento espartaquista (Spartakusaufstand) fue una huelga general y la batalla armada en Alemania del 4 al 15 de enero de 1919. Su represión marcó el final de la Revolución alemana. El nombre "levantamiento espartaquista" se usa generalmente para el evento a pesar de que ni la "Liga Espartaquista" ni el Partido Comunista de Alemania lideraron este levantamiento; cada uno participó solo después de que la resistencia popular había comenzado ...


Los prisioneros del levantamiento de Espartaco son llevados lejos
Fuente: UIG a través de Getty Images

Entonces, el 5 de enero de 1919, a los lectores del periódico KPD "Rote Fahne" se les mostró cuán supuestamente insidiosamente Ebert y Philipp Scheidemann, el otro presidente del SPD, habían expulsado al hombre del USPD, Eichhorn. Pero no se trata solo de él: se suponía que los propios trabajadores estaban "privados del último remanente de los logros revolucionarios".

El movimiento de ajedrez demagógico, que ignoró todo el progreso de los meses anteriores, quedó atrapado: unas pocas decenas de miles de berlineses vinieron a la manifestación. Eichhorn tomó la palabra él mismo al caer la tarde en los pasillos de Germania en Chausseestrasse y anunció: "¡Recibí mi cargo de la revolución y solo lo devolveré a la revolución!" Después de eso, el "Comité Revolucionario" se reunió por primera vez Docena de radicales de izquierda, incluidos Eichhorn y el líder de Spartakus Karl Liebknecht y Wilhelm Pieck, cofundador del funcionario de KPD y Spartakus.

Al mismo tiempo, entre 500 y 600 combatientes armados de izquierda, casi todos en las inmediaciones del KPD, ocuparon puestos clave en el centro de Berlín. Irrumpieron no solo en los editores de los "Vorwärts", sino también en los edificios del Wolff’s Telegraph Bureau y las editoriales civiles Mosse, Ullstein y Scherl en el distrito de periódicos de Berlín. El levantamiento de Spartacus había comenzado.

Este artículo fue publicado por primera vez el 6 de enero de 2019.