viernes, 16 de octubre de 2020

España Imperial: El esclavismo español

La oscura historia del pasado esclavista español

La Vanguardia
Claudia Contente, historiadora, Universitat Pompeu Fabra

 

A pesar de las leyes y compromisos, España fue uno de los últimos países, a finales del siglo XIX, en acabar de forma real con el fenómeno 



Una representación de una plantación de tabaco en Cuba con mano de obra esclava, hacia 1840 (Bettmann / Getty)


En un momento de revisión del pasado en Estados Unidos , pero también en Europa, a menudo se pasa de largo respecto a qué representó y cuánto se prolongó la esclavitud en España y su imperio. Sin embargo, el tráfico de seres humanos vinculado con las colonias tuvo en el caso español uno de los recorridos más largos entre los países europeos. Aunque la legislación prohibió el tráfico de esclavos en 1820, este siguió produciéndose de forma clandestina y masiva durante décadas. Pero una cosa era el tráfico y otra la esclavitud en sí, cuya abolición no fue decretada hasta 1880.

Cuando pensamos en la esclavitud en España, lo asociamos a su cara más visible y sin duda más relevante, la de las explotaciones azucareras caribeñas del siglo XIX, que, con justicia, opacan las demás formas de esclavitud que se conocieron en América y en el propio territorio peninsular.


Antes de la conquista de América, Sevilla o Barcelona contaban con proporciones significativas de esclavos

Sin embargo, en América la esclavitud estuvo lejos de ser patrimonio exclusivo de las plantaciones, y en el propio suelo peninsular también la hubo, y durante siglos, en particular en el área del Mediterráneo. Ciudades como Sevilla o Barcelona contaron con proporciones significativas de esclavos entre sus pobladores, y, un detalle importante, no todos eran de origen subsahariano: los hubo igualmente blancos o moros, tal como los describen las fuentes en épocas medieval y moderna.

En el siglo XV, si Lisboa era la capital del tráfico negrero, Sevilla la seguía en importancia. En ese entonces, esta última era una ciudad multicultural y animada, con un mercado muy dinámico, y, en lo que se refiere a los esclavos, asumía un doble papel: por un lado, de consumidora, para sus propias actividades productivas y comerciales, y, por otro, como se anudaban allí varias rutas comerciales marítimas y terrestres, era un importante punto de redistribución del tráfico negrero.


El cuadro, de Vicente Albán, representa a una mujer con su criada esclava en el Virreinato de Nueva Granada, en 1783 (PHAS / Getty)

Las Canarias y su producción azucarera fueron asimismo consumidores tempranos de esclavos. Pero fue la necesidad de mano de obra en América la que hizo estallar una demanda que, con el tiempo, llevó el tráfico y la explotación a proporciones espeluznantes.

Ya desde principios del siglo XVI, la catastrófica mortalidad entre los aborígenes americanos y la incapacidad para dominar a la población local en algunas zonas hicieron que la mano de obra esclava representara la mejor alternativa. Fue así como, desde los primeros tiempos de la colonización, en 1513, se comenzaron a otorgar licencias puntuales para introducir esclavos en América y se organizó el tráfico que, como tocaba tres continentes, se conoció como “triangular”: desde Lisboa, Sevilla, Canarias y otros puertos europeos zarpaban barcos que recogían negros en las costas africanas, los llevaban a Indias y volvían a Europa, trayendo mercancías americanas.


Ya en el siglo XVI se empezó a introducir en América mano de obra esclava procedente de África

A fines de ese mismo siglo se instituyó el sistema de asientos, que otorgó exclusividad en el tráfico a determinadas compañías. Esto implicó que los españoles intervinieran en mucha menor medida que ingleses, portugueses y franceses, que pagaban a la Corona de España por la concesión. Los navíos con ese pabellón, pues, quedaron oficialmente fuera del comercio atlántico hasta 1789, cuando se liberalizó la introducción de esclavos en América y pudieron participar en el tráfico. Pero que los intereses españoles no participaran en el tráfico no quiere decir que no fueran sus destinatarios en las colonias.

En América, la población esclava se desparramaba a lo largo y a lo ancho del espacio colonizado. Si bien la presencia de esclavos se concentró sobre todo en el Caribe, donde se puso en marcha el cultivo de caña de azúcar o de tabaco –áreas, además, en que las epidemias habían tenido como consecuencia una pronunciada disminución de la población nativa–, también se explotó mano de obra esclava en zonas periféricas del imperio, en áreas rurales y urbanas en todo el continente, donde, más allá de las actividades domésticas que se les suelen atribuir, solían aprender y ejercer oficios por cuenta de sus amos o incluso por cuenta propia.

Un acto abolicionista para recaudar fondos para liberar esclavos en Madrid, 1868 (API / Getty)

Hubo asimismo trabajo intensivo, en condiciones comparables a las de la esclavitud, en regiones donde se disponía de mano de obra indígena sometida a trabajo forzado, como por ejemplo en la mita peruana (un impuesto en trabajo que debía pagar la comunidad). En estos casos y en contextos como el de la explotación minera, aunque los indígenas no pudieran ser oficialmente reducidos a la esclavitud, a menudo sufrieron condiciones de explotación aún peores que las de la población esclavizada, y esto por razones obvias: mientras que los esclavos tenían un precio y, según para quién, resultaría un auténtico esfuerzo procurárselos, la vida de un aborigen no tenía valor monetario alguno, y ya la comunidad proporcionaría un reemplazante si el mitayo venía a fallar o morir.

En las colonias inglesas, entre tanto, la explotación de mano de obra esclava representaba igualmente un negocio que iba viento en popa y que implicaba fuertes intereses. Fue justamente en Inglaterra donde, a finales del siglo XVIII, el movimiento abolicionista, surgido entre sectores protestantes, cobró cada vez más peso e influencia. Hasta lograr, en 1807, gracias a la que el historiador Josep M. Fradera considera la primera campaña humanitaria de la historia, que Gran Bretaña prohibiera el tráfico y se convirtiera en la principal activista para erradicarlo. La siguiente conquista para este grupo fue la prohibición de la esclavitud en los territorios bajo dominio británico, obtenida en 1833 y con el elevado costo consiguiente, puesto que el Estado británico tuvo que indemnizar a los propietarios obligados a liberar sus esclavos.


España firmó un tratado contra el tráfico de esclavos en 1817, pero, en cambio, se produjo un aumento espectacular

Por ese entonces, Inglaterra comenzó a utilizar todos los medios a su alcance para impedir que el infame comercio de esclavos prosiguiera . Presión mediante, España firmó en 1817 un tratado por el cual el tráfico negrero quedaba formalmente prohibido, y daba margen hasta 1820 para la extinción total. Se preveían severos castigos para quienes infringieran la ley.

Pese a eso, el tráfico no solo continuó, sino que cobró un espectacular impulso. La única diferencia fue que pasó a ser clandestino. El historiador Martín Rodrigo considera que, de los casi 900.000 esclavos que desembarcaron en el Caribe español a lo largo de su historia, unos 600.000 llegaron precisamente durante el periodo del tráfico ilegal, entre 1820 y 1867.

La nave británica Black Joke captura al barco español de transporte de esclavos El Almirante, en febrero de 1829 (Print Collector / Getty)

En esos años, la producción de los ingenios azucareros, impulsada por la fuerte demanda, se estaba mecanizando, la rentabilidad crecía exponencialmente, igual que la voraz necesidad de mano de obra. Dadas las circunstancias, la solución adoptada fue el tráfico clandestino. A menudo contó con la connivencia de las autoridades españolas en la isla, que recibían eventualmente alguna generosa recompensa a cambio de no darse por enterados de la mercancía que se descargaba discretamente en lugares apartados. Claro que existía el riesgo de ser interceptados por un navío de patrulla inglés, pero los beneficios eran tan consistentes que bien valía la pena correr el riesgo.

Como es obvio, al haberse convertido en ilegal, ya no hay registros oficiales de entradas y salidas, y se tenía mucho cuidado en cuanto a lo que se dejaba por escrito, de manera que las reconstrucciones se basan en otro tipo de documentos, como correspondencia entre comerciantes, conflictos o denuncias judiciales, diarios íntimos y, sobre todo, la información que recogía el Estado británico en sus intervenciones.


Unos 600.000 esclavos desembarcaron en el Caribe español en el periodo en que el tráfico ya era ilegal

Al mismo tiempo, estas empresas delictivas no tenían una nacionalidad de pertenencia; a menudo eran transnacionales: el barco podía ser propiedad de personas de un país y el capitán de otro, e incluso el barco podía llevar un pabellón diferente de los anteriores. Se sabe que hubo antiguos barcos negreros norteamericanos o británicos que pasaron al tráfico ilegal caribeño. Lo que en todo caso es evidente es que esa creciente producción se originó en plantaciones de propietarios españoles, y que la participación española en el tráfico estuvo lejos de ser irrelevante.

Ahora bien: ¿qué impacto concreto tuvo la esclavitud en la economía peninsular? Es difícil, si no imposible, aventurar cifras. Está claramente establecido que los impresionantes beneficios concentrados gracias tanto al tráfico como a la explotación de esclavos ayudaron a financiar la modernización de la industria, principalmente en el País Vasco y Catalunya , y que facilitaron también la inserción de España en el capitalismo mundial.

Un motín de esclavos en el barco Amistad, cerca de Cuba, en 1839, tal como lo representó la prensa (MPI / Getty)

Aunque es prácticamente imposible reconstruir las cifras, tal como señala el historiador Luis Alonso, la construcción de varias de las magníficas casas que distinguen el Eixample barcelonés coincide con el inicio de la guerra de 10 años en Cuba (1868-1878) y la consiguiente fuga de capitales, que se repatriaron de urgencia a España. En ese sentido, estas construcciones dan una pauta indirecta y mínima de la magnitud del negocio.

Otro punto a destacar es que si la esclavitud tuvo un largo recorrido en España no fue solo por efecto de las acciones emprendidas por los sectores que se beneficiaban directamente de la trata, sino que este fenómeno en sí no generó un rechazo social mayoritario en la Península, al menos no equivalente al que conocieron otras sociedades, como la británica. Probablemente, la debilidad del abolicionismo hizo que se tardara más en reaccionar contra el tráfico negrero y la esclavitud.


jueves, 15 de octubre de 2020

SGM: El contraataque de Arras de 1940

Contraataque en Arras de 1940

W&W








En la tarde del 20 de mayo, las puntas de lanza panzer de Guderian habían llegado a Abbeville en la desembocadura del Somme, y en este punto su línea estaba más delgada que nunca. Los alemanes eran vulnerables a un determinado contraataque, pero el único que amenazó a los panzers a toda velocidad fue por tanques británicos en Arras el 21 de mayo. Los aliados infligieron un revés punzante en la división SS Totenkopf, pero rápidamente se encontraron bloqueados por los panzers de Rommel. Después de una batalla enérgica, los británicos fueron devueltos a sus posiciones originales y amenazados con cercarlos.

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En el frente principal, había un rayo de esperanza. Georges, a pesar de su pesimismo, trató de organizar un contraataque y los resultados positivos vinieron del avance de la 1ª DLM y la 1ª División del Norte de África en el Bosque Mormal, donde estaba involucrada la 5ª División Panzer. El SOMU del DLM Como descubrió una serie de tanques Char B abandonados, pero no pudieron establecer contacto con la sede para recuperar estos valiosos vehículos. Durante el resto de la campaña, los alemanes continuaron encontrando un buen número de tanques franceses abandonados que no tenían servicio o simplemente se habían quedado sin combustible.



Mientras tanto, el primer ministro Paul Reynaud se vio obligado a hacer cambios en su mando. Finalmente decidió reemplazar a Gamelin con el general Maxime Weygand, quien regresó de Siria el 18 de mayo, mientras Gamelin intentaba sellar la penetración alemana. Mientras tanto, el Primer Ministro también se enfrentó a la reorganización de su gabinete. Llamó al viejo héroe de guerra, el mariscal Philippe Pétain, para servir en su gobierno y, con suerte, restaurar la confianza. Sin embargo, nada podría evitar el desastre. El rey belga, listo para rendirse, retiró su ejército al último rincón de su reino. La preocupación británica sobre el destino del BEF y su supervivencia se intensificó. Para el 19 de mayo, los alemanes ya estaban estableciendo cabezas de puente sobre el río Somme, que rápidamente se estaba volviendo insostenible como línea de defensa para los franceses. El problema que enfrentaba el Alto Mando francés era cómo defender el frente en constante expansión cuando ya hasta un tercio de sus fuerzas, incluidos los aliados, fueron destruidas o atrapadas en el Norte.

Gamelin esperaba aprovechar la vulnerabilidad de la punta de lanza alemana y enviar a sus tropas contra sus hombros, lo que interrumpiría las líneas de comunicación detrás de las unidades panzer. Ordenó al 2º Ejército lanzar una acción ofensiva en las cercanías de Sedan, y ordenó a las unidades del cuerpo principal del 1º Grupo de Ejércitos atacar más al sur hacia Cambrai. Antes de que se pudieran realizar los preparativos para estas acciones, Gamelin fue reemplazado por Weygand el 20 de mayo, quien decidió hacer su propia evaluación de la situación del fluido antes de pasar a la ofensiva. Los franceses, ahora tan preparados como podían estar, perdieron más tiempo esperando la decisión del nuevo comandante.

El día del 19 de mayo solo trajo algunos momentos alentadores para los Aliados, ya que la situación general del 1er Grupo del Ejército se deterioró. El cuarto DCR de De Gaulle, que ahora comprende unos 150 tanques, atacó nuevamente a los alemanes, y esta vez golpeó la retaguardia izquierda de Guderian en las cercanías de Laon. Las minas, los cañones antitanques y los Panzer IV finalmente detuvieron la armadura de De Gaulle en Crécy (no la ciudad donde los franceses fueron derrotados durante la Guerra de los Cien Años). Como el 17 de mayo, la división francesa fue golpeada nuevamente por la Luftwaffe. En un trágico error, el Armée de l’Air asignado para protegerlos no apareció hasta después de que los Stukas hubieran devuelto los tanques franceses debido a un cambio en la programación. Aunque más tarde Guderian afirmó que la acción le había dado algunas horas incómodas, el ataque no fue apenas suficiente para detener la marea casi irresistible. Sin embargo, todo el incidente demostró cuán efectivas podrían haber sido las unidades blindadas francesas si solo hubieran tenido una organización divisional más adecuada y una mejor coordinación entre las unidades. Posteriormente, el Cuerpo de Caballería francés intentó reorganizar sus DLM.
A pesar de los mejores esfuerzos de los Aliados, los alemanes rompieron la línea del río Escaut, lo que se sumó a las dificultades del 1er Grupo del Ejército rodeado. Para empeorar las cosas, los franceses abandonaron los tres ataques restantes de la Extensión Maginot, temiendo que estos fuertes pudieran sufrir el mismo destino que La Ferté, ya que no habían sido diseñados para ser defendidos de la misma manera que la Línea Maginot Proper. Como resultado, los alemanes aseguraron firmemente su flanco en Sedan. Para aumentar los problemas de los franceses, tanto el general Giraud, al mando del noveno ejército, como el general Bruneau, que había luchado con su primer DCR hasta el final, cayeron en manos alemanas.

En una nueva ofensiva el 20 de mayo, el cuerpo de Guderian, junto con Reinhardt y Hoth, invadió las divisiones territoriales británicas 12 y 23 que ocupaban la línea del Canal du Nord. El general Gort había solicitado y recibido estas dos divisiones mal entrenadas a fines de abril para utilizarlas principalmente como fuerza laboral. El general Ironside le había indicado que se asegurara de que recibieran entrenamiento adicional, pero no lo hizo. El avance alemán obligó a Gort a moverlos a la línea para bloquear el viaje alemán al mar, un movimiento desafortunado ya que a ninguna unidad se le asignaron los tres regimientos de artillería o el regimiento antitanque que eran los componentes normales de una división de infantería británica. . Sus batallones de infantería también estaban mal armados. Cada uno tenía tres rifles antitanque Boys bastante ineficaces, con cinco rondas de municiones cada uno e incluso pocos de los hombres tenían experiencia para operarlos. Por el momento, estas divisiones representaban las únicas fuerzas disponibles para impedir el empuje alemán. La 2da División Panzer atravesó rápidamente la línea británica y pronto llegó a la costa en Abbeville, sellando la trampa para el 1er Grupo de Ejércitos y el BEF. Mientras tanto, el comando francés ordenó a la 5ª y 50ª división británica con la 1ª Brigada de tanques del ejército que se prepararan para el ataque planificado anteriormente de Gamelin junto con la armadura restante del Cuerpo de Caballería francés. Como los británicos no pudieron cargar sus tanques en los trenes, tuvieron que expulsarlos de la mayor parte de Bélgica, lo que dio lugar a numerosos problemas de mantenimiento.

El 21 de mayo, Weygand finalmente decidió lanzar asaltos desde ambos lados de la punta de lanza alemana con la esperanza de cortarlo y relevar a las unidades rodeadas del 1er Grupo de Ejércitos. En otras palabras, simplemente siguió la estrategia de Gamelin, después de haber retrasado su implementación. En una conferencia celebrada en Ypres, Weygand ordenó a Billotte lanzar un ataque hacia el sur, cerca de Bapaume, con las fuerzas que tenía disponibles. Se iniciaría una operación similar con unidades en el Somme. Los recursos limitados de Billotte incluyeron el remanente de sus DLM. Su último DCR restante había sido eliminado como unidad de combate. El general Besson, al mando del 3. ° Grupo de Ejércitos francés en el Somme, todavía estaba construyendo su nuevo frente con los 6. ° y 7. ° ejércitos. Tenía el tercer DCR, que había sido reconstruido a partir de unidades de entrenamiento y depósitos, y el segundo DCR con menos de la mitad de su equipo original, pero ninguna de estas unidades estaba lista para un movimiento ofensivo. Las nuevas órdenes de ataque de Weygand retrasaron la fecha al 26 de mayo, causando un retraso que podría haberse evitado al seguir adelante con los planes originales de Gamelin. Al final no se produjeron ataques, en parte porque la moral francesa se había destrozado el 25 de mayo.
Durante el día del 21 de mayo, cuando el XIX Cuerpo Panzer de Guderian, después de asegurar una cabeza de puente en el Somme, avanzó en Boulogne y Calais, los británicos intentaron reforzar las abarrotadas guarniciones francesas de esos puertos. La vigésima brigada de guardias, compuesta solo por los guardias irlandeses del 2. ° batallón, los guardias galeses del 2. ° batallón y una batería antitanque llegaron a Boulogne. Pronto se enfrentó a la 2da División Panzer. Otros dos batallones de la 30 ° Brigada de Infantería, con el 3 ° Batallón del Regimiento Real de Tanques de la 1 ° División Blindada, un antiguo batallón de motocicletas y una batería antitanque, completaron la fuerza británica que defendía Calais. Según el general Ironside, estas fueron las últimas tropas del ejército regular que quedaron en Inglaterra. Inicialmente, Guderian envió a la 1ra División Panzer contra esta fuerza.

Cuando los panzers de Guderian comenzaron a avanzar en el ala izquierda de la punta de lanza alemana, los británicos comenzaron una ofensiva contra el cuerpo panzer de Hoth en el flanco derecho de la punta de lanza. La débil Brigada Británica de Tanques del 1er Ejército, con sus 58 tanques Mark I armados solo con ametralladoras, y 16 de los lentos pero más formidables tanques de infantería Mark II Matilda armados con cañones de 40 mm, lanzó el único ataque aliado del 21 de mayo. El tercer DLM, con sus 60 tanques SOMUA, se unió a la incursión británica, avanzando en su flanco derecho a medida que avanzaban hacia el sur de Arras. De las dos divisiones británicas asignadas a esta ofensiva, solo llegaron dos batallones de infantería. El ataque aliado extendió el pánico entre las tropas aún verdes de la División SS Totenkopf, convenciendo a Rommel de que su séptima División Panzer estaba siendo atacada por más de cinco divisiones. El general sacudido tomó el control personal de la situación, devolviendo a los Aliados en la batalla de Arras. Rommel relató que cuando su sexto regimiento de fusileros no pudo detener los tanques británicos con sus cañones antitanques y comenzó a sufrir grandes pérdidas, su artillería divisional intervino, deteniendo el ataque y destruyendo 28 tanques. Sus cañones antiaéreos de 88 mm eliminaron otros siete tanques ligeros y un tanque pesado. Finalmente, el 25º Regimiento Panzer de Rommel se unió para tomar a los británicos en el flanco y la retaguardia. Siete Matildas más fueron eliminados por la pérdida correspondiente de tres Panzer IV, seis Panzer III y varios tanques ligeros en la batalla de tanques resultante. Esta acción causó a los alemanes una preocupación mucho mayor que el ataque del 19 de mayo de la división blindada de De Gaulle, a pesar de que este último podría haber causado daños más graves si hubiera logrado cortar las líneas de suministro alemanas.

En la noche del 21 de mayo, después de completar su conferencia en Ypres, Weygand encontró imposible regresar a su cuartel general por aire y tuvo que despedirse del grupo aislado del ejército en un destructor. Mientras tanto, un accidente automovilístico le quitó la vida a Billotte. Esto creó más problemas porque su reemplazo, el general Georges Blanchard, el comandante del 1er Ejército, carecía de la autoridad y la personalidad para dirigir las fuerzas británicas y belgas. Blanchard no pudo reunir las unidades necesarias para la ofensiva planificada y su grupo de ejército ya no tenía las unidades mecanizadas necesarias para organizar una ofensiva, ya que muchas unidades se habían desperdiciado en acciones fragmentarias. Lo mejor que los franceses podían esperar lograr en este punto era mantener una posición defensiva. Como esto solo sería una solución temporal, los restos del 1er Grupo del Ejército estaban condenados.

Cada día la situación empeoraba. El 22 de mayo, el V Cuerpo del Primer Ejército francés comenzó su propia ofensiva. En lugar de las divisiones requeridas, el V Cuerpo reunió un solo regimiento con algo de apoyo de armadura para el asalto. La ofensiva degeneró en una incursión en dirección a Cambrai. Logró cierto éxito, llegando a las afueras de Cambrai solo para ser expulsado por una fuerza superior alemana. Si bien nuevamente fue demasiado poco y demasiado tarde, el esfuerzo demostró que los franceses tenían los hombres y el equipo para la guerra mecanizada, pero carecían del liderazgo adecuado en los niveles superiores.

martes, 13 de octubre de 2020

Conquista de América: La remanida afirmación del inexistente genocidio

¿Por qué se acusa a los españoles de haber cometido genocidio en el continente americano?


Antes de que se me juzgue y condene por escribir este artículo, rogaría que se leyese y que la prueba acusatoria de mi condena no fuese únicamente el título. Aclarado esto, ¿por qué se acusa a los españoles de haber cometido genocidio en el continente americano?

La respuesta a esta pregunta es muy fácil si recurrimos a la manida Leyenda Negra. Según la RAE, la leyenda negra «es la opinión contra lo español difundida a partir del siglo XVI«. Y de esto se encargaron ingleses, franceses, holandeses e incluso algunos españoles durante los reinados de Carlos I y Felipe II, curiosamente coincidentes con la época de máximo esplendor del llamado Imperio español. Una leyenda que, cinco siglos después, sigue en vigor, que demasiada gente cree a pie juntillas y que desde el continente americano se repite como una letanía cuando en algún texto se narra la historia de los conquista y colonización del continente americano por parte de los españoles, que no de otras potencias europeas.

Antes de seguir, habría que precisar que nos encontramos en los siglos XV y XVI donde las potencias europeas se afanan en ampliar sus fronteras, descubrir nuevos territorios y someter a sus pobladores, esquilmar las materias primas y metales preciosos, y extender la fe cristiana -más poder, más riqueza y mayor número de súbditos a sus órdenes-. Exceptuando el matiz religioso, algo que ha sucedido a lo largo de toda la historia y en todos los rincones del mundo (incluso en el continente americano antes de llegar los europeos, como en el Imperio azteca). También los habitantes de la península ibérica hemos sido conquistados por otros pueblos: Cartago, Roma, pueblos germánicos, musulmanes o Francia. No descubro nada nuevo, sólo puntualizo que también hemos estado en el lado de los oprimidos o sometidos. Y esto no nos produce ningún tipo de recelo ni animadversión hacia estos pueblos. De hecho, nuestro patrimonio cultural, nuestra propia lengua o ciertas costumbres son un claro ejemplo de todos esos pueblos que pasaron por la península ibérica.

Entonces, ¿por qué esa animadversión hacia los españoles de algo ocurrido hace siglos? Parece que la respuesta está incluida en el título de este artículo… la acusación de genocidio de los pueblos precolombinos. Pero es que no hubo tal genocidio, y me explico.

Si se hubiese producido dicho genocidio (según la RAE, genocidio: «aniquilación o exterminio sistemático y deliberado de un grupo social por motivos raciales, políticos o religiosos«) sería imposible que en las poblaciones actuales de Hispanoamérica/Iberoamérica se viesen rasgos tan acusadamente indígenas. De hecho, al igual que por los rasgos físicos podemos aventurarnos a decir (y digo aventurarnos, que no asegurar) que un europeo es de un país nórdico, también podemos aventurarnos a hacerlo de alguien procedente de un país sudamericano o centroamericano. Además, estamos hablando de un territorio en el que se habla la lengua de aquellos conquistadores, se practica mayoritariamente su religión (actualmente, con mucho más fervor que en España) y, en lo esencial, rige su forma de derecho.

La historia es testigo de que para que una cultura se asiente en un territorio o pueblo ajeno no es suficiente con la instauración de un poder político o militar, la educación de una población o el establecimiento de unas costumbres, se necesita, sí o sí, el mestizaje humano.

Las primeras expediciones al continente americano estuvieron compuestas casi exclusivamente por hombres. Así que, lógicamente los primeros encuentros sexuales entre españoles y mujeres indígenas tenían más que ver con la «necesidad sexual» de aquellos que con otra cosa. Aquellas relaciones, puntuales e inicialmente únicamente carnales, con el tiempo se fueron convirtiendo en habituales. La convivencia variaba desde meras mujeres de compañía hasta esposas, formalizadas a veces a través de ritos indios y no cristianos. El problema es que aquellas relaciones mixtas carecían de un verdadero status legal… hasta 1514. El rey Fernando el Católico aprobó en 1514 una real cédula que validaba cualquier matrimonio entre varones castellanos y mujeres indígenas. Al reconocer la posibilidad del matrimonio entre ambas razas, la cédula de Fernando el Católico sirvió para llenar un vacío legislativo referente a la condición legal de los indios, asegurando la absoluta legitimidad e igualdad de la descendencia que surgiera de los matrimonios mixtos comparados con los matrimonios de Castilla. No sólo reconocía una realidad ya existente, también se abría la puerta al mestizaje y a la simbiosis cultural. Esas nuevas generaciones mestizas fueron las responsables de crear una cultura híbrida, mezcla de ambas y con reconocibles patrones indígenas. Si echamos la vista unos kilómetros al Norte, a EEUU y Canadá, donde ingleses y franceses fueron los responsables de la conquista y donde no se produjo el mestizaje humano, podremos comprobar que, exceptuando algunas comunidades aisladas y casi como un reclamo turístico, no queda rastro de las culturas autóctonas, ni rasgos físicos indígenas entre las poblaciones actuales.

A nadie se escapa que los conquistadores cometieron actos reprochables y miserables a nuestros ojos (propios de todas las conquistas) y que se produjeron muchas muertes, tanto en la lucha directa como a consecuencia del sometimiento y el trabajo en las encomiendas. Aún así, la mayoría de las muertes de indígenas hay que achacarlas a la propagación entre ellos de enfermedades (gripe, viruela, sarampión…) de las que eran ignorantes portadores los recién llegados y para las cuales los indígenas carecían de defensas naturales. En palabras de Agustín Muñoz Sanz, jefe de la unidad de patología infecciosa del Hospital Infanta Cristina de Badajoz y profesor titular de Patología Infecciosa de la Facultad de Medicina de la Universidad de Extremadura…

Este fenómeno representa un excelente y dramático ejemplo de lo que hoy se llama patología del viajero y del inmigrante. Las enfermedades infecciosas fueron un aspecto más, sin duda muy importante, del intercambio de personas, bienes y microbios entre dos zonas del planeta separadas durante milenios por un gran mar y por el océano del desconocimiento mutuo. […] Es materialmente imposible que las armas mataran más que las enfermedades y otros factores asociados. Pensar que algo más de cien hombres y unos cuantos caballos dirigidos por Hernán Cortés barrieron a un imperio enorme muy bien organizado y de alto nivel de civilización, como el azteca de Moctezuma (México), es desconocer la realidad de la historia. Algo similar ocurrió en la aventura de Pizarro en el imperio Inca de Huayna Cápac (Perú). La viruela y el sarampión fueron unos perfectos aliados –involuntarios, no intencionados– en el éxito de conquista española.

Y para los que no tengan claro lo que significa genocidio, un ejemplo… Cuando se pagaban cinco libras por la captura de un aborigen en Tasmania

Eso sí, hay que reconocer la labor propagandística de todos aquellos que durante siglos se han ocupado y preocupado en mantener viva la Leyenda Negra. Como decía el escritor mexicano Carlos Fuentes, pintaron a España como…

brutal, sanguinaria y sádica, empeñada en torturar y asesinar a sus súbditos coloniales, en tácito contraste, sin duda, con la pureza inmaculada de los colonialistas franceses, ingleses y holandeses.

Fuentes: La viruela y el sarampión en la conquista de América, La ley de matrimonios mixtos que cambió la colonización de América, Grandes polvos de la historia – José Ignacio de Arana

 

sábado, 10 de octubre de 2020

Aztecas: La casa real de Tenochtitlan


La Casa Real de Tenochtitlan. Cuitlahua




María Castañeda de la Paz || Arqueología Mexicana

Cuitlahua era hijo de Axayácatl, habido con una mujer de Itztapalapa, motivo por el que su padre lo puso a gobernar en ese lugar, desde donde también fungía como capitán general de su hermano Moctezuma Xocoyotzin.

Como parte de su séquito, se sabe que le aconsejó a su hermano que no recibiera a Hernán Cortés en Tenochtitlan, motivo por el que el tlatoani tenochca, por medio de sus emisarios, trató de disuadir al conquistador de su avance hacia la ciudad empleando presentes y promesas. Sin embargo, no tuvo éxito. Cortés llegó a Itztapalapa y durmió en los palacios de Cuitlahua, para al día siguiente dirigirse a Tenochtitlan, donde lo esperaban Moctezuma, el propio Cuitlahua y Cacama, señor de Texcoco.

En un número anterior de esta revista vimos que la manera de proceder de Moctezuma Xocoyotzin ante Cortés y sus tropas no fue entendida por sus súbditos, ni por un sector de la nobleza, entre los que se hallaba Cuitlahua, que también se vio prisionero de los españoles en el palacio de Axayácatl. Cuando Cortés lo soltó, era previsible que abanderara el alzamiento contra los conquistadores, que derivaría en la llamada Noche Triste. Hay fuentes que señalan que los tenochcas lo consideraban ya su gobernante; sin embargo, parece que no fue nombrado formalmente hasta después de este alzamiento.

El detonante fue la muerte de Moctezuma, en 1520, por la pedrada que recibió de su pueblo. A decir de Cortés, Cuitlahua fue quien encabezó los combates aquel día, en los que murieron 450 españoles, 4 000 indios aliados y 46 caballos, principalmente en la acequia del Tolteca, que después se llamó Salto de Alvarado, en lo que hoy sería el lado noreste de la Alameda (colonia Guerrero). Todo parece indicar que una vez que los conquistadores españoles fueron expulsados de Tenochtitlan, la elección del nuevo señor recayó en Cuitlahua. Un nombramiento que estuvo regido por dos importantes patrones:

a) el antiguo orden colateral de sucesión, en el que a un hermano lo debía suceder otro; b) su valentía y arrojo, cualidades muy apreciadas para llegar al cargo, y que Cuitlahua demostró tener durante la cruenta batalla que acababa de encabezar. Después de esto, nobles y sacerdotes procedieron a realizar los rituales de entronización, que por la situación tan particular que se vivía en ese momento, debieron de carecer de la pompa de sus antecesores. No obstante, Cuitlahua y los que lo acompañaban se dispusieron a reedificar, limpiar y adornar los templos de la ciudad, donde hicieron las correspondientes fiestas a sus dioses, y en las que sacrificaron a más de un español, de aquellos que lograron capturar durante la Noche Triste.

Ahora bien, el recién proclamado señor de los tenochcas tan sólo pudo gobernar 80 días –40 días según otras fuentes–, a causa de la viruela que un esclavo negro que venía con Pánfilo de Narváez trajo consigo y que, asimismo, arrasó con un buen número de naturales. Por este motivo, tan sólo algunas fuentes pictográficas representan al tlatoani tenochca en su trono de petate, con el glifo onomástico de la voluta del excremento (cuitla-tl) que le da nombre. Por tanto, además de adecentar la ciudad, a Cuitlahua sólo le dio tiempo de prepararla para otro embate, fortaleciéndola con fosos y trincheras, a la vez que armaba a su gente y trataba de establecer alianzas con otros pueblos para acabar de una vez con los españoles que habían logrado sobrevivir. Y en esas andaba cuando le sorprendió la enfermedad y luego la muerte.

Una fuente señala que Cuitlahua contrajo nupcias con su sobrina, doña Isabel Moctezuma, hija de Moctezuma Xocoyotzin. Sin embargo, es bastante improbable. En primer lugar, porque el único que afirma esto es el cronista López de Gómara; en segundo lugar, porque López de Gómara nunca estuvo en la Nueva España y escribía a partir de lo que otros le contaban; y, en tercer lugar, porque doña Isabel jamás se refirió a un enlace con su tío, lo cual resulta bastante extraño. Lo que sabemos con certeza es que estuvo casado con Papantzin, conocida como Beatriz Papatzin tras su bautizo, procedente de la casa real de Texcoco, nieta de Nezahualcóyotl e hija de Moteixcahuia Cuauhtlehuanitzin, señor de esta ciudad. Fruto de ese matrimonio fue don Alonso de Axayácatl Ixhuetzcatocatzin, que siguió estrechando lazos con Texcoco, al contraer nupcias con una nieta de Nezahualpilli. Se dice que cuando doña Beatriz Papatzin quedó viuda, se casó con el entonces señor de Texcoco, don Hernando Cortés Ixtlilxóchitl.

Don Alonso siguió los pasos de su padre y se convirtió en cacique y gobernador de Itztapalapa. Por tanto, estuvo también a cargo de las tierras patrimoniales de su casa, al frente de las cuales prosiguió su prima hermana, doña Magdalena Axayácatl. Pero a diferencia de su prima, esta mujer estrechó lazos con Tenochtitlan al casarse con don Martín Moctezuma, hijo de don Pedro Moctezuma y nieto de Moctezuma Xocoyotzin.



María Castañeda de la Paz. Doctora en historia por la Universidad de Sevilla, España. Investigadora del IIA de la UNAM. Estudia la historia indígena prehispánica y colonial del Centro de México, y se especializa en la nobleza, la heráldica, la cartografía y los códices históricos indígenas.

Castañeda de la Paz, María, “La Casa Real de Tenochtitlan. Cuitlahua”, Arqueología Mexicana, núm. 154, pp. 20-21.

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viernes, 9 de octubre de 2020

La España Imperial (2/2)

España Imperial 

Parte I || Parte II
W&W




Batalla de Lepanto, el 7 de octubre de 1571, por Paolo Veronese

En 1555, los turcos se apoderaron de dos de los bastiones españoles del norte de África, Trípoli y Bona. En 1559, Felipe permitió que su virrey de Sicilia y los Caballeros de Malta intentaran la recuperación de Trípoli. Fracasaron y sufrieron grandes pérdidas en hombres y embarcaciones. En 1562, las tormentas le costaron a Philip un escuadrón de galeras y lo obligaron a tirar las Cortes por dinero para construir más. Cuando los turcos sitiaron Malta en 1565, Felipe organizó una poderosa armada de socorro a tiempo para alejarlos. Al año siguiente, Suleiman el Magnífico, el enemigo implacable de Charles, murió y Philip tuvo un breve respiro. Lo necesitaba para lidiar con los crecientes problemas en los Países Bajos y la rebelión de los moriscos de Granada. A los Países Bajos envió un ejército bajo el duque de Alba para imponer el orden. Para someter a los moriscos, que controlaban una parte remota y accidentada de Granada conocida como las Alpujarras, nombró a su medio hermano de veintitrés años, Don Juan de Austria, un hijo ilegítimo de Carlos V, que anuló las autoridades locales rivales. y pacificó a las Alpujarras a fines de 1570. A raíz de esto, los moriscos de Granada se dispersaron por toda la Castilla Vieja y Nueva en un esfuerzo por asimilarlos a la mayoría de los españoles del cristianismo antiguo.

La rebelión morisco todavía estaba en llamas cuando en 1570 el nuevo sultán otomano, Selim II, invadió la posesión veneciana de Chipre. Los turcos ya habían tomado el control de Túnez, aunque la fortaleza de La Goleta resistió. Venecia buscó aliados a través del papa Pío V, que se volvió hacia España. Después de negociaciones contenciosas, Pío, España y Venecia formaron una Liga Santa. Philip acordó pagar la mitad de los costos y obtuvo el mando supremo para Don John. A través de él, Philip tenía la intención de dirigir la estrategia de la Liga. Para Chipre era demasiado tarde, aunque en la Batalla de Lepanto, el 7 de octubre de 1571, Don John y la armada de la Liga de más de 200 galeras y seis galeras pesadas con armas de fuego derrotaron a las cerca de 300 galeras más ligeras y con menos armas. Después de lograr poco en 1572, principalmente porque Philip estaba distraído por los acontecimientos en Francia y los Países Bajos, la Liga se disolvió en 1573, cuando Venecia desertó. Más tarde ese año, Don John recuperó Túnez, pero los turcos lo retomaron en 1574 y lo conservaron. Don John estaba preocupado por Génova, donde ayudó al gobierno de los aliados de Felipe a mantener el control. Génova hizo la banca de Felipe y se vio preocupado por sus deudas que se dispararon, incurrió para mantener un gran ejército en los Países Bajos y una gran armada en el Mediterráneo. En 1575, Philip tuvo que declararse en bancarrota y renegociar sus deudas con sus acreedores genoveses. Convocó a las Cortes de Castilla y las convenció de triplicar las tasas impositivas básicas. Tuvo la suerte de ver sus ingresos un poco más del doble. Nadie dudaba de que la carga sobre la base impositiva de Castilla se había vuelto peligrosa, pero las guerras, que Philip creía justificables en defensa de la religión y su patrimonio, lo exigían.

La revuelta en los Países Bajos conduciría a la división de la región entre los Países Bajos españoles (hoy Bélgica y Luxemburgo) y la República Holandesa. Para cinco generaciones de soldados españoles significaba "arrastrar una pica en Flandes". Las semillas de la revuelta fueron muchas e incluyeron las diferencias nacionales y la resistencia a los impuestos por los interminables conflictos dinásticos con Francia. Sin embargo, el principal problema era la religión. Antes de regresar a España, Philip se enteró de la propagación del protestantismo calvinista entre la población de los Países Bajos. Para comprobarlo, hizo que Roma estableciera catorce nuevos obispados, además de los cuatro largos allí, y asignara dos inquisidores a cada uno. Tradicionalmente, los Países Bajos habían sido relativamente tolerantes y tenían un pequeño número de luteranos y anabautistas, así como refugiados judíos de España y Portugal.

La mayoría de la población de los Países Bajos se opuso a los nuevos obispados, a pesar de los esfuerzos del gobernador general de Felipe y su media hermana Margaret, una hija ilegítima de Carlos V y la duquesa de Parma, para establecerlos. Los principales nobles, liderados por Guillermo el Silencioso, príncipe de Orange, se unieron a la oposición y exigieron el fin de la inquisición y una moderación de las penas para los herejes. Aunque Philip se temporizó, no se rindió. En 1566 estallaron disturbios en la mayoría de las ciudades principales. Las multitudes calvinistas saquearon las iglesias católicas y predicaron desde sus púlpitos. Las autoridades locales tardaron en reaccionar, y al recibir la noticia, Philip quedó atónito. Sabía que debía visitar los Países Bajos y resolver los asuntos con los Estados Generales, pero aceptó el plan del duque de Alba de que un ejército lo precediera para garantizar el orden. Puso a Alba a cargo de lo que la historia conoce como el Ejército de Flandes y de mala gana se preparó para seguirlo.

Su principal preocupación era su hijo, Don Carlos. Con veintiún años, don Carlos había demostrado ser inestable y errático en su comportamiento. La mayoría, salvo su indulgente padre, lo consideraba inadecuado para el negocio de la realeza. En 1568, Philip supo que Don Carlos tenía la intención de huir de la corte y lo encerró. Murió de fiebre seis meses después.
Alba encontró la situación en las diecisiete provincias que comprendían los Países Bajos peor de lo que esperaba. Margaret renunció y lo dejó con el gobierno. Él sometió a la oposición, pero le costó dinero; Philip le dijo que buscara el dinero localmente. Alba intimidó a los Estados Generales e intentó imponer nuevos impuestos unilateralmente. Rebelión revivida en tierra y mar. La reina protestante Isabel I se puso nerviosa por el gran ejército de Alba y la charla católica de invadir Inglaterra, y ayudé a los rebeldes, que eran principalmente protestantes. Los hugonotes protestantes franceses también los ayudaron. Philip intentó la amnistía para ganar la paz y reemplazó a Alba, pero no cedió en el asunto de mantener católicos a los Países Bajos. La revuelta continuó, "un monstruo voraz", según un ministro, "que devora a los hombres y el tesoro de España". Con una guerra simultánea contra los turcos, Felipe no pudo pagar a sus soldados, que se amotinaron y se volvieron locos y obligaron a los católicos a unirse a los rebeldes. Don John, el héroe de Lepanto, se convirtió en gobernador y despidió al ejército. Al no poder apaciguar a los rebeldes, volvió a recurrir a las armas. Angustiado, Philip se vio envuelto en un escándalo cuando permitió que su secretario, Antonio Pérez, asesinara a la secretaria de Don John como un riesgo para la seguridad.

Pero la división religiosa también plagó las filas rebeldes, y el sucesor de Don John, Alexander Farnese, hijo de Margaret y, después de 1586, duque de Parma, ganó a los católicos y estableció un obediente Holanda "española" que consistía en las diez provincias del sur. Las siete provincias del norte formaron la República Holandesa (que a menudo llamamos Holanda, desde su provincia más rica), bajo sus Estados Generales y la Casa de Orange.

Al principio, Felipe tenía poco dinero y pocos hombres para Parma, porque la muerte en 1578 del rey Sebastián de Portugal, en una cruzada loca contra Marruecos, abrió la sucesión al trono portugués. Felipe reclamó Portugal por derecho de herencia a través de su madre e hizo su reclamo válido con un ejército dirigido por el duque de Alba y una armada comandada por el marqués de Santa Cruz. A principios de 1581, Felipe entró en Portugal y convocó a sus Cortes para aclamarlo rey. Portugal conservó sus leyes, instituciones y la administración de su imperio en Asia y Brasil. Cuando Philip se fue en 1583 a Madrid, convirtió a su sobrino Archiduque Albert en su virrey en Lisboa. En Madrid estableció un Consejo de Portugal para asesorarlo en asuntos portugueses.

Una vez que Portugal y su imperio se agregaron a sus dominios mundiales, Philip regularizó la paga del Ejército de Flandes de Parma. Mientras Parma recapturaba Amberes, la reina Isabel firmó un tratado de alianza con los holandeses, lo que condujo a una guerra abierta. Algunos de sus súbditos, como Sir Francis Drake, habían allanado el comercio español en el Caribe y el Pacífico. En 1586 Drake devastó el Caribe y en 1587 golpeó Cádiz mientras Santa Cruz luchaba por formar una armada. Preocupado por los costos, Philip ideó un esquema complicado por el cual Santa Cruz cubriría el paso a Inglaterra de Parma y el Ejército de Flandes. Para febrero de 1588, Santa Cruz había reunido una vasta pero variada armada de barcos españoles, portugueses y mediterráneos, pero luego murió. El duque de Medina Sidonia, un administrador naval en lugar de un marinero, tomó el mando y, con la ayuda de sus almirantes, llevó la armada al Canal de la Mancha. La flota inglesa demostró ser más maniobrable y mucho mejor en artillería y frustró el intento de la armada de "unirse" con Parma. Forzado en el Mar del Norte, Medina Sidonia regresó a España navegando al norte de Escocia y alrededor de Irlanda. Las tormentas azotaron a la armada maltratada, y casi la mitad de sus barcos y más de sus hombres se perdieron, la mayoría de ellos por enfermedades.

Felipe atribuyó la derrota al castigo del pecado de Dios, luego siguió adelante. Una mentalidad de asedio creció en Madrid. Los holandeses aguantaron, Parma reconquistó poco más, y después de su muerte en 1592, sus sucesores perdieron un poco. Francia, bajo su nuevo rey, Enrique IV de la dinastía borbónica y una vez un hugonote pero ahora católico, declaró la guerra a Felipe. Con su gente luchando también en Francia, Philip reconstruyó sus armadas y renovó sus ataques contra Inglaterra. Sus fuerzas armadas fueron reducidas, sus oficiales reales lucharon para mantenerlas, y para sostener el esfuerzo de guerra de España, tuvo que contar con la cooperación de las potencias locales cuyo entusiasmo no duraría. Para pagar las cuentas, convocó a las Cortes y apeló a su lealtad a él y a Dios. Lo votaron con dinero en términos rígidos que permitieron a los gobiernos urbanos descargar más de la carga impositiva sobre la gente común. Las cantidades se contabilizaron en millones de ducados y se conocen como millones. Aunque el tesoro de las Indias logró superar los bloqueos ingleses, el aumento de los impuestos y los costos de la guerra comenzaron a afectar la economía de Castilla. Las grandes epidemias en el año 1600 se sumaron a los problemas de España.

Sin embargo, durante el reinado de Felipe, la cultura española del Siglo de Oro floreció. Lope de Vega comenzó a escribir para el escenario de Madrid. El Greco, nacido en Creta y formado en Venecia, pintó sus obras maestras en Toledo. Santa Teresa de Ávila inspiró la reforma religiosa y el avivamiento, mientras que San Juan de la Cruz escribió quizás la mejor poesía mística en cualquier idioma.

Antes de que Felipe muriera en septiembre de 1598, obtuvo la paz con Francia. Trató de resolver el dilema de los Países Bajos transfiriéndolos a su hija Isabel, a veces llamada la Gran Infanta, y a su esposo, el archiduque Albert. Pero cuando Albert murió en 1621 no tenían heredero, y los Países Bajos volvieron a la corona española. Isabel siguió gobernando las diez provincias obedientes hasta su muerte en 1633. La República Holandesa persistió en su independencia.

Felipe III (1598-1621), un joven indolente de veinte años cuando se convirtió en rey, permitió que su ministro favorito (valido), el duque de Lerma, dirigiera el gobierno. España hizo las paces con Inglaterra en 1604 y una tregua de doce años con los holandeses en 1609. El poder de España todavía parecía increíble, y unos pocos años de paz no hicieron daño a la economía. Sin embargo, muchos temían que las cosas hubieran salido muy mal, y hombres conocidos como arbitristas bombardearon al gobierno con propuestas de lo que se podría hacer para mejorar las cosas. Poco se hizo, salvo expulsar a los moriscos, que no se habían asimilado a la vieja sociedad cristiana. Después de 1609, más de 200,000 hombres, mujeres y niños moriscos fueron arrojados a las playas del norte de África.

Cuatro años antes en Sevilla apareció una novela, la primera parte de Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes. La novela completa es uno de esos grandes libros raros en los que podemos leer casi cualquier cosa. Cervantes luchó en Lepanto, donde su mano izquierda fue mutilada. Más tarde capturado por corsarios argelinos, pasó cinco años como esclavo. Cuando fue rescatado y regresó a España, comenzó a escribir obras de teatro, con poco éxito. Consiguió un trabajo del gobierno recaudando impuestos para la armada. Una auditoría de sus cuentas lo puso en la cárcel, donde supuestamente concibió a Don Quijote. El viejo don demacrado, persiguiendo sus sueños caballerescos, parece un símbolo adecuado para un Castilla agotado, que persiste en guerras que no podía permitirse.

Pero Castilla protestó a través de sus Cortes y, cada vez más, a través de la evasión fiscal y la resistencia al reclutamiento. Fue la dinastía de los Habsburgo, sus ministros dependientes y un puñado de grandes leales que persistieron en la lucha. El conde-duque de Olivares, el valido de Felipe IV (1621-1665) se convierte en el arzobispo. Un hombre inteligente pero dominante, decidido a que su soberano debería ser el más grande del mundo, Olivares asumió con energía las guerras que comenzaron a estallar en los últimos meses de Felipe III. En el Sacro Imperio Romano, el Ejército de Flandes intervino en apoyo de los Habsburgo vieneses en lo que se convertiría en la Guerra de los Treinta Años. Luego se reanudó la guerra holandesa. Olivares movilizó los recursos de España, y en 1625 los españoles obtuvieron una serie de victorias. Pero los franceses, guiados por el brillante cardenal Richelieu y temerosos de la reactivación del poder español, desempeñaron el papel de spoiler, ayudando a los enemigos de los Habsburgo y llevando a los suecos al conflicto. En 1628, cerca de La Habana, Cuba, la pérdida de una flota de plata para los holandeses resultó un revés. Con un esfuerzo desesperado, Olivares reunió nuevas fuerzas, y en 1634, el hermano menor de Felipe IV, el Cardenal Infante Don Fernando, derrotó a los suecos en Nordlingen en Alemania. En 1635, Francia entró en guerra abiertamente. La variedad de poderes contra España se volvió abrumadora, mientras que en España se acumuló la oposición a Olivares. El mejor almirante de España lo llamó un burócrata gordo, encuadernado sin conocimiento de la guerra, y fue arrojado a prisión. En 1639, los holandeses prácticamente destruyeron la última gran armada de España en la Batalla de los Downs.

Olivares había instado durante mucho tiempo a que los reinos de España formaran una Unión de Armas para la defensa común, pero Aragón, Cataluña y Portugal se opusieron a él. Cuando alojó a las tropas castellanas en cuartos de invierno en Cataluña, cerca del sur de Francia, los catalanes en 1640 se sublevaron. A medida que más tropas castellanas marcharon contra Cataluña, Portugal aprovechó la oportunidad para rebelarse y proclamar al duque de Braganza como el Rey Joao IV. Poco después, Olivares arrancó de raíz una conspiración para convertir al noveno duque de Medina Sidonia en rey de Andalucía. Toda la península estaba llena de revueltas y sedición.


Rendición de Breda. La rendición de Breda (en inglés: La rendición de Breda, también conocida como Las lanzas) es una pintura del pintor español del Siglo de Oro Diego Velázquez.

En los Países Bajos, en 1643 después de la muerte del Cardenal Infante, los franceses en la Batalla de Rocroi infligieron al Ejército de Flandes su mayor derrota. Cuando desapareció el humo del arma, la mayoría de sus españoles yacían muertos, aún en sus filas. En España, Felipe IV dejó a Olivares, que pronto se volvió loco y murió en 1645. Un nuevo ministerio buscó la paz, y para poner fin a la guerra con los holandeses, Felipe IV reconoció la independencia de la república en 1648. Antes de morir en 1665, también reconoció el Independencia de Portugal. Recuperó Cataluña. Sus últimos retratos, pintados por Diego de Velázquez, revelan a un hombre roto pero aún orgulloso. Velázquez es posiblemente el mayor legado de Olivares a España. Olivares llevó al prometedor joven pintor sevillano a la corte en la década de 1620. Allí, Velázquez pintó retratos del rey y la familia real y de los gigantescos Olivares. Pintó la notable Rendición de Breda, uno de los triunfos españoles de 1625. En ella, el comandante del Ejército de Flandes, Ambrogio Spinola, un banquero genovés convertido en general español, recibe gentilmente la rendición de los holandeses. Mientras las picas holandesas caen, las del Ejército de Flandes se mantienen erguidas, haciendo que los españoles llamen a la pintura Las lanzas. La más encantadora de las pinturas de Velázquez se llama Las Meninas (las damas de honor). Mientras el artista se para en su caballete, pintando al rey y a la reina, cuyos reflejos se pueden ver en un espejo, su hija Margarita y sus damas de honor irrumpieron en su estudio. Un enano de la corte, su hijo y un perro mascota también aparecen en la imagen. Cuando Margarita se fue a Viena para casarse con el emperador Leopoldo I, Felipe colgó el enorme lienzo en su pequeña oficina como recuerdo de un momento feliz.

A su muerte, Felipe IV no era un hombre feliz. Había cedido el norte de los Países Bajos y Portugal y había visto a España destrozada por la guerra. Le había dado a su hija mayor, María Teresa, como novia de Luis XIV, rey de Francia y árbitro de Europa. Había renunciado a todos los derechos de España para ella y sus herederos, aunque la mayoría de los expertos legales pensaban que no podía renunciar a los derechos de sus herederos. El único otro hijo sobreviviente de Felipe fue el Príncipe Carlos, quien sucedió al trono español en 1665, no tenía apenas cuatro años.

El reinado de Carlos II a menudo se considera el punto más bajo de la larga historia de España. Con la muerte del dramaturgo Calderón de la Barca en 1681, terminó la Edad de Oro cultural de España. Sin embargo, en algún momento a fines de la década de 1680, la economía y la población comenzaron a mostrar leves signos de recuperación. Carlos II, producto de la endogamia excesiva entre los Habsburgo de Madrid y Viena, nunca tuvo buena salud. Tuvo una educación indiferente, y la gente en las calles creía que su madre, Mariana de Austria, regente durante su minoría, lo hechizó: así se lo conoce como Carlos el hechizado.

Su tío, Don Juan José de Austria, proporcionó algo de energía al gobierno y a los escasos esfuerzos de guerra de España. Hijo de Felipe IV y actriz, siempre estuvo en desacuerdo con la reina madre y su valido, Fernando de Valenzuela. Don Juan José lideró una facción de grandes, que nuevamente se volvió activa en el gobierno. Cuando finalmente tomó la delantera en 1676, hizo que Valenzuela se exiliara e inició una serie de reformas necesarias. Murió a los cincuenta años en 1679 y fue seguido en el cargo por una serie de grandes que sobrevivieron en el cargo a través de la intriga y recurrieron a profesionales del gobierno. Lo mejor fue el conde de Oropesa, primer ministro entre 1685 y 1691, cuando fue víctima de luchas internas. El principal logro del gobierno fue la reforma de la moneda, que se había degradado tanto que casi no tenía valor.

A medida que el enfermo Carlos creció y en 1679 se casó con una sobrina de Luis XIV, creció el rumor de que era impotente. La cuestión de la sucesión española se convirtió en el tema primordial de la diplomacia europea. Los antiguos enemigos de España, Inglaterra y los holandeses, hicieron lo que pudieron para apuntalar la flagrante fortuna española contra el creciente poder de Luis XIV. Después de la muerte de Don Juan José, España tomó poca iniciativa en el extranjero. Los envíos de plata del Nuevo Mundo se volvieron intermitentes a medida que los piratas y las flotas enemigas infestaban el Caribe. En 1697, una flota francesa en combinación con una fuerza de bucaneros saqueó Cartagena de Indias, capital del continente español.

Al hacer las paces en 1697, Luis XIV y su enemigo principal, Guillermo III, rey de Inglaterra y líder de la República Holandesa, desarrollaron un plan para dividir el imperio de España entre las dinastías Borbón y Habsburgo para evitar otra guerra ruinosa. La parte italiana iría al segundo nieto de Louis, Philip, duque de Anjou. España, los Países Bajos españoles y las posesiones en el extranjero irían al hijo menor del emperador Leopoldo, el archiduque Carlos. Leopold se opuso enérgicamente, alegando que todos pertenecían a los Habsburgo. En Madrid, los embajadores de Louis y Leopold intrigaron por la influencia con los ministros de Estado españoles y los miembros de la familia real. La reina madre murió en 1696, pero la facción pro-Habsburgo en la corte continuó bajo la dirección de la segunda esposa de Carlos, Mariana de Neuberg, y su séquito alemán. Para dominar al rey, ella implicaba que estaba embarazada del heredero que tanto deseaba. Pero cuando Carlos murió el 1 de noviembre de 1700 y se leyó su testamento, Francia había ganado. Los españoles alrededor de Carlos, liderados por el arzobispo Portocarrero de Toledo, querían que su imperio mundial permaneciera intacto. Aunque humillados por los franceses en el campo de batalla y en alta mar, prefirieron al candidato borbónico al candidato de los Habsburgo. Louis XIV no solo tenía el ejército más poderoso de Europa; él también tenía una armada fuerte, que el emperador Leopold no tenía. El testamento estipulaba que Felipe de Anjou tenía que aceptar toda la herencia, lo que significaba que Louis tendría que rechazar los acuerdos de partición. Si Felipe no lo hacía, España y su imperio pasarían al archiduque Carlos. Charles apenas tuvo la intención de rechazar la oferta; si lo hiciera, todo pasaría al duque de Saboya. Una semana después de la muerte de Carlos II, la noticia de su testamento llegó a Luis XIV en Versalles. Después de sopesar sus opciones y darle a Leopold la oportunidad de aceptar la partición, Louis envió a Philip a España. En febrero de 1701, el rey Felipe V de diecisiete años llegó a Madrid. Su Casa de Borbón reemplazó a la Casa de los Habsburgo en el trono de España.

Desde el reinado de Carlos V hasta el reinado de Felipe IV, la Monarquía española, como los contemporáneos llamaron a España, los otros dominios europeos del rey y el imperio de ultramar de Castilla, parecía la mayor potencia de Europa. Felipe II había sido el primer soberano en la historia del mundo en cuyos dominios nunca se puso el sol. Sin embargo, cuando murió en 1598, la debilidad estructural de una monarquía mundial que dependía en gran medida del tesoro de Castilla y América se había hecho evidente para muchos. El tesoro no cubrió la brecha entre ingresos y gastos, y los otros reinos de la monarquía hicieron poco más que pagar sus propios gastos ordinarios. En cualquier emergencia, Castilla cubrió la diferencia, en detrimento de su propia economía frágil.

Fuera de Madrid, el principal monumento arquitectónico de la época de los Habsburgo, el Escorial, construido por Felipe II, se eleva en las laderas de la escarpada Sierra. Geométrica y austera, se asoma sobre la campiña castellana que se extiende hacia el sur. Parte palacio y parte monasterio, es sobre todo un mausoleo para los reyes de España desde Carlos V, y su inmensidad resuena con ecos de glorias desvaídas.