jueves, 9 de enero de 2025

Araucanos: El Parlamento de Quilín (1641)

El Parlamento de Quilín (1641)





 

El Parlamento de Quilín de 1641 es uno de los acuerdos más importantes en la historia de las relaciones entre el pueblo mapuche y la Corona Española en lo que hoy es Chile. Este parlamento fue un encuentro diplomático entre las autoridades coloniales españolas y los lonkos (líderes) mapuches, que se llevó a cabo en diciembre de 1641 en la zona de Quilín, ubicada en la actual Región de la Araucanía, al sur del río Biobío. El parlamento marcó un intento de establecer una paz más duradera entre ambos pueblos tras décadas de intensos conflictos conocidos como la Guerra de Arauco.

Contexto histórico

Desde la llegada de los españoles al territorio mapuche en el siglo XVI, las relaciones entre los colonizadores y los mapuches fueron extremadamente conflictivas. La Guerra de Arauco fue un prolongado enfrentamiento armado que comenzó tras la fundación de ciudades españolas en el sur de Chile, como Concepción y Valdivia, y la resistencia de los mapuches a la ocupación de sus tierras. Los mapuches se organizaron militarmente bajo la figura de los toquis (líderes militares) y lograron resistir la invasión con tácticas guerrilleras, obligando a los españoles a reconocer que su conquista completa era inviable.

En este contexto, el gobernador de Chile, Francisco López de Zúñiga y Meneses, y los líderes mapuches, acordaron realizar un parlamento para buscar una solución pacífica a la situación de permanente conflicto.

El acuerdo del Parlamento de Quilín

En el parlamento, las autoridades españolas reconocieron la autonomía del territorio mapuche al sur del río Biobío, lo que se convirtió en una especie de frontera natural entre la Capitanía General de Chile y el Wallmapu (el territorio mapuche). A cambio, los mapuches acordaron detener sus ataques a los asentamientos españoles al norte del río y permitir cierto comercio y relaciones diplomáticas entre las dos partes.

El Parlamento de Quilín fue uno de los primeros acuerdos formales en los que una potencia colonial reconocía territorialmente la soberanía de un pueblo indígena. Los principales puntos del tratado fueron:

  1. Reconocimiento del río Biobío como frontera: El territorio al sur del río Biobío fue reconocido como independiente de la administración colonial española. Esta área correspondía al Wallmapu, el corazón del territorio mapuche.

  2. Cese de hostilidades: Ambos lados acordaron poner fin a los enfrentamientos armados, con los mapuches comprometiéndose a no atacar más asentamientos coloniales, y los españoles a no invadir ni establecer más fortificaciones al sur del Biobío.

  3. Intercambio y comercio: Se establecieron pautas para el comercio y la convivencia entre los pueblos, permitiendo un flujo controlado de bienes entre ambos lados de la frontera.

  4. Libertad para los prisioneros: Se acordó la liberación de prisioneros por ambas partes, como gesto de buena fe y reconciliación.

Importancia y efectos a largo plazo

El Parlamento de Quilín sentó las bases para una serie de futuros parlamentos entre españoles y mapuches, en un sistema de negociaciones regulares que perduraría hasta bien entrado el siglo XIX, incluso durante los primeros años de la independencia de Chile. Estos parlamentos se convirtieron en un mecanismo clave para manejar las tensiones y conflictos, funcionando como un espacio diplomático donde ambas partes podían expresar sus demandas y llegar a acuerdos.

Aunque el tratado de 1641 no significó una paz definitiva, sí estableció un reconocimiento mutuo de los territorios y marcó un periodo en el que los españoles, al no poder someter completamente a los mapuches, se vieron obligados a aceptar su autonomía territorial en la región de la Araucanía.

Sin embargo, a lo largo de los siglos, este tipo de acuerdos fueron violados o ignorados, especialmente durante la Pacificación de la Araucanía en el siglo XIX, cuando el Estado chileno finalmente incorporó la mayor parte del territorio mapuche bajo su control mediante campañas militares. Este proceso de colonización y ocupación de tierras mapuches ha sido motivo de reclamos históricos por parte del pueblo mapuche hasta el día de hoy, que considera muchos de estos acuerdos, incluido el de Quilín, como promesas rotas.

Legado

El Parlamento de Quilín es un símbolo importante en la historia de las relaciones entre el Estado y los pueblos indígenas, no solo en Chile, sino también en el contexto más amplio de América Latina. Representa uno de los primeros intentos de formalizar una coexistencia pacífica entre una potencia colonial y un pueblo nativo, aunque las tensiones territoriales y políticas continuarían siendo una constante. Para los mapuches, sigue siendo un referente histórico en sus reclamos de autonomía y derechos sobre su territorio ancestral.

En la actualidad, los acuerdos de Quilín son evocados por el pueblo mapuche como una prueba de que, en algún momento, su soberanía territorial fue reconocida, lo que fortalece sus demandas actuales de recuperación de tierras y autodeterminación.

miércoles, 8 de enero de 2025

Análisis: ¿Por qué evitamos la guerra en el Beagle y aceptamos ir a Malvinas?

El juego de la gallina en las crisis del Beagle y Malvinas




En su exhaustivo análisis titulado “Predicting the Probability of War During Brinkmanship Crises: The Beagle and the Malvinas Conflicts” (haga clic aquí), Alejandro Luis Corbacho explora una cuestión intrigante en la historia reciente de Argentina: ¿por qué el país evitó la guerra con Chile en el conflicto del canal de Beagle, pero eligió confrontar militarmente a Gran Bretaña en el conflicto de las islas Malvinas? El trabajo de Corbacho ofrece una respuesta innovadora a esta pregunta al enfocarse en cómo las presiones políticas internas y las dinámicas de supervivencia del régimen autoritario argentino influyeron en las decisiones de los líderes.

El concepto central que guía el análisis de Corbacho es el brinkmanship o "juego de la gallina", una estrategia de riesgo en la que un país desafía los compromisos de otro con la esperanza de que retroceda para evitar la guerra. Según la teoría clásica, desarrollada por el politólogo Richard Ned Lebow, las guerras en este tipo de crisis surgen principalmente de percepciones erróneas: un país malinterpreta la resolución de su adversario y actúa bajo el supuesto de que éste cederá ante la amenaza de conflicto. Sin embargo, Corbacho introduce una perspectiva diferente. En su análisis, argumenta que en algunos casos, como en el de las Malvinas, no fue la mala interpretación de la disposición británica a defender las islas lo que llevó a la guerra, sino las presiones internas dentro de Argentina. Estas presiones impulsaron a la junta militar a arriesgar una confrontación con un poder superior como parte de un desesperado intento por mantener su control en medio de una crisis política interna.


 

Un análisis comparativo de las crisis

Para abordar esta cuestión, Corbacho utiliza una metodología comparativa, examinando dos crisis que involucraron a Argentina durante el régimen militar: el conflicto del canal de Beagle con Chile en 1978 y el conflicto de las islas Malvinas con Gran Bretaña en 1982. Aunque ambos eventos tuvieron similitudes superficiales —ambas fueron crisis de brinkmanship, y ambas involucraron disputas territoriales históricas—, los resultados fueron marcadamente diferentes. Mientras que la crisis del Beagle fue resuelta pacíficamente, el conflicto de las Malvinas resultó en una guerra devastadora para Argentina. A través de un análisis detallado de estos dos casos, Corbacho busca entender qué factores llevaron a estos resultados tan distintos.

Las diferencias internas que marcaron otro resultado 

El estudio de Corbacho revela que el contexto político interno fue fundamental para determinar el desenlace de ambas crisis. En 1978, durante la crisis del Beagle, la junta militar argentina estaba bajo presiones, pero no enfrentaba una amenaza existencial tan severa como la que experimentaría cuatro años más tarde. Aunque había tensiones con Chile por el control de las islas del canal de Beagle, la dictadura militar contaba con una relativa estabilidad interna, lo que permitió a sus líderes actuar con mayor cautela. Además, la diplomacia internacional —particularmente la intervención del Papa Juan Pablo II, quien ofreció su mediación— proporcionó una salida viable para evitar el conflicto armado sin que los líderes argentinos perdieran legitimidad o poder.


En cambio, el contexto del conflicto de las Malvinas fue completamente diferente. Para 1982, el régimen militar argentino estaba profundamente debilitado. La economía del país estaba en declive, y el gobierno enfrentaba una creciente oposición interna. La junta militar, encabezada por el general Leopoldo Galtieri, necesitaba desesperadamente una victoria que pudiera restaurar su legitimidad y sofocar las crecientes críticas. Según Corbacho, la decisión de invadir las Malvinas fue vista por los militares argentinos como una operación de “rescate del régimen”, un intento de unificar a la nación en torno a una causa nacionalista y consolidar el apoyo popular en un momento de crisis interna.

El brinkmanship y las decisiones de guerra

Uno de los puntos clave del análisis de Corbacho es que, aunque la teoría de Lebow sobre el brinkmanship enfatiza la importancia de las percepciones erróneas del adversario, esta no puede explicar completamente por qué Argentina eligió enfrentar a un enemigo mucho más poderoso en el caso de las Malvinas. Si bien es cierto que los líderes argentinos subestimaron la resolución británica y malinterpretaron la probable respuesta de Estados Unidos, el factor determinante fue la presión política interna. En otras palabras, la junta militar no podía permitirse retroceder, independientemente de las señales que pudiera haber recibido de que Gran Bretaña no cedería fácilmente. La guerra se convirtió en la única opción viable para mantener su control sobre el país.

Este análisis se ve reforzado cuando se compara con el manejo de la crisis del Beagle. En ese conflicto, aunque había facciones dentro de la junta que favorecían una acción militar contra Chile, las presiones internas no eran tan agudas. Esto dio margen para la negociación y permitió que la intervención de terceros, como el Papa, influyera en el resultado. Según Corbacho, en el caso del Beagle, los líderes argentinos tenían más flexibilidad para maniobrar sin perder su posición de poder, lo que les permitió aceptar una solución diplomática en lugar de una confrontación militar.

 

Conclusiones

El trabajo de Corbacho ofrece varias conclusiones importantes para entender cómo y por qué Argentina actuó de manera tan diferente en estas dos crisis internacionales:

  1. Las presiones internas pueden ser más decisivas que las percepciones erróneas del adversario. Si bien la teoría del brinkmanship se centra en la mala interpretación de las intenciones del otro, Corbacho demuestra que en el caso de las Malvinas, la junta militar argentina estaba motivada principalmente por la necesidad de consolidar su poder frente a una amenaza interna. En ese contexto, las percepciones sobre la respuesta británica eran secundarias ante la urgencia de restaurar la legitimidad del régimen.

  2. La mediación internacional puede ser efectiva cuando las presiones internas no son abrumadoras. En el caso del Beagle, la intervención del Papa Juan Pablo II y el apoyo de la comunidad internacional proporcionaron una salida pacífica. Esto fue posible porque la junta militar aún tenía margen de maniobra política interna. En cambio, en el conflicto de las Malvinas, no hubo tal margen, y la guerra se volvió inevitable.

  3. La guerra de las Malvinas fue, en gran medida, un último recurso político. Corbacho sostiene que la decisión de invadir las Malvinas no fue simplemente un error de cálculo estratégico, sino una respuesta desesperada a una crisis política interna que amenazaba con desmoronar al régimen. La junta no vio otra opción viable para mantenerse en el poder.

  4. El papel de las potencias externas fue decisivo, pero limitado. En ambos conflictos, las potencias internacionales, especialmente Estados Unidos y el Vaticano, jugaron papeles importantes. Sin embargo, su capacidad para influir en los eventos estuvo limitada por la situación interna de Argentina. En el caso del Beagle, la presión internacional ayudó a evitar una guerra. En el caso de las Malvinas, los intentos de mediación de Estados Unidos fueron insuficientes para disuadir a los líderes argentinos, que ya habían decidido que la guerra era su única opción.

Lecciones para futuras crisis internacionales

El análisis de Corbacho tiene implicaciones más amplias para el estudio de las crisis internacionales y la política exterior. Una de las principales lecciones es que, en las crisis de brinkmanship, las decisiones de guerra no siempre se basan en percepciones erróneas sobre el adversario, sino que pueden estar profundamente influenciadas por factores políticos internos. Cuando los líderes enfrentan amenazas a su supervivencia política, pueden verse obligados a adoptar políticas arriesgadas, incluso si reconocen que es probable que el adversario no retroceda.

Además, el estudio destaca la importancia de la intervención diplomática en la resolución de crisis. En el caso del Beagle, la intervención del Papa fue crucial para evitar una guerra. Sin embargo, como muestra el caso de las Malvinas, la diplomacia solo puede tener éxito cuando las condiciones internas permiten a los líderes aceptar una solución negociada.

Finalmente, el trabajo de Corbacho ofrece una perspectiva valiosa sobre cómo las dictaduras militares pueden utilizar los conflictos externos como una estrategia de supervivencia política. En un contexto donde el poder del régimen está en declive, la guerra puede ser vista como una forma de restaurar la legitimidad y consolidar el apoyo interno, independientemente de las consecuencias a largo plazo.

En conclusión, el análisis de Corbacho proporciona una comprensión profunda de los conflictos de las Malvinas y el Beagle, y ofrece lecciones importantes para el estudio de las crisis internacionales. Al destacar el papel crucial de las presiones internas y la dinámica política, este trabajo desafía las explicaciones convencionales centradas en la percepción errónea del adversario y sugiere que, en algunos casos, la guerra es el resultado inevitable de un régimen en crisis.

martes, 7 de enero de 2025

Argentina: Los comechingones

Pueblo Originario Comechingones





El Origen del término Comechingón no está precisamente definido. Contamos con versiones; de acuerdo con su etimología procedería de comi “serranía” o “sierra”;chin, “pueblo”; y el sufijo gon, plural de la palabra pueblo: “pueblos de las serranías”.
Esta misma versión tiene una variante, la traducción de gon sería “abundancia”, por lo que el nombre resultante es: “valle serrano de muchos pueblos”.
Otra teoría dice que el término Comechingón se traduce: “los que viven en las cuevas” y habría surgido al ser bautizados de este modo por su tribu vecina, los Sanavirones, que hacían referencia al hecho de que con frecuencia los comechingones moraban en cuevas.
Ocupaban la región de Córdoba y nordeste de San Luis.
 Los sanavirones llamaron comechingones a sus vecinos del sur, es decir, a los indígenas que habitaban en cuevas desde la zona de Cruz de Eje hasta la de Achiras en el sur, en la provincia de Córdoba; en San Luis ocupaban el área de Conlara.
Los comechingones son descriptos así: altos, morenos, barbados. Caracteres que distinguen a los huárpidos; las mediciones de esqueletos hallados dan una media de 1,65m y 1,68m; su cabeza era más o menos alargada y siendo deformada en la forma tubular erecta típica de los diaguitas.


Origen

La antigüedad de los comechingones en las sierras cordobesas parece muy remota; 1a gruta de Candonga fue habitada desde los primeros tiempos de la era presente; pero son anteriores todavía los aborígenes de los yacimientos de Ongamira y Observatorio, pues todavía no conocían la alfarería y predominaba en ellos el instrumental lítico y de hueso. Alberw Rex González estudió el horizonte precerámico de las sierras cordobesas, el yacimiento de Ayampitin en Pampa de Olaen, el abrigó de Ongamira, la gruta de lntihuasi, en San Luis. Los restos arqueológicos hallados tendrían una antigüedad de cinco milenios, según O. Menghin. Elementos de la época paleolítica como las puntas de lanza o jabalina, de piedra y en forma de hoja de laurel, hallados en varios lugares, perduraron hasta la llegada de los españoles; probablemente aquellas "medias picas" de que hablan los documentos de la época de la conquista fuesen esas antiguas lanzas o jabalinas.


Cultura

A las primeras etapas de la cultura se habrían agregado elementos andinos, que aportaron el cultivo de la tierra, el sedentarismo, la cría de llamas, el hilado y el tejido, el vestido de lana, la cerámica negruzca y grabada y el uso de objetos de metal, aunque no aun metalurgia propia.
En la cultura y el hábitat de los comechingones se advierten también elementos de origen amazónico, probablemente transmitidos por los vecinos del norte y del noroeste, los sanavirones. Tendría esa ascendencia sobre todo el modelado de la cerámica dentro de cestos, en el sector septentrional o henia, de asa ancha y maciza, que Serrano llamó aletón. Quizás se podrían añadir algunos fragmentos de cerámica fina y pintada; y las hachas de piedra pulimentada, del Neolítico.-
Los comechingones de la época histórica fueron la resultante de esas distintas influencias, las incaicas no llegaron hasta ellos y las amazónicos son muy débiles; y eso distingue a estos pueblos de los otros del noroeste. Aparido puede hablar de una "verdadera ínsula etnográfica dentro de la cual se han conservado los elementos de una cultura primordial que, en cierta época, habría sido común a buena parte del noroeste argentino.
Del nivel cultural de los indígenas de las sierras de Córdoba ofrecen excelentes testimonios las pinturas rupestres, abundantes en tres grandes zonas, la sierra de Comechingones, hacia el sudoeste, colindando con la provincia de San Luis; las sierras de Guasapampa y de Cuniputo, esta última una ramificación de la Sierra Chica, hacia el noroeste, cerca de la provincia de La Rioja, y hacia el norte, las Sierras del Norte, con ramificaciones hacia Santiago del Estero.



lunes, 6 de enero de 2025

Chile: Visión chilena del incidente del islote Snipe

El incidente del islote Snipe y su impacto en la evolución de la infantería de marina chilena




El incidente del islote Snipe, ocurrido en 1958, no solo tensionó las relaciones entre Chile y Argentina, sino que también desencadenó una serie de cambios en la Armada de Chile, especialmente en su Infantería de Marina. Este artículo busca destacar el papel que jugó el Cuerpo de Defensa de Costa durante este conflicto y su evolución posterior.

El 7 de agosto de 1958, Argentina presentó una nota diplomática a Chile reclamando derechos sobre islas en el canal Beagle. Dos días después, el destructor argentino *San Juan* bombardeó y destruyó un faro en el islote Snipe. Además, desembarcó una compañía de 120 infantes de marina argentinos, tomando posesión del lugar.

 

Ante este acto, el gobierno chileno, liderado por el presidente Carlos Ibáñez del Campo, reaccionó rápidamente. El ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Alberto Sepúlveda, protestó enérgicamente, y el Senado apoyó unánimemente las medidas adoptadas por el gobierno. Mientras la tensión crecía, la Armada chilena recibió la orden de desalojar a los argentinos del islote.

La Infantería de Marina chilena, estacionada en Talcahuano, fue movilizada de inmediato. Bajo el mando del teniente Pablo Wunderlich, una sección de 42 efectivos especialistas en Infantería de Marina y 40 conscriptos del Cuerpo de Defensa de Costa, partió en las fragatas *Baquedano* y *Covadonga* hacia la zona austral. A pesar de las limitaciones en equipo y condiciones climáticas adversas, la moral del grupo era alta. Durante el trayecto, los infantes de marina afilaron sus yataganes, una medida aprobada por Wunderlich para prepararse para el combate cuerpo a cuerpo.

Al llegar a la zona del canal Beagle, los buques chilenos se posicionaron listos para actuar. Sin embargo, la situación de las tropas argentinas en Snipe se había deteriorado, con muchos de sus efectivos sufriendo de disentería y problemas de adaptación al clima extremo. La diplomacia, que avanzaba paralelamente a los preparativos militares, logró evitar una confrontación armada. El 17 de agosto de 1958, Chile y Argentina firmaron una declaración conjunta en la que se comprometían a resolver sus disputas de manera pacífica.

Este incidente tuvo un impacto significativo en la Armada de Chile. La necesidad de contar con unidades de Infantería de Marina con capacidad de movilización rápida y alto poder ofensivo quedó clara. El cuerpo se reorganizó siguiendo las recomendaciones de la misión naval norteamericana, liderada por el coronel del USMC Clay A. Boyd. Se fortaleció el enfoque ofensivo de la Infantería de Marina, orientándola hacia la guerra anfibia y las operaciones de guerrilla.



En 1964, el Decreto Supremo 235 consolidó estos cambios, estableciendo formalmente el Cuerpo de Infantería de Marina como una fuerza especializada en operaciones anfibias, con capacidad para proyectar poder desde el mar y desempeñar un papel clave en futuros conflictos. Este proceso marcó una transformación en la doctrina y estructura de la Infantería de Marina chilena, que se mantiene hasta hoy.

domingo, 5 de enero de 2025

Biografía: Bernardo Gregorio de Las Heras, padre de Juan Gregorio



La historia desconocida del padre de un héroe nacional


Carlos Campana || Deyseg


Bernardo Gregorio de Las Heras, progenitor de Juan Gregorio, se destacó en los albores de la patria ya sea como militar o como un honesto comerciante



En una época donde las líneas entre el comercio y el servicio militar se entrelazaban con los destinos personales, Bernardo Gregorio de Las Heras emergió como una figura importante en aquellos territorios de ultramar del reino de España en Sudamérica.

Nacido en Belvis, Toledo, en 1749, la vida de Bernardo estuvo marcada por la dualidad entre las armas y el comercio. Era hijo de Francisco Plácido Gregorio y Catalina García de Las Heras.

Como muchos peninsulares, un día partió al lejano Río de la Plata, que por aquel tiempo se denominaba gobernación de Buenos Aires, para establecerse en la pequeña aldea.

Vínculo con la tierra rioplatense

Al poco tiempo de instalarse, Bernardo contrajo matrimonio con Rosalía de Lagacha y Rojas, oriunda de Buenos Aires, tejiendo así un vínculo indisoluble con la región del Río de la Plata.

El matrimonio tuvo varios hijos, pero solo uno se destacó, a quien bautizaron con el nombre de Juan Gualberto, quien vio la luz el 11 de julio de 1780 y que alcanzaría renombre como general del Ejército Libertador de tres países.

En aquellos momentos, como la mayoría de los españoles, Bernardo Gregorio de Las Heras, al igual que su padre, militó en la Tercera Orden de San Francisco, demostrando su devoción religiosa y su compromiso con los valores franciscanos.

Sin embargo, su vocación primera fue la de las armas, iniciando su carrera militar en 1769 en la Infantería de la gobernación rioplatense.

Tres años después, su destino lo llevó a la Caballería como portaestandarte, ascendiendo con rapidez. En 1776, se convirtió en teniente, y cinco años después, alcanzó el rango de ayudante mayor en el mismo regimiento, consolidando su reputación como un militar competente y dedicado.

Campañas militares y pruebas de liderazgo

En 1782, sus servicios fueron requeridos en la campaña contra los portugueses en la Banda Oriental, una región en constante conflicto. Tras esta expedición, recibió la comisión de trasladar prisioneros hasta Mendoza, una tarea que puso a prueba su liderazgo y capacidad organizativa.

En este periodo de su vida no solo evidenció su destreza militar, sino también su capacidad para manejar situaciones complejas y mantener el orden en circunstancias difíciles.

De las armas al comercio

La transición de la vida militar a la comercial no fue un camino sencillo, pero Bernardo Gregorio de Las Heras lo recorrió con igual destreza. Se desempeñó como comerciante en Buenos Aires y Córdoba, demostrando un conocimiento detallado del comercio porteño en una era donde el comercio era tan vital como volátil.

Se conoce que en 1799 estaba muy preocupado por el contrabando que ejercían algunos comerciantes inescrupulosos en Montevideo. Sus denuncias sobre prácticas ilícitas y su incansable lucha por la legalidad y el orden en el comercio son testimonio de su integridad y compromiso con la Justicia.

Pero Bernardo no solo intercedió en sus esfuerzos por combatir el contrabando, sino que también se preocupó ante las autoridades del creado virreinato de los importantes desafíos económicos y sociales de la época.

Sus escritos muestran a un hombre profundamente comprometido con la prosperidad de la región y con una visión clara de cómo debería ser gestionada la economía para el bien común.

Versatilidad y adaptabilidad

Además de sus actividades comerciales, Bernardo actuó como empleado judicial en 1790 y 1792, añadiendo otra faceta a su vida. Su capacidad para moverse entre distintos mundos -el militar, el mercantil y el judicial- habla de una versatilidad y adaptabilidad notables.

Esta experiencia judicial le proporcionó una perspectiva única sobre las leyes y regulaciones de su tiempo, permitiéndole entender mejor los mecanismos del poder y la Justicia.

Sus años posteriores los vivió en la tranquilidad de su hogar y neutral ante los hechos que surgieron en el Río de la Plata a partir de 1809, durante la época de los diferentes movimientos políticos y militares.

Falleció en Buenos Aires el 18 de mayo de 1813.

Un legado de perseverancia y servicio

La vida de Bernardo Gregorio de Las Heras es un reflejo de una era de cambios y desafíos, donde las fronteras entre distintas vocaciones eran permeables y la lealtad al rey y a la familia se manifestaba en múltiples formas.

Su legado, aunque quizá eclipsado por la fama de su hijo, es un recordatorio de la riqueza de las vidas de aquellos que forjaron el destino de estos territorios en los que actualmente vivimos.

Su historia es una narrativa de perseverancia, dedicación y servicio en un tiempo donde cada acción podía cambiar el curso de la historia.


Una huella en la historia del Río de la Plata

A través de sus múltiples roles como militar, comerciante y empleado judicial, Bernardo Gregorio de Las Heras dejó su impronta en la historia del Río de la Plata, aunque el tiempo se encargó de borrarla.

Sin embargo, su vida nos recuerda que detrás de cada gran figura histórica hay personas cuyas contribuciones, aunque menos conocidas, son igualmente esenciales para el tejido de nuestra historia compartida.

Su historia es un testimonio de la capacidad humana para adaptarse, liderar y servir en las circunstancias más variadas y desafiantes.

    Imagen de portada: General Juan Gregorio de Las Heras, un patriota que honró el legado de su padre. (Web)

sábado, 4 de enero de 2025

Patagonia: Inmigrante galés toma mate con su mujer aonikenk e hijo

Un migrante galés y su esposa e hijo aonikenk en la provincia argentina de Chubut, 1890. En Argentina, el cruzamiento de pueblos y no su segregación fue la norma. Los pueblos previos a la llegada del europeo se mezclaron con los europeos en un ADN nuevo. Por eso hay muy pocos negros, aborígenes o europeos puros.


viernes, 3 de enero de 2025

Biografía: Lord Timothy Dexter, el suertudo más grande

La extraña vida de Lord Timothy Dexter

“Son pocos los hombres que prestan suficiente atención a sus propios pensamientos y son capaces de analizar cada motivo o acción. Entre ellos, Timothy Dexter no era uno de ellos.”

~ Samuel L. Knapp ( 1848 )

Una imagen en blanco y negro de una flor.

Lord Timothy Dexter fue muchas cosas.

Fue un famoso empresario del siglo XVIII, que realizó una serie de transacciones aparentemente descabelladas y, de algún modo, salió airoso de cada una de ellas. Era un artesano del cuero pobre y sin educación que, especulando fortuita (y estúpidamente) con el dólar continental, se convirtió en uno de los hombres más ricos de Boston y que luego presionó sin éxito para entrar en los círculos sociales de élite durante décadas. Era, en sus propias palabras, un " liberal progresista clásico " y, a pesar de su pésima ortografía, también era un autor publicado y un filósofo autoproclamado. 

Lord Timothy Dexter era muchas cosas, pero no era un Lord: éste era un título que se otorgó a sí mismo, con gran satisfacción personal.

Lo más importante es que Lord Dexter fue uno de los primeros excéntricos famosos de Estados Unidos, pero en los anales de la historia ha quedado en gran medida olvidado. Esto es una tragedia. Aunque siempre anheló ser aceptado, Lord Dexter se negó a transigir con sus extrañas costumbres; al hacerlo, allanó el camino para todos los aspirantes a bichos raros estadounidenses.

El nacimiento de una leyenda

A finales de los meses de invierno de 1748, a varios kilómetros de Boston, nació Timothy Dexter. Desde su nacimiento, se consideró una leyenda —“Iba a ser un gran hombre”, escribió más tarde—, aunque al principio el destino no estaba de su lado.

Dexter provenía de una familia de trabajadores agrícolas que, en tiempos del colonialismo británico, no contaban con una estabilidad económica muy buena. Sin embargo, a los 16 años, Dexter consiguió un puesto de aprendiz con un curtidor de Boston y empezó a trabajar para hacerse un hueco como artesano. Aunque la profesión se consideraba generalmente de “clase baja”, el sueldo era bueno: en la década de 1760, los profesores de Dexter en Boston habían monopolizado el arte de fabricar “cuero marroquí”, un material muy demandado por los amantes de la moda colonial. 

A los 21 años, Dexter completó su aprendizaje y decidió emprender su propio negocio, produciendo guantes de cuero y pantalones de piel de alce. Aunque la situación en Boston se deterioró rápidamente (los británicos impusieron en rápida sucesión “impuestos sin representación”, los residentes se rebelaron con el Boston Tea Party y el gobierno cerró los puertos de la ciudad), Dexter decidió quedarse en la ciudad. Armado con nada más que un “bindle” (palo de vagabundo) colgado al hombro, Dexter emigró a Charlestown, el epicentro del cuero de Boston.

Fue allí, gracias a su primer golpe de suerte, donde Dexter conoció (y encantó) a Elizabeth Frothingham, la adinerada y recién viuda de uno de sus antiguos socios del sector del cuero. Era una mujer trabajadora y frugal que había obtenido "ganancias nada despreciables" como vendedora ambulante de productos de puerta en puerta. Dexter, enamorado menos de su naturaleza que de su valor en efectivo, aceptó su mano en matrimonio.

Ascenso a la riqueza

En el acomodado barrio de Charlestown, en Boston, Dexter se sintió inmediatamente inadaptado. Sus nuevos vecinos —entre los que se encontraban John Hancock (entonces gobernador de la Commonwealth) y Thomas Russel (en aquel entonces uno de los hombres más ricos del país)— eran la nobleza de Estados Unidos, muy versados ​​en etiqueta y en asuntos de negocios. Como era un hombre “humilde” y sin educación que se había casado con una mujer adinerada, no era visto como un igual. Esto, por supuesto, lo enfureció, y se propuso demostrar su decencia.

Después de observar a sus pares, Dexter decidió que lo primero que haría sería conseguir un puesto en un cargo público. Lo mejor que podía hacer un hombre que había abandonado la escuela a los 8 años, Dexter presentó docenas de peticiones al consejo de gobierno de la vecina Malden, MA, hasta que (probablemente por completo agotamiento) crearon un puesto para él: "Informante de ciervos". Bajo el título, Dexter tenía la obligación de llevar un registro de las poblaciones de cervatillos de la ciudad, aunque, como señalan los anales de los registros gubernamentales de Malden , "el último ciervo había desaparecido de los bosques de Malden diecinueve años antes".

Satisfecho con su nuevo deber, Dexter se propuso multiplicar su riqueza y, como es típico de Dexter, encontró una extraña forma de hacerlo.

Al comienzo de la Guerra de la Independencia en 1775, el Congreso Continental (creado por las 13 colonias para contrarrestar el dominio británico) emitió la primera forma de papel moneda de Estados Unidos, el dólar continental , cuyo valor oscilaba entre de dólar y 80 dólares. Durante la revolución, la moneda se vio gravemente socavada: aunque el Congreso emitió billetes por un valor de unos 250 millones de dólares, los vendedores, que no confiaban en el valor de la moneda, se negaron a aceptarla, a pesar de los numerosos esfuerzos del Congreso por castigar a los comerciantes que no participaban. Finalmente, el Congreso se vio obligado a imprimir más; pronto, los billetes inundaron el mercado y su valor se depreció rápidamente :

“En noviembre de 1776, se habían emitido 19 millones de dólares en moneda continental y todavía se podían comprar bienes por valor de 1 dólar con 1 dólar en papel. En noviembre de 1778, se habían emitido 31 millones de dólares y se necesitaban 6 dólares en papel para comprar la misma cantidad. En noviembre de 1779, había 226 millones de dólares en circulación y se necesitaban 40 dólares en papel para comprar 1 dólar en bienes”.

No vale ni un dólar continental ” se convirtió en una frase común que se utilizaba para denotar la absoluta falta de valor de un bien. Después de la guerra, los soldados, que habían recibido su salario en billetes continentales, se quedaron en la miseria y los vecinos ricos de Dexter, Hancock y Russel, se encargaron de recomprar algunos de estos billetes “para aumentar la confianza del público y hacer una buena acción”. 

Un dólar continental de 55 dólares, emitido en 1779

Dexter, siempre atento y deseoso de respeto, emuló a estos hombres al extremo. Al darse cuenta de que los estadounidenses estaban dispuestos a desprenderse de los billetes continentales, que ya no se fabricaban, a cambio de cualquier cosa, Dexter juntó todos sus ahorros (y los de su esposa) y compró grandes cantidades de billetes por fracciones de centavos por cada dólar. Fue una decisión audaz e idiota: básicamente estaba negociando todo su sustento con la posibilidad de que se restableciera esta moneda, con pocas posibilidades de obtener beneficios.

Por un milagroso golpe de suerte, su apuesta resultó fructífera. Cuando se ratificó la Constitución de los Estados Unidos en la década de 1790, se estipuló que los continentales podían canjearse por bonos del Tesoro al 1% de su valor nominal , en gran medida a instancias de Alexander Hamilton. Como había comprado cantidades masivas de esta moneda a una fracción de ese costo, Dexter se hizo instantánea y astronómicamente rico.

Es más, siguiendo el dudoso consejo de un vecino que le tenía antipatía, Dexter también había comprado grandes cantidades de monedas europeas (libras esterlinas, francos franceses), que ahora podía revender obteniendo una buena ganancia.

Dexter pensó que, con esta nueva riqueza, ganaría credibilidad entre sus pares. Pero no fue así. Los repetidos esfuerzos de Dexter por entrar en los círculos de élite de la alta sociedad se vieron frustrados, cada vez más, por su retórica “grosera”, su carácter desagradable y su incapacidad para mantener la boca cerrada en momentos inoportunos.

Finalmente, Dexter concluyó que su rechazo se debía a la naturaleza aburrida de los bostonianos y no a su propia excentricidad. Con una despedida frívola, reunió a su esposa y a sus hijos y se trasladó al norte, a la ciudad costera y mercantil de Newburyport, en Massachusetts.  

Allí prosperó.

Una finca principesca

A finales del siglo XVIII, Newburyport era una ciudad supuestamente idílica, un lugar donde “ricos y pobres se mezclaban” y donde “la población no era tan numerosa como para ocultar a ningún individuo, por extraño o humilde que fuera”. Aunque poseía solo una de estas características, Timothy Dexter no perdió tiempo en aprovechar su llegada.

Con su nueva fortuna, Dexter compró una flota de barcos, un establo de caballos de color crema brillante y un lujoso carruaje adornado con sus iniciales. Luego, con gran estilo, erigió un “castillo principesco” con vista al mar, un castillo que, cabe señalar, incluía los muebles más lujosos del mercado, incluidos sus “dependientes dependencias espaciosas y de buen gusto”.

Como relata un historiador del siglo XIX , Dexter contrató entonces a los artistas “más inteligentes y de buen gusto” de la arquitectura europea para tallar y montar una serie de más de 40 estatuas gigantes de madera en su propiedad, cada una de las cuales representaba a un gran personaje de la tradición estadounidense: 

“… El propietario, sin gusto, en su afán de notoriedad, creó hileras de columnas, de quince pies de altura por lo menos, sobre las cuales colocar estatuas colosales talladas en madera. Directamente frente a la puerta de la casa, sobre un arco romano de gran belleza y gusto, estaba el general Washington con su atuendo militar. A su izquierda estaba Jefferson; a su derecha, Adams. Sobre las columnas del jardín había figuras de jefes indios, generales militares, filósofos, políticos, estadistas… y las diosas de la Fama y la Libertad”.

Para no quedar eclipsado, Dexter erigió una última estatua, una de él mismo. Debajo de ella, pintó con orgullo una inscripción:  “Soy el primero en Oriente, el primero en Occidente y el filósofo más grande del mundo occidental” , esto de un hombre que no había aportado nada al campo de la filosofía ni había leído jamás un solo libro sobre el tema.

Una representación de la propiedad de Dexter, completa con estatuas.

A 2.000 dólares cada una, las 40 estatuas le costaron a Dexter el doble de lo que había pagado por toda su herencia, pero con ellas el paria logró su objetivo final: atraer la atención del público. “Hizo que los patanes se quedaran mirando”, escribe Samuel L. Knapp, “y le dio al dueño el mayor placer”. 

Con el tiempo, Dexter empezó a atraer la atención equivocada. Su propiedad se convirtió en una vergüenza estética tan grande que su esposa pronto abandonó el barco para irse a vivir a otro lugar del barrio; en su ausencia, el hijo de Dexter, un muchacho malhumorado que, como su padre, no disfrutaba de aprender, se mudó allí. En poco tiempo, la casa se convirtió en una especie de “bagnio” (burdel): se sucedían largas noches de bufonadas de borrachos, en las que las mujeres iban y venían, y los elegantes interiores (incluidas las cortinas que alguna vez pertenecieron a la reina de Francia) pronto se cubrieron de “manchas indecorosas, ofensivas a la vista y al olfato”.

El excéntrico emprendedor

Cuando Dexter compró varios barcos grandes y anunció sus intenciones de iniciar un negocio de comercio internacional, sus vecinos hartos aprovecharon la oportunidad para ofrecerle horribles inversiones, con la esperanza de que se arruinara y se viera obligado a mudarse.

Uno de estos vecinos recomendó a Dexter que vendiera ollas para calentar ( unas ollas de latón anchas y planas con mangos largos que se usaban para calentar camas en el siglo XVIII ) en las Indias Occidentales (un territorio colonial europeo conocido por su clima cálido durante todo el año). El confiado Dexter compró nada menos que 42.000 ollas, las distribuyó en nueve barcos de carga y se dispuso a venderlas; sus acciones, al mismo tiempo, provocaron carcajadas atronadoras de los comerciantes experimentados. Pero fue Dexter quien se llevó la última risa: cuando llegó y no vio que necesitaba aparatos para calentar, los rebautizó como cucharones y los vendió a los propietarios de plantaciones de azúcar y melaza. La demanda fue tan grande que cada propietario clamó por comprar al menos tres o cuatro; Dexter aumentó el precio de las ollas en un 79% y regresó con una fortuna aún mayor.

En otro caso, un comerciante convenció maliciosamente a Dexter de que había una gran demanda de carbón antracita en Newcastle. Sin que Dexter lo supiera, ya existía allí una gran mina de carbón, lo que hacía inútil cualquier envío del extranjero. Cuando Dexter llegó, la mina estaba, milagrosamente, en huelga, y el carbón se compró con un margen considerable. Una vez más, Dexter regresó victorioso, con "un [barril] y medio de plata" (porque ¿qué clase de caballero distinguido no guardaba su plata en barriles?).

En esa época, gracias a sus hazañas, Dexter empezó a adquirir un conocimiento considerable de las técnicas comerciales. Al menos un biógrafo del siglo XIX sostiene que, a partir de ese momento, sus acciones no fueron actos de estupidez o ignorancia, sino más bien estrategias de venta “bastante sensatas” de Dexter para engañar a sus escépticos. A medida que su fortuna crecía, empezó a darse cuenta de que podía simplemente preguntar qué bien escaseaba en el mercado, comprar todo lo que pudiera, duplicar su precio y venderlo.

Con precisión, utilizó esta estrategia, aunque sus productos de elección eran a menudo increíblemente extraños. 

En cierta ocasión, Dexter viajó a Boston y compró una cantidad astronómica de huesos de ballena, una cantidad tan grande que logró monopolizar por completo el mercado de este artículo y pudo cobrar su propio precio. En total, acumuló unas 340 toneladas de huesos de ballena, que luego vendió con un margen de beneficio del 75 % para utilizarlos en productos como corsés de mujer, tirantes para cuellos, látigos para carruajes, juguetes e incluso máquinas de escribir. Los huesos y barbas de ballena tenían una demanda tan alta que hoy recordamos este material como el "plástico del siglo XIX".

Corsés de ballena: furor en la moda femenina del siglo XVIII

“Descubrí que tenía mucha suerte con la especulación”, escribió más tarde Dexter, casi analfabeto (sin duda, quería decir “especulación”). “Los especuladores me invadían como perros del demonio”.

Pero Dexter tampoco tenía reparos en utilizar trucos sucios para vender sus productos. Una vez se jactó de comprar biblias al por mayor a “un 12% menos de la mitad del precio” o 41 centavos cada una, y luego vendió 21.000 unidades en las Indias Occidentales mediante manipulación. “ Envié un mensaje de texto diciendo que todos ellos debían tener una Biblia en cada familia o si no irían al infierno ”, escribió, sin prestar mucha atención a la ortografía. Luego les dijo a sus posibles compradores que si querían arrepentirse para ir al cielo, sus capitanes estaban listos y esperando con un suministro completo. 

En cuestión de semanas, Dexter había recaudado libros sagrados por un valor de 47.000 dólares.

Llámame 'Señor'

A finales del siglo XVIII, Dexter se había consolidado como el excéntrico por excelencia no solo de Newburyport, Massachusetts, sino de todos los estados del Este. Las historias sobre su riqueza y sus travesuras circulaban mucho más allá de su ciudad costera; aunque Dexter no creía en la atención “mala”, la atraía en masa.

Anhelaba, más que nunca, ser aceptado como un caballero noble y rico, pero sus acciones levantaron un muro de piedra entre él y aquellos a quienes imitaba. Para los aristócratas, Dexter apestaba a mal gusto y falta de educación, y sus sospechas se vieron confirmadas por las payasadas del hombre.

Dexter solía repintar las inscripciones de sus estatuas (de vez en cuando, disfrutaba mucho reescribiendo la historia). Una vez, un pintor desafortunado escribió “Declaración de Independencia” debajo de la estatua de Thomas Jefferson; Dexter le exigió que lo corrigiera a “Constitución” (una atribución incorrecta). Cuando el pintor insistió en que su propia inscripción era la correcta, Dexter sacó su rifle largo y le disparó, fallando por poco. “Constitución”, repitió de nuevo, con un tono solemne. Esta vez, su pintor le hizo caso.

Emulando a sus vecinos ricos, compró una lujosa biblioteca de libros, pero nunca se entregó a la lectura durante más de diez minutos seguidos; después de enterarse de la pasión de la nobleza inglesa por las pinturas, ordenó a un sirviente que reuniera una brillante colección y "no se dio descanso hasta que comenzó una galería".

Mientras buscaba el respeto de la clase alta, Dexter se rodeó de los personajes más excéntricos y excéntricos que pudo encontrar, probablemente las únicas personas dispuestas a hacerse amigas de él.

Entre ellos se encontraba un tal John P., un hombre de familia respetable que, tras ser rechazado como maestro de escuela, se convirtió en un paria y abrió su propia escuela. Era un hombre de “contradicciones perpetuas” que impartía estoicamente sabiduría “científica” a sus alumnos sin ningún conocimiento o formación sobre el tema. Rápidamente se convirtió en el mejor amigo y motivador de Dexter.

Entabló una amistad similar con Madam Hooper, una rica viuda local convertida en adivina que, entre otras cosas, le daba a Dexter consejos astrológicos a cambio de té.

El caso más famoso es el de Dexter, que, imitando al rey de Inglaterra, contrató a su propio poeta laureado: un desventurado joven de 20 años que había encontrado en el mercado vendiendo fletán en una carretilla. Tras enterarse de que los grandes poetas italianos eran coronados con muérdago, Dexter le preparó a su nuevo letrista una corona de perejil (lo único que tenía en su jardín en ese momento) y lo obligó a escribir y recitar poemas aduladores que elevaban su propia autoestima:

Sin embargo, los poemas no satisfacían la necesidad de adulación de Dexter. A menudo, recorría las calles de los pueblos vecinos y detenía a los desconocidos para preguntarles si conocían al “hombre más grande del Este”. Independientemente de la respuesta de su víctima, Dexter relataba de forma dramática su propia historia fantasiosa y autocomplaciente.

Pronto se declaró a sí mismo "Lord" e insistió en que sus guardias, sirvientes y miembros de la tripulación se refirieran a él como tal. A esa altura, acostumbrados a sus payasadas, no le hicieron preguntas: se convirtió en Lord Timothy Dexter. 

Pero Dexter no era tonto: a pesar de toda la adulación forzada, todavía podía sentir que sus compañeros no lo respetaban, y eso lo molestaba mucho. Entonces, en un momento de “complejo de Dios”, Dexter decidió fingir su propia muerte. Al hacerlo, esperaba ver qué pensaba realmente el público sobre él. 

Sus preparativos comenzaron con una tumba, una habitación grandiosa y bien ventilada que ocupaba todo el sótano de una elegante casa de verano. Luego, el bromista contrató al mejor ebanista de Massachusetts para que fabricara un ataúd con la mejor madera de caoba disponible, tan fina que, una vez terminado, Dexter durmió en él durante varias semanas con gran comodidad y satisfacción.

Una vez que la logística de la prueba estaba lista, Dexter reclutó a algunos de sus hombres de confianza para organizar un funeral simulado y difundir pequeñas tarjetas con la noticia de su muerte entre la comunidad. Su esposa y sus dos hijos fueron informados de la farsa y él les exigió que “actuaran como corresponde”, es decir, que lloraran y parecieran completamente angustiados por su partida.

El día de la ceremonia acudieron unas 3.000 personas. Fue un gran acontecimiento, en el que sólo se sirvieron los vinos más selectos y los licores más exóticos. Desde debajo de una tabla de madera, Dexter observó la escena con regocijo. Todo parecía ir sobre ruedas: su hijo estaba “suficientemente borracho como para llorar sin mucho esfuerzo” y su hija tenía la cabeza enterrada entre las manos. Entonces, en un momento de pánico, Dexter vio a su esposa, sonriente y sin lágrimas.

Se acercó a ella en secreto en la cocina y luego la “azotó” cruelmente por su falta de esfuerzo, lo que provocó una gran conmoción. Cuando los demás invitados entraron en la habitación, fueron recibidos por el supuestamente muerto Dexter, que ahora lucía una sonrisa de oreja a oreja. El idiota in fraganti procedió entonces a salir de juerga con sus dolientes, como si todo el truco nunca hubiera sucedido.

“Un aprieto para los que saben”

Lord Timothy Dexter sabía que para alcanzar su objetivo final —la inmortalidad— tendría que seguir los pasos de todos los grandes hombres que lo precedieron y publicar unas memorias.

A pesar de su total falta de conocimientos (o de interés) por la escritura y la caligrafía, se propuso componer una obra que superara en ingenio a Shakespeare y rivalizara con la erudición de Milton. Su título provisional (que, por supuesto, no tenía ningún sentido): “Un encurtido para los que saben, o verdades sencillas con un vestido sencillo”. El libro tenía terribles errores ortográficos y carecía por completo de puntuación (no había puntos, comas, guiones ni punto y coma); era simplemente un revoltijo de textos casi incomprensibles.

Aunque es probable que sus errores gramaticales fueran resultado de la falta de educación de Dexter, es probable que exagerara sus errores para burlarse de quienes lo excluían. “Desconfiaba de cualquiera que tuviera educación universitaria y le gustaba restregárselo en la cara”, afirma el historiador literario Paul Collins. “Decía: ‘Yo también tengo dinero para publicar libros y puedo hacer lo que quiera’”.

He aquí, por ejemplo, la primera página de “A Pickle…”, en la que Dexter se proclama “el primer Lord en los Estados Unidos de América” (nótese la falta de ortografía de “George Washington” a pesar de su idolatría por el hombre):

Dexter se dio cuenta de que la mayoría de los nobles de Inglaterra no vendían sus libros, sino que los regalaban para aumentar el número de lectores; él hizo lo mismo y se puso de pie al costado del camino para repartir ejemplares a los transeúntes. Con el tiempo, su obra maestra fue apreciada, si no por su mérito, al menos por su naturaleza de absoluta rareza. 

La demanda fue tan alta que se imprimió una segunda edición. Esta vez, a instancias de su editor, Dexter incluyó una página entera de signos de puntuación al final, con una instrucción sencilla para el lector: “Ponles sal y pimienta a tu gusto”.

Casi un siglo después, Dexter siguió recibiendo elogios entusiastas, aunque no casi satíricos, por su trabajo. En una copia de 1890 de The Atlantic Monthly , el autor Oliver Wendell Holmes relata sus pensamientos sobre la capacidad literaria de Dexter:

“Me temo que el señor Whitman y el señor Emerson deben ceder el derecho de declarar la independencia literaria estadounidense a Lord Timothy Dexter, quien no sólo enseñó a sus compatriotas que no necesitan ir al Herald’s College para obtener sus títulos nobiliarios, sino también que tenían perfecta libertad para disipar sus ideas a su antojo y escribir sin preocuparse por ningún tipo de puntuación.”

Dexter se había propuesto “mostrar a la humanidad un ejemplo de genio universal difícilmente igualable en la historia del intelecto humano” y, de una forma u otra, lo había logrado.

Todos los grandes hombres mueren

El 26 de octubre de 1806, apenas unos años después de publicar su libro, Lord Timothy Dexter falleció silenciosamente, esta vez, de verdad.

"Es un trabajo duro ser un Lord", escribió una vez, y su vida no fue una excepción: había bebido grandes cantidades de vino y licor, había contraído varias enfermedades debido a sus extensos viajes y, en más de una ocasión, había jugado su vida en aventuras temerarias.

En los últimos días de su vida, Dexter trató de expiar sus errores e intentó enmendar sus pecados mediante la generosidad de su testamento: su patrimonio se dividió en partes iguales entre sus hijos, su esposa y sus amigos, y nadie quedó insatisfecho. Después de que un fuerte vendaval derribara la mayoría de sus estatuas de madera en 1815, se vendieron en subasta. Una vez que Dexter las compró por 2.000 dólares cada una, alcanzaron sumas desorbitadas: entre 50 centavos y 5 dólares.

En un último acto de la sociedad para excluir a Dexter de sus asuntos, la Junta de Salud de Newburyport rechazó su solicitud de ser enterrado en la tumba que había preparado años antes, con el argumento de que no era higiénica. En cambio, el Señor fue enterrado en un pintoresco cementerio en las colinas, donde el pasto de trigo rápidamente envolvió su lápida.

***

Hoy en día, los pocos que conocen a Lord Dexter tienen opiniones divididas sobre él: algunos lo llaman “grotesco e idiota”, mientras que otros lo elevan a la categoría de “genio”. En el Dictionary of American Biography , una colección de “grandes hombres”, el autor Francis Drake aclara que Dexter era un hombre que “carecía de ese tipo de prudencia que tan frecuentemente oculta las malas cualidades y resalta las buenas”.

Aun así, parece haber algo honorable en el absoluto desprecio de Dexter por la normalidad: aunque buscó incesantemente el reconocimiento de la clase alta, nunca dejó de hacer las cosas a su extraña manera.

“Dexter tenía un estilo propio que no deseaba copiar ni permitir que se copiara”, escribió el biógrafo Samuel Knapp, unas décadas después de su muerte. “En resumen, era una excepción viviente a todas las reglas generales y una contradicción viviente a todas las máximas de la sabiduría humana”.

Una imagen en blanco y negro de una flor.

Esta publicación fue escrita por  Zachary Crockett




jueves, 2 de enero de 2025

Inglaterra Imperial: La ejecución de María de Tudor

La reina de Inglaterra que duró nueve días en el trono y a la que le cortaron la cabeza con 16 años: reales venganzas familiares

La historia de Lady Jane ocupa un trágico lugar en la historia de Inglaterra. Fue ejecutada por orden de María de Tudor, más conocida como Bloody Mary, y el día de su ejecución su propio verdugo le pidió perdón

La ejecución de Lady Jane Grey es una pintura al óleo obra de Paul Delaroche realizada en 1833 y exhibida en la National Gallery de Londres.

Ser reina puede que te quite de pensar en pagar un alquiler o conseguir una beca universitaria, pero no te libra de envidias, venganzas familiares o incluso de que quieran matarte. Podría parecer que lo ideal es pertenecer a la realeza, pero sin un papel muy relevante, como si fueras Froilán, un vividor, o Victoria Federica, influencer y diva por diversión. Y ¿por qué?, te preguntarás. Pongámonos en un supuesto: Leonor es reina de España, alcanza el trono y poco después muere. Lo lógico sería que su hermana, la infanta Sofía, heredara la corona. Pero Leonor, en cambio, ha dejado un escrito en el que indica que quiere que su sucesora sea Irene Urdangarín, hija de la infanta Cristina. A Sofía no le parece bien, inicia un movimiento contra ella, la pone en contra de los españoles y consigue que la asesinen tras nueve días de reinado. Pues bien, esta historia ocurrió, con otros protagonistas, y en la Inglaterra del siglo XVI. Conozcamos el triste final de Lady Jane Grey.

Lady Jane Grey ocupa un lugar trágico en la historia de este país. Nació en octubre de 1537 en una familia noble y educada, hija de Henry Grey, marqués de Dorset, y Lady Frances Brandon, quien era sobrina del rey Enrique VIII. Desde muy joven, Jane fue conocida por su gran inteligencia, su educación clásica y su devoción al protestantismo, lo que la hacía una candidata atractiva para los sectores reformistas de la Corte. Cabe destacar que durante el reinado de Eduardo VI, hijo de Enrique VIII (1547-1553), la iglesia llegó a ser teológicamente protestante y existía un fuerte temor tras su muerte a que se produjera una vuelta al catolicismo.

La línea de sucesión legítima apuntaba a sus medio hermanas, María Tudor e Isabel Tudor. Sin embargo, Eduardo VI, un ferviente protestante, temía que su media hermana María, una católica devota, revirtiera las reformas protestantes en Inglaterra. En un esfuerzo por evitarlo, Eduardo fue persuadido por su consejero, el duque de Northumberland, para nombrar a Jane Grey como reina. La oportunidad de Jane de llegar al trono fue inesperada y orquestada por terceros. Y una terrible idea que terminaría con su vida.


María Tudor, conocida como Bloody Mary.

Lady Jane Grey tenía vínculos con la familia real a través de su abuela, María Tudor, la hermana de Enrique VIII. Esta conexión la convirtió en la candidata preferida de quienes querían mantener a Inglaterra en el camino de la Reforma Protestante, es decir, toda la Corte. En consecuencia, en junio de 1553, un mes antes de la muerte de Eduardo VI, Jane fue casada con Guildford Dudley, el hijo del duque de Northumberland, consolidando una alianza entre dos poderosas familias nobles que aspiraban a gobernar Inglaterra a través de ella. El 6 de julio de 1553, murió Eduardo VI, a los 15 años, de tuberculosis, y solo tres días después, Lady Jane Grey fue proclamada reina. Y en ese momento empezaron sus problemas.

Lady Jane no solo no tenía ningún tipo de pretensión política, sino que ella no quería el trono. Fue presionada, aceptó a regañadientes y fue proclamada reina de Inglaterra el 10 de julio de 1553. Pero su ascenso al trono no contó con el apoyo popular. Y de eso se encargó María Tudor, que ha pasado a la historia como Bloody Mary. María se las apañó para quitar del medio a Lady Jane y se ganó al pueblo. Muchas personas en Inglaterra reconocían a María Tudor como la legítima heredera ya que ella sí tenía relación directa con Enrique VIII y tenía voluntad de defender los derechos dinásticos.

La traición del entorno de Lady Jane

María hizo ver que Lady Jane era una usurpadora. Mientras que la proclamación se hizo efectiva en Londres, María Tudor huyó al este de Inglaterra y comenzó a hacerse fuerte en zonas rurales y entre los católicos del reino, quienes veían su ascenso como una restauración del catolicismo. Bastaron un par de días para que muchos de los partidarios de Lady Grey la abandonaran. Reinó desde el 10 hasta el 19 de julio de 1553 y fue, de hecho, la primera mujer en reinar en Inglaterra e Irlanda.

Quién es quién en la casa real británica: del rey Carlos, el más tardío de la historia, al polémico príncipe Andrés.

Lady Jane Grey fue traicionada principalmente por varios miembros del Consejo Privado y por aquellos que inicialmente apoyaron su ascenso al trono, pero que rápidamente cambiaron de lealtad cuando vieron que María Tudor ganaba fuerza y respaldo popular. Incluso en su entorno más cercano, las lealtades eran frágiles. A medida que la situación se volvía más complicada, algunos aliados cercanos de Jane empezaron a distanciarse de ella. La presión por sobrevivir en un ambiente tan volátil y la clara derrota frente a María llevaron a muchos de los que inicialmente la apoyaron a buscar alianzas con la nueva reina para evitar represalias.

Su ejecución: el verdugo le pidió perdón

Inicialmente, María Tudor no tenía la intención de ejecutar a Lady Jane. Tras su arresto en julio de 1553, fue encarcelada en la Torre de Londres, junto a su esposo Lord Guilford Dudley. Pero, mientras ella estaba entre rejas, se produjo en las calles de Inglaterra la rebelión de Wyatt. Fue en febrero de 1554. Se trató de un levantamiento popular, llamado así por Thomas Wyatt el Joven, que fue uno de sus líderes. Surgió a raíz de la preocupación popular por la decisión que había tomado la reina María I de casarse con Felipe de España, que demostró ser una determinación muy impopular entre los ingleses.

En febrero de 1554, el padre de Jane tomó parte junto con otros rebeldes en la rebelión de Wyatt. Fue apoyada por sectores protestantes y nacionalistas y tenía como uno de sus objetivos evitar el matrimonio de María con Felipe II. Los rebeldes temían que Felipe impusiera un dominio extranjero sobre Inglaterra y que el país volviera a caer bajo el control del catolicismo. Aunque la rebelión fue sofocada, demostró el nivel de oposición que existía entre la población hacia el matrimonio con un monarca español.


María I de Inglaterra y Felipe II de España.

Y fue Lady Jane quien pagó las consecuencias de esta revuelta. Tras el fracaso de la rebelión de Wyatt y bajo esta presión, María I firmó la orden de ejecución de Lady Jane Grey y su esposo, Guildford Dudley, a principios de febrero de 1554. Aunque la reina probablemente sintió cierta compasión por Jane, entendió que la existencia de un posible rival al trono podría desestabilizar su gobierno. Jane fue condenada por alta traición debido a su proclamación como reina en 1553, y la rebelión de Wyatt solo exacerbó la necesidad de ejecutar la sentencia.

El 12 de febrero de 1554, Lady Jane Grey fue ejecutada en la Torre de Londres. Antes de su ejecución, Jane escribió cartas y reafirmó su devoción a la fe protestante. Su esposo fue ejecutado poco antes de ese mismo día. Jane, según los relatos, mantuvo una actitud serena y digna durante su ejecución, lo que consolidó su imagen como un mártir protestante en la posteridad.

El cuadro de Delaroche

Su trágica historia ha sido objeto de numerosas representaciones artísticas y literarias. Y la más famosa sin duda es la que recogió Paul Delaroche en 1833 en su pintura y que desde 1902 se exhibe en la Galería Nacional de Londres. Tal y como recoge la historia y lo representa Delaroche, a Lady Jane le vendaron los ojos. Fue incapaz de encontrar el bloque sobre el que debía apoyar la cabeza para que se la cortaran, porque incluso tuvo que pedir ayuda. El propio verdugo la guio con delicadeza hasta su muerte.

Un momento muy duro y cruel que queda reflejado en la obra del artista. Se ve a Lady Jane vestida de blanco y con un corpiño, con el pelo despeinado. A la derecha, el verdugo con un hacha en la mano y el rostro cabizbajo. Parece compadecerse del cruel destino de Lady Jane. Incluso hay historiadores que cuentan que le pidió perdón por tener que llevar a cabo la ejecución y que ella se lo concedió.