Los Caballeros de San Lázaro, los suicidas guerreros leprosos de las Cruzadas
JORGE ALVAREZ | La Brújula VerdeBalduino IV en Montgisard rodeado de su guardia lazarista /Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
A menudo parece que las órdenes de caballería se redujeran a una, la tan manida y adulterada del Temple, pero lo cierto es que hubo muchas más y una de las pioneras fue la de San Lázaro de Jerusalén.
Creada siglos antes de las Cruzadas y dedicada inicialmente a asistir a los peregrinos que acudían a los Santos Lugares, después se sumaría a las otras en lo de tomar las armas para defenderlos. Pero lo más significativo de esta institución es que, como indica su nombre, cuidaba especialmente de los leprosos, con la particularidad inaudita de que incluso los admitía en sus filas.
Es difícil hacerse una idea hoy de lo terrible que suponía sufrir ciertas enfermedades para las gentes de otros tiempos. No hablo sólo de males letales como el cólera o la Peste Negra (de cuyos fallecidos se encargaba la orden de los celitas o alexianos), sino de afecciones que, aunque no matasen al paciente, lo convertían en un proscrito, con lo que no sólo debía padecer los síntomas más o menos graves en su organismo sino que además quedaba marginado socialmente.
Hay un ejemplo muy evidente en la Historia: la lepra, cuyos síntomas resultan tan visualmente estigmatizantes que, junto con la posibilidad obvia de contagio, los enfermos eran apartados de la comunidad y/o recluidos en los llamados lazaretos.
Escudo de la orden/Imagen: Mathieu Chaine en Wikimedia Commons
La lepra, aunque actualmente no está considerada especialmente contagiosa gracias a los tratamientos, producía antaño auténtico terror por los nódulos deformantes que provocaba en la piel de quienes la padecían, confiriéndoles un aspecto terrible.
De origen bacteriológico (Mycobacterium leprae o Bacilo de Hansen), aunque relacionada con cierta predisposición genética al parecer, no se le encontró tratamiento hasta el siglo XX por lo que en otras épocas se recurrió al citado aislamiento y a la obligación, por parte del afectado, de llevar unas tablillas que debía hacer chocar entre sí para avisar de su proximidad y permitir que la gente se apartara a su paso.
Ese instrumento era conocido como tablillas de San Lázaro, porque dicho santo fue designado patrón de los leprosos y mendicantes. Y ese nombre se eligió también para bautizar a una de las órdenes hospitalarias que se dedicaba al cuidado de esos enfermos, presuntamente -según cuenta su tradición- desde que en el año 370 San Basilio Magno se proclamara maestre de una leprosería bajo la advocación de San Lázaro, aunque no sería hasta el siglo XI cuando se organizó como orden propiamente dicha.
La Primera Cruzada constituyó el contexto perfecto: Gerardo Tum, fundador de la Orden Hospitalaria y rector del hospital de San Juan de Jerusalén, puso las instalaciones a disposición del conquistador de la ciudad, Godofredo de Bouillon, quien le confirmó como maestre. Luego, se desgajó del hospital un lazareto extramuros.
Un leproso avisa de su presencia haciendo sonar las tablillas de San Lázaro / Imagen Dominio público en Wikimedia Commons
El primer documento que menciona la orden explícitamente es de 1227 (una concesión de indulgencias a quienes donen limosnas al hospital) y en 1255 una bula pontificia confirma que los lazaristas se regirán por la regla de San Agustín. Para entonces, los nuevos caballeros ya habían tomado parte en su primera batalla (Gaza, 1244), muriendo todos los participantes, y siguieron en esa línea en Mansura (1250) y otras campañas, incluyendo la defensa de San Juan de Acre ante los musulmanes.
En el año 1255 la constitución Cum a nobis promulgada por el papa Alejandro IV dotó a aquella orden hospitalaria de estructura militar, pasando entonces a regirse por la regla de San Basilio. ¿Por qué ese cambio? En realidad fue fruto de las circunstancias.
Como decía antes, una de las características insólitas de los caballeros de San Lázaro era que podían ser leprosos (aunque no participaban en la elección del Gran Maestre). Esta enfermedad, cuya infección favorecían las deplorables condiciones higiénicas de la guerra, afectaba a muchos miembros de otras órdenes militares, algo que les incapacitaba para continuar en ellas y encontraban en esta otra una alternativa para seguir con su estilo de vida como monjes guerreros.
Así parece deducirse de la lista de sucesores de Gerardo Tum (que falleció en 1120) y se corrobora en algunos fragmentos del Libro de Reyes del Reino Latino de Jerusalén, donde se especifica que los caballeros de San Juan y del Temple que hubieran contraído la lepra debían abandonar sus hábitos para tomar los lazaristas. Consecuentemente se fueron incorporando multitud de caballeros cuyo oficio, básicamente, era el de las armas, transformando o ampliando así el espíritu de su nueva orden.
Gerardo Tum, fundador de los hospitalarios/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
El momento de auge de la orden tuvo lugar durante el reinado de Balduino III, joven monarca de trece años que contó con la regencia de su madre Melisenda, ya que uno de los cruzados, el rey Luis VII de Francia, se llevó consigo a su país a un grupo de caballeros lazaristas, que dieron así el salto a Europa.
Más tarde, en 1174, era coronado en Jerusalén Balduino IV, conocido como el Rey Leproso por razones obvias, a quien se atribuye la oficialización del nuevo carácter guerrero de la orden.
Balduino se hacía escoltar en sus campañas (batallas de Beqaa, Montgisard…) por un cuerpo de lazaristas que peleaban obstinadamente hasta la muerte porque al fin y al cabo ése era el destino que les esperaba en caso de derrota, ya que ningún enemigo estaba dispuesto a tener prisioneros con lepra y los ejecutaba inmediatamente.
De ahí la famosa hazaña del caballero Gismond D’Arcy, igualmente leproso, que en pleno combate y viendo que el rey había caído y era rodeado, le cubrió con su cuerpo y se cortó un brazo que arrojó a los atacantes, poniéndolos en fuga aterrorizados ante la idea de contagiarse. En su huida los islámicos abandonaron una bandera con el característico color verde mahometano, que a partir de entonces quedó asociado a la Orden de San Lázaro: una cruz de ese tono sobre fondo blanco..
Caballeros lazaristas / Imagen: st-lazarus.org.uk
Los lazaristas también pueden presumir de haber sido quienes protegieron las reliquias de la Santa Cruz que llevaba el obispo de Acre; lo hicieron en una batalla atroz, la de los Cuernos de Hattin (1187), que poco después permitiría a Saladino tomar Jerusalén.
La orden, que perdió sus posesiones en la ciudad santa, obtendría compensaciones en Acre tras su reconquista en la Tercera Cruzada, levantando un nuevo hospital y otra leprosería, y construyendo varios castillos. Se abrió un período de enriquecimiento que terminó abruptamente en 1244, cuando los cruzados recibieron una nueva y contundente derrota que supuso el exterminio de todos los lazaristas. Esta elevada mortandad entre los miembros de la orden se debía al motivo antes apuntado y se repetiría más veces a lo largo de su historia, como volvió a pasar en la defensa -y pérdida- de Acre en 1291.
Los escasos supervivientes que quedaban en Palestina se fueron a Europa, de cuyas fronteras ya no saldría la institución. Bajo la protección del monarca Felipe el Hermoso (el Capeto, no el de Borgoña) adoptó las formas que aún conserva en la actualidad, si bien no abandonaron las armas pues lucharon en el ejército de Juana de Arco.
El mayor peligro, no obstante, vino del intento del papa Inocencio VIII de unificar todas las órdenes en una bajo la adscripción a la de Malta; la Corona francesa eludió cumplir la orden de disolución y siguió manteniéndose ese vínculo entre lazaristas y reyes galos.
En la actualidad la orden sigue existiendo pero, evidentemente, ha abandonado la parte militar para centrarse en el cuidado de los enfermos; todos, no sólo los de lepra, pues de todas formas esta afección va siendo dominada y reducida poco a poco.
Fuentes: Gran Priorato de España de la Orden de San Lázaro / Leper Knights. The Order of St Lazarus of Jerusalem in England, C. 1150-1544 (David Marcombe) / Las órdenes militares: realidad e imaginario (María Dolores Burdeus, Elena Real y Joan Manuel Verdegal) / An abridged history of the Order of Saint Lazarus of Jerusalem (Charles Savona-Ventura).