El Vampiro del Cerro Dorotea: Un Misterio en Medio de la Crisis del Beagle
En los turbulentos días de la crisis del Beagle de 1978, cuando Chile y Argentina rozaban el borde de la guerra, los ánimos en la frontera estaban tensos. Las trincheras se alzaban cerca de Dorotea, un pequeño poblado fronterizo a tan solo 20 kilómetros de Puerto Natales y a 7 kilómetros de Río Turbio. Desde las laderas del Cerro Dorotea, cuyo nombre remonta a una expedición del Capitán Eberhard en 1892, se extraía leña para calentar los hogares de Natales. Sin embargo, en esa noche particular de crisis, la leña no era lo único que emergía de esas tierras antiguas y misteriosas.
Estábamos en una trinchera, con la incertidumbre constante de un posible ataque argentino. El ánimo era alto, pero la tensión se podía palpar en cada respiro. Esa noche, nos ordenaron realizar una patrulla de reconocimiento. Mientras avanzábamos a través del bosque, vimos luces extrañas que se movían entre los árboles. Al principio pensamos que podrían ser soldados argentinos intentando infiltrarse, pero lo que sucedió después nos dejó perplejos: las luces empezaron a cambiar de color, como si tuvieran vida propia, y luego, increíblemente, se sumergieron en la tierra ante nuestros ojos. Al levantar la vista al cielo, las estrellas parecían distintas, como si estuvieran en un lugar desconocido.
Durante el desayuno del día siguiente, compartí mi inquietud con un viejo poblador de la zona. Me habló de leyendas de contrabandistas y brujos que habitaban la región, pero no podía sacudirme la sensación de que había algo más profundo y oscuro sucediendo. Las preguntas rondaban mi mente sin respuestas claras.
Esa misma noche, en una salida de patrulla bajo la luna, tropezamos con algo aún más desconcertante: tres ovejas muertas, completamente desangradas, con dos marcas de colmillos en sus cuellos. El miedo nos invadió. Uno de los soldados más viejos, visiblemente aterrado, murmuró lo que nadie quería decir en voz alta: "Esto fue obra de un vampiro... no hay otra explicación." En medio de la tensión de la casi guerra, nos encontrábamos atrincherados en una tierra de misterios, de contrabandistas, de brujos... y ahora, tal vez, de vampiros.
Algunos empezaron a teorizar que podría tratarse de un espía argentino usando el mito para cubrir sus huellas, pero la falta de respuestas solo avivaba las especulaciones. Nos contactamos con un antiguo vecino de Puerto Natales, un hombre conocedor de las ciencias ocultas. Nos habló de ataques similares en estancias más alejadas, donde animales habían sido encontrados en circunstancias igualmente macabras.
Sin embargo, tras esa noche, las luces desaparecieron y nunca más volvimos a encontrar ovejas muertas. No obstante, el enigma permaneció. El silencio era inquietante, y las preguntas, muchas, quedaron sin respuestas.
Décadas después, en un programa de radio dedicado a los OVNIs, se relató un hecho alarmante: en el sector de Huertos Familiares, un gallinero había sido atacado. Las aves fueron encontradas sin una gota de sangre, con marcas de colmillos en sus cuerpos. El rumor del chupacabras comenzó a correr, pero ¿acaso esa criatura legendaria era responsable? Las coincidencias eran demasiado perturbadoras: Huertos Familiares se encontraba cerca del Cerro Dorotea (51°36'16"S 72°19'56"W).
Aún hoy, las sombras de aquella crisis bélica y los misterios del Cerro Dorotea siguen envolviendo la zona en un velo de incertidumbre. ¿Qué fue lo que realmente vimos aquella noche? ¿Qué acechaba en la oscuridad, mientras el mundo temía una guerra, pero nosotros temíamos algo más? (El Tirapiedras)
La Voz del Chubut trae la segunda parte de la historia de “La Rubia del Cementerio” que apareció en Comodoro Rivadavia en agosto de 1973.
En la entrega anterior los habíamos quedado en el extraño caso de un conscripto al que se le apareció una mujer rubia que le pidió que la lleve al Cementerio en el kilómetro 5.
Al conscripto se le heló la sangre cuando acarició la mano gélida de la chica que se bajó del auto y se perdió entra las lápidas. El joven, que tenía pesadillas y no podía dormir a la noche, se animó a hablar con el diario Crónica para tratar de calmar la ansiedad.
La historia que se animó a contar parecía un delirio. Días más tarde, apareció la segunda víctima de esta presencia mórbida que persuadía a los hombres.
Un comerciante sugestionado confesó que se dejó llevar por el encanto de la chica y cuando la dejó en el cementerio, lo invitó a caminar entre las lápidas.
No había dudas que la muerta merodeaba las calles del Barrio Oeste. Las madres se encerraban en sus casas temiendo la aparición del fantasma. Los niños jugaban en la vereda hasta que el sol empezaba a esconderse.
LA CIENCIA NO PUEDE EXPLICAR
El caso llegó al director del Hospital Regional, Daniel Cordero, quien explicó que la ciencia no podía resucitar a los muertos, pero sí existían otros fenómenos psíquicos sobre los cuales las ciencias ocultas podían arrojar algo de luz.
“Desde el punto de vista de la medicina estos hechos no tienen ninguna explicación, ya que para la ciencia que nosotros estudiamos, cuando una persona deja de existir es imposible que retorne a la vida. Hasta hoy al ciencia médica no ha podido hacer resucitar a ningún muerto (sic)”, declaró Cordero a Crónica.
El médico, ante el desconcierto y el temor generalizados, no descartó que pudiera tratarse de un fenómeno de FANTASMAGOGÉNESIS. Energía que no llega a materializarse y tiene una consistencia ectoplasmática, transparente y espectral.
LA FORMA DEL FANTASMA
Enrique “Melody” Barrenchea, el cronista detrás de esta historia (todo un ghostwriter), hizo una expedición al Cementerio y descubrió una tumba que se correspondía con la información que daba este espectro.
“Nosotros primero y luego la Policía, fuimos hasta allí y localizamos la lápida en la cual se leía: FULANA DE TAL…NACIÓ… MURIÓ EN 1943 (tenía 25 años) y allí terminaba el rastreo y comenzaba la incógnita”, apuntaba.
Para esa altura circulaban toda clase versiones sobre la forma en que se presentaban las apariciones: una mujer con un velo negro; una muerta en extrañas circunstancias; una chica de blanco que encandilaba a los hombres.
La entidad había sido vista en otras épocas menos espasmódicas. En 1973 la aparición de OVNIS Ya se había presentado antes en los salones donde discurría la vida social de Comodoro Rivadavia.
“Se trataría de alguien que, estando muerta, ya habría aparecido en el año 1965 en bailes realizados en el barrio Tiro Federal. Sobre esto se agregan sucesos pro demás extraños, aunque la versión, si bien cuenta con varias personas que han manifestado lo mismo, no ha podido ser confirmada totalmente”, publicaba Crónica.
PRUEBAS IRREFUTABLES
Nadie podía dudar que la historia había surgido efecto en Comodoro Rivadavia. El fantasma de la “Rubia de Cementerio” estaba en boca de todos.
Los escépticos decían que era un invento de los diarios y los supersticiosos –más precavidos- preferían dormir con la luz encendida, ocultar la llave y no abrirle la puerta a nadie.
El caso cobró otra entidad cuando la presencia siguió a un comerciante de quien nadie se atrevería a dudar de su palabra. Y, como si esto no bastara, un testigo lo había visto irse con un fantasma en la camioneta.
Así lo hizo saber Crónica que preservó la fuente para proteger la identidad del elegido.
“¿Qué hace usted aquí, qué busca?”.
“Yo solo quiero que me lleve”.
El joven, pudoroso, se negó a levantar a una desconocida.
“Por favor señor, solo le pido eso, yo sé que no se me va a negar”, insistió.
La chica subió a la camioneta y le pidió que la llevara hasta el Cementerio del Km. 5. El joven (algo sospechaba) se negó a llevarla: llegaron hasta su casa en la calle San Martín al 300. Cuando le tendió la mano a la mujer para despedirla sintió mucho frío.
“Cuando le estreché la mano sentí un frío tremendo que me corrió por todo el cuerpo y allí noté que ella tenía una palidez mortal, eso me impresionó mucho y me quedé pensando quién sería la extraña mujer, si tendría alguna relación con las apariciones de que todos hablan”, relató a Crónica.
Declaró a la Policía que esa noche había salido al Centro Asturiano con la barra de amigos. Uno de ellos atestiguó que les llamó la atención esa mujer por su belleza inexplicable.
Cuando llegamos al Club vimos que el estaba junto a la chata hablando con una bella muchacha… Antes de que llegáramos nuestro amigo hizo subir a la mujer en el vehículo, lo puso en marcha y partió”, relató.
No cabía dudas que esa chica de otro mundo existía en este plano de la realidad. “Todos los que estábamos allí vimos a la ocasional compañera de nuestro amigo y coincidimos en afirmar que era rubia, muy pero muy bonita, y estaba bien vestida”, relató.
“CAYÓ LA RUBIA”
El jueves 9 de agosto de 1973, Crónica tituló en su portada “¡CAYÓ LA RUBIA DEL DEL CEMENTERIO!”.
Rosa Rodríguez, de 25 años, había llegado hacía un par de meses de Sarmiento, no tenía trabajo y vivía en la pensión de la calle Juan B. Justo.
La noticia descolocó a todos los mortales. La apariciones no se correspondían con esa mujer fantasma. El taxista que la llevó declaró los sucedido.
“¿Me llevás al cinco?”
“¿Dónde? ¿Acaso sos la aparecida?”
“¡Claro que soy la Rubia!”
El conductor, que entró en pánico, dejó a la chica en la pensión y avisó a la Policía. La revelación desconcertó aún más a los investigadores.
La “Rubia del Cementerio”, seguramente, era una mujer que sufría algún trastorno psiquiátrico.
Rosa Rodríguez permaneció encerrada en el calabozo unos días y por lo visto no atravesó la paredes. La Policía allanó la pensión donde vivía pero no encontraron más que una pila de ropa.
“Pero si esa chica no era capaz de nada, más bien aparentaba ser tímida….¡era tan calladita!”, comentaron unas señoras que la conocían.
“¡EN LIBERTAD!” , tituló Crónica al día siguiente. La mujer desdichada salió ganando: le dieron ropa y un plato de comida caliente.
La Policía, en cambio, había dado otro paso en falso. El caso volvía a foja cero.
Rodríguez le había jugado una broma al taxista; era evidente que no tenía nada que ver con “La Rubia del Cementerio”.
“Resulta indudable que Rosa Rodríguez, una muchacha que está muy lejos de tener las características que se le atribuyen a la mujer aparecida, es alguien que cometió una broma en un acto de inconciencia que le pudo haber pesado mucho más”, deducía Crónica.
Nunca se iba a saber la verdad de las apariciones.
La explicación que dieron en aquel momento -a falta de otra mejor-, era esta chica era un “cuerpo astral”.
“El cuerpo astral provoca un cambio de energía que puede ser captado por la persona viva que se halle a su lado, la que puede llegar a imaginar que la toca, en fin, puede llegar a crear todos los sentidos comunes en el hombre”, explicaba el psíquico Norberto Biagini a Crónica.
El caso sin resolver se convirtió en mito de los comodorenses. Lo más probable es que todo hubiera sido producto de la imaginación. Aunque hay quienes aseguran que la “Rubia” aún sigue merodeando por ahí.
Poco después del mediodía del 11 de septiembre de 1973,
el Palacio presidencial de La Moneda ardía en llamas bajo el bombardeo
aéreo de los militares golpistas, cuando un grupo de hombres abandonó el
edificio y se rindió. Eran los integrantes del GAP -Grupo de Amigos del Presidente, encargados de la seguridad personal de Salvador Allende-,
agentes de la Policía de Investigaciones (PDI) y algunos asesores que
acompañaban al presidente chileno en las horas finales del ataque al
Palacio. Los hombres fueron llevados al Regimiento Tacna, brutalmente
torturados y dos días después enviados en camiones al campo militar de
Peldehue, donde fueron sumariamente ejecutados. Simultáneamente, por
todo Chile los militares llevaban a cabo una cacería implacable a los
seguidores del gobierno socialista depuesto. Allende estaba muerto
y centenares de sus partidarios morirían en los próximos días. El
régimen militar que se instauraba en Chile por 17 años estaría marcado
por la brutalidad y por la práctica de ejecuciones sumarias, teniendo a
los GAP entre sus primeras víctimas.
El país estaba bajo estado de sitio. Millares de chilenos eran llevados a campos de prisioneros improvisados. Eran tantos que once estadios de fútbol fueron convertidos en prisión y centros de tortura.
El bando número 1 de los militares decía que cualquier “acto de
sabotaje” sería castigado “en la forma más drástica en el lugar mismo de
los hechos”. Los comandantes y jefes de zona estaban autorizados a
realizar consejos de guerra y aplicar la Ley de Fuga para justificar las ejecuciones.
Las embajadas extranjeras estaban llenas de perseguidos que
intentaban obtener asilo político y escapar a la prisión y la muerte.
Miles buscaron protección de diversos organismos internacionales y otros
optaron por abandonar el país clandestinamente.
Cinco horas después del inicio del golpe, la Junta Militar
emitió el bando número 10. Contenía los nombres de 92 integrantes del
gobierno depuesto de la Unidad Popular que deberían presentarse al
Ministerio de Defensa antes de las cuatro de la tarde. Luis Maira
era uno de ellos. Durante 12 días, el ex coordinador del grupo
parlamentario de la UP, entonces con 33 años, se escondió en Santiago,
cambiando de dirección cada 24 horas, hasta conseguir asilo en la
embajada de México. Allí estuvo por nueve meses con otros 200 chilenos,
hasta conseguir partir al exilio.
Cincuenta años después Maira recordó, en declaraciones al diario
chileno “La Tercera”, que decidió dejar el país al escuchar el duro
pronunciamiento del comandante de la Fuerza Aérea, Gustavo Leigh,
por cadena nacional. “Dijo que habían detenido a muchos extremistas,
pero que se habían dado cuenta de que las listas no tenían las debidas
prioridades, por lo que habían seleccionado a 13 personas, a los
dirigentes principales a los que calificó de marxistas antipatriotas.
[Deberían] detenerlos para interrogarlos, apremiarlos y castigarlos”,
recordó Maira. “Me di cuenta de que ya no tendría muchas posibilidades
de sobrevivir”, añadió.
El miedo imperaba en el país. Desde las primeras horas del nuevo régimen, los chilenos tenían noticias de torturas y muertos
El miedo imperaba en el país. Desde las primeras horas del nuevo
régimen, los chilenos tenían noticias de torturas y muertos. Y también
de delación de ciudadanos, que denunciaban a vecinos, colegas de
trabajo, adversarios, que acababan detenidos y muchas veces muertos. Las
universidades y los medios de comunicación fueron intervenidos. Se
declaró la disolución de todas las organizaciones de trabajadores,
campesinas, estudiantiles, culturales, gremiales y deportivas.
Por decreto, los registros electorales fueron quemados, por el motivo
obvio de que estaba suspendida la democracia representativa por el
voto. La represión era indiscriminada. Parte de la historia de este
período está documentada en el impresionante Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, en Santiago, fundado en el 2010 para que no sea olvidada (MMDH - Museo de la Memoria y los Derechos Humanos).
Con la vuelta de la democracia, en marzo de 1990, fue creada la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, conocida como Comisión Rettig -por
el nombre de su presidente, el jurista Raúl Rettig-, para investigar
los crímenes cometidos por la dictadura contra los derechos humanos. Más
tarde, otro grupo, la Comisión Valech -por el obispo Sergio Valech- dio continuidad a dicho trabajo.
En los 17 años de dictadura hubo 3.216 personas muertas: 2.129 ejecutadas, 1.087 desaparecidas
Según los informes Rettig (1991) y Valech (2003), ambos actualizados
con el tiempo, en los 17 años de dictadura hubo 3.216 personas muertas:
2.129 ejecutadas, 1.087 desaparecidas. El 68,57 % de las detenciones
reconocidas por la Comisión Valech ocurrieron entre el 11 de septiembre y
el 31 de diciembre de 1973. El número de personas que sufrieron prisión política y/o torturas, fue de casi 40.000.
A pesar de la concentración de víctimas en los primeros meses, la
práctica de la prisión, tortura y ejecución contra los opositores fue
mantenida durante muchos años.
La ejecución de los miembros de seguridad del presidente Allende el
día 13 de septiembre de 1973 fue típica de lo que ocurriría en los años
siguientes. El episodio fue reconstruido en detalle por Jorge Escalante,
en el reportaje “Yo maté a los prisioneros de La Moneda”, publicado en
2002 en el diario “La Nación”. Uno de los periodistas chilenos que más
investigó sobre el aparato represivo, Escalante consiguió entrevistar a
uno de los militares que participó en la ejecución de los GAP, que
relató lo ocurrido.
Después de que llegaron al regimiento Tacna, a poco
más de un kilómetro del Palacio de la Moneda, los hombres fueron
mantenidos boca abajo, tendidos en el suelo. Durante dos días fueron
torturados. El general Pinochet en persona fue hasta el lugar. Uno de
los presos, Pablo Zepeda Camilliere, consiguió escapar
pues lo trasladaron por error al Estadio Chile. Zepeda, cuenta el
periodista, asistió al siguiente diálogo entre Pinochet y el comandante
del regimiento, Joaquín Ramirez Pineda.
Pinochet estuvo en el regimiento Tacna observando cómo torturaban a los GAP
Pinochet le pregunta quiénes son los prisioneros. “Estos son los
escoltas de Allende, mi general, son los GAP y otros asesores”. Pinochet
es directo en la respuesta: “A estos huevones me los fusilan a todos”.
El relato coincide con lo que Escalante oyó del coronel Fernando Reveco Valenzuela. Según el coronel “Pinochet estuvo en el regimiento Tacna observando cómo torturaban a los GAP”.
El número de ejecutados en este episodio es incierto, pero de acuerdo con relatos de algunos militares fueron 27 los guardaespaldas, asesores y
agentes presos después de rendirse en La Moneda. Todos menos Zepeda
fueron llevados en un camión, atados de pies y manos, hasta el campo
militar de Peldehue, en las afueras de Santiago. Al llegar al destino se
les desataron los pies para que dieran los últimos pasos de su vida.
Uno a uno, fueron ejecutados a tiros de ametralladora y lanzados
directamente en un pozo seco y profundo, con las manos atadas.
Los militares volvieron al mismo pozo en 1978 para llevar a cabo otra operación. En aquel año fueron encontrados los cuerpos de 15 campesinos
que habían sido presos por una patrulla de carabineros el 8 de octubre
de 1973, en la comunidad rural de Isla de Maipo, sin que nunca más
aparecieran. Sus restos mortales estaban dentro de unos hornos
abandonados de una mina de cal de Lonquén. Era la primera prueba
concreta de lo que todos en el país sabían, pero que los militares
negaban descaradamente: que el gobierno ejecutaba opositores y que había
detenidos-desaparecidos. Fue un doloroso descubrimiento para los
familiares de decenas de desaparecidos: sus seres queridos, muy
probablemente estaban también muertos.
Para los militares, el momento era de alerta. La aparición de nuevas
víctimas de ejecuciones dejaría al régimen vulnerable a las presiones
internas y de la comunidad internacional. La orden era hacer desaparecer todos los restos mortales
escondidos clandestinamente en Chile. Fue así que, en diciembre de
1978, un vehículo militar se estacionó junto al pozo de Peldehue. Los
soldados desenterraron lo que encontraron de los cuerpos de los GAP y
otros asesores de Allende ejecutados cinco años antes. En sacos, fueron
embarcados en helicópteros Puma y lanzados al mar, bien lejos de la
costa en el Océano Pacífico. El procedimiento macabro se repitió en
otras tumbas clandestinas por todo el país.
En marzo de 2001, once años después de la redemocratización, fueron realizadas nuevas pesquisas en el pozo de Peldehue
por orden judicial. Los peritos encontraron quinientas piezas óseas, lo
que permitió identificar a algunos de los ejecutados: tres miembros del
GAP, un ingeniero, un sociólogo y un médico psiquiatra.
Al comienzo de la dictadura, la violación sistemática de los derechos
humanos fue ejecutada por medio de órganos estatales que ya existían:
Fuerzas Armadas, Carabineros y Policía de Investigaciones. Pero pronto
otras estructuras fueron creadas especialmente para este fin. En 1974
surgió la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), a cuyo comando estuvo el coronel Manuel Contreras,
que respondía directamente a Pinochet. Todos los días Contreras iba a
buscar al dictador a su casa y le acompañaba en coche hasta su despacho,
momento en el que le informaba detalladamente de sus operaciones.
Conocida por su brutalidad, la DINA persiguió de forma implacable a los
izquierdistas que estaban en la clandestinidad. Un año después surgió el
Comando Conjunto, una organización clandestina que dependía de la
Fuerza Aérea y que actuó durante dos años.
En 1977 la DINA fue sustituida por la Central Nacional de
Informaciones (CNI), que actuó hasta 1990. La disolución se produjo por
presión de los EE.UU., cuando se constató que agentes del órgano estaban
involucrados en el asesinato en Washington del excanciller chileno Orlando Letelier. El atentado ocurrió en septiembre de 1976 y en él murió también la americana Ronni Moffitt. Uno de los implicados en el asesinato fue el ciudadano estadunidense Michael Townley, reclutado como agente de la DINA. Townley fue también el asesino del general Carlos Prats, ministro de Defensa de Allende, que murió junto a su mujer en un atentado con bomba en Buenos Aires, en septiembre de 1974.
El rastro de sangre de la Caravana de la Muerte
Uno de los casos más emblemáticos de la barbarie de la dictadura fue conocido como La Caravana de la Muerte,
en 1973. Pocos días después del golpe, Pinochet ordenó una operación de
caza y eliminación de los partidarios de Allende en todas las regiones
del país. El mando de la misión le fue entregado al general Sergio Arellano Stark,
que debería revisar los procesos judiciales iniciados inmediatamente
después del golpe contra partidarios de la Unidad Popular, y exigir el
máximo castigo. El día 30 de septiembre, la comitiva partió al sur de
Chile a bordo de un helicóptero militar Puma y recorrió la zona de
Puerto Montt. Enseguida partió hacia el norte, entre Arica y La Serena.
En cada ciudad en donde se posaba, el Puma de Arellano Stark dejaba un
rastro de sangre. La misión concluyó el 22 de octubre. En menos de un
mes, La Caravana de la Muerte ejecutó al menos a 72 personas.
En menos de un mes, La Caravana de la Muerte ejecutó al menos a 72 personas
La dinámica de esta operación fue revelada magistralmente por la periodista chilena Patricia Verdugo en su célebre libro Los Zarpazos del Puma,
que años más tarde se convirtió en uno de los expedientes acusatorios
más importantes sobre los crímenes cometidos por el general Augusto
Pinochet y sus cómplices. Una de las muchas paradas de La Caravana de la Muerte fue en la ciudad de La Serena, según relata Patricia Verdugo:
“El helicóptero Puma llegó a La Serena el martes 16 de octubre de
1973, alrededor de las once de la mañana. El comandante del regimiento
motorizado de Arica, teniente coronel Ariosto Lapostol Orrego, recibió al general Sergio Arellano en
el aeropuerto local y fue notificado de la calidad extraordinaria que
ostentaba: Delegado del Comandante en Jefe del Ejército y la Junta
Militar de Gobierno (…) Dos jeeps militares con boinas negras se
estacionaron frente al recinto carcelario como a las 13 horas y aumentó
ostensiblemente la guardia militar frente a la puerta. Quince
prisioneros fueron sacados rumbo al regimiento poco antes de las 14
horas. Su salida quedó registrada en el folio número 35 del Libro de
Detenidos 1973. Y, como a las 16 horas, se escucharon fuertes y
repetidas descargas de metralletas”. Los ejecutados eran todos jóvenes
socialistas.
En 2015, el general en la reserva Joaquín Lagos Osorio,
comandante militar de la región de Antofagasta en aquella época, haría
un tenebroso relato a la fiscalía, aunque con una pequeña discrepancia
en el número de presos: “La Comitiva del General Arellano había
sacado del lugar de detención a 14 detenidos que estaban en proceso, los
había llevado a la quebrada del ‘Way’ y los habían muerto a todos con
ráfagas de metralletas y fusiles de repetición; después habían
trasladados los cadáveres a la morgue del Hospital de Antofagasta y como
ésta era pequeña y no cabían todos los cuerpos, la mayoría estaba
afuera. Los cuerpos estaban despedazados, con más o menos 40 tiros cada
uno y en estos momentos así permanecían al sol y a la vista de todos
cuantos pasaban por ahí. Ordené que armaran sus cuerpos, los médicos
militares y del hospital, y avisaran a los familiares y les hicieran
entrega de los cuerpos, en la forma más digna y rápida posible”.
En aquel momento el general Arellano y su comitiva ya volaban a bordo
del Puma en dirección a Copiapó, donde ejecutaron a otros 14 presos.
En junio de 2023, la Corte Suprema condenó a cuatro
militares retirados por la muerte de 12 opositores en la ciudad de
Valdivia, dentro de la operación de La Caravana de la Muerte. Entre ellos estuvo el general retirado Santiago Sinclair,
de 92 años, que fue brazo derecho de Pinochet en la represión política.
A pesar de la edad, cumplirá la pena en la cárcel. El general Arellano
murió en 2016, con 94 años, sin pagar por sus crímenes. Llegó a ser
condenado en 2008 a seis años de prisión, pero no cumplió su pena por
sufrir de Alzheimer.
La periodista Patricia Verdugo vivió su propio drama familiar durante
la dictadura. En 1976 su padre fue secuestrado y días después su cuerpo
apareció flotando en el río Mapocho, que corta Santiago. El constructor
civil Sergio Verdugo Herrera era jefe del Departamento de
Abastecimientos de la Sociedad Constructora de Establecimientos
Educacionales e investigaba un caso de corrupción en la empresa estatal.
Para su desgracia, el caso involucraba a militares del nuevo régimen.
Verdugo es también autora de Quemados Vivos,
sobre otro caso de gran repercusión. En 1986, cuatro años antes del fin
de la dictadura, los chilenos osaban salir a las calles contra el
régimen militar. En julio de aquel año, una protesta fue violentamente
reprimida por agentes del Ejército en la comuna de Estación Central. Los
militares actuaron de forma especialmente cruel contra dos jóvenes: la
psicóloga Carmen Gloria Quintana y el fotógrafo Rodrigo Rojas de Negri,
que fueron golpeados y tuvieron gran parte de su cuerpo quemado con el
combustible que les arrojaron los propios carabineros. Rojas murió y
Quintana sobrevivió con graves secuelas.
Un año antes, en marzo de 1985, otro episodio terrible conmovió al país: el Caso de los Degollados.
Manuel Guerrero, José Manuel Parada y Santiago Nattino, militantes del
entonces proscrito Partido Comunista, fueron secuestrados cuando andaban
en diferentes lugares de la capital. Forzados a entrar en vehículos y
llevados a un cuartel, fueron torturados y degollados. Sus cuerpos
aparecieron cerca del aeropuerto internacional de Santiago.
Otra operación macabra ocurrió en junio de 1987, esta vez contra doce
militantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Nueve hombres y tres
mujeres fueron asesinados por agentes de la Central Nacional de
Informaciones con el objetivo de aniquilar la organización, que un año
antes había realizado la fracasada tentativa de asesinato contra el
general Augusto Pinochet. Se conoció como Operación Albania. Veinte años después, la Justicia condenó a cadena perpetua al ex director de la CNI, Hugo Salas Wenzel, por su participación en el crimen.
Tres meses después, la CNI detuvo a Manuel Sepúlveda Sánchez, Gonzalo
Fuenzalida Navarrete, Julio Muños Otárola, Julián Peña Maltés y
Alejandro Pinochet Arenas. Fueron acusados del secuestro de un coronel
del Ejército. Llevados al cuartel Borgoño -el recinto operativo más
importante de la CNI- fueron torturados y recibieron una inyección
letal. Los cuerpos fueron amarrados con rieles de ferrocarril y un
helicóptero del Ejército los arrojó al mar. Fueron considerados los
últimos detenidos-desaparecidos de la dictadura. Pero no serían las
últimas víctimas. El 27 de octubre de 1988, los dos máximos dirigentes
del FPMR, los comandantes José Miguel y Tamara, fueron detenidos, torturados y sus cuerpos fueron arrojados al río Tinguiririca.
Como señaló Carlos Huneeus en su libro El Régimen de Pinochet,
la dictadura “conservó el carácter de un Estado policial a lo largo de
sus 17 años de vida, con un estricto control de la población y una
sistemática persecución de las organizaciones opositoras”. Fue un
gobierno que tuvo como característica adicional estar fuertemente
centralizado en Pinochet, al punto de que éste se jactaba de que “no se
movía una hoja en Chile” sin que él lo supiera.
Seis meses después del golpe, el periodista brasileño Eric Nepomuceno
escribió un largo artículo sobre su encuentro secreto con integrantes
de la resistencia chilena, publicado en la mítica revista argentina
Crítica, que dirigía entonces Eduardo Galeano. Nepomuceno observó: “De
todo lo que los militares hicieron por Chile después de septiembre,
acaso su obra más perfecta sea la represión, el terror impuesto y
grabado en la gente, ese extraño olor a miedo y muerte que hay en cada
sitio”.
El cineasta Patricio Guzmán, que filmó el documental La Batalla de Chile -un raro registro audiovisual de los años de Allende-, tiene una visión
semejante 50 años después: “El Golpe de Estado fue tan poderoso, tan
devastador; el hecho de que hayan matado tres comités centrales del PC,
dos del PS, el MIR fue exterminado, una cantera de jóvenes maravillosos,
todos muertos y torturados en las condiciones más terribles, eso creó
una sensación de ‘no te muevas, porque si no eres tú es tu hijo al que
lo van a tomar preso’. Creo que ese trauma fue desproporcionado y feroz.
No hay cosa peor que el terror”, dijo en declaraciones al diario
chileno “The Clinic”.
OPERACIÓN CÓNDOR
Las
dictaduras del Cono Sur llevaron a cabo una brutal represión que no
conoció fronteras y que llevó a la coordinación de los servicios de
seguridad de Chile, Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia, que permitieron la detención, tortura, asesinato y desaparición de numerosos adversarios. El libro Los años del Cóndor,
del periodista norteamericano John Dinges, sostiene que la primera
reunión de fuerzas de seguridad y policiales que darían lugar al plan
tuvo lugar en Buenos Aires a comienzos de 1974. Es decir, el plan
comenzó a gestarse cuando en Argentina todavía no se había producido el
golpe militar del 76. El nacimiento oficial del Cóndor se produjo a
finales de noviembre de 1975, tras una reunión de representantes de las
dictaduras de la región, que durante casi una semana debatieron los
detalles en la Academia de Guerra, en Santiago.
En base a documentos norteamericanos desclasificados, Dinges sostiene que el presidente argentino Juan Domingo Perón,
que fallecería poco después, estaba preocupado con los informes de
inteligencia sobre la existencia de la Junta Coordinadora
Revolucionaria, integrada por Montoneros, MIR y Tupamaros, entre otros, y
de una reunión cerca de Mendoza. Después de esa reunión en Argentina,
que puede considerarse como anterior al Cóndor, hubo unas 120 víctimas
que cayeron como resultado de esta inicial coordinación represiva.
La coordinación comenzó cuando Chile invitó a agentes de inteligencia de
los países vecinos, en particular de Brasil, Uruguay y Argentina, para
llevar a cabo interrogatorios de los prisioneros que eran buscados en
sus países.
En entrevista con el diario argentino “Clarín”, Dinges aseguró: “Perón
aprobó medidas contra ellos, a quienes definía como extremistas
marxistas”. Después del golpe del 76, Argentina fue el país más activo:
el número de crímenes de Cóndor cometidos en dicho país fue de 469
detenidos, la mayoría desaparecidos, más 143 víctimas de nacionalidad
argentina detenidos en otros países. Uruguay le sigue, con 294 víctimas
de nacionalidad uruguaya, la gran mayoría detenidos en Argentina. Chile
fue anfitrión de las dos primeras reuniones de la alianza Cóndor, pero
en número de víctimas está en menor rango: 107 chilenos, la mayoría
detenidos en Argentina y 52 crímenes cometidos contra extranjeros en
Chile. Pero el Cóndor no solo actuó en los países vecinos, se
documentaron operaciones en Europa, Estados Unidos (asesinato de
Letelier) y en México.
Dinges sostiene que la CIA no participó ni en la creación ni en la
ejecución de los operativos. Pero Estados Unidos fue cómplice, ya que
conocía en detalle las operaciones y no actuó para evitar los
crímenes.
Orkeke, en una foto tomada en su estadía en Buenos Aires, en 1883. A pesar de su impronta pacífica fue secuestrado y exhibido como un trofeo por los porteños
19 de julio de 1883. Aquella noche, como tantas otras de cruda Patagonia, el viento soplaba con fuerza y el frio helaba la piel, pero nada de eso impedía que los Tehuelches, liderados por Orkeke, bailaran una de sus danzas típicas. Al son de un tambor de cuero de guanaco y de un instrumento de viento elaborado con el fémur del mismo animal, los Ahoniken celebraban una prolífera jornada de caza. El viejo líder, que por su avanzada edad, ya no participaba de los bailes como otros años sino que prefería observarlos de pie junto a su toldo, sonreía y los alentaba. Orkeke, el cacique amigo de Buenos Aires, célebre por su generosidad y hospitalidad con los blancos, jamás pudo imaginarse lo que iba a suceder esa gélida noche. A unos 5 kilómetros de allí, en la joven localidad de Puerto Deseado, un grupo de soldados al mando del Coronel Lino Roa había partido hacia sus tolderías con la orden de detenerlo a él y a todos los miembros de su pequeña comunidad. Cuando la partida militar llegó a destino, de nada valieron los ruegos de Orkeke, ya nada podía hacerse. La orden de detención provenía del mismísimo Presidente de la Nación, Julio Argentino Roca.
Resignado, el viejo caudillo del sur se entregó sin resistirse. Él y otros 52 Tehuelches (17 hombres y 35 mujeres y niños) fueron despojados de todos sus bienes y trasladados a punta de bayoneta hasta Puerto Deseado. Luego, sin que mediara ninguna explicación, fueron embarcados rumbo a Buenos Aires en el Buque de Guerra “Villarino”, el mismo que tres años antes había transportado desde Inglaterra a Buenos Aires los restos del General José de San Martín. El Coronel Lorenzo Vintter, Gobernador de la Patagonia, informó ese mismo día al Gobierno Nacional.
A Vintter, sin embargo, no le resultaría fácil el trayecto hacia el norte. En Puerto Madryn, su primera escala hacia Buenos Aires, debió vérselas con un grupo de mujeres galesas que, enteradas de la detención de Orkeke, se dirigieron al Puerto para pedir su liberación. Ellas no olvidaban la ayuda desinteresada que el Cacique sureño había dado a los galeses cuando en 1865 se instalaron en las tierras fértiles de Chubut con el objetivo de fundar una colonia agrícola. Pero el ruego de las mujeres por Orkeke no dio resultado y Vintter siguió adelante con su plan de secuestro. El episodio, sin embargo, permanecería en su memoria como “uno de los más difíciles de su vida”, como escribiría años después al dejar testimonio de sus proezas militares.
En su informe, el propio Villegas, califica a los Tehuelches como “gente de índole mansa y dulce que por una fatalidad para ellos se encontraron presionados por (el Cacique Mapuche) Sayhueque, en el combate de Apeleg. Lo cierto es que Orkeke no participó de Apeleg, pese a lo cual fue detenido junto a toda su comunidad. Cuando las autoridades nacionales advirtieron el error era tarde: el Cacique ya estaba embarcado con destino a Buenos Aires, en un viaje largo, incómodo y sufrido para un grupo de personas que jamás habían subido a un buque y la única inmensidad que conocían era la extensa y árida llanura patagónica.
Algunos periódicos porteños, como la Prensa, repudiaron el traslado compulsivo de los indígenas patagónicos, acusando a los mandos menores por el secuestro, pero liberando de toda responsabilidad al Gobierno de Roca. En un artículo titulado “La Civilización Barbarizada”, publicado el 28 de julio el mismo día del arribo del Villarino al puerto, La Prensa señalaba que: “la prisión de esta tribu mansa y su remisión a Buenos Aires es el resultado de malas interpretaciones dadas a las órdenes del Ministerio. El Coronel Wintter y particularmente el Comandante Roa, han entendido mal las cosas, pues han aprisionado a una Tribu mansa. Podemos asegurar que el Gobierno ha recibido con disgusto la noticia de lo que ha pasado, lamentando el hecho. Falta ahora que ese disgusto se traduzca en algo practico que respalde la inequidad cometida con gentes infelices, que jamás han molestado a nadie y sí más bien beneficiado a los cristianos que han vivido entre ellos”.
El Tour de la Vergüenza
A esta altura puede decirse que, en vista a las circunstancias que rodearon este lamentable episodio, Orkeke y su gente tuvieron suerte. Conmocionados por el apresamiento de los indígenas en Puerto Deseado, los exploradores Moyano y Lista se dirigieron a Buenos Aires e intercedieron ante el Presidente Roca para solicitarle que revisara la decisión de encarcelar a Orkeke y su gente porque se trataba de una injusticia. Roca aceptó y comisionó al propio Lista para que, una vez arribado el Villarino al Puerto, comunicara al Líder Patagónico que no habían sido traídos a la Capital como prisioneros sino como amigos, que se los trataría bien y amistosamente, se los agasajaría con regalos, se les darían ropas y que pronto recuperarían todos sus bienes y regresarían a la Patagonia.
Al escuchar estas palabras, el júbilo se apoderó del rostro de los hasta ese momento abatidos Tehuelches. A orillas del Riachuelo el Cacique Orkeke cantó su alegría con voz grave y agradeció a los espíritus del bien por la posibilidad que le daban a él y a su gente de regresar a la tierra amada.
Pero Orkeke nunca pudo cumplir su sueño de volver. Los múltiples homenajes que le ofreció el Gobierno para reparar el error cometido, terminaron convirtiéndose en un destierro cruel y trágico para el Cacique. Fueron 44 días de agasajos, regalos y paseos, en los cuales los pobres Tehuelches fueron los protagonistas estelares de un show patético montado por el Gobierno y celebrado por la sociedad y por los medios de comunicación, todo rodeado en una atmósfera festiva, peyorativa y hasta burlona hacia los “seres inferiores” que habían sido traídos por equivocación a Buenos Aires.
Se trató, por cierto, de uno de los capítulos más vergonzosos y menos conocidos de la historia Argentina.
Desde el Villarino fueron trasladados en tren expreso hacia el Regimiento Primero de Caballería, en Retiro, donde fueron alojados. Como le habían prometido, los recibieron con ponchos, botas, mantas, víveres y diferentes vicio de entretenimiento. Unos días después, el 4 de agosto, comenzó el tour. Acompañado por Lista, el diplomático escudero y el Comandante Hort, Orkeke realizó un paseo en carruaje por el Barrio de Palermo. Más tarde fue recibido por Roca en su despacho. Durante la conversación que mantuvieron, el Presidente le preguntó si deseaba volver a la Patagonia. Orkeke respondió que sí entonces, Roca, le aseguró que muy pronto sería enviado de regreso con toda su gente, que le devolverían todos sus caballos y hasta recibiría regalos. Finalmente, el Presidente lo despidió obsequiándole 500 pesos. Luego Lista lo llevo a recorrer tiendas y mercerías, donde el Cacique compró ropas y otros objetos que luego regalaría a sus amigos que lo esperaban en Retiro. Orkeke se sentía satisfecho.
El 7 de agosto fue invitado al teatro de la alegría a ver la Obra Mefistoles. En esa oportunidad no fue solo sino acompañado por su esposa Add y 20 de los Tehuelches más representativos de su comunidad. Esa noche el público abarrotó la sala, más interesado en conocer a los famosos visitantes que por disfrutar la propuesta artística.
La gira de Orkeke continuó el 10 de agosto, cuando fue agasajado con un banquete en el Café París, con comensales del más alto nivel social. El 14 de agosto fue invitado por la Empresa Skating-Rink a una presentación de patín en la que su esposa Add fue la encargada de distribuir los regalos de un sorteo a beneficio.
Orkeke disfrutaba mucho de la generosidad de sus “amigos cristianos”, pero al mismo tiempo esperaba con ansiedad su retorno a la Patagonia, que tantas veces le habían prometido. Lamentablemente su sueño nunca se concretaría: el 3 de setiembre cayó enfermo preso de una aguda pulmonía, y fue internado en el Hospital Militar de Buenos Aires. Su esposa Add y su hijita de 10 años lo acompañaron durante los 9 días que duró su agonía. A esta altura de los acontecimientos, sus amigos porteños ya se habían olvidado de él. Moyano se preparaba para ser ungido Primer Gobernador del Territorio de Santa Cruz; Lista organizaba una nueva exploración en las tierras del sur; y el Presidente Roca encaraba la etapa final de su campaña militar.
Orkeke murió el 12 de setiembre, a las 10 de la mañana, olvidado en una fría habitación de hospital. Solo lo acompañaban su esposa, su hija, y tres integrantes de la comunidad, entre ellos Cochengan, quien luego sería proclamado su sucesor en el Cacicazgo. Por una orden oficial los médicos se hicieron cargo del cadáver para disecarlo con fines científicos. Una crónica de La Nación, del 20 de setiembre, describe los sucesos con dramática sencillez: “después de haber sido descarnado en el Hospital Militar, colocaron le los di versos fragmentos del cuerpo en un gran tacho de agua y cal, para hacer desaparecer la pequeña cantidad de carne que había quedado adherida a los huesos. Terminada que sea la disección del cuerpo del Cacique, se procederá a armar el esqueleto. Ha llamado la atención de los encargados en disecar el cuerpo de Orkeke la enormidad del cráneo y el espesor del hueso frontal. Las canillas y los brazos son de dimensiones poco comunes. El esqueleto de Orkeke será conservado por ahora en el Hospital Militar”.
En lugar de volver a la Patagonia sus restos permanecieron durante muchísimos años en el sótano del museo de Ciencias Naturales de La Plata junto al de otros Caciques. Recién en 2007, 124 años después de su muerte, los restos de Orkeke regresaron a su tierra y fueron enterrados en la Localidad de José de San Martín, Provincia de Chubut.
Párrafos extraídos del Libro “Argentina Indígena” – Andrés Bonatti y Javier Valdez
Es increíble, original ¡fantástico! la cantidad de localidades con nombres llamativos que existen en nuestro país. El primero que me asiste es “Venado Tuerto”, en Santa Fe, fácil de suponer el porqué. Es simpático “Salsipuedes”, en Córdoba, pero me parece que el que lleva la delantera es “Cajón de Ginebra Grande” … ¡sí, sí aunque no lo crea! Doy las razones porque, sinceramente, hasta que por curiosidad casualmente encontré la histria, ni idea tenía de su existencia. “Cajón de Ginebra Grande” es una localidad del departamento Paso de Indios, Provincia del Chubut. Se encuentra sobre la Ruta Nacional 25 a unos 7 km al oeste, de su casi homónima “Cajón de Ginebra Chico”. El paisaje se distingue por el cordón montañoso y un manantial del departamento “Languiñeo”.
Según la historia, entre los años 1880 y 1890, eran comunes los viajes entre los valles 16 de Octubre y el inferior del río Chubut. En uno de esos trayectos, con carros cargados para las viviendas que se estaban levantando en el valle de los Andes, cayó un cajón de ginebra. Con los años, si algo ocurría cerca de allí, se decía que había pasado más acá o más allá del “cajón de ginebra”. Un tiempo después ocurrió otro hecho similar: otro cajón de ginebra, más grande, fue a dar al suelo. Así los parajes pasaron a denominarse, el primero, “Cajón de Ginebra Chico”, y el otro “Cajón de Ginebra Grande”.
La abundante colonia galesa de la región llamaba a la zona “Bocs Gin”, que traducido a nuestro idioma es “Ginebra triste”. En enero de 1897, “Francisco Pietrobelli”, en su recorrido por el territorio del Chubut pasó por este lugar. 11 años después, en 1908, se estableció en la localidad un Almacén de Ramos Generales llamado "Los Mellizos" y, 14 años más tarde, se inauguró la Escuela Nacional N° 64, a la que llegaron asistir unos 20 alumnos de la zona. Con el paso del tiempo, “Cajón de Ginebra Grande” se fue despoblando y actualmente está casi totalmente deshabitado. Se mantienen las calles y algunas construcciones abandonadas. Es lo que habitualmente llamamos un pueblo fantasma.