martes, 14 de noviembre de 2017

SGM: Los diablos rojos no pudieron en Arnhem

Los diablos rojos fueron a luchar demasiado lejos

El puente de Arnhem era el objetivo fundamental de una operación aliada para derrotar a los alemanes y acabar con la guerra un año antes, en 1944

JACINTO ANTÓN | El País



Un momento de la película 'Un puente lejano', de Richard Attenborough. Escena verídica en la que un oficial británico dirigía a sus hombres con un paraguas. MICHAEL OCHS/GETTY

Un gran arco de acero y cemento, un puente de campanillas, un pedazo de puente, el más lejano de todos (aunque no el más distante), es el que cierra esta serie en la que hemos revisitado el de Remagen, el del río Kwai y el Pegasus, en Normandía. El puente de Arnhem, en la ciudad holandesa del mismo nombre, tendido sobre el Bajo Rin, un señor puente de treinta metros de altura, fue, del 17 al 26 de septiembre de 1944, escenario central de una de las batallas más encarnizadas y espectaculares (y épicas) de la Segunda Guerra Mundial. Como los otros tres con los que ha compartido estas páginas es un icono de esa contienda y como el de Remagen y el del Kwai ha tenido su propia película (Pegasus, que ya aparecía en El día más largo, tendrá próximamente la suya), en este caso la famosa superproducción de Hollywood plagada de estrellas Un puente lejano (1977), basada en el no menos célebre libro del mismo título escrito por Cornelius Ryan (Inédita, 2005).


El puente de Arnhem, su captura, era el objetivo fundamental, indispensable, de la Operación Market Garden con la que los Aliados, en un momento de euforia tras el desembarco de Normandía y la liberación de París, pretendían conseguir un atajo para derrotar a los alemanes y acabar la guerra en 1944, un año antes de cuando realmente finalizó. La idea era lanzar una poderosa ofensiva por el norte del frente desde Bélgica hacia Holanda para entrar en Alemania por la región del Ruhr tras atravesar el Rin, flanqueando la Línea Sigfrido, y darle la puntilla al III Reich. No funcionó y todavía hubo mucha guerra y sufrimiento por delante (incluido ese último espasmo de Hitler en el Oeste que fue la batalla de las Ardenas) hasta que los soviéticos tomaron Berlín en abril de 1945.

El plan, concebido por el de natural prudente mariscal Montgomery en un insólito subidón de audacia que dejó estupefacto a su propio bando (Bradley dijo que no le hubiera sorprendido más ver aparecer a Monty, abstemio recalcitrante, haciendo eses con una cogorza), presuponía un masivo empleo de fuerzas aerotransportadas (británicas, estadounidenses y polacas libres) como no se había visto nunca: 20.000 hombres que debían capturar previamente los puentes a lo largo del corredor que seguiría el grueso del ejército aliado. Market Garden (el primer nombre era el de la operación aérea y el segundo el de la terrestre) se convirtió en uno de los mayores desastres de la guerra, con 15.000 bajas, al no poderse tomar los puentes clave, especialmente el nuestro, el de Arnhem, y significó de hecho el fin de la 1ª división británica aerotransportada, los diablos rojos (por el color de sus boinas), que perdió dos tercios de sus efectivos.

No es que la idea de Monty (que acabó echando la culpa injustamente a los polacos, que siempre reciben) no fuera buena, es que había demasiados imponderables, como le señaló al mariscal el general Browning, vicecomandante del Primer Ejército Aerotransportado aliado, “señor, creo que tal vez sea irnos a un puente demasiado lejano”, frase que ha hecho época (y libro y película) y que compite con otras célebres acuñadas en esa guerra como “nunca tantos han debido tanto a tan pocos”, “¿arde París?” o “cuando acabemos esto solo se hablará japonés en el infierno”.

El problema con esas tropas de élite que son las fuerzas aerotransportadas (en parte lanzadas en paracaídas y en parte llevadas en planeadores tras la líneas enemigas en Market Garden), a las que puedes poner donde quieres en un momento, es que te dan el elemento sorpresa y una ventaja inicial enorme pero, al carecer de equipo pesado, no poseen el poder suficiente para aguantar mucho tiempo por sí solas si se enfrentan a fuerzas convencionales y no son apoyadas por efectivos terrestres propios. En síntesis, eso es lo que pasó en Arnhem. Se quedaron luchando solas, muy valientemente, eso sí, hasta que las aniquilaron.

Fallaron muchas cosas: pese a que se tomaron enclaves a todo lo largo de la ruta (la 101 ª de EE UU capturó 9 de los 11 puentes encomendados), el avance por tierra se ralentizó demasiado; en el sector de Arnhem, las unidades aterrizaron demasiado lejos del puente y de día (a diferencia de lo que sucedió en el Pegasus, como vimos), las comunicaciones fallaron estrepitosamente, no se utilizó a la Resistencia holandesa, y, sobre todo, se dió la mortal casualidad de que en la zona, en la que los informes de inteligencia más optimistas –los otros se descartaron negligentemente- preveían solo la presencia de fuerzas alemanas muy débiles, se concentraban por casualidad dos divisiones panzer de las SS especialmente entrenadas para la lucha contra tropas aerotransportadas, que ya es desgracia. Los paracaidistas, que se dirigieron hacia el puente se encontraron con una oposición cada vez más dura y cabreada, un verdadero avispero que incluía tanques Tigre, a los que no capeas con la boina. “Aparecían un regimiento tras otro de los alemanes que no tenían derecho a estar allí”, observó un paracaidista británico indignado.


Grupo de paracaidistas británicos, conocidos como los diablos rojos, en Holanda, durante la Operación Market Garden.

El batallón del teniente coronel John Frost (encarnado en el filme de Richard Attenborough por Anthony Hopkins), que soplaba un cuerno de caza, consiguió llegar al puente principal de Arnhem tras siete horas de marcha, y se hizo fuerte en el lado norte. Pero el extremo sur lo ocupaba un desapacible grupo de Granaderos Panzer de las SS. Progresivamente, los alemanes fueron inyectando unidades y presión en Arnhem y la batalla por el puente, feroz, a menudo cuerpo a cuerpo, se decantó a su favor, aunque, en uno de los episodios más famosos, los diablos rojos, lanzando su grito de guerra Whoa Mohammed! (adquirido en el Norte de África), detuvieron a brazo el avance por el puente del batallón de reconocimiento de la 9ª Panzer de las SS.

Fue un espejismo. Superados tres a uno, rodeados, sin blindados, sin auxilio, lo que quedaba a los paracaidistas era apretar los dientes, combatir con coraje y resistir todo lo posible. Y eso los exhaustos soldados británicos lo hicieron ejemplarmente, como suelen desde Rorker’s Drift. Mal asunto, sin embargo, cuando la épica y las Cruces Victoria han de sustituir a la estrategia y al triunfo. A los cuatro días, las fuerzas en el puente fueron arrolladas por los nazis y a los nueve, los restos de la división escaparon como pudieron o fueron capturados. La batalla devastó la ciudad, convertida en un Stalingrado en miniatura. La población civil sufrió un verdadero infierno y una imagen que no hay que olvidar entre tanta aventura, pólvora, medalla, miscelánea militar y testosterona –la recoge Ryan en su magnífico libro- es la del padre que corre desesperado hacia un hospital llevando en brazos a su hijo moribundo, al que las explosiones de unos u otros han arrancado un brazo y una pierna y tiene todo el costado derecho abierto. La guerra, señores.

LA GALLINA PARACAIDISTA
Junto al comandante británico Digby Tatham-Warter, que conducía excéntricamente las cargas contra el puente con un paraguas en la mano (aparece en la película), otro de los grandes personajes de la batalla es Myrtle, la gallina paracaidista (una obvia contradicción en términos), mascota del teniente Glover, que saltó sobre Arnhem con su dueño. No sobrevivió, cayó en combate y fue enterrada con solemnidad.
Arnhem y sus alrededores han convertido la batalla y su memoria en un atractivo turístico. En el centro de todo (monumentos, cementerios, museos públicos -el mejor, el de Oosterbeek, que ofrece la impagable Airborne Experience- y privados) está, claro, el puente lejano. Rebautizado en 1977 John Frostbrug, puente John Frost, en memoria del teniente coronel que luchó por tomarlo, el que hoy puede verse, majestuoso, no es, en realidad (ya estamos otra vez), el auténtico. El de la batalla, que ya había sido reconstruido justo en agosto de 1944 tras haberlo volado los propios holandeses en 1940 para retrasar la invasión alemana, fue hundido por bombarderos B-26 Marauders en octubre de 1944. El actual fue vuelto a reconstruir con el mismo aspecto y en el mismo lugar en 1948. Un pilar del verdadero puede verse en el memorial en la Airborneplein, rodeado de banderas. El que aparece en el filme Un puente lejano tampoco es el de Arnhem: dado el crecimiento urbano en la zona, las escenas en que aparece se filmaron en un puente parecido en Deventer, sobre el IJssel.

lunes, 13 de noviembre de 2017

Guevara y su ajusticiamiento: El principio de la invasión cubana a Latinoamérica

La historia detrás de la última foto del Che vivo

Por Juan Bautista Yofre | Infobae




El encuentro –a pedido mío- con el cubano-norteamericano Félix Ismael Fernando José Rodríguez fue hace solo unos pocos meses. Se sentó a mi izquierda y enfrente nos observaban un ex alto miembro del Departamento América del Partido Comunista Cubano y un conocido intelectual cubano. Al finalizar el almuerzo, intercambiamos algunos presentes. Le di mi primera versión de Fue Cuba. Él, sus memorias (Guerrero de las sombras) sobre sus actividades dentro de la CIA, y una foto en cuyo epígrafe escribió que, tras la caída de Ernesto Guevara, "se cambio un poco la historia del mundo a nuestro favor".

Cuando leí la amable dedicatoria que me escribió Don Félix al pie de la última foto del Che vivo, intenté decirle que para los argentinos la historia no cambió "un poco", porque ese hombre con aspecto de linyera que el "capitán Ramos" (Félix Rodríguez) pretendió llevar a Panamá y los bolivianos se lo impidieron había prendido la mecha. Con los años aprendí a mantener silencio y no dar el aspecto de un argentino "guarango" como nos supo retratar José Ortega y Gasset en Intimidades (septiembre de 1929).

Antes de que el prisionero fuese fusilado -a las 13.10 del 9 de octubre de 1967-, Don Félix fue el último en conversar (aclaró: no interrogar) durante una hora y media con lo que quedaba de Ernesto "Che" Guevara de la Serna. El jefe guerrillero era un despojo viviente, abandonado a su suerte por Fidel y Raúl Castro, Carlos Rafael Rodríguez y sus camaradas. Ya no era el altanero que repartía "aspirinas" (condenas de  fusilamiento) en La Cabaña mientras se fumaba un puro o daba lecciones a unos incautos sobre cómo hacer la revolución en la Argentina en 1960 (durante la presidencia constitucional de Arturo Frondizi). Ni qué decir de su manifiesta altivez y su discurso provocador en las Naciones Unidas (17 de diciembre de 1964)  o en Argel (24 de febrero de 1965) que lo condena al ostracismo y la pérdida de la nacionalidad cubana.


El Che, increíble inútil, habla ante la ONU en 1964

Tampoco se lo veía seguro como cuando teledirigía desde Cuba la "Operación Penélope", en Orán, Salta) cuyo jefe era el "comandante Segundo", Jorge Ricardo Masetti, y que produjo el primer héroe argentino en la guerra contra el castro-comunismo, el gendarme Juan Adolfo Romero, en manos del capitán cubano Hermes Peña (hombre de la intimidad de Guevara). Fue el 18 de abril de 1964 en pleno mandato constitucional de Arturo Illia. No en vano, mientras los políticos en general solían mirar para otro lado, el jefe de la Gendarmería dijo: "Éste es el primer paso de la guerra revolucionaria. No es un hecho aislado."

A los pocos meses del ajusticiamiento de Ernesto Guevara, el 31 de julio de 1967, se inauguraban en La Habana las sesiones de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) bajo la "presidencia honoraria" del Che. Faltaba poco para que en la Argentina se abrieran las puertas a la violencia extrema dentro del mundo de la Guerra Fría. El Ejército Argentino, a cuyos integrantes Guevara trataba de "mercenarios", y que se debía eliminar, consideró en su momento que "fue la primera vez que el comunismo internacional realizó un acto de esta magnitud, contra el mundo no comunista, con una clara intención de expansionismo ideológico y geopolítico" (documento en mi archivo). El análisis castrense se olvidó de Venezuela, República Dominicana y Perú, entre otros países. Al margen de las jornadas de la OLAS varios argentinos fueron conformando en los campos de entrenamiento cubanos ("PETI", "preparación especial a tropas irregulares") el Ejército de Liberación Nacional (ELN) que iba a apoyar la guerrilla guevarista. Al morir su jefe en Bolivia sus 180 miembros adelantaron los tiempos de "guerra popular prolongada" y comenzaron a regresar a la Argentina vía La Habana-Praga-Buenos Aires. Nunca pensaron que la muerte del comandante Guevara habría de cambiar "un poco" la historia, como me escribió Don Félix.


Foto de Keystone (Getty Images)

No formaban un cuerpo homogéneo pero todos coincidían en el mismo objetivo: la toma del poder y hacer de la Argentina "una nueva Cuba". Así lo expresó Marcos Osatinsky, quien sería jefe de las FAR (ficha del 19 de abril de 1967, escrito por la agente de la Inteligencia Klimplová, reportando un contacto en el aeropuerto de Praga en el marco de la "Operación Manuel").  El 31 de mayo de 1968, Fernando Luis Abal Medina ("Ricardo Roque Suárez") y Esther Norma Arrostito ("Ana María Cruz Sandoval"), "esposa", pasaron por Praga con pasaportes cubanos falsos. La ficha la realizó el Mayor Dyk: "Brevemente después de su llegada fue establecido el contacto con el grupo. Después de la verificación vimos que podían continuar el viaje el mismo día. Por lo tanto, fueron conducidos al restorán para tomar un refresco. Se les cambió el dinero, se realizó la compra de los pasajes por tren a Viena con reservas de asientos". Junto con estos pasaron por Ruzyne (actual Aeropuerto Internacional "Václav Havel") decenas y decenas de futuros jefes terroristas. Así en los archivos de la Inteligencia checoslovaca (y señalados en Fue Cuba).

 Todos los jefes guerrilleros llevaban en sus mochilas el “huevo de la serpiente” inoculado por la memoria de Guevara
En pleno mandato de facto del teniente general Juan Carlos Onganía, 1969 fue el año del inicio de la guerra revolucionaria: el 26 de junio de 1969 realizaron la "Operación Juanita" (quema de 14 supermercados Minimax). El 30 de junio asesinaron al dirigente sindical Augusto Timoteo Vandor y al año siguiente, "la hora de las armas", tras el secuestro y asesinato del presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu, salían a la superficie Montoneros, FAR y el Ejército Revolucionario del Pueblo. Todos los jefes guerrilleros llevaban en sus mochilas el "huevo de la serpiente" inoculado por la memoria de Guevara. Todos creían que estaban dadas las "condiciones objetivas" de las que hablaba el "Che". El único que nunca creyó eso fue Juan Domingo Perón (aunque los utilizó).

El 7 de julio de 1968 durante una conversación con jóvenes (cuya grabación poseo) les dijo: En Cuba "luchaban contra un ejército que era cualquier cosa menos un ejército. Mandaban un general y le daban 10.000 dólares y entregaba todo. Eso era Jauja…allá  no. En nuestros países no. En nuestros países hay una fuerza militar organizada, que sabe luchar, que va a luchar, etc. Y hasta que esa disciplina no se rompa, es difícil voltear ese muro, diremos así." El viejo General les habló pero no lo escucharon. No eran tiempos para recibir consejos.

domingo, 12 de noviembre de 2017

Biografía: Von Holmberg, un austríaco suelto en Argentina

Edouard Ladislaus Kaunitz Von Holmberg

Revisionistas


Coronel Edouard Ladislaus Kaunitz Von Holmberg (1778-1853)

Descendiente de antigua familia de Moravia, nació en Tirol en el año 1778. Era hijo de Eduardo Kaunitz Holmberg y Margarita von Elzen. Ingresó en el ejército imperial alemán, y la revolución tirolesa de 1809, lo contó entre sus sostenedores, muriendo en ella su padre y hermanos.

Fue capitán de la Legión Extranjera en España. Alcanzó el grado de teniente coronel de las Guardias Walonas. Hallándose en Inglaterra conoció a varios militares argentinos, y simpatizando con la causa de la revolución americana, se embarcó en el “George Canning”, conjuntamente con Alvear, San Martín, Zapiola y otros, con los cuales llegó a Buenos Aires, el 9 de marzo de 1812.

Fue dado de alta en el Ejército del Norte, que mandaba el general Manuel Belgrano, de quien llegó a ser consejero, según afirma José María Paz en sus Memorias. Fue designado Jefe de Estado Mayor en lo concerniente a Artillería e Ingenieros, y bajo sus órdenes se puso el Parque y la Maestranza de Ejército.

Trasladado a Jujuy, se incorporó al servicio, y tuvo el honor de llevar en sus manos la primera bandera argentina cuando Belgrano, su creador, la hizo bendecir en ese lugar, el 25 de mayo de 1812.

Trabajó intensamente para poner en condiciones el Parque y la Maestranza, y en la marcha hacia Tucumán recibió la comunicación del gobierno de Buenos Aires acordándole la ciudadanía el 28 de agosto de 1812.

Se halló en el combate de Las Piedras, y poco después, en la batalla de Tucumán, donde se estrenaron obuses y morteros construidos bajo su dirección.

Una de las cosas que más contribuyó a captarle la confianza del general Belgrano, fue el empeño que manifestaba en establecer una disciplina severa, llegando al extremo de querer aplicar a nuestros ejércitos los rigores de la disciplina alemana. De esta manera, se hizo odioso en el ejército, desprestigiándose aún más, por la protección que Belgrano le dispensaba. Por las desinteligencias que tuvo fue separado del mando, y Belgrano lo trasladó a Buenos Aires de un modo muy desairado.

El 19 de diciembre de 1812, el gobierno le encomendó la prosecución de los trabajos para artillar la batería de Punta Gorda, en Entre Ríos, que en marzo de 1813, entregó al teniente coronel Herrera. El 9 de agosto fue ascendido a coronel graduado y nombrado comandante de las baterías del Sitio de Montevideo, en clase de ingeniero, pero no se hizo cargo del mismo. Proyectó la instrucción de oficiales en esa materia, y en dicho año, se le confió la organización del primer regimiento de zapadores que fue incorporado al regimiento de Granaderos de Infantería. Nombrado jefe de la fuerza militar de Santa Fe, ejecutó un plan de defensa de esa ciudad la que consideró como una fortaleza natural.

En 1814, fue comisionado para que marchase a la provincia de Entre Ríos y tratase de batir a las fuerzas de Artigas. Atacado en febrero de ese año, en el Arroyo del Espinillo por las tropas de Hereñú y las orientales de Latorre, sufrió una aplastante derrota por el número superior de hombres, pero en su parte exaltó el comportamiento de los oficiales que lo acompañaban. Tenazmente perseguido por la montonera, se acordó capitular con el enemigo, con tal de regresar a Santa Fe. Con la llegada del comandante artiguista Otorgués y frente a las bajas experimentadas, Holmberg fue tomado prisionero. Elevó el parte de la batalla, el 17 de mayo de 1814, y poco después, obtuvo su libertad.

Pasó al ejército sitiador de Montevideo, donde se hizo cargo de la compañía de Zapadores, y al rendirse la plaza, por orden de Alvear recibió bajo inventario todo el material de guerra entregado por los realistas.

A fines de junio de 1815, regresó a Buenos Aires para quedar agregado al Estado Mayor, y en agosto fue nombrado Juez Fiscal del Tribunal Militar, cargo que desempeñaba en 1818. Con anterioridad, intervino como fiscal en el sumario contra el coronel Miguel Arauz y el general Eusebio Valdenegro. Destinado a La Rioja permaneció hasta julio de 1819, en que volvió a Buenos Aires, siendo nombrado jefe del Departamento de Artillería e Ingenieros.

Formó parte del ejército de Soler en febrero de 1820, del cual fue primer ayudante, y en tal carácter, firmó la famosa intimación que aquél envió desde el Puente de Márquez, al Cabildo porteño. Después de estos sucesos, lo desterró a la Isla Martín García.

En 1821, recibió órdenes para la construcción de fortines en el Salto, Rojas y Pergamino, y en 1822, fue reformado.

Se incorporó en 1826, cuando estalló la guerra con el Brasil, siendo comisionado para la construcción de una batería en Punta Lara. En 1826, revistó como comandante del Parque, y al año siguiente, fue destinado al Batallón de Artillería de Buenos Aires. Terminada la guerra, pasó de nuevo a su situación de reformado; fue dado de baja en 1828.

Llamado al servicio por tercera vez en 1832, fue agregado a la Sub-inspección de Campaña de la provincia de Buenos Aires, como coronel de artillería, y en 1834, se le dio de baja.

Entregado a la vida civil, su amplia cultura y la recia formación de su temple le permitieron desenvolverse con facilidad. Había fundado una quinta, que con el tiempo, fue de las mejores y más famosas de la ciudad. Se encontraba ubicada donde ahora se halla la avenida Santa Fe en su intersección con Scalabrini Ortiz. Posteriormente, se transformó en un establecimiento forestal, donde sobresalieron las colecciones de rosas. Introdujo nuevas variedades florísticas, siendo visitada por Bonpland, Juan Manuel de Rosas y Manuelita. Mantuvo contacto personal con Urquiza, a quien le vendió algunas plantas para el Palacio de San José.

Volvió a prestar servicios en forma ocasional, pues el 30 de marzo de 1843, el bergantín “Casualidad” lo condujo al campo sitiador de Oribe enviado por Rosas para arreglar la artillería del ejército que había iniciado el asedio de Montevideo. Luego, en 1844, figuró en el Ejército Unido de Vanguardia de la Confederación, con el grado de coronel.

Falleció en Buenos Aires, el 24 de octubre de 1853. Contrajo matrimonio el 4 de diciembre de 1813 con María Antonia Balbastro Albín (1795-1842), prima hermana del general Alvear. Tuvo cuatro hijos: Eduardo, Camilo, Petrona y Amalia. Una calle de Buenos Aires lleva su nombre.

Fuente

Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino – Buenos Aires (1971).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar

Se permite la reproducción citando la

sábado, 11 de noviembre de 2017

Anecdotario histórico argentino: La astucia de San Martín

Astucia de San Martín 



Cuando el ejército libertador desembarcó en Huaura (Perú), el virrey de Lima estaba ansioso por saber los efectivos con que contaba.
Cierto día, mandó de parlamentario al general Bacaro quien se presentó a las avanzadas argentinas preguntando por el general.
Avisado éste, lo hizo demorar con cualquier pretexto y al fin fué traído a la casa del gobernador de la plaza que era el bizarro coronel Manuel Rojas.
Durante esa demora se hizo salir a todo el ejército a un llano que había entre ese edificio y el ocupado por el cuartel general.
En ese terreno, que tenía cerca de una legua, formaron los cuerpos en compañías y escuadrones que maniobraban, haciendo unos, ejercicios de armas, otros, de tiradores y guerrillas, pero todos muy desparramados, abarcando un campo inmenso en forma tal que, aun los que conocían la verdad, se figuraban que había una fuerza mayor.


Preparado esto, el general San Martín, con un gran Estado Mayor y todos sus generales —menos Arenales que se encontraba con una diviSión en la Sierra lo que, desde luego, contribuyó más al engaño— entró en la gobernación donde se encontraba el general realista a quien cono- cía de mucho tiempo atrás:


—Oh, mi amigo Bacaro —le dijo— cuánto gusto tengo en volver a ver a Ud.! siento no haber sabido antes su venida, pero yo había salido desde temprano a dar una vuelta y no he vuelto aun al cuartel general; aun aquí he venido por casualidad.


Después de las presentaciones y saludos de práctica con el resto de su oficialidad, el Gran Capitán le invitó a visitar el cuartel general, a lo que accedió gustoso el español, pues eso facilitaba su misión de espionaje.
Para ir allá, tenían que pasar por el terreno que en ese momento servía de campo de instrucción y al coronar una loma se encontró de golpe Bacaro con aquel estupendo despliegue de fuerzas.
San Martín simuló sorpresa y disgusto al ver cómo se “descubría” su fuerza y deteniendo la marcha, dijo al realista:
—Volvamos a desandar —y despachó varios ayudantes en todas direcciones a ordenar el regreso de la tropa a sus acantonamientos.
Cuando le informaron que se había cumplido su orden volvió a continuar la marcha y al volver a pasar la loma el campo estaba totalmente desierto.
Al regresar Bacaro a Lima aseguró al Virrey que todos los datos recibidos hasta el momento eran incompletos y que, a su criterio, San Martín ocultaba todavía su juego.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Vikingos: El gran ejército asola Europa

"El gran ejército" - Los vikingos en su auge


Andrew Knighton | War History Online





La serie más poderosa y devastadora de las incursiones de los vikingos para golpear Europa occidental vino entre 865 y 896 ANUNCIO. Durante estas décadas, una fuerza combinada masiva de invasores escandinavos golpeó a Inglaterra y Frankia, causando tal destrucción que se hizo conocido en ambos lados del Canal Inglés como el Gran Ejército.



Una nueva táctica de Vikingos

865 no sólo marca el comienzo de un intenso período de incursiones vikingas. También vio la introducción de nuevas tácticas.

Las incursiones vikingas anteriores habían utilizado generalmente tácticas de golpe y de funcionamiento. Ya anduvieran por las costas en sus lanchas, navegando por los grandes ríos o marchando hacia el interior, seguían moviéndose. Fue una estrategia que les permitió tomar el botín más rico de un territorio mientras era difícil de luchar.


El Gran Ejército encontró otra forma de minimizar el riesgo y maximizar los beneficios. Marchando al interior, tomarían el control de una ciudad importante y harían de ésta su base. Los lugares que eligieron generalmente tenían fortificaciones detrás de las cuales los vikingos podían refugiarse, ya fueran las paredes de barro de la época o las antiguas defensas romanas. Cuando no lo hicieron, como en Reading, el Gran Ejército improvisó defensas usando el terreno circundante.

A partir de estas bases, el Gran Ejército salió a caballo para atacar el área circundante. La llegada periódica de tropas frescas los mantuvo bien abastecidos de soldados.

A veces, el Gran Ejército se hizo aún más ambicioso, instalando gobernantes títeres en East Anglia, Mercia y Northumbria.


La estatua de Alfred el grande en Winchester. Foto de Neil Howard / Flikr / CC BY-ND 2.0


El gran ejército contra Alfredo el grande

El mayor ejército vikingo se topó con el más famoso defensor británico de la época: el rey Alfredo el Grande, gobernante de Wessex.

Mientras que otros reyes ingleses no pudieron defenderse de los invasores, Alfred trajo una combinación de agudeza táctica y persistencia implacable a la lucha. Incluso en el peor de los casos, se aferró a esto. Contuvo a los asaltantes en sus bases en Wareham (875-6), Exeter (876-7), y Chippenham (878), minimizando su capacidad de recoger los despojos de los asentamientos circundantes y el campo. En Edington en 878, derrotó al gran ejército en batalla.


El éxito de Alfred no fue todo militar. Como otros gobernantes, estaba dispuesto a hacer las paces con los invasores cuando era necesario, y probablemente a rendir tributo como otros. Su consistencia de propósito se veía a largo plazo, ya que volvía a los vikingos de vuelta por cualquier medio que pudiera.

Al igual que el Gran Ejército había confiado en las ciudades fortificadas para sus incursiones, Alfred los utilizó para detener las incursiones. Estableció un sistema de burgueses, ciudades fortificadas donde la gente local era responsable de construir, mantener y manejar las defensas. Estos burgueses hicieron más difícil para los vikingos ganar un punto de apoyo en Wessex.

En 878, las salidas de los hombres a casa con su botín debilitaban al Gran Ejército. Muchos reemplazos habían llegado tarde o se habían perdido en el mar. Con Alfred en el ascendente, era hora de seguir adelante.


Un andamiaje de Vikingos ataca un pueblo en esta exhibición en el parque temático histórico de Puy du Fou en Vendée, Francia. Foto de DncnH / Flikr / CC BY 2.0

Oportunismo en Frankia

A través del canal de Wessex suroriental, Frankia había sido raramente el blanco de incursiones vikingas en las décadas antes del gran ejército formado. Los monasterios prósperos y las ciudades allí estaban casi sin defensa, nunca habiendo tenido que fortificar contra los Raiders. Todavía eran ricos en botín. Después de la muerte de dos gobernantes experimentados en la forma de Louis el alemán (murió 876) y Charles el calvo (murió 877), una serie de reyes de breve duración e inexpertos tomó los reinos separados de Frankia del oeste y de Frankia del este.

Frankia estaba madura para la cosecha.En 879, el Gran Ejército llegó en el centro de Frankia y los vikingos comenzaron sistemáticamente allanando todo lo que podían, tal como lo habían hecho en Inglaterra. Un esfuerzo combinado de los francos de Oriente y Occidente al año siguiente fracasó en atrapar a los vikingos, y los dos reinos se dispusieron a tratar con ellos por separado.

Una vez más, el Gran Ejército vio victorias y derrotas, pero nada decisivo para apartarlas de su propósito. En 885 lanzaron una campaña por el río Sena, sitiando París cuando la ciudad los detuvo en sus pistas. El cerco terminó en un tratado, en el cual los vikingos fueron pagados tributo y permitieron continuar río arriba. Pasaron tres años saqueando la cuenca del Sena, devastando ciudades seguras como Toul, Troyes y Verdun.

A pesar de años de campañas contra ellos, no fue una acción militar la que expulsó a los vikingos de Frankia. Hambre golpeada en 892. Dado una opción entre luchar encendido en una región pobre, hambrienta o navegando a las tierras más prósperas, el gran ejército abordó sus barcos y zarpó.


Vikingos en batalla, por Hans Splinter / Flickr / CC BY-ND 2.0

Volver a Gran Bretaña

Cientos de lanchas navegaron a través del Canal en dos flotas separadas, llegando a Kent, el extremo sureste del territorio del rey Alfred. Establecieron dos bases y luego se combinaron con los daneses establecidos en el este de Inglaterra para atacar Wessex y el reino aliado de Mercia.

Esta vez, Alfred estaba listo. Su red de burghs estaba en su lugar. Había creado deberes feudales para que sus súbditos prestaran servicio militar, algunos en defensa de los burgueses y otros en su ejército. Las ciudades fortificadas siempre serían defendidas, incluso cuando Wessex marchara.

Los vikingos, acostumbrados a sostener la iniciativa, se encontraron repetidamente contenidos y perseguidos. En 893 fueron derrotados en la batalla en Farnham y sitiados en una isla en el río Támesis. Su asedio de Exeter fue roto por Alfred, su base en Benfleet asaltado por su hijo, su incursión encima del Támesis y Severn perseguido y derrotado por un ejército combinado de Mercian, galés y tropas sajonas del oeste.

En 895, Alfred bloqueó el acceso del Gran Ejército a la cosecha, forzándolos a abandonar sus barcos y alejarse más de Wessex. Al año siguiente, el ejército rompió. Decenas de incursiones rentables habían llegado finalmente a su fin. Algunos hombres regresaron a casa, mientras que otros se establecieron en Inglaterra.

Durante 30 años, el Gran Ejército había traído beneficios a los Vikingos y el terror a sus vecinos. Ya era hora de descansar.

jueves, 9 de noviembre de 2017

SGM: 5 Cosas que a Japón podría haberlo favorecido en la contienda

Cinco cosas Japón podría haber hecho de manera diferente, para tener una mejor oportunidad de ganar en la Segunda Guerra Mundial


George Winston | War History Online




No había manera posible para que Japón compitiera contra los EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial. Mientras los Estados Unidos no perdieran su voluntad de luchar y empujaron a sus líderes a empujar a la victoria, Washington reclamaría un mandato que los autorizara a utilizar la industria disponible en los EE.UU. para convertirse en un suministro casi ilimitado de barcos, aviones y armas. Japón simplemente no tenía manera de mantener su economía cerca de una décima parte de la economía de los Estados Unidos.

Pero eso no significa que Japón no podría haber ganado la guerra. A veces la parte más débil gana la pelea. El legendario estratega Carl von Clausewitz señala que puede tener sentido para la parte más débil para iniciar la lucha. Si creen que sus posibilidades de ganar sólo van a disminuir con el tiempo, entonces ¿por qué no tomar medidas?

Von Clausewitz habla de tres maneras de ganar una guerra. Primero, puedes destruir las fuerzas del enemigo y hacer cumplir tu voluntad sobre ellas. En segundo lugar, puede hacer que el costo de ganar más de lo que su enemigo está dispuesto a pagar. En otras palabras, averigüe cuántas vidas, armas y cuánto dinero la otra parte considera aceptable para derrotarlo y luego hacer que cueste más que eso mediante una acción que eleva el costo o arrastra el conflicto hasta que ya no puede permitirse el lujo de permanecer pulg En tercer lugar, usted puede convencerlo de que nunca va a lograr su objetivo y le hacen perder el corazón.

Si usted puede desalentarlo o hacer la guerra demasiado costosa para él, es probable que le de un trato justo para salir de ella.

Puesto que Tokio no tenía ninguna posibilidad en la primera opción, necesitaron apuntar para una de las dos posibilidades siguientes. Si hubieran mejorado sus recursos, podrían haber reducido la brecha entre las dos partes. A falta de eso, podrían haber infligido tanto daño que los estadounidenses perderían su apetito por la pelea. O bien, podrían haber optado por no enfrentarse directamente a los Estados Unidos y posiblemente evitar que se unieran a la lucha.

Es probablemente cierto decir que no hubo un solo curso de acción que iba a conducir a una victoria japonesa. Sus líderes militares tenían que actuar de manera más estratégica y menos táctica.

Lo que sigue son cinco maneras posibles que Japón podría haber ganado la Segunda Guerra Mundial. No son exclusivas. En realidad, las mejores oportunidades de Japón consistían en adoptar las cinco estrategias. Es cierto que algunos de ellos son mucho más obvios en retrospectiva de lo que hubieran sido para los líderes japoneses en ese momento, pero podemos discutir su plausibilidad más tarde.

Luchar una guerra a la vez

Es importante que los países pequeños eviten asumir todos los demás países a la vez. Pero el gobierno de Japón no se estableció de tal manera que permitiera la supervisión civil de los militares. Modelado después del gobierno imperial alemán, el poder estaba enteramente entre el ejército y la marina japoneses.

Sin un emperador fuerte, las ramas militares no se modificaron en su empujón por el poder, constantemente uno-elevándose el uno al otro. El ejército se centró en conquistar Manchuria en la China continental. La Marina estaba empujando a recoger recursos en el sudeste asiático. Al intentar ambos objetivos contradictorios, Japón logró rodearse de enemigos. El gobierno japonés debería haber establecido prioridades. Entonces, puede haber sido capaz de lograr al menos algunas de sus metas.

Escuchar a Yamamoto


Yamamoto Isoroku

Al parecer, el almirante Isoroku Yamamoto ha advertido a sus superiores que Japón tenía que ganar rápida y decididamente para evitar despertar al gigante dormido en Estados Unidos. Predijo que la Armada tenía seis meses a un año para imponer su voluntad antes de que los estadounidenses alcanzaran el poder en el Pacífico. En ese lapso, Japón necesitaba obligar a Estados Unidos a un acuerdo de paz de compromiso que dividía el Pacífico, dando tiempo a Japón para mejorar sus defensas alrededor de sus territorios en el Pacífico. Si fracasaban, la industria estadounidense sacaría armas en cantidades masivas mientras nuevos barcos empezarían a llegar al Pacífico. Yamamoto sabía la capacidad estadounidense de comportarse en contra de las expectativas y advirtió a sus superiores de no asumir que sabían cómo actuarían los Estados Unidos.

No escuchar a Yamamoto

Mientras que Yamamoto demostró ser correcto en su consejo estratégico, no era tan sabio en el nivel operacional. La forma en que vio abordar el problema de la superior industria estadounidense fue golpearlos en el núcleo de su poder: su flota naval. Los líderes militares japoneses se habían imaginado durante mucho tiempo usando "operaciones interceptivas" para retrasar la flota estadounidense mientras se dirigía hacia el Pacífico, probablemente con la ayuda de Filipinas.

Usando aviones y submarinos, la Armada japonesa reduciría el tamaño de la flota operativa estadounidense y la flota japonesa se involucraría en la última batalla. Yamamoto, sin embargo, los convenció para cambiar los planes y golpear repentinamente en Pearl Harbor. Su error de cálculo fue que el poder principal de la flota estadounidense no estaba en Pearl Harbor sino en los océanos Atlántico y Pacífico. Todo lo que las acciones de Yamamoto pudieron hacer, entonces, fue retrasar la entrada de Estados Unidos en la guerra hasta 1943. El plan original parece haber tenido una mejor oportunidad de éxito.

Concentrar recursos en lugar de dispersarlos

Similar a la manera en que los japoneses no parecían estar contentos con luchar una guerra a la vez, no parecían detenerse de multiplicar sus operaciones activas y los teatros de combate. En 1942 solamente, la marina de guerra atacó la flota del este británica de Ceilán en el Océano Índico. Asaltaron las islas Aleutianas. Abrieron un nuevo teatro en las Islas Salomón, que requería la defensa de una gran cantidad de océano. Japón aumentó el costo de la guerra por sí mismo cuando tenía menos recursos disponibles, informó el Interés Nacional.

Luchar una guerra submarina sin restricciones

Por alguna razón, la armada japonesa no instruyó a sus submarinos para que atacaran a cualquier buque enemigo en mar abierto entre los Estados Unidos y el Pacífico Sur. Deberían haber comprendido que la flota estadounidense tenía que proteger una enorme cantidad de agua sólo para llegar al Pacífico Sur. Los submarinos japoneses eran tan buenos como los americanos.

Podrían haberlos utilizado para hacer que las vías marítimas del Pacífico fueran intransitables para los transportes de los Estados Unidos. Era la forma más directa en que los japoneses podían haber exigido el pesado peaje necesario para que los Estados Unidos pensaran en retirarse de la guerra.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Montoneros: Asesinan a Aramburu para evitar la pacificación nacional

La carta de Ricardo Rojo a Perón que reaviva sospechas sobre el móvil del asesinato de Aramburu

El autor de "Mi amigo el Che" le escribe al líder exiliado informándolo de charlas que ha mantenido con Arturo Frondizi y con Pedro Eugenio Aramburu, en 1969, poco antes del secuestro y muerte de este general

Por Claudio Chaves | Infobae



Ricardo Rojo fue un entrerriano inquieto nacido en 1923, que adhirió al reformismo cuando cursaba Leyes en la Universidad de Buenos Aires. Lo hizo en el preciso momento en que surgía a la vida política argentina el peronismo. No tuvo suerte o eligió mal. Razón por la cual fue a parar a la cárcel en 1945. Al salir, se afilió a la Unión Cívica Radical, identificándose con el Programa de Avellaneda. Industrialista y estatista.

Por defender en 1953 a huelguistas ferroviarios fue detenido nuevamente, pero en este caso logró escapar, refugiándose en la embajada de Guatemala. Obtiene un salvoconducto y se va de la Argentina. Inicia, entonces, su periplo latinoamericano, uno de cuyos tramos lo hará en compañía de Ernesto Guevara a quien conoce en Bolivia, cuando todavía no era el Che.

A la caída de Perón retorna al país y se vincula con Arturo Frondizi, es decir, con el sector radical dispuesto a cerrar heridas con el peronismo. Caído Frondizi, brinda sus servicios de abogado a la CGT y luego a la CGT de los Argentinos en defensa de los presos políticos de aquellos años, en su mayoría peronistas. Perseguido por la dictadura del general Juan Carlos Onganía, decide irse del país y marcha a Francia. Desde París le escribe una interesante carta al general Juan Domingo Perón, exiliado en Madrid, con quien ya había tenido varios contactos.

Gobernaba la Argentina el general Juan Carlos Onganía, luego del golpe de Estado que derrocó al presidente radical Arturo Illia. Habían pasado tres años y el país era un polvorín: Rosario, Córdoba y Tucumán habían vivido puebladas jamás vistas en nuestra historia. En ese marco, Rojo le escribe a Perón. La carta que se trasncribe aquí está depositada en el Archivo General de la Nación.



París, Francia 18 de diciembre de 1969

Distinguido compatriota y estimado amigo.

Desde nuestra entrevista del pasado 14 de agosto en Madrid no he tenido noticias directas suyas.

Aquí en París he tenido un par de entrevistas que pongo en su conocimiento por considerarlas de utilidad en la apreciación de la situación argentina, aunque discrepemos en la formulación e instrumentación.

Con el doctor Arturo Frondizi el 10 de diciembre último… Privadamente me explicó: "La posición de Onganía es muy débil. Insostenible. Se impone su sustitución. Después de los gravísimos hechos de Rosario, Córdoba y Tucumán que mostraron la realidad, Onganía no puede continuar. Su indecisión, su plan económico-social, el estancamiento de nuestro país, exigen un cambio inmediato en la conducción ejecutiva".

Me llamó la atención esta argumentación, ya que hasta aquí Frondizi galopaba de costado a Onganía en la creencia de ser llamado… Insistió en "la necesidad de coincidir en un plan mínimo a través de un gobierno que abriera un paréntesis de diez años. Expresamente rechazó la consulta popular como una maniobra mistificadora".



Con el general Pedro Eugenio Aramburu, el 17 de diciembre último. Califica al general Onganía de "mediocre, sin rumbo. Parálisis de nuestra economía. Descontento social creciente. Chatura del país. Decadencia en todos los órdenes. Entrega y satelización".

Sostuvo que "nuestros males demandan una solución política previa, con la participación leal de las grandes corrientes de opinión: en especial el peronismo y el radicalismo. El entendimiento sobre un programa mínimo es el paso necesario para hacerse cargo de la conducción ejecutiva. Sin mezquindades, sin recelos sobre el pasado donde todos cometimos errores que aun nos dividen. Comprensión y unidad nacional."

Cuando le pregunté acerca de la actitud de las FFAA dijo: "aun el general Alejandro Lanusse comprende la necesidad de sustituir a Onganía."

Dejó entrever que él sería la figura llamada, quedando Lanusse como Comandante en Jefe del Ejército. Agregó que: "luego de arar profundo, la ciudadanía sería consultada en elecciones, sin exclusiones ni veto de ningún tipo, entregando el poder a quien resultare electo."

Pedro Eugenio Aramburu

Dado sus antecedentes, le pregunté expresamente acerca suyo y de su movimiento, contestó: "El general Perón podría regresar al país y participar decisivamente en el gran esfuerzo común."

Al fin de evitar malentendidos lo consulté si podía informarle a usted acerca de lo discutido y declaró "por supuesto" y así lo hago sin asumir representaciones ni mandatos de ninguna clase. Sólo con el patriótico intento de encontrar fórmulas nuevas para superar la continuada crisis en que se debate nuestra Patria. Convinimos en reunirnos nuevamente en los primeros días de 1970. Quedo a la espera de sus reflexiones. Hacia fines de enero lo buscaré en Madrid.

Le deseo a usted a su esposa y demás compañeros Felices Fiestas y un 1970 en nuestra tierra, trabajando duramente por su grandeza.

Hasta aquí la carta. El insinuado acuerdo no pudo ser: el general Aramburu fue asesinado por los incipientes Montoneros. Un disparate olímpico. Sacar del medio al general de la Revolución Libertadora dispuesto a borrar con el codo lo hecho con la mano, no tiene perdón de Dios. Esta conversación con el general Aramburu ponía en evidencia el fracaso del golpe de Estado de 1955. Que Ricardo Rojo, un radical preso y perseguido por el peronismo, fuera el vehículo de una posible salida electoral hablaba a las claras de la frase de Aramburu: todos cometimos errores. ¿Qué otra cosa se necesitaba para cerrar viejas heridas?


El almirante Rojas y el general Aramburu

Años después de ser asesinado el General Aramburu, los Montoneros explicaron el porqué de su decisión criminal: "El último objetivo del Aramburazo se inscribió en la situación que vivía el país en aquel momento. Aramburu conspiraba contra Onganía. Pero el proyecto de Aramburu era políticamente más peligroso. Aramburu se proponía lo que luego se llamó el Gran Acuerdo Nacional, la integración del peronismo al sistema liberal. Aramburu había superado hacía mucho la torpeza del 55 en materia política." (Revista La Causa Peronista, 1974)

Más claro imposible.


Alejandro Lanusse (al centro, en segundo plano) e Isaac Rojas (con lentes negros) en el sepelio de Aramburu

martes, 7 de noviembre de 2017

Conquista del desierto: Recordando a Oris de Roa y los fucking araucanos

El decisivo rol del bisabuelo de Fernando Oris de Roa, nuevo embajador en EEUU, en la derrota mapuche en el SXIX

Un apellido con historia. El flamante representante argentino en los EEUU es bisnieto del general que destruyó la última resistencia araucana en el sur, y marcó el final de "la Argentina del degüello"

Por Rolando Hanglin | Infobae


El cacique Sayhueque con parte de su gente


Lino Oris de Roa (1845-1920), bisabuelo de Fernando Oris de Roa, recién designado embajador en los Estados Unidos por el presidente Mauricio Macri, fue un destacado oficial del Ejército argentino: se lució tanto en la acción -Guerra del Paraguay, Campaña del Desierto- como en cargos administrativos -de profesor y subdirector del Colegio Militar a jefe de Estado Mayor-. En especial, es recordado por haber sido el encargado de destruir la última resistencia araucana en la Patagonia durante la campaña ordenada por el Congreso de la Nación y comandada por el general tucumano Julio Argentino Roca, luego dos veces presidente constitucional.

Hace muy poco se cumplieron 130 años de esta campaña, en la que nadie fue exterminado. Ni los blancos o huincas, ni los araucanos ni los tehuelches, aunque las tres etnias  tenían toda la intención de eliminarse las unas a las otras.

Como todos sabemos, los europeos llegaron a América en 1492 y la conquistaron en el siglo XVI, si bien las pampas de entonces no ofrecían mayor interés porque los españoles buscaban oro y plata, no maíz y soja, de modo que la codicia de los conquistadores se centraba en Perú, Bolivia -conocida entonces como Alto Perú- y México. El Río de la plata era un lodazal sólo valorado por su posición estratégica en el mapa, dado que, no existiendo todavía el Canal de Panamá- había que dar la vuelta por el peligroso Cabo de Hornos para llegar al rico territorio de Chile, famoso por sus minas.



Así pues, la Argentina de entonces, o más bien el Virreinato del Río de la Plata, fue descripta en sus tiempos como Buenos Aires más once ranchos.

El extraordinario desarrollo de las pampas, donde los pocos vacunos y caballos abandonados por Pedro de Mendoza se convirtieron en rebaños infinitos que tardaban días enteros en pasar frente a los viajeros atónitos, finalmente convirtió a este territorio en una mina de oro… pero de otro tipo. Oro vacuno y caballar. El valor del cuero, la grasa, el sebo y otros elementos, para la naciente industria europea, era infinito. Nació así la Argentina de las estancias.


Un apartado sobre la palabra mapuche

Ningún autor que se refiera a la época de los malones -Jorge Rojas Lagarde, Sarmiento, Mitre, el propio Rosas, el benedictino Meinrado Hux (de Los Toldos), Estanislao Zeballos, sea su orientación proargentina o proindia, menciona a los mapuches. La palabra significa hombre de la tierra, pero hasta 1900 no se mencionó jamás a los mapuches sino solamente a serranos, pampas, puelches, pehuenches, ranqueles, borogas, querandíes y otras mil etnias. Los mapuches no existían. En realidad se los conocía como araucanos y poblaban el territorio de Chile, entre los ríos Toltén y Biobío, y desde el Pacifico hasta la cordillera. Todos los partes de guerra e informes de la época hablan de indios chilenos. Se sabe que la porción sur de la cordillera de los Andes es más baja y transitable, de modo que entre los chilenos de entonces y los pobladores de la Pampa y la Patagonia, hasta el mismísimo Nahuel Huapi, había un contacto fluido. Se intercambiaban ponchos, matras, lanzas, platería y otros artículos valiosos. Así como los araucanos dominaban Chile entre las fronteras mencionadas, incluso reconocidas por el altivo imperio español, los tehuelches imperaban en la Patagonia argentina. Eran dos pueblos muy diferentes. Los araucanos correspondían al tipo andino -estatura media, cuerpo robusto, nuca chata- , los tehuelches pertenecían a un tipo enteramente distinto. El antropólogo Rodolfo Casamiquela, último hablante del tehuelche o gunnuna/kenna, dice haber medido estaturas de 2,10 metros. Eran los antiguos patagones, de gran altura.

Los tehuelches fueron víctimas del alcoholismo, la sífilis y una cierta indolencia en el vivir, mientras que los araucanos de Chile demostraban extraordinario coraje y orgullo militar. Antes de 1810, distintas parcialidades araucanas cruzaron la cordillera: los vorogas de vorohue, los ranqueles instalados en el país de los cañaverales –rancul- y los pehuenches en el reino de las Manzanas, donde florecían los frutales plantados por jesuitas dos siglos atrás. Pero luego aconteció en Chile la "guerra a muerte" entre criollos, indios y sus aliados, formándose hordas encabezadas por los españoles Pincheira y otros bandoleros, que huyeron a la Argentina. Al cabo de unos años, entró al país el cacique chileno Juan Calfucurá -abuelo de Ceferino Namuncurá- con doscientos hombres y, tras pasar a degüello a los loncos o caciques vorogas, obligó a estos indios que habitaban sus toldos en Salinas Grandes, entre La Pampa y Buenos Aires, a optar entre sumarse a la tribu de Calfucurá o sufrir la muerte a cuchillo. Muy pronto el astuto, mítico y valeroso Calfucurá fue considerado el Napoleón de las Pampas, ya que todas las tribus se sometían a sus órdenes. El cacique Coliqueo se llevó algunos vorogas sobrevivientes y acampó cerca de los criollos de entonces.

El cacique araucano Juan Calfucurá

La entrada de Calfucurá data de 1830, pero en 1833 se produce la primera Campaña del Desierto encabezada por Juan Manuel de Rosas y Facundo Quiroga, distinguido hacendado de su tiempo. Se considera que hubo cierto guiño de Rosas a Calfucurá para que viniera a vivir aquí. Imposible verificarlo. Treinta años después, diría Calfucurá: "Yo nací en Chile y soy chileno. Ya van a ver los pampas lo que vale la lanza de un chileno. Pero yo estoy aquí desde hace 30 anos porque me mandó llamar el señor gobernador…"

Omitió aclarar si Rosas lo obligó también a permanecer en la Argentina durante tres décadas, saqueando estancias y secuestrando mujeres. Después de la batalla de San Carlos, donde fue vencido por el general argentino Rivas, murió deprimido el centenario cacique.

Los araucanos impusieron su bella y sonora lengua en todo el territorio argentino. En la Patagonia, todos los toponímicos son araucanos, como Choele-Choel, Tapalquén, Puichi Mauida, Huinca Renancó. El tehuelche, lengua gutural y difícil de traducir, se ha extinguido. Los tehuelches se han mezclado en gran parte con los araucanos de Chile. Hace unas décadas, algunos antropólogos decidieron llamar mapuches a los originarios de uno u otro lado de la cordillera. Pero no cabe duda de que los araucanos fueron invasores de nuestro país, verdugos de los tehuelches o patagones y autores de incontables malones, esas invasiones de hombres montados, que procedían a arrear toda la hacienda de una comarca, dejándola en la última miseria. Se llevaban miles de animales por la "rastrillada de los chilenos" hasta Choele-Choel, donde procedían a su engorde para luego venderlas en Chile, donde nació una prospera clase comercial gracias a los ranchos incendiados, las mujeres violadas, los gauchos degollados y los niños raptados del campo de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe.

Para organizar semejante matanza, los araucanos contaron con varios aportes esenciales de origen español: el caballo, que amaestraban maravillosamente, el hierro de los cuchillos y mojarras de las lanzas, el cuero de vaca, el pellón de oveja y el aguardiente o vino.

Reclamado por la desesperada población del campo, Roca acudió por fin con su campaña. No lo hizo como negocio privado, sino cumpliendo una Ley del Congreso de la Nación y del presidente Nicolás Avellaneda. Combatió los últimos remanentes de una coalición de araucanos chilenos, tehuelches argentinos y bandoleros de distinta nacionalidad, pero lo hizo con la ayuda decisiva del cacique Cipriano Catriel, de Coliqueo y sus lanceros. Argentinos.



La Campaña del desierto, se supone, comenzó en 1879 y terminó alrededor de 1881. Pero en realidad continuó varios años más, y las batallas finales fueron libradas por el general Lino Oris de Roa.

El 1° de enero de 1885, los últimos hombres de lanza de Valentín Sayhueque, lonco o cabeza de los pehuenches, se entregaron en el fuerte que hoy es la ciudad de Junín de los Andes. Eran cerca de 3.500 personas, incluyendo hombres de lanza y también chusma, que en lengua mapudungun significa gente que no combate.

A pesar de ello hay que recordar que, durante los malones, así como las mujeres indias se ocupaban de arrear ganado y robar en las casas, lo mismo que los chiquilines, mientras los conas –guerreros- acribillaban a lanzazos a los varones precariamente armados de fusiles a chispa o cuchillas de cocina, todo el enfrentamiento fue integral. Es decir, un pueblo contra otro pueblo, utilizando todas las armas a su alcance.

Aquella rendición de Valentín Sayhueque, en 1885, fue el final de la Argentina del degüello y el principio de la Argentina de la carne, el trigo, los puertos y los ferrocarriles. Nos dejó la bella y clara lengua del chilimapu (país de Chile) y una gran población originaria de la Patagonia.

Todas las naciones han ganado sus territorios mediante la guerra.

Todos somos originarios de otra parte. Los sicilianos, los chilotas, los irlandeses, los gallegos y los piamonteses.

Lino Oris de Roa nació en España en 1845. Apenas llegó a Argentina, siendo muy joven aún, se incorporó al ejército. Se iniciaba una brillante carrera militar. Primero, en la guerra del Paraguay y luego en Entre Ríos en las luchas contra López Jordán. Vino entonces una pausa académica, de 1870 a 1876, durante la cual Oris de Roa fue profesor en el Colegio Militar, del que llegó a ser subdirector.

"Años después cumplió una valiosa campaña de exploración en la Patagonia. Por sus relevantes condiciones se le nombró jefe de las líneas del Río Negro y de la Patagonia, lo que le significó nueve años de residencia continuada en aquellas regiones", dice el Diccionario Histórico Argentino de Piccirilli, Romay y Gianello (Ediciones Históricas Argentinas, 1954).


La Campaña al Desierto se inició en 1879 y concluyó en 1885

El 1° de enero de 1885 tuvo lugar el hecho que tuvo a Oris de Roa como protagonista esencial y que marcó el fin de la Campaña al Desierto, a seis años de su comienzo. Ese día, Valentín Sayhueque (1818-1903) y otros "lonko" llegaron al fuerte ubicado en lo que hoy es Junín de los Andes, con una tropa de 3.200 individuos, mapuches y tehuelches. No habrá enfrentamiento sino rendición.

Ese acontecimiento, hace 132 años, marcó el fin de la resistencia araucana. En el centro y oeste de las actuales provincias de Chubut y Río Negro habían tenido lugar las últimas ofensivas indígenas. Las tropas del ejército argentino que actuaron allí eran comandadas por el entonces teniente coronel Lino Oris de Roa desde la segunda mitad de 1883. Cuatro años después de iniciada la Campaña del Desierto por Roca, seguía la resistencia en esta región.

Oris de Roa parte de Puerto Deseado al frente de un pequeño contingente de 30 hombres, a mediados de 1883. Durante un año y medio buscará localizar la toldería de Sayhueque, habrá varias escaramuzas con los indios, recibirá refuerzos, construirán un fuerte para proteger a las colonias galesas y finalmente librarán un último combate el 18 de octubre de 1884, cerca del Río Genoa, que concluye con un desbande mapuche y la desorganización general de las tropas indígenas.

Faltaba capturar al líder -Sayhueque- para lo cual Oris de Roa parte al frente de tres columnas que, como se dijo, no tendrán que entrar en nuevos combates, ya que el "lonko" se entregó el 1° de enero de 1885. Se presentó con más de 3000 efectivos, de los cuales sólo 700 eran guerreros, y el resto mujeres, niños y ancianos.

Tras su regreso de la Patagonia, Lino Oris de Roa ocupó varios cargos de relevancia en el Ejército: fue secretario, ayudante general y jefe de Estado Mayor. Murió en Buenos Aires, el 17 de junio de 1920.

Sobre el territorio que hombres como él nos legaron construimos una Patria en la que todos los argentinos somos iguales y nuestra Republica es una democracia.

Honor al general Lino Oris de Roa.