Foto de la 2da Sección con Vehículos Blindados Combate Sherman M4A4 Firefly del Escuadrón de Caballería del Colegio Militar de la Nación, con cañón largo de Cal 76,2 mm, durante el desfile del 150° Aniversario de la Revolución de Mayo, por la Avenida del Libertador en la Capital Federal (actual de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires) - Año: 25 de mayo de 1960. (Créditos a Marcos Zambrana)
Reseñas
El "SHERMAN FIREFLY" (luciérnaga en inglés) fue un tanque medio utilizado por el Reino Unido en la Segunda Guerra Mundial. Estaba basado en el M4 Sherman estadounidense, pero equipado con el potente cañón antitanque británico QF de 17 libras como armamento principal, cuyo calibre era 76,2 mm. Aunque originalmente fue concebido como un recurso provisional hasta que futuros diseños de tanques británicos entrarán en servicio, el Sherman Firefly se convirtió en el vehículo más común en usar el cañón QF de 17 libras durante la guerra.
Características de los tanques Sherman M4A4: Peso: 35,3 ton. Longitud: 5,89 mts. Ancho: 2,64 mts. Altura: 2,74 mts. Tripulación: 4 (comandante, artillero, cargador/operador de radio, conductor). Blindaje: 89 mm (mantelete de la torreta).
Arma primaria
Cañón de Cal 76,5mm (con 77 proyectiles).
Arma secundaria
1 (una) ametralladora M2HB de Cal 12,7 mm (con 300 proyectiles). 1 (una) ametralladora Browning M1919A4 coaxial de Cal 7,62 mm (con 5.000 proyectiles). Motor: Chrysler A57 Multibank de 6 cilindros, o motor radial de 21 litros, 425 CV.
otografía que retrata al empresario croata-argentino Nicolás Mihanovich (1846-1929), quien fuera el empresario naviero más importante de la Argentina, dominando el mercado en el Río de la Plata entre las décadas de 1880 y 1920. En octubre de 1900, la revista Caras y Caretas decía sobre el retratado: "El señor Mihanovich, que vino a estas playas sin otro capital que su actividad y su inteligencia, es un caso elocuente que puede presentarse a nuestras generaciones nuevas para animarlas a la acción".
Mihanovich nació el 21 de enero de 1846 en el pueblo de Doli, entonces parte del Reino de Dalmacia dentro del Imperio Austríaco, en el seno de una familia de marineros. A temprana edad comenzó a navegar por los mares Mediterráneo y Negro. Luego extendió sus viajes al Océano Atlántico, y en 1864, a los veinte años de edad, llegó al Río de la Plata, desembarcando en Montevideo como tripulante de la embarcación británica “City of Sydney”. En un primer momento se instaló en el Alto Paraná (Paraguay) y se dedicó al transporte fluvial, trasladando a las tropas del Ejército Aliado que participaban en la guerra de la Triple Alianza.
Para 1868 había reunido el suficiente capital y había emprendido el viaje para regresar a su pueblo natal, pero al parar en una hostería de Buenos Aires, administrada también por un croata, fue convencido de quedarse en la ciudad. En Buenos Aires conoció y comenzó a trabajar para la empresa de un genovés llamado Juan Bautista Lavarello, quien también se dedicaba al transporte fluvial. En esos tiempos el Río de la Plata tenía una ribera de muy poca profundidad, y debido a ello las embarcaciones tenían que anclarse a más de 300 metros de la costa, y las tripulaciones y cargas tenían que ser acercadas a la ciudad en botes o en carros tirados por animales. De tal forma, Mihanovich y Lavarello consiguieron un acuerdo con el gobierno nacional y comenzaron a encargarse del traslado de los pasajeros en ese corto recorrido, en el momento de las oleadas de inmigrantes europeos que llegaban al país.
Lavarello había vendido su barco y comprado un remolcador y seis embarcaciones menores, para comenzar a trabajar en el trasbordo de pasajeros y cargas de los buques de ultramar que fondeban en Buenos Aires pero al poco tiempo de comenzar con el negocio de traslado de pasajeros, fallece el 23 de mayo de 1869 debido a un accidente en el río cerca de las costas del Uruguay. Debido a esto, la viuda de Lavarello, la también genovesa Catalina Balestra, queda viuda con cuatro niños y con la compañía de su marido a cargo.
Balestra acude a Mihanovich para que se hiciera cargo del negocio y acuerdan una sociedad. En julio de 1872, al poco tiempo de esto, Mihanovich y Balestra contraen matrimonio, y con los años tendrían juntos seis hijos propios, sumados a los cuatro que ella ya tenía con Lavarello. Hacia 1875, Mihanovich había comprado la empresa Matti y Piera (quedandose con sus tres remolcadores: el Kate, el Jenny y el Buenos Aires), había comprado otro remolcador, el Feliz Esperanza y un nuevo vapor, el Rivadavia. Además para ese entonces se había quedado con el negocio de trasbordo de pasajeros a Buenos Aires, ya que le ofrecía a las autoridades estatales un precio más bajo por cada pasajeros transportado, a lo que sus competidores no pudieron reaccionar. También en esos años, Mihanovich trajo a la Argentina a dos de sus hermanos: Bartolomé de catorce años y Miguel de doce años.
Con estos nuevas embarcaciones, Mihanovich reunió una pequeña flota. Para progresar, no obstante, necesitaba capital, por lo que asoció a otros dos croatas, Gerónimo Zuanich y Octavio Cosulich, para crear la Nicolás Mihanovich y Cía., empresa de la que poseía el 50% de las acciones. Instalaron las oficinas en un estudio alquilado en Cangallo y 25 de Mayo, y Elías Lavarello, su hijastro, fue designado contador de la naviera. Con esos aportes, la empresa se planteó nuevos desafíos y, coincidiendo con la campaña de Roca al Desierto, adquirió el primer vapor de importancia, el Toro, de 600 toneladas, para iniciar un tráfico costero. Con el Toro la empresa transportaba pertrechos, víveres y elementos varios, en principio hasta Bahía Blanca, alcanzando luego Carmen de Patagones, Viedma y Rawson. Para esos años, Mihanovich se había convertido en una de las personas más ricas de la Argentina y también era el hombre fuerte de la colectividad austrohúngara en el país, fundando en 1878 la Sociedad Yugoslava de Socorros Mutuos.
El primer servicio de pasajeros brindado por La Mihanovich con un pequeño vapor, entre Buenos Aires y el Uruguay (a Colonia y Carmelo), comenzó a funcionar con regularidad en 1887. En esos años gobernaba el país Miguel Juárez Celman y para el año 1889, una gran crisis sacudiría la economía argentina y sus empresas. En la debacle, numerosas empresas medianas debieron desprenderse de sus activos para evitar la quiebra o cubrir sus obligaciones. Mihanovich, cuya posición seguía siendo sólida, al ejercer, entre otras actividades, el monopolio del control sanitario de inmigrantes, adquirió una importante cantidad de embarcaciones por mucho menos que su valor real.
A la par de sus principales competidores, las mensajerías del francés Saturnino Ribes y Domingo Giuliani, Mihanovich encargó nuevas embarcaciones al astillero escocés A. J. Inglis, que botó con nombres significativos: Austria y Dalmacia. Y en pocos años, gracias a su astucia, logró desembarazarse de sus rivales. La pulseada con Ribes se jugó, básicamente, en aguas del Paraná, donde navegaban lujosos vapores fluviales. El negocio del transporte de pasajeros -así como el de cargas de productos del Norte y el Noreste (azúcar, yerba, algodón, tanino) consistía en coordinar el transporte fluvial hasta Buenos Aires con el ferroviario, hasta el ingenio, el quebrachal o la plantación. Una de las empresas pioneras fue la británica Platense Flotilla Co., de los armadores “Paddy” Henderson y William Denny, que sucumbió en poco tiempo y permitió a Mihanovich comprar a precio de remate una verdadera armada conformada por 118 barcos en arrendamiento, de los cuales 37 eran vapores a rueda y 22, vapores a hélice.
La Platense había terminado en la bancarrota luego de competir con la empresa de Ribes de las formas más desleales. En 1910, La Nación comentaría aquella extraña situación, que se producía:
Después de algunas ventas y transacciones de las empresas fluviales, siempre tendientes a cerrarles el paso a los rivales, en 1896 Mihanovich entró en escena y adquirió a muy bajo costo La Platense Flotilla y el astillero Denny. Con una inversión de solo 92.000 libras dio un primer paso para ingresar en el trasporte fluvial, tarea que completó dos años después, cuando adquirió por 40.000 libras la flota de Giuliani. De ese modo, puso bajo bandera argentina toda la flota y ofreció a los tripulantes extranjeros continuar su labor en la nueva empresa, a la que convirtió en una sociedad colectiva. Los hermanos Elías, Luis y Juan Lavarello, y el resto de hijos e hijastros varones, se incorporaron en diversas funciones ejecutivas y de conducción. Para poner fin a una guerra inconveniente, Nicolás Mihanovich llegó a un entendimiento con Saturnino Ribes dividiendo los negocios: en adelante, él se reservaba el río Paraná,
y las Mensajerías Fluviales del Plata tendrían la exclusividad sobre el Uruguay.
Un golpe de suerte sellaría entonces, y definitivamente, el futuro del croata. Poco después del “pacto”, Ribes falleció y sus herederos, en 1900, decidieron salir del negocio y vender la empresa. Mihanovich incorporó lo que constituía “una flota impresionante, de estupendos barcos de pasajeros”, de última generación. Aprovechando las disputas entre herederos, apuró la compra en 450.000 libras, la mitad de lo que la había valuado en vida su dueño. Completó la operación adquiriendo una serie de pequeñas empresas y unidades sueltas, y en poco tiempo se convirtió en el armador más poderoso de la Argentina, con el plus de ejercer, prácticamente, el monopolio del transporte fluvial.
Poco antes, había convertido su empresa en la Sociedad Anónima de Navegación Nicolás Mihanovich, a la que transfirió todo los bienes, equipos e inmuebles. Nicolás era presidente del nuevo consorcio; Elías Lavarello, su vicepresidente y el directorio se completaba con cuatro vocales: Juan y Luis Lavarello y Pedro y Nicolás Mihanovich (h). Carlos Lavarello asumió como jefe de los talleres de reparación, que eran tres: Riachuelo, Salto y
Carmelo.
La primera década del nuevo siglo, en efecto, fue testigo de un impresionante desarrollo de la empresa, con la construcción de nuevos barcos en astilleros británicos, compras locales e internacionales. En un plano institucional y legal, el proceso fue acompañado por una nueva legislación que reservaba el cabotaje a los barcos de bandera nacional y, en 1905, a la fundación del Centro de Cabotaje Nacional que, con las sucesivas presidencias de don Nicolás y su hermano Miguel se convertiría en el Centro de Cabotaje y Marítimo Argentino. En 1910, con la decidida actuación del diputado Adolfo Saldías, se
sancionó la ley de cabotaje 7049, que constituyó un hito de tenor proteccionista.
Al sancionarse la ley de cabotaje, el tráfico en el mar Argentino se incrementó y la empresa, dando especial importancia a ese sector, adquirió el carguero Centenario. En esas aguas existía una animada competencia: estaban los barcos de su hermano Miguel (que había constituido la empresa naviera "Sud América S.A."), los de la armadora alemana Hamburg Sud que representaba Antonio Delfino, la propia Armada Nacional (que recorría la costa con el Guardia Nacional, el Chaco y el Pampa) y La Anónima de José Menéndez Menéndez.
En 1908, la empresa ordenó la construcción de dos nuevos vapores de pasajeros, el Guarany y el Lambaré, con el objeto de mantener un servicio a Asunción incluso en épocas de bajante, y se consolidó el tramo “de la Costa Sud” con diversos barcos y cargueros (Sarmiento, Avellaneda, Pellegrini, Rawson), reforzando, además, el servicio de apoyo para la construcción de ferrocarriles en la Patagonia. En 1907 estableció un servicio de embarcaciones que remontaban el Río Paraná, llevando a visitantes a conocer las Cataratas del Iguazú. Dando comienzo con el turismo hacia esa zona del país. En 1909, la flota reunía 256 barcos y sumaba cerca de 70.000 toneladas.
Nicolás Mihanovich tenía iniciativas de otra índole. En 1905 mandó construir, por ejemplo, el Palace Hotel, levantado en Cangallo (actual Presidente Perón) y Leandro Alem. Era una lujosa y refinada residencia, con confitería en la terraza y salones plagados de mármoles y bronces, que alojaría nada menos que a la infanta Isabel de Borbón durante los festejos del Centenario. Los ingresos provenían de múltiples inversiones: intervino en la explotación del quebracho, en la producción y la exportación de cueros; participó en la fundación del frigorífico La Blanca; impulsó negocios con los ingenios azucareros salteños. También apoyó las nuevas colonias de inmigrantes, como la de los suizos, que fundaron Colonia Dalmacia en Formosa, en tierras de su hijo Pedro. En el campo social, continuó su gestión en la Mutual Austrohúngara y colaboró activamente con el recientemente fundado Patronato de la Infancia. Además fue director del Banco de Italia y del Río de la Plata, desde 1902 a 1915.
En 1909, la empresa se amplió bajo el nombre de “Sociedad Argentina de Navegación Mihanovich” para poder conseguir financiamiento de capitales extranjeros. Esta fue una compañía anglo-argentina con directorio en Londres y Buenos Aires, ambos presididos por Nicolás.
Por su trayectoria, el emperador austrohúngaro Francisco José I lo nombró cónsul honorario en 1899, al cual se sumó en 1913 el título de barón con derecho sucesorio. La Gran Guerra dejó a Mihanovich en una posición incómoda, debido a que su empresa jurídicamente era parte inglesa y a que él servía como diplomático de un país en guerra con el Reino Unido. Para empeorar la situación, habían muerto dos de sus hijos menores (Adolfo y Aquiles) por enfermedad y accidente, y también su esposa, Catalina; y dos hombres del equipo íntimo, Elías Lavarello y su hijo Bartolo, dejaron la empresa para instalarse en Génova, involucrados también en el negocio naviero.
En los dos primeros años de la contienda, por primera vez la empresa arrojó resultados negativos que motivaron serias disminuciones en los sueldos de los tripulantes, clausura de talleres y, a la vez, brindaron una oportunidad, ya que los países en conflicto pagaban por las embarcaciones precios muy superiores al valor real. Ambas cuestiones combinadas permitieron la recuperación financiera y, en 1916, el definitivo traspaso de la empresa a los capitales ingleses. The Argentine Navigation Company (Nicolás Mihanovich) Limited tenía, a fines de 1915, cerca de 5.000 empleados, muchos de ellos de origen dálmata, y una flota de 324 unidades, con 45 vapores de pasajeros y 27 vapores de carga, 70 remolcadores, lanchas, pontones y chatas, además de dos grúas flotantes y los talleres de reparación.
A la vez, Mihanovich extendía su imperio a los más diversos rubros, con participación accionaria en Campos y Quebrachales de Puerto Sastre, Grandes Molinos Porteños, Introductora de Productos Austrohúngaros, Banco de Italia y Río de la Plata, la Positiva, Frigorífico La Blanca y la Compañía de Seguros Riesgo y Vida, entre las más destacadas. En 1916, Mihanovich se retiró de la presidencia de ambos directorios de su empresa naviera, y a mediados de 1917 los Mihanovich y los Lavarello se desprendieron definitivamente de sus acciones, por un valor de 1.450.000 libras, siendo vendidas al argentino Alberto Dodero y al magnate británico Owen Phillips. La empresa fue, en adelante, enteramente inglesa, aunque durante años siguió llamándose The Argentine Navigation Company (Nicolás Mihanovich) Limited.
Una vez retirado, se distinguió también como filántropo. En su patria, modernizó su ciudad natal de Doli dotándola de servicios sanitarios, y de otras mejores edilicias, creando con su hermano Miguel allí una fundación. Mihanovich participó en todo tipo de obras sociales, formando parte del directorio del Patronato de la Infancia, de la Liga Argentina de la Tuberculosis, así como del centro naval, de la Sociedad de Educación Industrial y en el Edificio Otto Wulf, en el cual invirtió dinero. En 1925, participó de la colecta de la Unión Católica Popular Argentina, que llevó adelante una colecta para construir viviendas obreras. Resultado de ello es el Barrio Mihanovich, que se encuentra en Parque Avellaneda.
En 1925 financió la construcción del Edificio Mihanovich ubicado en el barrio de Retiro. Fue encargado a la compañía de dos compatriotas suyos, los Hermanos Bencich, la construcción de la torre que diseñaron los arquitectos Héctor Calvo, Arnoldo Jacobs y Rafael Giménez. Uno de sus últimos emprendimientos fue la financiación para la construcción del Edificio Bencich en el barrio de Retiro, cuyo arquitecto fue el reconocido Eduardo Le Monnier, que fuera terminado en 1929 pero que Nicolás no pudo llegar a verlo finalizado. Nicolás Mihanovich falleció en Buenos Aires, el 24 de junio de 1929, a los 83 años de edad.
Camaruco o Nguillatún, ceremonia mapuche presidida por la cacique Lucerinta Cañumil, en Las Bayas, Río Negro. Foto: Ana María Llamazares, 1981.
La posibilidad de extender el dominio del territorio, llevado adelante por esta parcialidad de la cultura araucana al cruzar la cordillera, al principio estableciéndose en los valles comprendidos entre los Ríos Colorado y Negro, en el actual territorio de Neuquén, y más adelante instalándose ya en Salinas Grandes. Invasión que produce enfrentamientos por las tradicionales zonas de caza y comercio. Impondrá rasgos de esta cultura a los Tehuelches septentrionales modificándolos para siempre. A pesar de la resistencia Tehuelche logran los Mapuches imponerse.
Los Tehuelches meridionales, del otro lado del Río Chubut, son vencidos definitivamente en las batalles de Tellien, Languiñeo y Pietrochofel. La batalla de Languiñeo tiene una gran importancia histórica porque no solamente pierden éstos Tehuelches el territorio de caza que ocupaban históricamente sino que señala también el comienzo de la fusión de las dos razas nativas en esa zona de Chubut. Como resultado de esas derrotas se produce la mestización y fusión de las etnias, fruto de la unión entre los vencedores Mapuches o Manzaneros y las cautivas Tehuelches.
Esta batalla ocurre en las postrimerías del siglo XVIII, los testimonios que se conocen fueron orales. En Languiñeo tenía sus tolderías los Caciques Chaeye Chacayo y Plan Chicon. Estos Tehuelches meridionales eran pacíficos, pero debieron combatir en defensa de sus áreas de caza continuamente, debido a las ambiciones de sus belicosos vecinos manzaneros que comenzaban a apropiarse de sus territorios.
Estos grupos Tehuelches esporádicamente vencían a los Mapuches o manzaneros, lograban repeler sus ataques por el conocimiento que tenían del terreno. La zona de Languiñeo, habitada por estas tribus, se encontraba en un paraje rodeado de serranías cavernosas, lo cual hacía del lugar un espacio apto para atacar por sorpresa a sus habitantes. Pronto esto se transformó en un objetivo de guerra para los manzaneros al mando del Cacique Chocorí (padre de Valentín Sayhueque). Hacia allí mandó emisarios para avisar que se trasladarían con el propósito de comerciar pacíficamente. Pero este cacique ya tenía planeado caer sobre los Tehuelches, antes había pedido ayuda al Cacique Churepan de Chile, con este jefe vendrían los capitanejos Jacinto Agüero y Pancho Mero aumentando su poder de lanzas, contaban además, con arma todavía poco utilizada para la guerra por los Tehuelches, las boleadoras y las bolas arrojadizas. Los Tehuelches esperaron, desprevenidos y confiados, se dejaron rodear por los bravos guerreros manzaneros. Cuando comenzó el ataque y se desató la batalla ya era tarde, los Tehuelches se batieron heroicamente durante tres días a pesar de las pocas posibilidad de salir vencedores. Luego de esos fatídicos tres días, la Pampa de Languiñeo quedó cubierta de cadáveres, y los vencedores, por derecho del triunfo, se apoderaron de mujeres y niños.
Cuenta que el único que trata de salvarse fue Plan Chicon, que huyó a caballo pero a 3 o 4 leguas del lugar, precisamente en el Pasaje llamado Colan Conhué, los manzaneros que lo perseguían logran bolearle el caballo dándole muerte inmediatamente.
Según algunas crónicas, fueron los Tehuelches quienes llamaron a esa pampa Languiñeo, que en su idioma quiere decir: “lugar de los muertos”. Pero algunos historiadores piensan que es un nombre en lengua mapudungun, más que Tehuelche.
El terreno parecía un cementerio descubierto, sembrado de huesos humanos, éste teatro de batalla permaneció como lugar de dolor en la memoria Tehuelche. Nadie quedó para vivir allí, valle inhóspito y frio. Contaban los descendientes vencidos, que se alguien se aventuraba por esos parajes en las noches de luna se veían brillar los huesos, y se escuchaban los gritos de dolor.
Otra batalla, a la que antes hacíamos referencia y que Sarasola llamara Pietrochofel, y de la que por primera vez hiciera referencia Federico Escalada, es Shotel Káike, hoy conocido como Piedra Shotel. En ese momento las huestes Pehuenches estaban dirigidas por el Cacique Paillacan, allí se libró un sangriento combate cuerpo a cuerpo con los Tehuelches. En la batalla Guetchanoche, hijo mayor de una familia Chehuache – Kénk, es tomado prisionero junto a sus hermanos y su madre. Entre los familiares cautivos estaban sus cuatro hermanas. Trasladados luego todos hasta las tolderías de Paillacán cerca del Limay, dos de sus hermanas son tomadas como esposas por el Cacique. Esta costumbre y tradición hacia que el trato de los prisioneros fuera de mucho más respeto a partir de allí. De ellas el Cacique tuvo hijos: Foyel es uno de ellos. A su vez Guetchanoche es el Bisabuelo de doña Agustina Quilchaman de Makel, informante de Martinetti y Escalado. Una de estas mujeres: Aunakar, fue capturada junto a su pequeño hijo por los indios cordilleranos a quienes solían llamar Huilliches; sobrevivió cautiva pero el niño fue salvajemente asesinado. Según las crónicas habrían pasado 40 años y el viejo Paillacan soñaba con recuperarla.
Fragmentos del libro “Gobernador Costa – Historias del Valle de Genoa”, de Ernesto Manggiori
La novelesca y extravagante vida de Lucio V. Mansilla, el gran dandy porteño que brilló con su pluma
Militar, escritor, periodista, miembro de la alta sociedad. Viajó por el mundo, retó a duelo a un hombre porque se burló de su estrafalario sombrero, y sintió devoción por Sarmiento. En 1870 visitó las tierras aborígenes, experiencia que luego inmortalizó en su libro "Una excursión a los indios ranqueles"
Por Luciana Sabina || Infobae
El duelo de Lucio V. Mansilla con Pantaleón Gómez
Las lágrimas de Lucio Victorio Mansilla en su cara fueron lo último que Pantaleón Gómez sintió antes de morir. Militar devenido en periodista, Gómez dirigía entonces "El Nacional" y el Colegio de Escribanos.
Veterano
de la Guerra del Paraguay, de vasta experiencia política, fue
gobernador del Chaco con sólo 45 años. Su trágico fin comenzó a
escribirse en febrero de 1880, cuando el periódico que comandaba criticó un sombrero del general Mansilla.
Ciego de indignación, don Lucio lo retó a duelo.
No exageró: para Mansilla, la elegancia y el porte eran tan importantes como el aire que respiraba…
Aristóbulo del Valle lo retrató muy bien: "Cuando va por la calle, sonríe delante de todos los espejos. Si se mirara con el ceño adusto, mandaría los padrinos a su propia imagen reflejada en el vidrio…".
Pantaleón
Gómez no fue el autor de la sátira, pero mientras los padrinos de ambos
intentaban evitar el duelo, comenzó a discutir con Mansilla través de
la prensa. Y así, con cientos de lectores como testigos, se agredieron
mutuamente durante días.
Gómez
llegó a escribirle: "Es usted un desgraciado a quien no queda ni el
miserable derecho de insultar a la gente decente. Ni sus iguales lo
abonan".
Como respuesta última recibió: "Ya verá si hay quien me abone".
Se citaron en Palermo, armados, a las once de la mañana del 7 de febrero.
El duelo fue a pistola y a diez pasos de distancia. Luego de dos
intentos -en los que ninguno acertó-, Gómez descargó su arma contra el
piso, diciendo: "Yo no mato a un hombre de ta…".
No terminó la palabra "talento": se desplomó atravesado por la bala del general.
Murió
en el mismo campo del honor, bajo las caricias arrepentidas de su
verdugo. El sepelio fue impresionante. Ciento cincuenta carruajes
marcharon detrás de la carroza fúnebre.
Domingo Faustino Sarmiento
emocionó a la muchedumbre: "¡Muerto!… Pantaleón Gómez, el simpático, el
fervoroso, el leal, el verídico, el arrogante joven. ¡Muerto! (…) Desde
esa sepultura cavada casi en el umbral de la vida, este amigo joven que
debió dejarme a mí aquí y seguir su camino, os dirige un consejo: 'No
derrochéis la vida, no arrojéis al aire a puñados los sentimientos de
honor, de patriotismo, de inteligencia. Tan nobles dotes os fueron dadas
no para florecer al primer rayo de sol y morir en seguida, sino para
dar frutos sazonados'. Los restos de Pantaleón Gómez quedan aquí. En
nuestros corazones, la memoria de su hidalguía. Pero en la superficie de
la tierra, en esta patria que todos debemos enriquecer, Pantaleón Gómez
no deja obra acabada a causa de darse prisa, sin motivo suficiente, a
mostrar que sabía morir".
Lucio V. Mansilla se radicó en Francia y viajó por Europa, África y Asia
Luego del terrible incidente, Mansilla no fue citado por la justicia. Viajó a Europa con su familia. Se radicó en Francia donde se convirtió en figura habitual de los bulevares parisinos. Naturalmente elegante. Su charla, amena y fácil, lo distinguió pronto entre todos.
Sin embargo, no era feliz.
Quedó claro que el campo de batalla, el parlamento, el periodismo,
donde actuó con brillantez y eficacia, fueron accidentes más o menos
importantes… pero no permanentes en su vida.
De
lo único que no pudo alejarse del todo fue de Buenos Aires, a dónde
volvió cada tanto, acaso porque nació en esa provincia el 23 de
diciembre de 1831. Era el día de Santa Victoria, y de ahí Victorio, su
segundo nombre. Hijo de notorio militar Lucio Norberto Mansilla y de
Agustina Rosas, hermana menor de Juan Manuel, los lujos y el rango social signaron su infancia.
Poco antes de cumplir los 18, su padre lo envió en misión comercial. Periplo que lo llevó no sólo a Europa: también a los exotismos de África y Asia.
Luego de la caída del Rosas en la batalla de Caseros, Mansilla se erigió en uno de sus más fieros críticos.
Entre 1864 y 1868 se batió en la Guerra de la Triple Alianza.
Allí fue militar, pero también periodista. para escribir sus crónicas
desde el frente para el diario La Tribuna, usó varios seudónimos:
Falstaff, Tourlourou, Orión. Bajo su mando quedó Domingo Fidel Sarmiento (Dominguito), hijo del indómito sanjuanino.
Domingo Fidel Sarmientol, Dominguito: Mansilla lo protegió durante la guerra de la Triple Alianza
Mansilla lo protegió cuanto pudo. Hasta darle dinero para que pudiera mantener a su madre, Benita Pastoriza,
mientras Domingo Faustino estaba en los Estados Unidos, y en franca
pelea con su familia por la relación con su amante Aurelia Vélez, la
hija de Dalmacio Vélez Sarsfield.
En
una de las cartas de Dominguito a su madre desde el campo de batalla,
desnudó el espíritu generoso de su superior: "Mansilla, pasado el primer
momento de la carga, me ordenó que me retirara, y yo, no habiendo
querido obedecerle, como era natural. Entonces me dijo: 'He
prometido no exponerlo a usted sino en caso indispensable. Volvamos al
batallón y piense que se lo he prometido a su mamá'. Te cuento esto para
que veas como hay quien cuide por ti".
Pero, lamentablemente, el muchacho murió en la batalla de Curupaytí, a mediados de septiembre de 1866.
"Vi a Sarmiento muerto -narró el general José Ignacio Garmendia en sus recuerdos sobre la guerra sobre el final de Dominguito-, conducido en una manta por cuatro soldados heridos: aquella faz lívida, lleno de lodo, tenía el aspecto brutal de la muerte.
No brillaba ya esplendorosa la noble inteligencia que en vida bañó su
frente tan noble; apreté su mano helada, y siguió su marcha ese convoy
fúnebre que tenía por séquito el dolor y la agonía (… ) Ayala, Calvete, Victorica, Mansilla (… ) y qué sé yo cuántos más, todos heridos, chorreando sangre se retiraban en silencio
(… ) Era interminable aquella procesión de harapos sangrientos, entre
los que iba Darragueira sin cabeza; de moribundos, de héroes
inquebrantables, de armones destrozados, de piezas sin artilleros, de
caballos sin atajes (… )."
Muchos años más tarde, don Lucio homenajeó a su lugarteniente, procurando cuidar de su madre como había intentado cuidarlo a él. Sarmiento odiaba tanto a Benita Pastoriza, que la había eliminado de su testamento. Al morir el sanjuanino, Mansilla consiguió para ella una pensión del Congreso nacional que le correspondía por ser su viuda.
Sarmiento
expresó su dolor innumerables veces. En una carta a su amiga Mary Mann,
escribió: "La muerte de Dominguito tan malogrado, ha traído a mi
espíritu un incurable descontento. ¡Qué cadena de desencantos! Habría
vivido en él; mientras que ahora no sé adónde arrojar este pedazo de vida que me queda, no sé qué hacer con ella".
En
1870, sus visitas a las tierras aborígenes, en su intento de firmar un
tratado de paz con ellos -frustrado por las autoridades nacionales- lo
llevó a escribir su famoso libro “Una excursión a los indios ranqueles”
Cuando regresó del frente, Lucio V. Mansilla propuso a Sarmiento como presidente.
Y junto a Aurelia Vélez trabajaron juntos para lograrlo. Cuando el
padre del aula asumió la primera magistratura, él se acercó
para pedirle un lugar en el nuevo gobierno. No logró lo que quería, pero
fue designado Coronel y Comandante de Fronteras en Río IV, Córdoba.
En
1870, sus visitas a las tierras aborígenes, en su intento de firmar un
tratado de paz con ellos -frustrado por las autoridades nacionales- lo
llevó a escribir su famoso libro "Una excursión a los indios ranqueles".
El militar y escritor buscó durante toda su vida la perfección: "Si eres franco por carácter, procura ser reservado por estudio", escribió. Excelente consejo, ¡que él jamás puso en práctica!
Era impulsivo, inconstante, versátil: por algo sus amigos le dieron escaso espacio en el gobierno.
Otra manía: horror a perros y ratones. No hay gran hombre que no tiemble ante nimiedades.
Alto,
esbelto, impecable en la juventud y no menos en la madurez, cierto día
le regalaron un largo sobretodo-levitón claro y una galera sedosa color
crema. Estaba encantado. Lo primero que dijo fue: "Me voy a la calle Florida. Quiero que el mundo admire mi elegancia…".
Pasó sus últimos años en Europa, postrado.Ningún narcótico logró calmar sus dolores. Pero mientras su cuerpo se derrumbaba, la lucidez siguió intacta.
Ansiaba volver a Argentina. Pero no sucedió. Murió el 8 de octubre de 1913, en París.
Un cronista porteño escribió: "La calle Florida hoy empieza hoy a envejecer".
Julio Argentino Roca: su rivalidad con Alsina, sus críticas a la guerra contra el indio y su plan al que nadie prestaba atención
Hacía tiempo que el futuro presidente tenía en mente lo que debía hacerse para terminar con la cuestión indígena, pero no era escuchado. La sorpresiva muerte del ministro de Guerra Adolfo Alsina cambió los planes y, de buenas a primeras, quedó al frente de una campaña sangrienta que pasaría a la historia como la Conquista del Desierto
Por Adrián Pignatelli || Infobae
Roca
era comandante de la frontera sur en Córdoba cuando ya tenía en claro
cuál era la solución para la conquista de las tierras dominadas por el
indígena
El viaje de la provincia de San Juan a la ciudad de Buenos Aires fue, para Julio A. Roca, 35 años, comandante de la frontera sur en la provincia de Córdoba, un verdadero martirio.
Lo que comenzó como un simple malestar, se transformó en una fiebre
tifoidea contraída en alguna de las postas donde se consumía agua de
dudosísima calidad. Durante toda la travesía, estuvo atacado por fuertes
descomposturas, terribles jaquecas, fiebre alta y desmayos. Ante sus
acompañantes minimizó el cuadro pero en su fuero íntimo creyó que no la
contaría, y que seguiría los pasos del que iba a reemplazar, el reciente finado Adolfo Alsina, ministro de Guerra.
Con Adolfo Alsina no se llevaban mal pero tampoco bien.
Nacido en Buenos Aires el 4 de enero de 1829, Alsina era nieto de
Manuel Vicente Maza -asesinado en 1839 cuando pedía clemencia por su
hijo involucrado en un complot contra Rosas- y su padre era el político
Valentín Alsina, quien lo influenció en la causa de la defensa de la
autonomía de la provincia de Buenos Aires. Durante el gobierno de Rosas,
su familia se exilió en Montevideo. Con Rosas ya derrocado, Alsina
inició su carrera política en las luchas que Buenos Aires sostuvo contra la Confederación.
Peleó
en las batallas de Cepeda y de Pavón. Luego, una vez reincorporada
Buenos Aires a la Confederación en 1862, fue electo diputado nacional, y
como tal se opuso a la federalización de Buenos Aires, motivo por el
cual creó el Partido Autonomista, y entre 1866 y 1868 ejerció la
gobernación de la Provincia de Buenos Aires. Era de gran predicamento
entre las clases más bajas y también entre los intelectuales y los
estudiantes, y era común que entrase y saliera de su domicilio escondido por la cantidad de gente que siempre lo esperaba.
Adolfo
Alsina, figura clave del autonomismo, era el ministro de guerra e
ideólogo de la famosa zanja con la que pretendía frenar los malones
indígenas
El
joven Roca estaba en la vereda de enfrente de la estrategia puramente
defensiva que el experimentado político aplicaba contra el indígena y
los malones. Y el militar estallaba de indignación cuando le
mencionaban la famosa zanja, de unos 370 kilómetros de extensión, con la
que el gobierno esperaba frenar las invasiones indígenas y que éstos,
en sus incursiones, sorteaban sin problemas. “Esa zanja es un disparate”, repetía Roca.
Alsina
creía que con el establecimiento de una línea de fortines bien
equipados y defendidos y conectados entre sí por el telégrafo, más la
zanja en cuestión, era más que suficiente para tener a raya a los
malones indígenas.
Roca tenía un plan más agresivo,
que era el de desalojar a los naturales del territorio al norte de los
ríos Negro y Neuquén, adelantar la frontera, y asegurar los pasos de
Choele Choel, Chichinal y Confluencia.
Roca tomaba como modelo a la campaña que en 1833 había desplegado Juan Manuel de Rosas (Cuadro Museo Saavedra)
Sentía que predicaba en el desierto
porque tenía su propio plan con el que, aseguraba que terminaría con
los malones, recuperaría miles de hectáreas en una campaña de un año. Y
asunto concluido.
Félix
Luna, en su novela basada en hechos reales “Soy Roca” le hizo contar
cómo se le había ocurrido su idea. Una noche de invierno de 1873 en el
Hotel de France, de Río Cuarto, cuando veía cómo la cocinera estiraba la
masa con un palote para amasar tallarines. Así, de pronto, se imaginó
su campaña: un rodillo al que haría rodar por el territorio dominado por el indio. Al que primero expuso su plan fue al propio Alsina quien, tirando su cabeza hacia atrás, largó una estruendosa carcajada.
Calfucurá, indio chileno que nunca fue deportado a su lugar de origne. Fue uno de los que enfrentó a las fuerzas de Roca
Roca sabía que el asunto era demasiado serio y que se necesitaba un cambio de timón para solucionarlo.
A fines de 1875 un malón había asolado Tandil y al año siguiente los
caciques Namuncurá, Renquecurá, Catriel, Coliqueo y Pincén tuvieron a
maltraer a los poblados del centro y oeste de la provincia de Buenos
Aires.
El
militar intentó un manotazo de ahogado para ser escuchado. En 1876 hizo
pública por los diarios su idea de guerra ofensiva, que era casi como
una copia de la campaña que había implementado Juan Manuel de Rosas en
1833 y que tantos réditos le había dado. Y de paso criticó algunas
medidas de Alsina, como su famosa zanja. Aseguró que necesitaba un año para preparar la campaña y otro para llevarla a la práctica. Esto es, en dos años terminaría con el problema del indio. Pero nadie le prestó atención.
El
presidente Nicolás Avellaneda, su coprovinciano, apoyó a su ministro,
quien caminaba con pies de plomo porque no quería meter la pata y que ningún error le impidiese llegar, en lo que sería su tercer intento, a la presidencia de la nación.
La zanja en plena construcción. Aún se cavaba cuando Alsina falleció. Roca ordenó suspender las obras
Porque el que se quema con leche cuando ve una vaca llora: quiso ser presidente en 1868 pero la alianza de Mitre con Sarmiento lo obligó a conformarse con ser el vice del sanjuanino, quien para colmo lo ninguneó durante toda la gestión. Luego
intentó serlo en 1874, pero a último momento retiró su candidatura,
asumiendo la cartera de Guerra y Marina luego de arreglar con Avellaneda
la fundación del Partido Autonomista Nacional cuando se unió el partido
Autonomista del primero con el Nacional del segundo.
Ahora
no cometería más errores, más aún cuando el presidente Avellaneda había
pactado con los belicosos mitristas, a quienes les había prometido la
provincia de Buenos Aires y dejar el camino libre a la primera magistratura a Alsina. Todo cerraba.
La
historia cambiaría los últimos días de diciembre de 1877. Alsina, quien
desde octubre estaba recorriendo el interior bonaerense, coordinando
algunas acciones militares y transitando la línea de fortines, en Carhué
se sintió enfermo y volvió a la ciudad de Buenos Aires.
Ministro Roca
Luego de ser atendido por los médicos su salud pareció mejorar pero el 29 de diciembre falleció, luego
de una agonía en la que daba órdenes militares y llamaba al presidente
Avellaneda. Roca se enteró por un telegrama que le enviaron a San Juan.
La famosa Campaña al Desierto reflejada en el lienzo por Juan Manuel Blanes (La Revista de Río Negro)
El 4 de enero de 1878, el día en que Alsina hubiera cumplido 49 años, Roca fue nombrado ministro de Guerra. Un
poco desde su casa y otro desde su despacho, porque demoró en
recuperarse, puso manos a la obra. Luego de suspender las obras de la
zanja, echó mano a la ley 215 sancionada durante la gestión de Sarmiento
que estipulaba que la frontera con el indio debían ser los ríos Río
Negro y Neuquén.
Obtuvo del congreso $1.600.000 que necesitaba y que el Estado recuperaría luego de que se vendiesen las tierras que hasta entonces ocupadas por el indígena.
Entre
los principales caciques a derrotar -muchos de ellos hacía rato que
estaban en franca retirada- estaban los ranqueles Manuel Baigorrita,
Ramón Cabral y Epumer Rosas. Los araucanos Marcelo Nahuel y Tracaleu,
los tehuelches Sayhueque y Juan Selpú y el célebre Namuncurá, el de la
dinastía de los piedra, que terminaría rindiéndose en 1884. “Si ellos son de piedra, yo soy Roca”, advirtió el ministro.
Consiguió entusiasmar a Estanislao Zeballos, un abogado rosarino de 24 años quien, en tiempo récord, escribió el libro “La conquista de quince mil leguas. Estudio sobre la traslación de la frontera sud de la República al río Negro”,
donde exponía antecedentes históricos y argumentos contundentes sobre
la necesidad de dominar miles de hectáreas improductivas. La obra fue un
verdadero éxito cuando salió en septiembre de 1878 y debió imprimirse
una segunda edición. Zeballos, quien decidió no cobrar por su trabajo,
lo dedicó “a los jefes y oficiales del Ejército Expedicionario”.
Hasta
las operaciones militares de 1878 y 1879, la presencia del ejército en
territorio dominado por el indígena eran los fortines. (Archivo General
de la Nación)
La
convalecencia para recuperarse de la fiebre tifoidea le llevaría a Roca
unos tres meses. Al llegar se instaló en una casa que compró en la
calle Suipacha, entre Corrientes y Lavalle, de una ciudad de la que
había decidido que no se iría nunca más.
Roca movilizó al ejército, cuyos soldados iban armados con los modernos fusiles Remington que podían realizar seis disparos por minuto.
Enfrente los indígenas iban a la pelea muñidos de una lanza tacuara, de
unos cuatro metros de largo, que en su punta tenía asida una tijera de
esquilar. También llevaban dos o tres boleadoras y cuchillo. Cabalgaban,
en medio de una gritería infernal, como “demonios en las tinieblas”.
Roca
pretendió formar una fuerza numerosa pero dividida en pequeños cuerpos
que se moviera rápido. En total serían 23 expediciones, cada una de
ellas de 300 hombres. En tiempo récord, se logró movilizar a 6.000 soldados, 800 indios amigos, y se reunieron 7.000 caballos y ganado vacuno para alimentación.
En el medio de la campaña cuando se terminaron las vacas, lo que se
consumió fue carne de yegua. No solo iban soldados, sino también un
grupo de curas para evangelizar a los indígenas. También se incorporó a
científicos extranjeros que estaban en el país desde la época de
Sarmiento y cubrió la expedición el retratista Antonio Pozzo, que dejó
un valioso testimonio fotográfico.
Entre
los caciques que cedieron guerreros para el ejército se cuentan al
borogano Coliqueo, al pampa Catriel y a los tehuelches Juan Sacamata y
Manuel Quilchamal. La expedición tuvo cinco divisiones operativas y
como lo había hecho Rosas, en esta operación también se dispuso de
columnas que salieron de distintos puntos.
La meta que Roca se impuso y que mantuvo en secreto era que el 25 de mayo de 1879 debía celebrarlo en Choele Choel. En
Buenos Aires tomó el tren a Azul y de ahí se dirigió a Carhué, de donde
partió el 29 de abril. Se transportaba en una berlina, que le resultaba
más cómoda para trabajar con los mapas, documentos y libros. Cuando el
14 de mayo cruzó el río Colorado, homenajeó a su antecesor y bautizó el
lugar como Paso Alsina, en el actual partido de Patagones. Tal como lo
había planeado, el 24 de mayo de 1879 llegó a Choele Choel. A las 6 de
la mañana del 25, se tocó diana, se izó la bandera, hubo banda militar y
misa.
Trágico fin
La campaña dejó un saldo de por lo menos 1400 indígenas muertos,
producto de combates en campo abierto o de ataques sorpresivos a
tolderías. Hombres y mujeres fueron separados para evitar la
descendencia. Miles de mujeres y niños fueron condenados a una vida de semi esclavitud
como servicio doméstico de familias porteñas. Los chicos también eran
apartados para siempre de sus madres, en medio de escenas desgarradoras,
y su destino era decidido por la Sociedad de Beneficencia.
Los
guerreros prisioneros fueron empleados como mano de obra barata en
estancias, en trabajos agrícolas en el oeste, en yerbatales y en
algodonales en el noreste, en obrajes madereros o en ingenios azucareros
en el norte. Otros fueron enrolados en las filas del Ejército y la
Marina. Los que el gobierno consideraba más peligrosos, fueron confinados a la isla Martín García donde rompían piedras para el empedrado de la ciudad de Buenos Aires. Muchos murieron por la mala alimentación y las enfermedades. Los
caciques sobrevivientes no tuvieron más remedio que someterse y
pudieron vivir tranquilos en parcelas asignadas por el gobierno.
Se recuperaron centenares de cautivos y el Estado tomó posesión de 500 mil kilómetros cuadrados de territorio, mucho del cual fue repartido entre políticos, hacendados y militares.
Las
operaciones continuarían algunos años más. Los caciques Namuncurá y
Baigorrita, aunque debilitados, aún no habían sido derrotados. Los
malones, que se habían convertido en una pesadilla durante los gobiernos
de Mitre y Sarmiento, terminaron. Pero a esa altura Roca, a los 35
años, preparaba su siguiente empresa: la de ser presidente.