Documentos inéditos del derrocamiento de Yrigoyen, traicionado por sus íntimos colaboradores y víctima de su edad
El 6 de septiembre de 1930 se produjo el primer golpe de estado contra un presidente democrático. El teniente general José Félix Uriburu, al frente del ejército, destituyó al radical Hipólito Yrigoyen. Un relato recogido por un testigo cercano echa luz sobre los acontecimientos y deja en claro quienes fueron leales al mandatario y quiénes lo dejaron solo
Para la mayoría de los historiadores, el 6 de septiembre de 1930, en la Argentina, se abrió un período de incontenible declive que le impidió convertirse en una “gran potencia emergente”. Ese día, bajo la jefatura del Teniente General José Félix Uriburu, el Ejército tomó el poder y echo al presidente constitucional, Juan Hipólito del Sagrado Corazón de Jesús Yrigoyen
Esta parecería ser la mirada más extendida pero no se ajusta a la realidad. El golpe de 1930 fue el primer golpe “exitoso”, porque antes, en plena vigencia de la Constitución Nacional de 1853 --y sus reformas-- y luego a lo largo del Siglo XX se llevaron a cabo varios intentos de golpes de estado a los que no fueron ajenos los radicales y en otras ocasiones los conservadores. La historia nacional está plagada de intentos revolucionarios y de atentados a presidentes constitucionales (por casos a Domingo F. Sarmiento, Julio Argentino Roca, Manuel Quintana, José Figueroa Alcorta, Victorino de la Plaza e Hipólito Yrigoyen). La inestabilidad que condujo a la decadencia argentina no comenzó en 1930 si no antes. A caballo de las pasiones, hubo un momento en que el impulso inicial que dio origen a una gran “promesa” se desvaneció. No en vano, a manera de advertencia, Manuel Quintana, mientras su vicepresidente José Figueroa Alcorta se hallaba preso por un conato de Yrigoyen (1905), dijo ante el Congreso: “No estamos ya en condiciones de que caigan los gobiernos por sorpresa. Somos una nación con los atributos y recursos completos para su estabilidad y fuerza”.
El general Oscar Rufino Silva, edecán militar del general José Félix Uriburu, durante muchos años guardo hasta su muerte un largo testimonio sobre los últimos días de Yrigoyen realizado por el teniente Raúl Alejandro Speroni, ex ayudante del Ministro de Guerra Luis José Dellepiane. Silva sería más tarde integrante del GOU que volteo al presidente Castillo; en 1944-1946 Director del CMN; Secretario General de la Presidencia en el primer gobierno de Juan D. Perón y en 1950 Embajador en España.
El teniente Speroni comienza relatando que alrededor del viernes 1º de agosto de 1930 el ingeniero Federico Álvarez de Toledo (ex Ministro de Marina) comenzó a visitar el despacho del teniente general Luis Dellepiane con novedades reveladoras sobre la situación nacional. En pocas palabras, Álvarez de Toledo le habla con pruebas de una conspiración en marcha para derrocar a Yrigoyen, encabezada por el Teniente General José Félix Uriburu e integrada por oficiales del Ejército y civiles. Ya existía en ese momento una constelación de críticos a la gestión del anciano mandatario radical. En su libro “La historia que he vivido”, Carlos Ibarguren dirá que el jueves 21 de agosto, Joaquín Llambías, ex Intendente Municipal durante la primera presidencia de Yrigoyen y amigo del Primer Mandatario, le escribió una larga carta en la que le señala, entre otros conceptos: “El desprestigio del gobierno aumenta; los partidarios interesados lo empujan hacia todos los errores posibles y ya se cierne sobre todos la amenaza de la vileza, el delito y la sangre”.
El Congreso no funcionó durante todo 1930 –relató Ibarguren-- y el Senado celebró únicamente una sesión preparatoria el 1º de abril. En la Cámara de Diputados solo hubo reuniones preparatorias de discusión de diplomas… que se prolongaron en debates políticos estériles hasta el 1º de septiembre.
Inicio del documento escrito por el teniente Raúl A. Speroni relatando la conspiración contra el presidente Hipólito Yrigoyen
El jueves 28 de agosto, el artillero Roberto Passerón llego al Ministerio a las 7,30 de la mañana y entregó una lista de 26 conspiradores contra al gobierno que se habían reunido horas antes pero hizo “constar” que los asistentes eran más de 70. A las 8,30 llegó el Teniente General Dellepiane y fue con el mayor Roberto Ricci al despacho del Ministro del Interior, Elpidio González, “quien estaba con el jefe de Policía, coronel Juan Graneros”. El Jefe militar contó todo lo ocurrido la noche anterior y mereció como toda respuesta del jefe de policial:
“--Imposible, General. Mis hombres que son de confianza nada han podido comprobar. Los hombres que tenemos vigilados como de costumbre están tranquilos.” Dellepiane tras escuchar la respuesta “no dijo ni media palabra, dio media vuelta y salió del despacho del Ministro del Interior. Cuando llegó a su despacho “me dijo: ‘váyase cuanto antes a la casa del Presidente y trate de verlo, cueste lo que cueste, y dígale que esta tarde lo quiero ver sin falta por razones muy urgentes. No vuelva hasta que consiga hablar con él’. Yo me dirigí inmediatamente a cumplir la orden.”
Al llegar a la casa de la calle Brasil, Speroni dijo a los empleados de investigaciones que cuidaban la residencia que por orden de Dellepiane quería verlo al Presidente. Tras un momento de espera apareció el Comisario Flores “y me interrogó sobre el motivo de mi visita. Ante mi negativa a decirle a él lo que le debía comunicar al Presidente al rato apareció para decirme que el Presidente me recibiría en cinco minutos.”
El teniente Speroni entró en la casa y poco después apareció Hipólito Yrigoyen y se entabló el siguiente diálogo:
--”Buenos días amiguito, ¿qué lo trae por aquí?
--Buenos días señor Presidente, he venido por orden del general Dellepiane a manifestarle de parte de él, que esta tarde sin falta necesita conversar con Usted por asuntos muy graves y urgentes.
--¡Caramba! ¿Qué pasa? Me pregunto Yrigoyen.
--Lo ignoro, señor Presidente. Lo único que le puedo adelantar es que el Ministro se halla bastante preocupado por el giro que están tomando los acontecimientos. Por otra parte, he sabido que anoche ha habido alguna alarma.
--Muy bien. Dígale al General Dellepiane que esta tarde a la una lo espero en mi despacho.
“Yrigoyen, contra su costumbre –escribió Raúl Speroni—llegó a las 12.15 horas a la Casa de Gobierno y preguntó enseguida por el General Dellepiane. Entonces subí yo hasta la presidencia y le dije que de acuerdo con su orden el Ministro estaría a las 13 horas en su despacho. Entonces me ordenó lo fuese a buscar hasta la casa pues quería hablar con él cuanto antes.”
El joven oficial fue a buscar a su Jefe y al entrar “lo encontré haciendo unas anotaciones en un papel y no se levantó hasta que no las terminó de hacer. Ya veremos qué eran estas anotaciones.” Dellepiane y su Ayudante fueron juntos a la Casa de Gobierno y fueron recibidos en el acto por el Presidente de la Nación.
El teniente, tras los saludos protocolares, intentó retirarse pero Yrigoyen “me hizo una seña de que me quedase en un ángulo del despacho”. “Es así como yo pude oír toda la conversación que fue más o menos en los siguientes términos” (aclara el autor):
--”Esta mañana uno de mis secretarios lo ha ido a ver por orden mía. Lo he molestado, señor Presidente, porque necesitaba hablarlo por los hechos muy graves que están ocurriendo en estos momentos.
--Tranquilícese General. Ya se está poniendo Usted muy nervioso.
--No estoy nervioso señor Presidente, estoy preocupado.
--¿Y cuáles son los motivos de sus precauciones, mi amigo General?
--Se trata de lo siguiente: Desde hace ya tiempo que ha llegado a mis oídos que ciertos Jefes y Oficiales, encabezados por el General Uriburu, se están reuniendo para cambiar ideas sobre la mejor forma de apoderarse del gobierno. Estas reuniones, Señor Presidente, ya son insolentes por la forma descarada en que se hacen. Anoche hemos podido comprobar que en la casa de un Jefe del Ejército se han reunido más de 70 militares, habiendo concurrido los cabecillas.
--¿Y quiénes son los cabecillas, General?
--Uriburu, el coronel (Pedro José María) Mayora, (Ricardo Ireneo) Hermelo, Renart, teniente coronel (Pedro Julián) Rocco, etc.
--Ya ve, General, que no hay que preocuparse. Son todos palanganas.
--Muy bien señor Presidente. Ya que son palanganas demostrémosle: 1- que no se los necesita; 2- que no se les teme. Los debemos meter dentro de un zapato y apretarlos contra el otro.
--No se entusiasme General.
--Señor Presidente: le aseguro que hay motivos para preocuparse. Ya la protesta se está sintiendo en el pueblo; le gente se queja; son pocos los que están conformes. El Ejército parece decaer. A esto hay que ponerle remedio o nos hundimos todos: buenos y malos. Y no lo tome a mal señor Presidente, yo no hago más que pagarle con la confianza que Usted me ha honrado. Si lo viese a Usted con el ceño fruncido por culpa mía yo no estaría un minuto más al lado suyo.
--Pero General, a Usted le parecen tan graves las cosas qué están sucediendo.
--Gravísimas, Señor Presidente, y le voy a decir con su permiso algunas verdades sobre las personas que lo rodean. Hay a su lado pocos leales pero muchos ambiciosos y despreocupados. Y esto el pueblo lo sabe, por eso es que no tiene confianza en el Gobierno.
--Usted General habla con mucha precipitación y temo que esté engañado.
--Yo no estoy engañado, porque veo. Los engañados son los que no ven o no quieren ver.
--¿Y por qué le parece, General, que no quieren ver?
--Porque así les conviene a sus intereses y es por eso que a Usted lo tienen con la cabeza en las nubes y los pies en el barro.”
Ante esta afirmación Yrigoyen pareció “vacilar” y dijo: “¿Y qué es lo que Usted quiere, General?”
--Quiero dos cosas señor Presidente, pero lo uno no lo acepto sin lo otro.
--¿Cuáles son esas dos cosas?
--Lo primero que quiero es que Usted me autorice a meterlos en vereda a estos señores que quieren hacer la revolución. Ya sabemos quiénes son y no hay sino que proceder contra ellos y para esto quiero iniciar esta tarde mismo las detenciones de los que estamos seguros que han estado en la reunión.
--¿Y al General Uriburu piensa detenerlo también?
--Pero si es el cabecilla.
--Le pido, General, que a Uriburu no lo tome preso. Hágalo vigilar y nada más.
--Pero, señor Presidente, yo no….
--Se lo pido a mi amigo el General Dellepiane.
--Señor Presidente ¿y a los demás?
--Haga con ellos lo que crea conveniente, pero no sea violento. Ojo con equivocarse. ¿Cuál es la segunda condición?
--Esta es importantísima, señor Presidente. Se trata de un cambio de frente del gobierno y de la renovación de algunos funcionarios. A propósito, aquí traigo una lista (y sacó del bolsillo el papel que yo le había visto escribir en su casa). Tiene que empezar por sacar de su lado a Flores, Canzanello y Benavídez….
--Pero si Don Arturo es una excelente persona General, dijo Yrigoyen entre asombrado y molesto.
--Es una excelente persona de quién todo el mundo murmura. Prosigo: Hay que pedirle la renuncia a Claps, Oyhanarte y Pérez Colman. Llamar al orden a Amallo. Sacarlo al Jefe de Policía. La gente habla de una fuerte sociedad de contrabandistas encabezadas por Pérez Colman, Mola…
--Pero General, ¿Usted se da cuenta?
--Me doy cuenta de todo, señor Presidente, y hasta debe sacarme a mí si cree que conmigo va a estar mejor.
--General ¿usted sabe lo contento que estoy con Usted?
En ese momento se abrió la puerta y entró Elpidio González acompañado por el Jefe de la Policía, coronel Juan Graneros. Después de los saludos de práctica dijo Yrigoyen:
--Aquí estamos con el General hablando de grandes novedades. Él está convencido de que las cosas que pasan son graves. Me ha dicho que anoche ha habido una reunión de muchos militares encabezados por unos cuantos palanganas. ¿Y Usted que dice de esto Graneros?
--Siento tener que desmentir al General Dellepiane, pero la reunión no se debe haber efectuado porque mis hombres de confianza nada han podido comprobar.
Dellepiane al oír éste desmentido se le acercó a Graneros y le dice con cierta violencia y despreciativamente: Usted no sabe nada ni ha sabido nunca nada ni lo sabrá. Le vuelvo a decir que su policía no sirve y que lo traiciona. Lo que he dicho es la verdad, señor Presidente, continuó Dellepiane. Ahora hay que proceder. Usted permítame que yo obre y no se arrepentirá. Usted obre también en la forma que me ha permitido indicarle y no se arrepentirá. Es la única manera de evitar que el país vaya a la ruina.
Dicho esto, Dellepiane se retiró “muy contento del resultado de la entrevista” que se había prolongado por casi una hora. Speroni observó: “Graneros y González se quedaron en el despacho del Presidente.”
Al llegar a su despacho el Ministro de Guerra procedió a ordenar las detenciones de todos los militares que integraban la lista de Passerón y varias comisiones partieron a cumplir las órdenes. “En ese momento (Dellepiane) me ordenó que le fuese a comunicar a Graneros que el mayor (Manuel José Ricardo) Thorne iba a ser conducido al Departamento de Policía para hacerlo cantar. Al llegar al despacho de González llegó el general Elías Álvarez (comandante de Campo de Mayo), quien se puso a conversar con el Ministro y con Graneros. Vi que los tres se sonreían y salieron para el despacho del Presidente.
Mientras Hipólito Yrigoyen y la mayoría de sus colaboradores no daban ningún crédito a las informaciones que sostenían que había una conspiración en marcha, en el seno de las fuerzas revolucionarias se debatía si se debía hacer una “revolución” o simplemente “adecentar el poder” y tras un breve período convocar a elecciones presidenciales. Uriburu encabezaba a los primeros. Agustín P. Justo y la clase política se inclinaban por lo segundo.
El viernes 29 de agosto a primera hora de la mañana elmayor Marcelo Luciano Beovide le aseguró a Dellepiane que el capitán González le había confirmado que participó en la reunión “a la cual había sido llevado engañado. Traía Beovide otra lista (dada por González) que conjuntamente con la facilitada por Passerón completaba a 52 el número de jefes y oficiales. El diputado Vázquez llegó a la tarde al Ministerio de Guerra y tras conversar con Dellepiane sobre la agitación estudiantil, los dos se dirigieron al despacho de Elpidio González. El Ministro del Interior se encontraba acompañado por el general Álvarez y en su despacho “reservado” esperaba el vicepresidente de la Nación Enrique Martínez acompañado por el coronel Valotta. El último párrafo del testimonio del Teniente Speroni dice así: “Dellepiane le manifestó a González que había tenido noticias esa mañana de que en las facultades el ambiente se estaba caldeando. (Elpidio) González dijo que esto no tenía importancia.”
Ese mismo día, Buenos Aires había amanecido empapelada con unos carteles que tenían como título: “Advertencia perentoria: La Revolución Presidencial o la Guerra Necesaria” y terminaban diciendo: “Renuncie, señor; sea honrado como Rivadavia, que resignó el mando cuando le faltó, como a Usted, la confianza de la República.” Firmaba la demanda Manuel Carlés (fundador de la Liga Patriótica Argentina). A la noche se llevó a cabo una impresionante manifestación radical de apoyo a Yrigoyen que transitó por las principales avenidas y plazas de Buenos Aires.
El domingo 31 de agosto una sonora silbatina se abatió sobre la figura del Ministro de Agricultura y Ganadería, Juan B. Fleitas, durante el acto de apertura de la exposición de la Sociedad Rural. No pudo pronunciar su discurso y tuvo que retirarse. Un acto finamente preparado dicen algunos autores, que constata la falta de reflejos del gobierno.
El archivo del general Oscar R. Silva contiene, además del largo relato de Speroni, el texto de la renuncia del Jefe del Ejército, firmada y dada a conocer (aceptada) el 3 de septiembre de 1930. Faltaban 72 horas para que se derrumbara la presidencia de Hipólito Yrigoyen. Tras la desautorización y la partida del Teniente General Dellepiane del gobierno se le dejó el campo llano a la conspiración. De su texto se pueden observar algunas veladas críticas al Primer Mandatario: “He acompañado, a pesar de mí voluntad y contrariando mi conciencia a Vuestra Excelencia, en la refrendación de decretos concediendo dádivas generosas, pensando que esto pudiera liquidar definitivamente una situación sobre la cual el país no debía reincidir […] “No soy político y me repugnan las intrigas que he visto a mi alrededor, obra fundamental de incapaces y ambiciosos; pero soy observador…He visto y veo alrededor de V.E. pocos leales y muchos intereses.”
Por aquellos días había tres altos funcionarios que, al decir de Félix Luna, hacían “rancho aparte” desde hacía mucho tiempo, tal como nos señala el documento de Speroni. Los tres miraron para otro lado y no supieron o no quisieron parar el golpe de Estado, cada uno –como veremos-- tenía sus razones (en particular el vicepresidente y el Ministro del Interior). El vicepresidente Martínez, alejado políticamente de Yrigoyen, imaginó que sería su sucesor: Uriburu le hizo llegar un mensaje que la revolución solo tenía como objetivo desplazar al Presidente de la Nación. “El general Uriburu me ha ofrecido ponerme de presidente”, le dijo al diputado radical Gilberto Zabala. El ministro de Justicia e Instrucción Pública Juan De la Campa insinuaba que Hipólito Yrigoyen manifestaba una conducta senil y, finalmente, Elpidio González, el Ministro del Interior, que combatió con burlas –lo trataba de “loco”—al Ministro de Guerra, Teniente General Dellepiane, asumió interinamente sus funciones el miércoles 3 de septiembre.
Al día siguiente, el jueves 4 de septiembre, tras largos conciliábulos en la Casa de Gobierno, entre Martínez, González, De la Campa y Horacio Oyhanarte (Ministro de Relaciones Exteriores), mientras en las calles de Buenos Aires campeaba el desorden y la agitación estudiantil, De la Campa visitó a Yrigoyen en su casa de la calle Brasil. Le relata lo que sucede en la Capital Federal y le dice que sería necesario que delegue el mando para apaciguar los ánimos y dominar la conspiración. Ironías de la historia: ahora los funcionarios aceptaban que existía una conspiración. Don Hipólito solo respondió que necesitaba meditar y que el lunes 8 de septiembre haría conocer su opinión. Hay otra gestión en la casa de la calle Brasil al día siguiente, viernes 5 de septiembre, y la cumplen Oyhanarte, De la Campa, Elpidio González y el Secretario de la Presidencia, Silvio E. Bonardi, un amigo del Presidente considerado un “ministro sin cartera”, acompañando a Pedro Escudero, el último médico de cabecera presidencial.
En un momento solo entró el doctor Escudero y le dijo:
--”Quiero que me escuche, señor Presidente. Como médico debo decirle que su salud necesita cuidados y temo mucho que no pueda resistir el ímprobo trabajo a que su cargo lo obliga. Desgraciadamente, la gravedad de la situación exige que haya una persona al frente del gobierno, y usted debe, patrióticamente, delegar el mando en el vicepresidente.”
--”Usted es mi médico, dijo Yrigoyen, y debo seguir sus indicaciones. Porque para eso es usted mi médico. ¿Qué me aconseja?”
--”Lo dicho, que delegue el mando”.
--”Está bien, llámelo a Elpidio y que redacte el documento.”
Ya en esas horas, mientras se ultimaban los últimos detalles de la conspiración, por cuestiones de seguridad el Teniente General (R) José Félix Uriburu esperaba el día del “acontecimiento” en una casa de la calle Juncal y Larrea. Y en Haedo, provincia de Buenos Aires, unos sesenta y cinco civiles pasaron la noche en la mansión de conservador Manuel A. Fresco (llegaría a gobernador de Buenos Aires por el Partido Demócrata Nacional entre 1934-1940).
Tras el paso de los años las críticas por traicionar a Yrigoyen se dirigen a Elpidio González y el vicepresidente Martínez. El dirigente radical Francisco Ratto –sindicado como el que reconcilió a Yrigoyen con Alvear en 1932—dirá que Elpidio González “a mi juicio es el verdadero traidor. Es que no había sido fiel a Yrigoyen, pues lo guiaba a él, como a otros, el interés no confesable de apoderarse de su herencia política. Yrigoyen, que lo comprendió perfectamente, nunca volvió a recibirlo mientras estuvo en la calle Sarmiento, a pesar que lo vi hacer allí antesalas…”. Se refería al solar de la calle Sarmiento 948 donde moriría Yrigoyen el 3 de julio de 1933. Sobre Martínez se sostiene, entre otras actitudes poco claras, que su hermano había logrado el compromiso de Uriburu de continuar en la Casa Rosada solo si Hipólito Yrigoyen se alejaba del poder
Al margen de todas las maniobras que se tejían en la Casa de Gobierno, a media tarde del viernes 5 de septiembre Enrique Martínez asumió la presidencia de la Nación por delegación del mando. Casi inmediatamente aplica los artículos 23 y 86 de la Carta Magna y declara el Estado de Sitio por 30 días en la Capital Federal. El diario “Crónica” lanza a la calle una edición que lleva como título de tapa: “La tiranía se defiende con el Estado de Sitio”.
Cerca
de las 22 horas el coronel Francisco Reynolds, director del Colegio
Militar de la Nación, se vuelca a favor de la revolución. No estando su
amigo Yrigoyen en el poder el jefe militar entiende que su compromiso
constitucional ya no existe. A través de su amigo Julio Figueroa le hace
saber a Uriburu que se ponía a su disposición “incondicionalmente”.
A las 7.30 del sábado 6 de septiembre de 1930 llegó al Colegio Militar (en la localidad bonaerense de San Martín) el Jefe del “movimiento cívico-militar”. Cerca de las 10 el Cuerpo de Cadetes –no más de 1.000 efectivos-- se puso en marcha y Uriburu acompañaba desde su automóvil junto a sus ayudantes y el coronel Juan Bautista Molina. Entraron en la Capital Federal casi sin inconvenientes y el gobierno no manifestaba ninguna reacción (a pesar de contar con guarniciones leales). El gobierno aparentaba el deambular de un ciego ante los manotazos de un cuartelazo. Solo al pasar por el Congreso la columna revolucionaria fue tiroteada y dos cadetes murieron: Jorge Güemes y Carlos Larguía y más de una docena fueron heridos.
“En la Casa de Gobierno se producían escenas tragicómicas” cuenta Félix Luna, hijo de don Pelagio Luna el primer vicepresidente de Yrigoyen. Martínez no quería pelear porque en secreto parecía esperar “el compromiso” de Uriburu. Al paso de las horas gritó: “¡Me han traicionado!”, y pretendió escapar y el Ministro Ábalos y otros no lo dejaron. Pasadas las 17 horas un conjunto de camiones y automóviles subieron las plataformas de la Casa Rosada. En un coche abierto, sonriente y aplaudido, llegaba José Félix Uriburu acompañado, entre otros, por el capitán Juan Domingo Perón. El jefe revolucionario entró al palacio presidencial y, en el comedor, se enfrento cara a cara con Martínez. El general Uriburu le exigió la renuncia y Martínez presionado por la numerosa concurrencia la rechazó. Comenzó una gritería de un lado y de otro hasta que intervino la voz serena del general Agustín P. Justo: “Calma Pepe” le dijo a Uriburu y pidió hablar a solas con el vicepresidente. Solo quedó Matías Sánchez.
Sorondo (sería el Ministro del Interior del golpe) como acompañante del general revolucionario. Durante el encuentro se suscitó el siguiente diálogo:
--Sánchez Sorondo le dice que “debe renunciar, abandonar el cargo. Esto es una revolución”.
--Enrique Martínez: “Pero, esto es una traición”.
--Sánchez Sorondo: “Doctor Martínez, al enemigo no se lo traiciona, se lo engaña.”
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