El origen de la palabra boludo
A partir de un artículo publicado en el diario Clarín, Cristina Pérez y Gonzalo Sánchez hablaron sobre la historia de la palabra “boludo”, uno de los términos más representativos de la idiosincrasia argentina.Cristina Pérez
“La historia de la Historia dice que los primeros boludos fueron los valientes gauchos que, en las Guerras de Independencia, mataban a los españoles con sus bolas de piedra y sus boleadoras”.
Así lo cuenta la escritora María Laura Dedé en su libro Deslenguados, una especie de diccionario razonado de “malas palabras”.
“En la primera fila -cuenta Dedé- iban los pelotudos, quienes derribaban a los caballos enemigos con grandes piedras o pelotas. En segunda fila estaban los lanceros, que pinchaban a los jinetes caídos; y en tercer lugar, los boludos, que terminaban de matarlos con las boleadoras. Pero los gauchos también morían, por eso un diputado una vez dijo: ‘no hay que ser boludo’, y así quedó: pelotudo y boludo eran los que se dejaban matar, aunque, según este señor, ser pelotudo era peor, porque iban adelante. Se ve que el diputado no entendía que los gauchos estaban defendiendo la Patria… por convicción o porque no tenían otro medio de subsistencia”.
La palabra, además de ser entre los jóvenes una manera de llamarse y no un insulto, en 2013 fue elegida por el poeta Juan Gelman como la que mejor representa el lenguaje de los argentinos.
Se lo había pedido el diario español El País en el contexto del VI Congreso de la Lengua, en Panamá. “Es un término muy popular y dueño de una gran ambivalencia hoy.
Entraña la referencia a una persona tonta, estúpida o idiota; pero no siempre implica esa connotación de insulto o despectiva. En los últimos años me ha sorprendido la acepción o su empleo entre amigos, casi como un comodín de complicidad.
Ha venido perdiendo el sentido insultante. Ha mutado a un lado más desenfadado, pero sin perder su origen”, argumentó Gelman. ¿Sabría su origen?
Advertencia al lector: en esta nota no hay eufemismos. Más bien se llama a las cosas por su nombre. Aquí hay “malas palabras, improperios y otras cosas peores”, como dice el subtítulo de Deslenguados.
El libro recoge el origen de algunas palabras, sinónimos y cambios curiosos. Como el “hijo de puta”. En ese caso, explica: “Los tiempos cambian las palabras y las palabras cambian los tiempos, por eso, para no estigmatizar, mucha gente ya lo reemplaza por hijo/a/e de yuta (acepción vulgar de policía), aunque, ¿no estamos estigmatizando otra vez?”
Dedé -que es autora de unos 30 títulos, entre cuentos y poemas- habla con voz dulce y melodiosa, difícil de asociar con forro, joder, mierda o pija, algunas de las palabras que desmenuza en su libro, que más que un libro es una suerte de diccionario. “Fue casi una triquiñuela –explica- una manera de invitar a los chicos (y no tanto) a que lo lean para que pensemos juntos.”
-¿Por qué quisiste escribir sobre malas palabras?
-Más que escribir, es un libro que vomité, porque muchas de las palabras que venía escuchando me estaban cayendo mal. Fue una cuestión visceral: tuve que expulsar lo que me pasaba con esa violencia verbal a la que estamos sometidos cotidianamente en casa, en la escuela, en la calle, en el trabajo y en los medios.
Deslenguados es casi un tratado acerca de esas palabras que a veces se pronuncian sin tener conciencia de su efecto. La autora plantea un esquema, una suerte de método de estudio con un correlato gráfico: por un lado están las palabras amarillas, las “malas palabras”, separadas a su vez en “feas, sucias y malas”.
Que según Dedé tienen que ver con nuestro canon social de belleza, lo escatológico y lo sexual, respectivamente. “Las pongo en amarillo porque son más fuertes que el resto y, por lo tanto, al decirlas hay que prestar atención”, recomienda.
En segundo lugar están los improperios, en anaranjado, que son los insultos exclusivamente verbales, los ofensivos por antonomasia. “Deberíamos ser conscientes de por qué necesitamos usarlos y qué le puede pasar al otro cuando los escucha”, reflexiona.
Después vienen las “cosas peores” en rojo, con algunas que ni siquiera incluyen malas palabras. Otras son improperios sociales.
María Laura cree que ambas son verdaderamente peligrosas: “Las primeras, porque, disfrazadas de ‘palabras comunes’, socavan la autoestima y la integridad del más débil. ‘No servís para nada’, ‘Vos nunca vas a aprender’, ‘Si sos hombre no llorés’ o ‘Lo que vos necesitás es un macho al lado’ son frases denigrantes que, al ser dichas por alguien que detenta autoridad, dejan huellas indelebles.”
Las segundas “cosas peores” son los insultos sociales, que ella define como la réplica de estereotipos construidos desde el poder para alimentar la asimetría. “’Negro’, ‘maricón’, ‘putita’, con el sentido peyorativo que tienen hoy, deberían ser anacronismos. Porque las palabras tienen cuerpo y a su paso van creando realidad.”
Claro que por suerte también hay otras, que llama “palabras mágicas”, y están en color verde. “Son las que sirven para acercarnos y avanzar: ‘Sé que hiciste lo mejor’, ‘Contá conmigo’, ‘Te extraño’, respaldadas con la acción, son frases sanadoras que alientan, tienden lazos y abren puertas.
-¿Creés que este es un libro para que los chicos lean solos?
-Cada uno va a encontrar su manera de leerlo. Algunos lo devorarán completo, otros hojearán sólo el diccionario. Unos lo leerán todo seguido y otros lo tendrán como material de consulta, una palabra cada tanto. Alguno lo leerá solo, a escondidas, en el baño. Habrá chicos que lean también las partes dirigidas a los adultos (y no pasa nada, a lo sumo se van a aburrir) y algunos grandes leerán solo las partes para los chicos. También hay docentes que lo llevan para abrir el debate en las aulas.
Deslenguados apunta además a convertirse en una herramienta de educación sexual: habla del goce, de la masturbación masculina pero también de la femenina, de la prostitución, la trata, la identidad de género y la orientación sexual.
Habla de la importancia de la palabra NO y alerta sobre la violencia sexual desde la primera infancia. Pero también cuenta cómo la gente comía caca en el medioevo e incluye chistes ingenuos.
“Estas son las puertas por las que los chicos de 8 o 9 años entran al libro y lo disfrutan. Ya tendrán tiempo de entender lo más difícil mientras mantengan el libro al alcance, en la biblioteca”.
-¿Cómo manejaron las ilustraciones de algo tan intangible como las palabras?
-Fue un camino muy delicado que fuimos recorriendo con el ilustrador, Héctor Borlasca. Había que prestar atención de no ser agresivos ni vulgares, por un lado; y de no contradecir en los dibujos lo que explicábamos en palabras, por el otro.
-Se ve que hay una investigación, se incluye bibliografía… ¿Cómo fue ese proceso?
-Fui leyendo y marcando todos los libros que busqué ex profeso y otros que fueron llegando a mí: desde “Puto el que lee”, de Pablo Marchetti o “Las malas palabras” de Ariel Arango, pasando por libros sobre violencia de género, los conceptos de belleza de Umberto Eco, blogs de internet o un pasquín casero sobre masturbación femenina que compré en una feria de Villa Las Rosas. Hasta Cyrano de Bergerac tuvo algo interesante para decirme.
Los insultos que decían nuestros abuelos
Adefesio: Persona bochornosamente horripilante.
Alcornoque: Persona tonta, bruta. Viene del árbol del alcornoque, que es ahuecado.
Alfeñique: Persona flaquita y débil. Un viento la tira al suelo.
Badulaque: Persona tonta, cantamañanas, zascandil.
Bellaco: Mal bicho.
Bultuntún: Que habla sin ton ni son, o sea, sin pensar
Cachivache: Persona ridícula, mentirosa e inútil.
Cagalindes: Persona cagona, cobarde.
Chapucero: Chanta, chantún, chantuna.
Echacuervos: Persona alcahueta, buchona.
Estafermo: Persona embobada, que no razona ni entiende nada.
Granuja: Persona que busca sacar provecho del otro.
Latoso: Plomo, pesado. Parlanchín.
Mamerto: Tarambana, tonto, retonto.
Mentecato: Mamerto que se se hace el sabelotodo.
Mequetrefe: Monicaco. Personita de cuerpo o mente minúscula.
Palurdo: Pateto, paleto, maleducado.
Pelandrún: Persona vaga e irresponsable.
Pelele: Persona que se deja manipular. Viene del muñeco de paja o tela que se quema en carnaval.
Pindongo: Persona que lleva una vida callejera, pero no precisamente por ser vendedor ambulante.
Raspamonedas: Estafador profesional.
Tiquismiquis: Persona muy remilgada.
Zampabollos: Persona comilona en exceso. Golosa.
Zurriburri: Vil, de poca monta.
Zurumbático: Persona atontada, aturdida, sombría, y con muy mal carácter.
Artículo extraído del diario Clarín – Por Graciela Baduel
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