Las heroicas historias de los argentinos que lucharon en la Primera Guerra Mundial
Por Claudio Meunier Reus | Infobae
Foto tomada en 1916 muestra a los soldados franceses moviéndose en ataque desde su trinchera durante la batalla de Verdun, durante la primera guerra mundial (AFP / David COURBET)
Los portones de hierro en el pequeño pueblo de Alzonne, Francia, crujen empujados por las manos de sus moradores. La sinfonía desacompasada de los chirriantes sonidos se mezclan con las voces de los vecinos. Nerviosos y desconcertados, propagan la noticia ganando las calles. La quemada viva de Rouen, Juana de Arco, la Virgen María y el Arcángel Miguel se han aparecido a tres niños en un barranco sobre el arroyo Fresquel para ser escuchados.
Los pobladores, en silencio caminan entre los senderos del arroyo bajo las arboledas de generosos Álamos que aprisionan el cauce del arroyo ofreciendo alivio a cualquier bañista en el tórrido y pesado verano que atraviesa el suelo francés. Los niños corren a través de las callejuelas empedradas, otros sortean los alambres de campo, mojan sus pies desnudos y luego corren entre los trigales sesgados para llegar al lugar de los hechos.
Algunos ancianos, simples curiosos ante el rumor de lo que acontece, abandonan sus sillas en el único café del pueblo y fumando sus pipas se aventuran como los demás por los senderos atravesando barreras de cañas para observar la autenticidad de los hechos. Desde el puente que cruza el arroyo algunos observan la aparición.
¿Es Juana de Arco? Un espectro brillante translucido monta a caballo con una lanza en alto y sostiene un estandarte al viento observando en silencio a los niños. Promete volver a fines de ese mes, julio de 1913 y dejarles un mensaje de advertencia al pueblo francés anunciando la dura prueba que Francia va a sufrir.
Protestantes, católicos, supersticiosos, patriotas, no creyentes y videntes, acuden al lugar refugiándose bajo los álamos que bordean el Fresquel esperando una nueva aparición pero, nada ocurre.
Las autoridades eclesiásticas ante el desborde humano intervienen, la opinión pública debate sobre el tema, los diarios envían sus cronistas al pueblo de Alzonne para observar los milagros y tratar de reportear a la santa guerrera. Nadie logra su cometido. Juana de Arco no aparece y sorprende a todos como en su primera aparición. Las voces propalan que es un fraude, niños engañados por fuerzas demoniacas.
Mientras se intensifican las discusiones, la doncella de Francia, Juana de Arco, aparece ante los niños por última vez el 28 de julio de 1913. El tiempo queda detenido en el lugar, una sensación de vacío y perfume a rosas invade la zona de la aparición. Juana dirige su mirada a los niños, luego alza su vista y observa a todos aquellos que se hallan congregados para dejar su mensaje; hijos de Francia, preparaos para el cruel destino que les espera. Juana desaparece, dejando el lugar rodeado de santidad.
Los niños no entienden, pero los adultos sí y se empeñan en negarlo. Un año después ese mismo 28 de julio, pero de 1914, el pueblo de Alzonne se conmociona, la noticia confirma la aparición del año anterior. Francia le declara la guerra al Imperio Alemania ingresando en la mayor carnicería humana y animal del siglo XX con diez millones de muertos, veinte millones de soldados heridos y siete millones de civiles muertos.
Paul Dougall, Teniente del Segundo Regimiento a Caballos del Rey de Inglaterra se encontraba en el fondo de su trinchera, bajo la noche estrellada, las bengalas lanzadas al cielo iluminaban la tierra de nadie para descubrir a las tropas zapadoras cortando las alambradas de púa, pues en el amanecer durante los avances la infantería necesitaría de esos senderos abiertos. Un compañero suyo grito en español hacia las trincheras alemanas:
-¿Cuando va a terminar esta maldita guerra?
Del otro lado el alemán en el mismo idioma contesto:
-¡Cuando lleguemos a Londres la puta que te pario!
Teniente Dougall, voluntario argentino durante la Primera Guerra Mundial con el Segundo Regimiento británico a caballo del Rey Eduardo (Gentileza Paul Dougall)
Dougall quedo sorprendido bajo la helada lluvia que lo congelaba hasta la medula, sus botas yacían enterradas hasta los tobillos, en esos días celebró su milagro más grande, estar vivo con 28 años de edad en una trinchera a doscientos metros de la línea enemiga con balas silbando apenas unos centímetros por encima de su cabeza y los proyectiles de artillería propios volando en las alturas escupiendo su fuego y trayendo su silbido de muerte. Esos proyectiles llamados bombas de alto impacto generaban soplidos violentos, Dougall temió de ellos al creer que ese soplido podría arrancarle el cuero cabelludo. Sobrevivió dirigiendo a su tropa, exponiéndose en los avances, las balas picaron cientos de veces alrededor suyo sin tocarlo hasta que la muerte disgustada se esforzó en llevárselo.
Durante un duelo de artillería, Dougall observo en su puesto como los proyectiles de las baterías pesadas caían sobre el enemigo, sus ojos jamás pudieron olvidar esa masacre. Las barricadas y trozos de trinchera se elevaban en el aire mezclado con barro y cuerpos humanos que salían despedidos a centenares de metros.
Hacia el final del bombardeo Dougall escucho un ruido en el cielo, parecía un tren a toda velocidad, supo que era un proyectil de alto poder, quiso cubrirse pero el proyectil llego antes. Una explosión indescriptible lo noqueo, el impacto fue terrorífico, Paul Dougall alcanzo a pensar que el proyectil le había arrancado la cabeza, el rifle voló de sus manos, pensó en que ese era el final y luego perdió el conocimiento. Escuchó voces en la lejanía, descubrió que era su tropa desenterrándolo, poco después emergía y su instinto le dijo que debía agradecer a Dios. Escapar de algo así era obra de un milagro. Dougall siguió siendo cuidado por una fuerza desconocida, en su regimiento, él era uno de los pocos sobrevivientes originales tras cuatro años de carnicería.
En el último año de la guerra, un piloto de combate oraba a bordo de su pequeño avión a la Virgen María cuando su muerte parecía inevitable. "¡Virgencita ayúdame! que mi muerte sea rápida", exclamó para sí mismo en la pequeña cabina de su avión Luis Eduardo Capparucci. Ese 30 de octubre el escuadrón 78 de caza fue llamado para realizar un vuelo ofensivo sobre la llanura de San Fior en poder de los austriacos, Capparucci, nacido el 13 de marzo de 1895 en Rafaela, Santa fe, Argentina fue uno de los pilotos elegidos para la misión.
Luis Eduardo Capparucci, voluntario argentino en la Fuerza Aérea Italiana montado sobre un Hanriot de su escuadrón, número 78, retratándose para probar ante la superioridad su regreso en el avión Oreste Codeghini (en la cabina) luego de ser abatido por fuego austríaco (Claudio Meunier via Paolo Virriale / Roberto Gentili)
Cuando los pequeños biplanos Hanriot de color metalizado con unas espadas azules pintadas en su fuselaje arribaron al área fueron presa del fuego antiaéreo austriaco. Capparucci fue sorprendido por una explosión que lo sacudió en forma violenta dentro de su cabina. De Inmediato, el motor comenzó a ratear lanzando una columna de humo viscoso por el cielo escribiendo su destino final. Capparucci supo que los austriacos le habían dado, su avión sería presa de las llamas y su destino era uno solo, morir carbonizado en la cabina, pues ellos no utilizaban paracaídas, solo un milagro lo traería de vuelta a casa.
Oreste Codeghini, otro de los pilotos que volaba al lado suyo observo la escena tras sus enormes antiparras sin llamarle la atención, la muerte reclamaba todo el tiempo y parecía que el ticket de ese día era de Capparucci, su turno había llegado. El santafesino comenzó a retrasarse, el motor lanzo su último estertor de vida con una corta explosión y se detuvo la hélice.
En tierra los austriacos festejaban el fin de ese avión italiano y trataban de derribar al de Codeghini, las tropas abrieron fuego sobre ellos para rematarlos con fusiles, ametralladoras y cañones mientras volaban a 100 metros de altura. El humo comenzó a entrometerse dentro de la cabina del piloto santafesino, el fuego aparecería en segundos.
Por suerte el suelo se acercaba, observó delante suyo unas tierras aptas para aterrizar descubriendo que era el campo de San Fior abandonado por la aviación austriaca. Le hizo señas a Codeghini que trataría de aterrizar. Su compañero ganó altura, exponiéndose a las descargas letales de plomo lanzadas contra él para atraer el fuego sobre sí mismo mientras el santafesino se lanzaba sobre la pista y aterrizaba detrás de un bosque en el perímetro del campo aéreo. Capparucci se deslizó sobre las flores y tocoó sobre esa pampa verde como una abeja lo hace en una flor. Luego se desató el correaje de seguridad, saltó de la cabina y se alejó del avión a la carrera. La Virgen parecía haberlo acompañado en este difícil trance que duró segundos. Sin embargo esto apenas comenzaba. Escuchó el motor del otro avión, giró su cuello buscando a su amigo y observo a Codeghini aproximándose para aterrizar.
Capparucci se detuvo observando la postal, unos disparos rebotaron cerca suyo, era la infantería austriaca que no contenta con haberlo derribado buscaba darle muerte. Correr y correr fue su única opción mientras Codeghini aterrizaba con su motor en marcha. La pregunta era cómo saldría de allí, en la cabina no existía lugar para dos, apenas entraba un solo hombre de contextura menuda. El piloto argentino, salto sobre el fuselaje del avión, detrás de la cabina de Codeghini y como si estuviera cabalgando sobre un caballo presionó sus botas contra la tela del fuselaje y aferró sus manos a dos parantes que sostenían las alas superiores, sin casco, sin paracaídas, sentado fuera del avión, esperando no recibir un tiro enemigo y confiando en que la Virgen no lo abandonara Capparucci vio alejarse el piso cuando su compañero levanto vuelo. Minutos más tarde Codeghini llegaba a la base y enfrentaba un problema, el aterrizaje tendría que ser suave, evitando que su camarada cayera. Quienes se encontraban en tierra observaron el milagro, una persona abrazada al avión fuera de este. La noticia de este hecho cundió por toda la base extendiéndose a toda la Fuerza Aérea Italiana. Se les tomó una fotografía de recuerdo a Codeghini y Capparucci en la forma que volvieron para recuerdo y registro de este hecho sin precedentes en la guerra.
Paul Dougall tuvo un solo deseo al finalizar la guerra, olvidar el día en que estaban preparados para ocupar posiciones enemigas desde un sector desfavorable y sabían que sus horas de vida estaban contadas. Sin embargo, la orden jamás llegó. Aunque dejó una marca dolorosa en su vida.
En julio de 1948 escribió una carta desde El Palacio de Tribunales en Buenos Aires y decía así:
"Estoy solo, las sucias paredes de la celda parecen avanzar lentamente hacia mí, magnificando mi opresiva y humillante soledad. La manta sobre el improvisado catre está infestada de piojos, lo que me obliga a buscar descanso en el frió piso de cemento alisado. Tomo mi cabeza con las manos, mis codos encuentran apoyo en las rodillas. ¿Que hago acá? Encarcelado por el gobierno argentino del presidente Perón, este país al que le he dado todo, las imágenes vuelven a mí como fantasmas, otro calabozo en Inglaterra durante la primera guerra, encerrado allí por increpar a un suboficial ingles, esos eran gajes de oficio, pero lo de ahora es una persecución política. Anti- argentino, es el mote que me han colocado, porque así funciona este régimen, el aparato estatal apela a los mecanismos siniestros de propaganda para intentar destruir mi virtud, ser opositor a este gobierno. Soy argentino, nacido en el Tigre, clase 87 distrito militar 68, voluntario de la Primera Guerra Mundial. Mi esposa es argentina nacida en San Fernando, mis hijos son argentinos y mi padre es un escocés naturalizado que fue oficial de la Armada Argentina, valiente integrante de la Campaña del Chaco en 1884. ¿Anti argentino? Estoy acá porque soy el último broadcaster libre e independiente que no entregó su alma ni su programación al régimen. Radio Excelsior es una obra cultural y artística. La cabeza se me parte al medio, entre el hambre, el frió y la rabia, no consigo dormir. Cierro mis ojos a ver si con la intimidad de la oscuridad consigo un poco de paz".
Paul Dougall creó la era dorada de la radio en la década de los años 30 y 40 junto a Jaime Yankelevich, Benjamin Gache y los hermanos Del Ponte. Fue quien hizo famosa a Doña Petrona C de Gandulfo a través de la radio. Su radio, su creación Radio Excelsior fue la última estación de radio en ser expropiada por el régimen peronista en agosto de 1949. Paul Dougall fue liberado, no volvió jamás a los medios, murió como una persona anónima en su querida Buenos Aires.
Eduardo Capparucci sobrevivió a la contienda y se convirtió en devoto de la Virgen de Loreto, Patrona de los aviadores. El 5 de septiembre de 1922 se convirtió en el primer aviador en aterrizar en el nuevo aeropuerto de Loreto.
El Capitán Vicente Almandos Almonacid, aviador voluntario al servicio de Francia, pionero en el bombardeo nocturno y recordado por su hidalguía y comportamiento en los combates aéreos con el enemigo (Archivo Claudio Meunier)
Volvió a su Argentina natal luego de la guerra, pero su estadía duro poco. Un llamado desde el aerodromo de Loreto que considero impostergable lo obligo a volver y pronto se convirtió en su piloto instructor.
Capparucci fue galardonado con la medalla conmemorativa de la guerra de 1915-1918 y cuatro campañas, medalla Aeronáutica Militar, Cruz de Oro de servicio, Caballero de la Orden de la Corona de Italia y Caballero de Vittorio Veneto así como la Medalla de Plata por consagrar con valor sus dotes de soldado y piloto, audaz y valiente en la primera Guerra Mundial.
Capparucci fue nombrado Instructor Profesional de Pilotaje realizo esta actividad hasta 1939 y luego con a volar en la fábrica italiana de aviación FIAT.
Capparucci ascendido a Teniente, fue asignado como instructor de vuelo en Perugia en aviones Caproni 100. Quedó con el aeropuerto de Perugia desarrollando diferentes tareas hasta el 8 de septiembre de 1943 cuando llego el armisticio a la zona. Así concluyo la vida aventurera de Capparucci con la aviación.
En 1955 fue ascendido a capitán en la reserva y en 1972 ascendido a Mayor título de honor. Pasó el resto de su vida en la familia en Montecassiano y luego a Ancona donde dejo este mundo en 1980.
Juana de Arco no volvió a aparecer luego de la guerra, pero otro ser apareció en un cerro de Pigue dejando un mensaje a una persona, una fecha exacta, 1 de septiembre de 1939, el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, con veinte años de 19 años de anticipación, pero esa, es otra historia.
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