jueves, 16 de diciembre de 2021

PGM: El espía que vigilaba desde las rocas

El espía que se ocultaba en un yacimiento arqueológico

Hugh Borthwick, el escocés que habitó y salvó del expolio la isla del Fraile (Murcia), vigilaba en realidad a los barcos alemanes

Vicente G. Olaya  ||  El País



Isla del Fraile (Águilas, Murcia), desde donde Hugh Borthwick vigilaba a los cargueros alemanes. Juan de Dios Hernández

Llegaron a Águilas (Murcia) a finales del XIX en vagones de madera arrastrados por las máquinas de vapor de la compañía The Great Southern of Spain Railway Company Limited (GSSR). Eran los ingenieros británicos que iban a explotar las minas de hierro de la sierra de Filabres. Las traviesas de aquel tren minero acababan justo en el embarcadero de Hornillos, donde los barcos alemanes, ingleses y con bandera neutral llenaban sus bodegas con el precioso cargamento férrico que sería indispensable en la inminente Primera Guerra Mundial. Frente al muelle, la pequeña isla del Fraile; y sobre el islote, el noble escocés Hugh Pakenham Borthwick, con sus sirvientes. Una de las mujeres que atendía su casa dejó grabada en cinta magnetofónica en los pasados años ochenta la vida cotidiana del aristócrata, que llegó en 1912 a la isla y la abandonó en 1920, poco después de terminar la Gran Guerra que destruyó Europa. Borthwich no prestó nunca atención al entorno arqueológico que pisaba, lo que permitió que el yacimiento se salvara del expolio. Y que, ahora, el Área de Arqueología de la Universidad de Murcia y el Museo Arqueológico de Águilas, con la colaboración del Ayuntamiento, excaven en busca de un auténtico tesoro: posibles restos de un edificio monumental, monedas, un asentamiento romano y una necrópolis islámica con un enterramiento infantil. A Borthwick nunca le interesó, porque estaba ocupado con su propio misterio. Solo miraba hacia un lugar: el muelle con los buques cargados de hierro. Iba apuntando el nombre de las naves y sus banderas.

María Abellán Ruiz, entonces de unos 12 años, su madre y su abuela eran tres de las asistentas que cuidaban la vivienda que Borthwick habitaba en la isla. José Asensio, profesor y colaborador de isabadell.cat, es el nieto de María. En 1983, grabó lo que, la ya anciana, recordaba de la vida del escocés. “No tenía relación con la colonia inglesa. Él era su periódico, su correspondencia… Siempre estaba leyendo. Recibía muchas cartas. Pero nunca las guardaba. Las destruía después de leerlas. Los periódicos sí que los guardaba. Se acostaba muy temprano, siempre con su revolver debajo de la almohada, pero no le tenía miedo a nada. Nunca nos explicó por qué tenía el arma…”.
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Historiadores, testigos y archivos coinciden en que el espía avisaba a su enlace cuando un barco alemán o de un país neutral cargaba mineral de hierro. El operativo de alerta estaba bien diseñado porque, tras la advertencia, la nave carguera era hundida por los submarinos británicos. “Aunque las habladurías lo señalan”, aclara Asensio, “como desertor de la guerra, la verdad es que su misión era espiar a los alemanes desde su situación privilegiada en la isla del Fraile”.

En 1992 el escritor Juan Navarro, en su libro Huellas del pasado, recordó que “don Hugo, como le llamaban los aguileños, se instaló, además de en la isla, en la localidad, en dos viviendas que aún existen”.

La población británica en Águilas, a principios del XX, era muy importante y su manera de vivir había calado entre el vecindario. De hecho, los ingleses crearon el primer equipo de fútbol local (donde jugó Borthwick), introdujeron el rugby y el tenis y hasta condujeron el primer coche de motor por las calles del municipio. Trajeron también su propia arquitectura, su ingeniería y, por supuesto, su idioma. “En aquella época había vecinos en Águilas que no sabían escribir, pero que hablaban inglés por el contacto diario con los extranjeros”, explica Juan de Dios Hernández, arqueólogo municipal.

Hugh Pakenham Borthwick, en noviembre de 1911.

La isla ―a solo 100 metros de la costa― era propiedad del banquero escocés John Gray (Juan Gray), que se la vendió en 1910 al teniente coronel del Ejército británico Alexander Borthwick. Y este, con la excusa de la explotación de una cantera sobre ella, se la traspasó a su hijo Hugo.

El joven Borthwick, gracias a la fortuna de su familia, había estudiado en Oxford, donde fue reclutado por el servicio secreto británico. A los 25 años, y con la isla a su nombre, ya estaba en Águilas listo para cumplir su misión. La escritora holandesa Jacqueline Sorel, que está preparando una obra sobre él, recuerda que fue destinado como espía a Águilas cuando los alemanes descubrieron a su antecesor. “Hubo un incidente con un submarino alemán en Cartagena y el agente que le precedía fue descubierto. Digamos que ya no servía para nada y el servicio secreto tuvo que cambiar de hombre rápidamente”, explica por teléfono.

Según los testimonios de la época, recogidos por Asensio, “en una época donde la pobreza era extrema en Águilas, don Hugo representaba el estereotipo de joven atractivo. Alto y con ojos azules, fumaba en pipa y vestía siempre de negro, aunque algunas veces se le veía con un traje blanco impoluto y su sombrero. Su ropa era lavada y planchada cada día por su obsesión con la limpieza”,

Siempre se mostró muy amable con sus empleados ―contaba con guardaespaldas, chófer y criados― e intentó enseñar a leer y a escribir a sus sirvientes, incluso les dio nociones de inglés. Aunque apenas se relacionaba con sus compatriotas en público, sí recibía, en cambio, visitas de diferentes británicos. “Gente muy bien vestida, con joyas y sombreros, algo completamente inimaginable para los vecinos de Águilas de principios de siglo. Era un auténtico shock”, explica Juan de Dios Hernández.

“Fue un hombre bueno”, dejó grabado María Abellán en 1983. “Le daba mucha lástima la pobreza, amaba a los niños y les repartía importantes cantidades de dinero para la época. A veces les daba 15 pesetas, que era más de lo que ganaban algunos de sus sirvientes. Así, se corrió la voz de la humanidad de don Hugo y se acercaban muchos pobres a pedir”.

Borthwick desapareció como llegó: sin avisar. Se casó en Inglaterra y a su muerte, en 1950, su esposa visitó Águilas e intentó contactar con sus sirvientes, pero muchos ya habían fallecido o no conocieron su llegada.

“Don Hugo merece”, dice Asensio, “estar presente para siempre en el nomenclátor aguileño. Me gustaría que el mirador del Hornillo [el embarcadero al que el escocés no quitaba ojo y que va a ser restaurado en breve] lleve su nombre y que se rehabiliten las viviendas de la isla donde él residió y se cree, además, allí una exposición permanente”. Todo, para el hombre que vigilaba el muelle y que no expolió el tesoro arqueológico (restos de época romana e islámica) sobre el que habitaba, la isla del Fraile, que ahora causa la admiración de los arqueólogos.

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