Sipahis otomanos defendiendo su bandera ante los polacos durante el asedio de Viena (Józef Brandt)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
Incidente Afortunado, el motín de los jenízaros que supuso su disolución
Por Jorge Álvarez || La Brújula VerdeLos jenízaros constituyeron la fuerza de élite del ejército otomano desde la Edad Media, integrando por ello no sólo las mejores unidades de choque sino también la guardia personal de los sultanes. Esto último fue confiriéndoles riquezas y un creciente poder que, a la manera de los pretorianos romanos, les llevaría a condicionar la política hasta pasar a convertirse en un peligro para la Sublime Puerta. Por eso en 1826 fueron disueltos en lo que se conoce como Vaka-i Hayriye o Incidente Afortunado.
El origen de los jenízaros está en el año 1330, casi simultáneo al nacimiento del Imperio Otomano. El fundador de éste fue Osmán I, bey (príncipe) de la ciudad de Söğüt, en la antigua Frigia (Anatolia), que a finales del siglo XIII se independizó de los selyúcidas de Rüm y dio comienzo a una expansión aprovechando las luchas internas del Imperio Bizantino y los problemas de los musulmanes ante los ataques mongoles. Tras incorporar varios territorios, derrotó al emperador Andrónico II Paleólogo y le arrebató varias urbes, entre ellas Eskişehir, Nicomedia (actual Izmit), Prusa (Bursa) y Nicea (Iznik). Cuando murió en 1326, el pueblo aclamó a su sucesor, su hijo Orhan I, al grito de «¡Que sea tan grande como Osmán!».
Osmán I/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
De esa forma, se asentaba la dinastía túrquida osmainí. Orhan, que había sido jefe del ejército en vida de su padre, puso ese cargo y el de visir en manos de su hermano Alaadin -contentándolo a la par que cortaba sus aspiraciones al trono- y ambos rompieron definitivamente el vasallaje con el sultanato de Rüm porque, al fin y al cabo, éste había sido abolido en 1308. El Imperio Otomano estaba listo para volar solo: empezó a acuñar su propia moneda, se reformó la administración y se continuó la expansionista política exterior, alcanzando el noroeste de Anatolia e interviniendo en las disputas sucesorias bizantinas, fruto de lo cual los soldados otomanos pisaron por primera vez suelo europeo.
Entre esas tropas figuraba un cuerpo de nueva creación, el de los jenízaros, resultante de una profunda reforma militar llevada a cabo por Alaadin. Él fue quien estableció un ejército permanente -un siglo antes de que Carlos VII de Francia fundase sus quince compañías de hombres de armas-, con salario y derecho a botín, introduciendo una fuerza complementaria a la habitual de guerreros turcómanos. Estos últimos eran jinetes nómadas y, por tanto, se encuadraban en unidades de caballería que se dividían en otras menores según el número de efectivos. Pero, aparte de su dudosa lealtad, siempre veleidosa, consideraban impropio combatir desmontados, así que hacía falta infantería.
La expansión otomana con Orhan I/Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons
Ahí es donde entraron los jenízaros. Orhan (o Alaadin, más bien), los incorporaron imitando las fuerzas mamelucas adoptadas por los califas abásidas, que estaban formadas por esclavos combatientes de diversas etnias. Por tanto, al principio, los yeniçeri eran básicamente prisioneros de guerra y esclavos no musulmanes, sobre todo cristianos. Sin embargo, tenían el problema de que resulta difícil convencer a adultos y asegurarse su fidelidad, al menos a escala suficiente, de ahí que a partir de 1380, ya con Murad I (el hijo de Orhan) en el trono, se instituyera una nueva y eficaz forma de reclutamiento de la que ya hablamos en otro artículo: la Devşirme o tributo de sangre.
Si devşirme se puede traducir como recolectar, tributo de sangre hace referencia a que lo que se recolectaba eran niños, pues los territorios cristianos sometidos (Anatolia, Balcanes, Europa oriental) tenían la obligación de proporcionar un número de ellos, de entre ocho y catorce años, para que fueran educados en el Islam y entrenados militarmente. Después pasaban a integrar las filas del ejército o, los más sobresalientes, de la administración. Era algo que se hacía cada lustro, aproximadamente, si bien desde 1568 pasó a ser esporádico al complementarse con los niños comprados a los piratas berberiscos.
Pese a todo, la diferencia con los mamelucos es que no se los consideraba esclavos, pues de lo contrario la devşirme estaría prohibida por la ley islámica al deber proteger a los dhimmi o Gentes del Libro (cristianos y judíos, aunque éstos estaban exentos del reclutamiento) a cambio del pago de una yizia (un impuesto por cada adulto) y un jarach (impuesto sobre la renta de la tierra). De hecho, no faltaban familias campesinas pobres que entregaban a sus hijos sabiendo que probablemente les esperaba un futuro mejor, aunque debían superar un proceso de selección o eran devueltos.
Esquema de las enderûn otomanas/Imagen: Corlumeh en Wikimedia Commons
Tras la preceptiva circuncisión, eran sometidos a un intenso adiestramiento en Anatolia para luego pasar a las siete enderûn (escuelas) de Estambul y completar un período de alfabetización y formación intelectual. Al acabar, se los destinaba según la capacidad demostrada, bien como funcionarios, bien como soldados. En el primer caso, el objetivo era desbancar a los nobles, que copaban los puestos de la administración. En el segundo, constituían la base de la infantería, repartiéndose en tres cuerpos: los Yeni Çeri (el grueso de la tropa), los Yerlica (jenízaros destinados a guarniciones urbanas); y los Kapikulu, la élite de la élite; a ellos se sumaba un cuarto, el de los Başıbozuk (irregulares, mercenarios).
Una serie de factores hizo que los jenízaros fueran adoptando una identidad propia, un espíritu de corps. En parte se debió a su normativa, que les prohibía dejar barba, les otorgaba su condición sólo a los veinticuatro o veinticinco años, les permitía heredear las propiedades de los compañeros muertos y les vinculaba estrechamente con el sultán, cuya seguridad quedaba en sus manos. Pero otra parte fue adquirida poco a poco, como ser devotos de Hacı Bektaş-ı Veli (el derviche santo que bendijo a los primeros jenízaros) y formar una élite enriquecida, privilegiada.
La reducción progresiva del Imperio Otomano/Imagen: Alc16 en Wikimedia Commons
Eso fue a partir del siglo XVII, cuando el dominio que ejercía el Imperio Otomano en el Mediterráneo empezó a decaer por tener que atender demasiados frentes -incluyendo el interno- y los jenízaros vieron reducido su protagonismo bélico. Para entonces eran una casta hereditaria que ya no gozaba de simpatías populares porque se la dispensaba de pagar impuestos, pese a que seguían cobrando su salario y lo incrementaban con negocios comerciales. Y es que llegaron a ser lo que hoy llamaríamos lobby, capaz de presionar a los sultanes y amenazar con su destitución si no atendían sus exigencias.
Mahmud II vistiendo al estilo occidental/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
Fuerza no les faltaba, porque si el primer cuerpo de jenízaros, aquel fundado bajo el mandato de Orhan I, apenas contaba un centenar de hombres, en el último cuarto del siglo XVI sumaba nada menos que doscientos mil. Una cantidad disuasoria que les permitía conseguir cualquier capricho so pena de conspirar con algún visir y derrocar al sultán de turno. A partir de esa fecha, el número fue reduciéndose en paralelo a la decadencia del imperio y al finalizar el primer cuarto del siglo XIX eran poco más de la mitad. Aún así, suficientes para seguir determinando la política, pese a que la mayoría ya ejercían más labores funcionariales que militares.
En 1826 el titular de la Sublime Puerta era Mahmud II, que había subido al trono en 1808 precisamente tras un golpe de estado que derrocó a su hermano Mustafá IV (al que mandó eliminar poco después); éste, a su vez, había alcanzado el poder merced a una acción de los jenízaros contra su predecesor, su primo Selim III, lo que deja a las claras el decisivo papel que jugaba ese cuerpo. Mahmud entendió que no podía arriesgarse a sufrir lo mismo y como además su ejército había salido malparado en las últimas guerras, decidió que también debía modernizar sus fuerzas armadas al estilo occidental.
Selim III (Joseph Warnia-Zarzecki)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
Efectivamente, primero se perdieron los territorios que el Imperio Otomano tenía al oeste del Danubio y luego, en la Guerra de la Independencia de Grecia, las derrotas empezaron a acumularse humillantemente. Inmerso en la última fase de esa contienda, poco antes del desastre de Navarino, se produjo el episodio que permitió a Mahmud dar el golpe definitivo a los jenízaros, el que al comienzo decíamos que se llama Vaka-i Hayriye o Incidente Afortunado. Fue debido a la reforma radical del ejército que acometió el sultán retomando la iniciada por Selim III (Nizam-ı Cedid) y que hizo pública en un edicto el 11 de junio de 1826.
Selim III había tenido que vivir una revuelta jenízara en ese sentido en 1806, el conocido como Incidente de Edirne por la ciudad donde ocurrió: la llegada de tropas modernas del llamado Nuevo Orden fue considerada un desafío por los jenízaros y autoridades locales, que las expulsaron. Al año siguiente ya había rebelión abierta; los jenízaros marcharon sobre Estambul y depusieron al sultán en favor del mencionado Mustafá IV, que era más conservador y no siguió adelante con el proyecto renovador. Pero éste se retomó en 1808, cuando el comandante albanés Alemdar Mustafá Pachá dio un golpe de estado en favor de Mahmud.
Alemdar pasó a ser su gran visir y juntos acometieron un programa reformista que buscaba dar estabilidad al país estrechando lazos entre el centro y la periferia, así como modernizar el ejército. Los jenízaros no aceptaron las novedades y se deshicieron de Alemdar junto con todos los implicados en el proceso reformador, advirtiendo al sultán que abandonase la idea o se atuviera a las consecuencias. Mahmud tuvo que ceder pero años más tarde, ante la inoperancia de sus tropas en Grecia, tomó la resolutiva decisión final.
La proclama de 1826 anunciaba un Sekban-ı Cedit (Nuevo Ejército) basado en el reclutamiento de soldados de etnia turca, algo que enardeció a los jenízaros porque veían amenazada su cómoda posición, lo que, tal como habían tomado por costumbre, les llevó a amotinarse. De hecho, el incidente quizá no fue tan «afortunado» como indica su nombre; en opinión de no pocos historiadores, el verdadero objetivo de Mahmud al dar tanta publicidad a sus medidas era precisamente incitar a la rebelión para poder actuar con dureza y acabar de una vez con aquel problema, en lo que algunos han dado en llamar un golpe de estado del propio sultán. Sea cierto o no, el caso es que el gobernante había previsto su reacción y estaba preparado.
Los jenízaros marcharon sobre el palacio de Estambul pero Mahmud les tenía reservada una sorpresa, pues allí les aguardaba la Kapıkulu Süvari (Caballería de los Sirvientes de la Sublime Puerta), una tropa de élite montada que integraban los sipahi, los caballeros nobles; irónicamente, los jenízaros habían sido creados para compensar su dudosa fidelidad y ahora resultaba todo al revés. Los sipahi cerraron filas en torno al sultán, que para unirlos recurrió a una de las Reliquias Sagradas islámicas que se conservaban en el Palacio de Topkapi: el Santo Estandarte que presuntamente enarboló Mahoma y solía sacarse cuando había guerra, de manera análoga a la Oriflama francesa.
La caballería cargó contra los jenízaros por las calles, según se dice ayudada por un pueblo que dio rienda suelta al odio acumulado contra ellos. Entre unos y otros los barrieron hacia sus cuarteles y una vez allí fueron sometidos a un duro bombardeo con cañones modernos, comprados en el citado proceso y manejados por artilleros adiestrados por occidentales. Entre las cargas, los bombardeos y los incendios, que duraron tres días, murieron miles de jenízaros; dramáticas escenas que se repitieron en otras ciudades como Tesalónica, donde los integrantes de la fuerza local acabaron derrotados en la Torre Blanca o ahogados en la Cisterna de Binbirdirek.
Entre fallecidos, heridos, prisioneros y exiliados, el cuerpo dejó de existir de facto y fue disuelto por orden gubernamental, teniendo que dedicarse los miembros supervivientes a otros trabajos (salvo los oficiales, que acabaron en el cadalso). Asimismo, el estado incautó sus propiedades y la represión se extendió a la Bektaşi Tarîkatı, una orden sufí muy vinculada a los jenízaros que fue prohibida y sus escuelas clausuradas con el apoyo de una fatwa del clero suní. Así quedó expedito el camino para el Asakir-i Mansure-i Muhammediye (Soldados Victoriosos de Mahoma), el nuevo ejército, formado por ocho cuerpos o tertips subdivididos en dieciséis unidades cada uno; a su vez, cada regimiento se componía de tres batallones.
La Batalla de Navarino (Ambroise Louis Garneray)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
Paradójicamente, el Asakir-i Mansure-i Muhammediye no fue capaz de sofocar la revuelta griega y el sultán tuvo que conceder la independencia. Un ejército no se improvisaba en tan poco tiempo y así lo vieron los rusos, dispuestos a pescar en aguas revueltas; su participación en la batalla de Navarino indignó a Mahmud, que cerró el paso por los Dardanelos a los barcos de ese país. La Convención de Akkerman, convocada para solucionar el contencioso, resolvió que el Imperio Otomano cediera Valaquia a los rusos junto con varios puertos del Danubio -muchos pueblos de los Balcanes aprovecharon para rebelarse- y admitiera una autonomía en el Principado de Serbia.
En realidad, Mahmud se negó a cumplirlo, lo que desembocaría en la Guerra Ruso-Turca de 1828, algo que no impidió que el sultán pudiera cumplir su objetivo reformador en múltiples aspectos: militar, administrativo, político, legislativo y hasta cultural (se introdujo la moda occidental). De esta manera, a su muerte, acaecida en 1839, dejaba sentadas las bases de la Tanzimat, el período de renovación que se extendería hasta 1876 y encauzaría al Imperio Otomano en la línea del mundo occidental.
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