sábado, 13 de abril de 2024

Guerra de Cuatro Años: La batalla de Pavia

Batalla de Pavía







La batalla de Pavía se libró el 24 de febrero de 1525 entre el ejército francés al mando del rey Francisco I y las tropas germano-españolas del emperador Carlos V, con victoria de estas últimas, en las proximidades de la ciudad italiana de Pavía.

Antecedentes

En el primer tercio del siglo XVI, Francia se veía rodeada por las posesiones de la Casa de los Habsburgo. Esto, unido a la obtención del título de Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico por parte de Carlos I de España en 1520, puso a la monarquía francesa contra las cuerdas. Francisco I de Francia, que también había optado al título, vio la posibilidad de una compensación anexándose un territorio en litigio, el ducado de Milán (Milanesado). A partir de ahí, se desarrollaría una serie de contiendas de 1521 al 1524 entre la corona Habsburgo de Carlos V y la corona francesa de la Casa de Valois.


Inicio de los enfrentamientos

El 27 de abril de 1522 tuvo lugar la batalla de Bicoca, cerca de Monza. Se enfrentaron por un lado el ejército franco-veneciano, al mando del general Odet de Cominges, vizconde de Lautrec, con un total de 28 000 soldados que contaba con 16 000 piqueros suizos entre sus filas y por otro el ejército imperial con un total de 18 000 hombres al mando del condotiero italiano Prospero Colonna. La victoria aplastante de los tercios españoles sobre los mercenarios suizos hizo que en castellano la palabra «bicoca» pasara a ser sinónimo de «cosa fácil o barata».

La siguiente batalla se produjo el 30 de abril de 1524, la batalla de Sesia, cerca del río Sesia. Un ejército francés de 40 000 hombres, mandado por Guillaume Gouffier, señor de Bonnivet, penetró en el Milanesado, pero fue igualmente rechazado. Fernando de Ávalos, marqués de Pescara, y Carlos III de Borbón (que recientemente se había aliado con el emperador Carlos V) invadieron la Provenza. Sin embargo, perdieron un tiempo valioso en el sitio de Marsella, lo que propició la llegada de Francisco I y su ejército a Aviñón y que propició que las tropas imperiales se retiraran.

El 25 de octubre de 1524, el propio rey Francisco I cruzó los Alpes y a comienzos de noviembre entraba en la ciudad de Milán (poniendo a Louis II de la Trémoille, como gobernador) después de haber arrasado varias plazas fuertes. Las tropas españolas evacuaron Milán y se refugiaron en Lodi y otras plazas fuertes. 1000 soldados españoles, 5000 lansquenetes alemanes y 300 jinetes pesados, mandados todos ellos por Antonio de Leyva, se atrincheraron en la ciudad de Pavía. Los franceses sitiaron la ciudad con un ejército de aproximadamente 30 000 hombres y una poderosa artillería compuesta por 53 piezas. Durante el asedio, los hombres del rey de Francia ocuparon y saquearon los numerosos monasterios y pueblos que se encontraban fuera de los muros de Pavía.5​ El grueso de las tropas de Francisco I (incluidos los lansquenetes de la banda negra) se desplegó en la zona oeste de la ciudad, cerca de San Lanfranco (donde se instaló Francisco I) y de la basílica de San Salvatore, mientras que la infantería y grupos mercenarios de caballeros acuartelados al este de Pavía, entre el monasterio de San Giacomo della Vernavola, el de Santo Spirito y Gallo, el de San Pietro in Verzolo y la iglesia de San Lazzaro y Galeazzo Sanseverino, con la mayor parte de la caballería pesada, ocuparon el castillo de Mirabello y el parque Visconti al norte de la ciudad.


Batalla de Pavía
Guerra de los Cuatro Años
Parte de guerra italiana de 1521-1526

La Batalla de Pavía, por un desconocido pintor flamenco del siglo XVI.
Fecha 24 de febrero de 1525
Lugar Pavía, Italia
Coordenadas 45°11′51″N 9°09′54″E
Resultado Victoria decisiva de la Monarquía Hispánica
Beligerantes
Reino de Francia Monarquía Hispánica
Bandera de Sacro Imperio Romano Germánico Sacro Imperio Romano Germánico
Comandantes
Francisco I  (P.D.G.)
Enrique II de Navarra  Rendición
Richard de la Pole 
Louis de la Trémoille 
François de Lorena 
Jacques de la Palice 
Guillaume Gouffier de Bonnivet 
Bandera de España Antonio de Leyva
Bandera de España Miguel Yáñez de Iturbe e Irigoyen
Bandera de España Fernando de Ávalos
Bandera de Sacro Imperio Romano Germánico Carlos de Lannoy
Bandera de Sacro Imperio Romano Germánico Jorge de Frundsberg
Fuerzas en combate
Ejército francés
• 29 000 - 32 000​ hombres
• 53 cañones
Guarnición en Pavía:
• 6300 hombres
Ejército de refuerzo:
• 24 300 hombres
• 17 cañones
Bajas
8000 franceses muertos, 2000 franceses heridos y 4000 a 5000 mercenarios alemanes muertos 1500 muertos o heridos
Asedio de Pavía Batalla de Pavía



El sitio de Pavía

Antonio de Leyva, veterano de la guerra de Granada, supo organizarse para resistir con 6300 hombres más allá de lo que el enemigo esperaba, además del hambre y las enfermedades. Mientras tanto, otras guarniciones imperiales veían cómo el enemigo reducía su número para mandar tropas a Pavía. Mientras los franceses aguardaban la capitulación de Antonio de Leyva, recibieron noticias de un ejército que bajaba desde Alemania para apoyar la plaza sitiada. Más de 15 000 lansquenetes alemanes y austríacos, bajo el mando de Jorge de Frundsberg, tenían órdenes del emperador Carlos V de poner fin al sitio y expulsar los franceses del Milanesado. Francisco I decidió dividir sus tropas: ordenó que parte de ellas se dirigieran a Génova y Nápoles e intentaran hacerse fuertes en estas ciudades. Mientras, en Pavía, los mercenarios alemanes y suizos comenzaban a sentirse molestos porque no recibían sus pagas. Los generales españoles empeñaron sus fortunas personales para pagarlas. Viendo la situación de sus oficiales, los arcabuceros españoles decidieron que seguirían defendiendo Pavía, aún sin cobrar sus pagas.

Sin embargo, incluso en la ciudad la situación empezaba a ser preocupante: las reservas de víveres comenzaban a agotarse y, sobre todo, faltaba dinero para pagar los sueldos de los lansquenetes. Para solucionar el problema, el incansable Antonio de Leyva hizo reabrir la casa de moneda, requisó oro y plata a los cuerpos eclesiásticos urbanos, a la universidad y a los ciudadanos más adinerados, llegando incluso a donar sus propias platerías y joyas, e hizo acuñar monedas para pagar los soldados.


El parque Visconti, en el que tuvo lugar la batalla.

A mediados de enero de 1525 llegaron los refuerzos bajo el mando de Fernando de Ávalos, marqués de Pescara, Carlos de Lannoy, virrey de Nápoles y Carlos III, contestable de Borbón. Fernando de Ávalos consiguió capturar el puesto avanzado francés de San Angelo, cortando las líneas de comunicación entre Pavía y Milán. Finalmente llegaron los refuerzos imperiales a Pavía, compuestos por 13 000 infantes alemanes, 6000 españoles y 3000 italianos con 2300 jinetes y 17 cañones,8​ los cuales abrieron fuego el 24 de febrero de 1525. Los franceses decidieron resguardarse y esperar, sabedores de la mala situación económica de los imperiales y de que pronto los sitiados serían víctimas del hambre. Sin embargo, atacaron varias veces con la artillería los muros de Pavía. Pero las tropas desabastecidas, lejos de rendirse, comprendieron que los recursos se encontraban en el campamento francés, después de una arenga pronunciada por Antonio de Leyva.

En la noche del 23 de febrero, las tropas imperiales de Carlos de Lannoy, que habían acampado fuera del muro este del Parque Visconti, comenzaron su marcha hacia el norte a lo largo de los muros. Aunque Konstam indica que al mismo tiempo, la artillería imperial inició un bombardeo de las líneas de asedio francesas -que se había convertido en rutina durante el asedio prolongado- para ocultar el movimiento de Lannoy,9​ Juan de Oznaya (soldado que participó en la batalla y escribió al respecto en 1544) indica que en ese momento, las tropas imperiales prendieron fuego a sus tiendas para inducir a error a los franceses haciéndoles creer que se retiraban.10​ Mientras tanto, los ingenieros imperiales trabajaron rápidamente para crear una brecha en los muros del parque, en Porta Pescarina, cerca del pueblo de San Genesio, a través de la cual podría entrar el ejército imperial.​ Posteriormente conquistaría a los franceses el castillo de Mirabello.


En la parte central del Parque Visconti se encuentra ahora el Parque Vernavola, a lo largo de estas orillas, cubiertas por la maleza, los arcabuceros españoles diezmaron a la caballería francesa.

Mientras tanto, un destacamento de caballería francesa al mando de Charles Tiercelin se encontró con la caballería imperial y comenzó una serie de escaramuzas con ellos. Una masa de piqueros suizos al mando de Robert de la Marck, Seigneur de la Flourance se acercó para ayudarlos, invadiendo una batería de artillería española que había sido arrastrada al parque.12​ Echaron de menos a los arcabuceros de De Basto, que a las 6:30 a. m. habían salido del bosque cerca del castillo y lo habían invadido rápidamente, y tropezaron con 6.000 lansquenetes de Georg Frundsberg. A las 7:00 a. m., se había desarrollado una batalla de infantería a gran escala no lejos de la brecha original.

Formaciones de piqueros flanqueados por la caballería comenzaron abriendo brechas entre las filas francesas. Los tercios y lansquenetes formaban de manera compacta, con largas picas protegiendo a los arcabuceros. De esta forma, la caballería francesa caía al suelo antes de llegar incluso a tomar contacto con la infantería.

Los franceses consiguieron anular la artillería imperial, pero a costa de su retaguardia. En una arriesgada decisión, Francisco I ordenó un ataque total de su caballería. Según avanzaban, la propia artillería francesa —superior en número— tenía que cesar el fuego para no disparar a sus hombres. Los 3000 arcabuceros de Alfonso de Ávalos dieron buena cuenta de los caballeros franceses, creando desconcierto entre estos. Mientras Carlos de Lannoy al mando de la caballería y Fernando de Ávalos al mando de la infantería, luchaban ya contra la infantería francesa mandada por Francois de Lorena y Ricard de la Pole.


La victoria imperial

En ese momento, Leyva sacó a sus hombres de la ciudad para apoyar a las tropas que habían venido en su ayuda y que se estaban batiendo con los franceses, de forma que los franceses se vieron atrapados entre dos fuegos que no pudieron superar. Los imperiales empezaron por rodear la retaguardia francesa —mandada por el duque de Alenzón— y cortarles la retirada. Aunque agotados y hambrientos, constituían una muy respetable fuerza de combate. Guillaume Gouffier de Bonnivet, el principal consejero militar de Francisco, se suicidó (según Brantôme, al ver el daño que había causado, deliberadamente buscó una muerte heroica a manos de las tropas imperiales). Los cadáveres franceses comenzaban a amontonarse unos encima de otros. Los demás, viendo la derrota, intentaban escapar. Al final las bajas francesas ascendieron a 8000 hombres.


Captura del Rey Francisco I en la Batalla de Pavía (1681), por Jan Erasmus Quellinus, Kunsthistorisches Museum.

Deshecha la caballería francesa por la caballería hispano-imperial y los arcabuceros españoles, el rey de Francia huía a caballo cuando tres hombres de armas españoles lo alcanzaron rodeándolo. Le mataron el caballo y lo derribaron a tierra. Fueron el vasco Juan de Urbieta, el gallego Alonso Pita da Veiga y el granadino Diego Dávila. Pita da Veiga le tomó la manopla izquierda de su arnés y una banda de brocado que traía sobre las armas, con cuatro cruces de tela de plata y un crucifijo de la Veracruz. Diego Dávila le arrebató el estoque y la manopla derecha. Caído el rey a tierra, se apearon Urbieta y Pita da Veiga, le alzaron la vista y les dijo que era el rey, que no lo matasen.14​

"(...) y allegado yo (Alonso Pita da Veiga) por el lado izquierdo le tomé la manopla y la banda de brocado con quatro cruces de tela de plata y en medio el cruçifixo de la veracruz que fue de carlomanno y por el lado derecho llegó luego Joanes de orbieta y le tomó del braço derecho y diego de ávila le tomó el estoque y la manopla derecha y le matamos el caballo y nos apeamos Joanes e yo y allegó entonces Juan de Sandobal y dixo a diego de ávila que se apease e yo le dixe que donde ellos e yo estábamos no eran menester otro alguno y preguntamos por el marqués de pescara para se lo entregar y estando el Rey en tierra caydo so el caballo le alçamos la vista y él dixo que era el Rey que no le matásemos y de allí a media ora o más llegó el viso rey que supo que le teníamos preso y dixo que el era viso Rey y que él avía de tener en guarda al Rey e yo le dixe que el Rey era nuestro prisionero y que él lo tubiese en guarda para dar quenta del a su magestad y entonçes el viso Rey lo llebantó y llegó allí monsiur de borbón y dixo al Rey en francés aquí está vuestra alteza y el Rey le Respondió vos soys causa que yo esté aquí y mosiur de borbón respondió vos mereçeys vien estar aquí y peor de los que estays y el viso Rey Rogó a borbón que callase y no halase más al Rey/ y el Rey cabalgó en un quartago Ruçio y lo querían llebar a pavía y el dixo al viso rey que le Rogaba que pues por fuerça no entrara en pavía que aora lo llebasen al monesterio donde él abía salido (...)".15​


Consecuencias

En la batalla murieron comandantes franceses como Bonnivet, Luis II de La Tremoille, La Palice, Suffolk, Galeazzo Sanseverino y Francisco de Lorena, y otros muchos fueron hechos prisioneros, como el condestable Anne de Montmorency y Robert III de la Marck.



Carlos V visitando a Francisco I después de la batalla de Pavía, por Richard Parkes Bonington (acuarela sobre papel de 1827).

Tras la batalla Francisco I fue llevado a Madrid, donde llegó el 12 de agosto, quedando custodiado en la Casa y Torre de los Lujanes. La posición de Carlos V fue extremadamente exigente, y Francisco I firmó en 1526 el Tratado de Madrid. Francisco I renunciará al Milanesado, Nápoles, Flandes, Artois y Borgoña.

Cuenta la leyenda que en las negociaciones de paz y de liberación de Francisco I, el emperador Carlos V renunció a usar su lengua materna (francés borgoñón) y la lengua habitual de la diplomacia (italiano) para hablar por primera vez de manera oficial en Idioma español.

Posteriormente Francisco I se alió con el Papado para luchar contra La Monarquía Hispánica y el Sacro Imperio Romano Germánico, lo que produjo que Carlos V atacara y saqueara Roma en 1527 (Saco de Roma).

En la actualidad se sabe que Francisco I no estuvo en el edificio de los Lujanes, sino en el Alcázar de los Austrias que, tras un incendio, fue sustituido por el actual Palacio Real de Madrid. Carlos V se desvivió por lograr que su "primo" Francisco se sintiera cómodo y lleno de atenciones.


El campo de batalla hoy

Gran parte de la batalla tuvo lugar dentro de la inmensa reserva de caza de los duques de Milán, el Parque Visconti, que se extendía por más de 2.200 hectáreas. El Parque Visconti ya no existe, la mayor parte de sus bosques fueron cortados entre los siglos XVI y XVII para dar cabida a los campos, sin embargo sobreviven tres reservas naturales que pueden considerarse herederas del parque, son la garza de la Carola, que de Porta Chiossa y el Parque Vernavola, que ocupan una superficie de 148 hectáreas. En particular, algunos de los episodios más importantes de la batalla tuvieron lugar dentro del parque Vernavola, que se extiende al suroeste del Castillo de Mirabello.

Cerca del parque, en 2015, se encontraron dos balas de cañón durante unos trabajos agrícolas, probablemente disparadas por la artillería francesa.17​ Aunque mutilado parcialmente durante los siglos XVIII y XIX, cuando se transformó en una granja, el Castillo de Mirabello, antigua sede del capitán ducal del parque, sigue en pie hoy a poca distancia de Vernavola y conserva en su interior algunos elementos decorativos curiosos (chimeneas, frescos y vidrieras) aún no suficientemente restauradas y estudiadas, en estilo gótico tardío francés, añadidas a la estructura del período Sforza durante la primera dominación francesa del Ducado de Milán (1500-1513).


Castillo de Mirabello.

Unos dos kilómetros al norte, por la carretera Cantone Tre Miglia, se encuentra la masía Repentita, donde fue capturado Francisco I y, según la tradición, fue alojado. El conjunto aún conserva partes de la mampostería del siglo XV y una inscripción colocada en el muro exterior recuerda el acontecimiento.

En la cercana localidad de San Genesio ed Uniti en vía Porta Pescarina quedan algunos restos de la puerta del parque donde, en la noche del 23 al 24 de febrero de 1525, los imperiales hicieron las tres brechas que dieron inicio a la batalla. Menos evidentes son las huellas de la batalla de Pavía: las murallas de la ciudad, que defendían la ciudad durante el asedio, fueron sustituidas, a mediados del siglo XVI, por robustos baluartes, parcialmente conservados. En cambio, además del Castillo Visconti (donde se conserva la lápida de Eitel Friedrich III, Conde de Hohenzollern, capitán del Landsknechte), dos puertas de las murallas medievales: Porta Nuova19​ y Porta Calcinara. Las afueras del este de Pavía albergan algunos monasterios (casi todos ahora desconsagrados) que albergaron a los mercenarios suizos y alemanes de Francisco I, como el monasterio de Santi Spirito y Gallo, el de San Giacomo della Vernavola, el de San Pietro in Verzolo y la iglesia de San Lazzaro, mientras que en la occidental se encuentra la iglesia de San Lanfranco (donde se asentó Francisco I) y la basílica de Santissimo Salvatore. En la iglesia de San Teodoro hay un gran fresco que representa la ciudad durante el asedio de 1522, en él, con cierta riqueza de detalles, se representa Pavía y sus alrededores, tal y como debían ser en el momento de la batalla.



jueves, 11 de abril de 2024

Fortaleza Protectora Argentina: Los habitantes previos de Bahía Blanca

Los 190 De Bahía. DÉCADA DE 1820

¿Quiénes vivían aquí antes de que naciera Bahía Blanca?






Previo a la llega de Ramón Estomba, el sur bonaerense y el norte patagónico estaban habitados por pueblos originarios con una amplia vida sociocultural.  


Los notables hallazgos arqueológicos a muy pocos kilómetros de la ciudad balnearia de Monte Hermoso revelaron que los primeros grupos humanos que poblaron la zona aledaña a la bahía Blanca datan de 7.000 años. Los investigadores pudieron determinar que, ya en esos tiempos, dichos pobladores tenían un contacto fluido con los del centro bonaerense y los del norte patagónico.

Estas bandas pequeñas de cazadores nómadas recorrían grandes distancias a pie y su subsistencia se basaba en la cacería de la fauna regional y de la recolección de vegetales.


Los tehuelches

Algo así como 6.500 años después, en 1520, el navegante Fernando de Magallanes descubrió la bahía Blanca. No desembarcó, pero en mayo de ese año arribó a la actual bahía de San Julián. El relato del cronista Antonio Pigafetta, embarcado en la expedición, decía “… un hombre de figura gigantesca se presentó ante nosotros.(…) era tan grande que nuestra cabeza apenas llegaba a su cintura…”.
Magallanes los llamó Patagones, lo que dio nombre a toda la región: “Patagonia”. Más allá del mito fantasioso de los “Gigantes Patagónicos”, estas personas verdaderamente tenían gran fortaleza física y una altura promedio de 1,75 a 1,80 metros; era común que alcanzasen los 2 metros, muy por encima de la estatura promedio de los europeos de aquel entonces.
Conformaban un complejo étnico de un biotipo llamado “pámpido”, que ocupaba desde la Patagonia hasta el Sur de Santa Fe, Córdoba y San Luis. Sus parcialidades se diferenciaban por nombres y características distintivas; los del norte patagónico y la llanura pampeana, incluida el área bahiense, se denominaban así mismos Guenaken (o más precisamente Gúnün a künna).
Más tarde, en el siglo XVIII, los cronistas españoles recogieron en el ámbito bonaerense, para este mismo pueblo, los términos chehuelcho, tegüelcho, tuelche o chewül-che, que era la deformación en lengua araucana o mapuche del término “gente indómita” y, con el tiempo, se los llamó por el gentilicio de “Pampas”.
Cazaban guanacos, usaban arcos y flechas, boleadoras, lanzas cortas y cuchillos. Vestían sus capas de cuero (quillangos) y habitaban en toldos que desmontaban cuando se mudaban de un paraje a otro en sus muy largas travesías a pie.
Los españoles introdujeron en el territorio -desde la primera fundación de Buenos Aires, en 1536- caballos y vacunos, que tuvieron una multiplicación descomunal en el muy propicio hábitat de la llanura pampeana. Los tehuelches no tardaron en convertirse en jinetes excepcionales y su cultura en ecuestre.
Paralelamente, hacia 1670, empezaron a incursionar en el territorio cisandino los Aucas, aborígenes trasandinos que llegaban atraídos por el ganado cimarrón de la llanura; por supuesto generaron más hostilidades que intercambios con los tehuelches. En 1779, en el sudoeste bonaerense, los españoles fundaron sobre el Río Negro, el enclave de Nuestra Señora del Carmen de Patagones. Aún con fluctuaciones y picos de violencia, la relación con los tehuelches y el establecimiento fue relativamente buena.


Inmigrantes trasandinos

El éxodo de grandes contingentes trasandinos para asentarse en el actual territorio argentino, se registró recién en 1819, cuando ya las Provincias Unidas del Río de la Plata eran independientes de España y el Ejército Republicano Chileno libraba en el sur la llamada “Guerra a Muerte” para eliminar la resistencia de los seguidores del Rey.
Justamente los primeros en arribar a la llanura herbácea, escapando a la derrota y buscando dónde subsistir, fueron los voroga, extracción de etnia araucana (mapuche) alineada con el bando realista. Llegaron entre 6.000 y 7.000 personas, incluidos 2.000 guerreros. Pronto se enfrentaron por los recursos con las tribus Guenaken del espacio interserrano, Sierra de la Ventana y el Río Negro. Paulatinamente se ubicaron entre Guaminí y las Salinas Grandes.
Para mayor crispación en el territorio, luego de la anarquía de 1820, el nuevo gobernador bonaerense, Martín Rodríguez, intentó forzar un avance al sur de la frontera del río Salado. Sin entender la situación aborigen con el arribo de los trasandinos y, a contramano del consejo de estancieros bonaerenses como Ramos Mejía y Rosas de no atacar a los Tehuelches, Rodríguez propició tres campañas militares que exacerbaron la resistencia Guenaken. En su tercera expedición en 1824 falló el primer intento de fundar un establecimiento en la bahía Blanca.
En 1825, ante una inminente guerra con el imperio del Brasil, el gobierno de Juan Gregorio de Las Heras reinició las negociaciones de paz con los Pampas. Los caciques influyentes del centro y sur bonaerense y del norte patagónico se avinieron a concertar la paz, urgidos por encontrar la ayuda gubernamental para frenar el avance continuo de “indios chilenos” (como ellos les decían), e incluso autorizaron la instalación de tres nuevos Fuertes, uno en la bahía Blanca.
Mientras tanto el éxodo trasandino no se detenía. Entre 1826 y 1827, la banda de guerrilleros realistas de los hermanos Pincheira también llegaba a la región pampeana escapando del Ejército chileno. Se asentó en el paraje Chadileo, cercano a la desembocadura del río Salado en el Colorado, desde donde asolaron toda la región y especialmente masacraron a las agrupaciones pampas.
En persecución de los guerrilleros realistas pincheirinos, también arribaron desde Chile más de 1.000 aborígenes republicanos y 30 efectivos del Ejército chileno, liderados por el ilustre cacique Venancio Coñuepán. Este contingente se integró al Ejército Argentino y tuvo un accionar destacado bajo el mando del coronel Ramón Estomba durante la campaña fundadora de Bahía Blanca, en 1828.



Por: César Puliafito / Especial para "La Nueva."

martes, 9 de abril de 2024

Biografía: Tte. Coronel Leandro Ibáñez (Argentina)

Leandro Ibáñez




Tte. coronel Leandro Ibáñez

Fue uno de los jefes que sirvieron a Juan Manuel de Rosas en la campaña de 1829 contra el general Lavalle; en el carácter de comandante de milicias, Leandro Ibáñez mandó un escuadrón de caballería en el ataque y toma de la Guardia del Monte el 16 de marzo de 1829, acción de guerra en la que los defensores mandados por el sargento mayor Manuel Romero fueron masacrados.  Desde el Monte, los comandantes Ibáñez y Castro partieron para Chascomús, distante 17 leguas, por no haber querido acatar la autoridad del comandante Miguel Miranda, que había actuado como jefe en el ataque a la Guardia del Monte.  Por aquella razón, Ibáñez y Castro no se hallaron en el combate de las Vizcacheras, donde fue destruida la División del coronel Federico Rauch.

Participó en el resto de la campaña contra Lavalle, encontrándose en el combate del Puente de Márquez, el 26 de abril de 1829 y en el sitio de Buenos Aires.  Cuando el Gral. Lavalle se entrevistó con Rosas en Cañuelas, el 24 de junio, donde ajustó la Convención de aquel nombre, el comandante Ibáñez fue uno de los jefes de toda confianza del Restaurador que acompañó a Lavalle al cruzar una zona de 10 leguas por dentro de sus enemigos hasta llegar a su campamento, en la quinta de Ramos.

Leandro Ibáñez obtuvo despachos de capitán de caballería de línea el 21 de noviembre de 1829, pero con antigüedad del 1º de junio del mismo; y el 23 de marzo de 1830 los del grado de sargento mayor; empleo cuya efectividad se le concedió el 25 de noviembre del mismo año.  Con fecha 1º de junio de 1829 fue dado de alta en la Sub-Inspección de Campaña, en la que revistó hasta el 15 de febrero de 1833, en que fue agregado a la Plana Mayor del Ejército.

Se incorporó al gobernador Rosas cuando marchó a campaña en 1831, con motivo de la guerra entablada contra el “Supremo Poder Militar de las Nueve Provincias” encabezado por el general Paz.  Estuvo en campaña con Rosas desde enero a mayo de aquel año.

Tomó parte en la campaña al Río Colorado, en 1833, formando parte de la División Izquierda; al llegar a aquel curso de agua, el mayor Ibáñez fue destacado con una división al Sur del Río Negro, la que estaba compuesta por tropas mixtas de soldados regulares e indios auxiliares.  Ibáñez operó con éxito singular y Adolfo Saldías, describiendo las actividades de cada una de las divisiones despachadas por Rosas para cumplir objetivos determinados, dice refiriéndose a la de Ibáñez: “Por fin, la división del mayor Leandro Ibáñez operó con singular éxito en los territorios al Sur del Río Negro.  “Al mayor Ibáñez –escribíale Rosas a su amigo Terrero- lo he despachado hoy (12 de setiembre), con cincuenta cristianos y cien pampas con la orden de pasar al río Negro y correr el campo hasta cien leguas al Sur.  No hay por ahí más enemigos que el cacique Cayupán con algunos indios y muchas familias.  Si da con el rastro los seguirá aunque sea hasta Chile, porque lo mando bien montado.  Después de esto ya no queda en este campamento más que ciento cincuenta infantes, los artilleros y la gente que cuida las reses y caballos flacos que siempre mantengo invernando”.  Ibáñez penetró en la larga travesía que se extiende al Suroeste.  Después de algunos días de penosísimas marchas, llegó a las ignotas regiones del río Valchetas, el cual tiene su origen en una sierra al S. O. de la de San Antonio.  El 5 de octubre sorprendió la tribu del cacique Cayupán, quien jamás pudo imaginar que llegarían allá fuerzas de la División Izquierda.  Cayupán opuso tenaz resistencia, pero fue destruido y hecho prisionero con los guerreros que sobrevivieron y las familias que los acompañaban.  Después de concluir con los últimos indios que quedaban al Sur del Río Negro, y de dejar una inscripción con fecha 5 de octubre, cerca del río Valchetas,  Ibáñez regresó al cuartel general, donde fue felicitado por el acierto con que llevó a cabo su atrevida expedición”  (El parte de la expedición sobre el río Valchetas se publicó en “La Gaceta Mercantil” del 8 de noviembre de 1833.  Véase también la del 1º de noviembre).  Terminada la campaña, el mayor Ibáñez obtuvo el 31 de diciembre de 1833 su pasaporte para regresar a Buenos Aires.

Revistando en la Plana Mayor del Ejército, el 2 de agosto de 1834 fue promovido a teniente coronel, pero disfrutó muy poco de los halagos que le proporcionaron tan merecido ascenso, pues falleció el 11 de octubre del mismo año.

Fuente


  • Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
  • Portal www.revisionistas.com.ar
  • Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina – Ed. El Ateneo, Buenos Aires (1951).
  • Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938)
  • Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar

 

domingo, 7 de abril de 2024

Conquista del desierto: El imperio de las Pampas

El Imperio de las Pampas

La Voz de la Historia


El 4 de junio de 1873 un torrente humano se moviliza por el desierto en lentas y silenciosas columnas. Caciques, capitanejos, hechiceros y guerreros convergen sobre Chiloé, al oeste de Salinas Grandes, respondiendo al llamado del consejo tribal.
En el toldo principal Calfucurá, emperador de las pampas, agoniza. Junto a él su curandero recita monótonas plegarias y a su lado, algunas de sus esposas lloran. Repentinamente el anciano cacique alza la mano y su hijo, Namuncurá, que se encontraba a su lado, se inclina sobre él, aproximando su oído al hilo de voz que emanaba de su boca. “No entregar Caruhé al huinca”, le oyó decir, “No entregar Caruhé al huinca” y acto seguido, su padre expiró.
El desierto pareció temblar. El gran soberano que al frente de sus hordas había aterrorizado a las poblaciones cristianas por casi medio siglo, había muerto.


El señor de las pampas
Calfucurá fue un líder mapuche nacido en Llailma, territorio chileno, muy cerca de Pitrufquén. Hijo del cacique Huentecurá, uno de los tantos jefes indígenas que ayudaron a San Martín en su primer cruce de la cordillera (según algunas fuentes, combatió en Chacabuco), repasó las altas cumbres en 1830 para incorporarse como capitanejo a las fuerzas de Toriano, jefe indio que entre 1832 y 1833 se alió a Juan Manuel de Rosas y combatió a los araucanos.
Muerto Toriano y caída la federación, Calfucurá se independizó y conformó una poderosa coalición indígena que, al cabo de los años, se transformó en un verdadero imperio. Ese imperio se extendía desde la margen sur del río Salado, en la provincia de Buenos Aires, hasta la cordillera de Los Andes, abarcando gran parte de nuestro primer estado, la provincia de La Pampa, Río Negro, Neuquen, el sur de San Luis y el de Mendoza.
Señor indiscutido del desierto, Calfucurá masacró a los boroganos en Masallé (1834) y al cacique araucano Railef cuando regresaba a Chile con 100.000 cabezas de ganado robadas a los huincas, es decir, al hombre blanco.


La leyenda del guerrero y la princesa
Las tierras que hoy rodean el lago Epecuén eran conocidas desde tiempos remotos por la abundancia de sus pastos y la fertilidad de su suelo. Según la leyenda, en uno de los bosques que se extendían por la región, se produjo un terrible incendio que arrasó con casi todas sus especies. Fue entonces que un grupo de indios levuches que pasaba por el lugar, reparó en el llanto de un niño que venía desde las llamas y se acercó a ellas para ver de qué se trataba. Grande fue su sorpresa al encontrar a un pequeño que sollozaba abrasado por el calor.
Apiadándose de la criatura, los indios la recogieron y se la llevaron a su tribu para criarla como a uno más de la comunidad. Lo llamaron Epecuén, que significa “casi quemado” o “salvado por las llamas” y lo educaron como a un guerrero, enseñándole las artes de la lucha y la cacería.
Llegado a la mayoría de edad, Epecuén demostró ser un combatiente vigoroso, de buen porte y desarrollada musculatura, y fue durante una batalla contra los puelches enemigos que puso en evidencia todo su ardor, derrotando a su cacique y apoderándose de su hija, la bella princesa Tripantú, que en lengua aborigen quiere decir “Primavera”.
Conducida a la tribu levuche, la muchacha, cautivada por el atractivo físico de su captor, se enamoró perdidamente de él, sentimiento que fue correspondido por aquel. Fueron días felices en los que la pareja se amó con pasión pero finalizada la primera luna, el joven guerrero posó su interés en otras cautiva y poco a poco fue olvidando a la princesa puelche.
Desolada y angustiada, la muchacha se retiró fuera de la toldería para ahogar sus penas amargamente y fue tanto lo que lloró, que sus lágrimas formaron una gran lago salado que inundó la comarca, ahogando a Epecuén y todas sus doncellas. Ante la pérdida de su amado, Tripantú perdió la razón y a partir de ese momento, comenzó a vagar en torno al lago, delirando, riendo y llorando al mismo tiempo.
Ocurrió que una noche de luna llena, la desdichada princesa sintió una voz que la llamaba desde las aguas y al reconocer a Epecuén se introdujo en ellas y nunca más se la volvió a ver.


Carhué, capital de un imperio
El lago y sus alrededores se volvieron un lugar sagrado para los indios, quienes llevaban a pastar allí sus cabalgaduras y su ganado y darse baños terapéuticos ya que las salobres aguas de aquella réplica del Mar Muerto, tenían el poder de curar.
Varias naciones indígenas se establecieron en aquel punto fértil del país de Salinas Grandes, levantando sus toldos en torno al lago, desde el paraje conocido como Masallé, hasta donde hoy se halla la ciudad, construyendo toscos corrales para dedicarse al trueque de vacunos, equinos, productos de la caza, la pesca y la recolección, sus actividades básicas además del pillaje.

La llegada de Calfucurá en 1833, cambió todo.
El cacique concentró en su persona todo el poder, aniquiló a quienes no le rindieron obediencia y sojuzgó al resto, haciendo de Carhué la capital de su naciente imperio.
Desde allí gobernó con mano férrea a aquella suerte de confederación que había creado; desde ese punto condujo a sus guerreros para arrasar a las poblaciones blancas, arriar el ganado sustraído y castigar a las tribus díscolas; hasta allí debían dirigirse caciques y capitanejos sometidos, así como los emisarios del gobierno de Buenos Aires para parlamentar, y en ese lugar se realizaba el reparto del botín además de las ceremonias destinadas a honrar al gran dios Nguenechén, el ser supremo de la nación mapuche.
Veamos lo que dice al respecto el coronel Juan Carlos Walther en su libro La Conquista del Desierto, Tomo II, editado en Buenos Aires por el Círculo Militar, año 1948 (p. 170):

En este lugar (por Carhué), más tarde se levantó el fuerte General Belgrano, con asiento del comando de la división Carhué o Sur.

Se esperaba que los indios opusieran una enérgica resistencia a la ocupación de esta zona, dada la privilegiada situación y por haber sido la residencia tradicional de las tribus de Calfucurá, pero no fue así; por el contrario, establecieron sus toldos escondidos en los montes al oeste de la nueva frontera, situándose en Chiloé (Namuncurá) y en Guachatré (Catriel).


El Dr. Adolfo Alsina, ex vicepresidente de la Nación, por entonces Ministro de Guerra, confirma tales palabras en su arenga a las divisiones Sud y Costa Sud del Ejército en operaciones, el 23 de abril de 1876, luego de ocupada la zona, que comprendía también Guaminí, Arroyo Venado y Cochicó.

Sin penurias, sin peligros y sin avistar un solo enemigo, habéis tomado posesión, el día de hoy de Carhué, baluarte de la barbarie.


Respecto a la importancia que tenía Carhué para los pueblos indígenas, alega más adelante el coronel Walther:

En cuanto a Namuncurá, a principios de 1877 solicitó la paz, prometiendo no robar ni dejar a otras tribus siempre que el gobierno le pasara subsistencias necesarias para vivir. Más que nada exigía la devolución de Carhué, alegando que a su propiedad no podía renunciar “sin quebrantar un mandato de Calfucurá moribundo.


El azote del desierto
De esa manera, Calfucurá fue derrotando y sometiendo a las naciones vecinas, desde los levuches y los puelches hasta los picunches, huiliches y tehuelches echando los cimientos de una gran federación que se extendía hasta Los Andes y los límites patagónicos.
Para vengar a Toriano ahogó en sangre las tierras de Tandil. El 9 de septiembre de 1834 
emboscó a los boroganos en Masallé provocando una gran matanza entre ellos y matando personalmente a sus jefes, los caciques Rondeao y Melín, quienes habían asesinado a su señor.

Su poder se tornó ilimitado y de esa manera, después de sujetar las tolderías de Puán, Epecuén, Guaminí, Cochicó, Pigüé, Catriló, Tapalqué, Sierra de la Ventana, Chiloé y Lihuel Calel, lanzó sus terribles malones sobre las poblaciones cristianas, especialmente 25 de Mayo, Azul, Tandil, Olavarria, Junín, Melincué, Alvear, Bragado y la incipiente Bahía Blanca. Las dos defensas que el padre Francisco Bibolini realizó en la primera son consideradas milagros providenciales (ver “El heroísmo del padre Francisco Bibolini”).
En 1837 aniquiló una invasión araucana proveniente de Chile, aniquilando al cacique Railef y a 500 de sus guerreros. Su táctica resultó genial; los hizo seguir por sus vigías y cuando regresaban de un malón sobre Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba arriando 100.000 cabezas de ganado, los emboscó en Quentuco, sobre las márgenes del río Colorado y los lanceó a discreción, cortada su retirada por la vía de agua. Eso le permitió afianzar su autoridad y extender su dominio a tierras remotas como La Pampa, Río Negro y Chile, conformando un imperio de miles de kilómetros cuadrados en los que prácticamente no tuvo rivales.
De esa manera, el comercio de la sal del que se nutrían las poblaciones blancas quedó bajo su control, lo mismo las grandes extensiones en las que pastaban millares de vacunos y equinos.
En 1841 Calfucurá firmó un armisticio con Rosas y este le concedió el grado de coronel del Ejército Argentino además de una contribución anual de 1500 equinos, 500 cabezas de ganado y víveres, siempre a cambio de poder extraer sal.
El cacique supo administrar esos recursos, redistribuyéndolos equitativamente entre los caciques subordinados, incluyendo aquellos que moraban al otro lado de la cordillera. La alianza con los ranqueles y los tehuelches de Sayhueque, el rey del País de las Manzanas (Neuquén), así como los pactos que estableció con el araucano Quilapán, en territorio chileno y los puelches de los valles cordilleranos lo convirtieron en el soberano aborigen más poderoso de su tiempo. 
Tras la caía de Rosas, Calfucurá volvió a las andadas. El 4 de febrero de 1852 arrasó Bahía Blanca al frente de 5000 lanzas. El 13 de febrero de 1855 hizo lo propio en Azul, masacrando a 300 pobladores blancos y llevándose cautivas a 150 mujeres junto a miles de cabezas de ganado; el 31 de mayo destrozó al ejército del general Bartolomé Mitre en Sierra Chica; cuatro meses después enfrentó y dio muerte al coronel Nicolás Otamendi y al cabo de unos días saqueó Tapalqué, nuevamente Azul, Tandil, Junín, Melincué, Olavarría, Bragado, Alvear y la castigada Bahía Blanca. Sus regimientos comprendían ranqueles, pehuenches, araucanos, pampas y mapuches con quienes conformó una hueste de 6.000 guerreros montados, sin contar los que obedecían a los jefes confederados.
En 1870 llevó a cabo un nuevo malón sobre las indefensas poblaciones blancas, arrasando Tres Arroyos y Bahía Blanca y a comienzos de 1872 hizo lo propio sobre 25 de Mayo y las tribus tehuelches que se habían rebelado a su autoridad.
Calfucurá reinó sobre la pampa por espacio de cuarenta años. El 11 de marzo de 1872 fue derrotado en la batalla de San Carlos, cerca de Bolívar, después de declararle la guerra al gobierno argentino y arrasar una vez más 25 de Mayo, Alvear y 9 de Julio. Las fuerzas combinadas del general Ignacio Rivas y el cacique Catriel acabaron con las cuatro columnas en las que había dividido su ejército, luego de interpretarlas en la Rastrillada de los Chilenos, una extensa huella que conducía al país de Salinas Grandes.


Un nuevo emperador sube al trono
Muerto el soberano, el cónclave indígena designó a su hijo Namuncurá, que gobernaría el imperio hasta 1884. Sus malones, tan implacables como los de su padre, llevaron la muerte a Azul, Olavarría, 25 de Mayo, Pehuajó y otros puntos de la provincia de Buenos Aires, dejando a su paso cadáveres, poblaciones incendiadas y campos arrasados amén de centenares de cautivos y millares de cabezas de ganado.
Se dice que mientras tenía lugar el cónclave, otros dos hijos del cacique reclamaron el trono, Millaquecurá y Bernardo Namuncurá, pero el primogénito contaba con el apoyo de un cuarto hermano, Reumaycurá, quien aguardaba en las afueras de Chiloé al frente de una fuerza de 600 jinetes, listos para ser movilizados en caso de que su hermano lo necesitase.

Cacique Namuncurá

Parecía inevitable la guerra civil pero a último momento el consejo de ancianos, fuertemente influenciado por la princesa Callaycantu Curá, hija del difunto emperador y hermana de los pretendientes, declaró incapaz a Millaquecurá y confirmó a Namuncurá como sucesor.
Para entonces, Carhué ya no era la capital del imperio porque había caído en manos del ejército argentino junto a otras poblaciones como Puán, Guaminí, y las tolderías que se alzaban en Pigüé, Cochicó y Sierra de la Ventana. El nuevo epicentro del imperio pasó a Chiloé, en el extremo occidental de las Salinas Grandes, el lugar donde acababa de fallecer el gran soberano de las pampas.
“¡No entregar Carhué al huinca!” era el mandato y era imperativo cumplirlo. Había que recuperar el valle sagrado en torno al lago Epecuén y volver a hacer de ese punto la capital de la gran confederación.
Namuncurá mandó alistar sus regimientos y envió emisarios a sus vasallos para que hiciesen lo propio. Al igual que su padre, había nacido en la Araucania, al otro lado de los Andes, pero como aquel, odiaba a los mapuches tanto como a los hombres blancos y por esa razón debía tomar recaudos para cubrir sus espaldas.
Tras su “coronación”, todos los caciques le juraron obediencia y de ese modo se lanzó al pillaje, devastando buena parte de la provincia de Buenos Aires, en especial Tapalqué,  Tres Arroyos, Alvear, Tandil y Azul.


El ocaso de una nación
El flamante soberano intentó cumplir la voluntad de su padre llevando la guerra a territorio bonaerense, pero el arrollador avance del hombre blanco, con sus cañones y sus flamantes fusiles Remington, lo obligaron a entablar una lucha defensiva destinada a preservar lo que quedaba del inmenso imperio.
Namuncurá fue testigo del desmoronamiento de su nación con el avance de las tropas del general Levalle y las rebeliones de varios de sus vasallos, entre ellos Pincén y Catriel (1875). Derrotado en Chiloé y Lihué Calle, abandonó sus toldos buscando alcanzar la cordillera, donde vivió huyendo hasta 1884, cuando agotadas las reservas y extenuados sus guerreros, se vio forzado a capitular.


Un linaje del desierto
En Chimpay, pequeño poblado situado seis leguas al oeste de Choele Choel, en Alto Valle del Río Negro, Namuncurá levantó su campamento y se estableció con lo que quedaba de su tribu. En ese lugar, suerte de reducción en la que el gobierno de Buenos Aires concentró a los restos de la otrora poderosa nación, vendría al mundo el sexto de su doce hijos, Ceferino, nacido el 26 de agosto de 1886, fruto de su relación con Rosario Burgos, una mestiza chilena secuestrada durante un malón sobre ese país.


La Dinastía de los Piedra. El cacique Namuncurá, de uniforme, con parte de su familia. La mujer mayor es Canallaycantu Curá, su hermana y consejera. El muchacho a sus pies su hijo Juan Quintunas, futuro oficial del Ejército Argentino

Que el niño pertenecía a un linaje real lo prueba su frondoso árbol genealógico. Hijo y nieto de emperadores, bisnieto de uno de los caciques que había ayudado a San Martín en la campaña libertadora de Chile y sobrino nieto de Antonio Namuncurá y el poderoso Renquecurá, señor de los pehuenches que tuvo sus toldos en Picún Leufú y sus invernadas en Catán Lil, provincia de Neuquén (ambos hermanos de su abuelo), era a su vez, sobrino de una miríada de príncipes, consejeros y soberanos menores como los caciques, Melicurá, Cutricurá, Cayupán y Bernardo Namuncurá, célebre éste último por haberle salvado la vida al Padre Salvaire, artífice de la gran basílica de Luján. A ese clan pertenecía también el primogénito, Millaquecurá, declarado incompetente por el consejo tribal y Reumaycurá, suerte de comandante de la guardia pretoriana del cacique Namuncurá.
El recién nacido elevaría el prestigio de aquel linaje al alcanzar la gloria de los altares. Su abuela Juana Pitiley fue la favorita de Calfucurá y su tía a Canallaycantu Curá, consejera de estado cuya decisiva actuación en el cónclave celebrado tras la muerte del emperador le allanó a su hermano el camino al trono.


La Conquista del Desierto marcó el fin de las naciones aborígenes


Surge un santo de una estirpe feroz
Al momento de nacer Ceferino, su padre ya no era el señor de las pampas pero sí, coronel del Ejército argentino con uniforme y pensión. Algunos años después, uno de sus hermanos, Juan Quintunas, egresaría del Colegio Militar con el grado de oficial de Infantería.
Para entonces, el Imperio de las Pampas no era más que un recuerdo, un capítulo sangriento en el pasado argentino, triste memoria de una nación poderosa, reducida a vasallaje y aniquilamiento.
Pero se habría un nuevo capítulo en la historia de aquel pueblo.


Beato Ceferino Namuncurá

Desde pequeño, Ceferino dio señales de santidad. Cierto día se hallaba con su madre a orillas del río cuando, repentinamente, cayó al agua. La corriente, muy fuerte en ese momento, comenzó a arrastrarlo y alejarlo a gran velocidad ante la desesperación de doña Rosario. Sin embargo, cuando ya se lo daba por muerto, fue depositado mansamente en la costa, de donde su padre lo rescató.

Sabido es que de niño gustaba ayudar a su madre en las tareas cotidianas, entre ellas recopilar leña, preparar los alimentos y cuidar los animales. Lamentablemente, cuando su padre escogió a la que sería su única esposa, Ignacia Rañil, dejó a un lado a doña Rosario y a otras dos mujeres mayores con las que también tuvo hijos, motivando su alejamiento.
Mucho debe haber apenado al pequeño el que su madre se marchase hacia la tribu de Yanquetruz, catorce leguas más al norte. Él, siguiendo las costumbres, se quedó con su padre, dedicándose al cuidado de las ovejas para las que armó, con sus propias manos, un improvisado corral.
Por entonces Namuncurá recibía una pensión del gobierno y casi todos los meses viajaba a Choele Choel para cobrarla. Al regresar distribuía el dinero entre su gente, entregando cinco pesos a los hombres y uno a las mujeres. Pero la situación –agravada por la demora en serle reconocida la propiedad de su tierra– le provocaba mucha aflicción. Si bien no hay indicios de que la tribu padeciese hambre, el sueldo del cacique y las pocas ovejas que criaba, no alcanzaban para nada.


Al servicio de su pueblo
Fue un día que viendo al cacique abatido y preocupado, Ceferino se le acercó y le dijo. “Papá, ¡como nos encontramos después de haber sido dueños de toda esta tierra! Estamos sin amparo, ¿Por qué no me envía a Buenos Aires a estudiar?...así podré un día, ser útil a mi raza”.
Don Manuel, reducido a un confín del que fuera su vasto imperio, aceptó la sugerencia y asesorándose convenientemente, envió a su hijo a Buenos Aires, inscribiéndolo primero en un taller-escuela que la Marina tenía en la localidad de Tigre (hoy Museo Naval) y después, siguiendo los consejos del Dr. Luis Sáenz Peña, en el Colegio Pío IX de Almagro, perteneciente a la congregación salesiana (el 20 de septiembre de 1897). En el taller-escuela el muchacho no se había sentido a gusto, tal como se lo manifestó a su padre en cierta oportunidad pero ahora, con los padres salesianos rebosaba de felicidad.


Con los padres de Don Bosco
Al llegar al Colegio Pío IX, Ceferino fue recibido por Monseñor Juan Cagliero quien a partir de ese instante, se convirtió en su consejero y protector. Ceferino comenzó a estudiar y lo hizo intensamente, ignorando las burlas de las que era objeto de parte de unos pocos compañeros, por su condición de mapuche. Sin embargo, al cabo de un tiempo logró conquistarlos, lo mismo a sus profesores, quienes veían en él a un muchacho serio y responsable. Llamaban la atención el tiempo que pasaba rezando en la capilla, su excelente conducta y su voz para el canto.


Vida espiritual
Ceferino fue bautizado por el padre Melanesio durante su viaje de Neuquén a Choele Choel quedando su partida asentada en Carmen de Patagones, en el extremo sur de la provincia de Buenos Aires.
El 8 de septiembre de 1898, siendo alumno del Pío IX, el joven mapuche tomó su Primera Comunión y el 5 de noviembre de 1899 recibió la Confirmación de manos de Monseñor Gregorio Romero. Algún tiempo después, experimentaría una enorme alegría cuando Monseñor Cagliero, el gran apóstol de la Patagonia, suministró a su padre la Primera Comunión y la Confirmación, oportunidad en la que, pleno de gozo, exclamó: “Yo también, como Monseñor Cagliero, seré salesiano e iré con él a enseñar a mis hermanos el camino del Cielo”.
En 1902 finalizó sus Ejercicios Espirituales estableciendo en ellos los cuatro propósitos que marcarían su vida.


Vocación sacerdotal
En 1903 don Manuel Namuncurá decidió llevarse a su hijo como intérprete y secretario. Ceferino, deseaba ser sacerdote y por esa razón acudió a sus protectores, Monseñor Cagliero y el Dr. Luis Sáenz Peña, para rogarles su intercesión.
Y es que el pequeño príncipe de las pampas era un alma enamorada de Dios y de la Santísima Virgen a quienes deseaba servir fervorosamente e interceder ante ellos en favor de su pueblo.
Fue entonces que Monseñor Cagliero creyó conveniente enviarlo a Viedma y ponerlo al cuidado del RP Evasio Garrone, director del Colegio San Francisco de Sales. Ceferino hizo el viaje por mar, bastante enfermo, y a poco de llegar conoció y trabó amistad con el beato Artémides Zatti, enfermero y laico coadjutor italiano radicado en aquella ciudad que, como el recién llegado, padecía tuberculosis.


Ceferino junto a su mentor, monseñor Juan Cagliero

Viaje a Italia
En 1904 Monseñor Cagliero decidió llevar a Ceferino a Italia. A esa altura el muchacho tenía la salud muy deteriorada, hecho que percibieron sus compañeros del Colegio Pío IX cuando lo vieron llegar. Allí pasó unos días hasta el 19 de julio, cuando zarpó en el vapor “Sicilia” que después de un mes de travesía, recaló en Génova.


Junto al Papa Pío X

En Turín, se alojó en el gran Colegio Valdocco, junto a la basílica de María Auxiliadora, el mismo donde estudiaron Domingo Savio y San Luis Orione. Allí conoció al beato Miguel Rúa, sucesor de Don Bosco, encuentro providencial que sacudió lo más íntimo de su ser.
Personalidades de importancia como la princesa María Leticia de Saboya Bonaparte, la condesa Balbis María Bertone de Sambuy y hasta la Reina Madre, Margarita de Saboya, homenajearían a Ceferino tratándolo de acuerdo a su rango.
“También me aplaudieron y gritaban ¡Viva el príncipe Namuncurá! Si le digo esto no es porque me haya enorgullecido, sino porque somos amigos”, le escribió a su compañero Faustino Firpo, el 24 de agosto de 1904.
El 19 de septiembre Monseñor Cagliero lo llevó a Roma. Ocho días después, Ceferino vivió la mayor experiencia de su vida al ser recibido por San Pío X en persona. Expresándose en perfecto italiano, el joven aborigen le obsequió al Pontífice un quillango de guanaco, atención que aquel retribuyó con sanos consejos y su bendición, para él y su pueblo. Lo increíble de aquella entrevista fue que, cuando todos se retiraban, el Santo Padre mandó llamarlo nuevamente y en las dependencias donde tenía su escritorio, volvió a saludarlo, mucho más paternalmente y le obsequió una medalla de oro como recuerdo de su visita.


Sus últimos días
Fascinado todavía por la experiencia vivida, Ceferino abandonó Roma y como el clima de Turín le resultaba cada vez más perjudicial, se estableció en Frascatti, donde su salud se agravó. A principios de 1905 le resultaba imposible seguir asistiendo a clases por lo que el 28 de marzo fue conducido nuevamente a Roma para ser internado en el Hospital Fatebenefratelli de la orden de San Juan de Dios, en la isla Tiberina.
Allí falleció el 11 de mayo de 1905, a las seis de la mañana, entregando su alma al Creador después de sus oraciones.
La noche anterior, había llamado a un sacerdote para pedir por el muchacho que ocupaba la cama contigua: “Si supiera Ud. cuanto sufre. De noche no duerme casi nada. Tose y tose”. En realidad, él estaba peor, pero solo pensaba en el prójimo, es decir, en las almas necesitadas de consuelo. Su cuerpo fue conducido al cementerio de Roma, donde permaneció enterrado hasta 1924, cuando regresó a su tierra natal.


El beato Ceferino
En 1915 los restos de Ceferino fueron exhumados y en 1924, como se ha dicho, regresaron a la Argentina. Llegaron a bordo del vapor “Ardito” y una vez en tierra fueron trasladados a Pedro Luro, localidad al sur de la provincia de Buenos Aires a medio camino entre Bahía Blanca y Carmen de Patagones (fueron depositados en la capilla de Fortín Mercedes). El 14 de mayo dio comienzo el proceso de canonización y el 22 de junio de 1972, el Papa Paulo VI lo declaró venerable.
El martes 15 de mayo, durante la sesión de la Congregación para las Causas de los Santos, se aprobó por unanimidad el milagro atribuido a Ceferino en el año 2000. Una mujer cordobesa de 24 años de edad, afectada por cáncer de útero, no solo se curó sino que, tiempo después, logró concebir.
Al cabo de cuatro años de estudió, altas fuentes de la Iglesia indicaron que la consulta médica de la Congregación había dictaminado que desde el punto de vista clínico, la curación era inexplicable.
Aprobado el decreto del milagro, S.S. Benedicto XVI determinó la fecha de beatificación, 11 de noviembre de 2007, acontecimiento celebrado en todo el país.
De esa manera, la orgullosa dinastía de los Piedra, aquella que forjó el poderoso imperio de las pampas e hizo temblar al hombre blanco durante décadas, le dio a la Iglesia Católica un nuevo santo.


Ilustraciones





Finalizada la conquista del desierto el gobierno argentino llevó a cabo una sistemática campaña de exterminio en La Pampa, la Patagonia, Tierra del Fuego y la región del Chaco a la que por años se intentó ocultar. Arriba cuatro instantáneas del álbum que Julio Popper explorador rumano nacionalizado argentino, le obsequió al presidente Miguel Juárez Celman tras su regreso a Buenos Aires. Se observan indios selk'nam y onas masacrados en territorio fueguino durante las cacerías humanas que tuvieron lugar entre 1886 y 1887

El coronel Ramón Lista llevó a cabo feroces matanzas en Tierra del Fuego

La masacre de aborígenes continuó bien entrado el siglo XX. En la imagen restos de indios  asesinados en Rincón Bomba, provincia de Formosa, durante el primer gobierno de Perón, más precisamente en el mes de octubre de 1947



Aviso aparecido en un diario de Bueno Aires (1878) ofreciendo indios 
de ambos sexos tras la conquista del desierto






Fuente: "Ceferino Namuncurá, de príncipe d elas pampas a la gloria de los altares", en "Revista “Cruzada”, Año V, Nº 30, Diciembre de 2007