martes, 8 de diciembre de 2015

Historia militar: Fuchida dirige el ataque a Pearl Harbor

YO DIRIGÍ EL ASALTO A PEARL HARBOR

 por el Capitán Mitsuo Fuchida

(de la Antigua Armada Imperial Japonesa)
 

 

«Ha sido usted designado para mandar la fuerza aérea en caso de ataque a Pearl Harbor». 
Sin poder evitarlo, me quedé sin aliento. Estábamos a fines de Septiembre de 1941 y, si continuaba aumentando la tirantez de la situación internacional, el plan de ataque debía ejecutarse en Diciembre. Si la fuerza había de estar debidamente preparada para aquella importantísima misión, no quedaba tiempo que perder. Después de someter al personal al adiestramiento más riguroso, los aeroplanos fueron llevados a sus respectivos portaaviones hacia mediados de Noviembre. 

Aichi D3a Val: 
 

Nakajima 5n Kate: 
 

Mitsubishi a6m Zero: 
 


Para no llamar la atención, los portaaviones salieron uno a uno y por diferentes rutas, rumbo a las Islas Kuriles. El 26 de Noviembre, a las seis de la mañana, nuestra escuadra de ataque, integrada por 28 navíos (entre ellos seis portaaviones), zarpó de dichas islas. El vicealmirante Nagumo, jefe supremo de las fuerzas de ataque a Pearl Harbor, llevaba las instrucciones siguientes: «En caso de que tengan éxito las negociaciones en curso con los Estados Unidos, las fuerzas a su mando regresarán inmediatamente a la patria». Pero las dotaciones de los buques, ignorantes de aquellas instrucciones, gritaron «¡Banzai!» al echar una mirada, que podía ser la última, a las costas japonesas. El entusiasmo y el belicoso ánimo de aquellos hombres saltaban a la vista. Me era imposible, no obstante, desechar la duda íntima de que el Japón tuviese la necesaria confianza en sí mismo para llevar a cabo una guerra. 
Con el propósito de quedar fuera del alcance de las patrullas aéreas estadounidenses, algunas de las cuales tenían al parecer 1.000 kilómetros de radio de acción, seguimos la ruta entre las Aleutas y la Isla de Midway. Enviamos tres submarinos para que nos hicieran saber si había barcos mercantes a la vista, con el objeto de cambiar de rumbo y evitar su encuentro. Nos manteníamos en constante alerta contra submarinos estadounidenses. Aún cuando los radiotransmisores de la escuadra guardaban estricto silencio, escuchábamos las emisoras de Tokio y Honolulu para saber si daban alguna noticia sobre estallido de la guerra. Desde el 27 al 30 de Noviembre se celebró diariamente en Tokio una conferencia de enlace entre el gobierno y el alto mando, para tratar la propuesta hecha el día 26 por los Estados Unidos. Los conferenciantes llegaron a la conclusión de que, si bien dicha propuesta era un ultimátum destinado a subyugar al Japón y hacer inevitable la guerra, había que continuar haciendo esfuerzos en favor de la paz «hasta el último momento». La decisión de ir a la guerra se tomó, en una conferencia imperial, el 1º de Diciembre. El día 2 el estado mayor dio la siguiente orden: «El día X será el 8 de Diciembre» (7 de Diciembre en Hawai y los Estados Unidos). La suerte estaba echada. Nos dirigimos a toda prisa hacia Pearl Harbor. ¿Por qué se escogió aquel domingo para el día X? Porque, según nuestros informes, la escuadra estadounidense solía regresar a Pearl Harbor todos los fines de semana, después de los períodos de adiestramiento en el mar, y también porque se quería coordinar el ataque con las operaciones sobre la Península de Malaca (incursiones aéreas y desembarcos) proyectadas para aquel día. 
Los informes del espionaje sobre la situación y movimientos de la escuadra estadounidense nos llegaban desde Tokio. Uno del 7 de Diciembre (6 de Diciembre en Hawai) decía: «No hay globos en Pearl Harbor ni se han tendido redes protectoras contra torpedos en torno a los acorazados. Todos los acorazados están en el puerto. La radio enemiga no indica que sobrevuelen patrullas de vigilancia aérea en la zona hawaiana. El portaaviones “Lexington” salió ayer del puerto. Se cree que también el “Enterprise” está en maniobras en alta mar». Aproximadamente a la misma hora recibimos un mensaje del almirante Yamamoto: «De esta batalla dependen el triunfo o la ruina del Imperio. Que todos pongan el máximo empeño en cumplir con su deber». Nos encontrábamos a 230 millas al Norte de Oahu, isla en que está Pearl Harbor, poco antes del amanecer del 7 de Diciembre (hora de Hawai), cuando los portaaviones viraron en redondo y pusieron proa al viento norte. Ya ondeaba en lo alto de cada mástil la bandera de combate. Las cubiertas de vuelo vibraron con el ruido de los motores que se estaban acabando de calentar. Luego, con una lámpara verde que describía un círculo, se dio la orden: «¡Despegar!» Los bramidos del motor del primer caza fueron en aumento y, súbitamente, el avión despegó sin tropiezos. 

 


Cada vez que un avión se lanzaba al aire, la gente lo vitoreaba ruidosamente. A los quince minutos, 183 aeronaves bajo mi mando habían despegado de los seis portaaviones y se formaban en el cielo, sin otra orientación que las luces de señales de los aviones guía. Había 49 bombarderos (yo volaba en uno de ellos); a mi derecha y un poco más abajo, 40 aviones torpederos; a mi izquierda y unos 200 metros más arriba, 51 bombarderos de picada; la fuerza protectora de la formación estaba constituida por 43 aviones caza. A las 7,00 hs. calculé que debíamos llegar a Oahu en menos de una hora; pero como volábamos sobre espesas nubes, no podíamos ver la superficie del agua y, por lo tanto, nos era imposible comprobar la desviación. Busqué en la radio la emisora de Honolulu y no tardé en oír la música. Volví la antena y encontré la dirección exacta de donde provenía la emisión, lo cual me permitió rectificar el rumbo. Nos habíamos desviado cinco grados. Luego escuché el parte meteorológico de Honolulu: «Cielo parcialmente nublado, con la mayor parte de las nubes sobre las montañas. Visibilidad, buena. Viento Norte, diez nudos». ¡La fortuna nos sonreía! No era posible haber imaginado condiciones más favorables. Las nubes tendrían boquetes por los cuales podríamos ver la isla. 
A eso de las 7,30 hs. las nubes se rasgaron de pronto y divisamos la larga línea de la costa. Nos encontrábamos sobre la punta de Oahu. Había llegado la hora de desplegarnos. El informe de uno de los dos aviones de reconocimiento que se habían adelantado, nos comunicó la posición de diez acorazados, un crucero pesado y diez cruceros ligeros. Cuando nos dirigíamos hacia nuestros objetivos, se despejó el cielo, y empecé a examinar con los prismáticos nuestros probables blancos. Allí estaban, en efecto, los buques. «Comunique a todos los aviones –ordené a mi radiotelegrafista- que empiecen el ataque». 

 

Eran las 7,49 hs. Las primeras bombas cayeron en el aeródromo de Hickam, donde estaban formados los grandes bombarderos. Los siguientes lugares alcanzados por nuestros proyectiles fueron la Isla de Ford y el aeródromo de Wheeler. Al poco rato comenzaron a elevarse, de las tres bases, enormes masas de humo negro. Mi grupo de bombarderos se mantuvo al Este de Oahu, más allá de la punta meridional de la isla. En el cielo no se veían más que aviones japoneses. Los buques del puerto parecían dormidos todavía. La radio de Honolulu continuaba transmitiendo su programa con toda normalidad. ¡Habíamos logrado sorprenderlos! Consciente de la ansiedad de nuestro estado mayor, di orden de enviar a la escuadra el siguiente mensaje: «Hemos conseguido ataque por sorpresa. Ruego envíen este parte a Tokio». Pronto empecé a ver surtidores de agua alrededor de los buques. Nuestros aviones torpederos estaban en funciones. Ya era tiempo de que entraran en acción los bombarderos. Ordené, por lo tanto, a mi piloto que hiciese una pronunciada inclinación lateral, lo cual era la señal de ataque. Mis diez escuadrillas quedaron formadas en una sola columna con intervalos de 200 metros: una formación espléndida. Cuando mi grupo inició el bombardeo, las baterías antiaéreas de los buques y de la costa, revivieron repentinamente. Surgieron, acá y allá, grandes vellones grises oscuros que se fueron multiplicando hasta nublar el cielo. Los proyectiles estallaban tan cerca de nuestros aviones que éstos se estremecían. Me asombró la celeridad del contraataque, que no tardó en producirse, cinco minutos después de haber caído la primera bomba. La reacción japonesa no habría sido tan rápida; el carácter japonés es adecuado para la ofensiva, pero no se adapta tan pronto a la defensiva. 
Mi grupo se dirigió al «Nevada», que estaba anclado al extremo Norte de la fila de acorazados, al Este de la Isla de Ford. Ya estábamos por soltar las bombas cuando nos metimos entre las nubes. El piloto de nuestro bombardero guía, empezó a mover las manos de atrás hacia delante, para indicarnos que teníamos que pasar sin descargar las bombas. Entonces volamos en círculo sobre Honolulu en espera de otra oportunidad. Entretanto, otros grupos iniciaron maniobras de ataque, pero algunos tuvieron que hacer hasta tres intentos antes de conseguir lanzar las bombas. De pronto hubo una explosión colosal en la fila de los acorazados. Una enorme columna de humo rojizo se elevó unos 300 metros y una violenta sacudida llegó en ondas hasta nuestro avión. Debía de haber saltado un polvorín. El ataque estaba en su apogeo; el humo de los incendios y de las explosiones cubría casi todo el cielo sobre Pearl Harbor. Examinando la fila de acorazados con los prismáticos, vi que la gran explosión había ocurrido en el «Arizona». Estaba envuelto en llamas, y como el humo que despedía ocultaba al «Nevada», que era el blanco de mi grupo, busqué otro buque al cual atacar. El «Tennesee» estaba ya ardiendo, pero después de él se hallaba el «Maryland». Di orden de hacer a este último buque objeto de nuestra puntería y volvimos a meternos en la cortina de fuego antiaéreo. Cuando nuestro bombardero guía dejó caer su carga, pilotos, observadores y radiotelegrafistas de los otros aparatos gritaron a un mismo tiempo: «¡Descarguen!»...y soltamos todas nuestras bombas. Me tiré inmediatamente al suelo para observar por la mirilla. Cuatro bombas en perfecta formación se hundían en el espacio. Fueron haciéndose más y más pequeñas y por fin desaparecieron, a tiempo que se percibían unos destellos blancos. Vistas desde gran altura, las bombas que no aciertan al blanco son mucho más visibles que los impactos directos, porque forman en el agua grandes ondas concéntricas fácilmente perceptibles. Al observar dos de aquellos círculos y dos pequeños destellos, grité: «¡Dos impactos!» Quedé plenamente convencido de que habíamos causado considerables daños. Ordené el retorno a los portaaviones de los bombarderos que habían completado sus ataques, pero yo continué volando sobre Pearl Harbor, tanto para controlar como para dirigir operaciones que todavía estaban en curso. 
Pearl Harbor y sus alrededores eran la viva estampa del caos. El «Utah» había zozobrado. El «West Virginia» y el «Oklahoma», con los flancos medio volados por los torpedos, escoraban pesadamente en un inmenso charco de aceite. El «Arizona» se inclinaba marcadamente a un lado, envuelto en llamas. El «Maryland» y el «Tennesee» ardían. El «Pensylvania», varado en dique seco, estaba ileso. Durante el ataque, muchos de nuestros pilotos pudieron observar, los valerosos esfuerzos de los aviadores estadounidenses para lanzarse al aire con sus aviones. Aunque eran muy inferiores en número, no vacilaron en entablar desigual combate con nuestras fuerzas. Los resultados que obtuvieron fueron insignificantes, pero su valor suscitó nuestro respeto y admiración. Los aeroplanos de la primera oleada de ataque tardaron como una hora en cumplir su misión. Cuando emprendieron el regreso a los portaaviones (después de haber perdido tres cazas, un bombardero de picada y cinco aviones torpederos, ya se iniciaba la segunda oleada con 171 aviones. Para entonces, las nubes y el humo cubrían de tal modo el cielo, que los aviones localizaban con dificultad sus objetivos. Para complicar aún más sus problemas, el fuego antiaéreo de los buques y de tierra era ya muy intenso. El segundo ataque alcanzó un mayor radio de acción, hizo blanco en los acorazados menos damnificados y en los cruceros y destructores que habían resultado indemnes. También este ataque duró una hora, pero a causa del creciente fuego enemigo tuvimos más bajas: seis cazas y catorce bombarderos de picada. 
Cuando las fuerzas del segundo ataque iniciaron el retorno a los portaaviones, volé sobre Pearl Harbor una vez más para observar los resultados y tomar fotografías. Conté cuatro acorazados definitivamente hundidos y tres seriamente averiados. Otro parecía estarlo ligeramente y los daños causados a los buques de otros tipos eran considerables. La base de hidroaviones de la Isla Ford era una hoguera y también los aeródromos, principalmente el de Wheeler. No era posible determinar en detalle los daños causados a los aeródromos, pues lo impedía la densa capa de humo que los cubría, pero no cabía duda de que habíamos destruido buena parte de la fuerza aérea de la isla. En las tres horas en que mi avión estuvo volando por aquella zona, no tropezamos con ningún avión enemigo. Quedaban, sin embargo, varios hangares intactos, y nada tendría de particular que en alguno de ellos hubiera todavía aparatos utilizables. 
Mi avión fue uno de los últimos en reintegrarse a la escuadra. Cuando llegué, ya se estaban formando en las cubiertas de vuelo los aviones reabastecidos y preparados para una tercera oleada de ataque. En seguida me llamaron al puente. Mientras esperaban mi informe, los miembros del estado mayor del vicealmirante Nagumo habían estado discutiendo acaloradamente si convenía o no lanzar otro ataque. 
Les informé lo siguiente: «cuatro acorazados están definitivamente hundidos. Hemos causado gravísimos quebrantos en aeródromos y bases aéreas, pero hay todavía muchos objetivos que deben ser atacados». 
Recomendé con insistencia el tercer ataque, pero el vicealmirante Nagumo, tomando una decisión que ha sido desde entonces objeto de muchas críticas por los expertos navales, optó por retirarse. Inmediatamente se izaron las banderas de señales y nuestros buques salieron rumbo al Norte a toda marcha. 
 



fuente: Historias Secretas de la Última Guerra (United States Naval Proceedings)

lunes, 7 de diciembre de 2015

Arqueología: Encuentran galeón millonario en Colombia

España actuará “en defensa del patrimonio” con el galeón ‘San José’
Lassalle dice que el Gobierno pedirá a Colombia información sobre la ley aplicada
El hallazgo del barco se convierte en un secreto de Estado
García Márquez y el galeón en 'El amor en los tiempos del cólera'
JESÚS RUIZ MANTILLA - El País



Cerámicas en el fondo del mar pertenecientes al galeón 'San José'. / EFE / MINISTERIO DE CULTURA DE COLOMBIA

El secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, se encontraba desde el sábado en Cuba, donde se enteró del hallazgo de la nave San José. Tras una jornada de análisis de la situación, Lassalle ha declarado que desde el Ejecutivo de Mariano Rajoy abordarán con prudencia el hecho, dada la relación especial que mantiene España con Colombia. Pero el triunfalismo mostrado ayer por el presidente Juan Manuel Santos ha hecho que desde Cultura vean con preocupación la aplicación de la ley colombiana de 2013 de protección de patrimonio sumergido. Se trata de una norma que Lassalle había tenido ocasión de discutir previamente a la noticia en algún punto —a ojos de España, "preocupante"— con la titular colombiana de Cultura, Mariana Garcés.

Lassalle resaltó desde La Habana que "el Gobierno español va a solicitar al colombiano una información precisa acerca de la aplicación de la legislación de su país en la que fundamenta y justifica la intervención sobre un pecio español". Luego analizarán los datos para, según él, "decidir qué actuaciones" se adoptarán "con arreglo a defender lo que entendemos que es el patrimonio subacuático y el respeto a las convenciones de la Unesco a las que nuestro país se comprometió hace muchos años".

Según esas convenciones fue posible la recuperación de un patrimonio tan importante como el de la fragata Mercedes durante el pleito mantenido con la empresa estadounidense Odissey. Cautela, insistió Lassalle, pero también "una clara defensa de nuestro patrimonio subacuático y la reserva a adoptar todas las medidas que el Gobierno español considere adecuadas para mantener la defensa y salvaguarda del mismo".

El presidente Santos dijo ayer que el galeón San José, encontrado el pasado 27 de noviembre en el mar Caribe, es "patrimonio de todos los colombianos". El barco, con sus cuantioso tesoros, fue hundido por la Armada británica en 1708, en el marco de la Guerra de Sucesión.

domingo, 6 de diciembre de 2015

Guerra de la Independencia: Batalla de Suipacha

Batalla de Suipacha

Batalla de Suipacha - 7 de Noviembre de 1810

En el segundo semestre de 1810 el Ejército Expedicionario al Alto Perú, al mando del mayor general Antonio González Balcarce, se dirigía hacia esa región con el propósito de lograr el reconocimiento de las 4 Intendencias que integraban el antiguo Virreinato (Potosí, Charcas, Cochabamba y La Paz) y se encontraban bajo dominio del Virreinato del Perú.

El levantamiento a favor de la Junta de Mayo en Cochabamba había sido sangrientamente sofocado.  Los generales Nieto y José de Córdoba, con un poderoso Ejército, aguardaban en Santiago de Cotagaita.

El 27 de octubre las tropas leales al rey y el ejército de Balcarce se enfrentaron sin resultados importantes para ninguno de los bandos.  El Ejército patriota retrocedió con el Teniente Martín Güemes protegiendo la Artillería, división que se trasladaba más lentamente.  Balcarce acordó dirigirse al pueblo de Suipacha, distante como veintitrés leguas de Cotagaita; pero noticioso de que el enemigo había salido de sus fortificaciones el día 29 con el intento de ocupar la villa de Tarija, cuyos habitantes se habían pronunciado enérgicamente por la causa de la revolución, convirtió sus marchas a estas villas decidido a sostenerla, esperando recibir en ella los auxilios que había reclamado del representante del gobierno, cuyas operaciones se habían entorpecido algún tanto por los falsos informes de comandante Urien.

Los enemigos marcharon en efecto hasta pasar la difícil cuesta de la Almona; pero volvieron a repasarla sin parar hasta Cotagaita cuando supieron que nuestras fuerzas se habían situado en Tupiza.  En estas circunstancias llegó a Cotagaita en persona el mariscal Nieto con sus tropas de reserva: inmediatamente formó un cuerpo escogido de ochocientos a mil hombres entre los viejos soldados de marina, del fijo, de dragones y los voluntarios del Rey, con cuatro piezas de artillería, que puso bajo el mando del mayor general Córdoba, con orden de precipitarse sobre nuestras fuerzas y batirlas en cualquier posición que ocupasen.

Al acercarse los enemigos a Tupiza en la madrugada del 5 de noviembre, la columna dejó el pueblo para mejorar de posición (todavía no había recibido los auxilios que esperaba con una ansiedad extraordinaria) por que no se contaba con más municiones que las que quedaban en las cartucheras y cananas de la tropa.  A las cinco de la tarde del día 6 se posesionó del pueblo de Nazareno, fronterizo al de Suipacha, con un río de por medio y a las doce de la noche del mismo día se le incorporaron por fin dos piezas más de artillería y doscientos hombres que había marchado a paso de carrera con suficiente repuesto de dinero y municiones.

En el acto tomó el mayor general Balarce la resolución de escarmentar al enemigo el día siguiente.  Se sirvió de un indio joven que despachó inmediatamente a Tupiza para que diese funestos informes sobre el estado del ejército y ocupó el resto de la noche en dar disposiciones para amanecer el día siguiente preparado para batirse.  El mayor general Córdoba dio fácil entrada a las noticias que recibió del natural, porque no hacían más que confirmar las que adquirió en el pueblo de Tupiza, cuyo abandono lo había motivado la falta completa de recursos.  Se puso inmediatamente en marcha a las once de la mañana del día 7, su vanguardia a la vista de nuestras tropas ocupó unas alturas que dominaban el flanco derecho de éstas, donde se le incorporaron los demás cuerpos y permanecieron en la más completa inmovilidad por el espacio de una hora.  Esta situación era singular: los españoles habían tomado la ofensiva, venían en persecución de las fuerzas que habían rechazado y sin embargo esperaban que se les atacase en las alturas que habían elegido, poniéndose a la defensiva en el momento de encontrar el ejército que buscaban.  Ellos hubieran podido permanecer en esta vergonzosa situación, sin el genio militar del mayor general Balcarce.  Este mandó adelantar sobre el frente del enemigo una división de doscientos hombres con dos cañones; contra este movimiento los enemigos echaron varias guerrillas, pero resguardados siempre de las acequias y los pozos avanzados de su línea.  Roto el fuego por una y otra parte, unos y otros reforzaron estas fuerzas, pero haciendo replegar las suyas el mayor general Balcarce para animar a los contrarios con este aparato de debilidad a dejar las alturas y salir de las acequias y los pozos, como en efecto lo verificaron, empeñándose todos los cuerpos sobre nuestras pequeñas divisiones.  Entonces, descubriendo Balcarce la totalidad de sus fuerzas, cuya mayor parte había ocultado entre tanto, al grito general de ¡Viva la Patria! cargaron al enemigo, lo arrollaron por todas direcciones y antes de quince minutos ocuparon todos sus parapetos, introduciendo entre ellos el desorden, en tales términos que rompieron en una vergonzosa y desvergonzada fuga por los cerros, abandonando la artillería, la caja del ejército, las municiones, dos banderas, ciento cincuenta prisioneros, entre ellos algunos oficiales, muchos heridos y cuarenta muertos, sin más pérdida por nuestra parte que la de un soldado muerto y heridos dos oficiales subalternos y diez soldados de los diferentes cuerpos.

Los resultados de esta derrota fueron de una trascendencia inmensamente favorable para la causa de la revolución; sin embargo, el deán Funes, en su “Ensayo histórico”, página 491, apenas consagra a esta brillante jornada este recuerdo pasajero: “La victoria de Suipacha puso fin a la empresa de aquellos temerarios”, aludiendo a los mandones del Perú.

En cuanto al ejército enemigo que como dice el parte del representante al gobierno de la capital datado en Tupiza, a los tres días de la acción, el 10 de noviembre de 1810, tomó los cerros y caminos intransitables, unos a pie, otros montados, tirando los más las armas, fornituras y cuanto les estorbaba para salvarse, no se puede dar una idea más exacta que la que da el mismo parte, cuando continúa diciendo: “Por informes que hemos adquirido, sólo arribaron a Cotagaita como doscientos cincuenta hombres estropeados, que seguramente fueron los mejor montados y los primeros que, como el general Córdoba, acompañado del inicuo cura de Tupiza, Latorre, corrieron muy al principio de la derrota, llevando gravado en el semblante el espanto.  Aunque los nuestros siguieron la derrota del enemigo, no pudieron hacerlo a más de tres leguas, ni acertaron a dar con la ruta del general Córdoba, que había tomado el camino de Mochará, por el mal estado de la caballería.  Sin embargo, ya se abandonó el empeño de tomar prisioneros, dejándoles ir en fuga, alejándose ellos mismos de su reunión y maldiciendo a los autores de su suerte.  La recolección de armas tiradas por los cerros y el despojo de los vencidos fue el cuidado de la tropa vencedora, de modo que vinieron cargados de armas, fornituras, prendas, mulas, dinero y alhajas.  Aún en el día se cuida de recoger armas por los indios encargados de esta diligencia en lo más áspero de los cerros, bajo la gratificación que les está ofrecida, con cuyo motivo se encuentran hombres perdidos, otros muertos, otros moribundos.  En suma, la derrota es tan completa, que el mismo Córdoba en oficio del día siguiente a nuestro mayor general Balcarce, le confiesa que aún excede a lo que a éste le pareció.”

El representante del gobierno, en uso de las facultades con que marchaba al frente de la expedición, dio las gracias al ejército a nombre de la Patria, concedió sueldo íntegro a los que quedasen inválidos y a las mujeres y padres pobres de los que falleciesen.  Acordó cincuenta pesos fuertes a cada uno y el uso de la divisa de sargento a los soldados patricios Miguel Gallardo y Alejandro Gallardo, que en el ataque arrancaron la bandera de la Plata, la misma bandera que juraron los españoles cuando el mariscal Nieto desarmó los patricios de Buenos Aires; y cuatro pesos a cada uno de los que asaltaron la artillería.  De las dos banderas tomadas, la una no era más que un trapo salpicado de calaveras; pero la otra que acababa de enarbolarse en odio de la revolución y de los americanos nacidos para ser esclavos y vegetar en la oscuridad y abatimiento, la dedicó Balcarce al gobierno de la capital, por mano del capitán de patricios don Roque Tollo,  conductor del parte de la victoria, para que la destinase a la sala del rey don Fernando con las que adornaban su retrato.  El pensamiento de adornar la imagen de Fernando con el más honorífico trofeo de la primera victoria obtenida contra su dominación, ha debido ser monumental.

Por lo demás, la victoria de Suipacha debía ser en efecto tan fecunda en resultados como lo daba a entender el mayor general Córdoba en la nota que se cita por el representante del gobierno.

No se pretende atribuir a este marino una gran capacidad de cálculo o previsión, aunque originario de una familia de nombre en España, y de un grado adelantado en su carrera, no era conocido principalmente en las márgenes del Río de la Plata sino por un insigne calavera, tan escaso y atolondrado para llenar sus deberes públicos, como abundante y experto en la práctica de toda clase de pillerías.  Hemos sido enemigos y volvemos a la amistad, le decía Córdoba a Balcarce en la carta que le escribió tres días después de la victoria.  Si esto explicaba el gran tamaño de un alma baja, que no se había satisfecho abatiéndose hasta el extremo de ponerse a la defensiva en la misma hora que se encontró con el enemigo que perseguía tenazmente, sino que aspiraba a ofrecerse como un modelo de humillación, cambiando de un día para otro el carácter de enemigo encarnizado por el de un limosnero de amistades, demostraba también los graves conflictos que principiaban a pesar, después de la victoria de Suipacha, sobre Córdoba, sobre el mariscal y sobre todos los mandones del Perú.

Fuente


Biblioteca de Mayo –  Tomo I, Memorias, Buenos Aires (1960).

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Portal www.revisionistas.com.ar

Turone, Gabriel O. – La Batalla de Suipacha, Buenos Aires (2013)

Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar

sábado, 5 de diciembre de 2015

Conflictos asiáticos: Israel en África

Las FDI cruzan el Canal de Suez y rodean al tercer ejército egipcio
Guerra de Yom Kippur de 1973
 





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BTR 50 de Egipto en el canal de agua dulce en el lado oeste del canal de Suez 

 
Un camión de Egipto en el oeste del canal de agua dulce para el canal de Suez 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

El avance israelí 
El 14 de octubre, el ejército israelí atacó el comando y el control del ejército egipcio en Jabbel Ataqa y destruyó 250 tanques egipcios 
Los israelíes inmediatamente después de su éxito, del 14 de octubre con una contraataque multidivisional a través de la brecha existente entre el 2do y 3er ejércitos de Egipto. La 143a División de Sharon, ahora reforzada con una brigada de paracaidistas al mando del coronel Dani Matt, fue la encargada de establecer cabezas de puente en las orillas este y oeste del Canal. La 162a y 252a División Blindada comandada por los Generales Bren Adan y Magen Kalman, respectivamente, a continuación, cruzaría por la brecha a la orilla oeste del canal y gire hacia el sur rodeando la 3ª del Ejército en una acción envolvente. La ofensiva fue el nombre clave de Operación South-Hearted Men o, alternativamente, la Operación Valiant. 



En la noche del 15 de octubre 750 de paracaidistas de Matt cruzó el Canal de botes de goma. A ellos se unieron pronto los tanques transportados en balsas motorizadas y de infantería. El grupo no encontró resistencia inicialmente y se desplegaron en partidas de incursión atacando convoyes de suministros, sitios SAM, centros logísticos y cualquier cosa de valor militar, dando prioridad a la destrucción de SAM. Varias baterías SAM fueron destruidos en estos ataques que perforaron un agujero en la pantalla antiaérea de Egipto y permitieron a la IAF perseguir más agresivamente a objetivos de valor. Por ahora, los sirios ya no representaba una amenaza creíble y los israelíes fueron capaces de cambiar su poder aéreo al sur en apoyo de la ofensiva. La combinación de un debilitado paraguas AA egipcio y una mayor concentración de bombarderos de combate de la IAF en el teatro de operaciones no presagiaba nada bueno para los egipcios que ahora llevaban el peso de la IAF. La Fuerza Aérea Egipcia intentó obstaculizar las salidas de la IAF lo que resultó en peleas de perros en favor de Israel. 



A pesar del éxito que los israelíes estaban teniendo en la Ribera Occidental, los Generales Elazar y Bar-Lev ordenaron a Sharon concentrarse en la obtención de la cabeza de puente en la orilla oriental. Se le ordenó borrar los caminos que conducían al Canal, así como una posición conocida como el Granja China, situada justo al norte de Deversoir, el punto de cruce israelí. Sharon se opuso y pidió permiso para ampliar y desprenderse de la cabeza de puente en la orilla oeste argumentando que esa maniobra podría causar el colapso de las fuerzas egipcias en la orilla oriental. Pero el alto mando israelí insistió, en la creencia de que hasta la orilla oriental era segura, las fuerzas en la orilla occidental podría serían cortadas. Sharon fue rechazado por sus superiores y se arrepintió. El 16 de octubre, envió a la Brigada Amnón Reshef para atacar Granja China. Otras fuerzas de las FDI atacaron a las fuerzas egipcias atrincherados con vistas a los caminos del Canal. Después de tres días de encarnizada lucha, en combate de muy corta distancia, los israelíes lograron desalojar a las numéricamente superiores fuerzas egipcias de estas posiciones. Un blanco auxiliar con nombre en código Missouri no se alcanzó, pero su captura o falta de ella demostró ser inoperante y, en última instancia, no tiene relación o el impacto en el éxito de la contraofensiva israelí. 

Los egipcios tardaron en comprender el alcance y la magnitud de los israelíes al cruzar ni apreciaron su intención y propósito. Esto se debió en parte a los intentos de los comandantes de campo egipcio en ocultar los informes sobre el cruce israelí y en parte debido a una falsa suposición de que el cruce del Canal no era más que una diversión a una gran ofensiva de las FDI cuyo objetivo era el flanco derecho del Segundo Ejército. En consecuencia, el 16 de octubre, el general Shazly ordenó a la 21ª División Blindada de atacar hacia el sur y la 25a Brigada Blindada Independiente equipados con T-62 que atacara hacia el norte, en una acción de pinzas para eliminar la amenaza percibida para el 2º Ejército. Sin embargo, los egipcios fallaron en explorar la zona y no sabían que a estas alturas, la 162a División Blindada de Adans estaba en las cercanías. Por otra parte, la 21ra y 25ta no coordinan sus ataques permitiendo División de Adan de satisfacer cada fuerza individual. Adans primera concentró su ataque a la 21ª División Blindada destruyendo de 50 a 60 tanques y obligando al resto a retirarse. Luego se volvió hacia el sur y en una emboscada al 25ta Brigada Blindada Independiente, le destruyó de 86 de sus 96 tanques y todos sus vehículos blindados. 

Tras el fracaso de los contra-ataques del 17 de octubre, el Estado Mayor egipcio lentamente comenzó a darse cuenta de la magnitud de la ofensiva israelí. Temprano el 18 de octubre los soviéticos mostraron imágenes por satélite a Sadat de las fuerzas israelíes que operaban en la orilla oeste. Alarmado, Sadat envió a Shazly al frente para evaluar la situación de primera mano. Él ya no confiaban en sus comandantes de campo para proporcionar información precisa. Shazly confirmó que los israelíes tenían al menos una división en la orilla oeste y estaban ampliando su cabeza de puente. Abogó por retirar la mayor parte de los blindados de Egipto desde la orilla oriental para hacer frente a la creciente amenaza de Israel en la orilla oeste. Sadat rechazó esta recomendación directa e incluso amenazó Shazly con un consejo de guerra. Ismail Ali recomendó que Sadat presionar por un cese del fuego para evitar que los israelíes de la explotación de sus éxitos. 

Las fuerzas israelíes estaban ya verter a través del Canal en los puentes, incluyendo uno de diseño indígenas y balsas motorizadas. división de Adan rodó hacia el sur hasta las colinas de Ganeifah mientras que la división de Magen empujó unidad hacia el oste. Al norte Sharon se detuvo 10 km al sur de Ismailia con una fuerza combinada de paracaidistas y comandos. Sin embargo, Adán y el Magen vencer a los egipcios de manera decisiva en una serie de compromisos, a pesar de que a menudo se encuentra determinada la resistencia egipcia, que sufrió importantes bajas israelíes. A la luz de estas víctimas y la resistencia encontrada, Elazar hecho un ajuste del plan operativo, que carecía el optimismo del plan original, que había prometido una derrota rápida y decisiva de los egipcios. Al abordar el gabinete israelí, Elazar dijo: "Una batalla que no se lleva a cabo de acuerdo con el modelo más optimistas - la que predice el colapso total del ejército egipcio - pero de acuerdo a un realista ... El ejército egipcio no es lo que fue en el '67. Por otra parte, la división de Magen, que posee alrededor de 50 tanques desde el 23 de octubre, intentó adelantarse al este, hacia El Cairo, al kilómetro 101. Avanzaron durante ocho kilómetros, momento en el que se encontraron con una fuerza egipcia de blindados de la 3ª Brigada Blindada, 4ª División Blindada. Después de intensos combates durante la noche, los egipcios rechazado los israelíes, que se interrumpió el ataque y regresaron a su punto de partida original. 

Al final de la guerra, los israelíes habían avanzado a las posiciones que estaban aproximadamente a 101 kilómetros de la capital de Egipto, El Cairo y ocupado 1,600 kilómetros cuadrados al oeste del Canal de Suez. Los israelíes también habían cortado la carretera de El Cairo-Suez y rodeado de la mayor parte del Tercer Ejército de Egipto. Los egipcios mantuvo una estrecha franja en la ribera este del Canal, que ocupa unos 1.200 kilómetros cuadrados del Sinaí. Una fuente estima que los egipcios tenían 70.000 hombres y 720 tanques en la orilla oriental del canal. Sin embargo, 30.000 de ellos estaban ahora cercados por los israelíes. 

Al rodeado 3er ejército egipcio se le transfiere agua y alimentos bajo la supervisión de las FDI 
 
 
 
Tanques M48 de las FDI cruzan el canal de Suez de vuelta a casa tras el acuerdo con los egipcios 
 
 

IDF Armor

jueves, 3 de diciembre de 2015

Conquista del desierto: Batalla de barrancas del Neuquén

Batalla de las Barrancas del Neuquén


Río Neuquén


Esta batalla se libró el 28 de junio de 1879 en las barrancas de la margen septentrional del Río Neuquén, paraje llamado hoy “Vanguardia”, nombre que tomó del antiguo fortín que allí se construyera poco después.  Por un lado combatieron las tropas al mando del teniente de baqueanos (de la Compañía de Voluntarios, llamados “choiqueros”) Isaac Torres, y 16 soldados de la 4ª División, y por el otro los indios del cacique Marillán.  El Parte Oficial dice lo siguiente: “El teniente que suscribe – Campamento el Mangrullo, junio 30 de 1879 – Al señor comandante en jefe de la 4ª División del Ejército, teniente coronel don Napoleón Uriburu. – Tengo el honor de dirigirme a usted poniendo en su conocimiento que con la comisión de 16 hombres con que usted se sirvió despacharme el 27 del corriente, después de haber marchado en dirección de Auca-Mahuida casi todo el día, supe por prisioneros hechos por el mayor Illescas, que un pequeño grupo de seis indios, con algunos animales de arreo, debían caer al Neuquén abajo procedentes de La Pampa y como a cinco o seis leguas de este campamento.  Marché toda la noche en su busca y a la diana de 28 di con ellos en el valle del río, pero no en número de seis como se me había informado, porque después de cargarlos sobre sus fogones, de día ya, se replegaron y formaron en las barrancas del río, en número de 90 de lanza, todos bien armados.

El desorden en que se puso la chusma y considerando que ésta se me escaparía si no andaba activo con ella, me obligó a juntarla, dejando que los indios se reunieran y así pude tomar ciento y tantas mujeres y criaturas, con una gran caballada, vacas y ovejas.

Entre los prisioneros hechos en la primera carga había quedado un viejo, y con éste mandé decir al cacique Marillán que mandaba los indios, y que con ellos formados me esperaba a una cuadra de distancia, que entregase las armas, bajo la formal garantía de sus vidas.  Contestó a esta intimación que dudaba de mi palabra, y que antes quería pelear, a lo que le repliqué que descendiera al bajo, pero sin hacerles un tiro aún, pues me suponía que quisiera entrar por tratados.  Un grito unánime de guerra fue su segunda contestación, y sin repararme mucho de la chusma prisionera y animales tomados, esperé, pie a tierra, haciendo fuego nutrido, la carga que rápidamente me traían a pie y a caballo, dirigida por el expresado Marillán.  Sin embargo, de ser ésta muy violenta y excelentes los caballos en que venían montados, antes de llegar hasta chocar cayeron como 16 indios; pero los restantes nos rodearon por todas partes, trabándose un combate reñido a arma blanca.  Muchos indios arrojaban al suelo las lanzas y luchaban brazo a brazo por arrancar a nuestros soldados las carabinas o fusiles; otros sacaban cuchillos y así duró un rato la pelea hasta desalojarlos y ponerlos en fuga, dejando ellos 14 muertos en el sitio, 5 prisioneros de lanza y 106 de chusma, con más de 80 caballos, 33 cabezas vacunas y 30 ovejas, teniendo por nuestra parte que lamentar la baja de 3 soldados heridos de lanza y cuchillo.

Los indios llevaban muchos heridos, pues dejaron en el camino un reguero de sangre.

Terminado el combate me regresaba y en seguida de marchar encontré al comandante Aguilar con una fuerza, parte de la cual se encargó de conducir los prisioneros y ganados al campamento, acampando esa noche allí todos juntos.  Ayer, 29, a la mañana, perseguimos a los indios nuevamente, el comandante Aguilar con la fracción de gente que tenía vacante, y yo con los trece hombres, los cuales todavía tomaron 5 indios de lanza prisioneros y 12 de chusma con 58 caballos y mulas.

Cada uno de los 16 individuos que componían la comisión que me ha cabido el honor de mandar en esta ocasión, se ha hecho digno de recomendación, pues todos ellos a la par han competido en valor y serenidad.  Dios guarde a V. S. – Isaac Torres”.

En este combate resulta por demás destacable el comportamiento que le cupo a la reducida tropa del bravo teniente de choiqueros, a quien veremos actuar en muchísimas ocasiones, tanto en esta campaña como en las posteriores.  Todos estuvieron a la altura de las circunstancias y dejaron bien alto el prestigio de esta tropa que, mal vestida, a veces mal montada y falta de abastecimientos, en pleno invierno neuquino (temperaturas de 8 y 10 grados bajo cero en ese invierno) supieron realizar el plan trazado por los altos mandos militares, llevando a cabo la construcción de los fortines que en aquella ocasión avanzaron la línea de frontera con el indio hasta la margen septentrional de los ríos Neuquén y Negro.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Portal www.revisionistas.com.ar
Raone, Juan Mario – Fortines del desierto – Biblioteca del Suboficial Nº 143.

Revisionistas

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Biografía: Gral. Pablo Latorre (EA)

Pablo Latorre



Gral. Pablo Latorre (c. 1790-1834)

Nació en Salta en el último cuarto del siglo XVIII. Se inició en la carrea militar en la Reconquista de Buenos Aires, en 1806, asistiendo también a la defensa de esta ciudad, en julio del año siguiente. El 16 de mayo de 1811 figura como ayudante mayor graduado de capitán de milicias en la Asamblea de Caballería de Salta. Formó parte de los “Voluntarios” que marcharon de avanzada, en mayo de 1812, tomando intervención en toda la campaña de aquel año y del siguiente, por lo que recibió la efectividad de capitán y el grado de teniente coronel del Regimiento de Dragones de la Milicia Patriótica de Salta, con fecha 25 de mayo de 1813. En noviembre de este mismo año era comandante de “Partidarios” de San Bernardo y San Francisco. A comienzos de 1814, al organizarse en el mes de marzo, las guerrillas de Güemes, Latorre ejercía funciones de mando de tropa entre Cobos y Campo Santo. Con sólo 14 fusileros, acompañado por Tomás Texerina, Latorre derrotó en Chicoana, a principios de febrero de aquel año, a 37 realistas, matando 4 y tomando 14 prisioneros. Toda la provincia de Salta se hallaba ocupada por el ejército de Pezuela, el cual permanecía concentrado en Jujuy, mientras su vanguardia, al mando del general Olañeta, se hallaba en Salta. Después de violentos combates de guerrillas, los realistas desalojaron esta última ciudad, que Güemes se apresuró a ocupar: mientras que Latorre, con las fuerzas avanzadas, ocupó la de Jujuy, en agosto de 1814, evacuada por los españoles por la terrible hostilidad de los Gauchos. En 1813 Latorre fue nombrado ayudante mayor de la plaza de Salta, cargo que ejerció hasta dos años después, cuando al recibirse Güemes del Gobierno de Salta, le encomendó a Latorre la organización de los “Infernales”.

El 27 de octubre de 1815, Latorre fue nombrado comandante del escuadrón “Infernales”. Tomó parte en la campaña de aquel año, bajo el superior comando del general Rondeau. Los comandantes Latorre y Saravia combatieron del 12 al 15 de marzo de 1817 en La Tablada de Jujuy, derrotando a los españoles. El 21 del mes siguiente, el primero vuelve a vencer a los realistas en El Bañado, cerca de Jujuy. En el curso del mismo año, Latorre se distinguió en la defensa de la provincia de Salta, contribuyendo a derrotar al adversario en numerosos encuentros, que precipitaron la evacuación del territorio. También tuvo una destacada actuación en el rechazo de las nuevas invasiones que hollaron el suelo de Salta y Jujuy en los años subsiguientes, por lo cual mereció Latorre que Güemes le otorgara el grado de coronel, el 15 de agosto de 1820, en su calidad de General en Jefe del Ejército de Observación del Perú.

Después de la muerte de este último, Latorre tomó parte en los sucesos acaecidos el 22 de setiembre de 1821 que derrocaron al gobernador de Salta José Antonino Fernández Cornejo, siendo sucedido por el general José Ignacio Gorriti. Latorre fue designado mayor de la plaza de Salta, el 10 de febrero de 1822, por el nuevo gobernador; cargo que desempeñó hasta el 17 de julio de 1823, habiendo recibido la efectividad de coronel el 13 de mayo de este último año. En 1822 fue señalado como jefe de los individuos que produjeron los sucesos que ocasionaron la muerte del coronel Manuel Eduardo Arias y las heridas del teniente gobernador Agustín Dávila, en Jujuy. En aquel año, Latorre fue elegido diputado por la Frontera del Rosario, pero a raíz de su intervención en los sucesos relatados, la Legislatura lo excluyó de su seno. En octubre de 1827, junto con Alemán, Latorre exigió la dimisión del gobernador Gorriti.

El coronel Latorre se sublevó en noviembre de 1830 contra el gobernador, Dr. Juan Ignacio Gorriti, cuyas fuerzas fueron derrotadas en un combate a 50 leguas al Sud de la Capital, dispersándose completamente; no obstante esta victoria, Latorre abandonó la provincia, para cuyo mando había sido designado el general Alvarado, refugiándose en Santiago. Pero a últimos de aquel año, en unión del coronel Juan Francisco Ibarra, Latorre fue tenazmente perseguido en la provincia de Santiago del Estero por el coronel Román Antonio Deheza (gobernador allí nombrado por el general Paz); ambos Coroneles giraban con sus fuerzas hacia la costa del Salado. Deheza consiguió aproximarse a las inmediaciones del Bracho, y cuando marchaba sobre ellos, le robaron la vuelta y contramarcharon hacia arriba por la costa del río mencionado hasta el punto de Huaipe, de donde doblaron en dirección a Loreto.

Entonces Deheza dividió su ejército en dos secciones: una al mando del gobernador de Tucumán, coronel Francisco Javier López, con el objeto de que operase en la misma costa del Salado, y la otra bajo su propio mando. El comandante Juan Balmaceda, con el mayor Wenceslao Paunero, fue despachado adelante con una fuerza de 200 hombres, y después de una tenaz persecución a un grupo enemigo, consiguió acuchillarlo completamente en el pueblito de Loreto, dispersándolo. Los coroneles Ibarra y Latorre se retiraron hacia la provincia de Santa Fe.

Batalla de Pulares

Este último actuó al año siguiente a las órdenes de Estanislao López en su campaña contra las fuerzas del general Paz. El 9 de setiembre del mismo, comisionado por aquél, ajustó en el Barrialito con el general Alvarado, un armisticio o suspensión de hostilidades por 15 días (1). Derrotados aquellos completamente en la batalla de La Ciudadela ganada por Quiroga a Lamadrid, el coronel Latorre ocupó interinamente el 2 de diciembre de 1831 el gobierno de Salta (cuya provincia había invadido a fines de setiembre, con 500 hombres), de acuerdo con el tratado ajustado por los diputados de la Sala de Representantes de esta provincia y Quiroga en aquella fecha. Latorre declinó el nombramiento, pero habiéndose disuelto la Legislatura en virtud de cierto convenio, lo aceptó, ejerciendo el mando hasta que le fue usurpado por el coronel José Güemes. El triunfo de Los Cerrillos, el 8 de febrero, lo restableció en el puesto, que delegó en el coronel Pablo Alemán. Después de recorrer Latorre toda la campaña salteña, y dejado completamente afianzada la tranquilidad pública, reasumió el mando el 12 de octubre de aquel año; pero los coroneles Manuel y Cruz Puch, y D. Napoleón Güemes, desconocieron su autoridad. La actividad y vigilancia desplegadas por Latorre permitieron que fueran tomados presos los dos últimos y conducidos a la capital. A medio proceso, los conjurados fueron trasladados por vía de precaución a Castañares, juntamente con toda la guarnición; pero por medio de agentes, aquellos lograron seducir a la tropa y en la madrugada del 25 de octubre de 1832, día en que debía celebrarse el consejo de guerra para juzgarlos, estalló la revolución o amotinamiento de los soldados de la guarnición, encabezados por el coronel Cruz Puch, su hermano Dionisio, el coronel Juan Mariano Nadal y D. Napoleón Güemes. Fácilmente se apoderaron del pueblo, y el coronel Alemán que ejercía el gobierno delegado, a duras penas logró evadirse y reunió dos escuadrones de la frontera, con los cuales y con una fuerza de jujeños que llevaba Latorre y que pasaba de 1.000 hombres, marcharon sobre los amotinados, que apenas disponían de 600. Estos fueron sorprendidos a las 5 de la mañana del 7 de noviembre, en el campo de Pulares a 10 leguas de Salta; rotos y desechos en la primera carga, se retiraron dejando en el campo como 100 muertos, numerosos heridos y 200 prisioneros, muchos de los cuales fueron fusilados. Puch y Güemes lograron huir al comienzo de la acción, pero murió en ella el coronel Nadal y su ayudante Felipe Niño.

Después de esta victoria, Latorre reasumió el gobierno de la provincia, firme a la causa federal. Permaneció en el ejercicio del mando hasta comienzos de 1833, en que se ausentó de la capital con el objeto de reconocer la campaña y dejar afianzada la tranquilidad pública.

El 12 de enero de 1834 fue elegido nuevamente gobernador en propiedad. Poco antes, el general Latorre y su ministro, el coronel Pablo Alemán, que habían sido muy amigos, se disgustaron, partiendo el segundo a Tucumán, donde organizó una fuerza con la cual penetró en la provincia de Salta, no pasando aquella de poco más de 100 hombres. Latorrre reunió un millar de soldados y le salió al encuentro, sorprendiendo a Alemán y tomándolo prisionero en su propio campamento, junto con el comandante Ovejero, muy temible por su valor e intrepidez. A las 24 horas éste fue pasado por las armas en Cobos, en virtud de sentencia pronunciada por un consejo de guerra; salvando la vida Alemán, gracias a la intervención de la esposa de Latorre y de su hija Rafaelita, acompañadas por 15 señoras de la principal sociedad, debiendo el prisionero pasar al Perú desterrado.

Poco después el general Alejandro Heredia, gobernador de Tucumán, acusó a Latorre de estar comprometido en una asonada que hubo de tener lugar en aquella provincia. El último recurrió a la Legislatura, la que le recomendó empleara procedimientos conciliatorios con todo tino, prudencia y circunspección; facultándolo, no obstante, para el caso de un rompimiento a emplear todos los medios posibles para asegurar los derechos e integridad de la provincia. En verdad, Latorre protegía al Dr. Angel López, que pretendía colocar en el mando de Tucumán a su tío el general Javier López; derrotado aquél en una intentona y condenado a muerte, fue perdonado por Heredia, que lo desterró a Bolivia, pero López en vez de cumplir esta pena, se estableció en la provincia de Salta, en la línea fronteriza con Tucumán. Heredia, mediante un ardid, desbarató la nueva conspiración, huyendo López y su pariente el Sr. Manuel López; pero la guerra entre Heredia y Latorre estaba declarada y el primero, a la cabeza de 4.000 tucumanos, anunció el 19 de noviembre de 1834 a los salteños, por medio de una proclama, que solicitada su protección por éstos por tercera vez, marchaba a protegerlos contra Latorre. Este, por su parte, en aquella misma fecha, se había dirigido al gobernador de Buenos Aires, Dr. Manuel V. Maza, constituyéndolo en juez de aquella causa, declinando toda su responsabilidad. Fue en estas circunstancias que el general Juan Facundo Quiroga quedó designado para intervenir en el conflicto, partiendo de Buenos Aires, el 24 de diciembre de 1834.

Entre tanto las tropas tucumanas penetraron en la provincia de Salta y Heredia intimaba rendición a Latorre, cuya situación se había complicado a raíz del pronunciamiento de los jujeños, el 18 de noviembre, encabezados por el teniente coronel José María Fascio, declarándose independientes de la tutela política de Salta, según Acta labrada en la Casa Consistorial, con asistencia del Cabildo; apresurándose a poner en conocimiento del gobernador Latorre esta decisión, y eligiéndose para dirigir los destinos de la nueva provincia, por aclamación, al comandante Fascio.

El general Latorre quiso imponer condiciones a los jujeños que éstos las consideraron inaceptables y no habiendo podido llegar a un acuerdo, Fascio delegó el mando en el coronel Roque de Alvarado y salió a campaña. La Legislatura de Salta, procediendo con más criterio que su gobernador, el 2 de diciembre reconoció la autonomía de Jujuy.

Entretanto, las fuerzas jujeñas se acercaban a la capital de la provincia adversaria y el 13 de diciembre se producía el encuentro de ambos beligerantes en los campos de Castañares. Latorre fue vencido y cayó herido y prisionero, teniendo los salteños 50 muertos, 12 heridos y 200 prisioneros, mientras que Fascio sólo tuvo un muerto y 6 heridos (2).

El general Latorre fue conducido a un calabozo de la ciudad de Salta, donde en la noche del 29 de diciembre de 1834, envolvieron su cuerpo en un cuero para luego atravesarlo con dos lanzas. Después arrojaron su cadáver por el balcón a la plaza. Esa noche también fue muerto el coronel José María Aguilar, por orden -según se dijo por parte de los federales- del coronel Mariano Santibáñez.

El ex-gobernador de Salta, Dr. Miguel Otero, en informe que expidió en el expediente que inició Rosaura Latorre, hija del General, para obtener pensión, el cual está fechado el 4 de octubre de 1871, refiriéndose a la muerte de Pablo Latorre, dice:

“…… que legalmente fue nombrado gobernador de Salta y Jujuy, que entonces formaba una sola provincia; que hallándose con la autoridad superior de ella, los revoltosos de Jujuy, en combinación con los de Salta hicieron una revolución, y el coronel Santibáñez, poniéndose a la cabeza de los amotinados de Jujuy, marchó sobre Salta contra el gobernador La Torre; que éste, al saber el movimiento revolucionario, salió al encuentro con alguna tropa a la pampa de Castañares (una legua de la ciudad); que allí al enfrentarse una fuerza con otra, Santibáñez al favor de la amistad y protección que le había dispensado, y le dispensaba La Torre, fingió pasarse, y cuando éste le daba las gracias, diciéndole que no esperaba menos de su amistad, le dio un sablazo por la cabeza que lo echó del caballo al suelo mal herido, y lo hizo conducir a la prisión en los altos del Cabildo, añadiendo la perfidia al crimen contra la autoridad y orden público, y haciendo nombrar en seguida un nuevo gobernador por los revoltosos de Salta, que bajo el pretexto de que La Torre trataba de hace revolución, recabaron del nuevo gobernador hechura suya, una orden para matarlo en el acto de estallar; que para figurar dicha revolución, dispararon en alta noche algunos tiros, y acto continuo entraron cuatro soldados con fusil y un oficial o cabo, a la prisión de La Torre, que se hallaba en su lecho herido, y con una barra de grillos y que al verlos les pidió que le permitiesen confesarse, dándole por contestación cuatro tiros y botándolo del balcón a la plaza, en donde los demagogos enfurecidos lo arrastraron por el suelo; llenando de improperios al cadáver, el cual fue conducido de día claro por esa chusma cantándole por burla en algazara “gori gori” (3), hasta el atrio de San Francisco. Este nefasto crimen se cometió en el mes de diciembre de 1834. De todo lo cual tengo conocimiento también por la notoriedad y por la pública voz y fama”.

El general Pablo Latorre estaba casado con Petrona Sierra, salteña, la que falleció antes que su esposo. Sobrevivió al General su madre, Isabel Ruiz Gallo, a la cual la Legislatura de la provincia de Buenos Aires le asignó $150 mensuales a compartir con sus nietos. Uno de éstos, Rosaura de Latorre, obtuvo el 25 de setiembre de 1872 la pensión del sueldo íntegro de que disfrutaba su padre, de acuerdo a la ley del 4 de julio del mismo año. Dicha hija del mártir de Jujuy, falleció en la campaña de Salta, el 20 de enero de 1883.

De su matrimonio con Petrona Sierra, el general Latorre tuvo lo siguientes hijos: Aniceto, Napoleón, Rosaura, Rafaela, Tránsito, Milagro, Dolores, Presentación y Gertrudis Latorre. Presentación fue casada con un Cornejo; Rafaela, Tránsito y Milagro lo fueron con miembros de la familia Saravia; y Dolores lo fue con un Latorre.

Referencias


(1) Pero el 12 de igual mes, Ibarra comunicó a Alvarado, de orden de López, declarando sin efecto el tratado, por la violenta agresión ejecutada sobre el pueblo de La Rioja.
(2) Parte de Ibarra al gobernador de Santa Fe, fechado el 9 de enero de 1835.
(3) Canto lúgubre de los entierros.

Fuente

Chávez, Fermín – Pablo Latorre, en Iconografía de Rosas y de la Federación – Buenos Aires (1972).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939).

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