El sonido y la furia de la mejor banda del recontraespionaje internacional
La
fascinante historia de la “Orquesta Roja”, un clásico de Gilles
Perrault en los 70, vuelve en los tiempos del revival de la Guerra Fría,
reeditado y con prólogo del periodista Ricardo Ragendorfer
Por Diego Rojas || Infobae
La reedición de "La orquesta roja" publicada por Punto de Encuentro tiene prólogo de Ricardo Ragendorfer
El mecanismo de un piano produce pensar, a simple vista, que las teclas que toca con los dedos el pianista es el sitio de donde emanan los sonidos, la música. Sin embargo, esto es cierto en parte ya que, en realidad, la parte principal del mecanismo del instrumento se encuentra en las cuerdas que están, por lo general, cubiertas por las tapas de madera. Se podría decir que lo aparente no es el todo, o que el centro del asunto permanece en un modo de la clandestinidad.
Así pasaba (pasa) con el oficio del espionaje internacional. Más aún si hay guerras y todavía más si la guerra referida es la Segunda Guerra Mundial. Una red de espionaje internacional que en este caso en el que sus miembros responden a Moscú y el objetivo de sus acciones es enviar a la capital soviética los secretos del Tercer Reich, que ha invadido la URSS –rompiendo el pacto de paz entre Hitler y Stalin– podría equipararse a una orquesta. El hombre de frac al frente con la batuta, los diversos instrumentistas –a cada cual le corresponden diferentes pasajes de la partitura– y el pianista. Voilà: la orquesta.
Aquella a la que se refiere el libro, del mismo nombre, es La orquesta roja, la más eficiente red de espionaje europea, letal para los intereses nazis, distribuida en varios países y en el centro mismo del Reich, Berlín. El director de la orquesta, El Gran Jefe, era Leopold Trepper, nacido en Polonia y emigrado en su adolescencia a Palestina regida por el Imperio Británico, donde se incorporó al Partido Comunista y militaba por la incorporación de los sindicatos laboristas de los trabajadores árabes, algo cuestionado por la rama sionista del movimiento que, de cualquier manera, luchaba por la independencia de los ingleses. Los instrumentistas eran aquellos reclutados por los miembros de la red que respondía a Moscú en varias naciones del Viejo Continente, como se dijo, que informaban datos cruciales en una guerra. El pianista, el más solitario de la orquesta, se ocupaba de transmitir, teclear, hacer llegar por el éter la información a los altos mandos soviéticos.
Esta porción de la historia fue narrada en un libro clásico, publicado en la segunda mitad de los años sesenta, cuya autoría corresponde al francés Gilles Perrault y que la editorial Punto de Encuentro publica nuevamente con el agregado de un prólogo escrito por Ricardo Ragendorfer. Antes de que el lector se embarque en una de las aventuras –y tragedias– más intensas de la guerra secreta contra el nazismo en toda Europa, Ragendorfer hace notar que el estilo de Perrault lo convierte en uno de los precursores del non fiction, fundado por Rodolfo Walsh en Operación Masacre, seguido por A sangre fría de Truman Capote y luego esta historia fascinante desde el principio hasta el fin.
Dos breves comentarios. La orquesta roja fue un libro de lectura obligatoria para la militancia política que actuaba contra la dictadura militar inaugurada por Juan Carlos Onganía en 1966, ya que la represión del aparato estatal los obligaba a actuar en la “clandestinidad”, o el tabicamiento. Una famosa escena de La batalla de Argel, de Gillo Pontecorvo, también mostraba el sistema de células que no permitía que los militantes se conocieran entre sí. Esta manera de proteger la organización también se expone en la investigación periodística de Perrault. Espíritu de época, que le dicen, pero que cuyas lecciones no pasaron sin huella en Quantico, donde se encuentran los cuarteles del FBI estadounidense, la CIA o cualquier centro de espionaje que necesariamente nutre a sus aspirantes de los capítulos del libro (o de la biografía de Trepper, El gran juego, aunque la narración de Perrault que busca también a los protagonistas nazis de sus servicios de inteligencia, jubilados ya y evadidos de la cárcel que, probablemente, les hubiera correspondido) para armar un rompecabezas fascinante.
La red comenzó a funcionar antes de la guerra y fue, junto al grupo de espías instalado en Japón dirigido por Richard Sorge, la que alertó con fecha y hora del ataque alemán sobre la URSS. Stalin, según testimonios de carácter histórico, caracterizó a las dos informaciones de los espías rusos de ser una maniobra de desinformación inglesa. Stalin sería desmentido por las bombas que arrasaron con gran parte de la aviación soviética de guerra. Comenzaba a actuar de manera sistemática, despertando a las células dormidas, la Orquesta Roja y usa como cubierta la cadena internacional de sobretodos “The Foreign Excellent Trench-Coat”, así como suena.
La información que es enviada por los pianistas es de una importancia mayor. También es cierto que la actividad sistemática en el éter no pasa desapercibida, más cuando hay pianistas heroicos que teclean y teclean cinco horas seguidas cada noche, lo que los hace más fáciles de atrapar. Así, cada célula va cayendo o escapando de la persecución nazi, o incluso sigue funcionando, pero aquel piano que emite su música desde Berlín mismo es el centro de la preocupación nazi.
Y es que altos funcionarios del gobierno mismo, o de la Lufftware, la aviación del Reich, eran miembros de la orquesta. Harro Schulze-Boysen, lugarteniente de aviación, y su esposa Libertas Haas-Heye, una aristócrata de abolengo, no sólo recolectaban información crucial, sino que reclutaban instrumentistas para la orquesta. Su método era peculiar, ya que daban grandes fiestas en su residencia, muchas de las cuales culminaban en orgías, en las que a veces Harro intercambiaba placeres con jóvenes soldados y Libertas con otras chicas de su clase social. El método era efectivo, se debe agregar. Pero cuando fue desmantelada la red berlinesa, hubo 600 arrestos en Bruselas, París y Berlín. Había miembros de la inteligencia alemana, de los ministerios de Propaganda, Trabajo, del Exterior y de la alcaldía de Berlín. Fueron juzgados. Cincuenta y ocho condenas a muerte, la horca para los hombres, la guillotina para las mujeres. Muchos otros fueron condenados a cadena perpetua.
Trepper fue arrestado. Comenzó “El gran juego”. Dijo que colaboraría con la inteligencia nazi. Pero, ¿quién colaboraba: él a los nazis o los nazis sin saberlo a los soviéticos? ¿Trepper murió? No murió. Leer esta investigación escrita con un estilo único maravillará con la tensión del mutis por el foro de El Gran Jefe.
Un libro necesario para volver a sostener que, aun en las más duras condiciones, el valor puede ser virtud humana. Y que los fascismos pueden ser vencidos. Soplan vientos de guerra en Europa del Este, más exactamente, entre la Rusia de Putin y Ucrania. Un buen momento para leer.
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